DE LA GLORIA DEL OLIVO (V)

Petrus Romanus

 El Mayor y Mejor guardado Secreto de la Iglesia Postconciliar

(Quinta Parte)

Llegados a este punto conviene introducir un a modo de paréntesis en esta extraordinaria historia —más fantástica que una narración dantesca y más difícil de entender en todo su significado que cualquier construcción de la imaginación humana—. Se trata de una interrupción necesaria, a modo de recordatorio para los lectores, motivada por las necesidades de clarificación para el mejor entendimiento de la cuestión, lo que permitirá aportar algunos detalles que facilitarán la mejor comprensión de lo que aquí se dice.

Ya hemos dicho repetidamente, en esta explanación de la Profecía de San Malaquías que estamos llevando a cabo, que el lema correspondiente al Pontificado de Benedicto XVI es el De la Gloria del Olivo. El cual ocupa el penúltimo lugar en la lista, puesto que la Profecía señala como el último de todos, perteneciente al Pontificado que tendrá lugar en los momentos finales de la Historia, a un cierto Petrus Romanus (Pedro Romano). Personaje misterioso este último, acerca del cual los comentaristas han imaginado multitud de hipótesis a lo largo de los siglos. Aunque lo que sí queda bien claro en la Profecía es que el Papa a quien corresponde tal lema coincidirá con el final de la Historia de la Iglesia y de toda la Humanidad, a la que habrá llegado el momento de ser juzgada por el Supremo Juez en su Segunda y Definitiva Venida.

El nombre de Pedro Romano aparece rodeado del más profundo misterio, dentro del contenido de una Profecía que, en el caso de que se quiera admitir como cierta, ya es de suyo suficientemente enigmática. Es curioso anotar que, a lo largo de la Historia de la Iglesia, ningún Papa ha querido atribuirse el nombre de Pedro; sin duda alguna por respeto y devoción a San Pedro, Príncipe de los Apóstoles y Primer Papa de la Institución de Salvación fundada por Jesucristo. El hecho pertenece a la Historia, y escapa, por lo tanto, a cualquier otro tipo de especulación que no sea propiamente histórico. Tal nombre —el de Pedro— ha quedado reservado, prácticamente según la Profecía, al Papa que cerrará la Historia y que coincidirá con la Segunda y Definitiva Venida del Supremo Juez.

Ahora bien, tal como ocurre en toda profecía y aún más con respecto a ésta, nadie sabe lo que significa ni a lo que responderá exactamente ese nombre de Pedro atribuido al último Papa; así como tampoco a lo que se refiere esa pretendida Romanidad. Según algunos comentaristas, el apelativo de Pedro es aquí puramente genérico, e incluso otros añaden que el lapso de tiempo entre el Papa señalado como penúltimo —De la Gloria del Olivo— y el establecido como el último de todos —Petrus Romanus— es indefinido; lo que significaría que entre uno y otro aún podrían reinar otros Papas no nombrados explícitamente en la Profecía de San Malaquías. Una hipótesis, sin embargo, que parece estar desmentida por la misma Profecía, según lo que vamos a ver enseguida.

Por si todo esto fuera poco, y como algo capaz de aumentar todavía más el misterio, aún queda un importante punto por añadir. En realidad la Profecía no termina definitivamente con la enumeración de los 112 lemas. Puesto que al final de todos ellos el texto añade una especie de postdata, tan inquietante como enigmática. La cual dice exactamente así:

In prosecutione extrema S.R.E. (Sanctæ Romanæ Ecclesiæ)
sedebit Petrus Romanus,
qui pascet oves in multis tribulationibus,
quibus transactis, civitas septicollis diruetur.
Et Judex tremendus iudicabit populum suum. Finis.

Lo que traducido del latín significa lo siguiente:

Durante la persecución final que sufrirá la Santa Iglesia Romana, reinará Pedro Romano, que apacentará sus ovejas entre multitud de tribulaciones; transcurridas las cuales, la Ciudad de la Siete Colinas[Roma] será destruida. Y el Juez terrible juzgará a su pueblo. Fin.

Y aún no hemos llegado al final de la serie de incógnitas que plantea el texto supuestamente profético. Porque nadie se pone de acuerdo acerca de si, en aquellos terribles momentos, el Pastor que apacentará lo que aún reste del Rebaño de Jesucristo, se refiere al Papa señalado como Pedro Romano o al que corresponde el lema De la Gloria del Olivo (Benedicto XVI). Acerca de lo cual, también es necesario reconocer que, incluso en este punto, la Profecía es bastante ambigua.

