TRES CONSIDERACIONES MÍSTICAS EN TORNO AL LAVATORIO DE LOS PIES

MEDITACIONES
ENTRESACADAS DE LAS OBRAS DE SANTO TOMÁS DE AQUINO

SEMANA SANTA

Miércoles Santo

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Echó agua era un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a limpiarlos con la toalla, con que estaba ceñido (Jn 13, 5)

Aquí pueden entenderse místicamente tres cosas.

1º) Por la acción de poner agua en el lebrillo se significa la efusión de su sangre sobre la tierra. Puesto que la sangre de Jesús puede llamarse agua por la virtud que tiene de lavar. De ahí que simultáneamente saliera agua y sangre de su costado para dar a entender que aquella sangre lavaba los pecados. También puede entenderse por el agua la Pasión de Cristo. Pues echó agua en un lebrillo, esto es, imprimió en las almas de los fieles, por la fe y la devoción, el recuerdo de su Pasión. Acuérdate de mi pobreza, y traspaso, del ajenjo, y de la hiel (Lam 3, 19).

2º) Por aquello que dice: y comenzó a lavar, se alude a la imperfección humana. Porque los Apóstoles, después de Cristo, eran más perfectos, y no obstante necesitaban de la ablución, porque tenían algunas manchas; para dar así a entender que aun cuando el hombre sea perfecto, necesita perfeccionarse más; y contrae algunas manchas, según aquello de los Proverbios: ¿Quién puede decir: Limpio está mi corazón, puro soy de pecado? (20, 9) Pero estas manchas las tienen en los pies solamente. Otros, al contrario, no sólo están manchados en los pies, sino totalmente. Pues se manchan totalmente con las impurezas terrenas los que yacen sobre ellas; de ahí que quienes totalmente, en cuanto al afecto y en cuanto a los sentidos, estén apegados al amor de lo terreno, sean enteramente inmundos.

Pero los que están de pie, esto es, los que con el espíritu y el deseo tienden a las cosas celestiales, sólo contraen manchas en los pies. Pues así como el hombre que está de pie se ve obligado a tocar la tierra, al menos con los pies, del mismo modo, mientras vivimos en esta vida mortal, que necesita de las cosas terrenas para sustentación del cuerpo, contraemos algunas impurezas, al menos, por la sensualidad. Por eso el Señor mandó a los discípulos que sacudiesen el polvo de sus pies (Luc 9, 5) Pero se dijo: comenzó a lavar, porque la ablución de los afectos terrenos comienza aquí y termina en el futuro.

Así, pues, la efusión de su sangre está simbolizada por la acción de poner agua en el lebrillo; y la ablución de nuestros pecados, por la acción de haber comenzado a lavar los pies de los discípulos.

3º) Aparece también la aceptación de nuestras penas sobre sí mismo.

Pues no sólo lavó nuestras manchas, sino que tomó sobre sí las penas debidas por aquéllas. Porque nuestras penas y penitencias no serían suficientes, si no estuvieran cimentadas en los merecimientos y en la virtud de la Pasión de Cristo. Lo cual se simboliza por aquello de haber limpiado los pies de los discípulos con la toalla, es decir, con el lienzo de su cuerpo.

(In Joan., XIII)

Tomado de:

https://radiocristiandad.org/

PREPARACIÓN DE CRISTO AL LAVATORIO DE LOS PIES

MEDITACIONES
ENTRESACADAS DE LAS OBRAS DE SANTO TOMÁS DE AQUINO

SEMANA SANTA

Martes Santo

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Se levanta de la cena, y se quita sus vestiduras; y tomando una toalla, se la ciñó (Jn 13, 4).

I. Cristo se muestra servidor por amor a la humildad, conforme a aquello de San Mateo: El; Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en redención por muchos (20, 28).

Para ser buen servidor se requieren tres cosas: 1º) Que sea circunspecto para ver todas la cosas que pueden faltar en el servicio; para lo cual sería gran inconveniente estar sentado o recostado; por eso la actitud del servidor es estar de pie. Por lo cual dijo: Se levanta de la cena. Y el evangelista San Lucas: Porque ¿cuál es mayor, el que está sentado a la mesa, o el que sirve? (22, 27)

2º) Que esté expedito para poder ejecutar convenientemente todas las cosas necesarias al servicio; y para esto es un obstáculo el exceso de vestidos. Por eso el Señor se quita sus vestiduras. Esto fue simbolizado en el Génesis cuando Abrahán eligió siervos expeditos (Gen 17).

3º) Que sea pronto para servir, es decir, que posea todas las cosas necesarias para el servicio. En el Evangelio de San Lucas se dice que Marta estaba afanada de continuo en las haciendas de la casa (10, 40). De ahí que el Señor tomando una toalla, se la ciñó, para, de este modo, estar preparado, no solamente a lavar los pies, sino también a enjugados. Con lo cual, el que salió de Dios y volvió a Dios, nos enseña a conculcar toda hinchazón, lavando los pies.

II. Echó después agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies a los discípulos, y a limpiarlos con la toalla con que estaba ceñido (Jn 13, 5).

Aquí se expresa el obsequio de Cristo; en el cual brilla su humildad de tres maneras.

1º) Por la naturaleza del obsequió, que fue muy humilde, a saber: que el Señor de la majestad se inclinase a lavar los pies de los siervos.

2º) Por la multitud del obsequio, pues puso el agua en el lebrillo, lavó los pies, los limpió, etc.

3º) Por modo de obrar, pues no lo hizo por medio de otros o con la ayuda de otros, sino por sí mismo, cumpliéndose aquello del Eclesiástico:

Cuanto mayor eres, humíllate en todas las cosas (3, 20)

(In Joan., XIII)

Tomado de:

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NECESIDAD DE LA PERFECTA PURIFICACIÓN

MEDITACIONES
ENTRESACADAS DE LAS OBRAS DE SANTO TOMÁS DE AQUINO

SEMANA SANTA

Lunes Santo

Purificación

I. Si no te lavare, no tendrás parte conmigo (Jn 13, 8).

Nadie puede llegar a participar de la herencia eterna y ser coheredero de Cristo, si no está purificado espiritualmente, pues se dice en la Escritura:

No entrará ninguna cosa contaminada (Ap 21, 27). Señor, ¿Quién habitará en tu tabernáculo? (Sal 14, 1). El inocente de manos y de corazón limpio (Sal 23, 4) Como si dijese: Si no te lavare, no estarás limpio, y si no estás limpio, no tendrás parte conmigo.

