Una entrevista al Profesor Peter Kwasniewski sobre el sentido de la Misa tradicional

misa-640x394

La página católica croata Bitno acaba de publicar una sustanciosa entrevista con nuestro colaborador, el Dr. Peter Kwasniewski, sobre el descubrimiento de la antigua Misa, los liturgistas progresistas, las objeciones más comunes, la postura ad orientem, la opcionitis, el arqueologismo y otros temas. La entrevista se grabó en Nursia (Umbria, Italia) en julio pasado, y fue luego transcrita y traducida al croata por el entrevistador (lo cual explica el tono coloquial que aparece a veces). Su historia es la de muchos de nosotros, porque muestra cómo el descubrimiento de la Misa tradicional nos cambió para siempre la vida y cómo se dieron posteriormente las cosas.

Se ha ofrecido a Rorate Coeli la traducción al inglés. Las fotos son las que aparecen en el sitio croata.

***

Entrevista al Prof. Peter Kwasniewski 

Antes de comenzar hoy las preguntas, Dr. Kwasniewski, diga por favor algo a los lectores sobre sí mismo. ¿Dónde hizo usted sus estudios y dónde enseña?

Nací en Chicago, Illinois, y crecí en Nueva Jersey, donde asistí a una escuela primaria católica, y luego a una escuela secundaria para niños dirigida por benedictinos. Durante este período canté en el coro de varias parroquias y escuelas, y comencé a estudiar música. Luego fui al Thomas Aquinas College, en California, para obtener el grado de licenciado (bachelor) en artes liberales, y posteriormente a la Catholic University of America para los grados de MA y PhD en filosofía, con especial énfasis en Aristóteles y Santo Tomás de Aquino. El International Theological Institute de Gaming, en Austria, me contrató a continuación, en la época del cardenal Schönborn, y ahí enseñé filosofía y teología durante casi 8 años. Volví a los Estados Unidos a colaborar en el establecimiento de una nueva escuela de artes liberales inspirada en el movimiento de los “grandes libros” [Nota de la Redacción: véase aquí lo que hemos dicho sobre ese movimiento y su adopción por parte de John Senior], denominada Wyoming Catholic College. Durante la última década, he dado cursos de filosofía, teología, historia del arte y música. Para mí, la actividad más gratificante es dirigir el coro del college y las “scholas” en la liturgia.

¿Cómo conoció la Misa tradicional? ¿De dónde surgió su interés por ella?

Las cosas se dieron gradualmente, ya que yo no crecí con esa Misa. Nací en 1971, de modo que nunca asistí a ella. Ni siquiera sabía que existiera, como le ocurre a muchos de mi generación y a otros más jóvenes. Nosotros somos aquéllos a quienes se refería Benedicto XVI en su carta a los obispos de 7 de julio de 2007 cuando dice “que se pensaba, al comienzo, que los interesados en la antigua liturgia irían desapareciendo con las generaciones de más edad, en tanto que se ha demostrado ahora que los jóvenes han descubierto en esta forma un encuentro con el misterio de la Eucaristía que les resulta particularmente adecuado”. Esto es lo que me ocurrió a mí. Descubrí, al terminar la secundaria, cuando tenía entre 17 y 18 años, que existía algo llamado liturgia tradicional en latín. Como no la había en la región en que yo vivía, mi conocimiento de ella fue de tipo teórico. Hacia aquel tiempo, cada vez me interesaba más en la fe, y comencé a estudiarla detenidamente y a procurar vivirla más plenamente. Así, cuando se me dio la oportunidad en el college de comenzar a asistir periódicamente a la liturgia tradicional, ella empezó a hablarme en los hechos.

Sigue leyendo

De medio siglo de desacralización a Amoris laetitia (Peter Kwasniewski)

02a-photo-PeterKwasniewski-1-e1475214834979-950x394

Un descenso de 50 años hasta llegar a la nota 351: nuestra progresiva pérdida de sensibilidad ante la Sagrada Eucaristía
 
No es que nos hallamos despertado súbitamente un día de 2017 para encontrarnos frente a frente con sacrilegios eucarísticos promovidos desde lo alto. Lo que ha tenido lugar es un largo y lento proceso que nos ha dejado en el lugar en que estamos, y que ha consistido en la gradual disolución de la sacralidad del santo sacrificio de la Misa y, en el corazón de ésta, del Santísimo Sacramento, acompañada de una constante tolerancia institucional de los sacrilegios. Cincuenta años de desacralización han terminado en la temeridad de contradecir toda la Tradición católica acerca del más sagrado de todos los misterios de la Iglesia.
 
El primer gran paso fue permitir la comunión en la mano y de pie, un violento quiebre con la inveterada práctica, antigua de muchos siglos, de hacerlo adorando de rodillas ante la barandilla del altar y de recibirla en la lengua, como un pajarito es alimentado por sus padres, según se ve en innumerables pinturas medievales del pelícano que, hiriéndose, abre su pecho para dar de comer a sus pollos. El efecto más obvio que esto tuvo fue hacer creer a los fieles que la Eucaristía no es algo tan misterioso, después de todo. Si uno la puede tomar con la mano como un alimento cualquiera, es igual que una papa frita que se ofrece en una fiesta. El sentimiento de temor y reverencia ante el Santísimo Sacramento fue sistemáticamente disminuido y socavado con esta reintroducción modernista de una antigua práctica que había sido descartada, desde hacía mucho tiempo, por la sabiduría pastoral de la Iglesia. No fueron los fieles quienes pidieron abolir la costumbre de comulgar en la lengua y arrodillados: fue una imposición de los autodenominados “expertos” .
 
