¿Calentamiento global? No, son las almas que arden en el infierno

Sodoma-y-gomorra

4 noviembre, 2015

Carta a mi nieta Olivia, nacida hace un mes, a ser leída dentro de veinte años para que pueda comprender el mundo en el que se encontrará.

Querida Olivia:

Dentro de veinte años probablemente quieras casarte, pero aquello en que devendrá el sacramento del matrimonio dentro de veinte años depende de nosotros hoy, o mejor dicho, del veredicto de los fieles, via referendum…

Hace unos pocos días concluyó un Sínodo sobre el matrimonio y a juzgar por los diarios se diría que han triunfado todos (progresistas y conservadores), al igual que sucede después de las elecciones políticas a las que estamos acostumbrados. Aunque, al leer la carta del secretario del Sínodo (Cardenal Baldisseri) al Corriere della Sera (del 27 de octubre), da la impresión de que quienes decidirán serán los “suscriptores” (el pueblo de Dios) quienes serán consultados mediante un cuestionario para evidenciar el sensus fidei. Naturalmente, esto es porque la grey posee su propio “olfato” para discernir lo que la Iglesia debe hacer en una materia que le compete. Luego, la voz del Espíritu Santo resuena también en la voz de los creyentes. A tal punto, para comprender cómo será este sacramento, temo que deberemos escuchar a la asamblea de los fieles interesados en la materia que juzguen…

Querida Olivia,

Cada época ha tenido sus miserias, tragedias y grandezas. Así ha sido desde que el hombre comenzó a intentar dar sentido a su propia vida y a sus acciones. Por este motivo las autoridades morales de las diversas religiones querían e intentaban explicar las razones del bien y del mal. Tu época, en cambio, está en peligro de ver desaparecer las autoridades morales, relativizadas y homogeneizadas en el mundo global, con el pretexto de evitar los conflictos globales debidos a las afirmaciones de dogmas y fundamentalismos, propuestos sobre todo en contextos de evangelización. Me temo que las autoridades morales ya no serán las mismas para perjuicio del conocimiento de la Verdad y de la conquista de la fe. Te darás cuenta dentro de algunos años cuando comiences el catecismo. Sigue leyendo

El desmantelamiento. La reestructuración de la iglesia por medio de la “sinodalidad”

iglesiadestruida

23 octubre, 2015

Con este artículo iniciamos la publicación en español de forma regular de los mejores contenidos de la web Catholic Family News, cuyos contenidos prometemos no les defraudaran. Agradecemos a su director la amistosa autorización.

Adelante la Fe


El programa destructivo que Francisco está preparado para imponerse a través de la descentralización

Durante el Sínodo ordinario de 2015 se ha discutido la posibilidad de implementar cierto “regionalismo”, es decir, permitir a las Conferencias Episcopales de cada país decidir unilateralmente los criterios pastorales a seguir en relación a: la comunión de los divorciados y vueltos a casar por la ley civil; los amancebados y los homosexuales. En una entrevista publicada el 15 de octubre, el Cardenal Burke afirmó concretamente que esta propuesta de “diversidad regional” es: “… simplemente, contraria a la fe y la práctica católica”.

Sin embargo, en la alocución del día 17 de octubre, el mismo papa Francisco manifestó su resolución de descentralizar la Iglesia, aunque se tenga que imponer de arriba a abajo, lo que sería un pérfido abuso de autoridad [1].

Descentralización y regionalismo son contrarios al catolicismo, pero su aparición en el Sínodo no ha sido repentina; ésta es su historia.

“Descentralización” y reestructuración de la Iglesia

418W7QTZEEL._SX323_BO1204203200_Este nuevo programa de destrucción, ahora en marcha, ya había estado volando bajo el radar de los católicos más inquietos, pero es ahora cuando sale a la luz  a través del Sínodo.

Es una propuesta para reestructurar radicalmente la Iglesia, basada en el pensamiento modernista de los cardenales Martini, Lehman, Danneels, Kasper y el arzobispo Quinn; y sí, también Jorge Bergoglio. Este programa es la base del regionalismo que ahora está tomando voz en el Sínodo de la Familia de 2015.

Cualquiera familiarizado con el grupo San Galo sabe de qué estoy hablando.

Este grupo se formó secretamente durante el pontificado de Juan Pablo II.

Con el fin de impedir lo que consideran una intromisión por parte del Vaticano, el grupo San Galo trabaja para desarrollar plenamente las enseñanzas del Concilio Vaticano ii en relación a la colegialidad episcopal y el poder del Sínodo; su objetivo último es proporcionar a los obispos más autonomía respecto a Roma.

Sus propuestas incluyen conceder a las conferencias episcopales: completa autoridad doctrinal; libertad para nombrar a los obispos o la última palabra en cuestiones litúrgicas, entre otras cosas.

En resumen, estos radicales quieren desencadenar sobre la estructura de la Iglesia, la misma fuerza destructiva que ya desataron sobre la Misa después del Vaticano II.

El grupo San Galo

El grupo San Galo fue organizado por Ivo Furere, obispo de la diócesis de Saint-Gall (Suiza), y tiene como objetivo conseguir mayor colegialidad y sinodalidad de la Iglesia [2].

Entre sus miembros destacan:

  • el fallecido cardenal de Milán, Carlo Martini;
  • el cardenal belga Godfried Danneels;
  • los cardenales alemanes Lehmann y Kasper;
  • el inglés Comac Murphy-Conner;
  • en su pensamiento e ideas siguen las del arzobispo John Quinn, autor del libro The Reform of the Papacy, líder en ventas.

Todos ellos son modernistas, heterodoxos, pérfidos, provocadores de escándalos, entusiastas del Vaticano ii y totalmente comprometidos con esta revolución.

Además, parecen estar entre los pensadores favoritos del papa Bergoglio.