II. Simón Pedro le dice: Señor, no solamente mis pies, mas las manos también y la cabeza (Jn 13, 9)

Aterrado Pedro se ofrece todo él a ser lavado, turbado por el amor y el temor. Pues, como se lee en el Itinerario de Clemente, de tal modo estaba unido a la presencia corporal de Cristo, a la que fervorosísimamente había amado, que cuando se acordaba, después de la Ascensión de Cristo, de su presencia dulcísima y trato santísimo, se deshacía todo él en lágrimas hasta el punto que sus mejillas parecían abrasadas.

Es menester saber que en el hombre existen tres (miembros principales que deben ser purificados): la cabeza, que es la parte superior; los pies, que constituyen la ínfima, y las manos, que ocupan un lugar intermedio. Del mismo modo en el hombre interior, es decir, en el alma, está la cabeza, que es la razón superior, con la que el alma se adhiere a Dios; las manos, esto es, la razón interior, que se ocupa de las obras activas, y los pies, que son la sensualidad. El Señor sabía que sus discípulos estaban purificados en cuanto a la cabeza, porque estaban unidos a Dios por la fe y la caridad; y en cuanto a las manos, porque sus acciones eran santas; pero en cuanto a los pies, tenían por la sensualidad algunos afectos terrenos.

Mas temiendo Pedro la amenaza de Cristo, no sólo consiente en la ablución de los pies, sino también en la de las manos y la cabeza, diciendo:

Señor, no, solamente mis pies, mas las manos también y la cabeza. Corno si dijese: Ignoro si necesito la ablución de las manos y de la cabeza; Porque de nada me arguye la conciencia, mas no por eso soy justificado (1 Cor 4, 4)

Por consiguiente estoy preparado a la ablución no solamente de los pies, esto es, de los afectos inferiores, sino de las manos también, esto es, de las acciones, y de la cabeza, a saber, de la razón superior.

III. Jesús le dice: El que está lavado, no necesita sino lavar los pies. Y vosotros limpios estáis (Jn 13, 10). Dice Orígenes que estaban limpios, pero que todavía necesitaban mayor limpieza; porque la razón debe siempre emular carismas mejores, debe siempre subir a elevadas virtudes, brillar por el candor de la justicia. El que es santo, sea aún santificado (Ap 22, 11).

(In Joan., XIII)

Tomado de:

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UTILIDAD EJEMPLAR DE LA PASIÓN DE CRISTO

MEDITACIONES
ENTRESACADAS DE LAS OBRAS DE SANTO TOMÁS DE AQUINO

SEMANA SANTA

Domingo de Ramos

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La Pasión de Cristo es suficiente para informar totalmente nuestra vida. Pues quien desea vivir con perfección, no debe hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz, y desear lo que Cristo deseó.
Ningún ejemplo de virtud está ausente de la cruz.

Si buscas el ejemplo de la caridad, ninguno tiene mayor amor que éste, que es poner su vida por sus amigos (Jn 15, 13), y esto lo hizo Cristo en la cruz. Por consiguiente, si dio su alma por nosotros, no debe sernos pesado soportar por amor a él cualquier mal. ¿Qué retornaré al Señor por todas las cosas que me ha dado? (Sal 105, 12).
Si buscas ejemplo de paciencia, se encuentra excelentísimo en la cruz.

Pues la paciencia es grande en dos cosas: o cuando se sufren pacientemente grandes males, o cuando se los soporta, y pudiéndoselos evitar, no se los evita. Mas Cristo sufrió grandes males en la cruz. Oh vosotros, todos los que pasáis por el camino, atended y mirad si hay dolor como mi dolor (Lam 1, 12) Lo sufrió pacientemente, porque padeciendo no amenazaba (1 Ped 2, 23) Como oveja será llevado al matadero, y como cordero delante del que lo trasquila enmudecerá (Is 53, 7). Asimismo, pudo evitarlos y no los evitó:

¿Por ventura piensas que no puedo rogar a mi Padre, y me dará ahora mismo más de doce legiones de ángeles? (Mt 26, 53) Por lo tanto, la paciencia de Cristo en la cruz fue máxima. Corramos con paciencia a la batalla, que nos está propuesta, poniendo los ojos en el autor y consumidor de la fe, Jesús, el cual habiéndole sido propuesto gozo, sufrió cruz, menospreciando la deshonra (Hebr 12, 1-2)

Si buscas ejemplo de humildad, mira al crucificado; porque Dios quiso ser juzgado y morir bajo Poncio Pilato, cumpliéndose lo que dice el libro de Job (36, 17): Tu causa ha sido juzgada como la de un impío.

Verdaderamente como la de un impío, por aquello de condenémosle a la muerte más infame (Sab 2, 20). El Señor quiso morir por el siervo, y él, que es la vida de los ángeles, quiso morir por los hombres.

Si buscas ejemplo de obediencia, sigue al que se hizo obediente hasta la muerte (Filip 2, 8) Porque como por la desobediencia de un solo hombre muchos fueron hechos pecadores; así también serán muchos hechos justos
por la obediencia de uno solo (Rom 5, 19)

Si buscas ejemplo del desprecio de lo terreno, sigue al que es Rey de reyes y Señor de los que dominan, en el cual están los tesoros de la sabiduría; y, sin embargo, aparece en la cruz, desnudo, burlado, escupido, herido, coronado de espinas, abrevado con hiel y vinagre, y muerto. Falsamente, pues, te dejas impresionar por los vestidos y las riquezas: Se repartieron mis vestiduras (Sal 21, 19); falsamente te seducen los honores, porque yo he sufrido escarnios y azotes; falsamente te inquietan las dignidades, pues:

Tejiendo una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza (Mt 27, 29); falsamente te conmueven las delicias, porque en mi sed me dieron a beber: vinagre (Sal 68, 22).

Tomado de:

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San Alberto Magno, la grandeza del pensamiento católico

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Los creyentes no valoramos en su justa medida la grandeza, brillantez y majestuosidad del pensamiento católico. Doctrina profunda, firme y segura que, afincada en la Verdad de Cristo, supera de manera sideral a los falaces e insustanciales escritos de las falsas creencias y las filosofías inmanentitas.

