¿Hay vida después de la muerte?

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Pregunta:

¿Qué bases tiene la Iglesia para afirmar que hay vida después de la muerte?

Respuesta:

Estimado:

Como bases tiene:

a) Fundamentos filosóficos basados en la inmortalidad del alma (y esta inmortalidad se demuestra por la inmaterialidad y espiritualidad de la misma); esto es una verdad de orden filosófico y natural; por esta razón llegaron a descubrirla los filósofos paganos como Platón y Aristóteles. Puede ampliar este tema en los libros de historia de la filosofía y en los manuales de antropología filosófica.

b) En la historia de los pueblos y en la historia de las religiones: es sentir común y universal de todos (o casi todos) los pueblos y civilizaciones la creencia de la pervivencia del yo personal después de la muerte. Esta universalidad debe, pues, tener una base natural.

c) En la Revelación Bíblica. Es una verdad enseñada de modo constante en la Sagrada Escritura que después de esta vida la vida sigue. Mt 10,28: No temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma (psyché); temed más bien al que puede arruinar cuerpo y alma en la gehenna.

Por esto dice: ‘La Iglesia enseña que cada alma espiritual es directamente creada por Dios -no es ‘producida’ por los padres-, y que es inmortal: no perece cuando se separa del cuerpo en la muerte, y se unirá de nuevo al cuerpo en la resurrección final’ (Catecismo, n. 366).

Le recomiendo a este respecto, el documentado libro de Cándido Pozo, Teología del más allá (BAC, Madrid 1968), o Antonio Royo Marín, Teología de la Salvación (BAC, Madrid 1965).

P. Miguel A. Fuentes, IVE

 

Tomado de:

http://www.teologoresponde.org/

 

Mi herencia en el momento de la muerte

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Queridos hermanos, me viene a la mente unas palabras de la beata Isabel de la Trinidad, carmelita descalza, que suspiraba en su lecho de muerte ante el crucifijo que sostenía entre sus manos: ¡Cuánto nos hemos amado! ¡Qué herencia más hermosa y gozosa! Esta es la verdadera herencia del alma, una herencia que es pasado, presente y futuro; en realidad, es una herencia única, pues es un eterno presente. Herencia imperfecta en la tierra, perfectísima en el Cielo.

Si hemos de plantearnos qué herencia dejaremos tras nuestra muerte, no cabe  más que una: mi herencia en virtudes, mi herencia virtuosa y santa; mi herencia llena de amor de Dios; mi herencia de muerte a mí mismo. Herencia de rechazo al pecado, al mundo y al demonio. Herencia crucificada con Cristo en la “cruz” personal de cada uno.

¿Puede haber en el momento de la muerte otra herencia distinta? Pobre y desgraciada el alma si en sus últimos momentos sólo piensa en su herencia “terrenal”, en sus obras materiales, en esas acciones que el mundo elogió y aplaudió; en sus merecimientos personales, en sus capacidades personales, en su valía personal; en su “obra” que deja para otros. Infeliz el alma que en sus últimos momentos mira hacia atrás, y no hacia adelante, hacia el futuro inminente en que será juzgada por todo lo que hizo, y dejó de hacer  en el pasado. Infeliz si mira hacia atrás, no para arrepentirse de sus pecados, sino para vanagloriarse de la “herencia” que ha construido. Dichosa el alma que en el lecho de muerte mira hacia atrás con verdadero dolor por no haber cumplido con el plan divino en ella. Dichosa el alma que en sus últimos momentos anhela el perdón divino, los último sacramentos.