Por ejemplo, Francisco se ha deshecho en halagos hacia los cardenales Martini y Kasper, dos de los cardenales más abiertamente radicales de nuestros tiempos [3].

Siendo todavía arzobispo de Buenos Aires, el cardenal Bergoglio le comentó al arzobispo Quinn que había leído su libro y que tenía la esperanza de que sus propuestas pudieran llevarse a cabo. [4]

En el grupo San Galo figuran prelados que ridiculizan al papa Juan Pablo II y su modo, supuestamente, conservador de gobernar la Iglesia.

Por ejemplo, tanto Juan Pablo II como el cardenal Ratzinger insistían en que, cuando los obispos celebraran sus conferencias episcopales, Roma tenía que revisar los documentos y aprobarlos o rechazarlos, antes de que se hicieran públicos. Asimismo, las traducciones litúrgicas también debían contar con el beneplácito de Roma antes de su publicación y el Vaticano podía intervenir y censurar a algún teólogo radical aunque contara con el apoyo del la conferencia episcopal de su país.

Pues bien, los prelados del grupo San Galo califican todo esto como una molesta intrusión del papa. A estos mismos obispos les horrorizó la afirmación del cardenal Ratzinger, cuando aún era secretario de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, insistiendo en  que la Iglesia Universal es “ontológicamente anterior” a la iglesia local [5] y, por tanto, ésta está necesitada del gobierno del pastor universal: el papa.

Los prelados del grupo San Galo, junto a Bergoglio, creen que estamos necesitados de un nuevo desarrollo de la doctrina del Concilio acerca de la colegialidad de los obispos y de una mayor descentralización de poder.

Colegialidad y sinodalidad, que no son más que un desarrollo necesario para llegar a una Iglesia más horizontal, en lugar de una Iglesia en que las órdenes vienen de arriba. Hacen una llamada a los obispos para que se vean más involucrados en las decisiones doctrinales, litúrgicas y pastorales.

Este modo modernista de entender la colegialidad de los obispos, niega la primacía de jurisdicción del papa, tal y cómo la enseñó el papa León XIII en su encíclica Satis Cognitum y que, además, aparece en innumerables enseñanzas del Magisterio.

Como bien puede deducir cualquier católico bienpensante, esa horizontalización y descentralización nos lleva, con toda seguridad, a una mayor fragmentación de la fe católica en todo el mundo. Es, de hecho, el borrador para el nacimiento de las iglesias nacionales, para la proliferación de doctrinas y pastorales contradictorias entre una nación y otra, todas débilmente unidas por una pretendida “diversidad conciliada”, en expresión del cardenal Kasper que, más bien, suena a toque de difuntos para la inmutabilidad, estabilidad, unidad y universalidad de la fe católica.

Bergoglio apadrina a Martini

En el Sínodo de 1999, el cardenal Martini abogó por un enfoque más colegial y sinodal en el gobierno de la Iglesia y sugirió, indirectamente, la necesidad de un nuevo concilio para tratar este tema, de modo que favoreciera a los progresistas.Esto era demasiado incluso para el Vaticano de Juan Pablo II, quién no vio con buenos ojos esta propuesta.

En cambio, el papa Bergoglio, está resueltamente a favor de este plan radical de Martini. Como se ha manifestado en otros números de Catholic Family News, Francisco ha alabado públicamente a Martini, considerándolo una “figura profética” y un “padre para toda la Iglesia” [6].

De igual modo, en su penosa entrevista de octubre de 2013 con Eugenio Scalfari, editor ateo del periódico La Repubblica, Francisco habló del cardenal Martini como de: “…alguien muy querido de Nosotros y también de usted”.

Francisco confesó abiertamente que: “Lo primero que decidí fue nombrar un grupo de cardenales para ser mis consejeros. Nada de aduladores, sino personas que compartieran mis mismos sentimientos. Se trata del comienzo de una iglesia con una organización no sólo ya vertical sino también horizontal. Cuando el cardenal Martini habló de poner su atención en los concilios y sínodos ya sabía lo largo y difícil que resultaría avanzar en esa dirección. Poco a poco pero con firmeza y perseverancia.” [7]

Una propuesta más detallada para una Iglesia descentralizada se halla en el libro The Reform of the Papacy del arzobispo John Quinn, publicado en 1999. Quinn aboga por:

  • un aumento de la colegialidad y sinodalidad según los dictados propuestos por el cardenal Martini:
  • mayor descentralización del gobierno de la Iglesia; [8]
  • participación de sacerdotes y seglares en la elección de los obispos; [9]
  • un proceso de elección de obispos similar al de la Iglesia oriental cismática y la Iglesia anglicana; [10]
  • más comunicación horizontal e internacionalización;
  • mayor participación de los laicos, especialmente de las mujeres, en los puestos directivos de la Curia romana; [11]
  • un cambio en el papado en atención al ecumenismo (una de las razones que se esgrimen para ello es que, tanto anglicanos y evangélicos como ortodoxos encontrarían desalentadora una intromisión excesiva del papado en cuestiones doctrinales, pastorales y litúrgicas).[12]

El arzobispo Quinn también considera que:

  • la Curia es una barrera entre el papa y los obispos y lamenta la imagen monárquica del papado.
  • le ofende [13] la afirmación contenida en el Informe Ratzinger (1.984) según el cual, las conferencias episcopales no tienen base teológica, no pertenecen a la estructura de la Iglesia tal y como la quiso Cristo y sólo tienen una función práctica y específica [14].
  • Quinn cita con aprobación al obispo Hadisumarta de Indonesia, quién dijo que: “La teología, la espiritualidad, la legislación y la liturgia tienen que ser tan diversas como los lenguajes y las culturas. En el futuro, todo ello llevaría a un cambio en la relación entre las conferencias episcopales y los distintos dicasterios romanos. La Curia romana se convertiría en una central de información, una institución de apoyo y estímulo, en lugar de un centro de decisiones”. [15]
  • Quinn se alegra de que en la encíclica Ut Unum Sint de Juan Pablo II no se emplee la expresión “primacía de jurisdicción” al referirse al papado; [16]
  • desaprueba el uso de la expresión “colegio cardenalicio”, ya que hace aparecer al colegio de los obispos como un cuerpo de segunda clase. [17]
  • denuncia la censura que el Vaticano hizo de Jacques Dupuis, el teólogo jesuita modernista que, entre otras herejías, enseña que las falsas religiones son, en sí, medios de gracia y salvación. Quinn rechaza este entrometimiento por parte del Vaticano ya que: “El cardenal Konig, los obispos de la India y el provincial de los jesuitas en la India junto con el antiguo decano de la Gregoriana en Roma han puesto en duda esa intervención de Roma o han defendido públicamente a Dupuis”; [18]
  • se lamenta de que los Sínodos sólo hagan recomendaciones al papa, que no tengan poder deliberativo; [19]
  • lamenta que sólo se convoquen en Roma; [20]
  • ha expresado su horror ante lo que llama “grupos restauracionistas”, es decir, los que intentan restablecer no sólo la misa pre-conciliar, sino también la liturgia pre-conciliar en la administración de los sacramentos. [21]
  • En conjunto, aboga por una reestructuración total del papado [22], de la Curia romana y del procedimiento para nombrar obispos. [23]

El arzobispo Quinn continúa dando conferencias y propagando con fuerza su programa colegial. En su nuevo libro, Ever Ancient, Ever New: Structures of Communion in the Church [24], escrito durante el centrista pontificado de Benedicto y publicado en 2013, continúa en la misma línea argumentada en Reform of the Papacy. Podemos estar seguros de que, bajo el papa Francisco, sus propuestas se volverán, incluso, más agresivas.

Nos podemos preguntar cómo, un verdadero católico, puede apostar por lo que defiende el arzobispo Quinn ya que, su pensamiento modernista, es bien manifiesto no sólo en todo lo dicho, sino en otras áreas. Se puede terminar citando su conferencia pronunciada en Oxford en junio de 1996; en ella considera que temas como la ordenación de las mujeres, están todavía abiertos a discusión (el entonces cardenal John O’Connor denunció a Quinn en este punto) [24]. Cuando el arzobispo Quinn era obispo de San Francisco, si diócesis fue de las primeras en abrir las puertas Dignity y en tener una parroquia abierta a los homosexuales [26], cuyos sacerdotes daban bendiciones en las manifestaciones del orgullo gay [27].

Y, sin embargo, como se ha dicho más arriba, el papa Francisco, siendo aún arzobispo de Buenos Aires y en un encuentro casual con el arzobispo Quinn en Roma, le dijo que había leído su libro y tenía esperanzas de que sus propuestas se convirtieran en realidad [28].

Hemos visto el inicio de esta realidad en la orientación general del papado bergogliano, especialmente, en el tumultuoso sínodo extraordinario de 2014, así como en las propuestas hechas para el sínodo de 2015, en el que, abiertamente, poner en tela de juicio la moral católica, junto con el escándalo que ello causa, se considera más importante que la estabilidad de la doctrina tradicional.

Recordemos, también, que el papa Francisco ha alabado públicamente la propuesta de sinodalismo del cardenal Martini, cuando le dijo a Eugenio Scalfari: “Este es el comienzo de una Iglesia con una organización que no es solamente vertical, sino también horizontal. Cuando el cardenal Martini habló de concentrarse en los concilios y los sínodos sabía lo largo y difícil que sería avanzar en esa dirección. Lentamente, pero con firmeza y tenacidad”.

En la misma línea de pensamiento, el infame Hans Küng dirige los mayores elogios a la exhortación apostólica de 2013, en particular, en lo que respecta a la colegialidad y a la llamada reforma de la Iglesia.

Küng dice que, en su exhortación apostólica Evagelii Gaudim el papa Francisco habla claramente a favor de la reforma de la Iglesia en todos los niveles. Aboga, de manera especial, en las reformas estructurales, a saber: “La descentralización a favor de las diócesis y comunidades; la reforma del oficio papal; una promoción del laicado que contrarreste el excesivo clericalismo y favorezca la presencia más eficaz de la mujer en la Iglesia, sobre todo, en las instituciones con poder ejecutivo” [29].

El programa de Francisco parece ser un calco del programa del grupo de San Galo del cardenal Martini y del pensamiento del arzobispo Quinn. Ello resulta evidente al examinar el párrafo 32 de la Evangelii Gaudium en el que el papa parece estar dispuesto a conceder a las conferencias episcopales “una genuina autoridad doctrinal” [30].

No debemos sorprendernos cuando leemos las palabras del cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Munich y presidente de la Conferencia Episcopal Alemana, cuando declaró la independencia de las iglesias alemanas sobre ciertos aspectos de las reglas vaticanas. El pasado febrero, dijo: “Nosotros no somos subsidiarios de Roma. Cada conferencia episcopal es responsable del cuidado pastoral según su cultura; ésta ha de ser nuestra tarea. No podemos esperar que el Sínodo nos diga como ha de ser la guía y el cuidado pastoral para matrimonio y la familia” [31].

Parece que el Cardenal Marx, anticipándose al papa Francisco, hace una aparente invitación a abrir la puerta a una “gran autoridad doctrinal” para las conferencias episcopales nacionales. El resultado de semejante movimiento sería un caos doctrinal, moral, litúrgico y pastoral. Incluso Monseñor William Smith, profesor de Teología Moral en el Seminario de Dunwoodie, dijo en una conferencia: “La razón de Roma acerca de las conferencias episcopales nacionales es sospechosa, porque la mayoría de las veces llevarían a iglesias nacionales independientes”.

El cardenal Burke cita, una vez más, que la “diversidad regional” ahora propuesta “es, simplemente, contraria a la razón y la vida católica” [32].