De entre todos los grandísimos pensadores católicos San Agustín y Santo Tomás son probablemente dos de los más conocidos. Sin embargo, ha habido igualmente grandísimas luminarias en la Iglesia, que no son tan populares. Es el caso de la figura portentosa de San Alberto Magno, nada más y nada menos que el maestro del propio Santo Tomás de Aquino.

Eudaldo Forment, es un gran estudioso de la obra, vida y época de santo Tomás. Además de la enseñanza oral en la Universidad de Barcelona y otras universidades del mundo, le ha dedicado una treintena de libros y numerosos escritos. En esta ocasión nos acerca a la figura de San Alberto, maestro del Aquinate.

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¿Quién juzga a Francisco?

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Hay católicos que tienden a la Papolatría, ¿Porqué lo digo? Porque la gran mayoría, viendo la realidad de la Iglesia, y la realidad de lo que dice y hace el Papa, a pesar de todo eso, no se atreven a decir lo que ven que está mal en los dichos y hechos del Papa, y a quien si lo hace, lo tachan de hereje, apóstata o de que ataca al Papa, también hay quienes dicen cosas como esta:

«Hay seguidores del Padre Juan Rivas que sí atacan al Papa diciendo que es un hereje, es más, creen algunos que es el Anticristo y que es un masón que tienen encerrado a Benedicto XVI. Y es gente de aquí de Tijuana que no hace otra cosa más que criticar y sin tener algún apostolado.»

Pero, realmente ¿Quién ataca o juzga al Papa Francisco?

A esos católicos les respondo:

juez

 

“Y porque el Romano Pontífice preside la Iglesia universal por el derecho divino del primado apostólico, enseñamos también y declaramos que él es el juez supremo de los fieles, y que, en todas las causas que pertenecen al fuero eclesiástico, pueden recurrirse al juicio del mismo; en cambio, el juicio de la Sede Apostólica, sobre la que no existe autoridad mayor, no puede volverse a discutirse por nadie, ni a nadie es lícito juzgar de su juicio”. (Denzinger-Hünermann 3063. Concilio Vaticano I, Cuarta sesión, 18 de Julio de 1870, Primera Constitución dogmática “Pastor Aeternus” sobre la Iglesia de Cristo, n. 3)

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Contenido (Entra en cada autor)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

Las Sagradas Escrituras
59 Papas
14 Concilios
8 Textos fundamentales
16 Congregaciones Romanas
31 Padres de la Iglesia
15 Doctores de la Iglesia
14 Sínodos y el Magisterio Episcopal
Diversos documentos y Autores

 

¿Quién juzga al Papa Francisco?

Las Sagradas Escrituras

es

 

Antiguo y Nuevo Testamento 

 

¿Quién juzga al Papa Francisco?

59 Papas

sanpedro

  1. Benedicto XVI (265°)
  2. Juan Pablo II (264°)
  3. Juan Pablo I (263°)
  4. Pablo VI (262°)
  5. Juan XXIII (261°)
  6. Pío XII (260°)
  7. Pío XI (259°)
  8. Benedicto XV (258°)
  9. Pío X (257°)
  10. León XIII (256°)
  11. Pío IX (255°)
  12. Gregorio XVI (254°)
  13. León XII (252°)
  14. Pío VII (251°)
  15. Pío VI (250°)
  16. Clemente XIII (248º)
  17. Benedicto XIV  (247°)
  18. Inocencio XI (240°)
  19. Urbano VIII (235°)
  20. Sixto V (227°)
  21. Pío V (225°)
  22. Pablo IV (223º)
  23. Pablo III (220°)
  24. Adriano VI (218°)
  25. León X (217°)
  26. Alejandro VI (214°)
  27. Eugenio IV (207°)
  28. Urbano V (200°)
  29. Clemente VI (198°)
  30. Benedicto XII (197°)
  31. Juan XXII (196°)
  32. Bonifacio VIII (193°)
  33. Inocencio IV (180°)
  34. Inocencio III (176°)
  35. Urbano II (159°)
  36. Gregorio VII (157°)
  37. León IX (152º)
  38. Esteban V (110°)
  39. Nicolás I (105°)
  40. Esteban III (94°)
  41. Honorio I (70º)
  42. Gregorio I, Magno (64°)
  43. Pelagio I (60°)
  44. Vigilio (59°)
  45. Hormisdas (52°)
  46. Gelasio I (49°)
  47. Simplicio (47°)
  48. León I (45°)
  49. Celestino I (43°)
  50. Bonifacio I (42°)
  51. Zósimo (41°)
  52. Inocencio I (40°)
  53. Siricio (38°)
  54. Dámaso I (39°)
  55. Marcelino (29°)
  56. Esteban I (23°)
  57. Cornelio (21°)
  58. Clemente I (4°)
  59. Pedro (1°)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

14 Concilios

concilios

  1. Concilio Vaticano II – (1962-1965)
  2. Concilio Vaticano I – (1869-1870)
  3. Concilio de Trento (1545-1563)
  4. V Concilio de Letrán (XVIII Ecuménico. 1512-1517)
  5. Concilio de Florencia (XVII Ecuménico. 1431)
  6. Concilio de Vienne (XV Ecuménico. 1311-1312)
  7. II Concilio de Lyon (1274)
  8. IV Concilio de Letrán (XII Ecuménico – 1215)
  9. I Concilio de Letrán (IX Ecuménico – 1123)
  10. III Concilio de Constantinopla (VI Ecuménico – 680-681)
  11. II Concilio de Constantinopla (553)
  12. Concilio de Calcedonia (IV Ecuménico – 451)
  13. Concilio de Éfeso (III Ecuménico 431)
  14. III Concilio de Cartago (397)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

8 Textos fundamentales

textos

  1. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (2005)
  2. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
  3. Catecismo de la Iglesia Católica (1992)
  4. Código de Derecho Canónico (1983)
  5. Catecismo Mayor de San Pío X (1905)
  6. Catecismo Romano (Concilio de Trento)
  7. Fórmula llamada Fe de Dámaso (500?)
  8. Credo “Atanasiano” (373)

 

¿Quién juzga al Papa Francisco?