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Meditación: De lo que sucede al alma saliendo del cuerpo

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Para el primer miércoles de Adviento 

PUNTO I. Considera cómo sale sola el alma del cuerpo, y va por aquellas regiones no conocidas sin compañía alguna más que la de sus obras; de manera que aunque esté asistida en la muerte de religiosos parientes y amigos, al salir todos se queda sola, y ninguno la acompaña; y así como entramos solos en este mundo, solos saldremos de él, sin que haya diferencia del grande al pequeño, o del noble al plebeyo, ni del rico al pobre; cada uno irá acompañado de sus obras, las buenas para salvarse, y las malas para condenarse; y los ángeles buenos y malos los seguirán también, para asistir al juicio que ha de hacer Dios de su vida, y la cuenta que les ha de pedir de todas sus acciones. Saca de aquí cuanto te importa atesorar buenas y santas obras para aquel tiempo; y excusar las malas, porque no te sigan para condenarte, la devoción que debes tener con el Santo Ángel de tu Guarda, para que entonces te acompañe y ampare, defienda de todos tus enemigos, y ruégale que te encamine por la senda verdadera de tu salvación.

PUNTO II. Considera cómo luego, sin dar más plazos, va el alma al juicio de Dios a dar cuenta de toda su vida en su rectísimo tribunal (este juicio, según la mas común opinión, se hace en el mismo sitio y lugar a donde cada uno muere, o en otro cercano a él entre el cielo y la tierra). Contempla a Cristo en su tribunal como juez, y a tu alma con su esencia como reo; a los dos lados el Ángel de la guarda y el demonio más abajo, y que allí te piden cuenta menudísima de cuanto has dicho, pensado, imaginado, deseado y obrado en este mundo sin que te valgan excusas, ni llantos, ni ruegos, ni dolor de lo cometido, ni propósitos de enmienda en adelante: mira con atención qué responderás a Dios por tanto número de cargos como entonces te hará, de las gracias que te hizo, de las inspiraciones que te dio, de las ocasiones de ser santo, de lo que dejaste de hacer bueno, y de lo que hiciste malo, y de la tibieza y faltas que cometiste en las buenas obras, tan llenas de escoria que es necesario purificarlas con el fuego: acuérdate que San Bernardo dice de sí, que se halló alcanzado en la cuenta que Dios le pidió en un rapto; y si un tan gran Santo no tuvo qué responder a muchos de sus cargos, ¿qué será de ti en aquel tribunal? Y por tanto saca de esta meditación ajustar ahora con tiempo las cuentas de tu vida con Dios, y enmienda lo pasado, y pídele gracia y tiempo para corregir tu vida y disponerla para el Juicio.

PUNTO III. Considera la sentencia que dará Dios al bueno, y la que dará al malo: al bueno dirá: Alégrale, siervo fiel, y entra en el gozo de tu Señor a gozar el premio de tus merecimientos; y al malo lanzará en el infierno, diciéndole: Apártate de mí, maldito, a penar en el fuego eterno: mira como llegan los ángeles a llevar al bueno al cielo, y Cristo le pone a su lado, y ya con él triunfando al reino de su gloria, bañado del gozo por la dicha felicísima que ha alcanzado. ¡Oh que alegría tendrá por la penitencia que hizo, y por la limosna que dio, y por la obediencia y humildad y las demás virtudes que ejercito y dará por bien empleados todos los trabajos pasados por el gozo y felicidad presente!; y al contrario, el malo será luego arrebatado por los demonios de la presencia de Cristo y llevado y con inexplicable dolor a los tormentos eternos, lamentando su desgracia, y llorando sus engaños, y maldiciendo sus gustos y las pretensiones que tuvo en este siglo, con que granjeó las penas que padece. Saca de aquí grande temor de DIOS y propósitos firmísimos de vivir ajustadísimamente a su santa ley, de no cometer un pecado por todo el mundo y despreciarlo todo por el bien de tu alma, apartando de ti todo lo que te puede apartar de Dios.