Vemos pues que la horizontalización y la descentralización, ahora incluidas en el Sínodo de Octubre de 2015, puede dar como  resultado  una gran fragmentación de la Fe en el mundo. Es el proyecto para el nacimiento de las iglesias nacionales, la proliferación de doctrinas contradictorias y practicas nacionales inmorales, en una pretendida aceptación del “reconocimiento de la diversidad” (como dijo el cardenal Kasper), que será el toque de difuntos de la inmutabilidad, estabilidad, unidad y universalidad de la Fe católica.

John Vennari

[Traducido por P.E. Artículo original]

[1] Ver “Pope Francis is now at war with the Vatican. If he wins, the Catholic Church could fall apart” Damien Thompson, The Spectator, Oct. 18 2015 y Pope Francis Reminds the Synod that He Has the Last Word” America, 17 Oct. 2015. [2] The Great Reformer: Francis and the Making of a Radical Pope. Austen Iverieigh (New York: Henry Hold, 2013) p. 257. [3] V. “The Martini Pope, John Vennari, Catholic Family News, January 2014 (para información sobre Kasper v. nota 36) [4] V. “Quinn to priest group: Church poised at a momento of far reaching consequences´ National Catholic Reporter, 7 de Julio 2014 [5] Ivereigh p. 257 [6] The Martini Pope John Vennari Catholic Family News enero de 2014 [7] The Pope, How the Church will Change. La Repubblica Oct. 1, 2013 énfasis añadido. [8] Estos tres primeros puntos pueden verse a lo largo de todo el libro. [9] The Reform of the Papacy: The Costly Call to Christian Unity John Quinn (New York, Herder 1999) p. 117 [10] Ibidem p. 123. Atila Sinke Guimares al escribir sobre este tema en 2001 explica que “la generalización de Quinn es excesiva, pues de hecho hay muchos modos de seleccionar obispos de acuerdo las tradiciones y privilegios de cada diócesis y no se pueden reducir a una sola fórmula” cita de “A New Papacy on the Horizon” Guimares, Catholic Family News abril de 2001. Yo añado que hemos de observar que el criterio principal para la elección de un obispo y debe ser la absoluta fidelidad a la fe católica en toda circunstancia. El énfasis excesivo de Quinn en el jugar con las estructuras es una señal más de su comprensión insuficiente de la misma fe católica. [11] The Reform of the Papacy, pp. 166 y 171 [12] Este aspecto de los cambios que se proponen en el papado es un tema de gran importancia y se tratará más tarde. El papa Juan Pablo II, ecumenista a ultranza, propuso cambios indeterminados en el papado en favor del ecumenismo. Esto lo hizo en su encíclica ecuménica Ut Unum Sint (25 de mayo de 1995) que Quinn cita a lo largo de su libro. Quinn se alegra de que este aspecto de Ut Unum Sint rompe un precedente y es revolucionario. v. The Reform of the Papacy p. 34. De la misma manera el cardinal Kasper se muestra favorable a una reestructuración de la iglesia en favor del ecumenismo. [13] The Reform of the Papacy p. 115 [14] Ratzinger Report, 1984 citado en Pope Francis´ doctrine chief: Bishops conferences presidents are not ´vice-popes´. Lifesitenews, 30 de diciembre de 2013. [15] The Reform of the Papacy p. 160 énfasis añadido. [16] The Reform of the Papacy p. 30 [17] The Reform of the Papacy p. 143 [18] The Reform of the Papacy p. 160 [19] The Reform of the Papacy p. 113 [20] Ibid. [21] The Reform of the Papacy pp. 167-169 [22] Al igual que  en el Vaticano II los radicales impusieron la nueva misa basados supuestamente en “prácticas litúrgicas antiguas”, Quinn intenta argumentar que lo que él propone es en realidad un “redescubrimiento” de la Tradición en lo que concierne al gobierno de la iglesia. Sus reivindicaciones  son un conjunto de afirmaciones engañosas,  de medio -verdades,  y de generalizaciones que carecen de distinciones esenciales y reveladoras en cuanto a lo que se niegan a afirmar. Esto también necesita de una explicación más detallada de la que puede darse en este número. También deja de clarificar la colegialidad y la subsidiaridad legítima. Esto dicho, Quinn consigue señalar algunos problemas verdaderos, como ese excesivo énfasis en la autoridad del papa que cree al papa infalible en todo lo que diga o haga; y también la afirmación gratuita del cardenal Solano quien dice que no se debe criticar a la curia nunca. [23] The Reform of the Papacy índice [24] Más acerca del libro de Quinn en un artículo futuro. [25] The Claims of the Primacy and the Costly Call to Unity John R. Quinn junio de 1996 y la respuesta del cardinal O´Connor: Reflections on the Church Government Cardinal John O´Connor Catholic New York 25 de julio de 1996. Los dos pueden encontrarse en la biblioteca digital de la EWTN. [26] Pope Appoints Gay-Friendly Bishop to San Francisco. Dr. Marian T. Horvat  en traditioninaction.com. [27] Life and Death at a Gay Parish Randy Engel, traditioninaction.com. [28] Quinn a un grupo de sacerdotes: “La iglesia está lista para un acontecimiento de consecuencias trascendentales.” National Catholic Reporter 7 de julio de 2014. [29] Cita de “Pope Francis´text is a call for church reform at all levels Hans Küng, The Tablet 29 de noviembre de 2013. [30] Sin embargo este deseo no se ha realizado plenamente, pues el estatuto jurídico de las conferencias episcopales que las considera sujetas a ciertas atribuciones específicas, incluida la genuina autoridad doctrina,l no ha sido todavía suficientemente elaborado. La excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la iglesia y su actividad misionera.” Evangelii Gaudium, núm. 32 [31] German Church declares Independence before de 2015 Synod: “We are not a Roman Subsidiary” Rorate Coeli, 25 de febrero de 2015. [32] Cardinal Burke: controversial Synod proposal “simply contrary” to Catholicism, Lifesitnews, 15 de octubre de 2015.

