La fortaleza de la fe y la oración

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Velad y orad para no caer en la tentación; es espíritu está pronto, pero la carne es flaca. Mt. 26, 42

Queridos hermanos, la cita de San Mateo es clara y no deja dudas, y bien la considero como una de las causas, no menos importante, de la situación actual de la Iglesia. La vida de oración ha desaparecido en grandes sectores del clero y de los fieles, al menos no se le da la importancia debida. La realidad es contundente, a todos estos eclesiásticos que  desvergonzadamente atacan con descaro las verdades de fe, a los que les apoyan desde su situación de autoridad y poder,  van dirigida estas palabras del Señor. No han orado y han sido vencidos por la tentación de la carne. Pero también, todos aquellos que callan y silencian sus labios por respetos humanos, o simple temor, va dirigido este versículo. Son los que no tienen la pasión del error, ni el valor de la verdad.

La falta de firmeza en la fe es el amargo fruto de una vida sacerdotal, o en general, sin verdadera oración, constante, perseverante, que ansíe con vehemencia la unión con Dios, y esté dispuesta a recorrer todo el largo camino, y dificultoso, para llegar a la meta, con la gracia de Dios. Sin oración no hay luz para reconocer las verdades de  fe, ni fuerza para defenderla. Sin oración no hay santidad.

Necesidad de la oración mental

Al hablar de oración mental sólo considero la oración que nos transmitieron los Santos Padres, y que San Ignacio de Loyola, de forma insuperable, nos ha dejado en sus Ejercicios Espirituales.

Para sacar buen fruto de la oración es menester tener en cuenta, y que entendamos, que la oración no es un fin, sino un medio para nuestra perfección y acceso a Dios. Nuestra perfección no está en tener gran consolación y subidos afectos en la oración, cuanto alcanzar una perfecta mortificación sobre nosotros mismos, alcanzar un señorío sobre nuestras pasiones y deseos concupiscentes. Este es el primer fruto que hemos de sacar de la oración, y  si el Señor nos da consolaciones en la oración son, no para pararse en ellas, sino para que con mayor firmeza y determinación andemos por el camino de la virtud y de la perfección.

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A solas con Dios

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Búsqueda de Dios

Queridos hermanos, Dios busca a su alma amada en la soledad. Dios la quiere en exclusividad, más la realidad nos dice que el alma es poco consciente de ello. Y el deseo de Dios es inmutable, no se adapta a tiempos y costumbres nuevas. Dios siempre espera a su alma en la intimidad de la oración, en el silencio del recogimiento, en el goce de la contemplación.

¡Cuántos buscan a Dios sinceramente, pero no lo encuentran! Van de aquí para allá, y nadie les dice que no han de moverse, sólo han de estar quietos, silenciar su corazón y esperar. Han de aquietar tanto ruido de la vida cotidiana, tanto ajetreo que hace olvidarse del Creador, cercano e íntimo, que les hace olvidar por completo la presencia constante del Señor, olvidándose, por lo tanto, de hacer su santa voluntad. Lo importante es el deseo del corazón. Lo importante es el deseo de amar a Dios, deseo fuerte, vehemente, apasionado, dispuesto a someter cualquier querer, gusto, ilusión, al amor divino. Porque basta un simple deseo mundano, o carnal, que arrastre, para que no amenos con toda el alma a Dios, como así  quiere que se le ame, en la plenitud de todos los sentidos. Dios quiere ser amado con prioridad a cualquier otro querer, por muy bueno y digno que sea. Cuando se desea amar a Dios de esta manera, estamos en el camino para encontrarle y gozarle.

Es una realidad que los conocimientos teológicos, la ciencia teológica, hincha pero no satisface al alma; el deseo de conocer es necesario e imprescindible para el desarrollo y conocimiento de la fe; pero sólo el trato íntimo con Dios satisface al alma, llenándola plenamente en sus deseos y aspiraciones. Bien lo experimentó el gran Santo Tomas de Aquino, gloria de la ciencia teológica y filosófica, cuando tuvo la experiencia personal de Dios, pues ya no pudo seguir escribiendo. Sólo Dios es necesario, y sólo en la intimidad de la oración y del silencio. Porque así lo desea Él. Dios quiere el silencio en su relación con el alma, porque sólo en el silencio, cuando el alma está más dispuesta a escuchar, sosegada de la actividad del mundo y olvidada de él, puede comunicarle sus gracias.

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Meditación: De lo que sucede al alma saliendo del cuerpo

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Para el primer miércoles de Adviento 

PUNTO I. Considera cómo sale sola el alma del cuerpo, y va por aquellas regiones no conocidas sin compañía alguna más que la de sus obras; de manera que aunque esté asistida en la muerte de religiosos parientes y amigos, al salir todos se queda sola, y ninguno la acompaña; y así como entramos solos en este mundo, solos saldremos de él, sin que haya diferencia del grande al pequeño, o del noble al plebeyo, ni del rico al pobre; cada uno irá acompañado de sus obras, las buenas para salvarse, y las malas para condenarse; y los ángeles buenos y malos los seguirán también, para asistir al juicio que ha de hacer Dios de su vida, y la cuenta que les ha de pedir de todas sus acciones. Saca de aquí cuanto te importa atesorar buenas y santas obras para aquel tiempo; y excusar las malas, porque no te sigan para condenarte, la devoción que debes tener con el Santo Ángel de tu Guarda, para que entonces te acompañe y ampare, defienda de todos tus enemigos, y ruégale que te encamine por la senda verdadera de tu salvación.

PUNTO II. Considera cómo luego, sin dar más plazos, va el alma al juicio de Dios a dar cuenta de toda su vida en su rectísimo tribunal (este juicio, según la mas común opinión, se hace en el mismo sitio y lugar a donde cada uno muere, o en otro cercano a él entre el cielo y la tierra). Contempla a Cristo en su tribunal como juez, y a tu alma con su esencia como reo; a los dos lados el Ángel de la guarda y el demonio más abajo, y que allí te piden cuenta menudísima de cuanto has dicho, pensado, imaginado, deseado y obrado en este mundo sin que te valgan excusas, ni llantos, ni ruegos, ni dolor de lo cometido, ni propósitos de enmienda en adelante: mira con atención qué responderás a Dios por tanto número de cargos como entonces te hará, de las gracias que te hizo, de las inspiraciones que te dio, de las ocasiones de ser santo, de lo que dejaste de hacer bueno, y de lo que hiciste malo, y de la tibieza y faltas que cometiste en las buenas obras, tan llenas de escoria que es necesario purificarlas con el fuego: acuérdate que San Bernardo dice de sí, que se halló alcanzado en la cuenta que Dios le pidió en un rapto; y si un tan gran Santo no tuvo qué responder a muchos de sus cargos, ¿qué será de ti en aquel tribunal? Y por tanto saca de esta meditación ajustar ahora con tiempo las cuentas de tu vida con Dios, y enmienda lo pasado, y pídele gracia y tiempo para corregir tu vida y disponerla para el Juicio.

PUNTO III. Considera la sentencia que dará Dios al bueno, y la que dará al malo: al bueno dirá: Alégrale, siervo fiel, y entra en el gozo de tu Señor a gozar el premio de tus merecimientos; y al malo lanzará en el infierno, diciéndole: Apártate de mí, maldito, a penar en el fuego eterno: mira como llegan los ángeles a llevar al bueno al cielo, y Cristo le pone a su lado, y ya con él triunfando al reino de su gloria, bañado del gozo por la dicha felicísima que ha alcanzado. ¡Oh que alegría tendrá por la penitencia que hizo, y por la limosna que dio, y por la obediencia y humildad y las demás virtudes que ejercito y dará por bien empleados todos los trabajos pasados por el gozo y felicidad presente!; y al contrario, el malo será luego arrebatado por los demonios de la presencia de Cristo y llevado y con inexplicable dolor a los tormentos eternos, lamentando su desgracia, y llorando sus engaños, y maldiciendo sus gustos y las pretensiones que tuvo en este siglo, con que granjeó las penas que padece. Saca de aquí grande temor de DIOS y propósitos firmísimos de vivir ajustadísimamente a su santa ley, de no cometer un pecado por todo el mundo y despreciarlo todo por el bien de tu alma, apartando de ti todo lo que te puede apartar de Dios.

PUNTO IV. Carga ahora la consideración sobre lo dicho en estas dos meditaciones, y contempla con atención cuán diferente muerte tendrán los justos y los pecadores, porque a los justos darán grande alabanza las buenas obras en que han gastado la vida, y esperan con su muerte heredar el reino eterno de la gloria, y los Ángeles los asistirán como al pobre y paciente Lázaro para llevarlos al cielo; y como se hallan desarraigados de la tierra, no tendrán la dificultad y sentimiento de dejarla, que tienen los pecadores, antes se consolarán viendo el fin de sus fatigas y el principio tan a la puerta de su descanso; y por el contrario los malos, que gastaron sus vidas en deleites, honras, riquezas y pasatiempos, como se hallan tan amigados en la tierra y barruntan el mal que les espera de su pleito, y ven a la puerta los tormentos eternos y a los verdugos gozosos para ejecutarlos en ellos, estarán angustiadísimos y morirán con dolores y rabias del corazón, empezando desde esta vida los tormentos que han de continuar en la otra. Por eso, dice el Espíritu Santo que es amarguísima la memoria de la muerte a los que tienen paz y concordia en sus riquezas. Supuesto lo cual, y que necesariamente has de morir y tener una de estas dos muertes, y que necesariamente ha de caber una de estas dos suertes, o ir al cielo o al infierno para siempre, saca de esta meditación desamigarse con tiempo de todo lo que te puede detener en este mundo, y vivir en él como peregrino y como ciudadano del cielo: muérete a él antes que mueras, y dispón tu vida de manera que tu muerte sea preciosa en el acatamiento del Señor.

Padre Alonso de Andrade, S.J

Tomado de:

adelantelafe.com

Clases de espiritualidad: Tratado sobre el pecado II

 

Clases de espiritualidad. Tema: “Tratado sobre el pecado II”. Padre Daniel Heenan. FSSP. Templo de Nuestra Señora del Pilar. Guadalajara, Jalisco, México. 26 de Noviembre del 2016.

Tomado de:

adelantelafe.com

Meditación De la Sentencia que pronunciará Cristo en el Juicio Universal

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Meditación para el Lunes de la primera semana de Adviento

Punto I. Contempla con los ojos del alma y mira como si lo tuvieras presente aquel dilatadísimo lugar lleno de hombres de todos los estados, que han concurrido al Juicio universal, y en medio de ellos a Cristo en su trono de majestad, y delante su Cruz Santísima más resplandeciente que el sol; como el peso fidelísimo de aquel recto tribunal, a la Reina de los ángeles a su lado, acompañada de coros de vírgenes y santas, a los santos y predestinados a la mano derecha, a los ángeles asistiendo al Soberano Juez como cortesanos suyos; y que habiéndose visto brevemente las causas de todos, la infinita Sabiduría y poder de Dios, pronunciará que sean allí publicadas por la sentencia en primer lugar en favor de los buenos, mirándoles con rostro amoroso y diciendo: “Venid, Benditos de mi Padre, a poseer el reino que está a aparejado para vosotros desde el principio del mundo, porque tuve hambre, y me disteis de comer, etc.”. Donde has de ponderar la alegría que causará esta sentencia en los corazones de los predestinados, y los parabienes que les darán los ángeles y la honra y gloria en que se verán en presencia de todo aquel senado de los hombres que ha habido en todos los siglos del mundo, y cada uno será tan conocido de todos, como si él solo fuera juzgado aquel día, ordenándolo así la sabiduría divina para gloria de los buenos y tormento de los malos, los cuales rabiarán de envidia, y maldecirán su desventura, viéndose desechados y afrentados, aumentando su dolor la gloria de los bienaventurados; y pide al Señor gracia para vivir de tal suerte que seas de los escogidos, y no de los reprobados.

Punto II. Considera parte por parte y palabra por palabra el tenor de esta sentencia. Venid del trabajo y de la penitencia, y de la humildad y tribulación al descanso y a la honra y a la corona de la gloria. Benditos, porque ahora participareis de los los bienes deseables, cumpliéndose colmadamente todos vuestros deseos: de mi Padre, como hijos adoptivos suyos y herederos de su gloria: a poseer el reino, no a verle y gozarle por algún tiempo, como estuvo Adán en el Paraíso, sino a poseerle y tenerle como vuestro eternamente, porque os tiene aparejado desde el principio del mundo. ¡Oh Suerte dichosa y bienaventurada! ¿Qué trabajo o penitencia se puede imaginar, que no se pase con gusto en esta vida, por conseguir una dicha tal y sin fin en la otra? Saca de aquí propósitos firmísimos de hacer penitencia, y seguir con todas tus fuerzas las pisadas y ejemplos de los santos, para merecer después ser su compañero en el juicio y en la gloria.

Punto III. Considera que dada la sentencia en favor de los buenos, como está dicho, trocara Cristo su rostro, de apacible y amoroso en severísimo y espantoso; y mirando a los malos con ojos sañudos, hablándoles con voz terrible, y de furor, les dice: “Apartaos de mí, Malditos, al fuego eterno, que está aparejado para Satanás y sus ángeles, porque tuve hambre, y no me disteis de comer, etc.” en que tienes mucho que pensar, así en el sentimiento que causará esta sentencia en sus corazones, que será dolorosísimo y terrible sobre cuanto se puede decir, como en el apartamiento de Cristo, en que los priva de su vista y compañía para siempre, y en la maldición que les echa, y con ella el colmo de todos los males y miserias que les pueden venir, y en el fuego a que los envía, en que cifró todos los géneros de tormentos que hay en el infierno, y en la compañía de los demonios, que es otro linaje de tormento no menor que los referidos; y últimamente en la duración de estas penas, que no es por número de años limitado, sino eterna y sin fin en término, para Siempre; carga la consideración sobre todo esto, y mira qué fin han tenido sus delicias, honras y opulencias, y como dio fin la farsa de este mundo, y empieza su tormento que nunca se acabará. Y qué dolor, y sentimiento tendrán entonces, viendo por cuan poco pudieron trocar su suerte en celestial y gloriosa, y por dar pasto a sus gustos y apetitos la perdieron; y saca firmísimos propósitos de procurarla tú ahora con todas tus fuerzas, y comprarla á cualquier precio por grande que parezca, y no dejes de ponderar con San Crisóstomo, que hace Cristo aquí mención de las obras de misericordia que se ejercitan con los prójimos, no porque haya de darles por ellas solas la gloria, sino porque son raíz de grandes bienes, por cuanto a los que las practican da el Señor muchas gracias y auxilios, con los cuales los va enderezando a la bienaventuranza, de que has de sacar grande afecto a esta virtud de la misericordia para que mediante ella merezcas la bendición de Cristo el día del Juicio.

Punto IV. Considera el remate de aquel juicio, en que dice Cristo, que pronunciada esta sentencia, irán los buenos a la vida eterna, los malos al suplicio eterno. Contempla como desde un lugar alto la procesión tan ordenada de aquella celestial congregación de ángeles y hombres vestidos de resplandor, coronadas las sienes con guirnaldas y coronas, con palmas en las manos, acompañando a Cristo que vuelve triunfador, cantándole motetes, y cánticos de alabanza: mira cómo se abren los cielos, y entra aquel triunfo en la gloria, para eterna felicidad, y son recibidos del Eterno Padre con inexplicable fiesta y alegría, y colocados en sus sillas para eterno descanso; y vuelve juntamente los ojos a los malaventurados, y mira cómo se abre la tierra, y descubre sus entrañas hasta e abismo, y de aquel volcán brotan furiosas llamas y espesísimo humo, que llega hasta el cielo, y luego cae aquella masa de los condenados de hombres y demonios, dando aullidos, voces y gemidos amarguísimos sin orden ni concierto, en eterna confusión: y mira como entran en aquel estrecho lugar lleno de hediondez y de tinieblas palpables, y se cierra como turquesa, apretándolos sin piedad y dejándolos sin esperanza de ver más la luz del sol, ni tener alivio en sus tormentos. Coteja un lugar con el otro, y la suerte de unos con la otra, y contempla despacio la diferencia que hay entre la de los predestinados y condenados, y mira lo que te conviene hacer ahora para alcanzar aquella, y no caer con esta; y habiendo pensado esto despacio, da un paso más adelante y vuelve de allí a ocho días á mirar el mundo cómo está en su soledad cubierto de ceniza en profundo silencio sin alma viviente, el cielo cerrado con sus dichosos moradores, la tierra asimismo cerrada  y en su vientre el infierno con todos los condenados y una losa de mil leguas encima, y que así ha de perseverar eternamente: mira qué se hicieron los imperios y las grandezas y noblezas y los altos linajes y las opulencias de los poderosos; todo pasó como sombra , y este es el mundo que tanto brilla en los ojos de los mortales. ¡Oh Señor, y qué engaño y que locura ha ocupado el corazón humano! Dadme vuestra gracia para que siga la verdad y lo desprecie todo por serviros y gozaros eternamente en vuestra gloria.

Padre Alonso de Andrade, S.J

Tomado de:

adelantelafe.com

Meditación Del Juicio Universal

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Primera semana de Adviento

Deseando Cristo nuestro Señor, como dice San Gregorio, hallarnos dispuestos para su venida, nos despierta y previene con la memoria y temor de su juicio, y de la cuenta tan estrecha que ha de pedir en aquel día a todos los hombres de sus vidas, para que el temor de aquel día nos refrene para no ofenderle, y avive el entendimiento, y fervorice la voluntad para servirle, y disponernos en esta primera venida, en que viene a visitarnos tan manso y humilde, para que le recibamos dignamente, y siguiendo ahora sus pisadas, no experimentemos después la terribilidad de su juicio, y por esta misma causa nos le predica la Iglesia en el principio de Adviento, y con el mismo intento pondré en el principio de este libro las meditaciones que pertenecen no solo al juicio final, sino a todas las postrimerías del hombre, para mover su voluntad al temor santo de Dios y al dolor de los pecados y enmienda de toda la vida, que es el primer paso que debe dar en la vida espiritual, y el arado, como dice San Pedro Crisólogo, con que se han de arrancar los cardos y espinas de los pecados, y limpiarse la tierra de nuestras conciencias de las malezas delos vicios, para que reciba y fructifique en ella la semilla de la palabra divina.

MEDITACION I

Para el primer domingo de Adviento

PUNTO PRIMERO. Considera las señales espantosas que precederán a este día último y final del mundo, como preceden en los hombres cuando se llega a su fin, hallándose cercanos a la muerte, las cuales, dice Cristo, que serán tales, que los hombres se quedaran secos y pasmados de puro temor, porque los mismos cielos se turbaran y perderán su curso, y el orden y concierto que han guardado hasta entonces, y desconcentrado aquel reloj, por el cual se rige y gobierna todo el mundo, el también se desconcentrará, y los elementos sintiendo su fin se alterarán, batallando entre si terriblemente, el mar se embravecerá rompiendo sus lindes, y saliendo furiosamente de sus términos, sumirá en su abismo a cuantos en aquella ocasión le navegaren, los aires bramaran horriblemente y con tan gran furor, que trastornaran los montes, y sepultaran las ciudades; la tierra temblará y abrirá sus entrañas por muchas partes, y sepultará vivos a los hombres, y arruinará todos  sus edificios, y las fieras buscarán los poblados, y los hombres las cuevas de los brutos y fieras para guarecerse en ellas y ninguno hallarán seguridad; las estrellas se desencajarán de los cielos y caerán sobre la tierra, como cuando se sacude un árbol y cae la fruta en el suelo; y últimamente el fuego contra su propio natural caerá de su región, y abrasará toda la tierra, y cuanto la hermoseaba y había de valor en ella, dejándola por todos partes cubierta de funesta cenizas. Considera que tal será el día, cuando su víspera es tan espantosa y tremenda y que sentirán los hombres que se hallaren vivos en aquel tiempo, y que sentirás tú, que con un trueno de las nubes te cubres de temblor y temor? Contempla el mundo desnudo de esta apariencia, y manifestando lo que encierra en su seno, que todo es un poco de polvo y cenizas, mira en que pararon sus honras, sus dignidades, sus riquezas, sus delicias, sus ciudades, jardines y paraísos, y aprende a despreciar  lo que vale tan poco, y apreciar solamente lo entero y verdadero, que nunca se ha de acabar.