PUNTO IV. Carga ahora la consideración sobre lo dicho en estas dos meditaciones, y contempla con atención cuán diferente muerte tendrán los justos y los pecadores, porque a los justos darán grande alabanza las buenas obras en que han gastado la vida, y esperan con su muerte heredar el reino eterno de la gloria, y los Ángeles los asistirán como al pobre y paciente Lázaro para llevarlos al cielo; y como se hallan desarraigados de la tierra, no tendrán la dificultad y sentimiento de dejarla, que tienen los pecadores, antes se consolarán viendo el fin de sus fatigas y el principio tan a la puerta de su descanso; y por el contrario los malos, que gastaron sus vidas en deleites, honras, riquezas y pasatiempos, como se hallan tan amigados en la tierra y barruntan el mal que les espera de su pleito, y ven a la puerta los tormentos eternos y a los verdugos gozosos para ejecutarlos en ellos, estarán angustiadísimos y morirán con dolores y rabias del corazón, empezando desde esta vida los tormentos que han de continuar en la otra. Por eso, dice el Espíritu Santo que es amarguísima la memoria de la muerte a los que tienen paz y concordia en sus riquezas. Supuesto lo cual, y que necesariamente has de morir y tener una de estas dos muertes, y que necesariamente ha de caber una de estas dos suertes, o ir al cielo o al infierno para siempre, saca de esta meditación desamigarse con tiempo de todo lo que te puede detener en este mundo, y vivir en él como peregrino y como ciudadano del cielo: muérete a él antes que mueras, y dispón tu vida de manera que tu muerte sea preciosa en el acatamiento del Señor.

Padre Alonso de Andrade, S.J

Tomado de:

adelantelafe.com

IMPRESIONANTE MEDITACIÓN: de la Muerte

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Para el primer martes de Adviento 

PUNTO PRIMERO: El Apóstol S. Pablo testifica, que así como todos hemos de parecer en el juicio; para dar cuenta de nuestras vidas, así también está determinado que todos, sin exceptuar alguno, pasemos primero por la muerte, que esta es una verdad tan infalible, que aunque las otras del juicio, infierno y gloria las sabemos por la Fe Divina, que no puede padecer engaño, esta la sabemos por la fe, y por la experiencia que nos muestra que todos somos mortales, y todos morimos, y cada día nos vamos acercando a la muerte, según lo cual el primer punto que se ha de meditar en esta materia es la certidumbre de la muerte, esta es infalible; y tú que estás leyendo esta escritura has de morir infaliblemente, y Dios está mirando el tiempo y el lugar y la enfermedad con que has de rematar la vida, sin que haya en esto réplica, ni apelación: piensa en esto, y mira lo que te conviene hacer para el poco tiempo que has de vivir, y luego da un paso más adelante, y medita que así como es cierto que has de morir, no sabes cuándo, y cómo morirás, porque no tienes día, ni hora segura, y no la tienes, para que no te asegures en alguno, mas estés siempre velando y apercibido, como dice Cristo, para su venida, la cual ordinariamente es cuando no la esperamos. Considera cuanto te importa que te halle el Señor apercibido, y pídele su gracia para no descuidarte ya más en negocio de tan grande monta.

PUNTO II. Considera  lo que advierte San Pablo, y es que no has de morir más que una vez, y si esta se yerra, no es posible remediarla: si pierdes una pretensión, puedes ganar otra en la que repares; y si una acción te sale mal, puedes restaurarla en otra; pero los yerros de la muerte no tienen reparo, ni hay como soldarlos o enmendarlos: piensa por una parte cuánto importa el morir bien; pues de la buena muerte depende la vida eterna, y conforme te hallare Dios en aquel trance has de quedar para siempre; y por otra mira cuántos riesgos hay en la muerte, y que los muy santos como san Hilarión, después de setenta años de soledad y penitencia, y San Arsenio después de cuarenta, temblaron al pasar aquel puerto, y se hallaron alcanzados de cuenta, y que si se yerra, no tiene remedio; y pues la buena muerte depende de la buena vida, trázala de manera en el acatamiento de Dios, que te dé firme esperanza de alcanzar lo que deseas, y puedas entonces antes gozarte que temer.

