El verdadero embrollo es la simultaneidad de dos papas

La última polémica, que ha estallado a raíz de la publicación del libro sobre el sacerdocio del cardenal Sarah y Benedicto XVI, confirma la penosa confusión que aqueja actualmente a la Iglesia.

La noticia de que el Papa Emérito y el cardenal Robert Sarah habían producido un escrito a cuatro manos resonó como una bomba el 12 de enero. El libro, editado  por Nicolas Diat, hombre de confianza de monseñor Sarah, lo ha publicado la editorial Fayard con el título Des profondeurs des nos coeurs (desde el fondo de nuestro corazón), y contiene una firme defensa del celibato eclesiástico. El lobby mediático progresista se ha lanzado al ataque negando que el Papa emérito haya escrito jamás un libro con el cardenal Sarah, y ha acusado a este último de haber emprendido una operación editorial contra el papa Francisco. Por su parte, monseñor Sarah ha reaccionado con energía:, afirmando «Declaro solemnemente que Benedicto XVI sabía que nuestra labor se publicaría en forma de libro. (…) Los ataques parecen dar a entender una mentira de mi parte. Estas difamaciones son de una gravedad excepcional.».

A pesar de ello, monseñor Georg Gänswein, secretario de Joseph Ratzinger y prefecto de la Casa Pontificia, desmintió parcialmente el 14 de enero pasado al cardenal Sarah y ha pedido que se retire la firma del papa emérito como coautor del libro: «El Papa Emérito sabía que el cardenal estaba preparando un libro y había enviado su texto sobre el sacerdocio autorizándolo a usarlo como quisiera. Pero no había aprobado ningún plan para un libro con doble firma ni había visto y autorizado la portada. Sí, es un malentendido sin cuestionar la buena fe del cardenal Sarah.».

El purpurado guineano no ha aceptado que se lo señale como responsable del malentendido y ha publicado tres cartas, fechadas respectivamente el 20 de septiembre, el 12 de octubre y el 25 de noviembre de 2019, que revelan la plena sintonía entre él y Benedicto XVI, el cual da luz verde para publicar el texto, con las siguientes palabras: «Por mi parte, estoy de acuerdo en que el texto se publique en la forma que usted ha planeado».  Con todo, se ha aceptado la solicitud de monseñor Gänswein, y las próximas ediciones no aparecerán con la dobla firma. El autor será, por tanto, «Cardenal Sarah, con la contribución de Benedicto XVI». Por otro lado, según ha precisado monseñor Sarah en un tweet. «el texto completo permanece sin cambios». Un embrollo colosal, cuya responsabilidad parecer ser de Nicolas Diat, colaborador del cardenal, que probablemente habrá destacado más de lo debido la iniciativa, y sobre todo de monseñor Gänswein, que sin duda ha cedido a las presiones de quienes han querido quitar hierro al contenido del libro, con la idea además de desacreditar al prelado guineano, impropiamente presentado como ultraconservador.

El incidente trasluce, no obstante, un embrollo mucho mayor: el de la antinatural simultaneidad de dos pontífices en el Vaticano, y más cuando uno de ellos, Benedicto XVI, después de haber renunciado al pontificado conserva el nombre y la sotana blanca, imparte la bendición apostólica –que compete exclusivamente al Sumo Pontífice– y rompe una vez más el silencio al que se había comprometido. En resumen: se considera papa aunque sea emérito.

Esta situación es consecuencia de un grave error teológico del cardenal Ratzinger. Al detentar el título de Emérito, como hacen los obispos, pareciera que entiende que el ascenso al Pontificado imprime en el elegido una especie de carácter análogo al del orden sacerdotal. En realidad, los grados sacramentales del sacerdocio son tres nada más: diaconado, presbiterado y episcopado. El pontificado corresponde a otra jerarquía de la Iglesia, la de jurisdicción o gobierno, cuyo  ápice   constituye. En el momento de ser elegido, el Papa recibe el cargo de la suprema jurisdicción, no un sacramento que imprima carácter. El sacerdocio no se pierde ni con la muerte, porque subsiste in aeternum. En cambio, sí se puede perder el pontificado, y no sólo con la muerte, sino en caso de renuncia voluntaria o de herejía pública y manifiesta. Si renuncia a ser pontífice, el Papa deja de serlo: ya no tiene derecho a la vestidura talar blanca ni a impartir la bendición apostólica. Desde el punto de vista canónico, no es ni siquiera cardenal; vuelve a ser un simple obispo. Salvo en caso de que su renuncia fuera inválida, lo cual en el caso de Benedicto XVI habría que probarlo. Lo cierto es que hoy en día el título de pontífice se aplica tanto a Francisco como a Benedicto, pero desde luego en el caso de uno de los dos es abusivo, ya que sólo uno puede ser papa en la Iglesia.