PUNTO II. Considera que, estando el mundo en este silencio, acabada la farsa que ahora se representa, y vuelto a su primera desnudez, asomara por lo alto un arcángel, como dice el apóstol San Pablo[1],y dará una voz como la trompeta, llamando a todos los hombres a juicio, la cual será tan poderosa, que por virtud divina resucitará a todos los difuntos, juntando sus cuerpos y uniendolos con sus almas en un momento, en que los congregará en el valle de Josafat; no mires esto como muy distante, sino como si ahora sucediera y lo vieras, y hallarás presente a todo, pues infaliblemente has de ser uno de los que han de oír aquella voz, y levantarse de los sepulcro para ir a juicio; mira cuan solos se levantan los que andaban acá muy acompañados, como acabada esta comedia, todos son iguales, como ya no hay riquezas, ni deleites, ni poderíos, ni posesiones, ni grandezas, ni diferencias alguna entre noble y el plebeyo, ni entre el amo y el criado, como solo les acompañan sus obras y las que quisieran haber hecho entonces, mira cómo se levantarán los malos, feos, tristes, miserables, pobres y sin remedio, atiende a sus llantos y a la penitencia que hicieras, si les fuera concebida una hora de tiempo de cuantas ahora gastan vanamente, y luego vuelve los ojos a los buenos, y míralos salir de los sepulcros, hermosos como el sol, bañados de gozo y alegría, dándose mil parabienes por la penitencia que hicieron en este siglo, y las buenas obras en que emplearon los días de su vida, y pues necesariamente has de ser de uno de los dos gremios, logra el tiempo que Dios te concede, y resuélvete en su acatamiento a dejar la vida ancha, que lleva a la perdición, y abrazar con todas tus fueras la estrecha, que es el camino de la vida eterna y verdadera.

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Debemos desear el Amor divino y renunciar a las vanas afecciones

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“¡Ay, hija mía, dijo Nuestro Señor a Santa Teresa, cuán poquitos son los que me aman de verdad! Si me amaran no les ocultaría mis secretos”.(Vida XL). A los que lo aman con grande amor los llama Jesús sus amigos:Dico vobis amicis meis. ¡Qué dulce nombre y qué título tan envidiable!Antes de manifestarlo a Santa Teresa había declarado a sus apóstoles que para sus amigos no tiene secretos: “No os llamo siervos porque el siervo no sabe lo que hace su Señor; os llamo amigos porque todo lo que he oído de mi Padre, os lo he dado a conocer” (S. J. XV, 15).No que el Salvador enseñara a sus apóstoles ni enseñe ahora a sus amigos en la tierra los hechosocultos o sucesos futuros que halaguen su curiosidad, sino las verdades útiles al alma que ayudan a servir a Dios perfectamente, a llevar una vida santa, eso es lo que Jesús manifiesta a sus amigos; les da la ciencia de los santos: dedit illis scientiam sanctorum.

Al mismo tiempo los ilumina, los fortalece, los enriquece con sus gracias, transforma su alma haciéndola cada vez más semejante a El mismo.

Es pues preciosa esta amistad de Jesús. ¿Cómo adquirirla? Jesús la concede a todo el que lo ama con amor perfecto. ¿Pero qué medios hemos de emplear para obtener este amor verdadero que es tan raro y al que, sin embargo, son llamados todos los sacerdotes, todas las almas consagradas y las personas todas que aun viviendo en medio del mundo reciben elevadas gracias?

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Meditación: Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios

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12 noviembre, 2015

Punto I. Considera la importancia de la virtud, pues sin ella no se puede ver a Dios; en tanto grado que aunque uno tenga las demás, si le falta la recta intención en la pobreza, mansedumbre, celo de las almas y misericordia con los pobres, y en la paciencia, en las adversidades, y mancha su alma con afectos de vanidad, no alcanzará la bienaventuranza, como lo testifica San Pablo diciendo:  Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve; de lo cual has de sacar un grande aprecio de la gracia divina y de la limpieza del corazón, para diligenciarla y conservarla con todas las fuerzas de tu alma, y pedirle a Dios continuamente sobre todas las virtudes. Piensa en este punto cuántas obras has perdido por falta de ella, y llora tus pérdidas y estudia en recuperarlas en la vida venidera.

Punto ll. Considera lo que dice san Agustín y san Bernardo, que no son bienaventurados los limpios de cuerpo, sino del alma, ni los puros de sangre, por acendrada que sea, sino los de la conciencia. Considera el engaño del mundo, que pone todo su cuidado en la limpieza y hermosura del cuerpo, y en la pureza de la sangre y estimación del linaje, que tan poco vale a los ojos de Dios, y al mismo paso se descuida de la limpieza del alma y del corazón, con que ha de ver a Dios: abre los ojos de la consideración y mira que presto pasara esta farsa, y aparecerá la verdad y se desvanecerá la mentira, y que poco aprovecharán la hermosura, la nobleza y linaje humano, y de todo lo que el mundo adora, y solo se hará caso de la limpieza del corazón, y la gracia y amistad de Dios que se adquiere con ella; y pon todo tu cuidado en adquirir esta y despreciar aquella.

Punto III. Considera lo que dice san Gerónimo sobre estas palabras, que como Dios es tan limpio y puro, no se deja ver ni se comunica sino a los muy puros y limpios de corazón; porque si cada uno ama su semejanza, mucho más la ama Dios, por lo cual, dijo Salomón: el que afecta la limpieza del corazón, tendrá al rey por amigo; porque Dios se le inclinará y le hará merced; y al contrario, aborrecerá al que está manchado con la inmundicia del pecado; y saca de esta verdad aborrecer la inmundicia y amar la limpieza del alma con todo el afecto de tu corazón, para que merezcas ver a Dios.

Punto IV. Considera la grandeza de este premio y la dicha de los que le alcanzan y la desdicha de los que le pierden; porque en cuanto a la grandeza no puede ser mayor, que es la visión de Dios, en que se cifra toda nuestra felicidad, y por ella poseemos al mismo Dios y con él todo cuanto podemos desear; y por el consiguiente no puede alcanzar una criatura mayor dicha que esta, ni puede tener mayor desdicha que perderla y estar condenado a eternas penas. ¡Oh premio sobre todo premio, y dicha sobre toda dicha, felicidad verdadera, que abrazas y encierras todas las felicidades que se pueden desear! Dadme, Señor mío, vuestra gracia para que lave mi corazón con lágrimas, y le purifique de la escoria de toda mancha de pecado con el fuego de la contrición, y que estén siempre limpios mi alma y mi corazón para merecer veros a vos: está sola cosa os pido con David, y esto os pediré y os suplicaré, no más que more yo en vuestra casa y posesión todos los días de mi vida, sin apartarme de vos por siempre jamás. Amen.

Padre Alonso de Andrade, S.J

Tomado de:

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Meditación: bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia

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11 noviembre, 2015

Meditación para el miércoles veinticuatro después de Pentecostés

Punto I. Considera que conforme a la ley y preceptos divinos estamos obligados a amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos y por el consiguiente como dice san Remigio, citado de santo Tomás, a tener sus miserias por nuestras, y apiadarnos de él como de nosotros mismos. Pues mira si tú cumples esta ley o si vas por el camino contrario, siendo muy piadoso para contigo y muy impío para con tu prójimo; y vuelve la hoja y ten misericordia de tus hermanos, como quieres que la tengan de ti: mídelos con tu propia medida, y pídele a Dios gracia para cumplir este consejo y ser alistado en el catálogo de esta bienaventuranza.

Punto II. Considera la misericordia que Dios tiene de ti, y cuántos pecados te perdona, y cómo se apiada de tus cuitas y socorre tus necesidades: acuérdate que dijo Cristo: sed misericordiosos como vuestro Padre lo es; y estudia en imitar esta misericordia con tus prójimos, como Dios la usa contigo, y pídele su favor para imitar su ejemplo y ser misericordioso como él lo es.

Punto III. Considera cuánta necesidad tienes de que Dios use de misericordia contigo, y qué será de ti si no la usa, sino antes se vale de todo rigor, y considera el premio, que promete a los misericordiosos: conviene a saber, que tendrá de ellos misericordia, no solo en esta vida sino también en la otra: en testimonio de lo cual el día del juicio no hace mención de otra virtud sino de esta, diciendo a sus escogidos: Venidbenditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer, etc. Y a los malos lanzará en el infierno porque no usaron de está misericordia con sus prójimos. Pues si quieres que tenga ahora y entonces misericordia de ti tenla tú de tus prójimos, porque el que la tiene, como dice David dispone sus cosas para el día del juicio y el que no, traza su condenación.

Punto IV. Ten también misericordia de tu alma siguiendo el consejo del Eclesiástico, que dice: apiádate de tu alma agradando a Dios. Mira las miserias que padece, las necesidades en que se halla, el desamparo en que la tienes, y conoce que ninguno es más prójimo tuyo que tú mismo a ti, y ten misericordia de ti: considera con atención las voces que te da y el remordimiento de tu conciencia y óyela, socórrela, ayúdala y consuélala: sácala de los vicios y pecados con la ayuda de Dios, el cual te la dará para mejorarla y perfeccionarla con todas las virtudes y alcanzarán la misericordia del Señor.

Padre Alonso de Andrade, S.J

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com

Meditación: de la venida del Señor y sus señales

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10 noviembre, 2015

Meditación para el martes veinticuatro después de Pentecostés

Punto I. Considera cómo llegando el fin del mundo dará muestras de acabarse, como suelen los hombres cuando se les acaba la vida, y como dice Cristo, el sol se oscurecerá, y la luna no dará luz, y los cielos se desencajaran de sus ejes y perderán su orden y movimiento, y las estrellas caerán del cielo en la tierra, y todos los elementos se descompondrán, y todo el universo perderá su orden y se reducirá a una temerosa confusión. Considera el fin que tienen todas las cosas, y cuál estarán entonces los malos, sintiendo que viene sobre ellos y se acerca la justicia de Dios; si ahora tiemblan de un relámpago o de oír un trueno. ¿Qué temblor les causaran tantos truenos y rayos como entonces caerán del cielo, y las mismas estrellas que se desencajaran de sus lugares y abrasarán el mundo? Atiende a la vanidad de él y cuál quedará desecha toda esta farsa cuando no se vea rey, señor, príncipe ni monarca, sino que todos sean iguales, y que ninguno tenga quien le valga ni se pueda valer a sí mismo, y solo les acompañen sus obras. Abre ahora los ojos, y mira despacio lo que entonces quisieras haber hecho, y ponlo en ejecución.

Punto II. Considera lo que dice Cristo, que enviará delante de si, como precursores de su venida, a los ángeles con trompeta y voz grande, a que junten los hombres de las cuatro partes del mundo, y al sonido de aquella trompeta resucitarán todos los muertos y parecerán en el tribunal de Cristo cada uno conforme hubiere vivido: los malos llorarán, y los buenos se alegrarán, y cada uno tendrá las esperanzas según hubiere vivido. Medita despacio esta resurrección, y cómo estarás en aquel teatro universal del mundo; y saca de aquí desengaño de la vanidad presente de este siglo y propósitos firmes de disponer las cosas de tu alma para lo futuro.

Punto III. Considera lo que dice el Señor, que vendrá en las nubes del cielo con grande potestad y majestad, y todas las tribus y naciones de la tierra le temblarán y lloraran su venida, especialmente los que no lloraron acá y se dieron a risas y deleites en esta vida: dispón la tuya en mortificación y penitencia de manera que puedas entonces gozarte con los escogidos y no llorar con los condenados.

Punto IV. Carga la consideración sobre las últimas palabras de Cristo que dice: el cielo y la tierra faltarán más mis palabras no. Pondera la firmeza de esta verdad, y la duración de la vida futura: cotéjala con la brevedad de la presente, y hallarás que esta es un sueño y menos que un instante, respecto de la duración de aquella. Alarga los ojos de la consideración á aquella duración sin fin y a aquel tiempo sin término para siempre: llora la ceguedad de los que por gozar de este soplo de vida engañosa, pierden aquella verdadera y eterna, y pide al Señor afectuosamente que los desengañe y que te dé su gracia para no caer en su ceguedad, sino despreciar todo lo presente, caduco y perecedero por gozar de la vida bienaventurada y eterna.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Meditación: de la última calamidad del mundo y sus señales

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9 noviembre, 2015

Meditación para el lunes veinticuatro después de Pentecostés

Punto I. Considera que la última calamidad que Cristo profetiza al mundo es la venida del Anticristo a engañar a los hombres con santidad fingida y milagros aparentes y en la verdad falsos, con que pervertirá a muchos, haciendo guerra al descubierto a Cristo, y así se llamará Anticristo, que quiere decir contra Cristo. Considera pues ahora si ha llegado esta calamidad en nuestros tiempos, en los cuales vemos tantas santidades fingidas, y milagros falsos, y virtudes aparentes y tantos que al descubierto hacen guerra a Cristo y pervierten las almas, no solo entre los infieles y herejes, sino en el gremio de la Iglesia entre los cristianos, los cuales como dice el Apóstol son anticristos y merecen este nombre por sus obras. Llora la desventura de nuestros tiempos, la ingratitud de los malos cristianos, y los muchos que se pierden por ellos, y pídele al Señor que ponga remedio a tan grande calamidad, y que te dé fuerzas y espíritu para guerrear contra ella: ofrécete a servirle y a hacer de tu parte cuanto pudieres para recuperar en ti y en los otros el estrago que hacen los falsos profetas y fingidos cristianos entre los fieles.

Punto II. Considera la señal que da Cristo de esta calamidad en el evangelio, que es cuando se viere profanado el lugar santo y colocando en el templo el ídolo de la idolatría. Considera cuán profanados están los templos de Dios y cuán mal servidos, y su culto cuán por tierra; y llora con Jeremías su destrucción, y ora a Dios, suplicándole que no descargue su ira sobre su pueblo, sino que use de misericordia y ponga remedio a tantos males.

Punto III. Considera cuántas veces has colocado tú los ídolos de tus aficiones y apetitos en el templo de tu alma, donde Dios puso su imagen y quiere ser adorado ¡Oh pecador! tiembla de tus idolatrías, y mira por una parte cuantos ídolos de honra , hacienda y deleites has adorado, hincándoles la rodilla en el altar de tu corazón, y volviendo las espaldas a Dios; y por otra mira la ira de Dios y el brazo de su justicia levantado contra ti , no esperes a que la descargue, sino luego y con tiempo derríbate a sus pies y pídele perdón: haz penitencia, llora tus pecados y prevente para el día del juicio.

Punto IV. Considera lo que nos avisa Cristo, que no creamos a cualquier espíritu, ni vayamos a cualquiera que nos llame, aunque parezca bueno y santo, porque se levantarán muchos falsos profetas, y que la tribulación será tan grande, cual nunca jamás se vio desde el principio del mundo, ni se verá hasta el fin, y que la abreviará Dios porque no se perviertan sus escogidos. Medita todo esto despacio y sácale lo primero no dar crédito fácilmente a cualquier espíritu, en especial a los que desdicen en la menor cosa que sea de la doctrina de Cristo y de sus santos, porque este trae consigo el testimonio de malo. Y de lo segundo saca un grande afecto de amor y confianza en Dios, viendo el cuidado que tiene de sus escogidos, pues abrevia los tiempos y las edades por su bien, y porque no caigan en la tentación. Bendito sea tan buen Señor, y tan solicito y providente Pastor de su rebaño por todos los siglos de los siglos. Amen. Dale mil gracias por tan crecido amor como muestra a sus escogidos: pídele que extienda el manto de su misericordia sobre ti, y que te ampare y defienda como a uno de los suyos.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Meditación: de las persecuciones cuanto más se acercare el fin del mundo

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8 noviembre, 2015

Meditación para el domingo veinticuatro después de Pentecostés

De la Doctrina del Evangelio (Marcos 24)

El evangelio trata de la venida del Anticristo y de las señales que han de preceder el día del juicio y cómo vendrá el Señor con suma potestad y majestad, y resucitará á todos los muertos, y los juntará en un lugar para dar la última sentencia en el juicio universal.

PUNTO PRIMERO. Considera cómo ha de haber persecuciones, y mayores cuanto más se acercare el fin del mundo y a cada uno el de la vida; porque reconociendo el demonio que se le acaba el tiempo de guerrear contra los hombres, pone mayor esfuerzo en derribarlos; y Cristo avisa de las que ha de padecer la Iglesia, porque estés apercibido y te arraigues desde luego firmísimamente en la virtud. Considera lo que importa este negocio, y que si los cedros mas altos no están seguros ¿qué seguridad tendrán los que no tienen raíces ni fuerzas para’ resistir á la borrasca de la tribulación? Humíllate delante de Dios, y pídele su gracia para arraigarte y fortalecerte en la fé y en la caridad y en todas las virtudes, para poder entonces resistir á tu enemigo.

PUNTO II. Considera que te envía Dios desde luego tribulaciones y persecuciones, para que te amaestres en ellas a resistir a las mayores que vendrán antes del juicio, y si en estas faltas y rompes en impaciencias, ¿cómo resistirás a las de entonces? Atiende que está Dios á la vista con toda su corte celestial, mirando como peleas, para darte la corona de la victoria: sufre con paciencia, ten constancia,-y mira que no la pierdas-clama a Dios, ármate con la oración y los santos sacramentos, y confia en su bondad que estará siempre a tu lado y no te dejará, si tú no le dejas ni desfalleces en su servicio.

PUNTO III. Considera lo que dice Cristo, que cuando venga la tribulación huyan a los montes, y que no vuelvan ni se detengan a salvar alguna cosa de sus casas: en que nos amonesta a acogernos al monte de la soledad, y a retirarnos de las ocasiones para no ser vencidos, y posponer lo temporal a lo espiritual, y la hacienda, las casas, los amigos y parientes al bien de nuestras almas. ¡Oh alma mía!  ¡y qué lección tan importante tienes en estas palabras para aprender, si te sabes valer de ellas! Retírate con Dios al monte alto de la contemplación, huye de las ocasiones en que puedes caer y ser vencida, despreciando lo terreno por alcanzar lo celestial; nada pierdes, y si esto ganas, no tienes mas que desear: toma el consejo de Cristo, y déjalo todo por ganar el cielo y la gloria para siempre.

PUNTO IV: Considera lo que dice Cristo, que no esperemos a huir en el invierno, ni el sábado, y que roguemos al Señor que nos dé fuerzas para ponernos antes en salvo. El invierno de la vida es la vejez, cuando las sierras de nuestras cabezas están nevadas de canas. y la sangre fría y el cuerpo sin fuerzas y lleno de achaques, como casa que amenaza ruina. Y, el sábado es el último día de la semana; y así nos aconseja que no esperemos a prepararnos para la venida al último tercio de la vida, ni a la vejez cuando no podamos obrar, ni á la última enfermedad o trance de la muerte, cuando se nos ponga el sol de la vida, y quedemos en las tinieblas del morir, sin tiempo para merecer. ¡Oh qué grande engaño es esperar a tan tarde para prevenir la venida de tan grande Señor! Repara y considera despacio cuán corto es el término de la vida y cuánto importa no ser vencido en esta lid, y que no te halle descuidado la tribulación que te amenaza; y qué error será echarte a dormir ahora, no teniendo un día seguro, y esperar el tiempo que no sabes si le tendrás; y cuando le tengas, es el peor y el más impedido de la vida, y que él mismo te hace guerra, y te impide para no prevenirte ni defenderte como debes. Mira a cuántos ha engañado esta presunción y falsa confianza, que están hoy ardiendo en el infierno. Y pues asi es, toma el consejo de Cristo, arrójate a sus pies, y ruégale con lágrimas que tu huida no sea en el invierno de la vida sino luego, y que no esperes al último trance de ella, sino que te dé gracia para prepararte luego, y tener este día por el último, como si luego hubieses de morir.

Padre Alonso de Andrade, S.J

Meditación: del premio que ofrece Dios a los que tienen hambre y sed de justicia, que serán hartos

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7 noviembre, 2015

Meditación para el sábado  23 después de Pentecostés

Punto I. Considera que promete Cristo hartura a los que desean la virtud y padecen sed de la santidad; porque como dice san Juan Crisóstomo, en Dios solo hay hartura, y solo él satisface el corazón; y las riquezas y deleites de este mundo por mucho que crezcan, siempre le dejan hambriento y nunca le satisfacen. Por lo cual dijo David que los ricos ¡padecieron hambre y penuria! pero a los que buscan a Dios no les faltará nada, antes cumplirán todos sus apetitos y deseos, porque Dios es el cumplimiento de ellos; a quien aman y apetecen, y a quien desean agradar. Medita despacio la Cruz que llevan los de este siglo, crucificados siempre en sus deseos: sin hallar hartura jamás; y la paz y satisfacción que gozan los siervos de Dios, quietos y satisfechos con hacer su voluntad, sin apetecer cosa de este mundo, sus corazones fijos en el cielo, y contentos con su esperanza y gozosos con su gracia, y con poseerle en esta vida y esperar gozarle en la otra: mira a cuál gremio quieres pertenecer, y cuánto te importará ser de los justos y no de los pecadores, y pídele a Dios gracia para seguir a aquellos y no a estos, para despreciar el mundo y no desear sino su gloria y su honra, y la santidad que se adquiere en su servicio.

Punto II. Considera que promete Cristo hartura en esta vida, según el sentir de san Agustín: porque aquí les dará el cumplimiento de sus deseos y aquella agua de la fuente de vida eterna, de la cual los que beben no tienen ya más sed, como lo ofreció el Salvador; las aguas de este mundo son salobres, y en lugar de apagar la sed, la aumentan; pero las espirituales y del cielo la apagan de manera que nunca tienen más sed los que beben de ellas; por lo cual dice san Gerónimo que los que gustan los manjares espirituales nunca más apetecen los carnales. Pide pues a Dios con la mujer samaritana, que te dé esta agua de la devoción y santidad, para perder la sed de los bienes de la tierra y de las delicias del mundo, y no apetecer más que las celestiales, con la satisfacción y hartura que ellas dan.