Un segundo paso importante fue permitirse que la comunión fuera dada por ministros laicos. Ello reforzó la percepción de que la Iglesia había abandonado todo eso de ser el sacerdote esencialmente diferente del laico, de ser la Misa un divino sacrificio, y de ser la Eucaristía el Pan de los Ángeles que sólo manos consagradas pueden tocar. Sí: todavía el sacerdote tenía que pronunciar las palabras mágicas, pero a continuación, Pedro, Juan y Diego podían encaramarse a tomar los bowls y las copas para distribuir a todos la insignia de membresía del club.

Sigue leyendo

De qué manera la práctica típica de las lecturas transmite un mensaje pelagiano y protestante

IMG_20171119_133423-950x394

Cuando asistía al Thomas Aquinas College en California entre 1990 y 1994, una de las primeras cosas que observé en la liturgia del Novus Ordo –aparte de lo sorprendente de que las partes fijas siempre estaban en latín, práctica que continúan desde hace ya casi cincuenta años–, es que las lecturas siempre las hacía algún acólito revestido de sotana y sobrepelliz. Esto me causó una honda impresión, ya que me pareció mucho mejor que el método “normal” que había visto siempre en todas partes, de que un seglar, que lo mismo puede ser hombre que mujer, se levante de entre los fieles y se dirija al atril.   ¿Por qué me parecía mejor?

Para empezar, el acólito vestía de forma apropiada para cumplir una función litúrgica, y esto hace que la lectura se viera más claramente como un acto efectivamente litúrgico, parte del acto de culto en el que participábamos. En segundo lugar, ya se encontraba en el presbiterio, al que había accedido junto con el sacerdote durante la procesión de entrada, con lo cual ya estaba disponible, listo para cumplir la mencionada función. Ya no se veía como algo aleatorio, sino hecho ordenadamente: la persona indicada estaba donde tenía que estar y en el momento oportuno. En tercer lugar, cada día uno de los acólitos sabía de antemano que él sería el lector, y con el tiempo tendían a convertirse en mejores lectores que la mayoría de los más entusiastas que se ofrecían voluntariamente o eran seleccionados a dedo y casi nunca tenían ni idea de que lo que hacían. En cuarto lugar, una voz varonil se adapta mejor a dichas lecturas. En la mayoría de los casos es más recia, sereno, y sonora, y manifiesta más autoridad. Si el lector proclama la voz de Dios, debería oírse a Dios hablando con su voz de Señor y Padre. Como dice el Salmo 28: «La voz de Yahvé con poderío (…) La voz de Yahvé troncha los cedros (…) La voz de Yahvé sacude el desierto.» Con tanto como admiro la devoción de las señoras que con mucho entusiasmo hacen las lecturas, el timbre de voz que se oye según los distintos matices que se le den –desde tierno y suave a severo o afectado como de una institutriz– en muchos casos no resulta edificante. Además, como sostenía hace poco un psicólogo, a los hombres los distrae más que lea una mujer que a las mujeres que lea un hombre. En este caso no hay paridad ni igualdad de sexos.

Estas son algunas de las razones por las que me gustó bastante dicha costumbre en la mencionada universidad cuando la descubrí, y no puedo decir que me sorprendiera ver que a las jóvenes también les gustaba que se hiciera así. Su actitud hacia la liturgia y hacia la función que corresponde a cada sexo era tradicionalista, y para ellas era un alivio no sentirse presionadas para participar en el moderno programa feminista de romper las barreras que impiden el acceso a un presbiterio que es prerrogativa de los varones. Muy gustosas, dejaban que los hombres salieran al ruedo,  como deben –y como dejan de hacer cada vez que se permite que las mujeres, con su natural carácter generoso y su piedad, tomen las riendas. Éstas eran las cosas que más me llamaban la atención en mi época de universitario.

Sigue leyendo

En el quincuagésimo aniversario del documento Gravissimum Educationis del Vaticano II

vaticanoii

29 octubre, 2015

De los dieciséis documentos del Concilio Vaticano Segundo, la relativamente breve Declaración sobre la Educación Cristiana Gravissimum Educationis, promulgada un día como hoy 28 de octubre pero cincuenta años atrás, en 1965, no es una de las más memorables y ciertamente no es una de las más controvertidas. Fue rápidamente ensombrecida por las Constituciones más grandes y las Declaraciones más innovadoras tales como Nostra Aetate y Dignitatis Humanae. Sin embargo, al menos para conmemorar un aniversario de medio siglo que podría pasar inadvertido, nos parece apropiado extraer algunos párrafos que podrían sorprender al ser citados en el 2015.

Una cosa está muy claramente establecida en el documento: la educación, para los Católicos, está necesariamente ligada a Jesucristo y a la proclamación de Su Evangelio. No puede ser “religiosamente neutral”. No existe ninguna separación entre la esfera de la fe y la esfera de la vida en el mundo; todo en la vida humana debe estar embebido de fe y tender a su fin último: el Cielo. Los padres conciliares aunque en forma oblicua se refieren al famoso lema de San Pío X, Instaurare Omnia in Christo”:

Para cumplir con el mandato que ella ha recibido de su divino fundador de proclamar el misterio de la salvación a todos los hombres y de restaurar todas las cosas en Cristo, Nuestra Santa Madre la Iglesia se debe interesar de toda la vida del hombre, aún en su parte secular ya que tiene gran relevancia en su llamado a la Vida Eterna… Una verdadera educación apunta a la formación de la persona humana en búsqueda de su fin último y del bien de las sociedades de las cuales, como hombre, es miembro, y cuyas obligaciones, como adulto, comparte.

Sigue leyendo