BEATO BERNARDINO DE FOSSA, Fraile franciscano


(1503)

Historiador y escritor ascético, de la Orden de Frailes Menores. Nacido en Fossa, de la diócesis de Aquila, Italia, en 1420; muerto en Aquila, el 27 de noviembre de 1503.


El beato Bernardino perteneció a la antigua y noble familia de los Amici, y a veces lleva el nombre de Aquilano, a causa de su larga residencia y fallecimiento en la mencionada ciudad. Hizo sus primeros estudios en la ciudad citada y luego se trasladó a Peruggia para continuar sus estudios en Derecho Canónico y Civil. El 12 de marzo de 1445 recibió el hábito Seráfico de Santiago de las Marchas quien entonces predicaba un ciclo de sermones Lenten en Peruggia.


Desde el momento en que entró en la Orden, Bernardino nunca cesó de avanzar en perfección religiosa; y el éxito con que coronó sus labores misioneras a través de toda Italia, así como en Dalmacia y Serigona, lleva testimonio de su eminente santidad de vida.
Bernardino desempeñó el cargo de Provincial de las Provincias de San Bernardino y de las de Dalmacia y Bosnia, y habría sido electo Obispo de Aquila, pero su humildad le inhibiría de aceptar tal dignidad. Su culto fue aprobado por León XII el 26 de marzo de 1828. Su fiesta se celebra en la orden Franciscana el 7 de noviembre. Los escritos del beato Bernardino incluyen varias homilías y diversos opúsculos ascéticos e históricos, entre los que el último, «Chronica Fratrum Minorum Observantiae», merece una mención especial. Esta interesante crónica fue primeramente editada del manuscrito autógrafo por Leonard Lemmens O. F. M., con un prefacio sobre la interesante vida del beato Bernardino y unas estimación crítica de sus escritos. También se puede mencionar que el beato Bernardino fue el autor de la primera Vida de su patrono, San Bernardino de Siena.

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BEATO JUAN ROBINSON, Mártir

1 de octubre

El Beato Juan Robinson, nació en Ferrensbery, en el Yorkshire. Cuando quedó viudo, pasó a Reims, donde su hijo Francisco estudiaba también para el sacerdocio. Recibió la ordenación sacerdotal en 1585. Fue arrestado en cuanto puso el pie en tierra inglesa. Después de pasar algún tiempo en la prisión de Clink, en Londres, compareció ante el tribunal, que le condenó a muerte. El día en que llegó a Ipswich la autorización oficial para la ejecución (28 de septiembre de 1588), el beato «se llenó de alegría, regaló todo su dinero al portador de la autorización y cayó de rodillas para dar gracias a Dios».

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BEATO EDUARDO JAMES, Mártir

1 de octubre

El Beato Eduardo James nació en Breaston, en Derbyshire. Fue educado en el protestantismo en la escuela de Derby y en St. John’s College de Oxford. Después de su conversión, se trasladó a Reims y más tarde a Roma, donde recibió la ordenación sacerdotal de manos de Goldwell de Saint Asaph. Ejerció su ministerio entre sus ciudadanos durante cinco años antes de ser arrestado junto con el Beato Rodolfo Crockett y conducido a la prisión de Londres. Allí ambos permanecieron más de dos años y medio. Después del fracaso de la Armada Invencible, comparecieron ante el tribunal de Chichester, que decidió hacer con ellos un escarmiento.

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BEATO RODOLFO CROCKETT, Mártir

1 de octubre

Rodolfo Crockett, como Eduardo James, fue martirizado en Chichester. Nació en Barton-on-the-Hill, en Cheshire. Hizo sus estudios en el Christ’s College, de Cambridge, y en Gloucester Hall de Oxford. Había ejercido en Anglia del este el cargo de maestro de escuela antes de pasar al colegio de Reims para prepararse para servir a Dios como sacerdote. Fue ordenado en 1586 y martirizado dos años después en Chichester junto con el Beato Eduardo James.

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BEATO ROBERTO WIDMERPOOL, Mártir

1 de octubre

 Roberto Widmerpool, el cuarto de los mártires de Canterbury, era un laico. Había nacido en Widmerpool, localidad de Nottinghmshire y había hecho sus estudios en el Gloucester Hall de Oxford, donde obtuvo el título de maestro de escuela. Durante algún tiempo, fue tutor de los hijos del conde de Nortumbría. Se le acusó de haber ayudado a un sacerdote al darle refugio en la casadel conde. Antes de ser ahorcado, el beato dio gracias a Dios por haberle concedido el privilegio de morir por la fe en la misma ciudad que Santo Tomás Becket.

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BEATO CRISTÓBAL BUXTON, Mártir

1 de octubre

Cristóbal Buxton nació en Tideswell, Derbyshire. Tuvo como profesor en la escuela al Venerable Nicolás Garlick e hizo sus estudios sacerdotales en Reims y en Roma. Fue ordenado sacerdote en 1586 y ejerció su ministerio durante tres años antes de morir martirizado en Canterbury. Tanto el Beato Cristóbal Buxton, como los beatos Roberto Wilcox y Eduardo Campion, fueron condenados por haber vuelto al reino en calidad de sacerdotes. El Beato Cristóbal era el más joven de los mártires. Los verdugos creyeron que conseguirían amedrentarle obligándole a presenciar el martirio de sus compañeros, pero, cuando le ofrecieron la libertad al precio de la apostasía, Cristóbal replicó que prefiriría morir mil veces antes que aceptar tal proposición. En la prisión de Marshalsea escribió un «Rituale», que se conserva todavía como una reliquia.

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BEATO EDUARDO CAMPION, Mártir

1 de octubre

Eduardo Campion (cuyo verdadero apellido era Edwards), nació en 1552 en Ludlow, Shropshire, en el seno de una buena familia. Pasó dos años en el Jesus College, de Oxford. Cuando se hallaba al servicio de Gregory, décimo Lord Dacre de el South, se reconcilió con la Iglesia de la que se había alejado. Fue a estudiar a Reims a donde llegó el el 22 de Febrero de 1586, allí donde tomó el nombre de Campion. Fue ordenado subdiácono en Laon, el 18 de Septiembre, diácono en, el 19 de diciembre del mismo año, y sacerdote a principios del año siguiente, en Cuaresma, siendo adjudicado a la Diócesis de Canterbury. Inmediatamente volvió a Inglaterra, siendo arrestado el 18 de marzo de 1587 en Sittingbourne, siendo encarcelado primero en Newgate y luego en Marshalsea. Murió mártir por no querer renegar de la fe, en 1588. Fue beatificado en 1929.

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BEATO ROBERTO WILCOX, Mártir

1 de octubre

Roberto Wilcox nació en Chester en 1558. Hizo sus estudios sacerdotales en Reims, a donde llegó el 12 de agosto de 1583. Recibió la tonsura y las órdenes menores el 23 de septiembre del año siguiente. Fue ordenado subdiácono el 16 de marzo, diácono el 5 o 6 de abril, y sacerdote el 20de abril de 1585, recibiendo todas estas órdenes en Reims. fue enviado a la misión inglesa el 7 de enero de 1586. Empezó a trabajar en Kent; pero ese mismo año fue arrestado y encarcelado en Marshalsea. Condenado a muerte, fue ahorcado, arrastrado y descuartizado en las afueras de Canterbury, en el sitio llamado Oaten Hill. Con él murieron los beatos Beato Eduardo Campion, Cristobal Buxton y Roberto Widmerpool. Fue beatificado en 1929.

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BEATO GUILLERMO DE TOULOUSE,Duque de Aquitania

18 de Mayo

Se desconoce la fecha del nacimiento de Guillermo. De los pocos datos de su vida consta que era conde de la ciudad de Tolouse, en Francia, y más tarde fue nombrado duque de Aquitania por Carlomagno.
   La fe y la cultura cristiana fueron gravemente amenazadas por la invasión de los árabes a Francia del Sur, en el año 793. Guillermo organizó la formación de un ejército que con grandes sacrificios detuvo la ola invasora de los musulmanes. No sólo esto, sino que preparó también una contraofensiva.
   No hubo muchos príncipes y caballeros cristianos que acompañaran a Guillermo, porque creyeron que las fuerzas limitadas de los cristianos no eran capaces de realizar un ataque a las fuerzas invasoras. Pero él confiaba en la ayuda de Dios y supo animar a sus tropas con tal fervor, que los árabes tenían que retirarse.
   Las crónicas refieren que Guillermo de Aquitania ayudó más tarde a los católicos en España y cooperó con su ejército en la reconquista de Barcelona en el 801. Regresando a su patria, el duque se dedicó a reedificar su ducado remediando las grandes destrucciones que había dejado la guerra, particularmente en las pequeñas poblaciones y en el campo. El emperador Carlomagno quiso dar a Guillermo otros terrenos en recompensa por su lucha heroica, pero éste le manifestó su intención de dejar el mundo y retirarse a la vida monástica. «No quiero honores, ya que solamente cumplí con mi deber. Como los árabes han sido definitivamente rechazados de nuestras tierras, quiero ponerme ahora la armadura de Dios». En el año 806 se retiró Guillermo al convento, que él mismo había fundado algunos años atrás, vivió como fraile sencillo y buscó los trabajos más humildes.
   Murió el 28 de mayo de 812 y fue canonizado por el Papa Alejandro II.
   El poeta Wolfram von Escenbach, autor de la poesía de Pársifal, vio en Guillermo una de las figuras ideales de un caballero cristiano. El ejemplo de Guillermo de Aquitania movió en el tiempo de las Cruzadas a muchos hombres nobles europeos a dejar la familia y la patria para luchar y morir en Tierra Santa.
   La fiesta de este Guillermo se celebra, particularmente en Francia y Alemania, el 28 de mayo.

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BEATA RAFAELA MARÍA DEL SAGRADO CORAZÓN, Virgen

18 de Mayo

La Beata Rafaela María del Sagrado Corazón aparece en la Iglesia durante el siglo XIX. Porque es el siglo del liberalismo triunfante, ella y sus hijas se ceñirán las cadenas de una esclavitud de amor; y por que se intensifica la sagrada pasión del Cuerpo místico de Cristo, -su Vicario Pío IX bajaría a la tumba coronado de espinas- ungirán ellas ese Corazón llagado con la suave unción de su amor reparador y eucarístico. Espíritu éste de perenne actualidad, ya que hasta el fin de los tiempos, Cristo viviente en su Iglesia, ofrecerá al Padre holocausto de reparación, intercesión y amor.

   Mas, ¿cómo iban a sospechar estos misteriosos y futuros destinos los cristianos y ricos terratenientes de Pedro Abad don Ildefonso Porras y doña Rafaela Ayllón, cuando amorosamente se inclinaban sobre la cuna de aquella niña -la décima de sus trece hijos-, que había venido al mundo precisamente el primer viernes de marzo -día – de 1850? Una fecha después llega para ella el que alguna vez llamará «el día más grande de nuestra vida», el de su bautismo.

   Para santa quería Dios a aquella niña y en tierra de santos la había hecho nacer. Más que de los califas, es Córdoba la ciudad de Eulogio y Speraindeo, de álvaro y las vírgenes Flora y María, de los innumerables mártires. Con razón exclamará Rafaela: «Somos hijos de santos, ¡no degeneremos!»

BEATA JULIANA DE NORWICH, Virgen

13 de Mayo

Santa Juliana de Norwich, es célebre por sus revelaciones y escritos místicos. Fue una mástica inglesa del siglo catorce, autora o destinataria de la visión contenida en el libro: «Dieciséis Revelaciones del Amor Divino». Su nombre original parece haber sido «Julian». Probablemente fue una monja Benedictina, viviendo recluida en un fondeadero del cual aún quedan rastros en la parte este del cementerio de «St. Julian» en Noruega, que perteneció a Carrow Priory. De acuerdo a su libro, esta revelación le fue «mostrada» el 8 o 14 de Mayo (los escritos difieren) de 1373, cuando ella tenía treinta años y medio de edad. Esto nos refiere su nacimiento al final del año 1342. Su declaración que «por treinta años después de la aparición, me había estado instruyendo interiormente», prueba que el libro no fue escrito antes de 1393. Un manuscrito del siglo quince, recientemente reclamado por el Museo Británico de la librería de Amherst, señala que «ella aún vive, en el Año del Señor 1413». Es probable que éste sea el manuscrito citado por Francis Blomefield, el historiador de Norfolk del siglo dieciocho, y que un malentendido de la fecha condujo a la afirmación de que aún vivía para 1442. Se han hecho intentos por identificarla con Lady Julian Lampet, el ancla de Carrow, pero esto resulta imposible. El manuscrito recientemente descubierto se diferencia considerablemente de la versión completa hasta ahora, de la cual sería una especie de condensación, carente de un inicio y un final. Sólo se sabe de la existencia de tres manuscritos realizados más adelante y que contienen el texto completo. El más reciente, ubicado en la Biblioteca Nacional de París (en base al cual el libro fue editado por vez primera por Serenus de Cressy en 1670), data del siglo dieciséis; los otros dos, ambos en el Museo Británico y no independientes uno del otro, pertenecen al diecisiete. La mejor versión de las últimas es evidentemente una copia del primer original.

   Cualquiera sea su fecha exacta, éstas «Revelaciones» o «Epifanías», son el fruto más perfecto del misticismo tardío medieval de Inglaterra. Juliana se describía a sí misma como «una simple criatura iletrada» cuando las recibió; pero en los años consistentes entre la visión y la composición del libro, ella evidentemente adquirió importantes conocimientos en la terminología teológica. Su obra parece mostrar la influencia de Walter Hilton, como también el manejo de analogías neo-platónicas y la última probablemente derivada del autor anónimo de «La Divina Nube de lo Desconocido». Hay un pasaje concerniente al lugar del costado de Cristo por el que toda la humanidad deba ser salvada, que arguye un conocimiento con las cartas de Santa Catalina de Siena. La penetración psicológica con la que describe su condición, distinguiendo la forma de su visión y reconocimiento cuando tiene que lidiar con una mera desilusión, es digna de Santa Catalina de Siena. Cuando aparentemente estaba agonizando, en la enfermedad corporal por la que había rezado para renovar su vida espiritual, pasa a un trance mientras contempla un crucifico, y tiene la visión del sufrimiento de Cristo «en el que todas las revelaciones que siguen se apoyan y unen».

   El libro es el registro de la meditación de veinte años en esa única experiencia. Más de quince años después, recibió «en entendimiento espiritual» la explicación, la clave para toda experiencia religiosa. Con esta iluminación, el misterio entero de la Redención y el propósito de la vida humana se le clarifican, e incluso la posibilidad del pecado y la existencia del mal no la preocupan, pero estaba «hechizada por el amor». Ésta es la gran proeza, que trasciende nuestra razón, que la Santísima Trinidad hará el día final. Como Santa Catalina, Juliana tiene poco del dualismo del cuerpo y alma que es común en los místicos. Dios está en nuestra «sensualidad», así como en nuestra «sustancia», y el cuerpo y el alma prestan mutua ayuda. El conocimiento de Dios y el conocimiento de uno mismo son inseparables: «Dios está más cerca de nosotros que nuestra propia alma», y «cayendo y levantándonos nos mantenemos preciosamente para siempre en un amor». Juliana le pone especial acento a la «sencillez» y a la «cortesía» del trato de Dios hacia nosotros. Con esto debemos corresponder con una feliz confianza; «fallar de comodidad» es el «mayor descuido» en el que el alma puede caer. En la Santísima Virgen el Señor hará que la humanidad vea cuánto la ama. A lo largo de su revelación Juliana se somete a la autoridad de la Iglesia.

   Santa Juliana de Norwich, es uno de los más asombrosos ejemplares que el cristianismo ofrece como apasionados del sufrimiento. Todos los días pedía tres gracias: sentir hondamente la pasión de Cristo, padecer graves enfermedades por su gloria y vivir unida con Dios. A los treinta años cayó enferma y el resto de su existencia fue una agonía terrible.

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BEATO ALBERTO DE BERGAMO, Tercera Orden Dominica

11 de Mayo

Alberto pertenecía la Tercera Orden Dominica y, por eso, vivió como lego, a pesar de ser casado y estar dedicado a la vida de trabajo en el campo. Dueño de una sensible  generosidad, pasó su vida ayudando a los necesitados, distribuyendo alimentos y dinero.

   Además, hizo numerosas peregrinaciones, sobre todo a Santiago de Compostela, prestando sus servicios a otros peregrinos a todo lo largo del camino, que era recorrido a pie.

   También visitó Roma y Tierra Santa.  Murió en Cremona, en Italia. Después de su muerte, le fueron atribuidos muchos milagros,  siendo su generosidad, marca distintiva de su persomalidad, famosa hasta nuestros días.

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BEATO MATEO LE VAN GAM , Mártir

11 de Mayo

 El trabajo misionero, llevado a cabo desde el inicio del siglo XVI y consolidado con los primeros Vicariatos apostólicos del Norte (Dáng-Ngoái) y del Sur (Dáng-Trong) en el 1659, ha tenido en el trascurso de los siglos un admirable desarrollo.

   Desde los primeros años, la semilla de la Fe se ha mezclado, en el territorio vietnamita, con la abundante sangre de los Mártires, tanto del clero misionero como del clero local y del pueblo cristiano de Vietnam. Juntos han soportado las fatigas del trabajo apostólico, como si se hubiesen puesto de acuerdo, han afrontado incluso la muerte para dar testimonio de la verdad evangélica. La historia religiosa de la Iglesia vietnamita señala que han existido un total de 53 Edictos, firmados por los Señores Trinh y Nguyen o por los Reyes que, durante  más de dos siglos, en total 261 años (1625-1886), han decretado contra los cristianos persecuciones una más cruel que la otra. Son alrededor de unas 130.000 las víctimas caídas por todo el territorio nacional.

   A lo largo de los siglos, estos mártires de la Fe ha sido enterrados en forma anónima, pero su recuerdo permanece vivo en el espíritu de la comunidad católica. Desde el inicio del siglo XX, 117 de este gran grupo de héroes, martirizados cruelmente, han sido elegidos y elevados al honor de los altares por la Santa Sede en 4 Beatificaciones:

  • en el 1900, por el Papa León XIII, 64 personas
  • en el 1906, por el Papa S. Pío X, 8 personas
  • en el 1909, por el Papa S. Pío X, 20 personas
  • en el 1951, por el Papa Pío XII, 25 personas

   clasificadas así:

  • 11 españoles: todos Dominicos: 6 Obispos, 5 Sacerdotes;
  • 10 franceses: todos de las Misiones Extranjeras de París: 2 Obispos, 8 Sacerdotes;
  • 96 vietnamitas: 37 Sacerdotes (11 de ellos dominicos) y 59 Cristianos (entre ellos: 1 seminarista, 16 catequistas, 10 terciarios dominicos y 1 mujer).

   El Beato Mateo Le Van Gam, laico martirizado en el año 1874 en Saigón, Cochinchina, con su pequeña embarcación introducía misioneros europeos; sufrió por ello pena de cárcel durante un año y, finalmente, fue degollado por orden del emperador Thieu Tri.

BEATO VIVALDO o UBALDO, Eremita

11 de Mayo

Vivaldo (Ubaldo) nació en San Gimignano hacia la mitad del siglo  XIII; fue discípulo y compañero del Beato Bartolomé de San Gimignano, terciario franciscano, quien durante veinte años estuvo enfermo de lepra,  asistiéndolo Vivaldo hasta su muerte.
   Después, Vivaldo se retiró al bosque de Camporena, cerca de Montaione, donde vivió como ermitaño; un antiguo texto del siglo XVI dice que Vivaldo cavó  una celda en donde a duras penas podía arrodillarse. Por amor a Jesucristo perseveró en abstinencia de todas las cosas, con ayunos, vigilias y oraciones. Llegado el tiempo, un 1 de mayo, Dios le concedió el reposo eterno.
   Los Hermanos Menores construyeron un convento y varias capillas sobre el lugar de su ermita, obteniendo del Papa Leon X  en 1516, una indulgencia especial.
   Un antiguo libro “Compendium” Franciscano, señala el año 1300 como el de la muerte del beato Bartolomé y otros del siglo XVII el año 1320 como el de la muerte del beato Vivaldo, con fiesta litúrgica el 1° de mayo.
   Su culto fue confirmado por el Papa San Pío X el 13 de febrero de 1908.

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BEATO LUIS RABATA, Sacerdote

11 de Mayo

 La iconografía suele pintar o esculpir a nuestro beato de pie y con una palma en la mano y en la frente clavada una flecha que le causó la muerte.Nació en Erice (Trápani-Italia) en el año 1443. No sabemos muchas cosas de su nacimiento, niñez y juventud. 

   Dicen los Procesos de su Beatificación de los años 1533 y 1573 que sus padres eran muy buenos cristianos y de humilde posición. Educaron a Luis y a todos sus demás hijos en el santo temor de Dios. Sobre todo su santa madre influyó en su alma inspirándole una tierna devoción a Jesús Eucaristía y a la Virgen María. Fueron siempre estas dos devociones las que mayormente vivió y desplegó en su celo sacerdotal.

   De muy tierna edad, ingresó en la Orden del Carmen en el convento de la Anunciación de Trápani.

   Hizo su noviciado con grandes anhelos de perfección, entregándose más tarde por su profesión, al servicio de dios con admirable generosidad. Allí permanecían vivos los ejemplos maravillosos de San Alberto que, como él, había abrazado, siendo aún muy niño, la vida religiosa y que había gozado de tiernas apariciones de Jesús Niño. El joven Luis procuró imitar las virtudes de este gran Santo y, a decir de sus superiores y compañeros, parecía un doble del Santo tal como había llegado hasta ellos la historia de su vida. Su humildad sufrió dura prueba cuando los superiores le mandaron se ordenara de sacerdote, pues, en su anonadamiento, nunca se juzgó digno de tan excelsa dignidad.

   Una vez ya sacerdote, fue encargado por los superiores de la misión de predicar la palabra de Dios. Fuego eliano ardía en su corazón y no se daba descanso. Recorrió la mayor parte de los pueblos de Sicilia dejando en todos destellos de santidad. Ruidosas conversiones se realizaron por medio de su ardorosa palabra. Los milagros le acompañaban por todas partes. Muchos pecadores abandonaron sus caminos de perversión y no pocos incluso llegaron a abrazar la vida religiosa.

   Su prudencia y santidad de vida eran tan notorias que los superiores sometieron de nuevo su humildad a prueba nombrándole prior del convento de Randazzo,  que era uno de los conventos llamados «reformados», en los que se vivía con rigurosidad en la observancia regular: mortificación, silencio, oración… Luis era modelo para todos sus hermanos a pesar de que todos allí emulaban la más elevada virtud y luchaban por cumplir con la máxima fidelidad la Regla carmelita. Los Procesos de canonización (1533 y 1573) documentan la santa vida de nuestro Beato como ferviente religioso, que supo conciliar los deberes de una observancia impecable con los de su amor al prójimo, al que le obligaba su deber sacerdotal siempre iluminado por la caridad.

Al ver tanta santidad en un humilde religioso lleno de celo apostólico contra el vicio, un hombre perverso, Antonio Cataluccio, aprovechando la ocasión de que el Beato volvía de su postulación le arrojó una saeta a la cabeza, que lo dejó gravemente herido. Malamente pudo llegar a su convento y aunque pidieron al Beato que denunciara al agresor, nunca quiso decirlo sino que de todo corazón lo perdonó e hizo por él especial oración.Sufrió durante algunos meses fuertes dolores, que no le impidieron dedicarse a la más subida contemplación. El Señor le reveló su cercano fin y el término de sus trabajos. Recibidos los últimos sacramentos sin perder la paz y su total conformidad con la voluntad de Dios, exhaló su último suspiro el 8 de mayo de 1490. El papa Gregorio XVI, el 1842, aprobó su culto.

