¿Quién juzga a Francisco?

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Hay católicos que tienden a la Papolatría, ¿Porqué lo digo? Porque la gran mayoría, viendo la realidad de la Iglesia, y la realidad de lo que dice y hace el Papa, a pesar de todo eso, no se atreven a decir lo que ven que está mal en los dichos y hechos del Papa, y a quien si lo hace, lo tachan de hereje, apóstata o de que ataca al Papa, también hay quienes dicen cosas como esta:

«Hay seguidores del Padre Juan Rivas que sí atacan al Papa diciendo que es un hereje, es más, creen algunos que es el Anticristo y que es un masón que tienen encerrado a Benedicto XVI. Y es gente de aquí de Tijuana que no hace otra cosa más que criticar y sin tener algún apostolado.»

Pero, realmente ¿Quién ataca o juzga al Papa Francisco?

A esos católicos les respondo:

juez

 

“Y porque el Romano Pontífice preside la Iglesia universal por el derecho divino del primado apostólico, enseñamos también y declaramos que él es el juez supremo de los fieles, y que, en todas las causas que pertenecen al fuero eclesiástico, pueden recurrirse al juicio del mismo; en cambio, el juicio de la Sede Apostólica, sobre la que no existe autoridad mayor, no puede volverse a discutirse por nadie, ni a nadie es lícito juzgar de su juicio”. (Denzinger-Hünermann 3063. Concilio Vaticano I, Cuarta sesión, 18 de Julio de 1870, Primera Constitución dogmática “Pastor Aeternus” sobre la Iglesia de Cristo, n. 3)

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Contenido (Entra en cada autor)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

Las Sagradas Escrituras
59 Papas
14 Concilios
8 Textos fundamentales
16 Congregaciones Romanas
31 Padres de la Iglesia
15 Doctores de la Iglesia
14 Sínodos y el Magisterio Episcopal
Diversos documentos y Autores

 

¿Quién juzga al Papa Francisco?

Las Sagradas Escrituras

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Antiguo y Nuevo Testamento 

 

¿Quién juzga al Papa Francisco?

59 Papas

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  1. Benedicto XVI (265°)
  2. Juan Pablo II (264°)
  3. Juan Pablo I (263°)
  4. Pablo VI (262°)
  5. Juan XXIII (261°)
  6. Pío XII (260°)
  7. Pío XI (259°)
  8. Benedicto XV (258°)
  9. Pío X (257°)
  10. León XIII (256°)
  11. Pío IX (255°)
  12. Gregorio XVI (254°)
  13. León XII (252°)
  14. Pío VII (251°)
  15. Pío VI (250°)
  16. Clemente XIII (248º)
  17. Benedicto XIV  (247°)
  18. Inocencio XI (240°)
  19. Urbano VIII (235°)
  20. Sixto V (227°)
  21. Pío V (225°)
  22. Pablo IV (223º)
  23. Pablo III (220°)
  24. Adriano VI (218°)
  25. León X (217°)
  26. Alejandro VI (214°)
  27. Eugenio IV (207°)
  28. Urbano V (200°)
  29. Clemente VI (198°)
  30. Benedicto XII (197°)
  31. Juan XXII (196°)
  32. Bonifacio VIII (193°)
  33. Inocencio IV (180°)
  34. Inocencio III (176°)
  35. Urbano II (159°)
  36. Gregorio VII (157°)
  37. León IX (152º)
  38. Esteban V (110°)
  39. Nicolás I (105°)
  40. Esteban III (94°)
  41. Honorio I (70º)
  42. Gregorio I, Magno (64°)
  43. Pelagio I (60°)
  44. Vigilio (59°)
  45. Hormisdas (52°)
  46. Gelasio I (49°)
  47. Simplicio (47°)
  48. León I (45°)
  49. Celestino I (43°)
  50. Bonifacio I (42°)
  51. Zósimo (41°)
  52. Inocencio I (40°)
  53. Siricio (38°)
  54. Dámaso I (39°)
  55. Marcelino (29°)
  56. Esteban I (23°)
  57. Cornelio (21°)
  58. Clemente I (4°)
  59. Pedro (1°)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