16 Congregaciones Romanas

congregaciones

  1. Congregación para el Clero
  2. Congregación para las Causas de los Santos
  3. Congregación para los Obispos
  4. Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
  5. Congregación para la Doctrina de la Fe
  6. Congregación para la Educación Católica
  7. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica
  8. Comisión Teológica Internacional
  9. Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas
  10. Oficina para las celebraciones litúrgicas del Sumo Pontífice
  11. Pontificia Comisión Bíblica
  12. Pontificio Consejo Justicia y Paz
  13. Pontificio Consejo para el Dialogo Interreligioso
  14. Pontificio Consejo para la Cultura
  15. Pontificio Consejo para la Familia
  16. Pontificio Consejo para los Textos Legislativos

 

¿Quién juzga al Papa Francisco?

Padres de la Iglesia

padres

  1. San Agustín (354-430)
  2. San Ambrosio (340-397)
  3. San Atanasio de Alejandría (296-373)
  4. Atenágoras de Atenas (s. II)
  5. San Beda (673-735)
  6. San Basilio Magno (330-379)
  7. San Cipriano de Cartago (+258)
  8. San Cirilo de Alejandría (374-444)
  9. San Cirilo de Jerusalén (313-386)
  10. San Clemente de Alejandría (150-215)
  11. Pseudo-Crisóstomo (s. V)
  12. San Dionisio de Alejandría (+264)
  13. San Fulgencio de Ruspe (460-533)
  14. Griego, o el Geómetra
  15. San Gregorio Nacianceno (330-390)
  16. San Gregorio de Nisa (335-394)
  17. San Gregorio Taumaturgo (213-270)
  18. San Hilario de Poitiers (300-368)
  19. San Ignacio de Antioquía (+107)
  20. San Ireneo de Lyon (130-202)
  21. San Jerónimo (347-420)
  22. San Juan Crisóstomo (347-407)
  23. San Justino Romano (100/114-162/168)
  24. San Máximo confesor (662)
  25. San Melitón de Sardes (s. II)
  26. Orígenes (+254 d. C)
  27. San Paciano de Barcelona (365)
  28. Policarpo de Esmirna (69-155)
  29. Teófilo de Antioquía (183)
  30. Teodoreto de Ciro (393-466)
  31. San Vicente de Lérins (+450)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

15 Doctores de la Iglesia

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  1. Santo Tomás de Aquino (1225-1274)
  2. San Antonio de Padua (1195-1231)
  3. San Alfonso de Ligorio (1696-1787)
  4. San Bernardo de Claraval (1090-1153)
  5. San Buenaventura (1218-1274)
  6. San Francisco de Sales (1567-1622)
  7. San Juan de la Cruz (1542-1591)
  8. San Juan Damasceno (676-749)
  9. San Juan de Avila (1499-1569)
  10. San Pedro Canisio (1521-1597)
  11. Pedro Damián (1007-1072)
  12. San Roberto Belarmino (1542-1621)
  13. Santa Catalina de Siena (1347-1380)
  14. Santa Teresa de Jesús (1515-1582)
  15. Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

14 Sínodos y el Magisterio Episcopal

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  1. Sínodo de Valence (855)
  2. XVI Sínodo de Toledo (693)
  3. XIV Sínodo de Toledo (684)
  4. XI Sínodo de Toledo (675)
  5. Sínodo de Letrán (649)
  6. I Sínodo de Braga (561)
  7. Sínodo de Constantinopla (543)
  8. II Sínodo de Orange, 529 (en la Galia)
  9. Sínodo de Arlés (475)
  10. XV Sínodo de Cartago (418)
  11. I Sínodo de Toledo (397)
  12. Sínodo de Roma (382)
  13. Sínodo de Laodicea (363-364 AD)
  14. Sínodo de Elvira (300)
  1. CELAM
  2. Sínodo de los Obispos

¿Quién juzga al Papa Francisco?

Diversos documentos y Autores

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  1. La Liturgia de las Horas
  2. XLVIII Congreso Eucarístico Internacional
  3. Alcuino de York
  4. San Benito de Nursia
  5. San Bonifacio de Maguncia
  6. San Elredo de Rieval
  7. San Francisco de Asís
  8. San Ignacio de Loyola
  9. San Juan Bautista María Vianney
  10. San Juan Bosco
  11. San Juan de Ribera

 

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Sobre la Libertad. En Santo Tomás de Aquino

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17 octubre, 2015

En el presente trabajo nos proponemos explicar y defender la concepción tomista de libertad y criticar algunas concepciones de libertad modernas. La noción de libertad es un concepto clave en Filosofía, ya que de él depende el planteamiento de toda la moral, y de la moral depende el planteamiento de toda la política. Por ello es importante precisar con exactitud a qué nos referimos cuando hablamos de libertad.

Presentado el trabajo, nos disponemos a abarcar el concepto de libertad de la forma más completa y sencilla posible. Trataremos qué es propiamente la libertad, sus distintas formas, después trataremos concretamente el libre arbitrio, las pruebas de su existencia, su naturaleza y sus límites. Finalmente haremos una reflexión sobre el problema naturaleza-libertad, y por último estudiaremos los determinismos.

¿Qué es la libertad?

El acto voluntario es definido por Aristóteles de varias formas, bien como “intelecto apetitivo”, bien como “apetito intelectivo”, aunque la definición más conocida es “todo lo que uno hace estando en su poder hacerlo y sabiendo, y no ignorando, a quién, con qué y para qué lo hace”. Santo Tomás concibe sin embargo el libre arbitrio como “la voluntad misma en el ejercicio de la elección de los medios para conseguir su fin”. Siguiendo con el espíritu y el sentido de ambas definiciones de libertad, me arriesgo a definir la libertad como “capacidad de elegir deliberadamente lo mejor posible” (libertas est capacitas ad eligendum deliberate optima possibilia).

Desmenuzaremos brevemente el sentido y significado de esta definición. La libertad como la vida no es una facultad, ni una potencia, ni un acto, ni un ser. La libertad es un carácter o propiedad de ciertos actos. La libertad se ejerce en algunos actos voluntarios, concretamente en la elección de los medios para conseguir el bien propuesto por el intelecto. ¿Por qué decimos mejor bien posible? Porque la libertad versa sobre la elección de bienes, como bien dice el Filósofo. La cuestión está en que hay una jerarquía de bienes, y debemos elegir lo mejor, y de hecho lo hacemos siempre. Lo que elegimos es subjetivamente lo mejor para uno. Pero objetivamente hablando, puede no serlo, y cuando elegimos un bien inferior (es decir, un bien que no es el mejor posible para nosotros), no es un acto libre, es un acto libertino. Y como no somos idealistas sino realistas, no elegimos lo mejor en sí, sino lo mejor posible para nosotros “hic et nunc”. De nada sirve que yo quiera comprarme un Ferrari si sólo tengo veinte mil euros, tendré que elegir la mejor opción de entre los coches con un valor comprendido entre mis posibilidades. Queda más o menos explicada la definición.