Punto III. Considera que como afirma san Crisóstomo, cumplirá Dios con hartura la hambre y sed de los buenos en esta vida, porque les dará sin medida la gracia y los bienes espirituales que apetecieron, y juntamente con ellos los temporales que no desearon, sin dejar cosa vacía en su corazón. ¡Oh buen remunerador! ¡Oh Príncipe soberano! y cuan colmadamente galardonáis á vuestros criados, pues vencen vuestros premios a sus deseos, y sin comparación mayores galardones que todo lo que apetecieron. Bienaventurados los que desean a vos, y los que apetecen vuestra gloria y vuestro servicio, pues tan cumplidamente satisfacéis sus deseos. Suplícoos, Señor, que deis gracia para que no desee, ni apetezca, ni admita cosa alguna sino a vos y por vos, y lo que fuere gloria vuestra y de vuestro santo servicio y la salud de mi alma; ni tenga otra voluntad sino la vuestra, ni otro gusto sino el vuestro, ni otro interés sino vuestro santo servicio eternamente.

Punto IV. Últimamente considera que la hartura cumplida será en la gloria, de la cual dice David: hartaréme cuando apeteciere tu gloria; porque allí es la verdadera hartura y la satisfacción cumplida de todos los deseos, apetitos y sentidos, de todas las potencias del alma; allí es la bienaventuranza verdadera, a donde no hay más que desear, ni más consuelo que esperar, ni hambre ni sed de cosa grande ni pequeña, porque Dios es la satisfacción de todos, y llena todos sus deseos, sin dejarles lugar vacío, ni cosa que no se cumpla ni puedan apetecer Esta hartura da el Señor en premio del hambre y sed que los suyos tienen en esta vida de su servicio, y de alcanzar la santidad. ¡Oh bienaventurados deseos que tal premio merecen! ¡Oh alma mía! aprende a desear y levantar los ojos a la bienaventuranza que te espera: contempla su hartura, y el cumplimiento colmado de todos los deseos que allí hay, y no desees otra cosa que unirte allí con Dios; que será la hartura eterna de todos, sin dejarles más que desear.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Meditación: bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos

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6 noviembre, 2015

Meditación para el viernes 23 después de Pentecostés

PUNTO I. Considera que, como dice san Gerónimo, no se contenta Dios con que tengamos deseos de servirle, sino también nos pide hambre y sed de la virtud; esto es, un apetito encendido de la santidad, unas vivas ansias de conseguirla, al modo que la hambre y la sed afligen a los que la tienen , hasta alcanzar lo que apetecen. Pondera aquí lo que dice san Bernardo: que el hambre y la sed no dan treguas ni plazos para en adelante, sino son unos acreedores que ejecutan sin dilación por cuanto el estómago y el fuego que padecen no pueden esperar. Este fuego y esta ansia quiere Dios que padezcamos de la virtud, y a los que la tienen escribe con el catálogo de los bienaventurados. Examina pues tu corazón, y mira si padeces esta hambre y sed de la virtud y santidad, y si te duele la dilación de alcanzarla, y qué diligencias haces para ello: acusa tu tibieza y flojedad, y pídele a Dios que te la dé, y que encienda este fuego sagrado en tu alma, para que merezcas entrar en el número de los bienaventurados.

PUNTO II. Considera que los deseos son las flores que brotan del corazón, y que de ellos proceden las obras, como los Frutos de las flores; por lo cual siempre preceden los deseos a las obras, y el que no los tiene no las tendrá tampoco, y a quien Dios quiere hacer mercedes, primero le da los deseos de ellas; para que las pida, espere y diligencie por todos caminos, como le dio vivos deseos al santo Simeón de ver al Mesías, y antes de morir se los cumplió; de lo cual has de sacar: lo primero, avivar tus deseos por la oración y meditación, para merecer por ellos las misericordias de Dios. Lo segundo, estimar lo que Dios te diere; y procurar con todas tus fuerzas verlos cumplidos, porque el Señor ha prometido de satisfacer el hambre y sed de los que desean la virtud hasta que se vean hartos; esto es, satisfechos con el cumplimiento de sus deseos.

PUNTO III. Considera con san Jerónimo, que llama Cristo bienaventurados a los que tienen hambre y sed de las virtudes; esto es, los que nunca se ven hartos de ellas, sino que siempre aspiran a más y desean más y más. Esto quiere Dios de ti, que no te contentes con lo adquirido, sino que siempre desees más virtud y aspires a mas perfección caminando adelante, y adelantándote siempre sin volver atrás, Mira, pues, si mereces entrar en el catálogo de los escogidos”, y si vas siempre adelante en la mortificación, humildad, desprecio de ti mismo y aprecio del cielo, y en el amor de Dios y caridad del prójimo, en la paciencia, mansedumbre y piedad, y en el resto de las otras virtudes: considera cómo estabas al principio de tu conversión, y en qué grado te hayas ahora, y clama al cielo, pide a Dios perdón de tu negligencia y fervor para empezar a subir al monte alto de la santidad hasta llegar sin detenerte a la cumbre de la perfección.

PUNTO IV: Considera que no solo son bienaventurados los que tienen hambre y sed de la santidad propia, sino también los que la tienen de la ajena, la cual procede de la verdadera caridad y amor de Dios, como el calor y sed de la lengua nace del fuego interior del hígado; por esto como dijo san Crisóstomo: llamó Cristo sol a la, santidad, porque da sed. ¡Oh alma mía! mira si la tienes de la salvación de tus prójimos, y si te duele su pérdida, si duermes y comes con sabor viendo tantos como se condenan por vivir mal; y si el celo de la gloria de Dios y del bien espiritual de las almas está continuamente solicitando tu corazón y royendo tus entrañas. sin dejarte reposar, y si con esta sed y esta hambre clamas a Dios por su bien y te martirizas por sus pecados, pidiéndole que ponga término en ellos y les dé luz para servir y gracia para salvarse; si esto haces, y estas ansias te quitan el sueño y te traen crucificado, entiende que te va bien; y si no cuidas de tus prójimos ni te duele su perdición, no tienes sed de sus almas ni mereces entrar en el número de los bienaventurados, a quien Dios promete hartura y satisfacción de sus deseos. Levanta el vuelo y considera el hambre y sed que padeció Cristo de la salvación de las almas y cuánto hizo por ellas. Aprende a tener sed de las almas de tus prójimos y hacer cuanto pudieres por ellas.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Meditación: de la medicina saludable del Santísimo Sacramento del altar

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5 noviembre, 2015

Meditación para el jueves 23 después de Pentecostés

Punto I. Considera lo que dice san Lucas, que en resucitando Cristo a la hija del archisinagogo, le mandó dar de comer, así para la confirmación de su resurrección, como para sustentar la vida que le había dado: en que nos enseñó, cómo el manjar divino que nos sazonó su mano en el Santísimo Sacramento del altar, restituye la vida de la gracia, y la conserva y aumenta como verdadero manjar. Considera su virtud y la necesidad que tienes de él, y venérale como debes y procura recibirlo, dando a Dios muchas gracias por la que te hizo incomparable en dejarte este pan de vida para conservar la de tu alma.

Punto II. Considera la fe tan viva con que aquella mujer enferma vino y llegó a Cristo, a la cual el mismo Señor atribuyó la salud que recibió: contempla la fe que debes llevar para recibir a Cristo; aviva la consideración de lo que te dan en este manjar, y la grandeza del Señor que recibes en él. Y mira cuánto pierdes por tu poca fe; pídele a Dios que te de su conocimiento, y una fe viva para recibirle y crecer alcanzar por su medio la salud que comunica a los que dignamente le reciben.

Punto III. Considera que esta mujer no tocó el cuerpo de Cristo inmediatamente, sino la orla de su vestidura y por ella alcanzó salud: así el que recibe este divino Sacramento toca los accidentes, que son como su orla, y por este contacto sale, virtud de su divino cuerpo, que le da salud. ¡Oh divino bocado! ¡Oh manjar celestial, cuya orla tiene tanta virtud; si la tenía la de la Vestidura del Salvador, cuánto mayor virtud tendrá su santísimo cuerpo que se nos da en este manjar celestial! Pondera esto y pídele a Dios gracia para comerle y recibirle dignamente, y con él la salud que comunica.

Punto IV. Carga el peso de la consideración en lo que dice san Lucas, que oprimiendo al Salvador las gentes por todas partes, llegó como pudo esta mujer, y en tocando la orla del vestido, sintió Cristo que salió virtud de él, y la sanó. Pondera cuánto va de tocar a tocar, y cuántos enfermos le tocaron y no sanaron, porque no llevaron la fe que esta mujer llevó; y cuantos reciben y tocan al Salvador, que no reciben la salud ni las gracias que comunica, porque no llevan la debida disposición ni la fe que deben llevar. Mira si la llevas tú, y si pierdes estas gracias por falta de ella, acusa tu negligencia, y pide a Dios que te disponga y que te de la viva fe y la bonanza que tuvo esta santa mujer, para que tocándole como ella, merezcas alcanzar la salud de tu alma que ella alcanzó en el cuerpo.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Meditación: De la mujer que padeció el flujo de sangre y sanó tocando la orla de la vestidura de Cristo

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4 noviembre, 2015

Meditación para el miércoles 23 después de Pentecostés

Punto I. Considera lo que dice san Lucas, que esta mujer había gastado su hacienda en médicos y medicinas, y padecido mucho por espacio de doce años, y no le habían dado salud, y con solo tocar la orla de Cristo la cobró; en que has de aprender lo poco que valen todos los medios del mundo para darnos así la salud del cuerpo como la del alma, si Dios no pone su mano, y que la seña de su voluntad puede y vale más que todo lo criado; saca de aquí acudir a Dios y no al mundo en tus necesidades, y que muchas veces ordena que los medios ordinarios no tengan fuerza, ni surtan efecto, porque la misma necesidad nos traiga a sus pies y a buscarle para nuestro remedio. ¡Oh buen Dios! ¡Oh infinita caridad! ¡Oh amor inefable! que nos le tenéis tan crecido, que no necesitáis venir a nuestra casa para hacernos bien; y cuando todo el mundo nos falta, vos no nos faltáis, sino que nos ayudáis y nos hacéis mayor merced. Bendito seáis para siempre: ninguno; Señor, tiene mayor necesidad que yo, a que me presente a vuestros pies; tened misericordia de mí, dadme salud en el alma, como la disteis a esta mujer en el cuerpo.

Punto II. Considera que el principio de su bien estuvo en el conocimiento que tuvo de su enfermedad esta mujer, y el sentimiento de lo que padecía y el tuyo está en el conocimiento de tu pecado, y en el sentimiento y dolor que tuvieses de él. ¡Oh pecador, si conocieses los muchos pecados que agravan tu conciencia! ¡Oh cuán grave mal es perder a Dios; y si te dolieses de haberle ofendido de todo tu corazón, y cómo buscarías el remedio de tu alma, y te vinieras desalado a Dios! Abre los ojos de la consideración , y mira cuán malo y amargo es haber ofendido a tal Señor, y trocado su amistad por la de Satanás, y dejado al Criador por la criatura, la vida por la muerte, y el cielo por el infierno, y el gozar para siempre por penar eternamente: carga el peso de la consideración en esta verdad; desmenuza esta píldora hasta que te amargue el pecado y conozcas tu necesidad, y ella misma te traiga a los pies de tu Redentor, que es el médico de tu alma.

Punto III. Considera el linaje de enfermedad que padecía está en el cuerpo, y la que tú padeces en el alma, que es un flujo continuo de pecados, añadiendo cada día culpas a culpas sin cesar; discurre por todos los sentidos y mira los pecados que cometes con ellos cada día, y luego los de pensamiento y voluntad: considera también cuánto con ellos irritas la ira de Dios, y pídele con lágrimas perdón de tus culpas, con dolor de haberle ofendido, y gracia para no pecar más.

Punto IV. Considera lo que dice de esta mujer san Lucas, qué hizo para alcanzar salud. Lo primero habló consigo, diciendo: si tocare á sola su Vestidura sanaré. Lo segundo, que llegó con fe. Lo tercero, que le tocó y luego quedó sana; en que nos enseña que nuestra salud espiritual consiste en tres cosas, que son la palabra, la fe y las obras; la palabra, oyéndola de Dios y obedeciéndola; la fe, creyendo sus verdades y teniendo confianza en él; y las obras, cumpliendo sus mandamientos; contempla la enfermedad de tu alma, y el remedio y medicina que le has de aplicar para cobrar salud, y resuélvete a procurarlas, y usando de estos medios y suplicando a Dios que sea servido de sanarla.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Meditación: del cuidado de las almas de los prójimos a ejemplo de Cristo

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3 noviembre, 2015

Meditación para el martes 23 después de Pentecostés

Punto I. Considera la presteza con que Cristo se partió luego en pos de este príncipe a dar vida a su hija, sin detenerle la predicación en que estaba ni otra cosa alguna; y aprende si eres prelado, a buscar y procurar con toda diligencia el bien espiritual de tus súbditos, acudiendo luego a su remedio, sin detenerte en cosa alguna, por útil que parezca, pondera cuán útil y necesaria era la predicación de Cristo‘; y no obstante esto, la dejó y vino a dar la vida a esta doncella, por medio de este milagro la noticia de su deidad y su fe á toda aquella región; y aprende que tal vez conviene dejar ocasiones tan útiles y santas, por acudir al bien de los prójimos y mirar por su vida, como Cristo miró por la de esta difunta; y pide al Señor que te dé su gracia para imitarle y prudencia para acertar a seguirle y cumplir las obligaciones de tu oficio.

Punto II. Considera cuántos muertos hay en el alma, porque tú no diligencias su vida, y que si la procuraras, resucitarían de la muerte del pecado a la vida de la gracia; y tiembla de la cuenta que has de dar de ellos a Cristo el día del juicio. Pídele que te dé fuerzas y resolución para levantarte de la flojedad que te detiene, y los grillos de las ocupaciones en que estás preso, y para desechar el amor propio por el de tus prójimos que perecen, y diligenciar con todo cuidado su vida.

Punto III. Considera el modo con que Cristo dio la vida a esta difunta, que fue diciéndole que se levantase y tomándola de la mano, y luego se levantó y anduvo, como lo refiere san Lucas. Estos medios has de usar tú para sacar a tus prójimos de la muerte del pecado a la vida de la gracia, despertándolos con las palabras y moviéndolos con las obras: mira no sea que no convengan tus obras con tus palabras, y que deshagas con las manos lo que dices con la boca, y por eso se queden en pecado. Obras y palabras son menester, como usó Cristo en esta resurrección, de las palabras de su boca, mandándole que se levantase, y de su poderosa mano tomando la suya y levantándola. ¡Oh Señor! tomad la mía, y dadme una voz, y despertadme de la muerte del pecado; dadme vuestra mano y la eficacia de vuestra virtud, para que yo también despierte a mis hermanos, y mediante vuestra gracia haga tales obras, que vuelvan a la vida, y se empleen eternamente en vuestro servicio.

Punto IV. Contempla el gozo de los padres de esta niña, que según dice San Lucas era de doce años, cuando la vieron levantar de muerta a viva. La alegría de sus almas, las gracias que darían á Cristo, el alborozo de toda su familia, el aplauso y admiración de toda la ciudad, y cómo voló luego la fama por toda la comarca; y como era persona tan ilustre, vendrían de todas partes a verla y darla el parabién, así a ella como a sus padres, y todos estarían gozosísimos, y no cesarían de publicar mil loores y alabanzas de Cristo: gózate de su gozo, y de verle honrado y aplaudido, y no perdones a tu lengua, sino engrandece su virtud y alaba su potencia, piedad y misericordia para con todos: procura darle a conocer a todo el mundo, y pondera también que si este gozo y alegría ocasiona la resurrección de un cuerpo, que luego ha de volver a morir, cuál será el que tendrá Dios y sus ángeles en el cielo por la resurrección de un alma, que es eterna, y para gozar de Dios eternamente. ¡Oh Señor! que todo lo de acá es pintado respecto de vuestra gloria: levantad nuestros corazones a lo alto, y dadnos gracia para que nos empleemos en vuestras alabanzas, y en diligenciar la vida espiritual de nuestros prójimos, y dar con su resurrección gloria a vos, y gozo y alegría a vuestros ángeles en el cielo.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Meditación: de la muerte y resurrección del alma

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2 noviembre, 2015

Meditación para el lunes 23 después de Pentecostés

Punto I. Considera en esta hija de este príncipe difunta a tu alma, hija del príncipe de los cielos, difunta con la muerte del pecado, y pondera el sentimiento que tuvo este padre de la muerte de su hija, y las diligencias que hizo por ella, y el poco que tienes tú de la muerte de tu alma, y como no haces diligencias por resucitarla; mira despacio cómo por darte gustos y pasatiempos has perdido la vida de la gracia, y tu alma está muerta, y todos la lloran, menos tu que debieras llorarla más que todos, y la dejas en poder de la muerte a que se llene de gusanos y podredumbre de vicios, por no acudir a Dios y pedirle que la restituya a la vida, como a la hija de este príncipe; abre los ojos y reconoce tu daño; llora tu pérdida y busca al Señor; arrójate a sus pies y pídele con lágrimas la vida de tu alma con toda confianza que te la dará, como se la dio a esta difunta.

Punto II. Considera cómo este príncipe pospuso todos los pundonores del siglo a la vida de su hija, viniendo él mismo en persona a buscar a Cristo, y arrojándose a sus pies delante de todo el pueblo, adorándole y pidiéndole el que era adorado, buscado y pedido de todos; y aprende a posponer todos los pundonores y estimación del mundo a la salud de tu alma y al aprovechamiento de tu espíritu; pisando el que dirán, y los juicios y dichos de los hombres por el servicio de Dios, como lo hizo David cuando fue danzando delante del Arca del Testamento, no haciendo caso de los desprecios del pueblo y de la murmuración de su mujer Michol: atiende a lo que Dios y sus santos, que juzgan las cosas rectamente, y no hagas caudal de los dichos de hombres, que todos son vanos y mentirosos.

Punto lll. Considera cómo llegó Cristo a la casa del príncipe, y echó la turba que llevaba y la gente que lamentaba al difunto, para darla la vida; en que nos enseñó que es necesario apartar el bullicio de la gente, y dar de mano los negocios seglares, retirarse con Dios a solas para recobrar la vida del alma. Pondera lo que pierdes en los negocios exteriores, y cuantas caídas te han ocasionado los negocios del siglo, y las turbas y concursos de la gente, y apártate de lo que te aparta Dios, despide estas ocupaciones, y retírate con Cristo a la soledad de la oración y del silencio, si quieres recuperar la vida de tu alma.

Punto IV. Considera cómo Cristo tomó a la difunta de la mano, y como quien la despierta del sueño, la restituyó a la vida; en que nos enseñó el medio con que el alma ha de resucitar de la muerte del pecado a la vida de la gracia, que es dándonos Dios su mano. Por sus auxilios y gracias, y dándosela nosotros con nuestras obras, cooperando con ellas y correspondiendo a sus favores. ¡Oh alma mía! medita y considera cuantas veces ha extendido Dios su mano para resucitarte, dándote sus auxilios y gracias, llamándote a su servicio, y tú no has extendido la tuya, sino antes retirándola de su Divina majestad a los vicios; llora tu ingratitud, vuelve sobre ti y ten piedad de ti, aplacando a Dios: extiende tus manos, levántalas a Dios, clamando a su Majestad, y juntamente obrando en su servicio; pídele que te mire y que te visite como a esta difunta, que se apiade de ti, y extienda su mano y te tenga de la suya, para que cobres la vida que perdiste, y resucites a nuevas costumbres, y perseveres siempre en su servicio.

Padre Alonso de Andrade, S.J

Tomado de:

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Meditación: Fiesta de todos los Santos

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1 noviembre, 2015

Iniciamos con este texto la publicación diaria de pequeñas meditaciones, muy útiles como ayuda a la oración mental de cada día. Son muy breves y desarrolladas en un lenguaje claro, apto para todo el mundo, pero a la vez de una gran profundidad. Las mismas fueron escritas en 1857 por el padre Andrade. S.J


Punto I. Levanta los ojos de la consideración, y mira aquella multitud de santos que vio San Juan en el cielo, vestidos de gloria con palmas en las manos y coronas en las cabezas, en los tronos de la bienaventuranza, entre los coros de los ángeles. Contempla su dicha y el gozo incomprensible de su gloria, y la eternidad del que nunca se ha de acabar, y gózate de su dicha; dales el parabién de su felicidad, enciéndete con su ejemplo en vivos deseos de alcanzar su corona, y pídeles á todos que te sean intercesores delante de Dios, y te den la mano para subir a su reino y merecer estar en su compañía.