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com

Muerte del matrimonio

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20 octubre, 2015

Muchos matrimonios no funcionan es evidente, son muchas las parejas que se deshacen y buscan nuevos rumbos tras las solemnes promesas de un amor eterno, y son pocas las parejas que aun cuando no se separen por razones diversas prácticamente viven separados porque poseen un otro nido más o menos vivo.

La conductora de un programa televisivo enlatado en los Estados Unidos del género talk show dirigido al mundo hispanohablante, finaliza casi siempre el espectáculo con la conclusión de que quienes concurrieron como protagonistas del mismo, carecían de relaciones sexuales, aconsejándoles frecuentemente el empleo de un artefacto para reconducir la vida sexual de sus panelistas y así salvar el matrimonio.

¿Cuál es la verdadera causa de que hayan naufragado tantos matrimonios que parecían inseparables para siempre?

Sin duda carecían de dos elementos sustanciales: la falta de confianza mutua, y la falta de aceptación del otro tal como es.

Sobre la confianza no tenemos a menudo una idea clara, la confundimos con la ausencia de pudor o la falta de finura y delicadeza. La confianza es más que fiarse del otro, es tener la convicción de que el otro es bueno, me ama y quiere lo mejor para mí, y esto con toda seguridad sin que me pueda quedar la menor duda.

Para el logro de esa confianza es imprescindible que cada uno destruya todo prejuicio hacia el otro, que pueda condicionar la mutua apertura. Tengamos presente que con facilidad, la previa opinión que nos hemos formado de los demás, nos impide verlos como en realidad son, buscando en cada momento que con su forma de actuar se confirme el juicio que ya teníamos sobre ellos.

No significa claro está, que no reconozcamos los defectos y las limitaciones del otro, sino que a partir de ello, confundamos en él, estando seguros de que lo bueno siempre supera lo imperfecto y negativo.

En segundo lugar es necesario también aceptar a los demás, lo que no es absorberlos ni moldearlos a nuestro gusto, ni cambiarlos para que sean distintos, sino acogerlos tal como son con su propio carácter y esforzarnos para que cada uno desarrolle al máximo todo lo que hay en él de positivo.

Desgraciadamente es más fácil descubrir lo que hay de negativo en el otro, o lo que desde nuestro punto de vista es más negativo en él, por eso es necesario aceptarlo tal como es, no porque sea perfecto o porque sea como yo quiero, sino por respeto y amor a su persona, en lo que tiene de original y propio.

La aceptación y conocimiento del otro ayudan también por contraste a conocernos mejor, y a aceptarnos a nosotros mismos tal como somos, sin miedo a reconocer nuestros defectos y limitaciones.

Por eso comunicarse y compartir ayudan en último término a sentirnos más seguros de nosotros mismos.

Un testimonio similar extraído de las experiencias de tantos matrimonios a la deriva, revela que es el egoísmo la causa principal de la falta de intimidad, cuando no de la abierta ruptura de los cónyuges; la experiencia personal en asuntos de este género a través del apostolado, me ha convencido de que es difícil que cada uno asuma su parte de culpabilidad, y más bien son proclives los cónyuges a convencerse de que es el otro, no él, el otro, la causa principal, o a medias, del fracaso matrimonial, y mientras alguno de los dos, o los dos se mantengan en esta ceguera es imposible que se dé paso alguno en orden a la serenidad, solidaridad y fortaleza de la unión matrimonial.

Hay dificultades en todas las relaciones; nadie pretende que sea fácil, y el matrimonio es probablemente, entre todas, la forma más pura de amor. Pero cuando las parejas olvidan que la fe y el sacrificio mutuo constituían una parte importante de su decisión inicial de contraer matrimonio, dan rienda suelta a su propio orgullo y a su propio egoísmo. Los resultados, como podéis imaginar, puede ser devastadores.[1]

Es interesante al par que risible, observar que los dos cónyuges son víctimas de los defectos del otro, de tal modo que ni él ni ella se consideren principales causantes de la tensa situación a que se ha llegado en su unión.

Les ciega el egoísmo hasta el punto de no poder ver que van multiplicando, trabas, problemas, discusiones, actitudes, posturas, acciones que abren un abismo entre los dos. Cuando explican las causas de su frialdad progresiva, se da el caso de que unas mismas acciones, vistas por ambos cónyuges, resultan completamente diversas.

Ordinariamente cualquier mediador fracasa, porque ninguna de las dos partes posee sinceridad ni humildad suficientes para reconocer sus propios fallos que provocan la ruptura.

Es el egoísmo, es el egoísmo sí, el mayor enemigo de la felicidad doméstica. Un matrimonio es feliz, cuando cada uno de los cónyuges al contraerlo, se propone no ser feliz, sino hacer feliz al otro. Hay que trabajar estimando en poco lo que se hace. Sin andar discutiendo, ni midiendo quien hace más. Todo lo que se hace en familia debe ser obra de la colaboración de los esposos que no deben permanecer extraños al trabajo del otro cónyuge, aunque cada uno tenga su misión propia.

La colaboración de los esposos, exige muchas veces renunciar a los propios gustos e ideas. No hay que insistir en lo que separa sino en lo que une. Los sacrificios que la unión impone deben hacerse con alegría. Hay que adquirir el hábito de la paciencia. Hay que interesarse por lo que interesa al otro cónyuge, y será muestra de delicadeza, interesarse por su familia.

El amor propio gustaría que la otra parte se sometiera plenamente a los propios caprichos, pero hay que sacrificarse por la armonía conyugal. Hay que disimular los defectos del cónyuge no sólo ante los demás, sino ante sí mismo y en el seno de la propia conciencia.