¿Por qué proponemos una definición más precisa? Como he dicho antes, no varía la doctrina realista, sino que la profundiza, parecido a la evolución homogénea de los dogmas que, sin cambiar, se precisan debido a las necesidades o problemas que van surgiendo en cada época. Pues bien, el tema de la libertad es un tema que se ha de precisar después de haber pasado por la Modernidad y la Postmodernidad. Hoy los liberales y libertinos entienden por libertad la capacidad de elegir, como siempre se ha entendido. Pero creo necesario dar a la elección de los actos un carácter moral.

Al decir que la elección buena se llama libertad y la elección mala se llama libertinaje, le damos la misma connotación moral que al decir que la repetición de actos buenos es la virtud, y la de actos malos el vicio, teniendo ambos actos en común el hecho de ser hábitos. Así lo que tienen en común la libertad y el libertinaje es que son elecciones deliberadas, con plena consciencia y voluntad. ¿Por qué añadir una carga moral a la libertad/libertinaje como a la virtud/vicio? Porque ambos están relacionados con el acto (la libertad en cuanto se orienta a él y la virtud en cuanto lo repite). Y como la moral versa sobre los actos del hombre, cuando definimos algo relacionado con los actos inmediatamente surge la pregunta de cuáles son buenos y cuáles malos, y hay que llamarlos con distinto nombre para separar y distinguir lo bueno de lo malo. Así nos queda un cuadro simple y esclarecedor: la elección deliberada es a la libertad y al libertinaje lo que el hábito es a la virtud y al vicio. Con esto afinamos más la definición de libertad y solucionamos el problema de los liberales y libertinos. Si bien somos conscientes que en el lenguaje común de la gente la palabra libertad en un sentido amplio se refiere a capacidad de elegir, es preciso, hablando técnicamente que a ello se le llame elección deliberada y se deje la palabra “libertad” para la elección de los actos buenos y la palabra “libertinaje” para la elección de los actos malos.

Para redondear el asunto de la definición, adelantaré un tema que se verá más adelante, y es que, con esta nueva definición se entiende más claramente porqué el ejercicio de la virtud libera, mientras que el del vicio esclaviza; porqué el pecado encadena, mientras que cumplir la voluntad de Dios nos hace más libres.

Formas de libertad

Definido ya el concepto de libertad, vamos a exponer sus distintas formas.

Primero situemos la libertad con respecto al hombre: la substancia es el hombre, la voluntad una de sus facultades, el acto voluntario emana de la facultad, y sólo algunos de esos actos voluntarios son libres.

Hay dos grandes formas de libertad: la de actuar (libertas a coactione) y la de querer (libertas arbitrii).

La libertad de actuar es una libertad puramente exterior. Un acto es libre cuando está libre de toda coacción exterior. Hay varios tipos de libertad de actuar:

  • Libertad física: Poder actuar sin ser detenido por una fuerza superior.
  • Libertad civil: Poder actuar sin que lo impidan las leyes de la ciudad.
  • Libertad política: Poder actuar en el gobierno de la ciudad que se es miembro.
  • Libertad moral: Poder actuar sin ser retenido por una ley moral, por un deber.

La libertad de querer (más conocida como libre arbitrio) es una libertad interior. Una decisión es libre cuando está exenta de una inclinación necesaria a poner el acto, a hacer tal elección, tomar tal decisión. Esta libertad puede tomar dos formas:

  • Libertas exercitii: La libertad de ejercicio consiste en decidir si actuar o no.
  • Libertas specificationis: La libertad de especificación consiste en decidir qué actuar, si actuar esto o lo otro.

De ambas formas de libertad, la forma más propiamente llamada libertad es la del libre arbitrio. Pues ahí es donde se generan los actos voluntarios libres, más allá de que después no se puedan llevar a cabo y no seamos libres para actuar. Un ejemplo biográfico de que la libertad más importante es la interior, es la vida de San Maximiliano María Kolbe, más bien su muerte. Estando preso en el campo de concentración de Auschwitz, al ver que iban a ejecutar a un padre de familia, ofreció su vida a cambio de la del padre de familia y murió encerrado en una celda, muerto de hambre y sed. Ese padre de familia pudo asistir a la canonización del santo, inmensamente agradecido. Pareciera que estando preso estaba privado de todas sus libertades, pero vemos que la prisión solo priva de la libertad de actuar, la exterior, pero la interior, la de querer permanece siempre libre, si nosotros así lo queremos.

Por otra parte es tal la relación que hay entre ambas formas de libertad que, faltando una, la otra termina acomodándose a esa falta. Por ejemplo, sucede que al no tener libertad para actuar, terminamos de querer aquello que queríamos pero que no se puede realizar, aquello imposible. También sucede que acabamos consintiendo lo que rechazábamos porque hemos sido obligados a hacerlo.

Resumiendo, ambas son formas de libertad, pero prima la libertad de querer a la libertad de actuar, pues la primera puede existir sin la segunda, y la segunda no puede existir sin la primera, la supone.

El libre arbitrio

Ya hemos visto que esta forma de libertad es la más importante. Cuando en psicología se habla de libertad, se habla de esta libertad interior, del libre arbitrio. Vamos a probar la existencia de esta libertad, la otra no hace falta probarla, porque es muy evidente.

Pruebas de su existencia

Veremos algunos argumentos clásicos a favor de la libertad, los analizaremos y los pondremos en tela de juicio, porque creemos que no todos son válidos.

Prueba Moral

Este argumento deriva de Kant. Sostiene que la libertad es un postulado, que la razón no puede demostrar la libertad y tampoco negarla. Afirma que la libertad es una condición de la moralidad: como estamos obligados a vivir moralmente, estamos obligados a creer en la libertad. Esta doctrina la resume Alain diciendo: “Si tengo deberes, el primero es creerme libre”.