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Beato Jaime Ducket, Mártir

19 de abril

El Beato Jaime Ducket es particularmente interesante, ya que casi todas las sentencias de prisión pronunciadas contra él, así como la condena a muerte, se debieron a sus esfuerzos por propagar la fe, mediante la prensa católica. Había nacido en Gilfrotriggs, en Westmorland. En Londres aprendió el oficio de impresor. El estudio de un libro, llamado «El firme fundamento de la Religión Católica», le hizo dudar de la verdad del protestantismo, en el que había sido educado y, desde entonces, dejó de asistir a los oficios protestantes.

   El pastor de la iglesia de San Edmundo le mandó llamar; Jaime le confesó francamente que no pensaba volver a una iglesia protestante hasta que se le diesen argumentos más convincentes a favor del protestantismo. Por ello, fue condenado a dos años de prisión, uno en Bridewell y otro en Compter. Gracias a la intervención del impresor con el que trabajaba, Jaime fue puesto en libertad; pero a causa de la sentencia, su patrón juzgó más prudente despedirle.

   Jaime recurrió entonces a un anciano sacerdote, llamado Weekes, para que le instruyese. Por el momento, el sacerdote se hallaba preso en Gatehouse; pero dos meses más tarde quedó libre y lo primero que hizo fue instruir a Jaime en el catolicismo. La vida de Jaime fue realmente ejemplar. Se casó con una viuda católica, a la que quiso mucho. Su hijo, que fue más tarde superior de los Cartujos de Newport, escribió un relato del juicio y la muerte del beato. Jaime se dedicó a la venta de libros, «tanto para consuelo e instrucción de los católicos, como para que pudiesen ayudar a otras almas». Ese trabajo era tan peligroso en aquella época, que de sus doce años de matrimonio, Jaime pasó nueve en la prisión, en diversas ciudades de Inglaterra. La última vez fue denunciado por un tal Pedro Bullock, quien habían empastado varios libros para el beato,  y creyó que, delatándole, lograría conseguir una conmutación de la pena de muerte que había merecido por otro delito. Era falso que Jaime hubiese publicado las «Súplicas de la Reina» del P. Southwell, pero el beato confesó que poseía otros libros católicos. El jurado se rehusó al principio a condenarle por el testimonio de un solo testigo, pero el supremo magistrado, Popham,  pidió al jurado que reflexionase sobre su veredicto.  Bastó un breve receso para cambiar la sentencia; el jurado declaró al Beato Jaime culpable de felonía y le condenó a muerte. La esposa del beato fue a visitarle a la prisión llorando sin consuelo. Jaime le dijo: «Si me hubiesen nombrado secretario o tesorero de la reina, no llorarías. Pues ahora que voy a estar cerca del trono del Rey de los reyes no debe haber lágrimas. Desde arriba podré hacerte todavía más bien, con tal de que sigas sirviendo a Dios morir entre ladrones como mi Maestro y Señor». El beato perdonó de todo corazón a su delator, quien fue ejecutado junto con él, a pesar de su traición. Ambos fueron conducidos a Tybrun en el mismo carro. La esposa del beato le dio un poco de vino en Holborn Bars. Jaime repitió una vez más a Bullock que le perdonaba, le exhortó a morir en la iglesia católica y le dio un beso cuando les echaron la cuerda al cuello.

Robert Quardt. Los Santos del Año. Editorial Herder. Barcelona, España. 1958.

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BETA MARÍA DE LA ENCARNACIÓN, Viuda

18 de abril

Nació en París el 1 de febrero de 1566. Sus padres, nobles, se llamaron Nicolás y María.

   Desde muy niña fue encomendada como interna a las Hermanas Menores de la Humildad de Longchamp para que recibiera una digna educación.

   Estimulada por el amor divino que ardía en su corazón, pronto concibió un entrañable tedio a todas las cosas de la tierra.

   Su madre juzgó que su hija mudaría de actitud obligándola a alternar en el mundo con lo más granado de la sociedad, pero, viéndola cada día más retraída, mudó de proceder tratándola con rigores y aspereza.

   Frustrados sus anhelos de vida religiosa, tuvo que acceder al deseo de sus padres tomando por esposo a Pedro Acarie, señor noble y cristiano con el que tuvo siete hijos.

   Se dedicó por entero a la educación de sus hijos y a ayudar a toda clase de necesitados.

   Fue muy apreciada por los hombres y mujeres más insignes de su tiempo.

   En 1601, leyendo las obras de Santa Teresa, se sintió inspirada para introducir en Francia la reforma de esta gran carmelita y así inició su fundación y consiguió la autoriazación real y la bula pontificia para construir el primer monasterio.

   Después de muchas dificultades, llegaron por fin de España seis carmelitas descalzas y entre éstas la sierva de Dios Ana de Jesús y la Beata Ana de San Bartolomé, iniciando en París la vida regular.

   Seguidamente cooperó nuestra beata en la fundación de Pontoise de Digione y de Amiens en el que vio con alegría ingresar a tres de sus hijas. Por todos es considerada como la «Madre y fundadora del Carmelo Teresiano en Francia».

   Fallecido su esposo en 1613, vio por fin llegado el momento de poder realizar sus anhelos de vida religiosa ingresando ella también como hermana conversa y eligiendo para esto el convento más lejano y más pobre que era el de Amiens donde vistió el hábito el 7.4.1614.

   Por su delicado estado de salud, el 7 de diciembre 1616 fue enviada al Carmelo de Pontoise, donde, confortada por el viático y por éxtasis y visiones celestiales, entregó su alma al Señor el 18 de abril 1618.

   El Papa Pío VI la beatificó el 5 de junio 1791.

   Su cuerpo reposa en la capilla del convento de Pontoise.

   Su fiesta se celebra el 18 de abril.

Buen modelo para casados y religiosos es nuestra Beata.

   En sus treinta años de vida matrimonial sólo pretendió corresponder a la gracia del Señor por el perfecto cumplimiento de sus deberes, probando así cómo los cónyuges pueden alcanzar la santidad en su estado.

   Demostró su adhesión a la Santa Sede cuando la herejía protestante se extendía por Francia y se prodigó moral y materialmente durante el asedio de Paris, ardiendo de celo por la salvación de las almas y manifestándose favorecida por Dios con gracias místicas extraordinarias. Su sobrino, el Cardenal de Berulle, la veneraba como madre y san Francisco de Sales fue su director espiritual y seguro consejero.

   Sobresalió siempre por Su vida de oración y por su celo en la propagación de la fe.

   Como religiosa, edificó constantemente por su plena sumisión, su espíritu de pobreza y su caridad con los enfermos.

   Favorecida por Dios con dones excepcionales, prefirió la sencillez en la práctica de las más sólidas virtudes comunes.

Sus enseñanzas

que las familias cristianas sean escuela de santidad.que seamos celosos apóstoles de nuestro mundo.que sepamos descubrir el valor insustituible de la oración.que nunca nos cansemos de hacer el bien a todos.

ORACIÓN

   Señor, tú concediste a la Beata María de la Encarnación, insigne propagadora del Carmelo teresiano, una fortaleza singular para servirte en los diversos estados de la vida cristiana y superar todas las dificultades; haz que también nosotros sepamos vencer todo obstáculo y nos mantengamos fieles en tu servicio, amándote con corazón sincero. Amén.

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BEATA CLARA DE PISA, Viuda

17 de abril

La Beata Clara era hija de Pedro Gambacorta, quien llegó a ser prácticamente al amo de la República de Pisa. Clara nació en 1362; su hermano, el Beato Pedro de Pisa (17 de junio), era siete años mayor que ella. Pensando en el futuro de su hijita, a la que la familia llamaba Dora, apócope de Teodora, su padre la comprometió a casarse con Simón de Massa, quien era un rico heredero, aunque la niña sólo tenía siete años. No obstante su corta edad, Dora solía quitarse, durante la misa, el anillo de esponsales y murmuraba: «Señor, Tú sabes que el único amor que yo quiero es el tuyo».

Cuando sus padres la enviaron, a los doce años de edad, a la casa de su esposo, ya había empezado la joven su vida de mortificación. Su suegra se mostró amable con ella; pero, cuando advirtió que era demasiado generosa con los pobres, le prohibió la entrada en la despensa de la casa. Deseosa de practicar de algún modo la caridad, Dora se unió a un grupo de señoras que asistían a los enfermos y tomó a su cargo a una pobre mujer cancerosa. La vida de matrimonio de Dora duró muy poco tiempo; tanto ella como su esposo fueron víctimas de una epidemia, en la que su marido perdió la vida.

   Como la beata era todavía muy joven, sus parientes intentaron casarla de nuevo, pero ella se opuso con toda la energía de sus quince años. Una carta de Santa Catalina de Siena, a quien había conocido en Pisa, la animó en su resolución. Dora se cortó los cabellos y distribuyó entre los pobres sus ricos vestidos, cosa que provocó la indignación de su suegra y de sus cuñadas. Después, con la ayuda de una de sus criadas, se las arregló para tramitar en secreto su entrada en la Orden de las Clarisas Pobres.

Cuando todo estuvo a punto, huyó de su casa al convento, donde recibió inmediatamente el hábito y tomó el nombre de Clara. Al día siguiente, sus hermanos se presentaron en el convento a buscarla; las religiosas, muy asustadas, la descolgaron por el muro hasta los brazos de sus hermanos, los cuales la condujeron a su casa. Ahí estuvo Clara prisionera durante seis meses, pero ni el hambre, ni las amenazas consiguieron hacerla cambiar la resolución. Finalmente, Pedro Gambacorta se dio por vencido y no sólo    permitió a su hija ingresar en el convento dominicano de la Santa Cruz, sino que prometió construir un nuevo convento.

Ahí conoció Clara a María Mancini, que era también viuda e iba a alcanzar un día el honor de los altares. Los escritos de Santa Catalina de Siena ejercieron profunda influencia en las dos religiosas, las cuales, en el nuevo convento, fundado por Gambacorta en 1382, consiguieron establecer la regla en todo el fervor de la primitiva observancia. La  Beata Clara fue primero subpriora y luego priora del convento, del que partieron en lo sucesivo muchas de las santas religiosas destinadas a difundir el movimiento de reforma en otras ciudades de Italia. Hasta el día de hoy, se llama en Italia a las religiosas de clausura de Santo Domingo «Las hermanas de Pisa».  En el convento de la beata reinaban la oración, el trabajo manual y el estudio. 

 El director espiritual de Clara solía repetir a las religiosas: «No olvidéis nunca que en nuestra orden hay muy pocos santos que no hayan sido también sabios».   Clara tuvo que hacer frente, durante toda su vida, a las dificultades económicas, pues el convento exigía constantemente alteraciones y nuevos edificios. A pesar de ello, en una ocasión en que llegó a sus manos una cuantiosa suma que hubiese podido emplear en el convento, prefirió regalar para la fundación de un hospital.

Pero las virtudes en que más se distinguió fueron, sin duda, el sentido del deber y el espíritu de perdón, que practicó en grado heroico. Giacomo Appiano, a quien Gambacorta había ayudado siempre y en quien había puesto toda su confianza, le asesinó a traición, cuando éste se esforzaba por mantener la paz en la ciudad. Dos de sus hijos murieron también a manos de los partidarios del traidor. Otro de los hermanos de Clara, que consiguió escapar, llegó a pedir refugio en el convento de la beata, seguido de cerca por el enemigo; pero Clara, consciente de que su primer deber consistía en proteger a sus hijas contra la turba, se negó a introducirle en la clausura.

Su hermano murió asesinado frente a la puerta del convento, y la impresión hizo que Clara enfermase gravemente. Sin embargo, la beata perdonó tan de corazón a Appiano, que le pidió que le enviase un plato a su mesa para sellar el perdón, compartiendo su comida. Años más tarde, cuando la viuda y las hijas de Appiano se hallaban en la miseria, Clara las recibió en el convento.

   La beata sufrió mucho hacia el fin de su vida. Recostada en su lecho de muerte, con los brazos extendidos, murmuraba: «Jesús mío, heme aquí en la cruz». Poco antes de morir, una radiante sonrisa iluminó su rostro, y la beata bendijo a sus hijas presentes y ausentes. Tenía, al morir, cincuenta y siete años. Su culto fue confirmado en 1830.

Robert Quardt: Los Santos del Año. Editorial Herder. Barcelona, España. 1958.

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BEATA MARÍA ANA DE JESÚS, Virgen

17 de abril

La extática y maravillosa virgen Maria Ana de Jesús, nació en Madrid, de muy noble e ilustre linaje.  Su padre Luis Navarro Ladrón de Guevara servia en la corte del rey don Felipe III. Cuando llevaban en brazos a la iglesia aquella santa niña, notaban que al tiempo de al zar la Hostia y el Cáliz se que daba arrobada; y cuando apenas sabía andar por sus pies, buscaba algún lugar recogido de su casa; y allí la veían puesta en oración delante de una imagen de nuestro Señor crucificado, bañados los ojos en lágrimas o cercado su rostro de resplandores.

Gozaba de la presencia visible de su Ángel custodio; y platicaba de la beatísima Trinidad, de la Encarnación del Verbo, y de la adorable Eucaristía, que son los más inefables Misterios de nuestra divina Religión, como de cosas que más parecía entenderlas que creerlas. Recibió la primera comunión en edad muy temprana, y cada vez que tomaba el Pan de los ángeles, parecía transformarse en un ángel que gozaba de Dios. Mas, ¿quién no se espantará ahora de las durísimas pruebas por que hubo de pasar esta alma angelical?

Muy presto tuvo en lugar de madre una madrastra de condición asperísima, que la afligía sobremanera, y no le iba el padre a la mano tanto como debiera, especialmente cuando la santa doncella hizo voto de perpetua virginidad, contra la voluntad del padre que quería casarla. Era ella, de gentil disposición y muy hermosa. Se cortó un día con las tijeras la rubia cabellera, pensando que así se entibiaría el amor del que la pretendiera por esposa. Entonces fue cuan do su padre y su madrastra salieron de sí y cargaron sobre ella una tempestad de injurias y golpes, con tanto enojo y crueldad, como si fueran verdugos de su hija mártir.

Cuando cesaron los malos tratos, Dios permitió que su sierva se viese todo los instantes del día fieramente atormentada por torpísimas imaginaciones y tentaciones las cuales le duraron once años, y a todo esto se añadían penosísimas enfermedades y agudísimos dolores, que acrisolaron como el oro su invencible paciencia.

Dejó al fin la casa de sus padres, y con la aprobación del venerable Fray Juan Bautista, que era su confesor, y fue el fundador de los Mercedarios descalzos, se labró una celdilla junto a la ermita de santa Bárbara, y recibió después el hábito de nuestra Señora de la Merced de manos del Maestro general de la orden: y en aquella pobrísima casa la visitaban hasta los príncipes, porque era muy grande la fama de sus arrobamientos, milagros y profecías. Finalmente, después de una vida llena de trabajos y celestiales consuelos, en un éxtasis suavísimo entregó su alma al Señor a los cincuenta y nueve años de su edad. 

REFLEXIÓN 

 Los cilicios e instrumentos de penitencia que usaba la santa, y se conservan en el convento de santa Bárbara de Madrid, llenan de asombro y compunción a los que los miran. Llevaba pegado al pecho un peto de espinas y a las espaldas unas cruces anchas sembradas de puntas de hierro; en los brazos unos cilicios, y en la cabeza una corona de espinas y solía hacer el via crucis con una pesada cruz en los hombros. La causa de esta asombrosa mortificación no era otra sino el amor tan grande que tenía esta inocentísima virgen a su divino Amor crucificado, y tan desagradecido e injuriado de los hombres. Pues, ¿Quién no exclamará aquí diciendo: «Esta santa virgen tan inocente y tan penitente y yo tan pecador y tan inmortificado».   

ORACIÓN

   Oh clementísimo Dios, Señor de las virtudes, que llenaste de los dones de tu gracia a la bienaventurada María Ana, concédenos por sus ruegos, que los que la honramos con solemnes cultos, imitemos también sus obras.  Por J. C. N. S. 

Sacado de: «FLOS SANCTORUM DE LA FAMILIA CRISTIANA», Las vidas de los Santos y principales festividades del año, ilustradas con otros tantos grabados y acompañadas de piadosas reflexiones y de las Oraciones litúrgicas de la Iglesia) del P. Francisco de Paula Morell, S. J. Ed. Difusión, Bs. As., 1943.

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BEATO RODOLFO DE BERNA, Mártir

17 de abril

 La Berner Chronik informa que en el año 1294 fue perpetrado en Berna un terrible delito. Algunos miembros de la comunidad judía arrojaron a una cantera a un niño cristiano y, para parodiar la Pasión de Cristo, lo crucificaron dejándolo morir en la cruz. 

Considerado como mártir por el Concilio de la ciudad y por el clero local, el infante fue sepultado con grandes honores en la Catedral de Berna, al lado del altar de la Santa Cruz. Desde entonces ese altar fue llamado por el pueblo  “altar de San Rodolfo”.

 En el año1485 la la iglesia fue demolida, y en su lugar se edificó una más grande y bella.  El cuerpo del mártir fue entonces colocado en una urna y expuesto a la veneración de los fieles sobre el altar de la Santa Cruz. En 1528, los calvinistas saquearon la iglesia,  destruyeron el altar, y las reliquias de Rodolfo, fueron arrojadas y desparramadas. Nunca más se recobraron.

Nunca fue aprobado el culto de este beato y su nombre no aparece en el Martirologio Romano. En el Proprio de Basilea había un Oficio en su honor, pero en 1908 fue suprimido.

BEATA LIDUVINA de SCHIEDMAN, Virgen

(1433)

Hoy 14 de Abril la Iglesia Católica recuerda a Santa Liduvina. Esta santa es la Patrona de los enfermos crónicos que quieren aprovechar su larga enfermedad para pagar sus pecados, convertir pecadores y conseguir un gran premio en el cielo. El decreto de Roma al declararla santa dice de ella que fue «un prodigio de sufrimiento humano y de paciencia heroica».


Liduvina nació en Schiedam, Holanda, en 1380. Su padre era muy pobre y tenía por oficio el de «celador» o cuidandero de fincas. Su familia era sumamente piadosa y a la niña le encantaba recoger regalos para llevarlos a gentes muy necesitadas.


Hasta los 15 años Liduvina era una muchacha como las demás: alegre, simpática, buena y muy bonita. Pero en aquel año su vida cambió completamente. Un grupo de jóvenes de su edad la invitó a patinar sobre el hielo y en pleno descenso por la montaña, uno de sus compañeros, por alcanzar a los que iban más adelante, apresuró mucho su carrera y sin darse cuenta de que Liduvina bajaba por ese mismo camino, arremetió violentamente contra ella dejándola en el hielo, y con la columna vertebral partida. La llevaron a casa pero ya de este golpe nunca más se iba a reponer.

BEATA IDA de BOULOGNE, Matrona

13 de abril

(1113)

Ida nació en Boulogne en 1040. Era hija de Godofredo, duque de Baja Lotaringia, y a los diecisiete años se casó con Eustaquio II, conde de Boulogne. Sus inmensas posesiones se extendían desde Luxemburgo hasta el Atlántico pasando por las Ardenas y Pas de Calais.

Era mujer muy devota y recibió dirección espiritual de san Anselmo, quien mantenía con ella una correspondencia espiritual que ha llegado hasta nosotros. Su ocupación favorita era confeccionar bellos ornamentos litúrgicos. Rezaba con tanto fervor que el cronista Guillermo de Tiro atribuía buena parte del éxito de la primera cruzada a sus oraciones. Dotó ricamente a las antiguas abadías de San Bertino, Bouillon y Affkughem. Fundó, además otras tres. Se la enterró en una de ellas, donde muy pronto empezó a obrar milagros.

Tuvo dos hijos y un yerno que han dejado huella en la historia. Sus hijos, Godofredo de Bouillon y Balduino I tomaron parte en la gloriosa primera cruzada y fueron los primeros soberanos francos del reino de Jerusalén. Su yerno fue Enrique IV, emperador de Alemania, cuyo nombre quedó unido a la «cuestión de las Investiduras». Cuando fue derrotado, tuvo que implorar perdón al Papa Gregorio VII, pero más tarde, reemprendió las hostilidades, se apoderó de Roma y mandó al Papa a morir en el exilio.

BEATO JUAN LOOCKWOOD, Mártir

13 de abril

(1642)

El Beato Juan Lockwood, también conocido como San Juan Lascellas, nació alrededor de 1555 en Sowerby, Yorkshire, Inglaterra. Era el hijo mayor de Christopher Lockwood, de Sowerby, Yorkshire  y de Clara, hija mayor de Christopher Lascelles, de Sowerby y Brackenborough Castle, Yorkshirey Con su hermano Francisco (segundo hijo), llegóa Reims el 4 de Noviembre de 1579, y al punto fue enviado a Douai a estudiar Filosofía. Francisco fue ordenado en 1587, pero Juan que ingresó en el Colegio Inglés, en Roma, el 4 de Octubre de 1595, fue ordenado sacerdote el 26 de Enero de 1597 y enviado de misión el 20 de Abril de 1598. 

Después de haber sido tomado prisionero, en 1610 desaparece pero regresa, y nuevamente es apresado y condenado a muerte, pero es liberado. Finalmente fue capturado en Wood End, Gatenby, la residencia de  Bridget Gatenby, ejecutado junto con Edmundo Catherick,  el 13 de abril de 1642. Durante cuarenta y cuatro años ejerció su ministerio en Inglatera, de forma clandestina. En 1929 fue beatificado por el Papa Pío XI.

BEATO JORGE GERVASIO, Mártir

11 de abril

(1608)

Fue raptado por los piratas a los doce años y participó en las incursiones de Francis Drake en 1595 Jorge Gervasio (o Jervis) nació en1569, en el puerto de Bosham de Sussex, como puede leerse todavía en el acta bautismal que se halla en el registro de la famosa parroquia. Según parece, fue educado en el protestantismo o abandonó la fe católica durante algún tiempo, a pesar  que su madre pertenecía a la familia del Beato Eduardo Shelley. Challoner cuenta que los piratas raptaron a Jorge a los doce años, y le llevaron a las Indias Occidentales, donde pasó a los siguientes doce años. Lo que sucedió en  realidad fue que, a los  veintiséis años de edad, Jorge tomó parte en la desastrosa expedición a las Indias, que partió de Plymouth en 1595, al mando de Sir Francis Drake, aunque es muy probable que Jorge haya tenido que ir en la expedición contra su voluntad.


   A su regreso, sirvió dos años en Flandes, en el ejército español. Tal vez en 1599, «entró finalmente a servir en el ejército de Cristo, en el Colegio Inglés de Douai»Se ordenó sacerdote en Cambrai, en 1603 y al año siguiente, partió a Inglaterra. Durante dos años ejerció los ministerios apostólicos en diversas regiones, hasta que cayó prisionero en Haggerston. Todavía se conservan las actas de las preguntas que le hizo el dean de Durham, con las respuestas del beato.


   Estuvo preso, en Londres, hasta julio de 1606, fecha en que fue desterrado del reino con otros sacerdotes. Jorge hizo entonces una peregrinación a Roma, y probablemente solicitó ahí el hábito de los benedictinos ingleses, porque en el mismo año de 1607, a su vuelta a Douai, entre los meses de julio y septiembre, recibió el hábito de manos del prior general, Dom Agustín Bradshaw. A causa de la oposición que existía en el Colegio Inglés contra los benedictinos, el hecho no se puso en conocimiento de las autoridades del Colegio.

   En septiembre, se embarcó para Inglaterra. Apenas dos meses después de su llegada, fue arrestado y encarcelado en la prisión de Gatehouse, en Westminster. Juzgado en el Tribunal De Old Bailey, se rehusó a prestar el juramento de lealtad al rey, en la forma en que había sido condenado por la Santa Sede, pero protestó de su lealtad a la corona. Cuando le interrogaron sobre el poder del Papa para deponer a los monarcas, respondió. «Declaro que el Papa puede deponer a los reyes y emperadores cuando éstos lo merecen».
   También confesó que era sacerdote. Fue condenado a muerte inmediatamente.