Punto II. Considera el camino que llevaron los santos, y los medios por donde consiguieron la gloria que poseen, que cómo dijo el ángel a San Juan (Apoc. 7.): todos vinieron de grande tribulación, y labraron sus vestiduras y las blanquearon en la sangre del Cordero. No vinieron de regalos, ni delicias, ni fiestas, ni opulencia de honras o riquezas; sino de tribulaciones, trabajos, mortificación, cruz y penitencia sufrida por amor de Dios: este camino llevó Cristo, y este llevaron los santos; por este llegaron a la corona, y por este has de ir tú, si la quieres alcanzar y ser su consorte en la gloria. Ofrécete al Señor, y pídele su favor por los méritos de sus santos, para seguir sus pisadas y llegar a su felicidad.

Punto III. Considera las virtudes que Cristo refiere en su evangelio, de pobreza de espíritu, mansedumbre, contrición, lágrimas y sufrimiento en las persecuciones y trabajos, por las cuales se va a la bienaventuranza. Pondera estos pasos, por los cuales como por escalones subieron los santos, caminando de virtud en virtud hasta la cumbre de la perfección y llegar al cielo; y resuélvete a seguirlos, copiando estas virtudes en tu alma con la gracia del Señor.

Punto IV. Considera la diferencia de santos que tiene Dios en su gloria, y los diversos caminos por donde los llevó; y pondera cómo en todos los estados pueden ser los hombres santos; vuelve los ojos a ti mismo, y considera en el que Dios te ha puesto, cómo le sirves y cómo cumples con tus obligaciones: pon la mira en los santos que han vivido en él, y pídele a Dios gracia para imitarlos y cumplir con tus obligaciones, poniéndolos por intercesores delante de su Divina Majestad.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Viernes de Pasión

Los Siete Dolores de la Virgen María

Nuestra Señora de los Dolores

1º Dolor

La profecía de Simeón en la presentación del Niño Jesús.

Virgen María: por el dolor que sentiste cuando Simeón te anunció que una espada de dolor atravesaría tu alma, por los sufrimientos de Jesús, y ya en cierto modo te manifestó que tu participación en nuestra redención como corredentora sería a base de dolor; te acompañamos en este dolor. . . Y, por los méritos del mismo, haz que seamos dignos hijos tuyos y sepamos imitar tus virtudes.

Ave Maria.

2º Dolor

La huida a Egipto con Jesús y José.

Virgen María: por el dolor que sentiste cuando tuviste que huir precipitadamente tan lejos, pasando grandes penalidades, sobre todo al ser tu Hijo tan pequeño; al poco de nacer, ya era perseguido de muerte el que precisamente había venido a traernos vida eterna; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que sepamos huir siempre de las tentaciones del demonio.

Ave Maria.

3º Dolor 

La pérdida de Jesús.

Virgen María: por las lágrimas que derramaste y el dolor que sentiste al perder a tu Hijo; tres días buscándolo angustiada; pensarías qué le habría podido ocurrir en una edad en que todavía dependía de tu cuidado y de San José; te acompañamos en este dolor . . . Y, por los méritos del mismo, haz que los jóvenes no se pierdan por malos caminos.

Ave Maria. Sigue leyendo

EL SANTO VIA CRUCIS

Vía Crucis

EL SANTO VIA CRUCIS

POR SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO

Origen y excelencia de esta devoción

Apenas se hallará práctica más agradable a Dios, más útil y meritoria que la del Via Crucis.

Esta, dice el Papa Benedicto XIV, es una de las principales devociones del cristiano, y medio eficacísimo, no sólo de honrar la pasión y muerte del Hijo de Dios, sino también de convertir a los pecadores, enfervorizar a los tibios y adelantar a los justos en la virtud.

En ella meditamos el doloroso camino que anduvo Jesús desde el pretorio de Pilatos hasta el monte Calvario, donde murió por nuestra Redención.

Dio principio a esta devoción la Virgen Santísima; pues, según fue revelado a Santa Brígida, no tenía mayor consuelo que el recorrer los pasos de aquel sagrado camino regado con la sangre de su preciosísimo Hijo.

Pronto innumerables cristianos siguieron su ejemplo, según atestigua San Jerónimo: y así ¡cuántos peregrinos surcaban mares y exponían la vida para ganar las muchas indulgencias con que la Iglesia había enriquecido los santos lugares de Jerusalén!

Mas viendo esta solícita Madre, por una parte el copioso fruto que de tan pía devoción sacaban los fieles, y por otra la imposibilidad en que muchos se hallaban de emprender viaje tan largo y peligroso, varios Sumos Pontífices, en particular Clemente XII, Benedicto XIII y XIV, y León XII, franqueando largamente los tesoros de la Iglesia, concedieron que, visitando las Cruces bendecidas con especial facultad del Sumo Pontífice y autorización del Prelado diocesano, ganasen los fieles las mismas indulgencias que habían concedido a los lugares santos de Jerusalén.

INDULGENCIAS

Los que hicieren devotamente el Vía Crucis pueden conseguir:

1) Indulgencia Plenaria cuantas veces lo hicieren.

2) Otra Plenaria si en el mismo día, en que lo hicieron o bien dentro del mes, realizado 10 veces el Via Crucis, se acercaren a la Sagrada Comunión.

3) Indulgencia de 10 años por cada una de las Estaciones si comenzando el ejercicio, se hubiere de interrumpir por cualquier causa razonable.

Para ganar estas indulgencias se requiere como condición indispensable la meditación de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo y el trasladarse de una estación a otra, salvo el caso de que se haga en común por todos los fieles que están en la iglesia, pues entonces basta ponerse en pie y arrodillarse en cada estación

Conviene advertir que el rezar en cada una de las Estaciones el Adoramus te Christe, etc. los Padrenuestros y Avemarías con el Miserere nostri, Domine, etc., es tan sólo piadosa y laudable costumbre, pero no es necesario para ganar las Indulgencias, para lo cual basta meditar en la Pasión de Jesús.

Los que, por enfermedad u otra causa, se hallaren impedidos de recorrer las estaciones del Via Crucis, pueden ganar las indulgencias rezando 14 Padrenuestros, Avemarías y Gloria, junto con la meditación de la Pasión; además, otros 5 Padrenuestros, Avemarías y Gloria, a las LLagas de Jesús; y uno según la intención del Sumo Pontífice, teniendo entre las manos un Crucifijo bendecido por un sacerdote que tenga la facultad de aplicar dichas Indulgencias.

Si no pudieren rezar todos los Pater-Ave y Gloria prescriptos para la Ind. plenaria ganarán una parcial de 10 años por cada Pater-Ave y Gloria. Los enfermos que no puedan hacer el Via Crucis en la forma ordinaria ni en la arriba indicada lucran las mismas indulgencias con tal que con afecto y ánimo contrito besen o contemplen el Crucifijo bendecido para este fin, que les fuera mostrado por el sacerdote u otra persona y recen si pueden alguna breve oración o jaculatoria en memoria de la Pasión y Muerte de J. C. Nuestro Señor. (Clemente XIV, Audiencia 26 Enero 1773; S.C: Indulg. 16 Sept. 1859; S. Penit. Apost. 25 Marzo 1931; 20 Oct. 1931 y 18 Marzo 1932) Sigue leyendo

Cinco caminos de penitencia

De las homilías de San Juan Crisóstomo


Homilía 2 sobre el diablo tentador, 6

Oficio de Lectura, XXI martes del Tiempo Ordinario

Cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.

Cinco caminos de penitencia: primero, la acusación de los pecados; segundo, el perdonar las ofensas de nuestro prójimo; tercero, la oración; cuarto, la limosna; y quinto, la humildad.

Para leer la homilía, dar un clic sobre la imagen

MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 24-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XXIV

Ascendit autem et joseph…, ut profiteretur cum Maria desponsata sibi uxore praegnante.

Subió también José…, para inscribirse en el censo con María su esposa, que estaba encinta.

NATIVIDAD, IGLESIA DE SAN VICENTE DE LIGNON, FRANCIA.

NATIVIDAD, IGLESIA DE SAN VICENTE DE LIGNON, FRANCIA.

Había Dios decretado que su hijo naciese no ya en la casa de José, sino en una gruta, en un establo, del modo mas pobre y penoso en que pueda nacer un niño; y para esto dispuso que César Augusto publicase un edicto en que ordenaba que fueran todos a empadronarse en su ciudad originaria. José, al tener noticia de esta orden entró en dudas sobre si debía dejar o llevar consigo a la Virgen Madre, próxima ya al alumbramiento. – Esposa y Señora mía , le dijo, por una parte no quisiera dejaros sola; pero, si os llevo conmigo, me aflige la pena de lo mucho que habréis de padecer en este viaje tan prolongado y en tiempo tan riguroso. Mi pobreza no consiente llevaros con la comodidad que se debiera. – María le respondió, infundiéndole ánimos: José mío, no temas; iré contigo y el Señor nos asistirá. Sobrado sabía, por divina inspiración y hasta porque estaba penetrada de la profecía de Miqueas, que el divino niño había de nacer en Belén, por lo que tomó las fajas y demás pobres pañales, ya preparados, y partió con José: Subió también José… para inscribirse en el censo con María. Consideremos aquí las devotas y santas conversaciones que en este viaje tendrían estos dos santos esposos sobre la misericordia, bondad y amor del Verbo divino, que dentro de poco nacería y aparecería para salvación de los hombres. Consideremos también las alabanzas, bendiciones y acciones de gracias, los actos de humildad y amor en que se ejercitarían por el camino estos dos ilustres peregrinos. Cierto que eran muchos los padecimientos de aquella virgencita próxima al parto, en camino tan largo, por sendas impracticables y en tiempo invernal, penas que ofrecía a Dios, uniéndolas con las de Jesús, a quien en su seno llevaba.

¡Ah! unámonos a María y a José y acompañemos con ellos al Rey del cielo, que va a nacer en una gruta y a hacer su primer entrada en el mundo como niño, el más pobre y abandonado que jamás naciera entre los hombres. Pidamos a Jesús, María y José que, por el mérito de las penas padecidas en este viaje, nos acompañen en el que estamos haciendo hacia la eternidad. ¡Felices de nosotros si acompañásemos y fuésemos acompañados por estos tres ilustres personajes!

Afectos Y súplicas

Amado Redentor mío, sé que en este viaje a Belén os acompañan legiones de ángeles del cielo; pero en la tierra, ¿quién os acompaña? Tan sólo José y María, que os lleva dentro de sí. No rehuséis, pues, Jesús mío, que os acompañe también yo, miserable e ingrato en lo pasado, pero que ahora reconozco el agravio que os hice. Vos bajasteis del cielo para ser mi compañero en la tierra, y yo tantas veces os abandoné, ofendiéndoos ingratamente. Cuanto pienso, ¡oh! Jesús mío! que tantas veces, por seguir mis malditas inclinaciones, me separé de vos, renunciando a vuestra amistad, quisiera morir de dolor; pero vinisteis a perdonarme; así, pues, perdonadme pronto, que con toda mi alma me arrepiento de haberos tantas veces vuelto las espaldas y abandonado. Propongo y espero con vuestra gracia no dejaros más ni separarme ya de vos, único amor mío. Mi alma se ha enamorado de vos, mi amable Dios niño. Os amo dulce Salvador mío, y, puesto que vinisteis a la tierra a salvarme y a dispensarme vuestras gracias, está sola os pido: no permitáis que me tenga que separar más de vos. Unidme, estrechadme, encadenadme con los suaves lazos de vuestro santo amor. ¡Ah, Redentor y Dios mío!, y ¿quién tendrá ya corazón para dejaros y vivir sin vos y privado de vuestra gracia?

María Santísima, vengo a acompañaros en este viaje; no dejéis de asistirme en el que estoy haciendo a la eternidad. Asistidme siempre y especialmente cuando me hallare al fin de mi vida, próximo al instante del que depende o estar siempre con vos, para amar a Jesús en el paraíso, o estar siempre lejos de vos, para odiara a Jesús en el infierno. Reina mía, salvadme con vuestra intercesión, y sea la salvación mía amaros a vos y a Jesús por siempre, en el tiempo y en la eternidad; sois mi esperanza, en vos confío.

Tomado de:

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 23-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XXIII

Apparuit enim gratia Dei Salvatoris nostri omnibus hominibus, erudiens nos, ut… pie vivamus in hoc saeculo, expectantes beatam spem el adventum gloriae magni Dei et Salvatoris nostri Jesu Christi.

Porque se manifestó la gracia salvadora de Dios a todos los hombres enseñándonos que vivamos piadosamente en el presente siglo, aguardando la bienaventurada esperanza y manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo.

JUICIO FINAL, BEATO ANGÉLICO.

JUICIO FINAL, BEATO ANGÉLICO.

Considera que por la gracia que aquí se dice manifestada se entiende el entrañable amor de Jesucristo hacia los hombres; que por esto se llama gracia. Este amor fue, por parte de Dios, siempre idéntico, si bien no siempre aparentó tal.

Primero fue prometido en tantas profecías y encubierto bajo el velo de tantas figuras, pero en el nacimiento del Redentor se dejo ver a las claras, apareciendo a los hombres el Verbo eterno como niño recostado sobre el heno, gimiendo y temblando de frío, comenzando ya así a satisfacer por nosotros las penas que merecíamos y dándonos a conocer el afecto que nos tenia sacrificando por nosotros la vida: En esto hemos conocido la caridad, en que El dio su vida por nosotros. Se manifestó, pues, la gracia salvadora de Dios y se manifestó a todos los hombres. Pero ¿por qué después no lo conocieron todos y aun hoy día hay tantos que no lo conocen? Porque la luz ha venido al mundo y amaron los hombres más las tinieblas que la luz. No lo conocieron ni lo conocen porque no quieren conocerlo y aman más las tinieblas del pecado que la luz de la gracia. No pertenezcamos al número de estos infelices. Si hasta aquí cerramos los ojos a la luz, pensando poco en el amor de Jesucristo, procuremos, en los días que nos restaren de vida, tener siempre ante los ojos las penas y la muerte de nuestro Redentor, para amar a quien tanto nos amó: Aguardando la bienaventurada esperanza y manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo.

Así podremos confiar fundadamente, según las divinas promesas, en aquel paraíso que Jesucristo nos conquistó con su sangre. En esta primera aparición viene Jesucristo como niño, pobre y despreciado, manifestándose en la tierra, nacido en un establo, cubierto con pobres lienzos y reclinado en el heno, pero en la segunda aparición vendrá sobre trono de majestad: y verán al Hijo del Hombre venir sobre las nubes del cielo con gran poderío y majestad. ¡Feliz en aquella hora quien le haya amado, y desgraciado quien no le hubiera amado!

 Afectos y Súplicas

¡Oh mi santo Niño! Ahora os contemplo sobre esta paja, pobre, afligido y abandonado; pero ya sé que vendréis un día a juzgarme sobre esplendoroso trono, rodeado de ángeles. ¡Ah!, perdonadme antes de que me juzguéis. Entonces os portareis como justo juez, pero ahora sois Redentor mío y Padre misericordioso. ¡Ingrato de mí, que no os conocí por no querer conoceros, y en vez de pensar en amaros, considerando el amor que me tuvisteis, no pensé más que en satisfacer mis apetitos, despreciando vuestra gracia y vuestro amor! En vuestras manos pongo esta mí alma que había perdido, para que vos la salvéis: En tus manos mi espíritu encomiendo; – me libraras, Señor, Dios de verdad. En vos deposito mis esperanzas, pues sé que, para rescatarme del infierno, disteis sangre y vida: Me libraras, Señor, Dios de verdad. No me hicisteis morir cuando estaba en pecado y me esperasteis con tanta paciencia para que, entrando en mí, me arrepintiese de haberos ofendido, comenzase a amaros y así pudierais perdonarme y salvarme. Si, Jesús mío, quiero complaceros: me arrepiento sobre todo mal de los disgustos que os he causado; me arrepiento sobre todas las cosas. Salvadme por vuestra misericordia y sea mi salvación amaros siempre en esta vida y en la eternidad.

Amada Madre mía, María recomendadme a vuestro Hijo; hacedle ver que soy siervo vuestro y que en vos puse mi esperanza, pues El os oye y no os niega nada.

Tomado de:

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 22-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XXII

In propia venit, et sui eum non receperunt.

Vino a lo que era suyo, y los suyos no lo recibieron.

SAN FRANCISCO DE ASÍS, FRANCISCO DE ZURBARÁN.

SAN FRANCISCO DE ASÍS, FRANCISCO DE ZURBARÁN.

Andaba en estos días de Navidad San Francisco de Asís gimiendo y suspirando por caminos y selvas, con gemidos inconsolables, preguntando por causa, respondió: Y ¿cómo queréis que no llore, viendo que el amor no es amado? Veo un Dios casi fuera de si por amor de los hombres, y a los hombres tan ingratos con este Dios. Si tanto afligía esta ingratitud de los hombres al corazón de San Francisco, consideremos cuánto más afligiría al Corazón de Jesucristo. Apenas concebido en el seno de María, vio la cruel correspondencia que había de recibir de los hombres. Había venido del cielo a encender el fuego del divino amor, y este solo deseo le había hecho descender a la tierra a sufrir un abismo de penas e ignominias: Fuego vine echar sobre la tierra, y ¿qué quiero, si ya prendió? Y después veía el abismo de pecados que cometerían los hombres a pesar de haber sido testigos de tantas pruebas de su amor. Esto fue, dice San Bernardino de Siena, lo que le hizo padecer infinito dolor. Aún entre nosotros, el verse alguno tratado ingratamente por otro es insufrible dolor, pues como expone el Beato Simón de Casia, la ingratitud frecuentemente aflige al alma más que cualquier otro dolor al cuerpo. ¿Qué dolor, pues, ocasionaría a Jesús, que era nuestro Dios, ver que, por nuestra ingratitud, sus beneficios y sus amor habían de ser pagados con disgustos e injurias? Mal, en cambio de bien, me devolvieron, – y odio por amor. Y hasta aun hoy día parece que van lamentándose Jesucristo: Fui para mis hermanos extranjero, pues ve que no es amado ni conocido de muchos, como si no les hubiera hecho bien alguno ni hubiera padecido nada por su amor.

¡Oh Dios!, y ¿qué caso hacen, aun al presente, tantos cristianos del amor de Jesucristo? Apareciese en cierta ocasión el Redentor al Beato Enrique Suson a modo de peregrino que andaba mendigando de puerta en puerta quien le hospedara un poquillo, y todos lo despedían, con injurias y villanías. ¡Cuantos, por desgracia, hay semejantes a aquellos de quienes habla Job: Ellos, que decían a Dios: ¡Apártate de nosotros! Pues ¿qué podía hacerles Sadday, – ya que el había henchido su casa de ventura? Nosotros aunque en lo pasado nos hayamos unido a estos ingratos, ¿querremos continuar con nuestra ingratitud en lo futuro? no, que no se merece esto amable niño que vino del cielo a padecer y morir por nosotros para que le amasemos.

Afectos y súplicas

Luego ¿será verdad, Jesús mío, que bajasteis del cielo para haceros amar de mí, que vinisteis a abrazaros con vida trabajosa y muerte de cruz por amor mío y para que os acogiese en mi corazón, y yo os haya tantas veces arrojado de mi exclamando: Apártate de mi, Señor, que no te quiero? ¡Oh Dios!, si no fueseis bondad infinita ni hubieseis dado la vida para perdonarme, no me atrevería a pediros perdón; pero oigo que vos mismo me brindáis la paz: Volveos a mí, dice Yahveh Sebaot, y yo me volveré a vosotros. Vos mismo, Jesús mío, que sois el ofendido por mí, os hacéis mi intercesor: y El es propiciación por nuestros pecados. No quiero, pues, haceros este nuevo agravio de desconfiar de vuestra misericordia. Me arrepiento con toda el alma de haberos despreciado, ¡oh sumo Bien!; dignaos recibirme en vuestra gracia por aquella sangre derramada por mi, Padre…, no soy ya digno de llamarme hijo tuyo. No, redentor y Padre mío, no soy digno de ser hijo vuestro, por haber tantas veces renunciado a vuestro amor; mas vos me hacéis digno con vuestros merecimientos. Gracias Padre mío, gracias; os amo. ¡Ah, que él solo pensamiento de la paciencia con que me sufristeis por tantos años y de las gracias que me dispensasteis, después de todas las injurias que os hice, debiera hacerme vivir siempre ardiendo en las llamas de vuestro amor! Venid, pues, Jesús mío, que no quiero desecharos mas; venid a habitar en mi pobre corazón. Os amo y quiero amaros siempre, y vos inflamadme siempre mas con el recuerdo del amor que me tuvisteis.

Reina y Madre mía, María, ayudadme, rogad a Jesús por mi; hacedme vivir, en lo que me restare de vida, agradecido al Dios que tanto me amo, después de haberle tanto ofendido.

Tomado de:

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 21-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XXI

Accenseor descendentibus in foveam, – similis factus sum viro invalido.