PUNTO lll. Considera qué cosa es morir, cómo precede la enfermedad, que es como la batería que va enflaqueciendo el muro para caer, las medicinas y dolores, las angustias y sobresaltos que se padecen en aquel trance; luego cómo poco a poco se van disminuyendo los sentidos, los ojos se quiebran, los oídos se entorpecen, el gusto se pierde, el tacto falta, la memoria no recuerda, el entendimiento se oscurece, y el corazón padece mortales congojas, y todo el hombre tiembla y se enfría, y los miembros quedan yertos como se llega su fin, y últimamente se desata el alma del estrecho vínculo que ha tenido toda la vida con el cuerpo, y queda exánime, frío y helado, y es desposeído de todo cuanto tenía en este mundo, honras, riquezas, parientes, amigos, criados y conocidos, y sale del mundo desnudo, como entró en él: esto es morir, y esto ha de pasar por ti. Contempla cuán grande yerro es gastar los días de tu vida en allegar riquezas y honras caducas y perecederas, que tan presto te han de dejar, y te has de hallar sin ellas cuando más las habías menester; y pide al Señor gracia para buscar las inmortales, y atesorar las eternas, que son las verdaderas, y que nunca te han de dejar.

PUNTO IV. Considera lo que te ha de suceder después de la muerte: mírate a ti mismo difunto, tan sin sentido como si fueras una piedra, que si no te mueven, no puedes moverte; cómo luego tratan de enterrarte, y echarte fuera de tu propia casa; mira cómo te amortajan con la vestidura más vieja y pobre que dejaste, y toda la hacienda la reparten entre sí los parientes; cómo te ponen sobre un paño en el suelo, o por grande honra en una caja, que te cubren con otro paño funesto y dos o cuatro luces a los lados con un santo Cristo en medio: aplica el oído a los responsos que te dicen, y a los clamores que dan las campanas por ti; mira luego cómo vienen los clérigos, te llevan a enterrar cantando letanías, y acabados los oficios te lanzan en la sepultura en compañía de los otros difuntos, y luego te cubren de tierra, y la igualan con un pisón de madera, o con una losa de muchas arrobas, y te dejan y se van a comer, y a cenar, y a dormir, y a negociar, y tú te quedas allí en aquel lóbrego y estrecho aposento, y poco a poco te van olvidando, como si no hubieras sido; da un paso adelante, y vuelve a mirarte de allí a ocho o quince días, y te hallarás tal, que no te atrevas a mirarte hirviendo de gusanos con un hedor intolerable: esto eres, y en esto has de parar, y este es el fundamento de todas las torres de viento que levantabas de tus estimaciones, y para este cuerpo apercibiste tantos regalos, y por él diste tantos pasos: este es el fin y paradero de todos; estudia en este libro, mírate en este espejo, y saca desengaño para conocer la verdad, y despreciar cuanto el mundo adora, y mira lo que quisieras haber hecho entonces, y haz lo que quisieras haber hecho cuando mueras.

Padre Alonso de Andrade, S.J

LLegará el día de mi muerte

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Es muy conducente a la salvación repetir a menudo: Llegará el día de mi muerte. La Iglesia renueva este recuerdo a los fieles el miércoles de ceniza de cada año. Pero esta idea de la muerte nos es representada frecuentemente en el curso del año, ya en los cementerios que encontramos en los caminos, ya en las sepulturas que vemos en la Iglesia, y ya finalmente en los mismos muertos que llevan a enterrar.

Los muebles más preciosos que han usado los anacoretas en sus grutas, eran una cruz y una calavera: aquélla para recordarles la muerte de Jesucristo por amor a los hombres, y ésta para que no olvidasen que eran mortales. Y asi perseveraban en la penitencia hasta el fin de sus días, y muriendo pobres en el desierto, morían más contentos que los monarcas en sus palacios.

Se acerca el fin, el fin se acerca. Uno vive más largo tiempo, otro menos; pero todos, tarde o temprano, debemos morir, y a la hora de la muerte el solo consuelo que experimentaremos será haber amado a Jesucristo y haber sufrido por su amor los trabajos de la vida.