   Roberto Chamberlain, confesor del mártir, anota que, cuando el verdugo le echó la cuerda al cuello, el P. Jorge levantó los brazos y miró al cielo, en la actitud del novicio que recita el «Suscipe» el día de su profesión. Y así, «abriendo los brazos como si fuesen alas», voló a recibir el premio celestial.

   El Beato Jorge Gervasio, protomártir de San Gregorio de Douai (actualmente San Gregorio de Downside), murió el 11 de abril de 1608. El mismo día y a la misma hora, un incendio destruyó casi toda la ciudad de Bury y St. Edmunds, en la que el Beato Jorge había pasado gran parte de su juventud.

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BEATO ANTONIO NEYROT, Mártir

10 de abril

Beato Antonio Neyrot (1420-1460) Nació en Rívoli, Italia. Ingresó en los dominicos de Florencia y en esa época de su vida no destacó precisamente por su fervor.

En un viaje de Sicilia a Nápoles fue apresado por unos corsarios y llevado a Túnez. Abrazó el Islam y contrajo matrimonio, pero ni su nueva religión ni su nuevo estado civil le hicieron feliz.

Sabedor por mercaderes genoveses que su maestro san Antonino había muerto y hacía milagros, empezó a encomendarse a su intercesión y obtuvo la gracia de convertirse.

Retomó su hábito de dominico, y se dispuso a recorrer la ciudad de Túnez, proclamando su fe cristiana. Mientras lloraba sus pecados de rodillas ante al verdugo, la multitud impaciente se abalanzó sobre él y lo mató.

Después pasearon su cadáver por las calles. Antonio no tardó en ser venerado como mártir en Italia y Clemente XIII confirmó su culto en 1767. 

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Santos de tres al cuarto

Antaño, los santos eran ejemplos impecables de vida cristiana que tan solo los herejes osarían criticar. Sus vidas y milagros predicaban el Evangelio con toda la fuerza del Espíritu Santo, del que estaban totalmente imbuidos. Al encomendarse a la intercesión de los santos el pueblo fiel tenía la absoluta certeza de que Dios oiría sus plegarias y que además las oiría con benevolencia, puesto que nada le agrada más a Nuestro Señor que compartir su gloria con sus hijos queridos que le han demostrado en su vida terrenal un amor inquebrantable e incondicional.

Lamentablemente hoy en día, en la época ruinosa post-conciliar, no es así. Ya no nos podemos fiar ni de los hombres y mujeres que han sido elevado a los altares, dado que son los mismos malos pastores que confunden a los fieles con medias verdades los que proclaman a los nuevos santos. Los hombres mediocres prefieren mirarse en el espejo de otros mediocres, porque no soportan el ejemplo de los verdaderos santos de nuestro tiempo, los que resistieron los cambios que adulteraron la liturgia y la doctrina y mantuvieron viva la llama de la Tradición. La vida de estos santos, que serán canonizados cuando el Concilio Vaticano II se consigne al baúl del olvido, denuncia la “nueva orientación” de la Iglesia, cuyos frutos podridos son la deserción masiva de los bautizados, la protestantización de los pocos fieles que aún frecuentan los sacramentos, y la secularización de los países anteriormente católicos.

Creo que es interesante saber lo que comentan los medios de comunicación respecto a la canonización de los dos Papas, Juan XXIII y Juan Pablo II que tuvo lugar el domingo 27 abril de 2014, una de las fechas más tristes en la historia reciente de la Iglesia Católica.

Canonizations

Empiezo por los medios más afines a Tradición Digital. Entre tradicionalistas existen diversas opiniones sobre la infalibilidad de las canonizaciones de la neo-Iglesia, y es un debate que sin duda seguirá durante mucho tiempo. Entre los teólogos tradicionalistas que rechazan la infalibilidad de las canonizaciones, en una línea dura, está Atila Sinke Gumarães, editor de Tradition in Action, quien explica en este artículo que los santos ahora no son más que el reflejo del gusto personal del Papa, con una total ausencia de objetividad y seriedad en todo el proceso. En tiempos remotos es cierto que la Iglesia elevaba a los altares a las personas que morían con fama de santidad y eran aclamadas como santos por el pueblo fiel. Sin embargo, ahora que la mayoría de católicos han perdido la verdadera fe, se han contagiado del pensamiento mundano, y viven ajenos a las exigencias morales de la Religión, la aclamación de Wojtyla como “santo súbito” por el pueblo no se puede alegar a favor de su santidad. Así dice Gumarães: Sigue leyendo

Beato Juan Pablo II

Beato Juan Pablo II, Papa

El Santo Padre, Benedicto XVI durante la ceremonia de Beatificación del Siervo de Dios, Juan Pablo II, ha dicho hoy:

Nos, vota Fratris Nostri Augustini Cardinalis Vallini, Vicarii Nostri pro Romana Dioecesi, necnon plurimorum aliorum Fratrum in Episcopatu multorumque christifidelium explentes, de Congregationis de Causis Sanctorum consulto, Auctoritate Nostra Apostolica facult atem facimus ut Venerabilis Servus Dei Ioannes Paulus II, papa, Beati nomine in posterum appelletur eiusque festum die altera et vicesima Octobris in locis et modis iure statutis quotannis celebrari possit. In nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti.

Lo cual quiere decir en español:

Nos, acogiendo el deseo de nuestro hermano Cardenal Agostino Vallini, Nuestro Vicario General para la Diócesis de Roma, de muchos otros Hermanos en el Episcopado y de muchos fieles, después de haber escuchado el parecer de la Congregación para las Causas de los Santos, con Nuestra Autoridad Apostólica concedemos que el Venerable Siervo de Dios Juan Pablo II, Papa, de ahora en adelante pueda ser llamado Beato y que se pueda celebrar su fiesta en los lugares y según las reglas establecidas por el derecho, cada año el 22 de octubre. En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Homilía del Santo Padre durante la Misa de beatificación del Siervo de Dios, Juan Pablo II.

Tomado de:

http://secretummeummihi.blogspot.com/

BEATO CARLOS LE BON, conde de Flandes

2 de marzo

 

Esforzaos más y más para asegurar vuestra vocación y elección, por medio de las buenas obras. (2 San Pedro, 1,10).

Este santo, más ilustre aun por su caridad para con los pobres que por su corona de conde, los visitaba descalzo, les besaba la mano con respeto, persuadido de que a Jesucristo mismo era a quien daba limosna. En una ocasión obligó a un hombre rico a que le vendiese a precio razonable, para repartirlo entre los pobres, el trigo que tenía reservado. Este miserable esclavo del dinero le dio muerte en momentos en que oraba ante el altar de la Santísima Virgen. ¡Qué preciosa muerte la de Carlos, que murió, por la caridad, ante el altar de la Madre del amor hermoso!

MEDITACIÓN SOBRE
LAS SEÑALES DE NUESTRA
PREDESTINACIÓN

I. Nadie sabe en este mundo si es un predestinado o un réprobo. Con todo, hay señales de predestinación que son casi infalibles. Si Dios te envía aflicciones, y tú las recibes con sumisión y paciencia, es una señal de que irás al cielo con Jesucristo, pues llevas su cruz y te conformas con este modelo de predestinados. Tiembla pues, tú, dichoso en este mundo, que gozas de los placeres y que todo tienes a medida de tu deseo: sigues las huellas del rico epulón; vas por camino contrario al que Jesucristo te dijo que siguieras para llegar al cielo. Es menester entrar en el reino de los cielos por muchas tribulaciones. (Hechos de los Apóstoles).

II. Otra señal de predestinación es el buen uso del sacramento de la Penitencia. Pecar es flaqueza común a todos los hombres, pero sólo es de los elegidos el hacer buena penitencia. ¿Te confiesas a menudo? ¿No te expones a morir en pecado difiriendo tu conversión? ¿No recaes en los pecados graves que confesaste? ¿Los remordimientos de tu conciencia te dan a entender que tu vida es mala? ¿Los escuchas? ¿Los apaciguas descargándote lo antes posible del peso de tus culpas?

III. También son señales de predestinación el celo por la limosna y las obras de misericordia corporal y espiritual, la piedad para con Jesucristo moribundo en la cruz u oculto en la Santa Eucaristía, la devoción a la Santísima Virgen; mira si hay en ti estas señales de predestinación, todas o algunas por lo menos. Examínate. Si las hallas en ti, alégrate y ten confianza en la misericordia de Dios. Me parece que reconozco algunas señales de tu vocaci6n y de tu predestinación. (San Bernardo).

La práctica de las obras de misericordia
Orad por las necesidades de la Iglesia.

ORACIÓN

Oh Dios, que cada año nos dais un nuevo motivo de gozo con la fiesta del bienaventurado Carlos, vuestro confesor, haced por vuestra bondad, que honran do la nueva vida que ha recibido en el cielo, imitemos también la vida que vivió en la tierra. Por J. C. N. S. Amén.

Tomado de:

http://misa_tridentina.t35.com/

Beatos Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles

18 de Septiembre

Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, indígenas zapotecos de la Sierra Norte de Oaxaca, nacieron en el año de 1660 en S.Francisco Cajonos. Juan Bautista se casó con Josefa de la Cruz, con quien tuvo una hija llamada Rosa. Jacinto de los Ángeles se casó con Petrona de los Ángeles, con quien tuvo dos hijos llamados Juan y Nicolasa. Los dos pertenecían a la Vicaría de S. Francisco Cajonos, atendida por los padres dominicos Gaspar de los Reyes y Alonso de Vargas.

De los dos sabemos que fueron personas íntegras en su vida personal, matrimonial y familiar, así como en el cumplimiento de sus deberes ciudadanos, de modo que desempeñaron los diversos cargos civiles acostumbrados en su pueblo y en su tiempo como topil, juez de tequio, mayor de vara, regidores, presidente, síndico y alcalde, mostrando así el aprecio por las tradiciones culturales y la responsabilidad para el cumplimiento de los deberes ciudadanos.

Igualmente, consta que los dos fueron personas bautizadas, evangelizadas y catequizadas, desempeñando también los diversos cargos a los que tenían acceso los fieles en ese tiempo como acólito, sacristanes menor y mayor, y topilillo.

Finalmente desempeñaron el cargo civil y eclesiástico de Fiscal, que los misionersos introdujeron o fomentaron entre los indígenas. Quiere el III Concilio Provincial Mexicano celebrado en 1585 «que en cada pueblo se elija a un anciano distinguido por sus irreprochables costumbres, quien al lado de los párrocos sea perpetuo censor de las costumbres públicas» (P. Antonio Gay, Historia de Oaxaca, II.V.2) «Es su oficio principal inquirir los delitos y vicios que perturban la moralidad, descubriendo al cura los amancebamientos, adulterios, divorcios indebidos, perjurios, blasfemias, infidelidades, etc.» (Ibídem; Cfr. III Concilio Mexicano L I, Tít. IX, 1,23).

En la noche del 14 de septiembre de 1700, los dos Fiscales descubrieron que un buen grupo de personas del pueblo de S.Francisco Cajonos y de los pueblos vecinos estaban realizando en una casa particular un culto de religiosidad ancestral; los Fiscales avisaron a los padres dominicos; los Fiscales y los Padres acompañados del capitán Antonio Rodríguez Pinelo fueron al lugar de los hechos, sorprendieron a los autores, dispersando la reunión, recogiendo las ofrendas del culto y regresándose al convento.

Al día siguiente, el pueblo se amotinó, exigiendo la entrega de las ofrendas confiscadas y de los Fiscales. Refugiándose en el convento los Padres, los Fiscales y la Autoridad, se pasaron la tarde entre exigencias y negociaciones. Finalmente, ante las amenazas y el peligro crecientes de matar a todos e incendiar el convento, el capitán Pinelo decidió entregar a los Fiscales, bajo promesa de respetar sus vidas.

Los Padres no aceptaron la entrega. Pero los Fiscales depusieron sus armas aceptando la perspectiva de morir, se confesaron y recibieron la Comunión, diciendo Juan Bautista: «vamos a morir por la ley de Dios; como yo tengo a su Divina Majestad, no temo nada ni he de necesitar armas»; y al verse en manos de sus verdugos dijo: «aquí estoy, si me han de matar mañana, mátenme ahora». Cuando eran azotados en la picota de la plaza pública, dijeron a los Padres que observaban desde la ventana: «Padres encomiéndenos a Dios»; y cuando los verdugos se burlaban de ellos diciéndoles: «¿te supo bien el chocolate que te dieron los Padres?», ellos respondieron con el silencio.

El día 16 los verdugos condujeron a los Fiscales a S. Pedro, donde de nuevo los azotaron y los encarcelaron. Cuando los verdugos invitaban a los Fiscales a renunciar de la fe católica y les perdonarían, ellos contestaron «una vez que hemos profesado el Bautismo, continuaremos siempre a seguir la verdadera religión». Luego les llevaron bajando y subiendo por laderas, hasta el monte Xagacía antiguamente llamado «De las hojas», donde amarrados los despeñaron, casi los degollaron y los mataron a machetazos, les arrancaron los corazones y los echaron a los perros que no se los comieron. Los verdugos Nicolás Aquino y Francisco López bebieron sangre de los mártires, para recuperar ánimo y fortalecerse según costumbre de beber sangre de animales de caza, pero también como señal de odio y coraje, según un dicho ancestral que aún se escucha «me voy a tomar tu sangre». Y los sepultaron en el mismo monte, desde entonces llamado «Monte Fiscal Santos».

Algunos opinan que los Fiscales no son Mártires sino delatores de sus paisanos y traidores a su cultura; pero es claro que los Fiscales estaban designados civil y religiosamente para el ejercicio de un cargo público en el pueblo y en la comunidad religiosa. Más aún, desde el principio en el proceso civil que se llevó a cabo entre 1700-1703 y en el proceso eclesiástico hasta el día de hoy, viene la fama de martirio y de santidad, que finalmente la Iglesia reconoce con la Beatificación.

HOMILÍA DEL SANTO PADRE

VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A TORONTO, CIUDAD DE GUATEMALA Y CIUDAD DE MÉXICOBEATIFICACIÓN DE JUAN BATTISTA Y JACINTO DE LOS ÁNGELES

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Ciudad de México, Jueves 1 de agosto de 2002

Queridos hermanos y hermanas:

1.“Dichosos los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos” (Mt 5,10). En el evangelio de las bienaventuranzas, esta última invita a no desalentarse ante las persecuciones que la Iglesia ha afrontado desde el inicio. En el Sermón de la Montaña Jesús promete la felicidad auténtica a quienes son pobres de espíritu, lloran o son mansos; también a los que buscan la justicia y la paz, actúan con misericordia o son limpios de corazón.

Ante el sufrimiento humano que acompaña el camino en la fe, san Pedro exhorta: “Alégrense de compartir ahora los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, el júbilo de ustedes sea desbordante” (1 Pe 4, 13). Con esta convicción Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles afrontaron el martirio manteniéndose fieles al culto del Dios vivo y verdadero y rechazando los ídolos.

Mientras sufrían el tormento, al proponerles renunciar a la fe católica y salvarse, contestaron con valentía: “Una vez que hemos profesado el Bautismo seguiremos siempre la religión verdadera”. Hermoso ejemplo de cómo no se debe anteponer nada, ni siquiera la propia vida, al compromiso bautismal, como hacían los primeros cristianos que, regenerados por el bautismo, abandonaban toda forma de idolatría (cf. Tertuliano, De baptismo, 12, 15).

2. Saludo con afecto a los Señores Cardenales y Obispos congregados en esta Basílica. En particular al Arzobispo de Oaxaca, Monseñor Héctor González Martínez, a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles laicos, especialmente a los venidos desde Oaxaca, tierra natal de los nuevos Beatos, donde su recuerdo sigue tan vivo.

Vuestra tierra es una rica amalgama de culturas. Allí llegó el Evangelio en 1529 con los Padres Dominicos, sirviéndose de las lenguas nativas y los usos y costumbres de las comunidades locales. Entre los frutos de esta semilla cristiana destacan estos dos grandes mártires.

3. En la segunda lectura San Pedro nos ha recordado que si alguno «sufre por ser cristiano, que le dé gracias a Dios por llevar ese nombre» (1 Pe4, 16). Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, derramando su sangre por Cristo, son auténticos mártires de la fe. Como el apóstol Pablo, podrían preguntarse en su interior: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?» (Rm 8, 35).

Estos dos cristianos indígenas, intachables en su vida personal y familiar, sufrieron el martirio por su fidelidad a la fe católica, contentos de ser bautizados. Ellos son ejemplo para los fieles laicos, llamados a santificarse en las circunstancias ordinarias de la vida.

4. Con esta beatificación, la Iglesia pone de relieve su misión de anunciar el Evangelio a todas las gentes. Los nuevos Beatos, fruto de santidad de la primera Evangelización entre los indios zapotecas, animan a los indígenas de hoy a apreciar sus culturas y sus lenguas y, sobre todo, su dignidad de hijos de Dios que los demás deben respetar en el contexto de la nación mexicana, plural en el origen de sus gentes y dispuesta a construir una familia común en la solidaridad y la justicia.

Los dos Beatos son un ejemplo de cómo, sin mitificar sus costumbres ancestrales, se puede llegar a Dios sin renunciar a la propia cultura, pero dejándose iluminar por la luz de Cristo, que renueva el espíritu religioso de las mejores tradiciones de los pueblos.

5. “Estábamos alegres, pues ha hecho cosas grandes por su pueblo el Señor” (Sal 125, 3). Con estas palabras del salmista nuestro corazón se llena de gozo, porque Dios ha bendecido a la Iglesia de Oaxaca y al pueblo mexicano con dos hijos suyos que hoy suben a la gloria de los altares. Ellos, con ejemplar cumplimiento de sus encargos públicos, son modelo para quienes, en las pequeñas aldeas o en las grandes estructuras sociales, tienen el deber de favorecer el bien común con esmero y desinterés personal.

Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles, esposos y padres de familia de conducta intachable, como fue reconocido entonces por sus conciudadanos, recuerdan a las familias mexicanas de hoy la grandeza de su vocación, el valor de la fidelidad en el amor y de la aceptación generosa de la vida.

Se alegra, pues, la Iglesia porque con estos nuevos Beatos ha recibido muestras evidentes del amor que Dios nos tiene (cf. Prefacio II de los Santos). Se alegra también la comunidad cristiana de Oaxaca y de México entero porque el Todopoderoso ha puesto sus ojos en dos de sus hijos.

6. Ante el dulce rostro de la Virgen de Guadalupe, que ha dado aliento constante a la fe de sus hijos mexicanos, renovemos el compromiso evangelizador que distinguió también a Juan Bautista y a Jacinto de los Ángeles. Hagamos partícipes de esta tarea a todas las comunidades cristianas para que proclamen con entusiasmo su fe y la trasmitan íntegra a las nuevas generaciones. ¡Evangelizad estrechando los lazos de comunión fraterna y dando testimonio de la fe con una vida ejemplar en la familia, en el trabajo y en las relaciones sociales! ¡Buscad el Reino de Dios y su justicia ya aquí en la tierra mediante una solidaridad efectiva y fraterna con los más desfavorecidos o marginados! (cf.Mt 25,34-35) ¡Sed artífices de esperanza para toda la sociedad!

A nuestra Madre del cielo expresamos el gozo que nos embarga por ver subir a los altares a dos hijos suyos pidiéndole al mismo tiempo que bendiga, consuele y auxilie, como siempre ha hecho desde este Santuario del Tepeyac, al querido pueblo mexicano y a toda América.

Me recuerdo que durante mi primera visita, en 1979, he podido visitar Oaxaca. Me alegro que hoy he podido beatificar a dos hijos suyos. ¡Gracias a Dios!

Al final de la celebración el Santo Padre añadió las siguientes palabras:

Aquí he palpado vuestra estima, y volver me ha causado una profunda alegría espiritual de la que doy gracias a Dios y a su Santísima Madre.

Gracias también a todos los que habéis preparado mi visita cuidando todos los detalles. Gracias a los que, con tanto cariño, me habéis recibido en las calles de esta ciudad, a los que habéis venido desde lejos, a los que habéis escuchado y acogeréis el mensaje que os dejo, a los que rezáis tanto por mi ministerio de Sucesor de Pedro.

Al disponerme a dejar esta tierra bendita me sale de muy dentro lo que dice la canción popular en lengua española:  «Me voy, pero no me voy. Me voy, pero no me ausento, pues, aunque me voy, de corazón me quedo».

¡México, México, México lindo, que Dios te bendiga!

Tomado de:

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BEATO OUVERIO PLUNKET,* Obispo y Mártir

11 de julio

La piedad es útil para todo, tiene la promesa de la vida presente y de la futura. (1 Timoteo 4, 8).

Oliverio Plunket, irlandés, fue ordenado sacerdote en Roma y allí enseñó las ciencias eclesiásticas. Nombrado arzobispo de Armagh en 1669, se dedicó con el mayor celo a sostener la Iglesia, debilitada por los esfuerzos de los protestantes. En 1673, la persecución cobró nueva virulencia, obligándolo a ocultarse para continuar su difícil ministerio. Traicionado por unos apostatas, fue encarcelado en Dublín y acusado de conspirar contra el Estado. No obstante haber sido declarado inocente por el jurado, por dos veces, finalmente fue condenado, en Londres, por un tribunal completamente irregular, y ahorcado y descuartizado como traidor, en 1861.

MEDITACIÓN SOBRE LA PIEDAD

La piedad te obliga a honrar a DIOS, porque es el Ser perfecto que te ha creado  y conserva la vida. He aquí el primer deber que te impone esta virtud. La cumplirás teniendo respeto por todo lo que toca al culto de Dios, los templos, los sacerdotes, las ceremonias y las oraciones de la Iglesia. Todo es grande en los palacios de los reyes; todo es santo en la casa de Dios. Las pequeñas cosas no deben sedescuida das, pues sin ellas no existirían las grandes. (San Jerónimo).

II. Esta virtud te impone el deber de honrar a tus padres, amarlos y socorrerlos en sus necesidades. ¿Cómo cumples este deber? ¿No les das ningún motivo de descontento? ¿Haces todo lo que puedes para serles agradable? Dios lo manda y la razón te lo enseña. Si tus padres ya no están en este mundo, reza a Dios por el descanso de sus almas; es el último y mayor servicio que puedes prestarles. El amor que tienes por tus padres, ¿no es demasiado terrenal? ¿No les deseas los bienes de la tierra sin hacer nada por la salvación de sus almas?

III. También exige la piedad que ames a tu patria. Tu amor no le será útil sino en la medida en que des buen ejemplo a los que te rodean. Honra a tu patria dándole un santo, y no temas abandonarla cuando se trate del servicio del Señor, porque el mundo entero es la casa de Dios y la patria del cristiano. No temo el exilio, el mundo es la casa de todos
los hombres.
(Prudencio).

La piedad
Orad por los protestantes de Irlanda.

ORACIÓN

Dios omnipotente, mirad nuestra flaqueza; ved cómo el peso de nuestras faltas nos abruma, y dadnos por la gloriosa intercesión del bienaventurado Oliverio, vuestro pontífice mártir. por J. C. N. S. Amén.

* Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. Tomo III, (Ed. ICTION, Buenos Aires, 1982)

Tomado de:

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BEATO BENVENUTO DE RECANATI, Confesor

21 de Mayo

Éste es mi cuerpo que será entregado por vosotros; haced esto en memoria mía. (San Lucas, 22, 19).

El bienaventurado Benvenuto entró como hermano lego en los franciscanos de su ciudad natal, y se hizo notar por su piedad y su humildad. Con frecuencia, durante la misa, y especialmente después de haber comulgado, caía en éxtasis. Un día permaneció en este estado y no pudo cumplir su oficio de cocinero: un ángel lo reemplazó. Murió el 5 de mayo de 1289.

