
Benedicto XIII, de nombre secular Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor1 (Illueca, 1328-Peñíscola, 1423), más conocido con el apelativo de «Papa Luna», fue papa en la obediencia de Aviñón y cardenal desde diciembre de 1375. Actualmente es considerado antipapa.
Teológicamente el Papa puede perder el Pontificado no sólo por herejía sino también por cisma y la apostasía. La apostasía es una cuestión de grado con respecto a la herejía («la apostasía y la herejía son pecados de la misma especie, entre los cuales toda la diferencia es la del más o del menos, la negación es total en la apostasía y parcial en la herejía». (D.T.C. Apostasie, col.1604), mientras que el cisma es una escisión (separación).
La regla que se aplica a los Papas heréticos se aplica igualmente a los cismáticos y así tenemos la segunda excepción (Cf. D.T.C. Déposition. et Dégradation des Clercs, col. 520), que ya anunciáramos.
La cuestión del Papa cismático la admiten unánimemente los teólogos salvo Pighi, siguiendo la traza del Decreto de Graciano. (Cf. D.T.C. Schisme, col.1306).
El Cardenal y famoso tomista Cayetano se basa en la distinción entre la función del Papado y la persona del Papa. El Cardenal Juan de Torquemada (tío del gran inquisidor), Vitoria, Suárez admiten la caída del Papa en el cisma. (Cf. D.T.C. Schisme, col.1306). «Los casos concretamente tratados por estos teólogos son aquellos en los cuales el Papa rechazara su comunión con la Iglesia, o cesara de conducirse como su jefe espiritual, obrando como un puro señor temporal, o si rechazara obedecer a la ley y constitución dadas por Cristo a la Iglesia y de observar las Tradiciones establecidas desde los Apóstoles en la Iglesia Universal, o también agrega Torquemada, visiblemente preocupado de los recuerdos del Gran Cisma, si en un conflicto por la Tiara o la legitimidad del verdadero Papa parecería dudosa a las personas serias, rechazase de hacer lo necesario para restablecer la unidad.» (D.T.C. Schisme, col.1306). Da Silveira quien cita también a Torquemada sobre el mismo tema se expresa así: «Para demostrar que “el Papa puede ilícitamente separarse de la unidad de la Iglesia y de la obediencia a la cabeza de la Iglesia, y por lo tanto caer en cisma”, el Cardenal Torquemada usa de tres argumentos:
“1- (…) por la desobediencia, el Papa puede separarse de Cristo, que es la cabeza principal de la Iglesia y en relación a quien la unidad de la Iglesia primeramente se constituye. Puede hacer eso desobedeciendo a la ley de Cristo u ordenando lo que es contrario al derecho natural o divino. De ese modo, se separaría del cuerpo de la Iglesia, en cuanto está sujeto a Cristo por la obediencia. Así, el Papa podría sin duda caer en cisma.
- El Papa puede separarse sin ninguna causa razonable, sino por pura voluntad propia, del cuerpo de la Iglesia y del colegio de los Sacerdotes. Hará eso si no observare aquello que la Iglesia Universal observa con base en la Tradición de los Apóstoles, según el c. ‘Ecclesiasticarum’, d.11, o si no observare aquello que fue ordenado universalmente, por los Concilios Universales o por la autoridad de la Sede Apostólica, sobre todo en cuanto al culto divino. Por ejemplo, no queriendo personalmente observar lo que se relaciona con las costumbres universales de la Iglesia o con el rito universal del culto eclesiástico. (…) apartándose de tal modo, y con pertinacia, de la observancia universal de la Iglesia, el Papa podría incidir en cisma. La consecuencia es buena; y el antecedente no es dudoso, porque el Papa, así como podría caer en herejía podría desobedecer y con pertinacia dejar de observar aquello que fue establecido para orden común en la Iglesia. Por eso, Inocencio dice (c. ‘De Consue.’) que en todo se debe obedecer al Papa en cuanto éste no se vuelva contra el orden universal de la Iglesia, pues en tal caso el Papa no debe ser seguido, a menos que haya para eso causa razonable.
- Supongamos que más de una persona se considere Papa, y que una de ellas sea verdadero Papa, aunque tenido por algunos como probablemente dudoso. Y supongamos que ese Papa verdadero se comporte con tanta negligencia y obstinación en la búsqueda de la unión de la Iglesia, que no quiera hacer cuanto pueda para el establecimiento de la unidad. En esa hipótesis, el Papa sería tenido como fomentador del cisma, conforme muchos argumentaban, aún en nuestros días, a propósito de Benedicto XIII y de Gregorio XII” ». (Op. Cit. p.186-187).
El bien común de la Iglesia es capital en la cuestión del cisma tratada por el Cardenal Torquemada, luego un Papa que atenta contra el bien común de la Iglesia (el orden común, orden universal de la Iglesia) caería en el cisma, al igual que si va contra el culto divino o la Tradición Apostólica. Diciendo esto no podemos dejar de pensar en la reforma litúrgica en general y del Novus Ordo en particular como tampoco en todas las cosas que desde Roma se hacen en contra del bien común de la Iglesia y el de la salvación de las almas, pensando que hay un verdadero cisma litúrgico iniciado con la reforma litúrgica que está destruyendo la fe y la Iglesia.
El Cardenal Cayetano y Suárez dicen que el Papa puede caer en cisma si no quiere tener con todo el cuerpo de la Iglesia la unión y conjunción que debe, o si pretendiere excomulgar a toda la Iglesia, o si quiere subvertir todas las ceremonias eclesiásticas consolidadas por la Tradición Apostólica: «si nollet tenere cum toto Ecclesiae corpore unionem et conjunctionem quam debet, ut si tenderet totam Ecclesiam excommunicare, aut si vellet omnes ecclesiasticas caeremonias apostolica traditione firmatas evertere». (D.T.C. Schisme, col.1303). «Los cismáticos están fuera de la Iglesia, afirma unánimemente la Tradición». (D.T.C. Schisme, col.1306).
Da Silveira trae un texto (Op.Cit. p.185) del Cardenal Journet quien resume el pensamiento de los teólogos más acreditados sobre la posibilidad del Papa cismático: «Los antiguos teólogos (Torquemada, Cayetano, Bañez), que pensaban, de acuerdo con el “Decreto” de Graciano (parte I, dist. XV, c.VI), que el Papa, infalible como Doctor de la Iglesia, podía sin embargo personalmente pecar contra la fe y caer en herejía (ver “L’Eglise du Verbe Incarné” t.I, p.596), con mayor razón admitían que el Papa podía pecar contra la caridad, inclusive en cuanto ésta realiza la unidad de la comunión eclesiástica, y así caer en el cisma. La unidad de la Iglesia, según ellos decían, subsiste cuando el Papa muere. Por lo tanto, ella podría subsistir también cuando un Papa incidiese en cisma (Cayetano, II-II, q. 39, a.1, nº VI)».
Queda claro que teológicamente el Papa puede caer en el cisma. La reforma litúrgica que subvierte toda la liturgia de la Iglesia cuyo origen apostólico es indudable deja que pensar al respecto una vez leído el pasaje anteriormente citado, pero de esto hablaremos más adelante.
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