El don mutuo es en el matrimonio principio de expansión y fuente de vida, y se embellece cuando se verifica el intercambio entre dos almas, llenas de vida sobrenatural. Los esposos no podrán ayudarse espiritualmente si permanecen cerrados entre sí, hay que vencer el hábito del aislamiento y la timidez, o el orgullo que impiden la confianza conyugal, vivir su vida, y conservar la independencia en el matrimonio es un modo siniestro de egoísmo, a veces por no abrirse plenamente dos esposos viven juntos como extraños entre sí.

Es difícil admitir la propia culpabilidad, porque el egoísmo ciega y defiende su conducta, pero por no luchar contra esta ceguera naufragan diariamente miles de nuestros matrimonios, hundidos por las olas de su propio egoísmo.

Estos males tan terribles confrontan a las personas a pesar de todas sus leyes e instituciones y las vuelven impotentes, sin saber cómo superar esta calamidad. Finalmente eligen la peor de las soluciones: simplemente caen de rodillas ante el problema.

Los Estados, cuya tarea más elevada es la protección del bien común, se han convertido en servidores del mal, que abren de par en par las puertas a todas las consecuencias negativas para sí mismo y al final de cuentas para la sociedad humana, que intentan combatir un mal con otro, apagando el incendio con gasolina.

Germán Mazuelo-Leytón

[1] MADRE ANGÉLICA, Respuestas no promesas.

 

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com

Las intrigas para desacreditar a los cardenales que se oponen al Papa

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18 octubre, 2015

La carta de los 13 Cardenales al Papa en contra del opresivo Sínodo y de las tesis modernistas de Bergoglio es muy sensacionalista, especialmente por la autoridad que ostentan los firmantes; por tanto, lo que ocurrió para desacreditarla y oscurecer su explosivo contenido debe ser explicado. Ante todo, la carta ha circulado como la seña identificativa de una conspiración de los llamados “conservadores” católicos.

Marco Tosatti, vaticanista serio e independiente, señaló, muy acertadamente, que una carta privada al Papa, firmada con nombres y apellidos, es la cosa más transparente, leal y valiente que hemos visto en el Vaticano en los últimos tiempos,- considerando que el mismo Bergoglio (al menos de palabra) pide apertura-; por tanto, es justamente lo opuesto a una conspiración. De hecho, como dice Tosatti, “proporcionó una oportunidad de oro para los numerosos autores de conspiración y rebelión”. Mientras, con respecto a cosas ocultas, conocemos a través del periódico alemán Die Tagespost, que es el Papa Francisco quién, en su residencia de Santa Marta, ha estado sosteniendo su propio “Sínodo clandestino”, reservado solamente a la Dirección del Sínodo oficial.

Lo que desencadenó la confusión fue que cuatro de los trece Cardenales firmantes negaron haber puesto su rúbrica. El lunes por la noche, el Cardenal Pell, confirmó a través de un portavoz, que la carta había sido firmada por él y otros Cardenales; añadió que era privada y por ello no se había dado a conocer. Por otra parte, explicó que el texto publicado por Magister tenía “errores, tanto en el contenido como en la lista de firmas”. Esa misma noche nos enteramos de que la revista American Jesuit, de tendencia progresista, confirmó que la carta había sido firmada por 13 Cardenales todos ellos presentes en el Sínodo y entregó la lista con los nombres correctos, substituyendo a los cuatro que habían negado su firma por los verdaderos firmantes. Además, la misma revista, confirmó el texto publicado por Magister, confirmación que también hace el periódico La Nación de Buenos Aires a través de un artículo de Elizabetta Piqué, biógrafa y amiga personal de Francisco y, por tanto, con acceso a fuentes dignas de crédito.

El día 13 por la tarde, Magister publicó un nuevo artículo en el que cita estas confirmaciones fiables y en el que reitera que hay trece firmas de Cardenales, reconstruyendo la lista correcta pero parece ser que una ha desaparecido; el texto es el mismo que se publicó en primer lugar, admitiendo que, la carta entregada al Papa puede “incluir algunos pequeños cambios. De forma, no de fondo”. Pero con el escándalo que suscitó en los medios, lo que era esencial escapó a la atención de todos: la rareza de semejante documento firmado por Cardenales de autoridad, muchos de ellos presentes en el Sínodo, en el que se destruye la Instrumentum laboris en los puntos no aprobados en el Sínodo de 2.014 pero que Bergoglio aseguró que se volverían a tratar, al menos los más controvertidos.

Además, en su carta, los Cardenales critican los nuevos procedimientos que sofocan, e intentan manejar, al Sínodo en curso. La carta expresa preocupación por la Comisión que tendrá que redactar la Relatio final ya que no ha sido elegida por los Padres sino que está compuesta por personas nombradas directamente por Bergoglio, todos afines a él. Asimismo, la misiva expresa la preocupación por un Sínodo que había sido convocado por Benedicto xvi en defensa de la familia y que terminó en peleas acerca de la comunión de los divorciados vueltos a casar; algo que, si fuese aceptado, colapsaría completamente la doctrina sobre el matrimonio y los Sacramentos.

Al final de la carta hay una advertencia dramática que, incluso escrita en un lenguaje respetuoso suena a alarma, diciendo que: al final del camino emprendido por Bergoglio, en imitación de las Iglesias Protestantes Europeas, habría un colapso; en otras palabras, el fin de la Iglesia. En una declaración reciente, el Cardenal Pell dio otras dos noticias importantes acerca de lo que está pasando: la primera concuerda exactamente con lo que escribimos el domingo pasado en esta columna y es que la corriente Kasper-Bergoglio es minoría. De hecho, Pell dice: “Hay un gran acuerdo en la mayoría de los puntos pero, obviamente, hay cierto desacuerdo ya que hay una minoría de elementos que desea cambiar las enseñanzas de la Iglesia en las disposiciones necesarias para recibir la Comunión. Naturalmente, no hay posibilidad de cambio alguno en la Doctrina”.

