
Queridos hermanos, no es una frase devota y amable hablar del “Santo Sacrificio en el corazón del sacerdote”, no lo es. Es una realidad de hondo sentido, que toca la esencia del sacerdocio, y la razón de ser del sacerdote. El Santo Sacrificio es la vida del sacerdote, su plenitud cuando despojado de sí mismo accede al altar, lleno de temor y temblor, de profundo respeto, con veneración, cuidado en las formas y el corazón contrito. Únicamente la meditación diaria de la realidad del Santo Sacrificio, sus misterios infinitos, que no es más que el misterio de Dios Uno y Trino y su Obra Creadora y Redentora, permitirá al sacerdote prender la llama, y aumentarla constantemente, del Santo Sacrificio.
Virtud ejemplar de Jesús en el pesebre.
La verdad del misterio del altar permanece inalterable en el transcurso del tiempo, sea cual fuere la realidad de la Iglesia que peregrina en la tierra, y la realidad de sus miembros, es la verdad inmutable que mantiene vivo el ser de la Iglesia de Jesucristo. El sacerdote ante el altar, he ahí la imagen de la Iglesia de Cristo. El sacerdote imagen de Cristo que se adentra en el misterio infinito de Dios, que lo acoge para instruirlo en el misterio de amor divino. Esa instrucción no es más que la constante, y continua, transformación del sacerdote en imagen de Cristo. Del altar del sacrificio se desprenden todas las gracias para la Iglesia y el mundo, y el sacerdote desciende de él cada vez menos carnal y más espiritual, más radiante por el contacto con el mismo Dios.
La imagen del Pesebre se alza en el altar, es la imagen de las virtudes del Niño Dios. En medio de la pobreza del lugar, de la falta de los medios más elementales, María está sentada en el heno, el Hijo recostado en el Pesebre y el padre nutricio, San José, asombrado por el momento, y en silencio; en esas circunstancias resplandecen las virtudes de Jesús: se ha hecho necesitado siendo rico, para sanar la avaricia del hombre; el que reina en el cielo, humildemente yace entre pañales para reparar la arrogancia del género humano.
El Hijo de Dios estaba en el cielo, y no era adorado; descendió humilde a la tierra y es adorado. El Dios Todopoderoso, que durante tanto tiempo tronaba en el Cielo, no salvaba; pero gimió en el Pesebre y salvó. Nunca salva la soberbia, sino salva la humildad. ¿Qué decir? ¿No es la soberbia tierra y ceniza después que Dios se hizo humilde? Dice el Eclesiástico (3, 20): Cuanto fueres más grande, tanto más debes humillarte en todas las cosas, y hallarás gracia ante Dios. Jesús dio vivo ejemplo cuando dijo: Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve (Lc. 22, 27), y nos lavó los pies para que le imitáremos: Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, […] también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros (Jn. 13, 14), y buscó siempre la gloria del Padre: Antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres (Flp. 2, 8).
Sublime enseñanza para el sacerdote, que ante el altar se dispone a su Santa Misa. Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza (Lc. 9, 58). Nuestro Señor Jesucristo naciendo en un establo, y muriendo en la Cruz, no tuvo donde reclinar su cabeza, y hoy en tu Santa Misa, sacerdote, espera poder reclinar su Santa Cabeza en tu corazón. Jesús, Rey de eterna gloria, que en extrema pobreza ha nacido, está en el altar del sacrificio. ¡Qué incomprensible es la benignidad del suavísimo Jesús! Indigno es el sacerdote de elevar sus ojos al cielo, pues es polvo y ceniza, miserable y pecador, ni siquiera digno de besar el pobre Pesebre donde yació el Salvador, pero aun así, el Señor, lo reclama y espera en el altar, para venir a él. ¡Qué inefable clemencia!
Maestro enviado de Dios, enséñanos en la cátedra del Pesebre, a despreciar los honores, las riquezas, y todas las diversiones del mundo, que introducen al sacerdote, y al hombre, en el fondo de su perdición
En el altar se hace presente el inescrutable misterio de humildad. En el cielo es Hijo de Dios, en la tierra, el siervo de todos; en el cielo es Señor, en la tierra, súbdito; en el cielo es magnífico, en la tierra pequeño; en el cielo es rico, en la tierra pobre; en el cielo es el Pan de los Ángeles, en la tierra, el alimento de los peregrinos. ¡Inescrutable misterio de humildad y caridad! Este misterio se presenta ante el sacerdote en su Santo Sacrificio.
El Santo Sacrificio en el corazón del sacerdote, son las virtudes de Jesús en el Pesebre.
Ave María Purísima.
Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa
Tomado de:
https://adelantelafe.com/
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