 Contado soy con los que al hoyo bajan,- cual de heridos que yacen en la tumba.

LA VIRGEN DE LA EXPECTACIÓN O  DE CASTILLEJA DE LA CUESTA, ESPAÑA.

LA VIRGEN DE LA EXPECTACIÓN O DE CASTILLEJA DE LA CUESTA, ESPAÑA.

Considera la vida penosa por qué pasó Jesucristo en el seno de su Madre, debido a la prisión tan estrecha y obscura de nueve meses. Cierto que los otros niños están en el mismo estado, pero no sienten las incomodidades, pues no las conocen pero Jesús las conocía bien, ya que, desde el primer instante de su vida, tuvo perfectísimo uso de razón. Tenía sentidos, y no podía valerse de ellos; tenia ojos, y no podía ver; lengua, y no podía hablar; manos, y no las podía extender; pies, y no podía andar; así que, durante los nueve meses qué estuvo en el seno de María, estuvo como muerto encerrado en el sepulcro: Contado soy con los que al hoyo bajan,- cual de heridos que yacen en la tumba. Era libre, porque se había hecho voluntariamente prisionero de amor; pero el amor le privaba del uso de la libertad y lo tenía tan estrechado con cadenas, que no podía moverse. ¡Oh gran paciencia del Salvador!, exclama San Ambrosio al pensar en las penas de Jesús mientras estaba en el seno de María. Fue por consiguiente, para el Redentor el seno de María cárcel voluntaria, porque fue prisión de amor, mas no prisión injusta. Ciertamente que era inocente, pero se había ofrecido a pagar nuestras deudas y satisfacer por nuestros delitos. Con razón, pues, la divina justicia lo tiene así encarcelado, comenzando con esta pena a exigir de El mismo la merecida satisfacción.

Mira a lo que se reduce el Hijo de Dios por amor de los hombres: se priva de su libertad y se encadena para librarnos de las cadenas del infierno. Mucho, pues merece ser reconocida con gratitud y amor la gracia de nuestro libertador y fiador, quien no por obligación, sino solo por afecto, se ofreció a pagar y pago nuestras deudas y nuestras penas, dando por ellas su vida divina: No olvides los favores de quien te dio fianza, – pues que ha dado por ti su alma.

Afectos y súplicas

No olvides los favores de quien te dio fianza. Si, Jesús mío; con razón me advierte el profeta que no me olvide la inmensa gracia que me hicisteis. Yo era deudor y reo, y vos, inocente. Vos, Dios mío, quisisteis satisfacer por mis pecados con vuestras penas y con vuestra muerte. Y después olvide esta gracia y vuestro amor y me atreví a volveros las espaldas, como si no fuerais mi Señor, y el Señor que me amo tanto. Mas, si en el pasado lo olvide, no quiero, Redentor mío, olvidarlo en lo futuro. Vuestras penas y vuestra muerte serán mi continuo pensamiento, y ellas me recordaran siempre el amor que me tuvieseis. Maldigo los días en que, olvidado de cuanto padecisteis por mí, abuse tan malamente de la libertad que me disteis para amaros y emplee en despreciaros. Esta libertad que me disteis, hoy os la consagro. Libradme Jesús mío, de la desgracia de verme de nuevo separado de vos y hecho nuevamente esclavo de Lucifer. Encadenad a vuestros pies a esta mi pobre alma, a fin de que no se aparte mas de vos. Padre eterno, por la cautividad que el Niño Jesús padeció en el seno de María, libradme de las cadenas del pecado y del infierno.

Y vos, Madre de Dios, socorredme. Lleváis dentro, aprisionado y estrechado, al Hijo de Dios. Pues, ya que Jesús es prisionero vuestro, hará cuanto le digáis. Decidle que me perdone y que me haga santo. Ayudadme, Madre mía, por aquella gracia y honor que os hizo Jesucristo de habitar nueve meses en vuestro seno.

Tomado de:

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 20-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XX

Parvulus natus est nobis, et Filius datus est nobis.

Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado.

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ESTAMPA DE SAN FRANCISCO Y EL PRIMER PESEBRE

 

 

Considera cómo, después de tantos siglos, después de tantas plegarias y suspiros, vino, nació y se dio todo a nosotros el Mesías, que no fueron dignos de ver los santos patriarcas y profetas; el suspirado de los gentiles, el deseado de los collados eternos, nuestro Salvador: Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. El Hijo de Dios se empequeñeció para hacernos grandes; se dio a nosotros para que nosotros nos diéramos a Él; vino a demostrarnos su amor, para que le correspondiésemos con el nuestro. Recibámoslo, pues, con afecto, ámennosle y recurramos a Él en todas nuestras necesidades. Los niños, dice San Bernardo, fácilmente conceden lo que se le pide. Jesús vino como niño, para demostrarnos que está dispuesto a darnos todos sus bienes. En el cual se hallan todos los tesoros. El Padre… todas las cosas ha entregado en sus manos. Si queremos luz, El vino para iluminarnos; si queremos fuerza para resistir a los enemigos, El vino para fortalecernos, si queremos el perdón y la salvación, El vino precisamente para perdonarnos y salvarnos; si queremos, en una palabra, el supremo don del amor divino, El vino para inflamarnos; y por esto, sobre todo, se hizo niño y quiso presentarse a nosotros pobre y humilde, para aparecer más amable, apartar de nosotros todo temor y conquistarse nuestro afecto: Así debía venir quien quiso desterrar el temor y buscar la caridad, dice San Pedro Crisologo.

Además, Jesús quiso venir chiquito, para que le amasemos, no sólo con amor apreciativo, sino con amor tierno. Todos los niños saben conquistarse afectuoso cariño de quienes los guardan, y ¿quién no amará con ternura a un Dios viéndolo niñito menesteroso de leche, tiritando de frío, pobre, humillado y abandonado, que llora y que da vagidos sobre la paja de un pesebre? Esto hacia exclamar al enamorado San Francisco: ¡Amemos al Niño de Belén! ¡Amemos al Niño de Belén!

Almas venid a amar a un Dios hecho niño y hecho pobre, y que es tan amable que bajó del cielo para entregársenos por completo.

Afectos y súplicas

¡Oh amable Jesús, tan despreciado por mi!, bajasteis del cielo para rescatarnos del infierno y daros por completo a nosotros, y ¿cómo pudimos tantas veces despreciaros y volveros las espaldas? ¡Oh Dios!, los hombres son tan agradecidos con las criaturas, que, si alguien les hace un regalo, si les envía un visita lejana, si les da cualquier prueba de afecto, no se olvidan y se sienten forzados a corresponder. Y, a vuelta de esto, ¡son tan ingratos con vos, que sois su Dios, y tan amable que por su amor no rehusasteis dar sangre y vida !Mas, ¡ay de mi, que fui peor que los demás, por haber sido más amado y más ingrato. ¡Ah!, si las gracias que me dispensasteis las hubierais dado a un hereje, aun idolatra, se habrían hecho santos, y yo os ofendí. Por favor, no os recordéis, Señor, de las injurias que os hice. Dijisteis que, cuando el pecador se arrepiente, os olvidáis de todos los ultrajes recibidos: Ninguno de los pecados que cometió le será recordado. Si en lo pasado no os amé, en lo futuro no quiero hacer más que amaros. Ya que os disteis completamente a mí, os doy, en cambio, toda mi voluntad; con ella os amo, os amo, os amo y quiero repetir siempre: os amo, os amo. Quiero vivir siempre repitiendo lo mismo y así quiero morir, lanzando el postrer suspiro con estas suaves palabras: Dios mío, os amo, para comenzar desde el punto en que entrare en la eternidad con un amor continuo hacia vos, que durara eternamente, sin dejar ya de amaros. Entre tanto, Señor mío, único bien y único amor mío, me propongo anteponer vuestra voluntad a todos mis placeres. Venga todo el mundo y lo rechazo, que no quiero ya dejar de amar a quien me ha amado tanto; no quiero disgustar mas a quien merece por parte mía infinito amor. Secundad, Jesús mío, este mi deseo con vuestra gracia.

Reina mía, María, reconozco debidas a vuestra intercesión todas las gracias recibidas de Dios; seguid intercediendo por mi; alcanzadme la perseverancia, vos que sois la Madre de ella.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 19-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XIX

Orietur vobis sol justitiæ, et sanitas in pennis ejes. (Malacb. IV, 2)

 Nacerá para vosotros el sol de justicia, y la salud bajo sus alas.

CRISTO CURANDO AL PARALÍTICO DE BETESDA, PALMA IL GIOVANE

CRISTO CURANDO AL PARALÍTICO DE BETESDA, PALMA IL GIOVANE

Vendrá vuestro Médico, dice el Profeta, a sanar los enfermos, y vendrá veloz como ave que vuela, y cual sol que al asomar en el horizonte envía al momento su luz al otro polo. Pero he aquí que ya ha venido. Consolémonos, pues, y démosle gracias, dice san Agustín, porque ha bajado hasta el lecho del enfermo, quiere decir, hasta tomar nuestra carne; puesto que nuestros cuerpos son los lechos de nuestras almas enfermas.

Los otros médicos, por mucho que amen á los enfermos, solo ponen todo su cuidado para curarlos; pero ¿quién por sanarlos toma para sí la enfermedad? Jesucristo solo, ha sido aquel médico que se ha cargado con nuestros males, a fin de sanarlos. No ha querido mandar a otro, sino venir él mismo a practicar este piadoso oficio, para ganarse nuestros corazones. Ha querido con su misma sangre curar nuestras llagas, y con su muerte librarnos de la muerte eterna, de que éramos deudores.

En suma, ha querido tomar la amarga medicina de una vida continuada de penas, y de una muerte cruel, para alcanzarnos la vida y librarnos de todos nuestros males. El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo tengo de beber?  Decía el Salvador a Pedro. Fue, pues, necesario, que Jesucristo abrazase tantas ignominias para sanar nuestra soberbia: abrazase una vida pobre para curar nuestra codicia: abrazase un mar de penas, hasta morir de puro dolor, para sanar nuestro deseo de placeres sensuales.

Afectos y súplicas

Sea siempre loada y bendita vuestra caridad, Redentor mío. Y ¿qué sería de mi alma tan enferma, y afligida por tantas llagas, si no tuviese a Vos, Jesús mio, que me podéis y queréis sanar? ¡Ah! sangre de mi Salvador, en ti confío; lávame y sáname. Me arrepiento, amor mio, de haberos ofendido. Vos, para manifestarme el amor que me tenéis, habéis llevado una vida tan atribulada, y sufrido una muerte tan amarga!…

Yo quisiera manifestaros también mi amor; mas ¿qué puedo hacer, siendo como soy, miserable, enfermo y tan débil? ¡Oh Dios de mi alma! Vos podéis curarme y hacerme santo, pues sois todopoderoso. Encended en mí un gran deseo de daros gusto. Renuncio a todas mis satisfacciones por agradaros, Redentor mío, que merecéis ser complacido a toda costa. ¡Oh sumo Bien! yo os estimo, y os amo sobre todo otro bien; haced que os ame, y que os pida siempre vuestro amor.

Hasta aquí os he ofendido, y no os he amado porque no he solicitado vuestro amor. Éste busco ahora, y os pido la gracia de buscarlo siempre. Oídme por los méritos de vuestra pasión. ¡Oh madre mía, María! Vos estáis siempre dispuesta para oír a quien os ruega; Vos amáis a quien os ama. Yo os amo, pues, Reina mía; alcanzadme la gracia de amar a Dios, y nada más os pido.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 18-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XVIII

Qui proprio Filio suo non pepercit, sed pro nobis omnibus tradidit illum. (Rom. VIII, 32).

El que aun á su propio Hijo no perdonó, sino que lo entregó por todos nosotros.

SANTO CRISTO DE LA AGONÍA. LIMPIAS, ESPAÑA.

SANTO CRISTO DE LA AGONÍA. LIMPIAS, ESPAÑA.

Considera que habiéndonos dado el eterno Padre a su mismo Hijo por mediador, por abogado cerca de él mismo, y por víctima en satisfacción de nuestros pecados, nosotros no podemos ya desconfiar de alcanzar de Dios cualquiera gracia que le pidamos, valiéndonos del medio de un tal intercesor: ¿Cómo no nos donó con este Redentor todas las cosas? añade san Pablo. ¿Qué cosa nos negará ya Dios, no habiéndonos negado a su Hijo? Ninguna de nuestras súplicas merece ser oída ni atendida del Señor; porque no somos dignos de gracias, sí es de castigo por nuestros pecados; pero ciertamente merece ser oído Jesucristo que intercede por nosotros, y ofrece todos los padecimientos de su vida, su sangre y su muerte.

No puede negar cosa alguna el Padre a un Hijo tan amado, que le ofreció un precio de infinito valor. Él es inocente, y aunque paga a la divina justicia es para satisfacer nuestras deudas; y su satisfacción es infinitamente mayor que todos los pecados de los hombres. No seria justo que pereciese un pecador, el cual se arrepiente de sus culpas, y ofrece a Dios los méritos de Jesucristo, quien las ha satisfecho por él sobreabundantemente. Démosle, pues, gracias a Dios, y esperémoslo todo en los méritos de Jesucristo.

Afectos y súplicas.

No, mi Dios y mi Padre, no puedo ya desconfiar de vuestra misericordia; no puedo temer que me neguéis el perdón de todas las ofensas que os he hecho, y que no me deis todas las gracias que necesito para salvarme, cuando me habéis dado a vuestro Hijo a fin de que os lo ofrezca por mí. Vos puntualmente para perdonarme y hacerme merecedor de vuestras gracias, me lo habéis donado y me mandáis que os le ofrezca, y que por sus méritos espere mi salvación.

Yo os ofrezco, pues, los merecimientos de vuestro hijo Jesús, y por ellos espero la gracia que repare mi debilidad, y todos los daños que me he acarreado con mis pecados.

Me arrepiento, bondad infinita, de haberos ofendido; yo os amo sobre todas las cosas, y de hoy en adelante os prometo no amar á otro que á Vos; pero éste mi propósito ¿de qué servirá, si Vos no me ayudáis? Por el amor de Jesucristo dadme la santa perseverancia y vuestro amor; dadme, luz y fuerza para seguir en todo vuestra santa voluntad. Fiado en los méritos de vuestro Hijo, espero que me oiréis. María, madre y esperanza mía, también os suplico por amor del mismo Jesucristo que me alcancéis estas gracias. Madre mía, escuchadme.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 17-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XVII

AFFLICCIÓN DEL CORAZÓN DE JESÚS EN EL SENO DE MARÍA

Hostiam et oblationem noluisti; corpus autem aptasti
mihi.

Sacrificio y ofrenda no quisiste; pero me diste un
cuerpo a propósito.

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ECCE HOMO, BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO.

Considera la grande amargura de que debía sentirse afligido y oprimido el corazón del Niño Jesús en el seno de María en aquel primer instante en que el Padre le propuso la serie de desprecios, trabajos y agonías que había de sufrir en su vida para libertar a los hombres de sus miserias: Cada mañana me despierta el oído…; no me he rebelado…; mi espalda ofrecí a los que golpeaban. Así hablo Jesús por boca del profeta. Cada mañana me despierta el oído, es decir, desde el primer momento de mi concepción, mi Padre me dio a sentir su voluntad, que yo viviese vida de penas y fuese, finalmente, sacrificado en una cruz; no me he rebelado; mi espalda ofrecí a los que golpeaban. Y yo lo acepté todo por vuestra salvación, ¡oh almas!, y desde entonces entregue mi cuerpo a los azotes, clavos y muerte, Pondera que cuanto padeció Jesucristo en su vida y en su pasión, todo le fue puesto ante los ojos desde el seno de su Madre y El todo lo abrazo con amor; pero, al consentir en esta aceptación y vencer la natural repugnancia de los sentidos ¡Oh Dios, cuanta angustia y opresión no tuvo que sufrir el inocente corazón de Jesús! Sobrado conocía lo que primeramente había de padecer, al estar encerrado nueve meses en aquella cárcel obscura del seno de María; los padecimientos y oprobios del nacimiento en una fría gruta, establo de animales; los treinta años de servidumbre en el taller de un artesano; el considerar que había de ser tratado por los hombres como ignorante, esclavo, seductor y reo de la muerte más infame y dolorosa que se daba a los malvados.

Todo lo acepto nuestro amable Redentor en todo momento, y en todos los momentos en que lo aceptaba, padecía reunidas todas las penas y abatimientos que había después de padecer hasta su muerte. El mismo conocimiento de su dignidad divina contribuía a que sintiese mas las injurias que recibiría de los hombres: Presente tengo siempre mi ignominia. Continuamente tuvo ante los ojos su vergüenza, especialmente la confusión que le acarrearía verse un día desnudo, azotado, colgado de tres garfios de hierro, rindiendo así la vida entre vituperios y maldiciones de quienes se beneficiaban de su muerte: Hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Y ¿para qué? Para salvarnos a nosotros, míseros e ingratos pecadores.

Afectos y súplicas

Amado Redentor mío, ¡cuánto os costo, desde que entrasteis en el mundo, sacarme del abismo en que mis pecados me habían sumergido! Para librarme de la esclavitud del demonio, al cual yo mismo me vendí voluntariamente, aceptasteis ser tratado como el peor de los esclavos; y yo, que esto sabia, tuve la osadía de amargar tantas veces vuestro amabilísimo Corazón, que tanto me amó. Más, puesto que vos, inocente, aceptasteis, Dios mío, vida y muerte tan penosas, yo acepto por vuestro amor, Jesús mío, todas las penas que me vengan de vuestras manos. Las acepto y abrazo porque proceden de aquellas manos traspasadas un día para librarme del infierno, tantas veces merecido por mí. Vuestro amor, ¡Oh Redentor mío!, al ofreceros a padecer tanto por mí, me obliga a aceptar por vos cualquier pena y desprecio. Dadme, Señor, por vuestros méritos, vuestro santo amor, que me torne dulces y amables todos los dolores y todas las ignominias. Os amo sobre todas las cosas, os amo con todo el corazón, os amo más que a mí mismo. Vos en vuestra vida me disteis tantas y tan grandes pruebas de afecto, y yo, ingrato, que viví tantos años en el mundo, ¿qué prueba de amor os he dado? Haced, pues, ¡Oh Dios mío!, que en los años que me restaren de vida os de alguna prueba de mi amor. No me atrevería en el día del juicio a comparecer ante vos, tan pobre como soy ahora y sin hacer nada por amor vuestro; pero ¿qué puedo hacer sin vuestra gracia? Sólo rogaros que me socorráis, y aun esta mi suplica es gracia es gracia vuestra. Jesús mío, socorredme por los méritos de vuestras penas y de la sangre que derramasteis por mí.

María Santísima, encomendadme a vuestro Hijo, ya que por mi amor lo llevasteis. Mirad que soy una de aquellas ovejuelas por las que murió vuestro Hijo.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 16-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XVI

DIOS NOS DIÓ A SU UNIGENITO POR SALVADOR

Dedit te in lucem gentium, ut sis salus mea usque ad
extremum terrae.

Te he constituido en luz de los gentiles, para que mi
salvación llegue hasta el fin de la tierra.

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Consideremos cómo el Eterno Padre dijo al Niño Jesús en el instante de su concepción estas palabras: Hijo, yo te he dado al mundo como luz y vida de las gentes, para que procures su salvación, que estimo tanto como si fuese la mía. Es necesario, pues que te emplees completamente en beneficio de los hombres. “Dado completamente a ellos y entregado por completo a sus menesteres”. Es necesario que al nacer padezcas extremada pobreza, para que el hombre se enriquezca; es necesario que seas vendido como esclavo, para que el hombre sea libre; es necesario que, como esclavo, seas azotado y crucificado, para satisfacer a mi justicia la pena debida por el hombre; es necesario que sacrifiques sangre y vida, para librar al hombre de la muerte eterna. Sábete, en suma, que ya no eres tuyo, sino del hombre. Pues un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Así, querido Hijo mío, es como el hombre se rendirá a amarme y a ser mío, viendo que le doy por completo a ti, Hijo mío unigénito, y que ya no me resta más que darle.

Así amo Dios (¡Oh amor infinito, digno solamente de un Dios infinito!), así amo Dios al mundo, que entrego a su Hijo unigénito. El Niño Jesús no se contristó a esta propuesta, sino que se complació en ella, aceptándola con amor y regocijo: Salta cual gigante a correr la ruta. Y desde el primer momento de su encarnación se entrego por completo al hombre, y abrazó con gusto todos los dolores e ignominias que había de sufrir en la tierra por amor de los hombres. Estos fueron, expone San Bernardo, los montes y collados que había de atravesar Jesucristo con tanto apresuramiento para salvar a los hombres: Helo aquí que viene saltando por las montañas, brincando por las colinas.