14 Concilios

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  1. Concilio Vaticano II – (1962-1965)
  2. Concilio Vaticano I – (1869-1870)
  3. Concilio de Trento (1545-1563)
  4. V Concilio de Letrán (XVIII Ecuménico. 1512-1517)
  5. Concilio de Florencia (XVII Ecuménico. 1431)
  6. Concilio de Vienne (XV Ecuménico. 1311-1312)
  7. II Concilio de Lyon (1274)
  8. IV Concilio de Letrán (XII Ecuménico – 1215)
  9. I Concilio de Letrán (IX Ecuménico – 1123)
  10. III Concilio de Constantinopla (VI Ecuménico – 680-681)
  11. II Concilio de Constantinopla (553)
  12. Concilio de Calcedonia (IV Ecuménico – 451)
  13. Concilio de Éfeso (III Ecuménico 431)
  14. III Concilio de Cartago (397)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

8 Textos fundamentales

textos

  1. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (2005)
  2. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
  3. Catecismo de la Iglesia Católica (1992)
  4. Código de Derecho Canónico (1983)
  5. Catecismo Mayor de San Pío X (1905)
  6. Catecismo Romano (Concilio de Trento)
  7. Fórmula llamada Fe de Dámaso (500?)
  8. Credo “Atanasiano” (373)

 

¿Quién juzga al Papa Francisco?

16 Congregaciones Romanas

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  1. Congregación para el Clero
  2. Congregación para las Causas de los Santos
  3. Congregación para los Obispos
  4. Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
  5. Congregación para la Doctrina de la Fe
  6. Congregación para la Educación Católica
  7. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica
  8. Comisión Teológica Internacional
  9. Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas
  10. Oficina para las celebraciones litúrgicas del Sumo Pontífice
  11. Pontificia Comisión Bíblica
  12. Pontificio Consejo Justicia y Paz
  13. Pontificio Consejo para el Dialogo Interreligioso
  14. Pontificio Consejo para la Cultura
  15. Pontificio Consejo para la Familia
  16. Pontificio Consejo para los Textos Legislativos

 

¿Quién juzga al Papa Francisco?

Padres de la Iglesia

padres

  1. San Agustín (354-430)
  2. San Ambrosio (340-397)
  3. San Atanasio de Alejandría (296-373)
  4. Atenágoras de Atenas (s. II)
  5. San Beda (673-735)
  6. San Basilio Magno (330-379)
  7. San Cipriano de Cartago (+258)
  8. San Cirilo de Alejandría (374-444)
  9. San Cirilo de Jerusalén (313-386)
  10. San Clemente de Alejandría (150-215)
  11. Pseudo-Crisóstomo (s. V)
  12. San Dionisio de Alejandría (+264)
  13. San Fulgencio de Ruspe (460-533)
  14. Griego, o el Geómetra
  15. San Gregorio Nacianceno (330-390)
  16. San Gregorio de Nisa (335-394)
  17. San Gregorio Taumaturgo (213-270)
  18. San Hilario de Poitiers (300-368)
  19. San Ignacio de Antioquía (+107)
  20. San Ireneo de Lyon (130-202)
  21. San Jerónimo (347-420)
  22. San Juan Crisóstomo (347-407)
  23. San Justino Romano (100/114-162/168)
  24. San Máximo confesor (662)
  25. San Melitón de Sardes (s. II)
  26. Orígenes (+254 d. C)
  27. San Paciano de Barcelona (365)
  28. Policarpo de Esmirna (69-155)
  29. Teófilo de Antioquía (183)
  30. Teodoreto de Ciro (393-466)
  31. San Vicente de Lérins (+450)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