MEDITACIÓN SOBRE
EL SANTO SACRIFICIO
DE LA MISA

I. El adorable sacrificio de la Misa ha sido instituido por Jesucristo para honrar a su Padre. Este sacrificio rinde al Padre celestial el mayor honor que Él pueda recibir, porque en él un Dios es la víctima. En segundo lugar, este Sacrificio ha sido instituido para utilidad de los hombres. ¿Cómo podría Dios rehusarnos lo que le pedimos por los méritos del Cuerpo adorable de Jesús inmolado todos los días en nuestros altares? Sus divinas llagas intercederán en favor nuestro. Cuando Cristo es ofrecido en el altar, clama a su Padre mostrándole sus heridas San Lorenzo Justiniano).

II. Para oír con más devoción la santa misa, recuerda que Jesús ha ordenado a los sacerdotes que la celebraran en memoria de su Pasión, que es fielmente representada en todas las partes de este santo Sacrificio. ¡Ah! ¿cómo asistes a este Sacrificio? ¿No estás allí como estaban los verdugos en el Calvario, para crucificar nuevamente a Jesucristo por tus inmodestias e impiedades?

III. Puedes dividir la misa en cuatro partes. En la primera, piensa en tus pecados que han sido la causa de la muerte de Jesucristo, y pide perdón por ellos a Dios. En la segunda, piensa en la Pasión de Jesús. En la tercera, excita en ti un vivo deseo de recibir la Santa Eucaristía, y haz, en el momento de la comunión del sacerdote, tu comunión espiritual, mediante actos de fe, de deseo y de amor. En fin, en la cuarta, agradece a Jesús los favores que te ha hecho, y ofrécete a Él.

La piadosa asistencia a misa
Orad por los sacerdotes.

ORACIÓN

Señor, que nos regocijáis por medio de la fiesta anual del bienaventurado Benvenuto, vuestro confesor, concedednos que, celebrando su nacimiento al cielo, imitemos también sus acciones. Por J. C. N. S. Amén.

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BEATO SEBASTIÁN APARICIO, Agricultor

25 de febrero

Sebastián Aparicio: recuérdales a los campesinos, a los comerciantes, a los transportadores y a los sencillos trabajadores, que con el trabajo humilde y sencillo de cada día se puede conseguir un altísimo puesto en el cielo, si se ofrece todo por amor a Dios. (1 Cor., 15, 49).

Sebastián de Aparicio nació en 1502 en Gudena, España, de padres pobres pero piadosos. Todos los días conducía el rebaño a pastar y aprovechaba los ratos libres para dedicarlos a la oración o a visitar iglesias o capillas. A los quince años de edad fue contratado por una señora rica como sirviente en Salamanca. Pero no pudo soportar el ambiente frívolo, y a pesar de la buena paga, prefirió renunciar al trabajo. Le agradaba la vida del campo, el contacto con la naturaleza que lo conducía al Creador. Durante ocho años trabajó al servicio de dos colonos y con el dinero ganado ayudó a sus padres ancianos y proporcionó la dote a sus hermanas.


A los 31 años, tras la muerte de sus padres y casadas sus hermanas, zarpó para América. Llegó a Puebla, en México y volvió al trabajo del campo. Para el incremento del comercio emprendió viajes para transportar mercaderías a Veracruz, Zacatecas y Ciudad de México. Abrió vías de comunicación por entre bosques impenetrables, hizo construir una gran vía entre Zacatecas y Ciudad de México. Las ganancias que obtenía de sus empresas eran patrimonio para los pobres. Daba con generosidad a los necesitados, transportaba gratis mercancías y personas, prestaba dinero sin exigir la devolución, se interesaba por librar a los prisioneros, dar libertad a los esclavos. Los indios lo respetaban y admiraban.


Absorto en esta vida dinámica, siempre sabía encontrar tiempo para la oración, la penitencia y los sacramentos y para la participación en la santa Misa. A menudo el demonio lo atacó con fuertes tentaciones, pero nunca logró vencerlo. En 1552 cedió a otros su empresa, cerca de la ciudad de México consiguió una granja y se dedicó a la agricultura y a la ganadería. Se casó y de común acuerdo con la mujer, hizo voto de castidad. Después de un año enviudó y decidió pasar a segundas nupcias con una virtuosa mujer, con la cual vivió en perfecta continencia. Poco después murió también la segunda mujer.


El 2 de junio de 1573, a los 71 años de edad, decidió realizar un viejo sueño. Pidió y obtuvo vestir el hábito de hermano Menor en el convento de ciudad de México. Vivió todavía 27 años dando ejemplo de religioso humilde, obediente, consagrado a la oración y a la penitencia. Dios glorificó su vida ejemplar. El 25 de febrero de 1600, a los 98 años de edad, descansó serenamente en el Señor. El pueblo lo veneró como santo y su sepulcro ha sido glorioso.
Fue beatificado por Pío VI el 17 de mayo de 1789.

Tomado de: http://misa_tridentina.t35.com/

BEATO PEPINO DE LANDEN *

21 de febrero

Atendemos a hacer el bien, no sólo delante de Dios,
sino también delante de los hombres.
(2 Cor., 8, 21).

Pepino, duque de Brabante, halló el medio para unir la piedad con las riquezas, la santidad y la humildad con las grandezas del mundo. Supo conciliar el favor del rey sin perder la amistad de Dios. Acercábase a menudo al tribunal de la penitencia, siempre con los pies desnudos y los ojos llenos de lágrimas. Sus principales consejeros fueron dos santos obispos. Gracias a sus consejos, vivió en el mundo sin dejarse seducir por sus falsas máximas ni corromperse con sus malos ejemplos. Murió en el año 646.

MANERA DE VIVIR
COMO HOMBRE DE MUNDO
y COMO BUEN CRISTIANO

I.- No debemos tener miedo de disgustar a los hombres, de atraernos su desprecio y de llegar a ser objeto de sus burlas, si ello es necesario para hacer que Dios nos ame y estime. Hemos de salvarnos, cueste lo que cueste. De lo dicho, sacamos dos conclusiones: nada debemos hacer contra Dios por temor a los hombres, y nada debemos omitir de lo que pueda contribuir a su gloria, con la mira puesta en atraernos su estima y su amistad. No trabajamos para los hombres: ellos no nos recompensarán ni nos castigarán después de esta vida; Dios sólo nos puede hacer felices durante la eternidad.

II. Se puede, sin embargo, vivir como hombre de mundo y como buen cristiano, pues las máximas del Evangelio están de acuerdo con la razón. Sé bueno y afable, haz bien a todo el mundo, aun a tus enemigos; ponte por debajo de todos los demás mediante una sincera humildad, nunca hables mal de nadie; de esta manera cumplirás con todos los deberes de un hombre de mundo y de un buen cristiano.

III. Ten cuidado, empero, de no dejarte llevar de la vanidad. No cumplas estos deberes de cortesía, no ejerzas esta caridad, no practiques esta humildad, con el fin de conquistar una alta reputación; ten sólo la intención de agradar a Dios, cuyos mandamientos cumples, cuya imagen consideras en tu prójimo. Si así te comportas, serás doblemente recompensado: los hombres te admirarán, y Dios te estimará. Por lo contrario, si trabajas para los hombres, te pagarán sólo con ingratitud y Dios no te recompensará; para facilitarte la práctica de esta virtud, ve siempre a Dios en la persona de tu prójimo. ¿Viste a tu prójimo? Has visto a Dios. Clemente de Alejandría).

La piedad
Orad por vuestros parientes.

ORACIÓN

Oh Dios, que cada año nos proporcionáis un nuevo motivo de júbilo en la solemnidad del bienaventurado Pepino, vuestro confesor, haced que honrando la nueva vida que ha recibido en el cielo, imitemos la que vivió en la tierra. Por J. C. N. S. Amén.

* Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. Tomo I, (Ed. ICTION, BuenosAires, 1982)

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BEATO CLAUDIO DE LA COLOMBIÈRE, * Confesor

15 de febrero

Amaos recíprocamente con ternura y caridad fraternal. (Rom., 12, 10).

Nacido cerca de Lyon en 1641, Claudio de la Collombière entró en la Compañía de Jesús. Después de algunos años consagrados a la enseñanza, fue nombrado, a la edad de 33 años, superior en Paray-le-Monial. Encontró allí a Santa Margarita María de Alacoque, a la que estaba destinado por Dios para asistir en la propagación de la devoción al Sagrado Corazón y para dirigirla en las angustias espirituales que por entonces atravesaba. En seguida fue enviado a Londres, como predicador de la duquesa de York, que era católica. Fue puesto en prisión por los protestantes y condenado a muerte. Pena ésta que le fue conmutada por la de destierro. Murió en 1682.

MEDITACIÓN
SOBRE EL AMOR AL PRÓJIMO

I. Debes amar a tu prójimo como a ti mismo, porque has sido creado a imagen de Dios, y Jesucristo, que ha muerto por él, así te lo ha mandado. ¿Cómo observas este precepto? ¿Dónde está tu compasión por los pobres y miserables? ¡Ah! muy lejos de amar a tus hermanos, tu corazón está lleno de envidia, de cólera, de odio contra ellos. Jesucristo te tratará como hayas tratado a los demás.

II. Debes amar a todos los hombres, porque Jesucristo ha muerto por todos y todos son tus hermanos en Jesucristo. Pero, hay infieles, herejes, pecadores… ¿Qué importa? ¿Te ha revelado Él acaso que no dejarán su infidelidad o el camino del vicio? Tal vez un día sean más grandes que tú en el cielo. Dios te amó cuando eras pecador, a fin de hacerte pasar del estado de pecado al de gracia. ( San Agustín).

III. ¿Quieres saber si tu amor para con el prójimo es puro, sincero y según Dios? Mira si haces a los demás lo que quisieras que te hagan a ti. Si eres pobre, si estás afligido o enfermo. ¿no te gustaría ser socorrido y aliviado? ¿Te resultaría agradable ser maltratado, ser objeto de burla, calumniado, en una palabra, tratado como tratas a los demás? Aplícate esta regla. y descubrirás las faltas que cometes contra el prójimo. Según la medida con que midieres, serás medido, ha dicho Nuestro Señor Jesucristo.

La caridad para con el prójimo
Orad por el acrecentamiento
de la caridad fraternal.

ORACIÓN

Señor Jesucristo, que os habéis dignado hacer del bienaventurado Claudio el servidor fiel y el amigo de vuestro Sagrado Corazón, acordadnos por su intercesión, que seamos revestidos con las virtudes e inflamados con los sentimientos de vuestro Corazón. Amén.

*Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. Tomo I, (Ed. ICTION, BuenosAires, 1982)

Tomado de: http://misa_tridentina.t35.com/

BIOGRAFÍA DE LA BEATA ANNE CATHERINA EMMERICH

ANNA KATHARINA EMMERICK (1774-1824)

Beata Anne Catherina Emmerich (1774-1824)


Mística, Estigmatizada, Visionaria, y Profeta.

Religiosa de la Orden de San Agustín, en el  Convento de Agnetenberg, Dulmen, Westphalia.

Beatificada el  3 de Octubre de 2004, por el Papa Juan Pablo II.

Biografía tomada del libro:

LA DOLOROSA PASION DE CRISTO
DE LAS MEDITACIONES DE ANNE CATHERINA EMMERICH

Traducción de la Publicación en Inglés de 1928, con Revisión de la versión en Francés de 1854

(Longitud: Páginas 15 a 59)

15

ANNE CATHERINA EMMERICH nació en Flamske, un pueblo situado a milla y media de Coesfeld, en el episcopado de Munster, el 8 de Septiembre de 1774, y fue bautizada en la iglesia de San Santiago en Coesfeld. Sus padres, Bernard Emmerich y Anne Hiller, eran pobres campesinos, pero reconocidos por su piedad y virtud.

La niñez de Anne Catherine tuvo una sorprendente semejanza a aquella de la Venerable Anne Garzias de San Bartolomé, a la de Dominica del Paradiso, y a la de varias otras santas personas nacidas en la misma calidad de vida de ella. Su ángel guardián solía aparecérsele desde niña; y cuando ella estaba cuidando de las ovejas en los campos, el Buen Pastor mismo, bajo la forma de un joven pastor, frecuentemente vendría en su ayuda. Desde la infancia, ella estaba acostumbrada a tener divinos conocimientos impartidos en visiones de todo tipo, era incluso favorecida por las visitas de la Madre de Dios y Reina del Cielo, quien, bajo la forma de una dulce, afectuosa, y majestuosa dama, le traería a su Divino Niño para que fuera, por así decirlo, su acompañante, y le aseguraría que la amaría y siempre la protegería. Muchos de los santos se le aparecerían, y recibirían de manos de ella guirnaldas de flores las que había preparado en honor de sus festividades. Todos estos favores y visiones sorprendían a la niña menos que si una princesa terrenal y los señores y damas de su corte la hubiesen visitado. Tampoco estuvo ella, luego durante su vida, más sorprendida ante estas visitas celestiales, ya que su inocencia la hacían sentirse mucho más a gusto con su Divino Señor, su Bendita Madre y los Santos, a como jamás podría sentirse aún con los más bondadosos y amables de sus compañeros terrenales.  Los nombres de Padre, Madre, Hermano, y Esposo, le parecían a ella elocuentes de las reales conexiones subsistentes entre Dios y el hombre, desde que la Palabra Eterna se había complacido en nacer de una mujer, y así convertirse en nuestro Hermano, y estos sagrados títulos no eran meran palabras en su boca.

16

Mientras aún era una niña, solía hablar con inocente candor y simplicidad de lo que había visto, y sus oyentes se llenarían de admiración ante las historias que relatara de las Sagradas Escrituras; pero como sus preguntas y observaciones hubieran perturbado a veces la tranquilidad de su conciencia, se determinó a mantener silencio sobre tales asuntos en el futuro. En su inocencia de corazón, creyó que no era correcto el hablar de cosas de este tipo, que otras personas nunca lo hicieron, y que su discurso debería consistir sólo en “Sí, sí” y “No, no” o “Alabado sea Jesucristo”. Las visiones con las que fue favorecida eran semejantes a realidades, y le parecían tan dulces y encantadoras, que suponía que todos los niños Cristianos estaban favorecidos con las mismas; y concluyó que aquellos que nunca hablaron de tales temas eran solamente más discretos y modestos que ella, por lo que resolvió mantener silencio también, para ser como ellos.

Casi desde la cuna poseyó el don de discernir entre lo que era bueno o malo, santo o profano, bendito o maldito, en las cosas materiales o espirituales, asemejándose así a Santa Sibilina de Pavia, Ida de Louvain, Úrsula Benincasa, y a algunas otras santas almas. En su más temprana infancia solía extraer de los campos útiles hierbas, que nadie había descubierto antes que fueran buenas para algo, y las plantaba cerca de la cabaña de su padre, o en algunos sitios en donde acostumbraba trabajar y jugar; mientras que por otro lado desarraigaba todas las plantas ponzoñosas, y particularmente aquellas usadas alguna vez para prácticas supersticiosas o en tratos con el diablo. Si por casualidad se encontraba en un lugar donde algún gran crimen hubiera sido cometido, saldría corriendo apresuradamente, o empezaría a rezar y a hacer penitencia.  Solía también percibir por intuición cuando estaba en un lugar consagrado, daba gracias a Dios, y se llenaba de una dulce sensación de paz. Cuando un sacerdote pasaba con el Sagrado Sacramento, inclusive a gran distancia de su hogar o del lugar donde estaba cuidando del rebaño, sentiría una fuerte atracción en dirección hacia donde aquel venía, corría para encontrarlo, y se arrodillaba en el camino, adorando el Sagrado Sacramento, mucho antes de que el sacerdote llegara al lugar.

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Sabía cuando un objeto estaba consagrado, y experimentaba un sentimiento de aversión y repulsión cuando estaba en las cercanías de antiguos cementerios paganos, mientras que se sentía atraída a los sagrados restos de los santos como el acero al imán. Cuando se le mostraban reliquias, sabía a qué santos habían pertenecido, y podía dar no sólo relatos de los más mínimos, y por ende, desconocidos, pormenores de sus vidas, sino también historias de las reliquias mismas, y de los lugares en las que habían sido preservadas. Durante toda su vida tuvo permanente trato con las almas en el Purgatorio; y todas sus acciones y oraciones eran ofrecidas para el alivio de sus sufrimientos. Frecuentemente era llamada para asistirlas, e incluso le hacían recordar si por casualidad se olvidaba. Muchas veces, mientras todavía muy joven, solía ser despertada de su sueño por grupos de almas sufrientes, y las seguía en las frías noches de invierno con los pies descalzos, por todo el Camino de la Cruz a Coesfeld, a pesar de que el suelo estaba cubierto de nieve.

Desde su infancia hasta el día de su muerte fue infatigable en aliviar al enfermo, y en cubrir y curar heridas y llagas, y acostumbraba a dar a los pobres cada centavo que tenía. Tan tierna era su conciencia, que ante el más leve pecado en que caía le causaba tal dolor que se enfermaba, y la absolución entonces restauraba inmediatamente su salud.

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La extraordinaria naturaleza de los favores conferidos por Dios a ella, no fue obstáculo en la forma en la que se dedicaba al arduo trabajo, como cualquier otra campesina; y también podemos permitirnos observar que cierto grado del espíritu de profecía no se encuentra usualmente  entre sus compatriotas. Se le enseñó en la escuela acerca del sufrimiento y la mortificación, y allí aprendió lecciones de perfección. No se permitía a sí misma más sueño o comida de lo que era absolutamente necesario; pasaba horas enteras orando cada noche; y en invierno a menudo se arrodillaba por fuera de las puertas, en la nieve. Dormía en el suelo sobre planchas dispuestas en forma de cruz. Su comida y bebida consistían en lo que otros rechazaban; ella conservaba siempre las mejores partes para los pobres y enfermos, y cuando no sabía de nadie a quien dárselos, los ofrecía a Dios con espíritu de fe como el de un niño, rogándole que se los dé a alguna persona que estuviera más en necesidad que ella. Cuando había algo para ver u oír que no tuviera referencia a Dios o a la religión, encontraba una excusa para evitar el lugar hacia el cual otros se amontonaban, o, si estaba allí, cerraba sus ojos y oídos. Acostumbraba decir que las acciones inútiles eran pecaminosas, y que cuando negamos cualquier gratificación de este tipo a nuestros sentidos corporales, somos ampliamente recompensados por el progreso que logramos en la vida interior, de la misma manera que la poda vuelve más productivas a las vides y a otros árboles frutales. Desde su temprana juventud, y donde sea que ella fuere, tenía frecuentes visiones simbólicas, que le mostraban en parábolas, por así decirlo, el objeto de la existencia de ella, los medios para obtenerlo, y sus futuros sufrimientos, junto con los peligros y conflictos por los que habría de atravesar.

19

Estaba en sus dieciséis años, cuando un día, mientras estaba trabajando en los campos con sus padres y hermanas, escuchó la campana sonar en el Convento de las Hermanas de la Anunciación, en Coesfeld. Este sonido encendió tanto su secreto deseo de convertirse en monja, y tuvo un efecto tan grande sobre ella, que se desmayó, y permaneció enferma y débil por un largo tiempo. Cuando estuvo en sus dieciocho años fue aprendiz de modista en Coesfeld, con la que pasó dos años, y luego regresó con sus padres. Solicitó ser recibida en el Convento de los Agustinianos en Borken, en el de los Cistercienses en Darfeld, y en el de las Pobres Claretianas en Munster; pero su pobreza, y aquella de estos conventos, siempre presentaba un obstáculo insuperable para que la recibieran. A la edad de veinte, habiendo ahorrado veinte “thalers” (unas tres libras en Inglaterra), que había ganado con su labor de costurera, fue con esta pequeña suma – una completa fortuna para una pobre campesina – hasta una piadosa organista de Coesfeld, cuya hija ella conoció cuando vivió al comienzo en la ciudad. Su esperanza consistía en que, al aprender a tocar el órgano, podría tener éxito en obtener su admisión al convento. Pero su irresistible deseo de servir a los pobres y darles todo lo que ella poseía no le dejó tiempo de aprender música, y poco después se había tan despojado tan absolutamente de todo, que su buena madre estuvo obligada a darle pan, leche y huevos, para sus propias necesidades y para aquellas de los pobres, con quienes compartía todo. Entonces su madre dijo: “Tu deseo de dejarme a mí y a tu padre, y de entrar en un convento, nos causa mucho dolor; pero aún eres mi adorada niña, y cuando miro tu silla vacía en casa, y reflexiono acerca de que has donado todos tus ahorros, como para estar pasando ahora necesidad, mi corazón se llena de aflicción, y te he traído suficiente ahora para que te mantengas por algún tiempo”. Anne Catherina replicó: “Sí, querida madre, es cierto que no me queda más nada, ya que fue la santa voluntad de Dios el que otros tuvieran que ser asistidos por mí; y como le ha dado todo, cuidará ahora de mí, y nos otorgará asistencia a todos nosotros”. Ella permaneció algunos años en Coesfeld, empleada en labores, buenas obras, y oración, siendo siempre guiada por las mismas inspiraciones internas. Era dócil y sumisa como un niño en manos de su ángel de la guarda.

20

Aunque en este pequeño bosquejo de su vida estamos obligados a omitir muchas e interesentes circunstancias, hay una que no debemos pasar por alto en silencio. Cuando tenía cerca de veinticuatro años, recibió una gracia de nuestro Señor, la que ha sido otorgada a muchas personas devotas como una manera especial de meditación en su dolorosa Pasión; más exactamente, el de experimentar los reales y visibles sufrimientos de su sagrada Cabeza, cuando fuera coronada por espinas. El siguiente es un relato que ella misma ha dado de las circunstancias en las cuales tan misteriosa gracia le fuera conferida: “Cerca de cuatro años antes de mi admisión al convento, consecuentemente en 1798, sucedió que estaba en la Iglesia de los Jesuitas en Coesfeld, cerca de las doce en punto del mediodía, arrodillada ante un crucifijo y absorta en la meditación, cuando de repente sentí un fuerte pero placentero calor en mi cabeza, y vi a mi Divino Esposo, bajo la forma de un hombre joven vestido de luz, acercándoseme desde el altar, donde el Bendito Sacramento estaba preservado en el tabernáculo. En su mano izquierda sostenía una corona de flores, en su mano derecha una corona de espinas, y me instó a elegir cuál tendría. Elegí la corona de espinas; la colocó en mi cabeza, y la presionó hacia abajo con ambas manos. Entonces desapareció, y regresé en mí, sintiendo, sin embargo, un violento dolor alrededor de mi cabeza. Estuve obligada a dejar la iglesia, la cual estaba por cerrar. Una de mis compañeras estaba arrodillada a mi lado, y como creí que podría haber visto lo que me sucedió, le pregunté cuando llegamos a casa si no había una herida en mi frente, y le hablé en términos generales de mi visión, y del violento dolor que le había seguido. Ella no pudo ver nada exteriormente, pero no estaba asombrada por lo que le dije, ya que sabía que yo en ocasiones estaba en un estado extraordinario, sin que ella fuera capaz de comprender la causa. Al día siguiente mi frente y mis sienes estaban muy inflamadas, y sufría terriblemente. Este dolor y esta inflamación frecuentemente regresaban, y a veces duraban día y noches enteras. No me percaté de que había sangre en mi cabeza hasta que mis compañeras me dijeron que sería mejor que me pusiera una gorra limpia, ya que la mía estaba cubierta de manchas rojas. Les dejé pensar cualquier cosa que quisieran acerca de ello, teniendo cuidado solamente en arreglar mi tocado como para esconder la sangre que fluía desde mi cabeza, y continué observando la misma precaución incluso después de que entré en el convento, donde sólo una persona percibió la sangre, y ella nunca traicionó mi secreto”.