Piensa aquí como el divino Padre, enviando a su Hijo para ser nuestro Redentor y sellar la paz entre Él y los hombres, se obligó en cierto modo a perdonarnos y amarnos, por razón del pacto que hizo de recibirnos en su gracia, puesto que el Hijo satisfacía por nosotros a la divina justicia. A su vez, el Verbo divino, habiendo aceptado la comisión del Padre, el cual (enviándolo a redimirnos) nos lo daba, se obligo también a amarnos, no ya por nuestro meritos, más para cumplir la piadosa voluntad del Padre.

Afectos y súplicas

Amado Jesús mío, si es verdad, como dice la ley, que el dominio se adquiere con la donación, vos sois mío, por haberos vuestro Padre entregado a mí: por mí nacisteis y por mí os habéis dado. Por eso puedo con razón exclamar: Dios mío y mi todo. Y ya que sois mío, mías son vuestras cosas, como me lo afirma vuestro Apóstol: ¿Cómo no juntamente con El nos dará de gracia todas las cosas? Mía es vuestra sangre, míos vuestros meritos, mía vuestra gracia, mío vuestro paraíso. Y si sois mío, ¿quién podrá nunca separaros de mí? Nadie podrá quitarme a Dios, exclamaba jubiloso San Antonio Abad. Así quiero yo exclamar en adelante. Tan sólo por culpa mía puedo perderos y separarme de vos; pero, Jesús mío, si en lo pasado os dejé y perdí, ahora me arrepiento con toda el alma y me resuelvo a perderlo todo, aun la vida, antes que perderos a vos, bien infinito y único amor de mi alma. Os doy gracias, Padre eterno, por haberme dado a vuestro Hijo, y a cambio de habérmelo dado por completo a mí, miserable, yo me entrego todo a vos. Por amor de este mismo Hijo, aceptadme y estrechadme con los lazos de amor a este mi Redentor, pero estrechadme de manera que pueda también exclamar: ¿Quién nos apartara del amor de Cristo? ¿Qué bien del mundo podrá separarme de mi Jesucristo? Salvador mío, pues sois todo mío, sabed que yo soy todo vuestro; disponed de mi y de mis cosas como os agradare. ¿Cómo podría negar nada a Dios, que no me negó nada, ni su sangre ni su vida?

María, Madre mía, custodiadme con vuestra protección. No quiero ya pertenecerme más, sino pertenecer por completo a mi Señor. Pensad en hacerme fiel; en vos confió.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 15-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XV

Invenietis infantem positum in præsepio. (Luc. II, 12).

Hallaréis al Niño echado en un pesebre.

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LA ADORACIÓN DE LOS PASTORES, BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO.

Contemplando la santa Iglesia este gran misterio y este gran prodigio de aparecer un Dios nacido en un establo, toda admirada exclama: ¡Oh grande misterio, y admirable Sacramento! que los animales viesen al Señor nacido recostado en un pesebre.

Para contemplar con ternura y amor el nacimiento de Jesús, debemos pedir al Señor que nos de una fe viva; porque si entramos sin fe en la gruta de Belén, no experimentaremos mas que un afecto de compasión, al ver un niño reducido a un estado tan pobre, que naciendo en el corazón del invierno, es reclinado en un pesebre de bestias, sin fuego, y en medio de una fría cueva. Pero si entramos con fe, y vamos considerando qué exceso de bondad y de amor ha sido el que un Dios haya querido reducirse á comparecer pequeñito infante, estrechado entre las fajas, colocado sobre la paja, que gime, que tiembla de frío  que no puede moverse, que tiene necesidad de leche para vivir, ¿cómo es posible que cada uno de nosotros no se sienta atraído, y dulcemente obligado á dar todos sus afectos á este Dios niño, que se ha reducido á tal estado para hacerse amar?

Dice san Lucas, que los pastores después de haber visitado á Jesús en el establo, se volvieron glorificando y loando á Dios por todas las cosas que habían oído y visto. Y pues ¿qué es lo que habían visto? No otro que un pobrecito niñito tiritando de frío, sobre unas pocas pajas ; mas por cuanto estaban iluminados de la fe, reconocieron en aquel infante el exceso del amor divino; del cual inflamados iban después alabando y glorificando á Dios en la contemplación de haber tenido la suerte de ver un Dios anonadado y desmayado por amor de los hombres. Exinanivit semetipsum.

Afectos y súplicas.

¡Oh amable, oh mi dulce Niño! aunque os miro tan pobre sobre esa paja, yo os confieso y os adoro por mi Señor y Criador. Comprendo ya quién os ha reducido á estado tan miserable; ha sido el amor que me habéis tenido. Acordándome, pues, ó Jesús mio, de la manera que en lo pasado os he tratado, y de las injurias que os he hecho, me maravillo como habéis podido soportarme.

 ¡Malditos pecados! ¿Qué habéis hecho? me habéis hecho llenar de amargura el corazón de este mi enamorado Señor. Ea, pues, mi amado Salvador, por los dolores que sufristeis, y por las lágrimas que derramasteis en el establo de Belén, dadme lágrimas, dadme Un gran dolor que haga llorar toda mi vida los disgustos que os he ocasionado. Dadme amor hacia Vos, pero un amor tal que compense las ofensas que os he hecho.

Os amo, mi chiquito Salvador, os amo, Dios niño y amor mio, mi vida y mi todo. Os prometo de aquí en adelante no amar á otro que á Vos. Ayudadme con vuestra gracia, sin la que nada puedo. María, esperanza mía, Vos alcanzáis cuanto queréis de este Hijo, alcanzadme su santo amor. Madre mía, escuchadme.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 14-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XIV

Quæ utilítas in sanguine meo, dum descendo in corruptionem? (Psalm. XXIX, 10).

¿Qué provecho hay en mi sangre, si desciendo á la corrupción?

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LA CUCIFIXIÓN, GIOTTO DI BONDONE.

Reveló Jesucristo á la venerable Águeda de la Cruz, que estando en el seno de María, la que mayor dolor le causó entre todas las penas, fue ver la dureza de los corazones de los hombres, que habían de menospreciar después de su redención las gracias que había venido a derramar sobre la tierra. Y este sentimiento, bien pronto lo expresó él mismo por boca de David en las palabras del salmo arriba puestas, comúnmente entendidas por los santos Padres, según las explica san Isidoro; y es como sigue: Dum descendo in corrupiionem, esto es, cuando desciendo a tomar la naturaleza humana tan corrompida de vicios y de pecados, Padre mío, parece que dijera el Verbo divino, yo voy á vestirme de carne, y luego á derramar toda mi sangre por los hombres; pero ¿qué provecho habrá en ella? La mayor parte de los hombres no harán caso de esta mi sangre, y seguirán ofendiéndome como si nada hubiese yo hecho por su amor.

Esta pena fue aquel cáliz amargo del cual pidió Jesús al eterno Padre le librase. ¡Qué cáliz! ver tanto desprecio de su amor! Esto le hizo aun clamar sobre la cruz: Dios mio, Dios mio, ¿por qué me has desamparado? Reveló el Señor á santa Catalina de Sena, que el desamparo de que se lamentó era el ver que su Padre había de permitir que su pasión y su amor hubieran de ser desestimados de tantos hombres por quienes moría. Esta misma pena, pues, atormentaba á Jesús niño en el seno de María, al mirar desde allí tanta costa de dolores, de ignominias, de sangre y de una muerte cruel y afrentosa, con tan poco fruto.

Vio ya entonces el santo Infante aquello que decía el Apóstol de muchos, o más bien la mayor parte, los cuales habían de hollar la sangre del Hijo de Dios, tenerla por vil y profanarla, ultrajando la gracia que esta misma sangre les adquiría. Pero si hemos sido del número de estos ingratos, no desesperemos. Jesús al nacer viene ofreciendo la paz á los hombres de buena voluntad, como hizo anunciarlo por los Ángeles: et ín terra pax hominibus bonæ voluntatis.

Mudemos, pues, nuestra voluntad, arrepintiéndonos de nuestros pecados, y proponiendo amar a este buen Dios; así hallaremos la paz, esto es, la amistad divina.

Afectos y súplicas

Amabilísimo Jesús mío, ¡cuánto os he hecho padecer aun en vuestra vida! Vos habéis derramado la sangre por mí con tanto dolor y con tanto amor; y hasta aquí ¿qué fruto habéis sacado de mí? desprecios, disgustos y ofensas. Pero, Redentor mío, yo no quiero afligiros mas; espero que en lo venidero vuestra pasión hará fruto en mí con vuestra gracia, la cual veo me asiste ya. Habéis padecido tanto, y habéis muerto por mí para que os amase; quiero, pues, amaros sobre todo bien; y por daros gusto, estoy pronto a sacrificar mil veces la vida.

Padre eterno, yo no tendré atrevimiento de comparecer delante de Vos á pediros ni perdón ni gracia; mas vuestro Hijo me dice, que cualquiera gracia que pida en nombre suyo, me la concederéis. Os ofrezco, pues, los méritos de Jesucristo, y antes os pido en nombre del mismo un perdón general de todos mis pecados; os pido la santa perseverancia hasta la muerte, y sobre todo os pido el don de vuestro santo amor, que me haga vivir siempre según vuestra voluntad divina.

En cuanto á la mía, yo estoy resuelto á elegir antes mil muertes, que ofenderos, á amaros con todo el corazón, haciendo cuanto pueda por complaceros; mas para ¡todo esto os pido y de Vos espero la gracia de ejecutarlo! Madre mía, María, si Vos rogáis por mí estoy seguro. Rogad, rogad, y no ceséis jamás de rogar si no me veis mudado y reducido como Dios me quiere.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 13-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XIII

JESÚS SE OFRECIÓ DESDE EL PRINCIPIO POR NUESTRA SALVACIÓN.

Oblatus est quia ipse voluit.

Fue maltratado, mas El se doblegó.

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El Verbo Divino, desde el primer instante que se vio hecho hombre y niño en el seno de María, se ofreció por si mismo a las penas y a la muerte, por el rescate del mundo. Sabía que todos los sacrificios de los machos cabríos y de los toros ofrecidos a Dios en la antigüedad no habían podido satisfacer por las culpas de los hombres, sino que se necesitaba una persona divina que satisficiese por ellos el precio de su redención. Por lo cual dijo, como nos certifica el Apóstol: Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me diste un cuerpo a propósito . Entonces dije: Heme aquí presente. Padre mío (dijo Jesucristo), todas las victimas a vos ofrecidas hasta ahora no bastan ni bastaran a satisfacer vuestra justicia; me disteis un cuerpo pasible para que con la efusión de mi sangre os aplaque y salve a los hombres: ecce venio, heme pronto; todo lo acepto y en todo me someto a vuestro querer.

La parte inferior experimentaba, naturalmente, repugnancia y rehusaba a vivir y morir entre tanta pena y oprobio, pero venció la parte racional, que estaba por completo subordinada a la voluntad del Padre, y acepto todo, comenzando Jesús a padecer, desde aquel punto, todas las angustias y dolores que sufriría en los años de su vida. Así obro nuestro divino Redentor desde los primeros instantes de su entrada en el mundo.

Y ¿cómo nos hemos portado nosotros con Jesús desde que, llegados al uso de razón, comenzamos a conocer con la luz de la fe los sagrados misterios de la redención? ¿Qué pensamientos, soberbias, venganzas, sensualidad: he ahí los bienes que aprisionaron los afectos de nuestro corazón. Más, si tenemos fe, mudemos de vida y de amores: amemos a un Dios que tanto padeció por nosotros. Acordémonos de las penas que el Corazón de Jesús padeció por nosotros desde niño, y así no podremos amar más que a este Corazón, que tanto nos ha amado.

Afectos y súplicas

Señor mío, ¿queréis saber cómo me porté con vos en mi vida? Desde que comencé a tener uso de razón empecé a menospreciar vuestra gracia y vuestro amor. Pero mejor que yo lo sabéis vos, y , a pesar de ello, me soportasteis porque aun me queréis mucho. Hui de vos, y vos os acercasteis llamándome. Aquel mismo amor que os hizo bajar del cielo en seguimiento de las ovejuelas perdidas, hizo que me sufrieseis y no abandonaseis. Jesús mío, ahora me buscáis y yo os busco. Siento que vuestra gracia me asiste; me asiste con el dolor de los pecados, que aborrezco sobre todo otro mal; me asiste con el gran deseo que tengo de amaros y de daros gusto . Sí, señor mío, os quiero amar y complacer cuanto pueda. Cierto que temo por mi fragilidad y la debilidad contraída a causa de mis pecados, pero mucho mayor es la confianza que vuestra gracia me infunde, haciéndome esperar en vuestros méritos y dándome grande ánimo para exclamar: Para todo siento fuerzas en aquel que me conforta. Si soy débil, vos me daréis fuerza contra mis enemigos; si estos enfermo, espero que vuestra sangre será mi medicina; si soy pecador, confió en que me santificareis. Confieso que en lo pasado coopere a mi ruina , porque deje de acudir a vos en los peligros. De hoy en adelante, Jesús mío y esperanza mía, a vos quiero recurrir y de vos espero toda ayuda y todo bien. Os amo sobre todas las cosas y nada quiero amar fuera de vos. Ayudadme, por piedad, por el merito de tantas penas como desde niño sufristeis por mí, Eterno Padre, por amor de Jesucristo aceptad que os ame. Si os enoje, aplacaos al ver las lagrimas del Niño Jesús, que os ruega por mí: En la faz de tu ungido pon los ojos. Yo no merezco gracias, pero las merece este hijo inocente, que os ofrece una vida de penas para que seáis conmigo misericordioso.

Y vos, María, Madre misericordiosa, no dejéis de interceder por mi; Sabéis cuanto confió en vos, y yo bien se que no abandonáis a quien a vosotros recurre.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 12-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XII

Creavit Dominus novum super terram. (Jerem. XXXI, 22)

El Señor ha criado una cosa nueva sobre la tierra.

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Antes de la venida del Mesías, el mundo estaba sepultado en una noche tenebrosa de ignorancia y de pecados. Apenas el verdadero Dios era conocido en un solo ángulo de la tierra, á saber, en la Judea. En lo restante reinaba la más espantosa idolatría. Todo lo ocupaba la noche del pecado, el cual ciega a las almas y las llena de vicios, y las priva de ver el miserable estado en que viven, enemigas de Dios, condenadas al infierno; pudiendo decir con el Salmista: Pusiste tinieblas, y fue hecha la noche; en ella transitarán todas las bestias de la selva.

De estas tinieblas, pues, vino Jesús a libertar el mundo. Lo libró de la idolatría, dando á conocer al verdadero Dios, y lo libró del pecado con la luz de su doctrina y de sus divinos ejemplos; pues como dice san Juan: Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.

Predijo el profeta Jeremías, que Dios debía crear un nuevo niño, para ser el Redentor de los hombres: Creavit Dominus novum super terram. Este nuevo niño fue Jesucristo; él es el Hijo de Dios, que enamora al paraíso, y es el amor del Padre, el cual habló de esta manera: Este es mi Hijo el amado, en quien yo mucho me he complacido. Y este Hijo es aquel que se ha hecho niño, habiendo dado mas gloria y honor en el primer momento que ha sido criado, que le han dado y estarán para darle todos los Ángeles y Santos juntos por toda una eternidad. Por esto en el nacimiento de Jesús cantaron los Ángeles: Gloria á Dios en las alturas.

Ha dado, repito, á Dios más gloria Jesús aun niño, que le quitaron todos los pecados de los hombres. Cobremos, pues, ánimo nosotros pobres pecadores, ofrezcamos al eterno Padre este Infante, presentémosle las lágrimas, la obediencia, la humildad, la muerte y los méritos de Jesucristo, y recompensaremos á Dios las injurias que le hemos hecho con nuestras ofensas.

Afectos y súplicas.

¡Ah mi Dios eterno! yo os he deshonrado posponiendo tantas veces vuestra voluntad á la mía, y vuestra santa gracia á mis viles intereses y miserables satisfacciones… ¿Qué esperanza de perdón habría para mí, si Vos no me hubieseis dado á Jesucristo precisamente á este fin, para que fuese la esperanza de nosotros pecadores? Él es, dice el Apóstol, propiciación por los pecados nuestros. Sí, porque Jesucristo sacrificándoos la vida en satisfacción de las injurias que nosotros os hemos hecho, os ha dado más honor que nosotros deshonra con nuestros pecados.

Recibidme, pues, oh Padre mío, por amor de Jesucristo. Me arrepiento, oh bondad infinita, de haberos ultrajado: he pecado contra el cielo y en vuestra presencia; no soy digno de llamarme hijo tuyo. Ciertamente yo no soy digno de perdón, pero es digno Jesucristo de ser oído de Vos. Él os rogó por mí un día en la cruz: Pater ignosce, y ahora en el cielo os está diciendo, que me recibáis por hijo: Tenemos por abogado con el Padre á Jesucristo, que intercede por nosotros, dice san Juan  Recibid un hijo ingrato que antes os dejó, mas ahora vuelve resuelto á amaros otra vez.

Sí, Padre mío, yo os amo, y quiero siempre amaros. ¡Ah! Padre mío, ahora que he conocido el amor que me habéis tenido, y la paciencia con que me habéis sufrido tantos años, no me fío de vivir mas sin amaros. Dadme un grande amor, que me haga siempre llorar los disgustos que he dado á Vos, Padre mío, tan bueno, y me haga siempre arder de amor hacia un Padre tan amante. Padre mío, yo os amo, yo os amo, yo os amo. ¡Oh María! Dios es mi Padre, y Vos sois mi Madre. Todo lo podéis con Dios, ayudadme, alcanzadme la santa perseverancia y su santo amor.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 11-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN XI

Iniquitates nostras ipse portavit. (Isai. LIII).

Llevó sobre si nuestras maldades.

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Considera como el Verbo divino, haciéndose hombre, no solo quiso tomar la figura de pecador, sino que también cargar sobre si todos los pecados de los hombres, y satisfacer por ellos como si fuesen propios, es decir, como si los hubiese cometido. Ahora pensemos de aquí en qué opresión y angustia debía hallarse el Corazón del Niño Jesús, que ya se había cargado con todos los pecados del mundo, viendo que la justicia divina pedía de él una plena satisfacción.

Conocía bien la malicia de todo pecado, cuando con la luz de la divinidad que le acompañaba comprendía inmensamente, más que todos los hombres y todos los Ángeles, la infinita bondad de su Padre, y el mérito infinito que tiene para ser respetado y amado. Después veía á las claras delante de sí innumerables pecados de los hombres, por los que debía él padecer y morir. Hizo ver el Señor una vez a santa Catalina de Génova la fealdad de una sola culpa venial; y a tal vista, fue tan grande el espanto y el dolor de la Santa, que cayó desmayada en tierra.

¿Qué pena seria, pues, la de Jesús niño, al verse luego que vino al mundo presentado ante el inmenso cúmulo de maldades de todos los hombres, por las cuales debía satisfacer? «Ya entonces, dice san Bernardino de Sena, tuvo conocimiento de cada culpa «en particular de todos los hombres.» Por esto añade el cardenal Hugo, que los verdugos le atormentaron exteriormente crucificándole; pero nosotros interiormente pecando; y mas afligió al alma de Jesucristo cada pecado nuestro, que afligió a su cuerpo la crucifixión y la muerte. He aquí, pues, la recompensa que ofreció a este divino Salvador cualquiera que se acuerde de haberle ofendido con pecado mortal.

Afectos y súplicas.

Mi amado Jesús, yo que hasta ahora os he ofendido, no soy digno de gracia; mas por el mérito de aquellas penas que padecisteis y ofrecisteis a Dios a la vista de todos mis pecados, satisfaciendo por ellos a la justicia divina, hacedme participante de la luz con que Vos entonces conocisteis su malicia, y de aquella aversión con que los detestasteis. Porque ¿se habrá de verificar, oh mi Salvador, que yo soy verdugo de vuestro corazón todos los momentos de vuestra vida, y aun mas cruel que cuantos os crucificaron? ¿Y que esta pena la he renovado y acrecentado siempre que he vuelto a ofenderos?

Señor, Vos habéis muerto ya para salvarme; pero no basta para esto vuestra muerte, si yo de mi parte no detesto sobre todo mal y no tengo verdadero dolor de las ofensas que os he hecho. Mas este dolor también me lo habéis de dar Vos, que lo dais á quien os lo pide. Yo os lo pido por el mérito de todas vuestras penas que padecisteis en esta tierra: dádmelo tal, que corresponda a mi malicia.

Ayudadme, Señor, a hacer este acto de contrición: Eterno Dios, sumo e infinito bien; yo miserable gusano he tenido el atrevimiento de perderos el respeto, y despreciar vuestra gracia. Yo detesto sobre todo mal y aborrezco la injuria que os he hecho; me arrepiento de ello con todo el corazón, no tanto por el infierno que he merecido, cuanto porque que he ofendido vuestra infinita bondad. Espero por los méritos de Jesucristo que me perdonaréis, y espero también con el perdón la gracia de amaros.