Por lo que a nosotros se refiere —y continuamos siempre dentro del terreno de las hipótesis—, pensamos que el susodicho Pastor es indudablemente Pedro Romano. Existen argumentos que fundamentan esta afirmación, la cual no dejará de parecer chocante para algunos. Trataremos de decir algo al respecto, aunque no sin hacer antes una observación importante.[1]

Como cualquiera puede suponer, todo este problema ha dado lugar a multitud de especulaciones acerca del momento del Fin del Mundo y de lo que la Teología conoce con el nombre de Parusía, o Segunda Venida de Nuestro Señor. Nosotros no nos pronunciamos sobre ese tema, por lo que no vamos a decantarnos ni en favor de su proximidad ni tampoco de su lejanía en el tiempo. Nos apoyamos para ello, como principal razón, en que el momento exacto de tan trascendental Acontecimiento se lo ha reservado Dios para Sí mismo, según Palabras del mismo Jesucristo que en modo alguno ha querido revelarlo (Mt 24:36; Hech 1:7). Por otra parte, este Estudio no se refiere a dicho punto en concreto y de ahí que no pretenda resolverlo, puesto que trata meramente de desarrollar un comentario referente al lema profético De la Gloria del Olivo acerca del cual, conviene recordarlo, cualquiera puede sentirse libre para aceptarlo o para rechazarlo.

Hemos afirmado más arriba que el texto profético que señala al Pastor que conducirá al diezmado Rebaño de Jesucristo durante la última Gran Persecución, se refiere a Pedro Romano, y no a Benedicto XVI. Los hechos así lo han confirmado, como hemos señalado en nota anterior.

En cuanto a lo que hablamos acerca del diezmado Rebaño de Jesucristo, tal como habrá quedado reducido en aquellos terribles momentos, no hay sino recordar las palabras de San Pablo en las que habla de la Gran Apostasía que tendrá lugar en los Últimos Tiempos (2 Te 2:3), así como también las del mismo Jesucristo: Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿acaso encontrará Fe sobre la Tierra?[2]

Y volviendo ya a nuestro tema, habíamos asegurado que la Iglesia actual es ante Dios la Gran Derrotada. La Gran Culpable de una Apostasía de la que habrá de dar cuentas ante la Justicia del Terrible Juez. A propósito de lo cual, habíamos aludido a dos faltas especialmente graves, las cuales parecen haber sido las que principalmente han precipitado sobre Ella la ruina de la crisis actual. Con respecto a la cual, sólo resta como consolación para los fieles la promesa de Jesucristo que les otorga la seguridad de su superación: Y las Puertas del Infierno no prevalecerán

Hemos de advertir, antes de seguir adelante, que nos hemos visto obligados a reflexionar sobre la conveniencia de continuar y de culminar un Estudio que, al fin y al cabo, está basado en meras especulaciones (lo que no obsta a la absoluta verdad de los fundamentos en los que se apoya). Hemos interpretado el lema correspondiente de San Malaquías como una alusión, en forma profética, a la crisis que sufre la Iglesia actual. Cosa que hemos procurado hacer sucintamente y sin acudir de manera expresa al apoyo de abultadas referencias bibliográficas, dado que no hemos pretendido dar a este Estudio el carácter de un Ensayo prolijo. Aunque existe, sin embargo, una abundantísima Documentación enteramente fiable, la cual puede servir como prueba de lo que aquí se afirma. Que no habría inconveniente en ponerla al alcance de quien quisiera asegurarse de la veracidad de las opiniones vertidas aquí.

Hemos repetido insistentemente que, a nuestro modesto parecer, la crisis a la que se alude es la más grave y peligrosa que ha padecido la Iglesia a lo largo de toda su Historia.

También hemos intentado mostrar que la terrible situación actual, por la que atraviesa la Iglesia, no es sino la consecuencia de los pecados de los cristianos (si bien es verdad que aquí la referencia apunta principalmente a los católicos, que son quienes integran la Única y Verdadera Iglesia), concretados en una tremenda y general Apostasía de la que no es ajena la misma Jerarquía Eclesiástica.

La Apostasía significa un consciente y voluntario abandono de la Fe, y es quizá la más grave traición que los miembros de la Iglesia pueden cometer. Aquí se han enumerado brevemente y de manera superficial las diversas formas bajo las que se ha manifestado, con las consiguientes graves faltas que los católicos han cargado sobre sus espaldas. Aunque deliberadamente se han reservado las dos más importantes (al menos según nuestra opinión) para su exposición final.

La situación es tan grave que ha terminado por culminar en esos dos hechos, cuya extraordinaria delicadeza y transcendental repercusión son innegables. De ahí que haya pasado por nuestra mente la idea de abandonar el tema ante la necesidad de tener en cuenta el posible escándalo de los débiles en la Fe, dado que una inmensa mayoría de los fieles ignoran la gravedad del momento en el que viven y sin que por eso vayan a dejar de sufrir sus consecuencias. Y de ahí que muchos hayan optado libremente por abandonar su Catolicismo, mientras que otros —aún más numerosos— han dejado de ser católicos sin saberlo.