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Varias otras personas contemplativas, especialmente devotas de la Pasión de nuestro Señor, han sido admitidas al privilegio de sufrir la tortura infligida por la corona de espinas, después de haber observado una visión en la que dos coronas les eran ofrecidas para elegir, por ejemplo, entre otras, Santa Catalina de Siena y Pasithea de Crogis, una Pobre Claretiana de la misma ciudad, que falleció en 1617.

Al escritor de estas páginas puede permitírsele remarcar que él mismo ha visto varias veces, a plena luz del día, la sangre fluir de la frente y el rostro, e incluso más allá del lino envuelto alrededor del cuello de Anne Catherina. Su deseo de abrazar una vida religiosa fue al final concedido. Los padres de una joven persona a quienes las monjas agustinas de Dulmen deseaban recibir en su Orden, declararon que no darían su consentimiento excepto que Anne Catherina fuera llevada al mismo tiempo. Las monjas dieron su asentimiento, aunque algo renuentemente, debido a su extrema pobreza; y el 13 de Noviembre de 1802, una semana antes de la Fiesta de la Presentación de la Virgen Bendita, Anne Catherina entró en su noviciado. Hoy en día las vocaciones no son tan severamente examinadas como antes; pero en su caso, la Providencia impuso pruebas especiales por las que, rigurosas como eran, ella sintiera que nunca podría estar tan agradecida. Sufrimientos o privaciones, las que un alma ya sea sola o en unión con otras, se impone a sí misma, para mayor gloria de Dios, son fáciles de soportar; pero hay una cruz que se asemeja más a la cruz de Cristo que ninguna otra, y aquella es la de, afectuosa y pacientemente, someterse a castigos injustos, desaires o acusaciones. Fue la voluntad de Dios que durante su año de noviciado ella fuera probada, independientemente de la voluntad de cualquier criatura, tan severamente como la más estricta superiora de novicias lo hubiera hecho antes que alguna mitigación hubiera sido permitida en las reglas. Ella aprendió a ver a sus compañeras como instrumentos en las manos de Dios para su santificación; y en un período posterior de su vida muchas otras cosas las consideró bajo la misma luz. Pero como era necesario que su ferviente alma debiera estar constantemente probada en la escuela de la Cruz, Dios se complació de que permaneciera en esa cruz durante toda su vida.

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En muchas manera su posición en el convento era excesivamente dolorosa. Ninguna de sus compañeras, ni siquiera un sacerdote o doctor, podía entender su caso. Ella había aprendido, cuando vivía entre pobres campesinos, a esconder los maravillosos dones que Dios le había conferido; pero el caso estaba modificado ahora ya que estaba en trato familiar con un gran número de monjas, quienes, aunque ciertamente buenas y piadosas, estaban llenas  de crecientes sentimientos de curiosidad, e incluso de celos espirituales. Entonces, las contraídas ideas de la comunidad y la completa ignorancia de las monjas en lo concerniente a todos los fenómenos exteriores por los que su vida interior se manifestaba, le daba mucho para soportar, más aún, cuando éstos fenómenos se desplegaban de la manera más inusual y sorprendente. Ella oía todo lo que se hablaba en contra de ella, incluso cuando los interlocutores estuvieran en un extremo del convento y ella en el otro, y su corazón estaba profundamente herido como por flechas venenosas. Aún así soportaba todo paciente y afectuosamente, sin demostrar que sabía lo que se decía de ella. Más de una vez la caridad la movió a tirarse a los pies de alguna monja que estaba particularmente prejuzgándola, y a pedirle perdón con lágrimas. Entonces, fue sospechada de oír en las puertas, ya que los sentimientos reservados de antipatía que se dispersaban contra ella se hacían conocidos, nadie sabía cómo, y las monjas se sentían incómodas e intranquilas, a pesar de ellas mismas, cuando estaban en compañía de ella.

Siempre que la regla (cuyos más ínfimos detalles eran sagrados a sus ojos) era descuidada en lo más mínimo, ella contemplaba en espíritu cada infracción, y a veces era animada a volar hacia el lugar en donde la regla estaba siendo quebrada por alguna infracción al voto de pobreza, o por desatender las horas de silencio, y entonces repetía los pasajes apropiados de la regla sin haberlos nunca aprendido. Se convirtió así en un objeto de aversión para todas aquellas religiosas que quebraran las reglas; y sus repentinos actos de presencia entre ellas tenían siempre el efecto de apariciones. Dios le había otorgado el don de las lágrimas hasta tal punto, que solía pasar horas enteras en la iglesia llorando por los pecados y la ingratitud de los hombres, los sufrimientos de la Iglesia, las imperfecciones de la comunidad, y sus propias faltas. Pero estas lágrimas de sublime pesar no podían ser entendidas por nadie más que Dios, ante quien ella las derramaba, y los hombres las atribuyeron al mero capricho, al espíritu de descontento, o a alguna causa similar. Su confesor había prescripto que ella debería recibir la santa comunión más frecuentemente que las otras monjas, porque, tan ardientemente tenía necesidad del pan de los ángeles, que había estado más de una vez cerca de morir. Estos celestiales sentimientos despertaron sensaciones de celosía en sus hermanas, quienes a veces incluso la acusaron de hipocresía.

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La gracia que se le había mostrado en su admisión al convento, a pesar de su pobreza, fue hecha también un objeto de reproche. La creencia de ser así una ocasión de pecado para otros era de lo más doloroso para ella, y continuamente suplicaba a Dios que le permitiera cargar sobre sí el castigo por esta falta de caridad para con ella. Para la Navidad del año 1802, tuvo una enfermedad muy severa, que comenzó con un violento dolor sobre su corazón.

Este dolor no la abandonó aún cuando estuvo curada, y lo llevó en silencio hasta el año 1812; cuando la marca de una cruz se imprimió exteriormente en el mismo lugar, como referiremos más adelante. Su debilidad y delicada salud hicieron que fuera considerada más como una carga que como de utilidad para la comunidad; y esto, por supuesto, estaba contra ella en muchas maneras, empero nunca se cansó de trabajar y servir para los otros, ni estuvo nunca tan feliz como en este período de su vida – consumida en privaciones y sufrimientos de todo tipo.

El 13 de Noviembre de 1803, a la edad de veintinueve, pronunció sus solemnes votos, y pasó a ser esposa de Jesucristo, en el Convento de Agnetenberg, en Dulmen. “Cuando pronuncié mis votos”, decía ella, “mis parientes fueron de nuevo en extremo amables conmigo. Mi padre y mi hermano mayor me trajeron dos piezas de tela. Mi padre, un buen pero austero hombre, y que se había opuesto mucho a mi entrada al convento, me había dicho, cuando partimos, que de buen grado pagaría mi funeral, pero que no daría nada al convento; y mantuvo su palabra, ya que esta pieza de tela fue la sábana enrollante usada para mi sepultura espiritual en el convento”.

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“No estaba pensando en mí misma”, dice ella de nuevo, “no pensaba en nada más que en nuestro Señor y en mis santos votos. Mis compañeras no podían comprenderme; ni tampoco podía explicarles mi estado. Dios ocultó de ellas muchas de las gracias que me confirió, de otro modo hubieran tenido ideas muy falsas respecto a mí.  A pesar de todas mis pruebas y sufrimientos, nunca fui más rica interiormente, y mi alma estaba completamente inundada de felicidad. Mi celda sólo contenía una silla sin asiento, y otra sin respaldo; aún así para mis ojos, estaba magníficamente amoblada, y cuando estaba allí solía creer que estaba en el Cielo. Frecuentemente durante la noche, impulsada por el amor y por la misericordia de Dios, vertía los sentimientos de mi alma al conversar con él en un lenguaje cariñoso y familiar; como siempre había hecho desde mi infancia, y entonces aquellos que estaban viéndome me acusarían de irreverencia y de falta de respeto hacia Dios. Una vez, pasó que dije que me parecía que debería ser más culpable de falta de respeto si recibiera el Cuerpo de nuestro Señor sin haber conversado familiarmente con él, y fui severamente reprendida. En medio de todas estas pruebas, aún vivo en paz con Dios y con todas sus criaturas. Cuando estaba trabajando en el jardín, las aves vendrían y se posarían sobre mi cabeza y hombros, y juntos cantaríamos las alabanzas a Dios. Siempre contemplé a mi ángel de la guarda a mi lado, y aunque el demonio frecuentemente me asaltaba y me amedrentaba en varias maneras, nunca le fue permitido hacerme demasiado daño. Mi deseo por el Bendito Sacramento era tan irresistible, que usualmente de noche dejaba mi celda e iba a la iglesia si estaba abierta; pero si no, permanecía en la puerta o al lado de los muros, incluso en invierno, de rodillas o prosternada, con mis brazos extendidos en éxtasis. El capellán del convento, que eran tan caritativo como para venir temprano para darme la Santa Comunión, solía encontrarme en este estado, pero tan pronto llegaba y abría la iglesia, siempre me recuperaba, y me apresuraba hacia la santa mesa, para recibir allí a mi Señor y mi Dios. Cuando fui sacristán, solía sentirme de pronto arrebatada en espíritu, y ascender hasta las partes más altas de la iglesia, en las cornisas, las partes sobresalientes del edificio, y las molduras, donde parecía imposible para cualquier ser llegar por medios humanos. Entonces limpiaba y arreglaba todo, y me parecía que estaba rodeada de espíritus sagrados, que me transportaban y me sostenían con sus manos. Su presencia no me causaba la menor intranquilidad, ya que me había acostumbrado a ello desde mi infancia, y solía tener el más dulce y familiar trato con ellos. Era sólo cuando estaba en compañía de ciertos hombres que estaba realmente sola; y tan grande era entonces mi sensación de soledad que no podía evitar llorar como una niña que se extravió del hogar”.

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Procedemos ahora a sus enfermedades, omitiendo cualquier descripción de algún otro fenómeno destacable de su vida extática, recomendando solamente al lector que compare los relatos que ya hemos dado con los relativos a Santa María Magdalena de Pazzi.

Anne Catherina siempre había estado débil y delicada, y aún así ha estado, desde su más temprana infancia, en el hábito de practicar muchas mortificaciones, de ayunar y de pasar la noche en vigilia y oración a la intemperie. Se había acostumbrado a las arduas tareas de los campos, en todas las estaciones del año, y su fortaleza fue también necesariamente muy puesta a prueba por los agotadores y sobrenaturales estados por los que frecuentemente pasaba. En el convento continuaba trabajando en el jardín y en la casa, mientras que sus trabajos y sufrimientos espirituales estaban siempre incrementándose, por lo que no es para nada sorprendente que estuviera usualmente enferma; pero sus enfermedades surgían empero por otra causa. Hemos aprendido, de las cuidadosas observaciones hechas cada día por espacio de cuatro años, y también por lo que ella misma fue forzada involuntariamente a admitir, que cuando disfrutaba de las gracias espirituales más altas, una gran porción de sus enfermedades y sufrimientos provenían de cargar sobre sí los sufrimientos de otros. Algunas veces, pedía por la enfermedad de una persona que no la soportaba pacientemente, y la aliviaba de todos o de una parte de sus sufrimientos, cargándolos sobre sí; a veces, deseando expiar un pecado o poner fin a algún sufrimiento, ella se entregaba a manos de Dios, y Él, aceptando su sacrificio, permitía así que ella, en unión con los méritos de Su pasión, expiara el pecado sufriendo alguna enfermedad correspondiente a aquél. Ella hubo de soportar consecuentemente, no sólo sus propias dolencias, sino también aquellas de otros – para sufrir en expiación de los pecados de sus hermanos, y de las faltas y negligencias de ciertas partes de la comunidad Cristiana – y, finalmente, para sobrellevar muchos y variados sufrimientos en satisfacción por las almas del purgatorio. Todos estos sufrimientos aparecían como verdaderas enfermedades, las cuales tomaban las más contrastantes y variables formas, y ella estaba completamente bajo el cuidado de un médico, quien se esforzó mediante remedios terrenales en curar enfermedades que en realidad eran las mismas fuentes de su vida. Ella dijo al respecto: “Reposar en el sufrimiento siempre me ha parecido la condición más deseable posible. Los mismos ángeles nos envidiarían, si la envidia no fuera una imperfección. Pero para que los sufrimientos sean realmente meritorios debemos paciente y agradecidamente aceptar inadecuados remedios y comodidades, y todas las otras pruebas adicionales. No comprendo totalmente mi condición, ni conozco a dónde conducirá. En mi alma acepté mis diferentes sufrimientos, pero en mi cuerpo era mi deber pugnar contra ellos. Me había entregado total y absolutamente a mi Celestial Esposo, y su santa voluntad estaba siendo realizada en mí; pero yo estaba viviendo en la tierra, donde no debía rebelarme en contra de la sabiduría y las prescripciones terrenales. Aún si hubiera comprendido completamente mi estado, y tuviera tiempo y capacidad de explicarlo, no había nadie cerca que hubiera sido capaz de entenderme. Un doctor hubiera simplemente concluido que estaba completamente demente, y habría incrementado sus costosos y dolorosos remedios diez veces más. He sufrido mucho de esta manera durante toda mi vida, y particularmente cuando estuve en el convento, por haberme administrado remedios inadecuados. Usualmente, cuando mis doctores y enfermeras me había reducido a la última agonía, y que estaba cerca de la muerte, Dios se compadecía de mí y me enviaba alguna asistencia sobrenatural, que causaba una completa curación”.

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Cuatro años antes de la supresión de su convento ella fue a Flamske por dos días para visitar a sus padres. Mientras estuvo allí, fue de nuevo a arrodillarse y a rezar por algunas horas ante la milagrosa Cruz de la Iglesia de San Lamberto, en Coesfeld. Suplicó al Todopoderoso que otorgara los dones de la paz y la unidad a su convento, le ofreció la Pasión de Jesús por aquella intención y le imploró que le permitiera sentir una porción de los sufrimientos que fueron sobrellevados por su Divino Esposo en la Cruz. Desde el momento en que hizo esta oración sus manos y pies se pusieron ardientes y dolorosos, y sufría constantemente de fiebre, a la cual creía como la causa del dolor en sus manos y pies, ya que no se atrevía a pensar que su plegaria había sido concedida. Frecuentemente era incapaz de caminar, y el dolor en sus manos le impedían trabajar como era usual en el jardín. El 3 de Diciembre de 1811, el convento fue suprimido[1], y la iglesia cerrada. Las monjas se dispersaron en todas direcciones, pero Anne Catherina permaneció, pobre y enferma. Un compasivo sirviente perteneciente al monasterio la asistía por caridad, y un anciano sacerdote emigrante, que decía la Misa en el convento, también permaneció con ella. Estos tres individuos, siendo los más pobres de la Comunidad, no dejaron el convento hasta la primavera de 1812. Ella todavía estaba muy enferma, y no podía ser trasladada sin gran dificultad. El sacerdote se alojó con una pobre viuda que vivía en el barrio, y Anne Catherina tenía en la misma casa una pequeña habitación miserable en la planta baja, que miraba a la calle. Allí vivió ella, en pobreza y enfermedad, hasta el otoño de 1813. Sus éxtasis en oración, y su trato espiritual con el mundo invisible, se hicieron más y más frecuentes. Ella estaba por ser llamada a un estado con el que estaba familiarizada imperfectamente, y para ingresar en él, no hizo nada más que abandonarse sumisamente a la voluntad de Dios. Nuestro Señor se complació en estos momentos en imprimir sobre su cuerpo virginal los estigmas de su cruz y su crucifixión, que eran para los Judíos piedra de tropiezo, y locura para los Gentiles, y para muchas personas que se autoproclaman Cristianos, tanto una cosa como la otra. Desde su más temprana infancia ella había suplicado a nuestro Señor que imprimiera las marcas de su cruz profundamente en su corazón, para que así ella no pudiera olvidar jamás su infinito amor por los hombres; pero nunca había pensado en recibir ninguna marca exterior. Rechazada por el mundo, oró más fervientemente que nunca con este fin. El 28 de Agosto, fiesta de San Agustín, patrono de su orden, mientras estaba haciendo esta oración en su cama, arrebatada en éxtasis y con sus brazos estirados hacia delante, contempló un joven hombre que se le acercaba rodeado de luz. Fue bajo esta forma que su Divino Esposo usualmente se le aparecía, e hizo ahora sobre el cuerpo de ella, con su mano derecha, la marca de una cruz común.  Desde este momento había una marca como una cruz sobre su seno, consistente en dos franjas cruzadas, de unas tres pulgadas de largo y una de ancho. Posteriormente la piel se alzaba en ampollas en este lugar, como si fuera una quemadura, y cuando estas ampollas se rompían, un ardiente líquido incoloro emanaba de ellas, a veces en tal cantidad como para empapar varias sábanas. Ella estuvo mucho tiempo sin percibir cuál era realmente el caso, y sólo pensaba que tenía una gran transpiración. El significado particular de esta marca nunca ha sido conocido.

Ana Catalina Emmerich

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Algunas semanas más tarde, cuando hacía alguna oración, cayó en éxtasis, y contempló la misma aparición, que se le presentó con una pequeña cruz de la forma descripta en sus relatos de la Pasión. Ansiosa y fervientemente ella la recibió y la presionó sobre su seno, y luego la regresó. Ella dijo que esta cruz era tan suave y blanca como la cera, pero que al principio no se dio cuenta que había creado una marca externa sobre su seno. Poco tiempo después, habiendo ido con la pequeña hija de la casera a visitar una vieja ermita cerca de Dulmen, de improviso cayó en éxtasis, se desmayó, y en su recuperación fue llevada a casa por una pobre campesina. El agudo dolor que sintió en su pecho continuó incrementándose, y vio lo que parecía una cruz, de unas tres pulgadas de largo, presionada estrechamente contra su esternón, y pareciendo roja a través de la piel. Como había contado acerca de su visión a una monja con la que era íntima, su extraordinario estado comenzó a ser comentado en buena medida. El Día de Todos los Muertos de 1812, ella salió por última vez, y con mucha dificultad logró alcanzar la iglesia. Desde ese momento hasta fin de año parecía estar muriendo, y recibió los últimos Sacramentos. En Navidad una cruz más pequeña apareció encima de aquella sobre su pecho. Tenía la misma forma que la más grande, de manera que las dos juntas formaban una doble cruz[2]. Sangre brotaba de esta cruz todos los Miércoles, como si dejara la impresión de su forma sobre un papel colocado sobre ella. Después de un tiempo, esto sucedía en cambio los Viernes. En 1814 este flujo de sangre tenía lugar menos frecuentemente, pero la cruz se ponía tan roja como el fuego cada Viernes. En un período posterior de su vida más sangre fluyó desde esta cruz, especialmente cada Viernes Santo; pero no se le prestó ninguna atención. El 30 de Marzo de 1821, el escritor de estas páginas vio esta cruz de un profundo color rojo, y sangrando por doquier. En su estado usual era incolora, y su posición sólo estaba marcada por leves hendiduras en la piel. Otras Extáticas han recibido similares marcas de la Cruz; entre otras, Catherina de Raconis, Marina de l’Escobar, Emilia Bichieri, S. Juliani Falconieri, etc.

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Ella recibió los estigmas en los últimos días del año 1812. El 29 de Diciembre, sobre las tres en punto de la tarde, estaba ella acostada en su cama en la pequeña habitación, extremadamente enferma, pero en estado de éxtasis y con sus brazos extendidos, meditando en los sufrimientos de su Señor, y suplicándole que le permitiera sufrir con él. Dijo cinco Padrenuestros en honor de las Cinco Heridas, y sintió todo su corazón encendido de amor. Vio entonces una luz descendiendo hacia ella, y distinguió en medio de esta la resplandeciente forma de su Salvador crucificado, cuyas heridas brillaban como muchas hogueras de luz. El corazón de ella esta desbordante de alegría y pesar, y ante la vista de las sagradas heridas, su deseo de sufrir con su Señor se volvió intensamente violento. Entonces rayos triples, con punta como de flechas, del color de la sangre, se precipitaron desde las manos, pies, y el costado de la sagrada aparición, y dieron en sus manos, pies, y costado derecho. Los rayos triples del costado formaban una punta como la cabeza de una lanza. En el momento en que estos rayos la tocaron, gotas de sangre fluyeron desde las heridas que habían creado. Largo rato permaneció ella en un estado de insensibilidad, y cuando recuperó sus sentidos no supo quién había bajado sus brazos extendidos. Fue con asombro que contempló la sangre fluyendo desde las palmas de sus manos, y sintió un violento dolor en sus pies y su costado. Sucedió que la pequeña hija de la casera entró a su habitación, vio sus manos sangrando, y corrió a contarle a su madre, quien con gran ansiedad le preguntó a Anne Catherina que había pasado, pero le rogó que no hablara de ello. Ella sintió, después de haber recibido los estigmas, que un cambio completo había tenido lugar en su cuerpo; ya que el curso de su sangre parecía haber cambiado, y fluir rápidamente hacia los estigmas. Ella misma solía decir: “No hay palabras para describir en qué manera fluye”.

Estamos en deuda con un curioso incidente de nuestro conocimiento acerca de las circunstancias que hemos aquí relatado. El 15 de Diciembre de 1819, ella tuvo una detallada visión de todo lo que le había pasado, pero de una manera que pensó que se refería a alguna otra monja a quien imaginó que debía vivir no muy lejos, y a quien suponía había experimentado las mismas cosas que ella. Relataba todos estos detalles con un fuerte sentimiento de compasión, humillándose, sin saberlo, ante su propia paciencia y sufrimientos. Era de lo más conmovedor escucharla decir: “No debería nunca más quejarme, ahora que he visto los sufrimientos de aquella pobre monja; su corazón está rodeado con una corona de espinas, pero la lleva plácidamente y con un semblante sonriente. Es vergonzoso en verdad para mí el quejarme, ya que ella tiene una carga que soportar más pesada que la que yo tengo”.

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Estas visiones, las que ella reconoció después como su propia historia, se repitieron varias veces, y es a través de ellas que las circunstancias bajo las cuales recibió los estigmas son conocidas. De otro modo no habría relatado tantos pormenores acerca de los cuales su humildad nunca le hubiese permitido hablar, y respecto de los cuales, cuando sus superiores espirituales le preguntaban de dónde procedían sus heridas, lo más que decía era: “Espero que provengan de la mano de Dios”.

Los límites de esta obra nos impiden entrar sobre la materia de los estigmas en general, pero podemos observar que la Iglesia Católica ha producido un cierto número de personas, San Francisco de Asís siendo el primero, que han alcanzado tal grado de amor contemplativo hacia Jesús, el cual es el más sublime efecto de unión con sus sufrimientos, y es designado por los teólogos “Vulnus Divinum, Plago amoris viva”. Es sabido que han sido al menos cincuenta. Verónica Guiliani, una Capuchina, que falleció en Cittá di Castello en 1727, es la última persona de la clase que ha sido canonizada el 26 de Mayo de 1831. Su biografía, publicada en Colonia en 1810, da una descripción del estado de las personas con estigmas, que en muchas maneras es aplicable a Anne Catherina. Colomba Schanolt, que falleció en Bamberg en 1787, Magdalen Lorger, que falleció en Hadamar en 1806, ambas Dominicas, y Rose Serra, una Capuchina en Ozieri en Sardinia, quien recibió los estigmas en 1801, son aquellas de nuestro tiempo de las que sabemos más. Josephine Kumi, del Convento de Wesen, cerca del Lago Wallenstadt en Suiza, que aún vivía en 1815, también pertenecía a esta clase de personas, pero no estamos completamente seguros acerca de si tenía estigmas.