Os amo, oh Dios digno de infinito amor, y siempre quiero repetiros, yo os amo, yo os amo, yo os amo, y como os decía vuestra amada santa Catalina de Génova estando al pie de vuestra cruz, de la misma manera yo que estoy a vuestros pies quiero deciros: «Señor mio, no mas pecados, «no mas pecados.» No, Jesús mío, que Vos no merecéis ser ofendido, sí que solamente merecéis ser amado. Redentor mío, ayudadme. Madre mía María, socorredme, no os pido otra cosa que vivir amando a Dios en esta vida que me resta.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 10-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN X

Virum dolorum et scientem infirmitatem. (Isai. LIII, 3).

Varón de dolores y que sabe de trabajos.

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Así llamó el profeta Isaías a Jesucristo, el hombre de dolores; sí, porque este hombre fue engendrado para padecer, y desde niño comenzó á sufrir los mayores dolores que jamás habían sufrido los otros. El primer hombre Adán tuvo algún tiempo en que gozó en esta tierra las delicias del paraíso terrenal. Pero el segundo Adán, Jesucristo, no tuvo momento alguno de su vida que no estuviese lleno de afanes y agonías; habiéndole ya afligido desde niño la vista funesta de todas las penas e ignominias que debía padecer en su vida, y especialmente después en su muerte, sumergido en una tempestad de dolores y oprobios; como ya predijo David por aquellas palabras: He llegado a alta mar, y la tempestad me vio anegado.

Jesucristo desde el vientre de María aceptó la obediencia dada á él por el Padre, acerca de su pasión y muerte: Facius  obediens usqve ad mortem; pues que desde el vientre de María previó los azotes, y ofreció a estos sus carnes: previó las espinas y ofrecióles su cabeza: previó las bofetadas y ofreció sus mejillas: previó los clavos y ofreció las manos y los pies: previó la cruz y ofreció su vida. De aquí fue, que nuestro Redentor desde la primera infancia, en todos los momentos de su vida padeció un continuo martirio, y este le ofreció sin cesar por nosotros al eterno Padre.

Pero lo que mas le afligió fue la vista de los pecados que debían cometer los hombres, aun después de su penosa redención. Conocía bien con su luz divina la malicia de todos los pecados, y para quitarlos venia al mundo; mas viendo además un número grande que se habían de cometer después, esto dio mayor pena al corazón de Jesús, que las penas que han padecido y padecerán todos los hombres de la tierra.

Afectos y súplicas.

Dulce Redentor mío, ¿cuándo será que yo comience a ser agradecido a vuestra bondad infinita? ¿Cuándo comenzaré a reconocer el amor que me habéis tenido, y las penas que por mí habéis sufrido? Hasta aquí en vez de amor y gratitud os he dado ofensas y desprecios. ¿Deberé, pues, seguir siempre viviendo ingrato a Vos, Dios mío, que nada habéis excusado por conquistaros mi amor? No, Jesús mío, no ha de ser así. Yo quiero en los días que me restan de vida seros agradecido, y Vos me habéis de ayudar.

Si os he ofendido, vuestras penas y vuestra muerte son mi esperanza. Vos habéis prometido perdonar al que se arrepiente. Yo me arrepiento con toda el alma de haberos despreciado. Cumplid vuestra palabra, amor mío, perdonadme. Oh mi amado Niño, en ese pesebre os contemplo clavado ya en la cruz que tenéis presente y aceptáis por mí.

Infante mío crucificado, os diré, yo os doy gracias y os amo. Vos sobre esa paja, padeciendo por mí, y preparándoos ya para morir por mi amor, me convidáis y mandáis que os ame diciendo: Amarás al Señor tu Dios. Y yo no deseo otro que amaros. Ya, pues, que de mí queréis ser amado, dadme todo el amor que de mí exigís. El amor hacia Vos es don vuestro, y el don más grande que podéis hacer a un alma.

Aceptad, o Jesús mío, por amante vuestro un pecador que tanto os ha ofendido. Vos habéis venido del cielo a buscar las ovejuelas perdidas: buscadme, pues, que yo no busco a otro que a Vos. Queréis mi alma, y ella no quiere a otro que a Vos. Amáis a quien os ama diciendo: Diligentes me diligo. Yo os amo, amadme también Vos, y si me amáis, atadme a vuestro amor, y atadme de manera que no pueda se pararme más de Vos. María madre mía, ayudadme. Sea también vuestra gloria ver amado a vuestro Hijo de un miserable pecador, que antes tanto le ha ofendido.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 9-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN IX

Dilexit nos,et tradidit semelipsum pro nobis. (Ephes. V, II).

Nos amó y se entregó á si mismo por nosotros.

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San José y el Niño, Georges de la Tour.

Considera como el Verbo eterno es aquel Dios infinitamente feliz en sí mismo; de manera que su felicidad no puede ser ya mas grande, ni la salvación de todos los hombres podía aumentarla, ni disminuirla cosa alguna. Y con todo, ha hecho, y padecido tanto por salvar á nosotros miserables gusanos, que si su bienaventuranza (dice santo Tomás) hubiese dependido de la del hombre, no habría podido padecer ni sufrir más. Quasi sine ipso beatus esse non posset.

Y en verdad, si Jesucristo no pudiera haber sido bienaventurado sin redimirnos ¿cómo hubiera podido humillarse mas de lo que se ha humillado, hasta tomar sobre sí nuestras enfermedades, los abatimientos de la infancia, las miserias de la vida humana, y una muerte tan cruel é ignominiosa? Solo un Dios era capaz de amar con tanto exceso á nosotros miserables pecadores, que éramos tan indignos de ser amados. Dice un devoto autor, que si Jesucristo nos hubiese permitido pedirle las pruebas mas grandes de su amor, ¿quién jamás se habría atrevido á demandarle que se hiciese niño como nosotros, que se vistiese de todas nuestras miserias, y además fuese el mas pobre entre todos los hombres, el mas vilipendiado y el mas maltratado, hasta morir por manos de verdugos y á fuerza de tormentos sobre un infame patíbulo, maldecido y abandonado de todos, hasta de su mismo Padre que desampara el Hijo, por no dejarnos sepultados en nuestras ruinas?

Pero lo que nosotros no nos habríamos ni aun atrevido á pensar, el Hijo de Dios lo pensó, y lo ha ejecutado. Desde niño se ha sacrificado por nosotros á las penas, á los oprobios y á la muerte. Dilexit nos, el tradidit semetipsum pro nobis.

Nos ha amado, y por amor se nos ha dado así mismo, á fin de que ofreciéndole por víctima al Padre en satisfacción de nuestras deudas, podamos por sus méritos alcanzar de la bondad divina cuantas gracias deseemos: víctima mas estimada al Padre, que si le fuesen ofrecidas las de todos los hombres, y de todos los Ángeles. Ofrezcamos, pues, nosotros siempre á Dios los méritos de Jesucristo, y por ellos pidamos y esperemos todo bien.

Afectos y súplicas.

¡Jesús mio! demasiada injusticia haría yo á vuestra misericordia y á vuestro amor, si después que me habéis dado tantas muestras del afecto que me tenéis, y de la voluntad de salvarme, desconfiase de vuestra piedad y amor.

 ¡Mi amado Redentor! Yo soy un pobre pecador, pero á estos habéis venido Vos a buscar, según aquello que dijisteis: No he venido á llamar los justos, sí los pecadores. Soy un pobre enfermo, pero á estos habéis venido á curar. Estoy perdido por mis pecados, mas a tales perdidos habéis venido á salvar, porque el Hijo del Hombre vino á salvar lo que había perecido.

¿Qué puedo temer, pues, si quiero enmendarme y ser vuestro? Solamente debo temer de mí y de mi debilidad; Pero esta mi debilidad y pobreza debe aumentarme la confianza en Vos, que habéis protestado ser el refugio de los pobres, y escuchar sus deseos.

Esta gracia, pues, os pido, Jesús mío, dadme confianza en vuestros méritos, y haced que por ellos siempre roe encomiende á Dios. Padre eterno, salvadle del infierno, y antes del pecado por amor de Jesucristo. Por los méritos de este Hijo dadme luz para seguir vuestra voluntad: dadme fuerza contra las tentaciones; dadme el don de vuestro santo amor. Y sobre todo os suplico me deis la gracia de pediros siempre que me ayudéis por amor de Jesucristo, el cual ha prometido que Vos concederéis cuanto os pidiéremos en su nombre. Si de esta manera continúo pidiéndoos, ciertamente me salvaré; pero si no lo hago así, me perderé seguramente. María santísima, alcanzadme esta gracia suma de la oración de perseverar encomendándome á Dios y también á Vos, que alcanzáis de Dios cuanto queréis.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 8-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN VIII

Deus autem, qui dives est in misericordia, propter nimiam charitatem suam qua dilexit nos, et cum essemus mortui peccatis, convivificavit nos Christo. (Ephes. II, 4,5).

Mas, Dios, que es rico en misericordia, por su extremada caridad con que nos amó, aun cuando estábamos muertos por los pecados, nos dio vida juntamente con Cristo.

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Libro de las Horas, del Duque de Berry.

Considera que la muerte del alma es el pecado; pues que este enemigo de Dios nos priva de la divina gracia, que es la vida del alma. Nosotros, miserables pecadores, por nuestras culpas estábamos ya todos muertos y condenados al infierno. Dios, por el inmenso amor que tenía a nuestras almas, quiso volvernos la vida, y ¿qué hizo? Envió a la tierra su Unigénito, para que muriese, á fin de que él mismo nos recobrase la vida con su muerte. Con razón, pues, el Apóstol llama a esta obra de amor, extremada caridad. Sí, porque no pudiera jamás esperar el hombre recibir de un modo tan amoroso la vida, si Dios no hubiese hallado esta manera de redimirle para siempre, æterna redemptione inventa.

 Estaban todos los hombres muertos, y no había redención para ellos. Pero el Hijo de Dios, por las entrañas de su misericordia, viniendo del cielo, oriens ex alto, nos ha dado la vida; y por esto justamente llama el Apóstol a Jesucristo nuestra vida.

He aquí a nuestro Redentor, que vestido ya de carne y hecho niño nos dice: he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia. A este fin vino a tomar sobre sí la muerte, para darnos la vida.

Razón es, pues, que nosotros vivamos solamente para aquel Dios que se ha dignado morir por nosotros: razón es que Jesucristo sea el único señor de nuestro corazón, ya que ha derramado su sangre, y dado la vida para ganárselo; porque, como dice san Pablo: Por esto murió Cristo y resucitó, para ser Señor de muertos y de vivos. ¡Oh Dios! ¿Quién será aquel ingrato e infeliz, que creyendo por la fe haber muerto un Dios para cautivarse su amor, rehúse después amarle; y renunciando a su amistad, quiera hacerse voluntariamente esclavo del infierno?

Afectos y súplicas.

¡Con qué, Jesús mio! si Vos no hubieseis aceptado y sufrido la muerte por mí, yo habría quedado muerto en mi pecado, sin esperanza de salvarme, y de poder ya mas amaros! Pero después que con vuestra muerte me habéis alcanzado la vida, yo de nuevo la he perdido voluntariamente tantas veces, volviendo a pecar! Vos habéis muerto por ganar mi corazón, y yo rebelándome contra Vos, lo he hecho esclavo del demonio.

Os he perdido el respeto, y he dicho no quereros por mi Señor. Todo es verdad; mas lo es también que Vos no queréis la muerte del pecador, sino que se convierta y viva; y por esto habéis muerto, por darnos la vida. Yo me arrepiento de haberos ofendido, Redentor mío amado, y Vos perdonadme por los méritos de vuestra pasión; dadme vuestra gracia; dadme aquella vida que me habéis adquirido con vuestra muerte, y de hoy en adelante dominad plenamente en mi corazón.

 No, no quiero que sea mas dueño el demonio; él no es mi Dios, no me ama, nada tampoco ha padecido por mi. Por lo pasado, no ha sido verdadero señor de mi alma, sino ladrón; Vos solo, Jesús mio, sois mi verdadero dueño, que me habéis criado, y redimido con vuestra sangre; Vos solo me habéis amado, y amado tanto. Razón es, pues, que sea solamente vuestro en el tiempo que me resta de vida.

Decid qué es lo que queréis de mí, que todo quiero hacerlo. Castigadme como os plazca, yo todo lo acepto. Ahorradme solo el castigo de vivir sin vuestro amor, haced que os ame, y después disponed como queráis de mí. María santísima, refugio y consuelo mío, recomendadme a vuestro Hijo. Su muerte y vuestra intercesión son toda mi esperanza.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 7-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN VII

DESEO QUE TUVO JESÚS DE PADECER POR NOSOTROS

Baptismo habeo baptizari; et quomodo coarctor usquedum perficiatur 15.

Con bautismo tengo que ser bautizado, y ¡qué angustias las mías hasta que se cumpla!

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LA ÚLTIMA CENA, GIOTTO.

I. Podía Jesús salvarnos sin padecer, pero no lo hizo, sino que quiso abrazarse con vida de dolores y desprecios, privada de todo consuelo terreno y abocada a muerte amarguísima y desolada, sólo para darnos a entender el amor que nos tenía y el deseo que le consumía de que le amaramos. Paso toda la vida suspirando por la hora de la muerte, que deseaba ofrecer a Dios para alcanzarnos la salvación eterna.

Tal deseo le hizo exclamar: Con bautismo tengo que ser bautizado, y ¡qué angustias las mías hasta que se cumpla! Deseaba ser bautizado con su misma sangre para lavar, no ya los suyos, sino nuestros pecados.

¡Oh amor infinito, desgraciado quien no os conoce ni os ama!

II. Este deseo le hizo decir después, en la noche anterior a su muerte: Con deseo desee comer esta Pascua con vosotros. Con tales palabras patentizaba no haber tenido más deseo en su vida que ver llegar el tiempo de su pasión y su muerte, para que el hombre conociera el amor inmenso que le tenía.

¡Oh Jesús!, si tanto deseáis nuestro amor que para alcanzarlo no titubeasteis en morir, ¿cómo podría yo negar nada a quien por amor mío entrego sangre y vida?

III. Dice San Buenaventura que es cosa maravillosa ver a un Dios padecer por amor a los hombres, pero que es aun más maravilloso considerar cómo los hombre que lo ven padecer tanto por su amor, tiritar de frio en la gruta, vivir como pobre artesano en un taller, morir como reo en una cruz, no se sienten abrasados de amor hacia un Dios tan amante, y hasta llegan a despreciar este amor por miserables placeres terrenos. Mas ¿cómo será posible que un Dios esté tan enamorado de los hombres, y que los hombres, tan agradecidos entre sí, sean tan ingratos para con Dios?

¡Ah Jesús mío!, que entre estos ingratos me hallo yo, pobre de mí. Decidme cómo pudisteis padecer tanto por mí, sabiendo las injurias con que os habría de atribular. Pero, ya que me soportasteis hasta el presente y queréis salvarme, infundidme profundo dolor de mis pecados, dolor que iguale a mis ingratitudes. Odio y detesto profundamente, Señor mío, los disgustos que os he dado. Si en lo pasado desprecie vuestra gracia, ahora la estimo más que todos los reinos de la tierra. Os amo con toda el alma, ¡Oh Dios! digno de infinito amor, y deseo vivir solo para amaros. Acrecentad estas llamas y dadle más amor. Recordadme siempre el amor que me tuvisteis, para que mi corazón arda siempre en amor por vos como el vuestro arde en amor por mi.- Corazón ardoroso de María, abrasad mi pobre corazón en el fuego del Santo amor.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 6-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN VI

LA CONSIDERACIÓN DE NUESTROS PECADOS AFLIGIÓ A JESÚS DESDE EL SENO DE SU MADRE

Dolor meus in conspectu meo semper. (1)

Mi dolor está siempre ante mí.

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 LA VISITACIÓN, HERMANOS LIMBOURG.

I. Todas las aflicciones e ignominias que padeció Jesucristo en vida y en muerte, todas le estuvieron presentes desde el primer momento de su existencia, y a cada instante las ofrecía todas en satisfacción de nuestros pecados. Reveló el Señor a un siervo suyo que cada pecado de los hombres le causó en vida tanto dolor, que hubiera bastado a quitársela, si no la hubiese conservado para sufrir aun mas.

He aquí, pues, Jesús mío, la hermosa correspondencia que habéis recibido de los hombres, y en especial de mi. Vos empleasteis treinta años de vida en mi salvación, y yo tantas veces busque, en cuanto de mi dependía, haceros morir de dolor siempre que pecaba.

II. Escribe San Bernardino de Siena que Jesucristo veía en particular cada una de nuestras culpas. Esta consideración de nuestros pecados le continuó afligiendo profundamente desde que era niño. Y Santo Tomás añade que el conocimiento que tenía de la injuria que todo pecado hace a su Padre y el perjuicio que a nosotros nos causa, excedió al dolor de todos los pecadores contritos, incluso al de aquellos que murieron por la violencia de su contrición; y la explicación es que ningún pecador amo tanto a Dios y a la propia alma cuanto Jesucristo amó a su Padre y a nuestras almas.

Pues bien, Jesús mío, ya que nadie me amó más que vos, justo es que os ame más que a todos los demás; y hasta puedo decir que tan sólo vos me amasteis y que yo no quiero amar más que a solo vos.

III. La agonía que sufrió Jesús en el huerto de los Olivos a vista de nuestras culpas, que se había encargado de expiar, la padeció desde el seno de su Madre. Por eso, si la vida de Jesucristo fue una aflicción continuada a causa de nuestros pecados, estamos obligados, mientras vivamos, a no afligirnos de otro mal que de las culpas que hayamos cometido.

Amado Redentor mío, quisiera morir de dolor al pensar en las amarguras con que os he acibarado la vida. Amor mío, si me amáis, dadme tal dolor que me cause la muerte, para alcanzar así el perdón y la gracia de amaros con todas mis fuerzas. Os entrego por completo el corazón, y si no sé dároslo enteramente, tomadlo vos e inflamadlo en vuestro santo amor.- ¡Oh Abogada de los miserables, María, a vos me encomiendo!

(1)Salmo 37,18.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 5-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN V

JESÚS HIZO CUANTO PUDO

Y TODO LO SUFRIÓ POR NOSOTROS

Dilexit me, et tradidit semetipsum pro me. (1)

Me amó, y se entregó por mí.

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SAGRADA FAMILIA Y SAN JUAN, BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO.

I. ¡Oh Jesús mío! si por mi amor abrazasteis vida penosa y muerte amarga, bien puedo decir que vuestra muerte es mía, que míos son vuestros dolores, míos vuestros meritos, mío vos mismo, ya que por mi os entregasteis a tanta suerte de padecimientos.

¡Ah Jesús mío!, la pena que mas me aflige es pensar en el tiempo en que erais mío, habiéndoos yo luego perdido tantas veces voluntariamente. Perdonadme, unidme a vos y no permitáis que os tenga que perder en adelante. Os amo con toda mi alma. Vos deseáis ser todo mío y yo quiero ser todo vuestro.

II. Por ser el Hijo de Dios, Dios verdadero, es infinitamente dichoso, y, con todo, tanto hizo y padeció por el hombre, que, según Santo Tomas, se diría no podía ser feliz sin el hombre. Si Jesucristo hubiera tenido que conquistarse en la tierra su propia felicidad, ¿que más hubiera podido hacer que cargar con todas nuestras debilidades, sufrir todas nuestras enfermedades y acabar la vida con muerte tan dura e infame? Pero no: El era inocente, era santo, era feliz por sí mismo, y cuanto hizo y padeció fue para obtenernos la gracia de Dios y el paraíso, que habíamos perdido.

¡Desgraciado quien no os ama, Jesús mío, ni vive enamorado de tan excelsa bondad!

III. Si Jesucristo nos hubiera permitido pedirle las mayores pruebas de su amor, ¿quién jamás hubiera osado pedirle se hiciera hombre como nosotros, abrazase nuestras miserias hasta troncarse en el más pobre, en el mas despreciado, en el mas maltratado de todos los hombres; hasta morir a puros tormentos en infame leño, maldito y abandonado de todo el mundo, hasta de su Padre Dios? Pero lo que nosotros no hubiéramos ni osado pensar, El lo pensó y ejecuto.

Amado Redentor mío, alcanzadme la gracia que con vuestra muerte me merecisteis. Os amo y me arrepiento de haberos ofendido; tomad mi alma, que no quiero la posea mas el demonio, sino vos, que la comprasteis con vuestra sangre. Vos solo amáis y a vos solo quiero amar. Libradme del castigo de vivir sin vuestro amor y después castigadme como os plazca.- María, Refugio mío, en la muerte de Jesús y en vuestra intercesión cifro mis esperanzas.

(1) Gálatas 2,20.

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 4-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN IV

FELICIDAD DE HABER NACIDO DESPUÉS DE LA REDENCIÓN

Y EN EL SENO DE LA VERDADERA IGLESIA

Ubi venit plenitudo temporis, misit Deus Filium Suum…,

ut eos, qui sub lege erant, redimeret.

Cuando vino la plenitud del tiempo, envió Dios desde

el cielo, de cabe si, a su propio Hijo… para rescatar a los

que estaban sometidos a la sanción de la ley.