La otra noticia de Pell, alarma incluso si está en lenguaje suave: “Todavía hay preocupación entre los Padres del Sínodo sobre la composición del Comité a cargo de la redacción de la Relatio final y sobre el proceso a través del cual se presentará a los Padres del Sínodo”. La controversia, por tanto, sigue abierta. La razón es simple, aunque nunca se diga: la intención de Bergoglio, ahora muy clara, es empujar al Sínodo hacia las conclusiones que él desea, recibir así legitimación e introducir las ideas de Kasper dentro de la Iglesia, aunque sea de forma solapada, de la misma forma que introdujo el divorcio a través del Motu Proprio. Por esta razón, hace unos días, al descubrir que la mayoría del Sínodo es católica, Bergoglio planteó preguntas sobre la Relatio final que llegaron a ser escritas en  todos los programas oficiales como resultado del Sínodo.

Viendo el desconcierto que ha provocado el cambio de reglas en el Sínodo hizo público, a través del Padre Lombardi, que habría una Relatio Finalis pero Bergoglio decidiría qué hacer con ella y si se publicará. Más tarde se supo que, probablemente, no habría una relatio similar a las de otros Sínodos, en las que incluso se votaron proposiciones sencillas, sino un texto genérico que se votaría en bloque, una especie de lo tomáis o lo dejáis, una forma de acorralar a la parte más católica, en la que habría una referencia genérica a la misericordia pero que podría ser interpretada como la luz verde a la revolución. Es necesario recordar que, ningún Papa tiene el poder de cambiar la Ley de Dios ni la Doctrina Católica, a menos que desee caer en la herejía y, por tanto, caer en declive.

Como fue explicado por un eminente Cardenal del Sínodo de 2.014, los temas a debatir hoy, habiendo sido definidos solemnemente por la Iglesia basándose en la Sagrada Escritura, no pueden ni deben ser cuestionados; el Papa no puede hacer lo que le plazca, al contrario de lo que muchos creen, justo como afirmó Benedicto xvi en la Misa de Investidura a la Catedra Romana el 7 de mayo de 2.005:

«El Papa no es un monarca absoluto cuyos pensamientos y deseos son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es garantizar la obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino constantemente obligarse a sí mismo y a la Iglesia a obedecer la Palabra de Dios, de cara a todo intento de adaptarla o diluirla, y de toda forma de oportunismo […] El Papa sabe que, en sus decisiones importantes, está unido a la gran comunidad de fe de todos los tiempos, a las interpretaciones vinculantes que se han desarrollado a través del peregrinar de la Iglesia. Así, su poder no está sobre, sino al servicio de la Palabra de Dios. Le corresponde a él asegurarse de que esta Palabra continúe estando presente en su grandeza y que resuene en su pureza, para que no sea rota a pedazos por los cambios continuos en su uso.»

Esta es la interpretación correcta del “poder de atar y desatar” que Cristo le dio a Pedro, un versículo del Evangelio que ha sido indebidamente invocado estos días por los partidarios de Bergoglio, casi como si permitiera al Papa argentino hacer lo que le plazca. El venerable Pio Brunone Lanteri, quién fue también un gran defensor del Papado, lo explicó claramente en un libro:

«Se me dirá que el Santo Padre puede hacer cualquier cosa, quodcumque solveris, quodcumque ligaveris, etc. Es verdad; pero no puede hacer nada en contra de la Constitución Divina de la Iglesia; él es el Vicario de Dios, pero no es Dios, ni tampoco puede destruir la obra de Dios.».

Antonio Socci

[Traducción de Rocío Salas. Artículo Original]

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com

El matrimonio, la misericordia y la cruz

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16 octubre, 2015

Mamá, vosotros os vais a separar?

Hace aproximadamente un año, mi hijo mediano me sorprendió con esta pregunta. Varios compañeros de su clase estaban sufriendo el trauma de la separación de sus padres, y mi hijo quería asegurarse de que no iba a pasar por lo mismo. Recibió un tajante «no» por respuesta, que no obstante, no le satisfizo en absoluto.

— ¿Por qué? —insistió con desafío.

Mi primer instinto fue acudir al socorrido «porque nos queremos», pero como conozco a mi hijo y sé que eso solo le habría preocupado más, le di la verdadera respuesta:

— Porque se lo prometí a Dios.

Aquella réplica me sirvió para tener con ellos una de las charlas más intensas que recuerdo. Mis años de madre me han enseñado que no basta con tener preparadas contestaciones a las previsibles preguntas que te van haciendo los hijos, ya que, como no se vivan esas respuestas, rápidamente se desmontan bajo el ojo crítico del ejemplo.

Quizá por eso, para mí esta afirmación me vino fácil.

Me casé siendo consciente del paso que iba a dar. El comportamiento de mis padres respecto a su matrimonio me había mostrado lo que Dios esperaba de mí. Soportaron una profunda y duradera crisis matrimonial durante mis años de adolescencia y sin embargo, el comportamiento de ambos resultó heroico. Sabían que su matrimonio era para siempre, y se agarraron a su cruz con fortaleza.

Como Dios escribe recto con renglones torcidos, esa cruz pesada que les tocó sobrellevar sirvió para que sus hijos fueran plenamente conscientes de lo que suponía el sacramento matrimonial. Y con tal experiencia, no es de extrañar que durante mi propia boda me pasara pidiendo a Dios la gracia de llevar a cabo mi compromiso vital, o mejor expresado, mi vocación. Me agarré a su presencia mil veces durante la celebración, y fue plenamente consciente de que me ofrecía como sacrificio no solo para mi marido o para mis futuros hijos, sino también, para el mundo.

Quizá el lector se sorprenda por este lenguaje, pero la cruz que soportaron mis padres con heroísmo fue decisiva para abrirme los ojos. Porque, el matrimonio cristiano es heroico. ¿Quién puede dar un sí quiero para toda la vida? ¿Quién puede decirle al otro que le amará sin condiciones? Y más grave aún, ¿quién puede asegurar que amará al otro sea cual sea la actitud o comportamiento futuro del cónyuge? Nadie.