Anne Catherina, como dijimos antes, no siendo más capaz de caminar o de levantarse de su cama, pronto fue incapaz también de comer. No pasó mucho para que no pudiera tomar más nada que un poco de vino y agua, y finalmente sólo agua pura; a veces, pero muy raramente, conseguía ingerir el jugo de una cereza o de una ciruela, pero inmediatamente devolvía cualquier alimento sólido tomado aún en pequeña cantidad. Esta incapacidad de tomar alimento, o más bien, esta facultad de vivir un buen tiempo sin más nada que agua, nos aseguran doctores eruditos, no carece en absoluto de ejemplos en la historia de los dolientes.

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Los teólogos estarán perfectamente conscientes de que hay muchas instancias de ascéticos contemplativos, y particularmente de personas frecuentemente en un estado de éxtasis y que han recibido los estigmas, permaneciendo largo tiempo sin tomar ningún alimento más que el Sagrado Sacramento; por ejemplo, B. Nicholas de Flue, Santa Liduvma de Schiedam, Santa Catalina de Siena, Santa Ángela de Foligno, y San Luis de l’Ascension. Todos los fenómenos exhibidos en la persona de Anne Catherina permanecieron ocultos incluso para quienes tuvieron un mayor trato con ella, hasta el 25 de Febrero de 1813, cuando fueron descubiertos accidentalmente por una de sus antiguas compañeras de convento. Hacia fin de Marzo, toda la ciudad hablaba de ellos. El 23 de Marzo, el médico del barrio la obligó a un examen. Contrariamente a sus expectativas, se convenció de la verdad, elevó un informe oficial de lo que había visto, se hizo su doctor y amigo, y permaneció hasta su muerte. El 28 de Marzo, las autoridades espirituales de Munster designaron comisionados para que examinaran su caso. La consecuencia de esto fue que Anne Catherina fue de ahí en más benignamente considerada por sus superiores, y adquirió la amistad del ex Deán Overberg, quien desde aquel momento venía cada año para visitarla durante varios días, y fue su confortador y director espiritual. El consejero médico de Druffel, quien estaba presente en este examen en calidad de doctor, nunca dejó de venerarla. En 1814, publicó en el Diario Médico de Salzburgo un detallado relato de los fenómenos que él había advertido en la persona de Anne Catherina, y a este remitimos a aquellos de nuestros lectores que desean más pormenores sobre el tema. El 4 de Abril, M. Gamier, el Comisionado General de la Policía Francesa, vino desde Munster para verla; indagó minuciosamente sobre su caso, y habiéndose cerciorado de que ella no profetizaba ni hablaba de política, declaró que no era injerencia de la policía el ocuparse de ella. En 1826 aún hablaba de ella en París con respeto y emoción.

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El 22 de Julio de 1813, Overberg vino a verla con el Conde de Stolberg y su familia. Permanecieron dos días con ella, y Stolberg, en una carta que ha sido varias veces impresa, da testimonio de la realidad de los fenómenos observados en Anne Catherina, y expresó su intensa veneración por ella. Permaneció como amigo de ella tanto como vivió, y los miembros de su familia nunca dejaron de encomendarse a sus plegarias. El 29 de Septiembre de 1813, Overberg llevó a la hija de la Princesa Galitzin (que falleció en 1806) para visitarla, y vieron con sus propios ojos a la sangre fluir copiosamente de sus estigmas. Esta distinguida dama repitió su visita y, después de convertirse en Princesa de Salm, nunca cambió en sus sentimientos, sino que, junto con su familia, permanecieron en constante comunión de oración con Anne Catherina. Muchas otras personas en todos los órdenes de la vida fueron, de la misma manera, consolados y edificados al visitar su cama de sufrimiento. El 23 de Octubre de 1813, fue llevada a otro alojamiento, cuya ventana miraba a un jardín. La condición de la bendita monja se hacía día a día más dolorosa. Sus estigmas eran una fuente de indescriptible dolor para ella, hasta el momento de su muerte. En vez de permitir a sus pensamientos descansar sobre aquellas gracias cuya presencia interior daban tales milagrosos testimonios externos, ella aprendió de ellas lecciones de humildad, al considerarlas una pesada cruz puesta sobre ella por sus pecados. Su mismo cuerpo doliente era para predicar a Jesús crucificado. Era difícil en efecto ser un enigma para todas las personas, un objeto de sospecha para la gran mayoría, y de respeto mezclado con temor para algunos pocos, sin producir sentimientos de impaciencia, irritabilidad u orgullo. Voluntariamente ella habría vivido en completa reclusión del mundo, pero la obediencia pronto la compelía a permitir ser examinada y a que fuera juzgada por una vasta cantidad de personas curiosas. Sufriendo, como ella estaba, los dolores más tormentosos, no se le permitió siquiera ser su propia dueña, sino que fue considerada como algo que cualquiera se creía con el derecho de observarla y juzgarla – usualmente sin buenos resultados para nadie, pero en gran medida para la predisposición del alma y cuerpo de ella, ya que así era privada de tanto descanso y recogimiento de espíritu. Parecía no haber límites a lo que se esperaba de ella, y a un hombre obeso, que tuvo cierta dificultad en ascender por la angosta escalera en caracol, se le oyó quejarse de que una persona como Anne Catherina, que debería ser expuesta en un camino público donde todos pudieran verla, tuviera que permanecer en un alojamiento tan difícil de alcanzar. En épocas anteriores, las personas en su estado sobrellevaban en privado los exámenes de las autoridades espirituales, y efectuaban sus dolorosas vocaciones bajo la sombra protectora de santos muros; pero nuestra sufriente heroína había sido lanzada desde el claustro al mundo en un tiempo en que el orgullo, la frialdad de corazón, y la incredulidad estaban todas de moda; marcada con los estigmas de la Pasión de Cristo, fue forzada a llevar su ensangrentado ropaje en público, bajo la mirada de hombres que apenas creían en las Heridas de Cristo, mucho menos en las heridas que sólo eran imágenes de Aquellas.

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Así esta santa mujer, que en su juventud había tenido la costumbre de orar durante muchas horas ante imágenes de todas las estaciones de la dolorosa Pasión de Cristo, o ante cruces en los costados de los caminos, se hizo a sí misma como una cruz en la vía pública, insultada por un transeúnte, bañada en lágrimas de arrepentimiento por un segundo, tomada como una mera curiosidad física por un tercero, y venerada por un cuarto cuyas inocentes manos traerían flores para colocarlas a sus pies.

En 1817 su anciana madre vino desde el campo para morir a su lado. Anne Catherina le mostró todo el amor que pudo confortándola y orando por ella, y cerrando sus ojos con sus propias manos – aquellas manos marcadas con los estigmas el 13 de Marzo del mismo año. La herencia dejada a Anne Catherina por su madre fue más que suficiente para alguien tan imbuida del espíritu de mortificación y sufrimiento; y por su parte, ella la dejó intacta para sus amigos. Consistía en estos tres dichos: “Señor, vuestra voluntad, no la mía, sea hecha”; “Señor, dame paciencia, y entonces golpea duro”; “Aquellas cosas que no son buenas para ponerlas en la olla, al menos son buenas para ponerlas debajo”. El significado de este último proverbio era: si las cosas no eran sanas como para comerlas, al menos podían ser quemadas, para que la comida pueda ser cocinada; este sufrimiento no alimenta mi corazón, pero al soportarlo pacientemente, puede al menos incrementar el fuego del amor divino, único por el cual la vida puede proveernos todo. Frecuentemente repetía estos proverbios, y entonces pensaba en su madre con gratitud. Su padre había fallecido algún tiempo antes.

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El escritor de estas páginas tomó conocimiento de su estado primero a través de leer una copia de aquella carta de Stolberg, a la que ya hemos aludido, y después a través de una conversación con un amigo quien había pasado varias semanas con ella. En Septiembre de 1818 fue invitado por el Obispo Sailer para encontrarse con él en lo del Conde de Stolberg, en Westphalia; y él fue en primer lugar a Sondermuhlen para ver al conde, quien lo presentó a Overberg, de quien recibió una carta dirigida al doctor de Anne Catherina. Hizo su primer visita a ella el 17 de Septiembre de 1818; y le permitió quedarse varias horas con ella a su lado cada día, hasta la llegada de Sailer. Desde el mismo principio, le dio su confianza hasta una admirable magnitud, y de la manera más conmovedora e ingenua. Sin duda ella era consciente que al relatar sin reservas la historia de todas sus pruebas, alegrías, y tristezas de su vida entera, estaba confiriendo las dádivas espirituales más preciosas sobre él. Ella lo trató con la más generosa hospitalidad, y no tuvo ninguna duda en hacerlo, debido a que él no la oprimía ni alarmaba su humildad por excesiva admiración. Ella le descubrió su interior con el mismo espíritu caritativo a como un devoto solitario ofrecería en la mañana las flores y frutos que hubieran crecido en su jardín durante la noche a algún viajante cansado de caminar, quien, habiendo perdido su camino en el desierto del mundo, lo encuentra sentado cerca de su ermita. Completamente consagrada a Dios, hablaba de esta manera abierta como un niño lo hubiera hecho, confiadamente, sin sentimientos de dudas, y sin un fin egoísta en vista. ¡Que Dios la recompense!

Su amigo diariamente ponía por escrito todas las observaciones que él hacía respecto a ella, y todo lo que ella le contaba acerca de su vida, ya sea interior o exterior. Las palabras de ella estaban caracterizadas alternativamente por la simplicidad más infantil y la más asombrosa profundidad de pensamiento, y presagiaban, de alguna forma, el vasto y sublime espectáculo que posteriormente se desarrollaría, cuando se hizo evidente que el pasado, el presente y el futuro, junto con todo lo que concernía a la santificación, profanación y juzgamiento de las almas, formaban ante y dentro de ella un drama alegórico e histórico, por el cual los diferentes eventos del año eclesiástico proveían temas, y lo dividían en escenas, tan estrechamente relacionadas entre sí eran todas sus oraciones y sufrimientos los cuales ella ofrecía en sacrificio por la Iglesia militante.

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El 22 de Octubre de 1818 Sailer vino a verla, y habiendo advertido que ella se alojaba en la parte trasera de un pub, y que los hombres estaban jugando a los bolos bajo su ventana, dijo de manera jocosa y pensativa como era peculiar en él: “Ves, ves; todas las cosas son como debieran ser – la monja enferma, la esposa de nuestro Señor, se aloja en un pub sobre el piso donde los hombres están jugando a los bolos, como el alma del hombre en su propio cuerpo”. Su entrevista con Anne Catherina fue de lo más afectuosa; era en efecto hermoso el contemplar a estas dos almas, que estaban ambas encendidas por el amor a Jesús, y conducidas por la gracia a través de caminos tan diferentes, encontrándose así a los pies de la Cruz, la estampa visible de la cual era llevada por una de ellas. El Viernes, 23 de Octubre, Sailer permaneció a solas con ella durante casi todo el día; vio sangre fluir de su cabeza, de sus manos y de sus pies, y fue capaz de conferirle gran consuelo a sus pruebas interiores. Él le recomendó encarecidamente que contara todo sin reservas al escritor de estas páginas, y llegó a un entendimiento sobre la materia con su usual director. Él escuchó su confesión, le dio la Sagrada Comunión el Sábado 24, y luego continuó su viaje hasta lo del Conde de Stolberg. A su regreso, a principios de Noviembre, pasó de nuevo un día con ella. Continuó siendo su amigo hasta su muerte, oró constantemente por ella, y le pedía a ella sus oraciones cuando se encontraba en situaciones de prueba o dificultad. El escritor de estas páginas permaneció hasta Enero. Él regresó de nuevo en Mayo de 1819, y continuó velando por Anne Catherina casi ininterrumpidamente hasta la muerte de ella.

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La santa doncella continuamente suplicaba al Todopoderoso que removiera los estigmas exteriores, con relación a los problemas y fatigas que ocasionaban, y su oración fue concedida al final de siete años. Hacia el final del año 1819, la sangre primero fluía menos frecuentemente de sus heridas, y luego cesó por completo. El 25 de Diciembre, cayeron costras de sus pies y manos, y quedaron allí solamente cicatrices blancas, que se ponían rojas en ciertos días, pero el dolor que ella sufría no mermó en lo más mínimo. La marca de la cruz y la herida en su costado derecho solían verse como antes, pero no a determinadas épocas. En ciertos días tenía siempre sensaciones de lo más dolorosas alrededor de su cabeza, como si una corona de espinas fuera presionada sobre ella. En estas ocasiones ella no podía reclinar su cabeza contra nada, ni siquiera hacerla descansar en su mano, sino que tenía que permanecer por largas horas, a veces incluso durante noches enteras, sentada en su cama, sostenida por almohadones, mientras su pálido rostro, y los irreprimibles quejidos de dolor que escapaban de ella, hacían de ella como una enorme y viva representación del sufrimiento. Después de haber estado en esta condición, la sangre invariablemente fluía más o menos copiosamente alrededor de su cabeza. El Viernes Santo, Abril 19 de 1819, todas sus heridas se reabrieron y sangraron, y se cerraron de nuevo en los días siguientes. Una indagación de lo más rigurosa de su estado fue hecha por algunos doctores y naturalistas. Con ese fin fue ubicada sola en una casa ajena, donde permaneció desde el 7 al 29 de Agosto; pero este examen parecía no haber producido ningún efecto particular en modo alguno. Fue llevada de regreso a su propia vivienda el 29 de Agosto, y desde ese momento hasta que falleció fue dejada en paz, salvo que fuera ocasionalmente molestada por disputas privadas e insultos públicos. En esta materia Overberg le escribió las siguientes palabras: “¿Qué es lo que has tenido que sufrir personalmente de lo que puedas quejarte? Me estoy dirigiendo a un alma deseosa de nada más que de parecerse más y más a su divino Esposo. ¿No has sido tratada mucho más amablemente de como lo fue tu adorable Esposo?¿No debería ser un motivo de regocijo para ti, de acuerdo al espíritu, haber sido asistida para asemejarte a él más estrechamente, y así ser más agradable a sus ojos? Has sufrido mucho con Jesús, pero hasta aquí los insultos te habían sido evitados en su mayor parte. Con la corona de espinas no habías llevado el manto púrpura y la túnica de desprecio, mucho menos habías escuchado aún el grito, “¡Fuera con él!¡Crucifíquenlo!”  No puedo dudar empero que estos sentimientos son tuyos. Alabado sea Jesucristo.”

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El Viernes Santo, 30 de Marzo de 1820, sangre fluyó de su cabeza, pies, manos, pecho y costado. Sucedió que cuando se desmayó, una de las personas que estaban con ella, sabiendo que la aplicación de reliquias la aliviaban, colocaron cerca de sus pies una pieza de lino en las que algunas fueron envueltas, y la sangre que provenía de sus heridas alcanzaron esta pieza de lino después de un tiempo. Por la tarde, cuando esta misma pieza de lino con las reliquias fue ubicada sobre su pecho y hombros, en los que ella estaba sufriendo mucho, de repente exclamó, mientras estaba en estado de éxtasis: “Es de lo más hermoso, pero veo a mi Celestial Esposo yaciendo en la tumba en la Jerusalén terrenal; y también lo veo viviendo en la Jerusalén celestial rodeado de santos adoradores, y en medio de estos santos veo una persona que no es un santo – es una monja. Sangre fluye de su cabeza, su costado, sus manos y sus pies, y los santos están sobre las partes sangrantes.”

El 9 de Febrero de 1821 cayó en éxtasis en el momento del funeral de una sacerdote muy santo. Sangre fluyó de su frente, y la cruz sobre su seno sangró también. Alguien le preguntó, “¿Qué es lo que te pasa?”. Ella sonrió, y habló como alguien que se despierta de un sueño: “Estábamos al lado del cuerpo. Me he acostumbrado últimamente a escuchar música sacra, y el De Profundis me causó una gran impresión”. Ella falleció el mismo día tres años después. En 1821, unas pocas semanas antes de la Pascua, ella nos contó que se le había dicho durante su oración: “Entérate, sufrirás en el verdadero aniversario de la Pasión, y no en el día marcado este año en el Calendario Eclesiástico”. El Viernes 30 de Marzo, a las diez en punto de la mañana, se desplomó inconsciente. Su rostro y su seno estaban bañados en sangre, y su cuerpo aparecía cubierto de contusiones como los que hubieran infligido los golpes de látigo. A las doce en punto del día, se tendió en forma de cruz, y sus brazos estaban tan extendidos como para estar perfectamente dislocados. Unos pocos minutos antes de las dos en punto, gotas de sangre fluyeron de sus pies y manos. El Viernes Santo, 20 de abril, ella estaba simplemente en estado de calma contemplación. Esta notable excepción a la regla general parecía ser un efecto de la providencia de Dios, ya que, a la hora en que sus heridas usualmente sangran, un número de individuos curiosos y desalmados vino a verla con la intención de causarle nuevos sinsabores, para publicar lo que verían; pero se les hizo contribuir así a su paz, al decir que sus heridas habían dejado de sangrar.

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El 19 de Febrero de 1822 fue avisada de nuevo que sufriría el último Viernes de Marzo, y no en Viernes Santo.

El Viernes 15, y de nuevo el Viernes 29, la cruz en su seno y la herida de su costado sangraron. Antes del 29, sintió más de una vez como si una corriente de fuego fluyera rápidamente desde su corazón hacia su costado, y bajando hacia sus brazos y piernas hasta los estigmas, los cuales parecían rojos e inflamados. En la tarde del Martes 28, cayó en un estado de contemplación sobre la Pasión, y permaneció en él hasta el Viernes a la tarde. Su pecho, cabeza y costado sangraron; todas las venas de sus manos estaban hinchadas, y había una zona dolorosa en el centro de ellas, la cual se sentía húmeda, aunque no fluía sangre de ella. Nada de sangre fluyó de los estigmas excepto el 3 de Marzo, el día del hallazgo de la Santa Cruz. Tuvo también una visión del descubrimiento de la verdadera cruz por parte de Santa Elena, y se imaginó a sí misma tendida en la excavación cerca de la cruz.  Mucha sangre salió en la mañana de su cabeza y costado, y por la tarde desde sus manos y pies, y le pareció a ella como si fuera usada como prueba de si la cruz era verdaderamente la Cruz de Jesucristo, y que su sangre estaba testificando su identidad.

En el año 1823, el Jueves y Viernes Santo, que cayeron el 27 y 28 de Marzo, tuvo visiones de la Pasión, durante la cual sangre fluyó desde todas sus heridas, causándole intenso dolor. Entre estos inmensos dolores, aunque arrebatada en espíritu, fue obligada a hablar y dar respuestas concernientes a todos sus pequeños asuntos caseros, como si hubiera estado perfectamente fuerte y bien, y ella nunca dejó caer una queja, aunque estuviera cerca de morir. Esta fue la última vez que su sangre dio testimonio de la realidad de su unión con los sufrimientos de Aquel que se había entregado total y absolutamente por nuestra salvación. La mayoría de los fenómenos de la vida extática que se nos muestran en las vidas y escritos de Santa Brígida, Gertrudis, Matilde, Hildegarda, Catalina de Siena, Catalina de Genoa, Catalina de Bologna, Colomba da Rieti, Lidwina de Schiedam, Catalina Vanini, Teresa de Jesús, Anna de San Bartolomé, Magdalena de Pazzi, María Villana, María Buonomi, Marina d’Escobar, Crescentia de Kaufbeuern, y muchas otras monjas de órdenes contemplativas, son encontrados también en la historia de la vida interior de Anne Catherina Emmerich. El mismo camino fue trazado para ella por Dios. ¿Logrará ella, como estas santas mujeres, la consumación? Sólo Dios sabe. Nuestra parte consiste solamente en orar que tal haya sido el caso, y nos es permitido esperar tal cosa. Aquellos entre nuestros lectores que no están al tanto de la vida extática de los escritos de aquellos que la han vivido, encontrarán información sobre esta materia en la Introducción de Goërres a los escritos de Henry Suso, publicado en Ratisbone en 1829.

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Desde que muchos devotos Cristianos, para convertir su vida en un acto perpetuo de adoración, se esfuerzan para ver en sus ocupaciones diarias una representación simbólica de cierta manera de honrar a Dios, y ofrecerla a Él en unión con los méritos de Cristo, no puede parecer extraordinario que aquellas santas almas que pasan de una vida activa a una de sufrimiento y contemplación, vieran a veces sus labores espirituales bajo la forma de aquellas ocupaciones terrenales que anteriormente llenaban sus días. Entonces sus actos eran oraciones; ahora sus oraciones son actos; pero la forma permanece igual. Así fue que Anne Catherina, en su vida extática, contempló la serie de sus oraciones por la Iglesia bajo las formas de parábolas portando referencia a la agricultura, la jardinería, la tejeduría, la siembra, o el cuidado de ovejas. Todas estas diferentes ocupaciones estaban distribuidas, de acuerdo a su significado, en los diferentes períodos del año común como del eclesiástico, y eran seguidas bajo el patronato y con la asistencia de los santos de cada día, siendo aplicadas a ellas también las gracias especiales de las correspondientes fiestas de la Iglesia. La significación de este círculo de símbolos tenía referencia con toda la parte activa de la vida interior de Anne. Un ejemplo ayudará a explicar lo que queremos decir. Cuando Anne Catherina, siendo aún una niña, estaba empleada en la escarda, rogaba a Dios que desarraigara la cizaña del campo de la Iglesia. Si sus manos eran pinchadas por las ortigas, o si era obligada a rehacer el trabajo de los haraganes, ella ofrecía a Dios su dolor y su fatiga, y le suplicaba, en el nombre de Jesucristo, que el pastor de las almas no pudiera cansarse, y que ninguno de ellos cesara de trabajar celosa y diligentemente. Así su actividad manual se hizo una oración.

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Daré ahora un ejemplo correspondiente a su vida de contemplación y éxtasis. Había estado enferma varias veces, y en un estado casi continuo de éxtasis, durante el cual solía dolerse, y movía sus manos como una persona ocupada en escardar. Se quejó una mañana de que sus manos y brazos le picaban y hormigueaban, y al examinarla se encontró que estaban cubiertos de ampollas, como las que hubieran producido por los pinchazos de ortigas. Ella entonces rogó a varias personas de su conocimiento que unieran sus oraciones a las de ella para determinada intención. Al día siguiente sus manos estaban inflamadas y dolorosas, como habrían estado luego de un arduo trabajo; y cuando se le preguntó la causa, ella contestó: “¡Ah! He tenido que desarraigar tantas ortigas del viñedo, ya que quienes tenían ese deber sólo sacaban los tallos, y estaba obligada a extraer las raíces con mucha dificultad del suelo rocoso.” La persona que le había preguntado comenzó a culpar a estos trabajadores negligentes, pero se sintió muy confundido cuando ella replicó: “Usted era uno de ellos – aquellos que sólo sacan los tallos de las ortigas, y dejan las raíces en la tierra, son personas que rezan negligentemente”. Se descubrió después que ella había estado orando por varias diócesis que le fueron mostradas bajo la figura de viñedos despoblados, y en los que se necesitaba labor. La real inflamación de sus manos daba testimonio de este simbólico desarraigo de las ortigas; y tenemos quizás razón de esperar que las iglesias mostradas a ella bajo la apariencia de viñedos experimentaron los buenos efectos de su oración y su trabajo espiritual; ya que si la puerta es abierta para aquellos que golpean, deben ser abiertas por sobre todo a aquellos que golpean con tal energía como para dejar sus dedos heridos.

Reacciones similares del espíritu sobre el cuerpo se suelen encontrar en las vidas de personas sujetas a éxtasis, y no son de ninguna manera contrarias a la fe. Santa Paula, si podemos creer a San Jerónimo, visitó los santos lugares en espíritu tal como si los hubiera visitado corporalmente; y algo parecido sucedió a Santa Colomba de Rieti y a Santa Lidwina de Schiedam. El cuerpo de la última portaba huellas de este viaje espiritual, como si realmente hubiese viajado; experimentó toda la fatiga que un doloroso viaje causaría: sus pies estaban lesionados y cubiertos de marcas que parecían como si hubieran sido hechas por rocas o espinas, y finalmente tenía una torcedura por la cual sufrió largo tiempo.