15 Doctores de la Iglesia

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  1. Santo Tomás de Aquino (1225-1274)
  2. San Antonio de Padua (1195-1231)
  3. San Alfonso de Ligorio (1696-1787)
  4. San Bernardo de Claraval (1090-1153)
  5. San Buenaventura (1218-1274)
  6. San Francisco de Sales (1567-1622)
  7. San Juan de la Cruz (1542-1591)
  8. San Juan Damasceno (676-749)
  9. San Juan de Avila (1499-1569)
  10. San Pedro Canisio (1521-1597)
  11. Pedro Damián (1007-1072)
  12. San Roberto Belarmino (1542-1621)
  13. Santa Catalina de Siena (1347-1380)
  14. Santa Teresa de Jesús (1515-1582)
  15. Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

14 Sínodos y el Magisterio Episcopal

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  1. Sínodo de Valence (855)
  2. XVI Sínodo de Toledo (693)
  3. XIV Sínodo de Toledo (684)
  4. XI Sínodo de Toledo (675)
  5. Sínodo de Letrán (649)
  6. I Sínodo de Braga (561)
  7. Sínodo de Constantinopla (543)
  8. II Sínodo de Orange, 529 (en la Galia)
  9. Sínodo de Arlés (475)
  10. XV Sínodo de Cartago (418)
  11. I Sínodo de Toledo (397)
  12. Sínodo de Roma (382)
  13. Sínodo de Laodicea (363-364 AD)
  14. Sínodo de Elvira (300)
  1. CELAM
  2. Sínodo de los Obispos

¿Quién juzga al Papa Francisco?

Diversos documentos y Autores

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  1. La Liturgia de las Horas
  2. XLVIII Congreso Eucarístico Internacional
  3. Alcuino de York
  4. San Benito de Nursia
  5. San Bonifacio de Maguncia
  6. San Elredo de Rieval
  7. San Francisco de Asís
  8. San Ignacio de Loyola
  9. San Juan Bautista María Vianney
  10. San Juan Bosco
  11. San Juan de Ribera

 

Tomado de:

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UN LENGUAJE NUEVO PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN Parte III de III

 

 

 

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Antes de entrar en la exposición de algún ejemplo con el que poner de relieve algún acto público realizado al estilo neocón, quizá sea conveniente recordar brevemente lo esencial de la doctrina modernista. Así se entenderá mejor la difícil situación en la que se encuentra cualquier católico neocón, hoy tan frecuentes en el Catolicismo moderno.

El problema no es sencillo de resolver. Pues todo indica que la actitud del neocón suele desembocar en una aguda esquizofrenia a la que le conduce su empeño en mantener el Catolicismo, pero aceptando a la vez las doctrinas modernistas que pretenden poner al día la Religión fundada y predicada por Jesucristo. Es tan difícil situación la que obliga al católico neocón a utilizar una compleja verborrea, estrambótica, cientificista e ininteligible, con la que tranquiliza su conciencia y consigue creer que es un cristiano actualizado y reconciliado con la modernidad.

Según la recta Doctrina Católica, el hombre es capaz de conocer a Dios a través de las cosas creadas, remontándose a través de ellas hasta la Causa y el Creador de todas y utilizando su propia inteligencia (conocimiento natural de Dios), tal como se dice en Ro 1: 19–20. O también lo puede conocer, pero ya de una manera más completa y segura, a través del propio asentimiento de fe prestado a las Verdades Reveladas, según están contenidas en la Sagrada Escritura y la Tradición y custodiadas por el legítimo y auténtico Magisterio de la Iglesia (conocimiento sobrenatural de Dios). Sigue leyendo

UN LENGUAJE NUEVO PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN Parte II de III

 

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Son de admirar los inauditos esfuerzos de este grupo de católicos, generalmente conocidos como neocones y de los que estoy seguro que obran con la mejor buena voluntad, por conciliar la auténtica Tradición de la Iglesia con las doctrinas progresistas (modernistas) de la Nueva Iglesia. Por supuesto que han transcurrido siglos desde que los hombres comenzaron a intentar lograr la cuadratura del círculo; o por decirlo de otra manera, tratar de conciliar lo inconciliable. Como ejemplo cercano, ahí están los intentos de poner de acuerdo a Santo Tomás de Aquino con los filósofos idealistas (Kant, Hegel, etc.). Intentos repetidos una y otra vez y que siempre han terminado en estrepitoso fracaso.