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El cristiano sentido de la muerte

Contra el Halloween

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Cuando hace algunos años ya, en los ‘90s, escribíamos acerca de la concepción de la muerte en los tiempos hispánicos de la historia de América, a partir del estudio de cientos de testamentos de los siglos XVI al XIX, no nos imaginábamos el contexto actual en que la trivialización corre pareja a la tergiversación y el satanismo con el mal gusto o el culto a lo feo y a lo monstruoso. Me refiero a esta “moda cultural” que ha impuesto a los niños –y a los grandes– la celebración de lo deforme y bestial ocultando oscuras intencionalidades y suprimiendo el concepto cristiano de la muerte. Es que resulta que los mismos adultos que alientan el culto a lo monstruoso en los niños no llevarían jamás a un chico a un velorio o al cementerio para que no se “asuste” con la muerte. O sea está permitido jugar con la muerte y el infierno pero no es bien visto conocer la realidad del paso efímero del hombre por esta vida con destino a la otra. Está bueno pasarse horas viendo momias, zombies y esqueletos en la tele pero es muy “fuerte” que un niño o un joven se enfrente con la muerte verdadera para dar el último adiós al cuerpo de su abuelito, de su madre o de cualquier otro ser querido.

Para recuperar un sentido cristiano de la muerte –que no es posible sin un sentido cristiano de la vida–, me ha parecido que podría resultar de interés volver a repasar algunas de las lecciones que nos ha dejado nuestra historia en este sentido. ¿Por qué vivían y morían los hombres que nos antecedieron? ¿Cómo entendían y afrontaban el momento de la muerte? ¿Cuáles eran las disposiciones del “bien morir”?

Vayan también estas líneas como homenaje a todos los santos y a nuestros fieles difuntos que recordamos cada año los días 1 y 2 de noviembre.

* * *

El largo y detenido estudio, utilizando como fuentes históricas testamentos de los siglos XVI al XIX[1], nos ha mostrado que en esos trescientos años de la larga y sustanciosa sementera hispánica, lenta y tranquilamente, se conformó el hombre americano y argentino, el estilo de vida y la peculiar forma de ser del hombre de estas tierras. Esa exaltación severa de la vida, esa contemplación serena de la muerte, ese acendrado fervor religioso formaron parte de las virtudes que heredó el criollo. Nuestras comunidades fueron gestadas y vieron la luz en una sociedad afianzada firmemente en la fe cristiana, con un sentido de la vida profundamente religioso que imprimió su sello en la vida e incluso la muerte de aquellos hombres.

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Sentido de la muerte cristiana III

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Dos posiciones diferentes: Los hombres ante la Muerte o Jesús ante la Muerte

Salvo que estén imbuidos del espíritu de Jesucristo, resulta imposible para los hombres dejar de adoptar una postura fatalista ante la Muerte. La Muerte es para ellos el final inevitable, la suma de todas las desgracias y el mayor de todos los infortunios. La mayor parte de las veces no saben reaccionar ante ella sino con el dolor y el llanto, rayanos con frecuencia en la desesperación.

Y apenas nadie cae en la cuenta del hecho de que la muerte, si bien siempre tuvo el carácter de castigo por causa del pecado, fue definitivamente vencida y cambiada su condición de punición por la de gloria. A pesar de lo cual sigue teniendo para la paganía el carácter exclusivo de castigo, si bien ahora bajo un doble concepto. Pues ya no es meramente un castigo, sino castigo que se niega a ser redimido ni a renunciar a su condición de ser objeto de una maldición.

De tal manera que la Muerte, que antes de Cristo era efectivamente merecedora de dolor y de lágrimas, después de que los hombres han rechazado la Salvación que Él vino a proporcionarles, ha adquirido un nuevo carácter añadido de desesperación y de maldición para aquellos que la sufren, bien sea directa o indirectamente.