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Ella fue conducida en este viaje por su ángel guardián, que le contó que estas heridas corporales significaban que había sido arrebatada en cuerpo y espíritu.

Heridas semejantes eran vistas sobre el cuerpo de Anne Catherina inmediatamente después de algunas de sus visiones. Lidwina comenzó su viaje extático al seguir a su buen ángel hasta la capilla de la Virgen Bendita en Schiedam; Anne Catherina comenzó el suyo siguiendo a su ángel de la guarda ya sea hasta la capilla que estaba cerca de su vivienda, o hasta el Camino de la Cruz de Coesfeld.

Sus viajes a Tierra Santa eran hechos, de acuerdo a los relatos que ella dio, por los caminos más diversos; a veces incluso iba todo alrededor de la Tierra, cuando la tarea espiritual impuesta sobre ella lo requería. En el curso de estos viajes desde su casa hasta los países más distantes, ella llevaba asistencia a muchas personas, ejerciendo a favor de éstas obras de misericordia, tanto corporales como espirituales, y esto era hecho frecuentemente en parábolas. Al cabo de un año, ella iría de nuevo por las mismas tierras, vería las mismas personas, y tomaría cuenta de su progreso espiritual o de su recaída en el pecado. Cada parte de esta labor siempre portaba alguna referencia a la Iglesia, y al reino de Dios sobre la tierra.

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El final de estos peregrinajes diarios que ella hacía en espíritu era invariablemente la Tierra Prometida, cada parte de la cual ella examinaba en detalle, y a la cual vio a veces en su estado presente, y a veces como era en diferentes períodos de su sagrada historia; ya que su distintiva característica y especial privilegio eran un conocimiento intuitivo de la historia del Viejo y del Nuevo Testamento, y la de los miembros de la Sagrada Familia, y la de todos los santos a quienes ella contemplaba en espíritu. Vio el significado de todos los días festivos del año eclesiástico tanto bajo un punto de vista devocional como histórico. Vio y describió, día por día, con los mínimos detalles y por nombre, lugares, personas, festividades, costumbres y milagros, todo lo que sucedió durante la vida pública de Jesús hasta la Ascensión, y la historia de los Apóstoles por varias semanas después del Descenso del Espíritu Santo. Ella consideraba todas sus visiones no como meros disfrutes espirituales, sino como, por así decirlo, fértiles campos, abundantemente repletos de los méritos de Cristo, y que no habían sido aún cultivados; ella estaba frecuentemente empeñada en espíritu en orar para que el fruto de tales y tales sufrimientos de nuestro Señor pudieran ser dados a la Iglesia, y suplicaría a Dios aplicar a su Iglesia los méritos de nuestro Salvador los cuales eran su herencia, y de los cuales ella, por decirlo así, tomaría posesión, en su nombre, con la más conmovedora simplicidad e ingenuidad.

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Ella nunca consideró que sus visiones tuvieran alguna relación con su vida Cristiana exterior, ni tampoco las consideró como de algún valor histórico. Exteriormente sabía y creía en nada más que en el catecismo, la común historia de la Biblia, los evangelios para los Domingos y festividades, y el almanaque Cristiano, el cual para su visión previsora era una mina inagotable de ocultas riquezas, desde que le dio en pocas páginas un hilo conductor que la llevaba a través de todo el tiempo, y por medio del cual ella pasaba de misterio en misterio, y solemnizaba cada uno con todos los santos, para cosechar los frutos de la eternidad a tiempo, y para preservar y distribuirlos en su peregrinaje alrededor del año eclesiástico, para que así la voluntad de Dios pudiera ser realizada en la Tierra como en el Cielo. Ella nunca había leído el Viejo o el Nuevo Testamento, y cuando estaba cansada de relatar sus visiones, diría a veces: “Léelo en la Biblia”, y entonces se asombraba al saber que no estaba allí; “ya que la gente”, añadiría, “está constantemente diciendo en estos días que no necesitas leer nada excepto la Biblia, que contiene todo, etc., etc.”.

La verdadera tarea de su vida era sufrir por la Iglesia y por algunos de sus miembros, cuyo desconsuelo le era mostrado a ella en espíritu, o que pedían sus oraciones sin saber que esta pobre monja enferma tenía algo más que hacer por ellos que decir Pater Noster, sino que todos los sufrimientos espirituales y corporales de ellos pasaban a ser de ella, y que tenía que soportar pacientemente los dolores más terribles, sin ser asistida, como los contemplativos de épocas anteriores, por las oraciones simpatizantes de una comunidad entera. En la era en la que ella vivía, no tenía otra asistencia que aquella de la medicina. Mientras estaba así sobrellevando sufrimientos que ella había tomado sobre sí por otros, frecuentemente volvía sus pensamientos a los respectivos sufrimientos de la Iglesia, y cuando estaba así sufriendo por una sola persona, ofrecería del mismo modo todo lo que soportaba por la Iglesia entera.

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El siguiente es un notable caso de este tipo: durante varias semanas tuvo todos los síntomas de la tuberculosis; violenta irritación de los pulmones, excesiva transpiración, la cual empapaba toda su cama, una tos pertinaz, expectoración continua, y una fuerte fiebre continua. Tan terribles eran sus sufrimientos que su muerte se esperaba, e incluso se deseaba, a cada hora. Se notó que tenía que luchar extrañamente contra una fuerte tentación a la irritabilidad. Si se rendía por un instante, estallaba en lágrimas, sus sufrimientos se multiplicaban por diez, y ella parecía incapaz de existir a menos que inmediatamente obtuviera el perdón en el sacramento de la penitencia. Tuvo también que combatir un sentimiento de aversión a cierta persona a quien no había visto por años. Ella estaba en desesperación debido a que esta persona, con la cual ella declaró empero que no tenía nada en común, siempre estaba delante de sus ojos con las más malignas predisposiciones, y ella lloraba amargamente, y con mucha ansiedad, diciendo que no cometería pecado, que su pesar debía ser evidente para todos, y otras cosas que eran demasiado ininteligibles para las personas que la escuchaban. Su enfermedad siguió aumentando, y se la creyó a punto de morir. En este momento uno de sus amigos la vio, para su gran sorpresa, levantarse de repente de la cama y decir:

“Repíteme las oraciones para aquellos en su última agonía”. Él hizo lo que le pidió, y ella contestó la Letanía con firme voz. Después de algún tiempo, la campana por los agonizantes se escuchó, y una persona vino para pedir las oraciones de Anne Catherina para su hermana, que ya había fallecido. Anne Catherina preguntó por los detalles concernientes a su enfermedad y muerte, como si estuviera profundamente interesada en la materia, y el amigo antes mencionado escuchó el relato dado por el recién llegado acerca de una tuberculosis semejante hasta en los más mínimos detalles a la enfermedad de la misma Anne Catherina. La mujer fallecida había estado al principio con mucho dolor y tan perturbada en su mente que parecía demasiado incapaz de prepararse para su propia muerte; pero durante los últimos quince días había estado mejor, había hecho las paces con Dios, habiéndose reconciliado en primer lugar con una persona con la que estaba en enemistad, y había fallecido en paz, fortificada por los últimos sacramentos, y atendida por su anterior enemigo. Anne Catherina dio una pequeña suma de dinero para la sepultura y el servicio funerario de esta persona. Sus transpiraciones, tos, y fiebre ahora la dejaron y parecía una persona exhausta por la fatiga, cuya sábana ha sido cambiada y que ha sido ubicada en una cama nueva. Su amigo le dijo, “Cuando te vino esta terrible enfermedad, esta mujer se puso mejor, y su odio por otra era el único obstáculo para que hiciera las paces con Dios. Tomaste sobre ti misma, por un tiempo, sus sentimientos de odio, murió en buena predisposición, y ahora pareces aceptablemente bien de nuevo. ¿Están aún sufriendo por ella?” “¡No, por supuesto!”, ella replicó, “eso sería de lo más irracional, pero, ¿cómo una persona puede evitar sufrir cuando incluso la punta de su dedo meñique está con dolor? Somos todos un cuerpo en Cristo.” “Por la bondad de Dios”, dijo su amigo, “ahora de nuevo estás algo relajada”. “No por mucho tiempo, sin embargo”, replicó ella con una sonrisa,  “hay otras personas que necesitan mi asistencia”. Entonces se volteó sobre su cama y descansó un rato.

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Unos pocos días después, empezó a sentir un intenso dolor en sus miembros, y se manifestaron síntomas de agua en su pecho. Descubrimos la persona enferma por la cual Anne Catherina estaba sufriendo, y vimos que sus sufrimientos de repente disminuían o se incrementaban enormemente en exacta proporción inversa a aquellos de Anne Catherina.

Así la caridad la compelía a tomar sobre sí las enfermedades e incluso las tentaciones de otros, para que ellos pudieran en paz prepararse para la muerte. Fue compelida a sufrir en silencio, tanto para ocultar las debilidades de su vecino, y para no ser considerada ella misma como demente; fue obligada a recibir toda la ayuda que la medicina le podía procurar por una enfermedad tomada voluntariamente para el alivio de otros, y a ser reprobada por las tentaciones que no eran las suyas propias; finalmente, fue necesario que apareciera pervertida a los ojos de los hombres, para que aquellos por quienes sufría pudieran ser convertidos ante Dios.

Un día un amigo en profunda aflicción estaba sentado al costado de su cama, cuando de repente ella cayó en un estado de éxtasis, y comenzó a orar en voz alta: “¡Oh, mi dulce Jesús, permíteme llevar aquella pesada piedra!” Su amigo le preguntó que sucedía. “Estoy en mi camino a Jerusalén”, replicó ella, “y veo un pobre hombre que va caminando con la mayor dificultad, ya que hay una gran piedra sobre su pecho, el peso del cual casi lo aplasta”. Entonces, de nuevo, después de unos pocos instantes, ella exclamó: “Dame aquella pesada piedra, no puedes llevarla por más tiempo; dámela a mí”. Completamente de improviso se hundió desmayándose, como si fuera aplastada bajo una pesada carga, y en el mismo momento su amigo se sintió aliviado del peso de la aflicción que lo oprimía, y su corazón desbordante de extraordinaria felicidad. Viéndola en tal estado de sufrimiento, le preguntó que pasaba, y ella mirándolo replicó: “No puedo permanecer aquí más tiempo. Pobre hombre, tienes que tomar de vuelta tu carga”. Inmediatamente su amigo sintió todo el peso de su aflicción de regreso, mientras ella, poniéndose bien de nuevo como antes, continuó su viaje en espíritu hacia Jerusalén.

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Daremos un ejemplo más de sus esfuerzos espirituales. Una mañana le dio a su amigo una pequeña bolsa conteniendo algo de harina de centeno y huevos, y le señaló una pequeña casa en donde una pobre mujer, que tenía tuberculosis, estaba viviendo con su marido y dos pequeños hijos. Él tenía que contarle que los hirviera y los comiera, ya que cuando los hirviera serían buenos para su pecho. El amigo, al entrar en la casita, tomó la bolsa desde debajo de su capa, cuando la pobre madre, quien, enrojecida por la fiebre, estaba tendida sobre un colchón entre sus dos hijos medio desnudos, fijó sus brillantes ojos en él, y extendiendo sus delgadas manos, exclamó: “¡Oh, señor, debe ser Dios o la Hermana Emmerich que me lo envió! Me estás trayendo algo de harina de centeno y huevos”. Aquí la pobre mujer, abrumada por sus sentimientos, rompió en llanto, y entonces comenzó a toser tan violentamente que tuvo que hacer una señal a su esposo para hablar por ella. Él dijo que la noche anterior Gertrude había estado muy perturbada, y había hablado en gran medida durante su sueño, y que al despertar ella le había contado su sueño con estas palabras: “Creí que estaba en la puerta parada contigo, cuando la santa monja salió de la puerta de la casa contigua, y te dije que la veas. Ella se detuvo frente a nosotros, y me dijo, ‘Ah, Gertrude, te ves muy enferma, te enviaré algo de harina de centeno y huevos, que aliviarán tu pecho’. Entonces me desperté”. Tal era el relato simple de un pobre hombre; él y su esposa expresaron ambos encarecidamente su gratitud, y el portador de las limosnas de Anne Catherina dejó la casa muy abrumado. No le contó nada de esto cuando la vio, pero unos pocos días después, lo envió de nuevo al mismo lugar con un presente similar, y entonces él le preguntó cómo era que conocía a esa pobre mujer. “Tu sabes”, replicó, “que oro cada noche por todos aquellos que sufren; gustaría de ir y aliviarlos, y generalmente sueño que voy de un doliente domicilio a otro, y que los asisto hasta el límite de mis fuerzas. De esta manera fui en mi sueño hasta la casa de aquella pobre mujer; estaba parada en la puerta junto a su esposo, y le dije: ‘Ah, Gertrude, te ves muy enferma, te enviaré algo de harina de centeno y huevos, que aliviarán tu pecho’. Y esto hice a través de ti la mañana siguiente.” Ambas personas habían permanecido en sus camas, y soñaron la misma cosa, y el sueño se hizo realidad. San Agustín, en su Ciudad de Dios, libro XVIII, c.18, relata un caso similar de dos filósofos, que se visitaron uno al otro en un sueño, y explicaron algunos pasajes de Platón, permaneciendo ambos dormidos en sus propias casas.

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Estos sufrimientos, y esta peculiar especie de activa labor, eran como un único rayo de luz que iluminaba su vida entera. Infinito era el número de labores espirituales y compasivos sufrimientos que provenían de todas partes e ingresaban en su corazón – aquel corazón tan encendido de amor a Jesucristo. Como Santa Catalina de Siena y algunas otras extáticas, solía sentir el más profundo sentimiento de convicción de que nuestro Salvador había sacado el corazón de ella de su pecho, y colocado el suyo propio por un tiempo.

El siguiente fragmento dará una idea del misterioso simbolismo por el cual ella era interiormente dirigida. Durante una parte del año 1820, realizó varios trabajos en espíritu, para varias diferentes parroquias; sus oraciones siendo representadas bajo la figura del severo trabajo en una viña. Lo que hemos relatado antes acerca de las ortigas es del mismo carácter.

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El 6 de Septiembre su guía celestial le dijo: “Has escardado, excavado, atado y podado la vid; has abatido la cizaña como para que nunca más pudiera brotar; y luego te alejaste gozosamente y descansaste de tus oraciones. Prepárate ahora para trabajar duro desde la fiesta de la Natividad de la Virgen Bendita hasta aquella de San Miguel; las uvas están madurando y deben ser bien vigiladas”. “Entonces me condujo”, prosiguió ella, “hasta la viña de St. Liboire, y me mostró las viñas en las que yo había trabajado. Mi labor había sido exitosa, ya que las uvas estaban adquiriendo su color y poniéndose grandes, y en algunas partes el jugo rojo estaba cayendo de ellas al suelo. Mi guía me dijo: “Cuando las virtudes de los buenos comienzan a brillar en público, tienen que combatir con bravura, tienen que ser oprimidos, tentados, y sufrir persecución. Una cerca debe ser plantada alrededor de la viña para que las uvas maduras no puedan ser destruidas por los ladrones y las bestias salvajes, o sea, por la tentación y la persecución”. Entonces él me mostró cómo construir un muro amontonando piedras, y cómo levantar una gruesa cerca de espinas todo alrededor. Como mis manos sangraban con labor tan severa, Dios, para darme fortaleza, me permitió ver el significado misterioso de la vid, y el de varios otros árboles frutales. Jesucristo es la Verdadera Vid, que está para hacer raíces y crecer en nosotros; toda madera ociosa debe ser cortada, para no desperdiciar la savia, la cual está para convertirse en vino, y en el más que Sagrado Sacramento de la Sangre de Cristo. La poda de la vid tiene que ser hecha de acuerdo a ciertas reglas, las cuales se me hicieron conocer. La poda es, en sentido espiritual, el corte de todo aquello que es ocioso, es penitencia y mortificación, para que la verdadera Vid pueda crecer en nosotros, y dar fruto, en lugar de la naturaleza corrupta que sólo rinde madera y follaje. La poda se hace de acuerdo a reglas fijas, ya que sólo se necesita que ciertas raíces ociosas sean cortadas en el hombre, y tronchar más sería mutilar de manera culposa. Ninguna poda deber ser hecha nunca sobre la cepa que ha sido plantada en la humanidad a través de la Virgen Bendita, y está para permanecer en ella por siempre. La verdadera Vid une el Cielo a la Tierra, la Divinidad a la Humanidad; y es la parte humana que está para ser podada, para que así sólo la divina pueda crecer. Vi muchas otras cosas relativas a la vid que un libro tan grande como la Biblia no las podría contener. Un día, cuando estaba sufriendo un agudo dolor en el pecho, supliqué a nuestro Señor con quejidos que no me diera una carga superior a mi fortaleza para soportarla; y entonces mi Celestial Esposo apareció, y me dijo…”Os he puesto en mi diván nupcial, el cual es un diván de sufrimiento; os he dado sufrimiento y expiación como vuestro vestido y joya nupcial. Debéis sufrir, pero no os abandonaré; estáis sujeta a la Vid, y no estaréis perdida.”  Entonces fui consolada de todos mis sufrimientos. Se me explicó del mismo modo por qué en mis visiones relativas a las festividades de la familia de Jesús, como por ejemplo, aquellas de Santa Ana, San Joaquín, San José, etc., siempre veía a la Iglesia de la festividad bajo la figura de un vástago de la vid. Era el mismo caso en las festividades de San Francisco de Asís, Santa Catalina de Siena, y la de todos los santos que habían tenido los estigmas.

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“El significado de mis sufrimientos en todos mis miembros me fue explicado en la siguiente visión: vi una gigantesca figura humana en un horrible estado de mutilación, y que se erguía hacia el cielo. No había dedos en manos y pies, el cuerpo estaba cubierto de espeluznantes heridas, algunas de las cuales eran recientes y sangraban, otras estaban cubiertas de carne muerta o se volvieron excrecencias. De un lado era todo negro, gangrenado y, por así decirlo, medio carcomido.

Yo sufría como si hubiese sido mi propio cuerpo que estaba en ese estado, y entonces mi guía me dijo, “Este es el cuerpo de la Iglesia, el cuerpo de todos los hombres y el tuyo también        “. Entonces, señalando a cada herida, me mostró al mismo tiempo alguna parte del mundo; vi un número infinito de hombres y naciones separados de la Iglesia, todos en su propia y peculiar manera, y sentí un dolor tan excelso por esta separación como si se hubieran desgarrado de mi cuerpo. Entonces mi guía me dijo: “Deja que vuestros sufrimientos os enseñen una lección, y ofrécelos a Dios en unión con aquellos de Jesús por todos los que están separados. ¿No debería un miembro llamar al otro, y sufrir para curarlo y unirlo una vez más al cuerpo? Cuando aquellas partes que están más estrechamente unidas al cuerpo se desprenden, es como si la carne fuera desgarrada alrededor del corazón”. En mi ignorancia, creí que estaba hablando de aquellos hermanos que no están en comunión con nosotros, pero mi guía añadió: “¿Quiénes son nuestros hermanos? No son nuestros parientes de sangre los que están más cerca de nuestros corazones, sino aquellos que son nuestros hermanos en la sangre de Cristo – los hijos de la Iglesia que se desprenden”. Me mostró que el lado negro y gangrenado del cuerpo sería pronto curado; que la carne putrefacta que se había reunido alrededor de las heridas representaba a los heréticos que se dividen unos de otros en proporción a que crecen en número; que la carne muerta era la figura de todo lo que está espiritualmente muerto, y que está vacío de todo sentimiento; y que las partes osificadas representaban a los heréticos obstinados y empedernidos. Vi y sentí de esta manera cada herida y su significado. El cuerpo se estiraba hacia el cielo. Era el cuerpo de la Novia de Cristo, y que dolorosamente era contemplada. Lloré amargamente, pero sintiéndome enseguida profundamente apesadumbrada y, fortalecida por el pesar y la compasión, comencé de nuevo a trabajar con todas mis fuerzas”.

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Hundiéndose bajo el peso de la vida y de la tarea impuesta sobre ella, frecuentemente suplicaba a Dios que la liberara, y parecía estar entonces al borde de la tumba. Pero cada vez diría: “¡Señor, no mi voluntad sino la vuestra sea hecha! Si mis oraciones y sufrimientos son útiles déjame vivir mil años, pero concédeme que muera antes que ofenderte alguna vez”. Luego, ella recibiría órdenes para vivir, y surgir, levantando su cruz, una vez más para soportarla con paciencia y sufriendo tras su Señor. De tanto en tanto el camino de la vida que ella estaba siguiendo, solía mostrársele, como llevando hasta la cima de una montaña en la que había una brillante y resplandeciente ciudad – la Jerusalén celestial. Usualmente ella pensaría que había llegado a aquella dichosa morada, que parecía estar bastante cerca de ella, y su alegría sería grande. Pero de repente descubriría que estaba aún separada de ella por un valle, y entonces tendría que descender precipicios, y seguir caminos indirectos, trabajando, sufriendo, y realizando actos de caridad en todos lados. Tenía que dirigir a los descarrilados hacia el camino correcto, levantar a los caídos, llevar a veces incluso a los paralíticos, y arrastrar a los renuentes por la fuerza, y todos estos actos de caridad eran como muchos nuevos pesos sujetados a su cruz. Entonces ella caminaba con mayor dificultad, encorvada bajo el peso de su carga y a veces cayendo incluso al suelo.

En 1823 ella repetía más frecuentemente de lo usual que no podría realizar su tarea en su actual situación, que no tenía la fortaleza para ello, y que era en un pacífico convento donde ella necesitaba haber vivido y fallecido. Añadió que Dios pronto se la llevaría con Él, y que le había rogado que le permitiera obtener por sus oraciones en el mundo venidero lo que su debilidad no le permitiría cumplir en este. Santa Catalina de Siena, poco tiempo antes de su muerte, hizo una oración similar.

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Anne Catherina había tenido previamente una visión concerniente a lo que sus oraciones obtendrían después de la muerte, respecto a cosas que no estaban en existencia durante su vida. El año 1823, al final del cual ella completó todo el círculo, le trajo inmensos trabajos. Parecía deseosa de cumplir con su tarea completa, y así mantuvo la promesa  que había hecho previamente de relatar la historia de la Pasión entera. Formó el asunto de sus meditaciones cuaresmales durante ese año, y de ellas se compone el presente volumen. Pero respecto a esto ella no tuvo menor parte en el misterio fundamental de su temporada de penitencia, o en los diferentes misterios de cada día festivo de la Iglesia, si en efecto las palabras “tomar parte” fueran suficientes para expresar la maravillosa manera en la que rendía visible testimonio del misterio celebrado en cada festividad mediante un repentino cambio en su vida corporal y espiritual. Vea respecto a este asunto el capítulo titulado “Interrupción de las Imágenes de la Pasión”.

Cada una de las ceremonias y festividades de la Iglesia eran para ella mucho más que la consagración de un recordatorio. Ella veía en la fundación histórica de cada solemnidad un acto del Todopoderoso, hecho a tiempo para la reparación de la humanidad caída. Aunque estos actos divinos se aparecían a ella estampados con el carácter de la eternidad, aun así ella estaba bien al tanto de que para que el hombre sacara provecho de ellos en la limitada y estrecha esfera del tiempo, éste debía, por así decirlo, tomar posesión de ellos en una serie de momentos sucesivos, y que con este propósito debían ser repetidos y renovados en la Iglesia, en el orden establecido por Jesucristo y el Espíritu Santo. Todas las festividades y solemnidades eran a sus ojos gracias eternas que retornaban en épocas fijas en cada año eclesiástico, de la misma manera a como los frutos y cosechas de la tierra vienen en sus estaciones en el año natural.