Algunos se sienten molestos por el uso del término neocón, al que acusan de peyorativo. Y efectivamente tendrá ese sentido si se le atribuye intencionadamente. Yo, desde luego, no lo uso con mala fe, pero de alguna manera hay que llamar a las cosas. Aquí sucede algo parecido a quienes piensan que usar la palabra cojo para designar a un hombre privado de piernas, en lugar de llamarlo discapacitado, es una grave ofensa. Sin embargo, la palabra castellana cojo es la que siempre se ha usado, mientras que resultaría difícil encontrar en ella indicios de insulto. Al contrario de lo que sucede con la de discapacitado, que es un neologismo que suena a ridículo y que lo mismo serviría para designar a la multitud de los que andan desprovistos de la capacidad de pensar, consecuencia del lavado de cerebro con el que los medios del Sistema someten a las masas. Y es que nos hemos acostumbrado a dejar de llamar a las cosas por su nombre.

Pero el buenismo de los neocones los impulsa a intentar arreglos allí donde no es posible el arreglo. Para ellos todo se puede justificar en la Nueva Iglesia. La hermenéutica de la continuidad de Benedicto XVI, por ejemplo, es un mágico sésamo–ábrete que puede solucionar los problemas que plantean doctrinas (preconciliares versus postconciliares) al parecer distintas y hasta contradictorias. Siempre se han inventado los hombres un buen número de frases maestras, algo así como las llaves que abren todas las puertas; aunque, en realidad, nadie sepa lo que significan tales frases. Benedicto XVI no explicó nunca claramente el significado de esa expresión ni dónde estaba la continuidad. Fue él mismo, por ejemplo, quien dijo que la Gaudium et Spes era un verdadero Contra–Syllabus, refiriéndose al Syllabus en el que Pío IX condenaba el Modernismo. Además de sostener que muchas disposiciones y Documentos de la Iglesia preconciliar ya no tenían vigencia y necesitaban ser revisadas. Recuérdese también la supresión del Juramento Antimodernista y la derogación de las leyes que condenaban la Masonería, entre otros ejemplos que podrían aportar serias objeciones a la creencia en la continuidad.

Benedicto XVI Fanon_thumb[1] Sigue leyendo

UN LENGUAJE NUEVO PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN Parte I de III

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El Concilio Vaticano II removió los cimientos de la Iglesia, llamada hasta entonces Iglesia Católica, Apostólica y Romana y que, hasta ese momento, siempre había sido considerada como la fundada por Jesucristo y la Única Verdadera.

Pero, dado que el Concilio, a pesar de su expresa afirmación en contrario, promovió cambios fundamentales en la Doctrina Perenne en la que siempre se habían fundamentado todos los Dogmas, la Moral y la Liturgia católicas, y como una exigencia además de la forma en la que se llevaron a cabo tales modificaciones, era consecuencia lógica y obligada la modificación y reestructuración del lenguaje hasta entonces utilizado por la Doctrina de la Iglesia.

Las modificaciones en el lenguaje adquirieron formas variadas, más o menos importantes, y que comenzaron sobre todo a partir de los Documentos Conciliares para ser continuadas, y hasta incrementadas, por toda la Pastoral posterior.

Concilio Vaticano II Documentos

Una de ellas, bastante frecuente en los Documentos elaborados por el Concilio, es la que contempla el uso de la ambivalencia, o empleo de palabras de doble sentido y sujetas a varias interpretaciones. Es un hecho más que comprobado y que hoy día nadie discute, así como tampoco los propósitos de sus autores. Que consistían principalmente en introducir bombas de tiempo, sabiamente utilizadas y dispuestas a ser manipuladas en su debido momento, con el fin de extraer de ellas el contenido modernista realmente pretendido en su significado.

También se empleó —y se sigue empleando, incluso ahora con mayor frecuencia— el instrumento de la confusión, que es uno de los que han conducido a la Iglesia al estado actual de Torre de Babel, en la que ya nadie entiende nada y en el que a los fieles les resulta imposible saber a qué atenerse.