La historia de la Iglesia ha conocido papas y antipapas que se han enfrentado entre sí, pero siempre se excomulgaban mutuamente. La claridad obligaba a elegir, como sucedió con el Gran Cisma de Occidente, en el que toda la Cristiandad estuvo excomulgada por uno u otro pontífice y los fieles se veían obligados a tomar partido. Lo que no ha sucedido jamás es que dos papas se reconozcan el uno al otro como legítimos y se muestren recíprocamente respeto y obediencia, aunque se combatan por medio de terceros. Tratar de enfrentarlos públicamente es una labor ímproba, desmentida por la realidad y abocada al fracaso. No hay un papa bueno y otro malo. No hay dos papas. Lo único que hay es una gran confusión, destinada a aumentar.

¿Qué pasará cuando el itinerario sinodal de la Conferencia Episcopal Alemana ponga en marcha el proceso de liquidación del celibato eclesiástico, iniciado oficialmente por el Sínodo para la Amazonia? ¿Dará el papa Francisco luz verde a prelados germanos? ¿Y qué dirá Benedicto XVI del itinerario de sus compatriotas, que han anunciado que quieran dar un carácter vinculante a las decisiones que tomen en Alemania? Por su parte, el cardenal Sarah, ¿confirmará la «obediencia filial al papa Francisco» que manifestó en su comunicado de prensa del pasado día 14, o unirá su voz a la de los cardenales que se proponen resistir el proceso de autodemolición de la Iglesia, obedeciendo la enseñanza apostólica de que «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch: 5,29)? Es la hora de la claridad, no de la confusión.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

 

Roberto de Mattei
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

 

Tomado de:

Adelante la fe

La teología «mestiza» del papa Francisco

 

Entre las palabras que con más frecuencia se repiten en el vocabulario del papa Francisco está la de mestizaje. A este término Francisco le atribuye un sentido no sólo étnico, sino también político, cultural e incluso teológico. Lo hizo el pasado día 12, al afirmar que la Virgen «se nos quiso mestiza, se mestizó. Pero no sólo con el Juan Dieguito, con el pueblo. Se mestizó para ser Madre de todos, se mestizó con la humanidad. ¿Por qué? Porque ella mestizó a Dios. Y ese es el gran misterio: María Madre mestiza a Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, en su Hijo» (L’Osservatore Romano, 13 dicembre 2019). Lo sepa o no el papa Francisco, el origen de este concepto mestizo del misterio de la Encarnación está en la herejía de Eutiquio (378-454), archimandrita de un convento de Constantinopla según el cual después de la unión hipostática la humanidad y la divinidad de Cristo se fundieron para formar un tertium quid, una híbrida mescolanza que no sería propiamente Dios ni hombre. El eutiquianismo es una forma grosera de monofisismo porque sólo acepta en el Hijo de Dios encarnado una sola naturaleza resultante de esa confusa unión de la divinidad con la humanidad. A raíz de la denuncia formulada por Eusebio de Dorilea (el mismo que veinte años atrás había acusado a Nestorio), Flaviano, obispo de Constantinopla, congregó en 448 un sínodo en el que Eutiquio fue condenado y excomulgado por hereje. Eutiquio, apoyado por Dióscoro, patriarca de Alejandría, logró convocar otro sínodo en Éfeso que lo rehabilitó; Flaviano, Eusebio y otros obispos fueron agredidos y depuestos. En aquel entonces reinaba como papa San León Magno, que declaró nulo este último sínodo, al que denominó Latrocinio de Éfeso, nombre con el que pasó a la historia dicho conciliábulo. Tras dirigir a Flaviano una carta en la que exponía la doctrina cristológica tradicional (Denzinger, 143-144), el Papa animó a la nueva emperatriz Pulqueria (399-453) a organizar un nuevo concilio en la ciudad de Caldedonia, en Bitinia. En la tercera sesión del concilio se leyó la carta de León a Flaviano sobre la Encarnación del Verbo. En cuanto el lector terminó y calló, todos los presentes exclamaron unánimes: «Ésta es la fe de los Padres, ésta es la fe de los Apóstoles. Así creemos todos. Así creen los ortodoxos. Quien no crea así, sea excomulgado. San Pedro ha hablado por la boca de León» (Mansi, Sacrorum conciliorum nova et amplissima Collectio,VI, 971, Act. II).