Crítica. Es cierto que la libertad es una condición de la vida moral; de hecho la obligación solo atañe a los sujetos libres. La argumentación de Kant tiene tres presupuestos con los que no estamos de acuerdo, a saber: que toda metafísica es imposible, que la libertad no es un hecho de experiencia, y que la moral es una especie de absoluto que se impone a todo ser racional. Este argumento está mal porque trastorna el orden normal de las ideas, confunde la causa con el efecto. No hay que creer en la libertad porque exista la moral, sino que, hay que creer en la moral porque existe la libertad. Entonces, siendo la libertad el fundamento de la moral, hay que demostrar primero la libertad para después probar la moral. Luego Kant supone algo que es consecuencia de lo que debería explicar.

Prueba por el Consentimiento Universal

Este argumento se puso de moda en el s. XIX, encontramos también huellas de él en Santo Tomás de Aquino. Este argumento sostiene que si el hombre no estuviese dotado de libertad no tendrían razón de ser los consejos y las exhortaciones, los preceptos y las prohibiciones, las recompensas y los castigos (se puede añadir: los contratos, las promesas y los compromisos).

Crítica. Es evidente que todos estos actos, como hemos dicho, tienen razón de ser si el hombre se cree libre. Como estos actos existen en todas las sociedades, es de suponer que todos los hombres se creen libres, es poco verosímil que se equivoquen todos. Pero aún así, la verdad no depende del número, y puede darse que una sociedad entera se equivoque y que un solo hombre tenga razón contra todos. Queda pues sin resolver si el hombre tiene razón para creer en la libertad.

Prueba Psicológica

Este argumento se difundió mucho en la filosofía moderna desde Descartes. Todo se resume en que la libertad es un hecho. “Estamos tan seguros de la libertad y de la indiferencia que hay en nosotros, que no hay nada que conozcamos más claramente”, decía Descartes. La pregunta es: ¿Hay una experiencia de la libertad interior?

No olvidemos que nosotros intentamos demostrar el libre arbitrio, y la libertad de la que habla Descartes es la libertad en cuanto indiferencia. En eso estamos de acuerdo, creemos que existe una experiencia de la libertad como libertad de elección. Esta experiencia tiene dos momentos: Primero, tenemos conciencia de la indeterminación de la voluntad (la indecisión es un estado de oscilación); segundo, tenemos conciencia de la autodeterminación de la voluntad, mediante la cual salimos del estado de indeterminación. Resumiendo, después de sopesar, me decido; de todo eso tenemos conciencia.

Crítica. Una prueba de este tipo, que remite a la experiencia personal de cada uno, solamente es valedera para aquellos que han realizado en su vida algún acto libre de querer. Pero es posible que haya alguno que no haya realizado esto en su vida, podría objetar con razón que él no tiene experiencia de libertad y que por tanto no existe. La experiencia no puede más que constatar la libertad como un hecho psicológico. No obstante, la experiencia por sí sola no puede aclararlo ni explicarlo. Corresponde a la metafísica explicar la libertad, y mientras no lo haya hecho siempre alguien puede objetar la existencia de la libertad por no tener experiencia de ella.

Prueba Metafísica

Algunos dicen que al intentar demostrar la libertad hay una contradicción entre forma y fondo: demostrar es hacer la conclusión necesaria, pero declarar la libertad necesaria es negarla. La libertad, entonces, sólo puede afirmarse libremente. Esta idea tiene su origen en Kant.

Hay ahí un sofisma. Si el hombre es libre, dicen, debe serlo entero, en todas sus funciones. Pero esta afirmación es falsa. Yo puedo ser libre sin ser totalmente libre. De hecho, la razón no es libre, lo es sólo la voluntad.

Ahora bien, no se puede demostrar que un acto concreto y particular sea libre o no, eso lo sabe sólo el sujeto y Dios. La metafísica se limita a demostrar que la libertad es posible, que resulta del hecho de que el hombre está dotado de inteligencia y de voluntad. La metafísica pretende demostrar que la libertad es un atributo de la naturaleza humana, que el hombre está dotado de libre arbitrio.

He aquí uno de los argumentos de Santo Tomás. La voluntad sigue a la concepción de un bien. Si el objeto es absoluta y necesariamente bueno, la voluntad tenderá necesariamente a él. Si el objeto no es necesariamente bueno, en la medida en que no realiza la bondad perfecta, puede ser juzgado no-bueno y no-amable. La voluntad entonces no tiene necesidad de quererlo. Pero ningún objeto fuera de la beatitud es el bien perfecto. Por consiguiente, la voluntad no es determinada por ningún bien particular. Si lo quiere, es que lo elige, es decir, se determina a sí misma. Así la libertad está en la inteligencia, que concibe el Bien perfecto y juzga los bienes particulares en comparación con el Bien. Luego, se puede atribuir la libertar “a priori” en los seres inteligentes, en lo que concierne a la elección entre bienes particulares.

Hay otro segundo argumento de Santo Tomás, semejante a éste. El hombre no actúa por instinto como el animal, porque es un ser racional. Sabemos que hay un abismo entre el plano de las necesidades lógicas, donde se mueve la razón, y el de las situaciones particulares y contingentes, en donde se desenvuelve la acción. La razón no puede nunca deducir rigurosamente partiendo de los primeros principios la acción precisa que debe aplicarse “hic et nunc”. Luego, en lo que concierne a una acción, el juicio no está determinado, queda como suspendido entre el sí y el no, es la voluntad la que libremente realiza esta acción o aquella otra. Así pues, si se actúa bajo estas condiciones, será por un acto libre.

Veamos un tercer argumento que da Santo Tomás. La libertad puede también deducirse de la naturaleza del pensamiento abstracto. La representación intelectual del bien es universal. Como ningún objeto particular iguala lo universal ni lo realiza en toda su amplitud y toda su pureza, la voluntad que se dirige al bien queda indeterminada al respecto de los bienes. Y sólo es por un acto libre que se decide por un bien rechazando otros.

Por último, Santo Tomás argumenta también que la libertad deriva de la capacidad de reflexionar. La voluntad sigue al juicio. Si no somos dueños de nuestro juicio, no seremos dueños tampoco de nuestro querer. Pero el hombre, al juzgar lo que debe hacer, puede juzgar su juicio mediante la reflexión. Así el hombre es dueño de sus juicios por la reflexión. Por lo tanto, como somos dueños de nuestros juicios por la reflexión, y la voluntad sigue siempre al juicio, somos dueños de nuestro juzgar y de nuestro querer también, somos libres.