Y es que los hombres se han empeñado en vivir dentro del absurdo. Pues ya hemos dicho que no han querido enterarse de que la Muerte ya había sido definitivamente vencida:

—¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu victoria?[1] Sigue leyendo

Sentido de la muerte cristiana II

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La hija de Jairo

La narración de la resurrección de la hija de Jairo, relatada por los tres sinópticos, contiene dos detalles peculiares que no aparecen en las restantes crónicas de los milagros de la misma índole realizados por Jesucristo. Aparentemente circunstanciales y sin importancia, son sin embargo pormenores dignos de atención cuando se los examina mas detenidamente, como suele ocurrir con frecuencia con otros episodios evangélicos.

El primero lo narra solamente San Marcos, que es el que hace notar la reconvención dirigida por Jesucristo al gentío que se había reunido en la casa del duelo:

—¿Por qué alborotáis y estáis llorando?

En cuanto al segundo, son los tres sinópticos los que cuentan las extrañas e insólitas palabras de Jesús que provocaron las risas y las burlas de la gente:

—La niña no está muerta, sino que está dormida.


(a) Una algarabía desatinada

Es evidente que la reprensión de Jesús a la gente, a causa del alboroto —¿Por qué alborotáis y estáis llorando?— contiene la advertencia implícita de que lo que se estaba haciendo carecía de sentido.

Y efectivamente así era, aunque haya que tener en cuenta que los hombres realizan a menudo cosas sin sentido cuando creen que no pueden actuar de otra manera, o bien cuando piensan que así les conviene; aunque luego nunca sepan explicar sus modos de comportamiento. En esta ocasión la algarabía estaba producida por un conjunto de llantos (sinceros, o pagados en el caso de las plañideras), de gritos y de pésames (en mayor o menor grado de sinceridad), y el acompañamiento de músicos junto al concurso de gente formado por amigos y vecinos. Es imposible saber cuál fue el momento, a lo largo de la Historia del hombre sobre la Tierra, en que al dolor profundo por la muerte de un ser querido se fue añadiendo paulatinamente el acompañamiento de bullicios y hasta de celebraciones.

Todo lo cual viene a ser, en definitiva, la expresión más clara del asombro y la consternación experimentados por el hombre ante el hecho, inexplicable e incomprensible, de la muerte y de las causas que la producen. ¿Por qué necesariamente ha de acabarse la vida de un ser humano? Y lo que es más pavoroso todavía: ¿Qué es lo que hay más allá de la muerte? Pues es de notar, acerca de este último punto, que los hombres, lo confiesen o no e incluso aunque muy a menudo lo nieguen insistentemente, nunca han podido desterrar el pensamiento de queefectivamente existe algo al otro lado de este misterio. Sigue leyendo

Sentido de la muerte cristiana

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Dime, Amado de mi alma

dónde pastoreas, dónde sesteas al mediodía…

(Ca 1:7)

 

Resurrección del hijo de la viuda de Naín

La resurrección del hijo de la viuda de Naín, narrada por el evangelista San Lucas, es un conmovedor episodio milagroso llevado a cabo por Jesucristo.

Siguiendo la letra del texto evangélico no es difícil imaginar el escenario. Jesús llega hasta la entrada del villorio, seguido como siempre de una gran muchedumbre, justo en el momento en que el cortejo fúnebre se dirige al lugar del enterramiento. El cadáver era el de un adolescente hijo único de su madre viuda, y era transportado seguramente sobre unas angarillas envuelto en un sudario. La infeliz mujer lloraba amargamente detrás del cadáver, a la que seguirían probablemente las plañideras y los músicos, según las costumbres de los ritos funerarios de la época. Tras el cortejo, parientes, conocidos y los habitantes del pueblo, tal como suele ocurrir en los lugares de muy poca población.

Es entonces cuando Jesús, que llegaba al pueblo acompañado de sus seguidores, se encuentra frente a la comitiva fúnebre que salía. Añade el texto que al percatarse de la mujer que sollozaba tras el cadáver, al instante se compadeció de ella.