Consiguientemente, el Concilio de Calcedonia definió la fórmula de fe que declaraba la unidad de Cristo como persona y de la dualidad de las naturalezas de la única Persona de Cristo, perfecto y verdadero Dios, única Persona  en dos naturalezas distintas. La definición dogmática de Calcedonia confiesa: «Uno solo y el mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros menos en el pecado; engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, Madre de Dios en cuanto a la humanidad» (Denzinger 148).

Al igual que San León Magno, los protagonistas de Calcedonia, Flaviano y Pulqueria fueron elevados a la gloria de los altares, mientras que el nombre de Eutiquio se cuenta entre los de los heresiarcas.

Entre las numerosas variantes que han surgido del eutiquianismo a lo largo de los siglos se cuenta la de la kenosis, que se desarrolló en el mundo protestante mediante una extravagante interpretación  del  despojamiento o vaciamiento del que habla San Pablo en la carta a los Filipenses (2,7). La Iglesia lo entiende en un sentido moral, viendo en él la voluntaria humillación de Cristo que, a pesar de seguir siendo verdaderamente Dios, se humilló hasta ocultar su infinita grandeza en la humildad de nuestra carne. La doctrina de la kenosis sostiene por el contrario que el Verbo perdió de hecho sus propiedades divinas o renunció a ellas por completo. En la encíclica Sempiternus Rex del 8 de septiembre de 1951, Pío XII la refutó con estas palabras: «Repugna también abiertamente con la definición de fe del Concilio de Calcedonia la opinión, bastante difundida fuera del Catolicismo, apoyada en un texto de la Epístola de San Pablo Apóstol a los Filipenses [Fi.2,7], mala y arbitrariamente interpretado, esto es, la doctrina llamada kenótica, según la cual en Cristo se admite una limitación de la divinidad del Verbo; invención verdaderamente sacrílega, que, siendo digna de reprobación como el opuesto error de los Docetas, reduce todo el misterio de la Encarnación y de la Redención a una sombra vana y sin cuerpo».

Es absurdo pretender una limitación de la divinidad, porque el ser divino es infinitamente perfecto, simple e inmutable, y es metafísicamente incapaz de sufrir la menor limitación. Además, un Dios que renuncia a ser él mismo deja de ser Dios y de existir (cfr. Luigi Iammarone, La teoria chenotica e il testo di Fil 2, 6-7, en Divus Thomas, 4 (1979), pp. 341-373). Los neoeutiquianos niegan la verdad de razón según la cual Dios es el Ser por esencia, acto puro, inmutable en sus infinitas perfecciones, y rechazan la verdad de fe por la cual Jesús, en cuanto hombre-Dios, gozó a lo largo de toda su vida de la visión beatífica, fundamento de su divinidad. La teología del mestizaje del papa Bergoglio parece hacer suya esta postura, la misma que le atribuye Eugenio Scalfari, que en un artículo aparecido en La Reppublica el pasado 9 de octubre afirmó que según Francisco, «una vez encarnado, Jesús cesa de ser Dios y se vuelve hombre hasta la muerte en la cruz». El director de la Sala de Prensa Vaticana, que habló el mismo día, no desmintió a Scalfari, limitándose a decir que se trataba de «una interpretación libre y personal de lo que había oído», con lo que proyectó una sombra de grave sospecha sobre la cristología bergogliana. Se nos podría objetar que atribuimos al papa Francisco herejías que jamás ha expresado formalmente. Pero si es cierto que la censura de herejía sólo se puede aplicar a expresiones que niegan una verdad revelada, no es menos cierto que un hereje se puede manifestar mediante la ambigüedad de sus palabras, así como de sus actos, silencios y omisiones. Pudiera decirse que al papa Francisco se le podría aplicar lo que dijo de Eutiquio un eminente patrólogo, el padre Martin Jugie: «Resulta muy difícil conocer con exactitud la doctrina de Eutiquio sobre el misterio de la Encarnación, porque ni él mismo la conocía bien. Eutiquio era hereje porque sostenía obstinadamente fórmulas equívocas, falsas además en su propio contexto. Pero dado que dichas fórmulas se prestaban a explicaciones ortodoxas y algunas de sus afirmaciones a una interpretación benévola, queda la incertidumbre en cuanto a su verdadero pensamiento» (Enciclopedia Cattolica, vol. V (1950), col. 870, 866-870).