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Su celo y gratitud al recibir y atesorar estas gracias eran incansables, y tampoco estaba menos deseosa y entusiasta en ofrecerlas a aquellos que desdeñaban su valor. De la misma manera a como su compasión por su Salvador crucificado había agradado a Dios y obtenido para ella el privilegio de estar marcada por los estigmas de su Pasión y por el celo del más perfecto amor, para que todos los sufrimientos de la Iglesia y los de aquellos que estaban en aflicción fueran repetidos en los diferentes estados de su cuerpo y alma. Todas estas maravillas tuvieron lugar dentro de ella, desconocidas para aquellos que estaban a su alrededor; ni aún ella misma estuvo más consciente de ellas de lo que una abeja lo estaría de los efectos de su trabajo, mientras aún estaba guardando y cultivando, con todo el cuidado de un industrioso y fiel jardinero, el fértil jardín del año eclesiástico. Ella vivía de sus frutos, y los distribuía a otros; se fortalecía a ella misma y a sus amigos con las flores y hierbas que ella cultivaba; o, más bien, ella misma era en este jardín como una planta sensitiva, un girasol, o alguna maravillosa planta en la que, independiente de su propia voluntad, se reproducían todas las estaciones del año, todas las horas del día, y todos los cambios de la atmósfera.

Al término del año eclesiástico de 1823, tuvo por última vez una visión acerca de compensar las deudas de aquel año. Las negligencias de la Iglesia militante y de sus siervos eran mostradas a Anne Catherina bajo varios símbolos; vio cómo muchas gracias no se habían aunado, o habían sido rechazadas en mayor o menor extensión, y cómo muchas habían sido completamente desechadas. Se le hizo saber a ella cómo nuestro Bendito Redentor había depositado para cada año en el jardín de la Iglesia un tesoro completo de sus méritos, suficiente para cada requerimiento, y para la expiación de cada pecado.  La deuda más estricta estaba dada por todas las gracias que habían sido desdeñadas, desperdiciadas, o completamente rechazadas, y la Iglesia militante fue castigada por su negligencia o infidelidad de sus siervos mediante la opresión de sus enemigos o humillaciones temporales. Revelaciones de esta descripción encumbraban sobremanera su amor por la Iglesia, su Madre. Pasó días y noches en oración por ella, al ofrecer a Dios los méritos de Cristo, con continuos quejidos, e implorando misericordia. Finalmente, en estas ocasiones, reunía todo su coraje, y ofrecía recoger sobre sí la falta y el castigo, como un niño presentándose ante el trono del rey, para sufrir el castigo en el que había incurrido. Se le dijo entonces a ella, “Ve cuan desgraciada y miserable sois Vos misma; Vos que estáis deseosa de satisfacer los pecados de otros”. Y para su gran terror se contempló a sí misma como una lastimosa masa de infinita imperfección. Pero todavía su amor permanecía impávido, y prorrumpió con estas palabras, “¡Sí, estoy llena de miseria y pecado; pero soy vuestra esposa, Oh mi Señor, y mi Salvador! Mi fe en Vos y en la redención que nos habéis traído cubre todos mis pecados como con vuestro manto real. No os abandonaré hasta que hayas aceptado mi sacrificio, ya que el superabundante tesoro de vuestros méritos no está cerca de ninguno de vuestros fieles siervos”. A la larga su oración se hizo maravillosamente energética, y para los oídos humanos había como una disputa y un combate con Dios, en el cual ella estaba arrebatada y apremiada por la violencia del amor. Si su sacrificio era aceptado, su energía parecía abandonarla, y era abandonada a la repugnancia a sufrir de la naturaleza humana.  Cuando había pasado por esta prueba, al mantener sus ojos fijos en su Redentor en el Jardín de los Olivos, tuvo luego que sobrellevar indescriptibles sufrimientos de toda clase, soportándolos todos con maravillosa paciencia y dulzura. Solíamos verla permanecer varios días seguidos, inmóvil e insensible, luciendo como un cordero moribundo. Si le preguntábamos cómo estaba, abriría a medias sus ojos, y replicaría con una dulce sonrisa, “Mis sufrimientos son de lo más saludables”.

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Al comienzo del Adviento, sus sufrimientos fueron un poco aliviados por dulces visiones de los preparativos hechos por la Virgen Bendita para dejar su hogar, y luego de su entero viaje con San José hasta Belén. Ella los acompañaba cada día hasta las humildes posadas en donde descansaban por la noche, o iba antes que ellos para preparar sus alojamientos. Durante este tiempo solía llevar viejas piezas de lino, y por la noche, mientras dormía, las convertía en ropa de bebés y gorras para los niños de mujeres pobres, cuyos tiempos de reclusión estaban por terminar. Al día siguiente se sorprendería de ver todas estas cosas prolijamente arregladas en sus cajones. Esto le sucedió cada año alrededor de la misma época, pero este año tenía una mayor fatiga y menos consolación. Así, en la hora del nacimiento de nuestro Salvador, cuando estaba absolutamente sobrepasada de alegría, podía solamente gatear con la mayor dificultad hasta el pesebre en donde el Niño Jesús estaba tendido, y traerle ningún presente salvo mirra, ninguna ofrenda salvo su cruz, bajo cuyo peso se hundía medio moribunda a los pies de Él. Parecía como si estuviera por última vez compensando sus deudas terrenales con Dios, y también por última vez ofreciéndose en lugar de innumerables hombres que estaban espiritual y corporalmente afligidos. Incluso lo más mínimo que se conoce de la manera en la que tomó sobre ella los sufrimientos de otros es casi incomprensible. Ella dijo muy verdaderamente: “Este año el Niño Jesús me ha traído solamente una cruz e instrumentos de sufrimiento”.

Cada día se volvía más y más absorta en sus sufrimientos, y aunque continuaba viendo a Jesús viajando de ciudad en ciudad durante su vida pública, lo más que ella decía sobre el tema era, en pocas palabras, en qué dirección él estaba yendo. Una vez, preguntó de repente con una voz apenas audible, “¿Qué día es?”. Cuando se le contó que era el 14 de Enero, añadió: “Si hubiera tenido aunque sea unos pocos días más, habría relatado la vida entera de nuestro Salvador, pero ahora ya no es posible para mí hacerlo.” Estas palabras eran de lo más incomprensibles ya que no parecía ni siquiera saber en qué año de la vida pública de Jesús estaba entonces ella contemplando en espíritu. En 1820 había relatado la historia de nuestro Salvador hasta la Ascensión, empezando el 28 de Julio del tercer año de la vida pública de Jesús, después de lo cual regresó al primer año de la vida de Jesús, y había continuado hasta el 10 de Enero del tercer año de su vida pública. El 27 de Abril de 1823, a consecuencia de un viaje hecho por el escritor, una interrupción en su narrativa tuvo lugar, y duró hasta el 21 de Octubre. Ella entonces retomó el hilo de su narración desde donde la había dejado, y la continuó hasta las últimas semanas de su vida. Cuando hablaba de los pocos días que serían necesarios, su amigo mismo no sabía cuan lejos su narración llegaría, no habiendo tenido tiempo libre para ordenar lo que él había escrito. Después de la muerte de ella, él se convenció de que si ella hubiera sido capaz de hablar durante los últimos catorce días de su vida, habría llevado la narración hasta el 28 de Julio del tercer año de la vida pública de nuestro Señor, consecuentemente desde donde la había continuado en 1820.

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Diariamente su condición se hacía más terrible. Ella, que usualmente sufría en silencio, emitió ahogados quejidos, tan tremenda era la angustia que sobrellevaba. El 15 de Enero dijo: “El Niño Jesús me trajo grandes sufrimientos en Navidad. Estaba una vez más al lado de su pesebre en Belén. Él estaba ardiendo de fiebre, y me mostraba sus sufrimientos y aquellos de su madre. Eran tan pobres que no tenían por comida más que un miserable pedazo de pan. Confirió aún mayores sufrimientos sobre mí, y me dijo: ‘Sois mía, sois mi esposa; sufrid como he sufrido yo, sin preguntar el por qué’. No sé cuáles serán mis sufrimientos, ni cuánto durarán. Me someto ciegamente a mi martirio, ya sea por la vida o por la muerte. Sólo deseo que los ocultos designios de Dios puedan ser cumplidos en mí. Por otro lado, estoy tranquila, y tengo consuelo en mis sufrimientos. Incluso esta mañana estuve muy feliz. ¡Bendito sea el santo Nombre de Dios!”

Sus sufrimientos continuaron, de ser posible, incrementándose. Sentada, y con sus ojos cerrados, se caía de un lado hacia el otro, mientras ahogados quejidos escapaban de sus labios. Si se tendía, estaba en peligro de quedar asfixiada; su respiración era apresurada y oprimida, y todos sus nervios y músculos se sacudían y temblaban de angustia. Después de violentas náuseas, sufrió un terrible dolor en sus intestinos, tan fuerte que se temió que allí se estuviera formando gangrena. Su garganta estaba reseca y ardiente, su boca hinchada, sus mejillas enrojecidas de fiebre, sus manos blancas como el marfil. Las cicatrices de sus estigmas brillaban como la plata debajo de su piel dilatada. Su pulso daba de 160 a 180 pulsaciones por minuto. Aunque incapaz de hablar por su excesivo sufrimiento, mantuvo cada obligación perfectamente en mente. En la noche del 26 ella le dijo a su amigo, “Hoy es el noveno día, debes pagar por el cirio de cera y la novena en la capilla de Santa Ana”. Ella estaba aludiendo a la novena que había pedido que se hiciera por su intención, y tenía temor, no fuera que sus amigos se olvidaran de ello. El 27, a las dos en punto de la tarde, recibió la Extremaunción, en gran medida para el alivio tanto de su alma como de su cuerpo. A la noche su amigo, el excelente párroco de H…..[3], oró al lado de su cama, lo cual fue una inmensa confortación para ella. Ella le dijo: “¡Cuán bueno y hermoso es todo esto!” Y nuevamente: “¡Que Dios sea alabado y que les sean dadas las gracias mil veces!”

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La cercanía de la muerte no interrumpió enteramente la maravillosa unión de su vida con aquella de la Iglesia. Un amigo habiéndola visitado el 1° de Febrero por la noche, se había colocado detrás de su cama donde ella no podía verlo, y estaba escuchando con extrema compasión sus bajos quejidos y su respiración entrecortada, cuando de repente todo se hizo silencioso, y él pensó que estaba muerta. En este momento, la campana nocturna sonando por las plegarias matinales de la Purificación se escuchó. Era la apertura de la festividad que había causado que su alma se arrebatara en éxtasis. Aún en un estado muy alarmante, dejó escapar de sus labios algunas palabras dulces y afectuosas referentes a la Virgen Bendita, durante la noche y el día de la festividad. Hacia las doce en punto del mediodía, dijo con una voz ya cambiada por la cercanía de la muerte, “Hacía tiempo que no me sentía tan bien. He estado enferma casi una semana, ¿no? ¡Me siento como si no supiera nada acerca de este mundo de oscuridad!¡Oh, qué luz me mostró la Virgen Bendita! Me llevó con ella, y ¡cuán de buen grado hubiera permanecido con ella!” Aquí se ensimismó por un momento, y luego dijo, colocando su dedo sobre su labio: “Pero no debo hablar de estas cosas”. Desde aquel momento dijo que la más mínima palabra en su alabanza le incrementaba grandemente sus sufrimientos.

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Los siguientes días estuvo peor. El 7, por la noche, estando algo más calmada, dijo: “Ah, mi dulce Señor Jesús, gracias sean dadas a Vos una y otra vez desde cada parte de mi vida. Señor, vuestra voluntad y no la mía, sea hecha”. El 8 de Febrero, por la noche, un sacerdote estaba rezando cerca de su cama, cuando agradecidamente besó la mano de él, rogándole que asistiera a su muerte, y dijo, “Oh Jesús, vivo por Vos, muero por Vos. ¡Oh Señor, alabado sea tu santo nombre, no puedo ver o escuchar más!” Sus amigos deseaban cambiar la posición de ella, y así aliviar su dolor un poco; pero ella dijo, “Estoy en la Cruz, pronto todo se terminará, déjenme en paz”. Había recibido todos los últimos Sacramentos, pero deseaba culparse una vez más en confesión de una ligera falta que ella ya había confesado muchas veces; era probablemente de la misma naturaleza de la que había cometido en su infancia, de la cual ella siempre se culpaba, y que consistía en haber traspasado una cerca para entrar en el jardín del vecino, y codiciado unas manzanas que habían caído al suelo. Ella sólo las había mirado; ya que, gracias a Dios, dijo ella, no las tocó, pero pensó que era un pecado en contra del décimo mandamiento. El sacerdote le dio la absolución general, después de lo cual ella se estiró, y aquellos alrededor pensaron que estaba muriendo. Una persona que frecuentemente le había dado sufrimiento, ahora se acercó y le pidió perdón. Lo miró con sorpresa, y dijo con el más expresivo énfasis de la verdad, “No tengo nada que perdonar a ninguna criatura viviente”.

Durante los últimos días de su vida, cuando su muerte era momentáneamente esperada, varios de sus amigos permanecieron constantemente en la habitación contigua a la de ella. Estaban hablando en voz baja, y como para que ella no los escuchara, acerca de su paciencia, su fe, y otras virtudes, cuando de improviso escucharon su voz moribunda decir: “Ah, por el amor de Dios, no me alaben – eso me mantiene aquí, porque entonces tengo que sufrir el doble. ¡Oh mi Dios! ¡Cuántas flores nuevas están cayendo sobre mí!” Ella siempre veía flores como precursoras y figuras de sufrimientos. Entonces rechazaba todas las alabanzas, con la convicción más profunda de su propia indignidad, diciendo: “Sólo Dios es bueno: todo debe ser pagado hasta el último centavo. Soy pobre y estoy cargada de pecados, y sólo puedo compensar el haber sido alabada mediante sufrimientos, unidos a aquellos de Jesucristo. No me alaben, sino que déjenme morir en la ignominia con Jesús en la cruz”.

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Boudon, en su vida acerca del Padre Surin, relata un trato similar hacia un hombre moribundo, de quien se había pensado que había perdido el sentido del oído, pero que enérgicamente rechazó una palabra de alabanza pronunciada por aquellos que rodeaban su cama.

Unas pocas horas antes de la muerte, la cual ella anhelaba, al decir, “¡Oh Señor asísteme; ven, oh, Señor Jesús!”, una palabra de alabanza pareció detenerla, y ella la rechazó de lo más enérgicamente haciendo el siguiente acto de humildad: “No puedo morir si tantas buenas personas piensan bien de mí debido a un error; ¡te ruego que les digas a todos que soy una desdichada pecadora! Desearía poder proclamarlo como para ser escuchada por todos los hombres, ¡cuán gran pecadora soy! Estoy muy por debajo del buen ladrón que fue crucificado al lado de Jesús, ya que él y sus contemporáneos no tenían una deuda tan terrible como la que tendremos que rendir de todas las gracias que han sido conferidas a la Iglesia”. Después de esta declaración, pareció tranquilizarse, y le dijo al sacerdote que la estaba confortando: “Me siento tan apacible y tan llena de esperanza y confianza como si nunca hubiese cometido un pecado”. Sus ojos voltearon afectuosamente hacia la cruz que estaba ubicada a los pies de su cama, su respiración se aceleró, con frecuencia bebía algo de líquido; y cuando el pequeño crucifijo le fue acercado, ella por humildad sólo besó los pies. Un amigo que estaba arrodillado a un costado de su cama llorando, tenía el consuelo de frecuentemente alcanzarle el agua con la que humedecer sus labios. Como ella había dejado su mano, en la que la cicatriz blanca de la herida era más claramente visible, sobre el cubrecama, él tomó aquella mano, que ya estaba fría, y mientras interiormente deseaba de ella una señal de despedida, ella por su parte apenas presionó la de él. Su rostro estaba calmo y sereno, portando una expresión de celestial gravedad, la cual sólo puede compararse a aquella de un valiente luchador, quien después de hacer esfuerzos sin precedentes por ganar la victoria,  sucumbe y muere en el mismo momento de aferrarse al galardón. El sacerdote de nuevo leyó las oraciones para las personas en su última agonía, y sintió entonces ella una inspiración interna para rezar por un piadoso amigo joven cuya festividad era ese día.[4] Sonaron las ocho en punto; ella respiró más libremente por espacio de unos pocos minutos, y entonces clamó tres veces con un profundo quejido: “¡Oh Señor, asísteme; Señor, Señor, ven!” El sacerdote hizo sonar su campana y dijo, “Está muriendo”. Varios parientes y amigos que estaban en la habitación contigua entraron y se arrodillaron para rezar. Sostenía entonces ella un cirio encendido en su mano, que el sacerdote estaba sustentando. Exhaló varios pequeños suspiros, y entonces su alma pura escapó de sus labios castos, y se apresuró, vestida con el vestido nupcial, a aparecerse con celestial esperanza ante el Divino Prometido,  y a estar unida por siempre a aquella bendita compañía de vírgenes que siguen al Cordero dondequiera que vaya. Su cuerpo sin vida se hundió delicadamente sobre las almohadas a la ocho y treinta de la tarde, el 9 de Febrero de 1824.

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Una persona que tenía gran interés en ella durante su vida escribió lo siguiente: “Después de su muerte, me acerqué a su cama. Estaba sostenida por almohadas, y recostada sobre su lado izquierdo. Una muletas, que habían sido preparadas para ella por sus amigos en una ocasión en que había sido capaz de dar unas pocas vueltas a la habitación, estaban colgando sobre su cabeza, cruzadas, en una esquina. Cerca de ellas colgaba una pequeña pintura al óleo representando la muerte de la Virgen Bendita, que le había sido dada por la Princesa de Salm. La expresión de su rostro era completamente sublime, y llevaba las huellas del espíritu de auto-sacrificio, la paciencia y la resignación de su vida entera; lucía como si hubiera muerto por el amor a Jesús, en el mismo momento de realizar alguna obra caritativa para otros. Su mano derecha estaba descansando sobre el cubrecama – aquella mano a la que Dios había conferido el privilegio incomparable de ser capaz de reconocer enseguida mediante el tacto si algo era santo o que había sido consagrado por la Iglesia – un privilegio con el cual quizás nadie contó hasta tal grado – un privilegio por el cual los intereses de la religión podían ser promovidos inconcebiblemente, teniendo en cuenta que fue usado con discreción, y que seguramente no habían sido otorgados a una pobre campesina iletrada meramente para su propia gratificación. Por última vez tomé en la mía la mano marcada con un signo tan digno de nuestra más extrema veneración, la mano que era como un instrumento espiritual en el reconocimiento inmediato de todo lo que era santo, que pudiera ser honrado incluso en un grano de arena, – la caritativa e industriosa mano, que tantas veces alimentó al hambriento, y vistió al desnudo – esta mano estaba ahora fría y sin vida. Un gran privilegio ha sido retirado de la tierra, Dios se ha llevado de nosotros la mano de su esposa, quien ha dado testimonio, orado y sufrido, por la verdad. Pareciera como si no hubiera sido sin intención, que ella hubiera apoyado resignadamente sobre su cama la mano que era la expresión exterior de un privilegio particular concedido por la Divina Gracia. Temeroso de recibir una fuerte impresión al ver su semblante atenuado por las necesarias pero perturbadoras preparaciones que estaban siendo hechas alrededor de su cama, me retiré pensativo de su habitación. Si, me dije a mí mismo –si, como tantos santos solitarios, ella hubiera fallecido en una tumba preparada por sus propias manos, sus amigas, las aves – la habrían cubierto con flores y hojas; si, como en otras religiones, hubiera fallecido entre vírgenes consagradas a Dios, y que su tierno cuidado y respetuosa veneración la hubieran seguido a su tumba, como fue el caso, por ejemplo, de Santa Colomba de Rieti, habría sido edificante y agradable para aquellos que la amaban; pero sin duda aquellos honores rendidos hacia sus restos sin vida, no habrían sido conforme a su amor por Jesús, a quien ella tanto deseaba parecerse tanto en la muerte como en la vida.”

El mismo amigo escribió posteriormente como sigue: “Desgraciadamente no hubo ningún examen post-mortem oficial de su cuerpo, y ninguna de aquellas pesquisas que la habían atormentado tanto durante su vida fueron establecidas después de su muerte. Los amigos que la rodeaban se negaron a que se examinara el cuerpo, probablemente por temor a encontrarse con algún fenómeno impactante, cuyo descubrimiento habría causado mucha contrariedad de varias maneras. El Miércoles 11 de Febrero su cuerpo fue preparado para el sepelio. Una mujer piadosa, quien no delegaría en nadie la labor de prestarle a ella esta última señal de afecto, me describió como sigue la condición en la cual la encontró: ‘Sus pies estaban cruzados como los pies de un crucifijo. Los sitios de los estigmas estaban más rojos de lo usual. Cuando levantamos su cabeza fluyó sangre de su nariz y boca. Todos sus miembros permanecían flexibles sin nada de la rigidez de la muerte, incluso hasta que el ataúd fue cerrado.’ El viernes 13 de Febrero fue llevada a la sepultura, seguida por toda la población del lugar. Ella reposa en el cementerio, hacia la izquierda de la cruz, del lado más próximo a la cerca. En la sepultura frente a la de ella descansan allí los restos de una anciana y buena campesina de Welde, y en la de atrás una pobre pero virtuosa mujer de Dernekamp.”

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“En la tarde del día en que fue inhumada, un hombre rico fue, no a Pilatos, sino al párroco del lugar. Pidió por el cuerpo de Anne Catherina, no para ubicarlo en un nuevo sepulcro, sino para comprarlo por una alta suma para un doctor holandés. La propuesta fue rechazada como lo merecía, pero parece que el rumor se esparció en el pequeño pueblo de que el cuerpo había sido llevado, y se dice que la gente fue en gran cantidad al cementerio para asegurarse acerca de si la tumba había sido robada.”

Para estos detalles añadiremos el siguiente extracto de un relato impreso en Diciembre de 1824, en el Diario de Literatura Católica de Kerz. Este relato fue escrito por una persona con la cual estamos poco familiarizados, pero que parece haber sido bien informada: “Unas seis o siete semanas  después del deceso de Anne Catherina Emmerich, habiéndose esparcido el rumor de que su cuerpo había sido robado, la tumba y el ataúd fueron abiertos en secreto, por orden de las autoridades, en presencia de siete testigos. Encontraron con sorpresa, no sin mezcla de alegría, que la corrupción no había aún comenzado su trabajo en el cuerpo de la piadosa doncella. Sus facciones y semblante estaban sonriendo como los de aquellos de una persona que está durmiendo dulcemente. Lucía como si hubiera sido recién puesta en el ataúd, y ni siquiera su cuerpo exhalaba ningún aroma de tipo cadavérico. ‘Es bueno mantener el secreto del rey’, decía Jesús el hijo de Sirach; pero también es bueno revelar al mundo la grandeza de la misericordia de Dios.

Se nos ha contado que una piedra ha sido colocada sobre su sepultura. Ponemos sobre aquella estas páginas; ojalá contribuyan a inmortalizar la memoria de una persona que ha aliviado tantos dolores de alma y cuerpo, y la memoria del sitio donde yacen sus restos mortales esperando el Día de la Resurrección.”

Traducido por Marcelo

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[1] Bajo el Gobierno de Jerome Bonaparte, Rey de Westphalia.

[2]Como la Cruz Patriarcal que posee dos franjas horizontales en vez de una como la Cruz Latina. Nota del Traductor.

[3]En el original el nombre de la localidad se encuentra suprimido. N.d. T.

[4]Esta festividad de su amigo debería interpretarse en el sentido de que aquel era el día de su santo. N.d.T.

Tomado de: ar.geocities.com/emmerich_lapasiondecristo/FILES1/Biografia.htm