Y sin embargo, ahí están los católicos de buena voluntad, camino hacia el altar, para dar ese consentimiento. Es escandaloso.

¿Se han preguntado por qué lo hacemos? Los años que impartimos prematrimoniales sirvieron para mostrarme que los contrayentes confiaban en que el matrimonio cristiano, por ser sacramental, confería la gracia para llegar a buen puerto. Por eso acudían a la Iglesia, para ellos, el sacramento era una especie de ayuda extra de la que no gozaban los que se casan fuera de la Iglesia.

Eso es cierto, pero a medias. Porque, ¿y si el hombre no es receptivo a esa gracia? ¿y si se niega a recibirla? ¿Qué pasa entonces?

Cuando les planteaba esta realidad a los contrayentes, se removían inquietos en sus sillas y desechaban con rapidez estos pensamientos bajo la irrealista creencia de que eso no les ocurriría a ellos. Mejor no pensar en esas cosas.

El día que caminé hacia el altar, yo sí sabía lo que estaba haciendo. Estaba a punto de decirle a Dios que estaba dispuesta a que mi matrimonio fuera fiel reflejo del amor que Él le tiene al mundo. Cuando los hombres observaran mi matrimonio, deberían ver reflejado el amor de Dios. Y aquí está la clave, pues ¿cómo es el amor de Dios? El amor de Dios es misericordioso: ama sin condiciones, sin esperar nada a cambio. Es el amor del padre en la parábola del hijo pródigo, es el amor de Cristo en la cruz que grita: «Padre, no se lo tengas en cuenta, porque no saben lo que hacen».

Y yo, asumiendo la vocación que Dios me tenía preparada, estaba dispuesta a sacrificarme por Él, para ser testimonio de su amor al mundo. El matrimonio refleja la misericordia de Dios, porque es indisoluble. No se puede disolver porque uno de los contrayentes no quiera asumir más su compromiso, al igual que el amor de Dios no desaparece porque no queramos corresponderle; Él siempre nos está esperando. Ahí radica la grandeza del matrimonio católico, en que es reflejo del escandaloso amor que Dios nos tiene, y de ahí que haya que destruirlo.

Cuando escucho que, bajo el argumento de «misericordia», se va rompiendo la indisolubilidad matrimonial se me revuelve el estómago. Es perverso. Cada nulidad matrimonial ligeramente concedida, cada petición de que los divorciados con nueva pareja puedan comulgar, cada petición de que se admita el divorcio en la Iglesia, supone un ataque directo a la misericordia de Dios, pues, al final, es un matrimonio menos que la refleja al mundo.

Y eso es lo que el demonio quiere, que el hombre deje de creer en ella.

A veces pienso que tanto hablar de misericordia es porque, en realidad, se ha dejado de creer en ella. Yo, que si siento que Dios es misericordioso conmigo (con tantos pecados y faltas como arrastro) soy capaz de llevar en gratitud ese mismo espíritu de amor y entrega a mi matrimonio. «Hoy yo te perdono, mañana serás tú». Sin misericordia divina, no puede haber matrimonio indisoluble.

Mi propio marido afirmó con solemnidad hace pocos días, durante una reunión de grupo, que el matrimonio era su cruz. Mi reacción fue levantar la ceja divertida, consciente de que, fuera de nuestro grupo, quien escuchara tales palabras se escandalizaría. ¡Menuda cosa decir!

Sin embargo, para mí, aquella expresión fue motivo de alegría. Supone que ambos tenemos claro que el matrimonio cristiano es fuente de sacrificios y renuncias (a egoísmos y apetencias), de trabajo y esfuerzo. En definitiva, una cruz. Pero es una cruz gloriosa que nos llevará a la santidad. Mi marido será misericordioso conmigo (y viceversa) porque Dios lo es también con él. Y eso, me da una seguridad enorme. A punto de celebrar felices nuestro aniversario de bodas, aquella afirmación supuso para mí mayor expresión de amor que un manido «te querré siempre», donde, si somos sinceros, como humanos que somos, esa expresión está sujeta a mil condicionantes.

Al final, la charla con mis hijos debió tener éxito porque días más tarde, preparando la cena, los oí hablar en la mesa del comedor. Mi hijo mediano comentaba al mayor:

— Sí es verdad, pero debes elegir con cuidado, porque si luego llega una mejor, no puedes irte con ella. Al fin y al cabo, recuerda que el matrimonio es para siempre.

No quise ahondar más en su conversación, pero creo que entendieron lo que traté de decirles a la perfección. Después de todo, son pequeños, pero no tontos.

Mónica C. Ars

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com

“Lo que Dios ha unido…”

matrimonio

4 octubre, 2015

Particular Providencia puede considerarse el Evangelio de la Misa del Domingo (Mc 10, 2-16) en el que se inaugura la segunda parte del Sínodo dedicado a “Los desafíos pastorales de la familia en el contexto de la evangelización”, ahora bajo el lema “La vocación y la misión de la familia en la Iglesia y en el mundo contemporáneo”.

Las palabras de Jesús nos instruyen acerca de la naturaleza del matrimonio; realidad elevada por Él mismo a la condición de Sacramento, «que establece una santa e indisoluble unión entre el hombre y la mujer y les da gracia para amarse uno a otro santamente y educar cristianamente a los hijos» (Catecismo Mayor).

Cristo declara en esta ocasión la indisolubilidad original del matrimonio, según lo instituyera Dios en el principio de la creación. Para ello, cita expresamente las palabras del Génesis que se leen en la Primera lectura (Gen 2, 18-24). «Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre». De este modo, el Señor declara la unidad y la indisolubilidad del matrimonio tal y como había sido establecido en el principio, antes de ser alterado por la corrupción de los hombres. Sigue leyendo