¿Potencia o hábito?

El libre arbitrio no es un acto, es el principio de un acto, y como tal, puede ser o potencia o hábito, pues son los dos principios posibles de un acto, v.gr: sé que esto es una silla, y lo sé bien por ciencia (hábito), bien por potencia intelectiva (potencia). Entonces el libre arbitrio puede ser o un hábito, o una potencia.

No es un hábito porque, de serlo, sería un hábito natural, pues el libre arbitrio es algo natural en el hombre. Sabemos que los hábitos naturales se orientan  necesaria y naturalmente hacia algo, pero de ser el libre arbitrio un hábito natural,  ya no sería libre arbitrio, pues no tendría nada de libre. Por ello, que sea un hábito natural va contra la esencia misma del libre arbitrio. Y ser un hábito no natural sería contrario al carácter natural del libre arbitrio. Por tanto, el libre arbitrio no es un hábito de ninguna manera.

Se puede concluir entonces que el libre arbitrio es una potencia y no un hábito.

¿Potencia apetitiva o intelectiva?

La elección es lo propio del libre arbitrio. En la elección coinciden en parte la facultad cognoscitiva y la apetitiva. Por parte de la facultad cognoscitiva se precisa la deliberación o consejo, por el que se juzga sobre los medios para alcanzar el fin deseado. Por parte de la facultad apetitiva se precisa de la elección del medio previamente deliberado. Aquí no queda claro aún si es una potencia intelectiva o apetitiva. Veamos, el objeto de la elección son los medios que llevan a un fin, y el medio en cuanto medio es llamado bien útil. Por tanto, como el bien es objeto del apetito, se sigue que la elección es sobre todo un acto de la potencia apetitiva, porque se elige un bien útil. Por tanto, el libre arbitrio es una potencia apetitiva.

¿El libre arbitrio es una potencia diferente de la voluntad?

Es necesario que las potencias apetitivas sean proporcionadas a las aprehensivas. El entendimiento es a la razón lo que la voluntad es al libre arbitrio. Lo vemos más claramente en la correlación de sus actos y de sus objetos. Entender implica la simple aprehensión de una cosa, y solo aprehendemos simplemente los primeros principios, por ello entender tiene como objeto los primeros principios. Razonar consiste en pasar del conocimiento de una cosa al conocimiento de otra. Por ello, el objeto del razonamiento son las conclusiones a las que se llega por medio de los principios. Querer significa el simple deseo de algo. Por ello la voluntad tiene por objeto el fin deseado en sí mismo. Elegir significa querer una cosa para conseguir otra. Por ello su objeto propio son los medios que llevan al fin.

Ahora bien, al igual que el entender y razonar son actos de una misma potencia, la intelectiva, así también querer y elegir son actos de una misma potencia, la apetitiva. Por ello, la voluntad y el libre arbitrio no son dos potencias distintas, sino que pertenecen a la potencia apetitiva.

Naturaleza del Libre Arbitrio

Vamos a especificar bien cuál es la naturaleza del libre arbitrio según la doctrina tomista y vamos a criticar algunas teorías equivocadas sobre la libertad. Comenzaremos por esto último.

La libertad de indiferencia

Esta concepción entra en la filosofía moderna con Descartes. Posee tres ideas directrices.

La libertad disminuye en la medida en que la voluntad es atraída por un motivo. La libertad consiste en ser indiferente a los motivos, en estar libre de toda influencia. El ideal de libertad es una decisión sin motivos, o, lo que es lo mismo, una decisión en presencia de motivos contrarios de fuerza igual, ya que se anulan. Si se elige un partido, no es porque sea el mejor, sino porque lo queremos.

Crítica. Concedemos que hay una cierta indiferencia en la voluntad libre, pero no puede definirse la libertad como una indiferencia. Pues si no hay motivo, no hay acto de voluntad, ni tampoco de libertad. La libertad supone una deliberación, y deliberar es justamente tener en cuenta los motivos, compararlos, pesarlos. La hipótesis de motivos iguales que dejan indiferente a la voluntad, es una falacia: o bien no se reflexiona, y entonces no hay acto libre, o bien se reflexiona, pero entonces se verá una diferencia después de un examen más o menos prolongado, pues no existen dos entes iguales, por tanto tampoco dos motivos iguales.

La libertad de espontaneidad

Esta doctrina tiene origen en Leibniz, y ha influido en muchos filósofos modernos.

Esta doctrina en Leibniz sostiene lo siguiente: No hay acto voluntario sin motivo, si fuésemos absolutamente indiferentes, no elegiríamos. El motivo más fuerte siempre prevalece, pues el hombre es inteligente y elige lo que mejor le parece. Pero, aún siguiendo el motivo más fuerte, la voluntad es libre, pues el acto es contingente (no metafísicamente necesario), espontáneo (no obligado desde fuera) e inteligente. Y con estas tres condiciones se define la libertad. De ahí esta breve definición de libertad: la espontaneidad de un ser inteligente.

Crítica. Leibniz decía: “El alma humana es una especie de autómata espiritual”. Si esto es cierto, ¿de qué sirve hablar de libertad?

Concordamos con Leibniz cuando sostiene que no hay acto de libertad sin motivo, y que siempre se elige la parte que parece mejor. Es decir, hay en el acto libre una parte de espontaneidad. Pero así como hemos dicho contra Descartes que no puede definirse la libertad como indiferencia, así decimos contra Leibniz que no puede definirse la libertad como espontaneidad. Se necesita una decisión que cierre una fase de indecisión. Ni siquiera el motivo más fuerte basta para ocasionar la decisión. Si lo hace, si determina a la voluntad, no hay decisión, ni libertad.

El libre arbitrio

Esta doctrina es la doctrina tomista de la libertad.

Analicemos el principio general: “la voluntad es libre cuando se determina a sí misma a un acto”. Puede definirse el ser libre como aquel que es causa de sí mismo (liberum est quod sui causa est). Pero no debe entenderse como que el ser libre se crea a sí mismo, pues “nihil potest esse sibi causa essendi” (nada puede ser causa de su propia existencia). Se debe entender entonces como que el ser libre es aquel que es causa de su acto (sibi causa agendi). Es decir, que por su libre arbitrio, el hombre se mueve a sí mismo a obrar.