Elemento común, extraordinariamente importante, entre los instrumentos de lenguaje de los que se ha valido la nueva Pastoral Modernista, hoy vigente en la casi totalidad de la Iglesia, es el uso de los vocablos y términos tradicionales, comunes y conocidos desde siempre por los fieles, pero atribuyéndoles ahora un nuevo sentido, por supuesto de tendencia modernista y acorde con lo que propugna la Nueva Iglesia Universal que ahora se busca. En favor de la cual —preciso es reconocerlo— la argucia ha proporcionado resultados excelentes, puesto que ha evitado poner sobre aviso y provocar cualquier posible extrañeza de los ingenuos, dispuestos siempre a tragar de todo (en realidad la inmensa mayoría de los católicos, cada vez menos provistos de formación y cada vez más adoctrinados por el Mundo).

Aunque finalmente no vamos a ocuparnos aquí con más detalle de un tema ya bastante conocido y estudiado, del que se han ocupado numerosos analistas y que tampoco constituye el objeto directo de estos editoriales. Sigue leyendo

¿EXISTE TODAVÍA LA IGLESIA CATÓLICA? Parte IV de IV

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IV

El problema de la dificultad de la salvación dentro de la Nueva Iglesia.

Después de todo lo expuesto, queda por examinar el problema de la posibilidad de la salvación para quienes se hallan en la Nueva Iglesia postconciliar.

Ante todo, debe tenerse en cuenta que la salvación eterna es obra exclusiva de la gracia de Dios. Es cierto que el premio de los bienaventurados es realmente algo merecido por méritos que, por supuesto, son tan reales como verdaderos; en cuanto que son personales y atribuibles a cada uno de ellos: La corona de la justicia, que San Pablo dice al final de su vida va a recibir,[1] no es un regalo que no tenga otro fundamento que la mera generosidad divina; sino un premio que Dios le otorga como Justo Juez, lo cual equivale a una retribución por los innumerables trabajos que por Él ha padecido. Sin embargo, incluso esta recompensa–retribución, fruto de justicia tal como hemos dicho, es también toda ella obra de la gracia y de la benevolencia divina. Sin la cual no hubieran existido frutos de justicia ni recompensa alguna.

También es de advertir que nadie se salva o se condena por el simple hecho de pertenecer a tal o cual Grupo, o a tal o cual facción determinada dentro de la Iglesia. Por lo que hace a la salvación, un monje cartujo, por ejemplo, por más que pertenezca a la más estricta observancia, no se salva por el mero hecho de ser cartujo; sino que siempre ha de existir de por medio, como factor decisivo, la responsabilidad personal de cada uno: Y fue juzgado cada uno según sus obras.[2]

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Por lo general, salvo la de aquéllos que por la Revelación o por definición infalible de la Iglesia, sabemos que ya gozan del estado de bienaventurados, el destino eterno de los fallecidos es algo que queda reservado a los secretos de Dios.

Sin embargo, con respecto al tema, Jesucristo mismo nos ha dejado indicios esclarecedores que nos proporcionan ideas, si no tan luminosas como hubiéramos esperado (y que, en definitiva, hubieran sido inútiles), sí suficientes al respecto. Sin duda porque el tema era considerado por Él como algo fundamental y decisivo, como determinante, al fin y al cabo, de la salvación o condenación eternas de cada uno. Merecedor, por lo tanto, de algo más que una mera orientación demasiado difusa:

En cierta ocasión alguien le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Él les contestó: «Esforzaos para entrar por la puerta angosta, porque muchos, os digo, intentarán entrar y no podrán»[3] «Entrad por la puerta angosta, porque amplia es la puerta y estrecho el camino que conduce a la perdición, y son muchos los que entran por ella».[4]

De manera que, siendo las palabras de Jesucristo lo bastante claras, sería bastante arriesgado no tomarlas en serio dado que se trata de la salvación eterna. Sigue leyendo