La teología de Francisco es mestiza porque mezcla verdad y error dando lugar a una confusa amalgama en la que nada es claro, determinado o preciso. Todo resulta indefinible, y el alma del pensamiento y del lenguaje parece ser la contradicción. Además de la Virgen, Francisco querría mestizar la Iglesia haciéndola salir de sí misma para mezclarse con el mundo, sumergirse en él y quedar absorbida por él. Pero la Iglesia es santa e inmaculada, como santa e inmaculada es María, Madre y modelo del Cuerpo Místico. La Virgen no es mestiza en el sentido que le atribuye Francisco, porque en Ella no hay nada de híbrido, oscuro o confuso. María es luz sin sombra, belleza sin imperfección, verdad incorrupta, siempre íntegra y sin mancha. Pidamos auxilio a la bienaventurada Virgen María para que nuestra fe tampoco sea una mescolanza y se mantenga siempre pura, impoluta y resplandeciente ante Dios y ante los hombres, como resplandeció en la noche de Navidad el Verbo Encarnado manifestándose al mundo.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

Tomado de:

adelantelafe.com

¿Las canonizaciones de Juan XXIII y de Juan Pablo II son infalibes?

Reproducimos hoy la traducción de una entrevista a Roberto de Mattei sobre las canonizaciones de los pontífices Juan XXIII y Juan Pablo II. Añadimos al texto de la entrevista el enlace a un artículo de Monseñor Brunero Gherardini sobre la no infalibilidad de las canonizaciones de RONCALLI y WOJTYLA.

Una entrevista a Roberto de Mattei

Roberto de Mattei

Roberto de Mattei

Profesor de Mattei, las inminentes canonizaciones de Juan XXIII y de Juan Pablo II suscitan, por varios motivos, dudas y perplejidades. ¿Como católico y como historiador, cuál es su juicio?

Puedo expresar una opinión personal, sin pretensiones de resolver un problema que se presenta complejo. En líneas generales, estoy perplejo por la facilidad con la cual años se llevan a cabo y se concluyen los procesos de canonización en los últimos. El concilio Vaticano I definió el primado de jurisdicción del Papa y la infalibilidad de su Magisterio, con determinadas condiciones, pero no ciertamente la impecabilidad personal de los Soberanos Pontífices. En la historia de la Iglesia hubo buenos y malos papas, y es reducido el número de quienes fueron elevados a los altares. Pero hoy parece que se quiere sustituir el principio de infalibilidad del Papa por el de su impecabilidad. A todos los Papas, o mejor dicho a los últimos, a partir del concilio Vaticano II, se los presenta como a santos. Por cierto, no es casualidad que las canonizaciones de Juan XXIII y de Juan Pablo II hayan postergado o dejado atrás la canonización de Pío IX y la beatificación de Pío XII, mientras avanza el proceso de Pablo VI. Casi parece que una aureola de santidad debiese envolver la era del concilio y del postconcilio, para “infalibilizar” una época histórica que ha afirmado el primado de la praxis pastoral sobre la doctrina. Sigue leyendo