“Ved aquí el día feliz; hoy, con las numerosas comuniones y sufragios que los fieles han ofrecido al Señor, no sólo en ésta, sino en tantas otras iglesias, muchas de aquellas Almas, ayer tan afligidas y desgraciadas, han pasado a ser dichosos habitantes y príncipes felicísimos de la Corte celestial. Ya ven cara a cara la Hermosura y Majestad infinita; ya poseen a Dios, que contiene en sí cuánto hay de amable, de grande, delicioso y perfecto. Su entendimiento ya no puede experimentar ni más suavidad, ni más dicha. ¡Ay!” (De la novena en sufragio por las Benditas Almas)
“¿Vosotros os acordáis alguna vez de vuestros difuntos?” Preguntaba el Sacerdote en la homilía, no una vez, sino dos veces en un tono elevado que no dejaba indiferente, por si alguno de los presentes estaba despistado, cosa que suele suceder en los sermones cada vez más bajos de contenido, aunque debo decir que aquí no era el caso, uno salía literalmente “caliente”, ya que la gente en la puerta iba soltando su opinión sobre unas palabras que no les habían dejado indiferentes. Afortunadamente, aún hay Sacerdotes que nos hacen pensar en ello. Qué bueno que algunas veces uno salga del Templo diciendo, “¿Pero quién se cree que es este cura para decirnos que no nos acordamos de nuestros difuntos?”, si nos han dado en el alma con la flecha, bendito sea Dios, aún estamos a tiempo de pensar y cambiar nuestra conducta, el cielo bien vale una brecha en nuestro gélido corazón.
En este mes de Noviembre, dedicado a las Benditas ánimas, podemos decir sin miedo a equivocarnos que apenas ya nadie recuerda a sus difuntos, ya no digo a nuestros seres queridos que han muerto hace un año o dos, sino a nuestros antepasados, aquellos que son parte de nuestro árbol genealógico, aquellos que no sabemos ni que existieron pero que gracias a ellos, estamos aquí: “tú que miras mi lápida, algún día también mirarán la tuya, reza una oración por mi alma”, uno de los tantos epitafios que hay en nuestros cementerios. Todo esto ya no se estila, ahora te churruscan y para bajarte la temperatura, te tiran al mar, poéticamente le llaman: “esparcir las cenizas”. Si la gente apenas va al cementerio, ¿recordarán a aquellos de los que ya no queda ni una triste placa con su nombre?
En mi caso y hasta la fecha, nunca he recibido una herencia económica, pero puedo decir que algunos que recibieron grandes fortunas, a día de hoy, ya ni se acuerdan de la tía Engracia, con lo cual, cómo para mirar más atrás en el tiempo. Hablo de bienes terrenales porque los otros, parece que ya ni siquiera forman parte del ser humano. ¿Quién se acuerda de cuando la abuela nos enseñaba a poner las manos juntas y a rezar el Ave María, cuando nos decía que era pecado decir palabras feas, cuando nos enseñaban a guardar la pureza? Sólo por esos recuerdos, deberíamos estar todo el día de rodillas rezando tanto por los que recordamos y ya no están, como por los que nunca conocimos. Nuestros antepasados pueden estar reclamando nuestras oraciones.