¿EXISTE TODAVÍA LA IGLESIA CATÓLICA? Parte III de IV

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III

Los hombres se han creído siempre señores de la Historia y aptos para dirigirla a su manera. Una extraña, y a menudo trágica creencia, acerca de la cual es preciso decir que los más tremendos acontecimientos, ocurridos casi siempre en sentido contrario a lo previsto, no han sido capaces de acabar con ella. Las grandes Revoluciones de forma tan ansiosamente esperadas, llevadas a cabo con el más extraordinario de los alborozos y el convencimiento más absoluto acerca del triunfo de los nuevos caminos a emprender… Los cuales, a no dudarlo, iban a cambiar el rumbo de la Historia, elevando a la Humanidad hasta donde no hubieran sido capaces de imaginar los más optimistas de los sueños; pero que acabaron siempre en imprevistos resultados que, no sólo no mejoraron la existencia humana, sino que produjeron como cosecha frutos absolutamente contrarios a los esperados.

El abandono de la filosofía del ser, y el alborozado adiós definitivo a la denostada Edad Media, llamada desde entonces Edad Oscura, dieron paso a las filosofías idealistas, cuyos más sobresalientes frutos fueron —entre otros— los millones de muertos que produjo el comunismo y la situación de esclavitud a la que fueron conducidas naciones enteras. La triunfal despedida al odiadoAncien Régime, con la desaparición del poder absoluto de los Reyes, hicieron posible el triunfo de las opresivas oligarquías y la aparición de las tiranías más feroces y crueles que jamás haya conocido la Humanidad. Y algo semejante sucedió, de forma paralela, con las fantasiosas ilusiones de libertad e igualdad que abanderaron la Revolución Francesa.

Cuando el jueves 11 de Octubre de 1962, el Papa Juan XXIII pronunció su triunfal y revolucionario discurso de apertura del Concilio Vaticano II, anunciador de un cambio de rumbo en la Barca de Pedro, es posible que el exceso de optimismo propio del momento le hicieran olvidar cosas importantes. Las cuales, como suele ocurrir siempre en ocasiones parecidas, igualmente pasaron desapercibidas para los millones de personas que le escuchaban en todo el mundo. Con lo que quedaba patente, una vez más, que el entusiasmo desbordante y el espíritu triunfalista, alimentados además por el aplauso de multitudes previamente enaltecidas y preparadas, no suelen ser buenos consejeros ni afortunados augures.

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En primer lugar, hay que tener en cuenta que la Iglesia es por naturaleza tradicionalista, guardiana de una Tradición multisecular cuya fuente es su mismo Divino Fundador. Y de ahí que todo lo que suene a revoluciones en su propio seno suele acabar mal, precisamente por la misma naturaleza de las cosas.

En segundo lugar, tampoco debe olvidarse que ningún Papa ha gozado jamás de la potestad de inducir cambios sustanciales que afecten a los fines de la Iglesia. La cual tiene como misión encomendada la de la docenciaId y haced discípulos a todos los pueblos [1], que supone a su vez, por su propia naturaleza, la función de corregir y rectificar los caminos a seguir siempre que las necesidades lo exijan. Proclamar que se acabaron a partir de ahora las condenaciones, a fin de ser sustituidas por una nueva política de benevolencia, de mano tendida y de comprensiones amistosas, quizá sobrepase los límites y los fines de lo estatuido por su Fundador para esta divina Institución.

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¿EXISTE TODAVÍA LA IGLESIA CATÓLICA? Parte II de IV

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II

Decía Epicteto que el comienzo de toda doctrina debe ser la consideración de su nombre. Si hemos establecido que en la Iglesia postconciliar se ha producido un cambio o transformación, bien sea en su esencia, bien sea simplemente en su modo de aparecer, conviene que estudiemos atentamente los posibles significados del verbo cambiar, a fin de llegar a una conclusión acerca de si tal transformación ha afectado a la esencia de la cosa o simplemente a su modo de ser. O si acaso ha influido de modo diferente en las dos clases de fieles: los que hemos llamado sencillamente católicos (prescindiendo aquí de los adjetivos peyorativos con que ordinariamente son designados), o los que plenamente se han incorporado a la Nueva Iglesia postconciliar.