El problema cabe plantearlo así: Cuando el Mal hace estragos y se extiende libremente sin encontrar apenas oposición, dando lugar a que multitud de gentes sean engañadas y a que se ponga en juego la salvación de sus almas. Cuando el Gran Enemigo de la Fe está consiguiendo —ha conseguido— cambiar el concepto y la configuración de la Iglesia que habían permanecido incólumes durante veinte siglos, además de privar de sentido a la Redención operada por Jesucristo. Cuando ha difuminado el ámbito de lo sobrenatural para operar una transformación en la que el culto a Dios ha sido sustituido por el culto al hombre y provocado la deserción de tantos católicos en número de cientos de millares…, por hacer una breve enumeración. Así las cosas cabe la razonable duda acerca de la conveniencia de guardar silencio, sin advertir acerca del peligro para quien todavía quiera liberarse del poder de la Mentira y no poner en juego la propia salvación. ¿Quién ha dicho que es mejor callar y no avisar de lo que aguarda a quienes caminan irremediablemente hacia el borde del abismo?

El Mentiroso Profeta o pretendido Maestro o Pastor que aparecerá en los Últimos Tiempos engañará a muchos, según la Revelación. En palabras del mismo Jesucristo, a la inmensa mayoría y casi a los mismos elegidos (Mt 24:24). Teniendo en cuenta, dada la gravedad de los hechos, que cuando se habla aquí de engañar no se están utilizando eufemismos, sino que realmente se quiere decir reducir al engaño, en toda la crudeza y extensión del término. Para lo cual, el Mentiroso Profeta no se mostrará meramente ante la masa de los fieles como un Maestro bueno y honesto, sino como un verdadero héroe y libertador al que la Iglesia habría esperado durante mucho tiempo. Un imponente aparato de propaganda, acompañado de inteligentes pero implacables sistemas de coacción, acompañarán sus acciones y sus palabras de forma que será aclamado y reconocido prácticamente por casi todos. Sus palabras mentirosas serán mostradas como la auténtica interpretación del Evangelio, capaz de devolver a la Iglesia a la pureza de sus primeros orígenes. Sus acciones, destinadas a producir la implacable demolición de la Iglesia, aparecerán ante todos como heroicas acciones que no pretenden otra cosa sino la simplicidad, la autenticidad y la pureza de un Evangelio que había sido deformado por la Iglesia.

El poder histriónico desplegado por el Padre de la Mentira será tan terriblecomo para hacer ver que lo blanco sea negro y lo negro se convierta en blanco. Las mentiras y herejías más grotescas aparecerán como lo que tendrían que haber sido los únicos y verdaderos dogmas. El paisaje de auténtica desolación y yermo arrasado que ofrecerá la Iglesia en aquellos momentos, junto al de apostasía, de cobardías, de pecado y de muerte, será presentado ante los ojos de todos como la auténtica Primavera de la Iglesia, por tanto tiempo esperada y al fin lograda.

Mientras tanto, ¡ay de aquellos que se atrevan a denunciar la verdadera situación! Serán perseguidos y denunciados como mentirosos, ajenos al espíritude nadie sabe qué, y como desgraciados que se empeñan en aferrarse a tradiciones pasadas y ya enteramente obsoletas. La inmensa multitud de fieles, otrora católicos y ahora integrados en la Nueva Iglesia, habrán quedadopetrificados y obcecados en la mentira. Voluntariamente, por supuesto, pero ahora ya enteramente convencidos. Quien se atreva a repartir avisos de peligro y proclamas de la verdad será perseguido por quienes ya han decidido definitivamente seguir un camino distinto al de la verdadera Fe. Y de ahí que convendría recordar aquí las palabras del mismo Jesucristo: El mundo me odia porque doy testimonio de que sus obras son malas.[3]

La gran tragedia del mundo que se avecina —o que tal vez ya ha llegado— consiste en que los hombres habrán erigido el templo del culto a la diosa Mentira. A través del cual se extenderá por todas partes la creencia (que no admitirá oposición) de que no hay otra verdad que la misma falsedad. E igualmente, la de que el hombre ya no necesita a Dios desde que ha descubierto que se basta a sí mismo. Cuando muchos Pastores de la Iglesia se habrán convertido en lobos devoradores del rebaño. Cuando la cobardía, la traición y el amor al mundo hayan tratado de tapar sus vergüenzas tratando de aparecer como que han optado por lo único que era lo mejor.

Será el tiempo en que los verdaderos fieles a Jesucristo —el pequeño y escaso rebaño que permanecerá y hará realidad el hecho de que la Iglesia es perenne— mirarán hacia el Cielo, con la esperanza puesta en Aquél que ha de venir y poner fin al tremendo montaje de la farsa y de la iniquidad: Cuando comiencen a suceder estas cosas, levantáos y alzad vuestras cabezas, porque se acerca vuestra liberación.[4]

 (Continuará)


[1] Esta especulación, escrita en su momento, y puesto que ya ha sido confirmada por los hechos, carece por lo tanto de demasiada transcendencia. Al Pontificado de Benedicto XVI ha sucedido el del Papa Francisco.

[2] Lc 18:8.

[3] Jn 7:7.

[4] Lc 21:28.

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