AGNUS DEI, ATRIO DE LA BASÍLICA DE SAN EUFRASIO, POREC, CROACIA

AGNUS DEI, ATRIO DE LA BASÍLICA DE SAN EUFRASIO, POREC, CROACIA

I. ¡Cuánto debemos agradecer a Dios el habernos hecho nacer después de verificada la obra excelsa de la redención humana! Esto significa la expresión plenitudo temporis, el tiempo feliz por la plenitud de la gracia, que nos obtiene Jesucristo con su venida. ¡Pobres de nosotros sí, reos de tanto pecado cometido, hubiéramos vivido en la tierra antes de la venida de Jesucristo!

II. ¡En que miserable estado se hallaban los hombres antes de la venida del Mesías! El verdadero Dios apenas si era conocido en la Judea, al paso que en el resto del mundo reinaba la idolatría, de suerte que nuestros antepasados adoraban piedras, leños y demonios. Adoraban multitud de dioses, y el verdadero Dios no era por ellos amado ni conocido. Aun hoy en día, ¡cuántos países hay de escaso número de católicos, entre tanto y tanto infiel y hereje como ciertamente se pierden! ¡Cuán obligados estamos a Dios por habernos hecho nacer no tan solo después de la venida de Cristo, sino además en países donde reina la verdadera fe!

Gracias, Señor, por tan extraordinario beneficio. ¡Desgraciado de mi si, después de haber cometido tantos pecados, tuviere que vivir entre infieles y herejes! Reconozco, Dios mío, que me queréis salvar, y, a pesar de ello, ¡Cuantas veces me quise perder, al perder vuestra gracia! Tened compasión de mi alma, que tanto os costo, Redentor mío.

III. Envió Dios desde el cielo, de cabe si, a su propio Hijo, para rescatar a los que estaban sometidos a la sanción de la ley.- Peca, pues, el esclavo y con el pecado cae en poder del demonio, y acude su mismo Señor a rescatarlo con su muerte… ¡Oh amor inmenso, amor infinito de Dios para con el hombre! Por lo tanto, divino Redentor mío, si vos no me hubierais redimido con vuestra muerte, ¿qué habría sido de mi, que tantas veces merecí el infierno con mis pecados? Si vos, Jesús mío, no hubierais muerto por mí, os habría perdido para siempre, sin esperanza de recobrar ya mas vuestra gracia ni esperanza de ver un día en el cielo vuestro hermoso rostro.

Gracias, pues, querido Salvador mío, y un día, en el cielo espero agradecéroslo por toda la eternidad. Me arrepiento sobre todo otro mal de haberos despreciado en lo pasado; en adelante estoy resuelto a sufrir todas las penas y muertes antes que ofenderos; pero, como os traicione en lo pasado, puedo traicionaros también en lo por venir. ¡Ah, Jesús mío, no permitáis me separe de vos! Os amo, bondad infinita, y quiero amaros siempre en esta vida y por toda la eternidad. ¡Oh Reina y Abogada mía, María, tenedme siempre bajo vuestro amparo y libradme del pecado!

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 3-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN III

MOTIVOS DE CONFIANZA

EN LA ENCARNACION DEL VERBO

Quomodo non etiam cum illo omnia nobis donavit?

¿Cómo no justamente con El nos dará de gracia todas las cosas?

LA ENCARNACIÓN, BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO.

LA ENCARNACIÓN, BARTOLOMÉ ESTEBAN MURILLO.

I. Considera, alma mía, cómo el Eterno Padre, dándonos a su querido Hijo por redentor, no podía facilitarnos motivos más poderosos de confianza en su misericordia ni mas fuertes para amar su infinita bondad, ya que no podía patentizarnos prueba más evidente del deseo que tiene de nuestro bien y del amor inmenso que nos tiene, pues dándonos su Hijo, no tiene ya más que darnos.

¡Oh Dios eterno, que todos los hombres alaben vuestra infinita caridad!

II. Habiéndonos Dios dado a su Hijo, a quien ama tanto como a sí mismo, ¿cómo habríamos de temer, dice el Apóstol, que nos rehusara cualquier gracia que le pidiéramos? El Dios que nos dio a Su Hijo, no nos negara el perdón de las ofensas que le hubiéramos hecho si las detestamos sinceramente; no os negara la gracia de resistir a las tentaciones cuando se lo pedimos; no nos negara el santo amor cuando lo deseamos; no nos negara, finalmente, el paraíso, con tal de que no nos hagamos indignos de él por el pecado. Jesús mismo nos lo asegura en estos términos: Si alguna cosa pidiereis al Padre, os la concederá en nombre mío.

Apoyado, por tanto, en esta promesa, Dios mío, os pido que por amor de vuestro Hijo Jesús me perdonéis cuanto os injurie. Dadme la santa perseverancia en vuestra gracia hasta la muerte. Dadme vuestra santo amor, que me desprenda de todo para amar sólo a vuestra infinita bondad. Dadme el paraíso, para que llegue a amaros allí con todas mis fuerzas y para siempre, sin temor de dejaros ya de amar.

III. Asegúranos, por fin, el Apóstol que, poseyendo a Jesucristo, tan ricos somos de todo bien, que no nos falta gracia alguna.

Si, Jesús mío, vos sois todo bien, vos solo me bastáis y por vos solo suspiro. Si en lo pasado os he alejado de mi por el pecado, me arrepiento ahora de ello con todo mi corazón. Perdonadme y volved a mí, Señor y si ya estáis conmigo, como lo espero, no os apartéis mas de mi, mejor diré, no permitáis que yo os vuelva a arrojar de mi alma. Jesús mío, Jesús mío, mi tesoro, mi amor, mi todo, os amo, os amo, os amo y quiero amaros siempre.- ¡Oh María, esperanza mía, haced que siempre ame a Jesús!

Tomado de:

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 2-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN II

BONDAD DE DIOS PADRE Y DE DIOS HIJO EN LA OBRA DE LA REDENCIÓN

Et incarnatus est de Spiritu Sancto, et homo factus est.

Y encarnóse por obra del Espíritu Santo,

y se hizo hombre.

EXPULSIÓN DEL PARAÍSO. GUSTAVE DORÉ.

EXPULSIÓN DEL PARAÍSO. GUSTAVE DORÉ.

 

I.  Dios creó a Adán y lo enriqueció de dones; pero el hombre, ingrato, lo ultrajó con el pecado, privándose a si y a su descendencia de la divina gracia y del paraíso. Ved, pues, al género humano perdido y sin remedio. El hombre había ofendido a Dios, por lo que era incapaz de ofrendarle digna satisfacción: era preciso que una persona divina satisficiese por él. ¿Qué hizo el Padre Eterno para remediar tal perdida? Mandó a su propio Hijo que se hiciera hombre y se revistiera de la misma carne pecadora, para que con la muerte pagase a la divina justicia las deudas y facilitase el retorno a la divina gracia.

Dios mío, si vuestra bondad infinita no hubiese encontrado este remedio, ¿quién se hubiera jamás atrevido a pedirlo y ni aun a imaginarlo?

II.  ¡Que extrañeza debió causar a los ángeles el gran amor que Dios mostró al hombre rebelde! ¡Que dirían al ver al Verbo eterno hecho hombre y revestido de la misma carne que tenían los pecadores, apareciendo así ante el mundo el Verbo encarnado como uno de tantos pecadores!

¡Cuán obligados estamos, Jesús mío, a patentizaros nuestro amor, y yo más que los demás, por haberos ofendido más que todos! Si no hubierais venido a salvarme, ¿qué hubiera sido de mí por toda la eternidad? ¿Quién podría librarme de las penas por mí merecidas? Seáis siempre bendito y alabado por tanta caridad.

III.  El hijo de Dios baja, pues, del cielo a la tierra para hacerse hombre y vivir vida penosa; viene a morir en una cruz por amor a los hombres, y los hombres que esto crean, ¿será posible que amen otra cosa que a un Dios encarnado?

¡Ah, Jesús, Salvador mío!, no quiero amar nada fuera de vos. Puesto que vos tan solo me habéis amado, a solo vos quiero amar. Renuncio a todos los bienes creados: solo vos me bastáis, ¡Oh inmenso e infinito bien! Si en lo pasado os disguste, ahora me arrepiento, y quisiera que este mi dolor me hiciese morir para compensar de alguna manera los disgustos que os he causado. ¡Ah, no permitáis que en lo porvenir sea ingrato al amor que me manifestasteis! No, Jesús mío, haced que os ame y tratadme después como os plazca. ¡Oh bondad infinita, oh amor infinito, no quiero vivir sin amaros! ¡Oh María, Madre de misericordia, os pido me alcancéis la gracia de amar siempre a Dios!

Tomado de:

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MEDITACIONES PARA EL TIEMPO DE ADVIENTO – DÍA 1-

DE SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

MEDITACIÓN I

Et incarnatus est de Spiritu Sancto, et homo factus est.

Y encarnóse por obra del Espíritu Santo,

y se hizo hombre.

***

***

 

Considera como habiendo criado Dios al Primer hombre para que le sirviese y amase en esta vida, y después conducirle a la vida eterna, a reinar en el paraíso; a este fin le enriqueció de luces y de gracias. Pero el hombre ingrato se rebeló contra Dios, negándole la obediencia que le debía de justicia y por gratitud, quedando de esta suerte el miserable, privado con toda su descendencia de la divina gracia y excluido por siempre del paraíso. Mira después de esta ruina del pecado perdidos a todos los hombres. Todos vivían ciegos entre las tinieblas, en las sombras de la muerte. Mas Dios, viéndolos reducidos a este miserable estado, determina salvarlos. ¿Y cómo? No manda ya a un Ángel o a un Serafín; sino que para manifestar al mundo el amor inmenso que tenía a estos gusanos ingratos, envió a su mismo Hijo a hacerse hombre, y a vestirse de la misma carne de los pecadores, para que satisficiese con sus penas y con su muerte a la justicia divina por los delitos de ellos, y así los librase de la muerte eterna; y reconciliándolos con su divino Padre, les alcanzase la divina gracia, y los hiciese dignos de entrar en el reino eterno.

Pondera aquí de una parte la ruina inmensa que trae el pecado, privándonos de la amistad de Dios y del paraíso, y condenándonos a una eternidad de penas. Pondera de la otra el amor infinito que Dios mostró en esta grande obra de la Encarnación del Verbo, haciendo que su Unigénito viniese a sacrificar su vida divina por manos de verdugos sobre la cruz en un mar de dolores y vituperios, para alcanzarnos el perdón y la salvación eterna.

¡Ah! Que al contemplar este gran misterio y este exceso de amor cada cual no debería hacer otra cosa que exclamar: ¡Oh Bondad infinita! ¡Oh misericordia infinita! ¡Oh amor infinito! ¿Un Dios hacerse hombre, para venir a morir por mi?…

Afectos y súplicas.

Pero, ¿cómo es, Jesús mío, que aquella ruina del pecado, que Vos habéis reparado con vuestra muerte, yo tantas veces he vuelto después a renovármela voluntariamente con tantas injurias como os he hecho? ¡Vos a tanta costa me habéis salvado, y tantas veces yo he querido perderme, perdiéndoos a Vos, bien infinito! Pero me da confianza lo que Vos habéis dicho: que cuando el pecador que os ha vuelto la espalda, se convierte después a Vos, no dejáis de abrazarlo: volveos a mí, y yo me volveré a vosotros, decís por el profeta Zacarías. Habéis dicho también: si alguno me abriere la puerta, yo entraré a él.

He aquí, Señor, que soy uno de estos rebeldes, ingrato y traidor, que muchas veces os ha vuelto la espada y os he desechado de mi alma; mas ahora me arrepiento con todo el corazón de haberos de tal manera maltratado, y despreciado vuestra gracia. Me arrepiento y os amo por sobre todas las cosas. Ved la puerta de mi corazón ya abierta; entrad, Señor, pero entrad para no salir jamás. Yo sé que Vos nunca saldréis, si yo no vuelvo a desecharos; pero ¡ah! Este es un temor, y esta es también la gracia que os pido, y espero siempre pediros: hacedme morir, antes que yo use con Vos esta nueva y mayor ingratitud. Amable Redentor mío, por la ofenda que os he hecho no merecería ya amaros; pero os pido por vuestros méritos el don del santo amor. Para esto hacedme conocer cuán gran bien es el amor que me habéis tenido, y cuánto habéis hecho para obligarme a amaros.

¡Ah! Mi Dios y Salvador, no me hagáis vivir más tiempo ingrato a tanta bondad vuestra. Yo no quiero dejaros jamás, Jesús mío. Basta cuanto os he ofendido. Razón es que estos años que me restan de vida los emplee todos en amaros y daros gusto. Jesús mio, Jesús mio, ayudadme; ayudad a un pecador que quiere amaros. ¡Oh María, Madre mía! Vos todo lo podéis con Jesús, sois su madre. Decidle que me perdone; decidle que me encadene con su santo amor. Vos sois mi esperanza, en Vos confío.

Tomado de:

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EL HILO DELGADO

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“Y esta es la causa de que en la práctica se frustren tantas santidades en potencia y escaseen tanto los verdaderos santos. Son legión las almas que viven habitualmente en gracia de Dios, que jamás caen en pecados mortales y se esfuerzan incluso en evitar los veniales. Y, sin embargo, se les ve paralizadas en la vida espiritual; pasan los años y continúan igual o acaso con mayores imperfecciones cada vez.

¿Qué es lo que ocurre? Simplemente que no se han preocupado de desarraigar sus imperfecciones voluntarias, no han tratado de quebrar ‘el hilo delgado’ que las sujeta a la tierra, y por eso no pueden levantar el vuelo hacia las alturas. San Juan de la Cruz nos dice al respecto:

‘Y así, da lastima ver algunas almas cargadas en riquezas de obras, ejercicios espirituales virtudes y dones que Dios les da, y por no tener ánimo para acabar con algún gustillo, apego o afición, nunca llegan al puerto de la perfección…

Es muy doloroso ver que con la ayuda de Dios rompieron cuerdas más gruesas de pecados y vanidades, y por no desprenderse de una niñería, un hilo, que Dios les pidió por amor a Él, dejan no sólo de avanzar, sino que vuelven atrás; porque ya se sabe que en este camino el no ir adelante es ir atrás y el no ir ganando es ir perdiendo. Que eso nos quiso decir Nuestro Señor cuando dijo: Quien no está conmigo está contra mí, y quien no recoge conmigo, desparrama. (Mt 12)’…”

Padre Antonio Royo Marín, O.P.

Tomado de:

http://eccechristianus.wordpress.com/

SOBRE LA ASISTENCIA A LA SANTA MISA

Por San Juan Crisóstomo

 

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«Cuando veo con mis propios ojos el escaso número de los concurrentes y advierto que en cada reunión va siendo menor, me entristezco y a la vez me gozo. Me gozo por vosotros los que estáis presentes; me entristezco por los ausentes. Vosotros merecéis encomios puesto que ni aun el ser vuestro número escaso os ha vuelto desidiosos; mientras que los otros merecen reproches, puesto que ni siquiera el empeño que vosotros ponéis los ha alentado. A vosotros os llamo bienaventurados y os juzgo dignos de imitación, porque en nada os ha dañado la negligencia de aquéllos; pero a ellos los llamo míseros y los lloro, ya que vuestra diligencia en nada ha podido ayudarlos.

¡No han escuchado al profeta que dice: Prefiero estar postrado a las puertas de mi Dios a morar en las tiendas de los pecadores! No dijo: he escogido habitar en la casa de mi Dios, ni vivir, ni entrar en ella; sino preferí estar postrado. Es decir, aun cuando sea contado entre los últimos, yo lo amo, yo me contento de eso, con tal de que se me conceda siquiera entrar en el vestíbulo. Tengo por gran beneficio siquiera ser contado entre los últimos que entran en la casa de mi Dios. El amor hace que al Señor común de todos lo tenga por su Señor particular. ¡Tal es la virtud de la caridad! En la casa de mi Dios.

Quien ama no únicamente desea ver al que ama, ni sólo ama su casa, sino que ama aun el vestíbulo solo. Y no únicamente la entrada de la casa, sino siquiera la encrucijada de las calles en donde está la casa. Y si logra ver el vestido o el calzado de la persona a quien ama, ya le parece que contempla a la persona misma a quien ama.  Sigue leyendo

San Bernardo condenó abiertamente las herejías de Abelardo

y a cardenales u obispos que lo respaldaron

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CARTA CCCXXXVIII. AÑO 1140

AL CARDENAL HAIMERICO, CANCILLER DE LA CURIA ROMANA

(Declara que estando Pedro Abelardo convicto de herejía no deben darle acogida los Cardenales, ni ofrecerle asilo en la Curia Romana).

S. BERNARDO, ABAD DE CLARAVAL.

OBRAS COMPLETAS. VOL. V

EPISTOLARIO

“Al ilustre y muy cordial amigo Haimerico, Cardenal diácono y Canciller de la Curia Romana, Bernardo, Abad de Claraval, saludos, y que promueva el bien y se muestre prudente delante de Dios y de los hombres”

1.  Lo que sólo sabía por referencias respecto a la doctrina de Pedro Abelardo lo he podido confirmar por experiencia propia a la vista de sus mismos libros. He anotado sus expresiones, he escudriñado el sentido que encerraban, y he descubierto que es absolutamente pernicioso. El nuevo teólogo se vale de las mismas palabras de la Ley para impugnarla y contradecirla. Arroja las cosas santas a los perros y lanza margaritas a los puercos. Corrompe la fe de las gentes sencillas y pone mancha en la limpieza de la Iglesia. Dice el poeta pagano, (Horacio, Epist. II, v. 69-70) : “Largo tiempo conserva la vasija el aroma del líquido que en ella se echó cuando era nueva”.

2.  El libro de este hombre, que estaba ya condenado al fuego, se ha salvado de las llamas y ha recibido el refrigerio del agua, con que ha escapado de la destrucción. Ya se ha podido reclinar en el seno de la Iglesia el que más la perseguía, ya ha podido encontrar asilo en ella el mismo que había intentado destruir su fe. El hombre se ha visto tan deshecho y próximo a perecer como el agua que se derrama en el suelo. !Qué no prospere más el que profanó el lecho de su padre y cubrió de deshonra su tálamo!, (Gen. 49, 4).

Este hombre ha mancillado a la Iglesia todo cuanto ha podido y ha inficionado con su ruindad y vileza las almas de los sencillos. Con solas las luces de la razón natural ha pretendido abordar los misterios que sólo con las alas de la fe podemos alcanzar. Nuestros mayores acostumbraron creer, no discutir. Este, sin embargo, no fiándose ni del mismo Dios, se resiste a creer nada si él no se lo explica antes con el mero sentido de la razón. A pesar de que dice el Profeta :  “No entenderéis, si antes no creéis”, (Is. 7, 9), nuestro hombre llama ligereza a la fe pronta y sencilla, tergiversando y aplicando mal aquel texto de Salomón : “El que cree de ligero, es de corazón liviano”, (Eccli. 19,4). 

3.  Según la flamante interpretación de Abelardo, sería digna de reprensión la Virgen Santísima, que dio crédito al Arcángel San Gabriel cuando le anunciaba lo que había de acontecer, diciéndole : “Sábete que concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo”.  También merecería reproches la conducta de aquél que en el último trance de la vida creyó en las palabras del que, a punto de expirar, le decía : “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. En cambio, sería digna de encomio la dureza del corazón de aquéllos a quienes se dijo :  “!Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los Profetas!”.  E igualmente sería recomendable la tardanza en creer de aquél de quien se dijo : “Por cuanto no has creído a mis palabras, desde ahora quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que sucedan estas cosas”.

4.   Para resumir en pocas palabras, digo que el egregio doctor sostiene, como Arrio, una especie de grados y distinciones reales entre las personas de la Santísima Trinidad. Pone la gracia por debajo del libre albedrío, como lo hacía Pelagio, y le niega a la santísima humanidad de Cristo resucitado el poder gozar de la compañía del Padre y del Espíritu Santo, como sostenía Nestorio.  Añade a estos errores la  presunción con que se jacta de haber descubierto a los Cardenales y demás clérigos de la Curia Romana las fuentes y caudales de la ciencia, y de haberles hecho recibir y aceptar con gusto sus libros y sus doctrinas, así como haberse ganado por defensores y amigos a los mismos que le habían de juzgar y condenar.

5.  Jacinto, (no se sabe a ciencia cierta quién era Jacinto), me ha amenazado con graves daños ; con todo, no ha llevado a efecto sus amenazas, no por falta de voluntad sino de posibilidad. No me afecta gran cosa su conducta, puesto que sé muy bien que se insolentó con el mismo Sumo Pontífice y con la Curia Romana, de la cual forma parte. Por lo demás, Nicolás, el portador de esta carta, que no es menos devoto vuestro que mío, os podrá enterar de viva voz mejor de lo que yo pudiera hacerlo por escrito, de todo cuanto ha visto y oído.

 

Tomado de:

http://forocatolico.wordpress.com/