Canonización en San Pedro -Octubre de 2012

Parece que el Diccionario se resiste a considerar el cambio de una cosa en otra distinta en términos como cambiar, variar o transformar (ver Diccionario de María Moliner), prefiriendo más bien mantener aquí intacta la identidad o esencia de la cosa y atribuir el cambio solamente a su aspecto o modo de aparecer.

Por lo que respecta al grupo de los que hemos llamado católicos, no hay problema alguno. Ya hemos dicho que este grupo, aunque muy escaso, diseminado y carente de vínculos externos entre quienes lo componen, no son cismáticos, lefebvrianos ni cosa por el estilo.  Acatan la actual Jerarquía de la Iglesia (por muy corruptos que puedan parecer quienes la componen) y obedecen todas las leyes que no contradicen claramente las leyes divinas.[1] Puede decirse claramente que en él existe y sigue existiendo la Iglesia.

 Con respecto al segundo grupo, el más amplio y complejo, el problema es mucho más complicado. Son muchos y diversos los factores a tener en cuenta.

Existen países, como Alemania, Suiza y Austria, que viven de hecho en una clara situación de cisma. Conocida, consentida y prácticamente aprobada por el Vaticano y las más altas Jerarquías de la Iglesia, las cuales no han dicho ni una palabra acerca de un asunto transcendental que ya se está prolongando demasiado. Han promulgado su propia moral en cuestiones que afectan de lleno y sobre todo a la vida familiar, comprendiendo además todos los aspectos de la ética sexual; todo ello en clara contradicción con las enseñanzas de la Sagrada Escritura, de la Tradición, del Magisterio de la Iglesia y hasta de la misma Ley Natural. Sigue leyendo

¿EXISTE TODAVÍA LA IGLESIA CATÓLICA? Parte I de IV

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 I

 

Planteamiento del Tema

En efecto, ¿Existe todavía la Iglesia Católica…?

Para los creyentes la pregunta no tiene sentido, puesto que la respuesta es obvia. Ahí están las palabras de su Divino Fundador y Señor, que son tajantes y no pueden dar lugar a la duda: Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.[1] Por supuesto que yo también me confieso creyente; pero creo, sin embargo, que existen suficientes y sobradas razones para plantearla. No para ponerla en duda, ni menos aún para negar el supuesto, desde luego. Pero, con todo, estoy convencido de que un serio estudio de la cuestión, no sólo sería conveniente y fructuoso, sino incluso necesario. Veamos por qué:

En primer lugar, porque el hecho de que una respuesta pueda ser previamente conocida no siempre exime de la utilidad de volver a plantear la correspondiente pregunta. El hecho de cuestionarla —aunque sea solamente como hipótesis de trabajo o medio de investigación— puede a veces dar lugar a nuevos hallazgos no exentos de interés. Ya se sabe que la Ciencia ha ido avanzando por medio de pasos de ciego, y siempre sin cesar de buscar otros caminos y de estudiar nuevas posibilidades.

En segundo lugar, porque una cosa puede seguir siendo ella misma y haber experimentado, sin embargo, importantes modificaciones. Las cuales, sin haber cambiado su sustancia, han sido lo bastante eficaces para conferirle un aspecto distinto que incluso a veces puede ser importante. Razón suficiente, por lo tanto, para justificar un estudio de la cuestión, a fin de examinar detenidamente hasta qué punto tales circunstancias han afectado a la esencia de la cosa misma: si acaso la han convertido en algo distinto y diferente o si, por el contrario, todo queda reducido a un cambio en la apariencia, o forma y manera en que ahora se presenta; o bien si le han conferido meramente un nuevo modo de ser. Los hechos que han influido en el fenómeno pueden ser examinados y discutidos hasta el límite, pero evidentemente están ahí como hechos y no se puede negar su existencia. Sigue leyendo