Se produciría un gran silencio cuando Jesús se dirigió hacia la desconsolada viuda que acababa de perder a su único hijo, mientras que un ambiente de respetuosa expectación se extendería sobre la muchedumbre. Entonces pronunció Jesús unas cortas y consoladoras palabras cuando la mujer lo contemplaba con extrañeza y asombro:

—No llores.

Se dirigió a continuación hasta el cadáver y los que lo llevaban se detuvieron. El estilo esquemático y compendioso propio de los Evangelios no añade aquí otros pormenores accidentales. Pero es evidente que el suceso retrata el momento solemne del enfrentamiento, que tuvo lugar cara a cara, entre la Muerte y Aquél que dijo de Sí mismo Yo soy la Vida.[1] Sigue leyendo

La muerte como final o como principio (II)

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6 noviembre, 2015

(b) Una muerte que sólo es sueño

Las palabras de Jesús pronunciadas ante el deceso de la hija de Jairo, además de ser las más extrañas jamás oídas ante el acontecimiento de la muerte, sonaron como un estruendo que alteró el ánimo de los asistentes: La niña no está muerta, sino dormida. Por eso la concurrencia reaccionó con risas y burlas, que es lo que suelen hacer los hombres ante algo inesperado que los asombra a la vez que los desconcierta.

Tal vez sería oportuno comenzar este apartado con las conocidas palabras de San Pablo: Porque ya es hora de que despertéis del sueño.[1] En donde por supuesto el Apóstol hablaba en sentido figurado y sin referirse al sueño natural. Como tampoco Jesucristo tenía intención de aludir a la muerte natural cuando aseguró que la niña estaba solamente dormida, que es cosa que está en plena consonancia con su doctrina de no llamar Muerte sino solamente a la que lleva consigo la eterna condenación (Jn 6:50–51; 6:58).

Pero entonces, ¿qué quiso decir San Pablo al dirigir esa advertencia a los Romanos? ¿Y qué significado debe atribuirse a las palabras de Jesucristo cuando habla de la situación de la niña fallecida?

Pero si cabe atribuir a la vida presente la condición de sueño —en el sentido que fuere— se da entrada necesariamente a una nueva serie de preguntas: ¿Acaso es la vida presente un sueño y sólo se puede pensar en la futura como vida real? ¿O es más bien al revés? Y en el supuesto de que sea la vida presente solamente un sueño, ¿en qué sentido lo es y cual es su proyección determinante con respecto a la vida futura? Sigue leyendo

La muerte como final o como principio (I)

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29 octubre, 2015

Dime, Amado de mi alma
dónde pastoreas, dónde sesteas al mediodía…
(Ca 1:7)

Resurrección del hijo de la viuda de Naín[1]

Es el evangelista San Lucas el que cuenta el conmovedor episodio de la resurrección, por el poder de Jesucristo, del hijo de la viuda de Naín.

Siguiendo la letra del texto evangélico podemos imaginarnos el escenario. Jesús llegaba a la entrada del villorio, seguido como siempre de una gran muchedumbre, cuando salía el cortejo fúnebre camino del lugar del enterramiento. Unas cuantas personas transportaban unas angarillas sobre las que iba el cadáver de un adolescente, envuelto seguramente, según era costumbre, en un sudario sujeto al cuerpo con algunas ligaduras. El joven era hijo único de su madre, según especifica el texto que además añade que era viuda. La infeliz mujer iba llorando amargamente tras el cadáver, seguida probablemente por las plañideras y por los músicos, según las costumbres de los ritos funerarios de la época. Tras el cortejo, parientes y conocidos, todo el pueblo probablemente, tal como suele ocurrir en los lugares de muy pocos habitantes.

Fue en ese momento cuando Jesús y sus seguidores, que llegaban al pueblo, se encontraron frente a la comitiva fúnebre que salía. El texto subraya que Jesús, percatándose enseguida de la pobre mujer que sollozaba tras el cadáver, se compadeció de ella. Sigue leyendo