La voluntad es movida por el fin, y al mismo tiempo se mueve a sí misma a elegir tal o cual medio. Dicho de otro modo, hay en la libertad una parte de espontaneidad y una parte de indiferencia. La libertad tiene una espontaneidad natural hacia el bien, y en esto no es libre. Pero también tiene una parte de indiferencia, pues sin ella no se comprendería que tuviese la menor libertad de elección.

Entonces, hablando estrictamente, el acto libre tiene un doble origen: la espontaneidad y la indiferencia de la voluntad. Pero la libertad del acto tiene su fuente sólo en la indiferencia.

Vamos a analizar brevemente el acto de la decisión. La decisión consiste en hacer determinante a un motivo eligiéndolo. La voluntad sigue siempre al motivo más fuerte, pero es ella quien ha hecho que ese motivo sea determinante para ella. Y lo hace deteniendo el movimiento de la deliberación, es decir, fijando la inteligencia en un juicio: “si esto es lo mejor, entonces hay que hacerlo”. Si la voluntad no detuviese el movimiento de la deliberación, la inteligencia seguiría examinando indefinidamente las cosas, pues no habría quién la detuviese. Es decir, la voluntad sigue el último juicio práctico, pero es ella quien hace que ese juicio sea el último.

Límites del libre arbitrio

Que la libertad tenga límites no es solo un hecho que resulte de la imperfección del hombre, sino que la idea misma de una libertad absoluta es intrínsecamente contradictoria.

¿Qué sería una libertad absoluta? La indeterminación total del querer: sería una tendencia que no tendería hacia nada. Entonces la noción misma de tendencia se desvanece, y con ella toda posibilidad de actos libres.

La libertad humana supone lógicamente la naturaleza humana. Y en el hombre, la libertad supone la voluntad como tendencia hacia el bien,  la inteligencia como poder de representación y de juicio; si falta uno de estos dos términos, el término elección pierde todo su significado.

Para fijar los límites de la libertad humana consideraremos las dos formas más importantes de libertad.

Límites para la libertad de ejercicio. Como tenemos una inclinación necesaria y natural hacia el Bien universal, puro y perfecto, sobre este fin no se delibera. Cuando este Bien se presente en su realidad concreta, no podremos hacer otra cosa que quererlo y entenderlo, nuestra libertad de ejercicio no podrá elegir otra cosa que no sea amar y entender ese bien puro, universal y perfecto. Por ello los católicos sostienen que cuando se llega al cielo (contemplación directa de Dios tal cual es), no hay paso atrás, nuestra libertad es nula, porque estaremos ante el Bien hacia el cual poseemos una inclinación natural y necesaria. Por ello mientras no estemos ante el Bien, y no lo veamos directamente, es decir, mientras no lo captemos mediante una intuición clara, tenemos libertad para pensar en Él o libertinaje para no pensar, para amarlo o no amarlo, pero una vez muertos, sólo nos queda elegir o no a Dios (lo cual se hace en vida), en muerte ya no hay vuelta atrás por esa inclinación necesaria que nos “obliga” a no hacer marcha atrás.

Además, por esto se entiende la concepción de vicio y de virtud, como ambas posiciones que disminuyen la capacidad de elegir. En el caso del vicio, porque amamos cosas contrarias al Bien supremo que tenemos como medida de los demás bienes, y al amar cosas contrarias, se va desdibujando esa inclinación al Bien supremo, y por tanto se va perdiendo el criterio de las cosas que son buenas, y elegimos sus contrarias, y nos esclavizamos, por ello disminuye nuestra libertad con el vicio, porque perdemos la noción de bien, y esa noción de bien la comienzan a marcar nuestras pasiones, sentimientos y emociones, en lugar de la razón. En el caso de la virtud, se disminuye nuestra capacidad de elegir por un motivo diferente, por lo mismo que se limita nuestra libertad de ejercicio estando en el cielo, porque el hombre virtuoso elige los bienes que están en consonancia con el Bien supremo, y mediante esos bienes se va aproximando al Bien, y como ya hemos dicho, el Bien atrapa, porque tendemos naturalmente hacia Él, porque estamos hechos para Él. Es decir, la virtud nos limita nuestra capacidad de elegir, pero porque nos acercamos al Bien Supremo al cual tenemos inclinación necesaria. Y el vicio nos limita la libertad porque perdemos la noción de Bien y nos abandonamos a las pasiones, emociones y sentimientos que no hacen nada parecido a la deliberación, condición necesaria para que haya libertad.

Límites para la libertad de especificación. Como hemos dicho antes, cuando pensamos en el Bien absoluto, lo amamos necesariamente. Esto en relación al fin. Pero en relación al medio también, si sabemos de un medio reconocido como necesario para alcanzar el Bien, lo queremos con la misma necesidad con que se quiere el Bien. Luego, en ese caso, tampoco somos libres para especificar qué medios elegir para alcanzar el Bien, necesariamente queremos el medio que ya está reconocido como necesario para llegar a ese fin.

Sólo hay libertad en la elección de los medios no necesarios para alcanzar el Bien, o cualquier bien concebido por el intelecto como lo mejor para nosotros. Se quiere necesariamente un medio, pero libremente este medio concreto.

La Libertad y los determinismos

Con lo que expondremos pretendemos refutar las objeciones contra la libertad. Las doctrinas que niegan la libertad reciben el nombre de determinismos. Se pueden agrupar en tres grandes tipos de conocimiento humano: ciencia, filosofía y teología. Si bien, debemos precisar que todas las doctrinas deterministas son de orden filosófico, pues la libertad es un problema de la filosofía. Lo que sucede es que en el caso de la ciencia se generalizan leyes científicas llevadas a su absoluto, y se intentan aplicar a un orden fuera de su alcance. Y en el caso teológico, se utilizan principios teológicos para aplicarlos a un orden inferior al de la teología que es la filosofía.

  1. Determinismo Científico

Nos encontramos con dos formas distintas: el determinismo universal, y el determinismo que niega la libertad en nombre de diferentes leyes científicas concretas.

Determinismo universal

Dicen que podría haber una inteligencia humana (ya que hablamos de la libertad en el hombre) que conociese todas las fuerzas de la naturaleza y la situación respectiva de todos los seres, y así podría deducir los movimientos de todos los cuerpos. “Nada sería ya incierto para ella, y tanto el futuro como el pasado estaría presente a sus ojos”.

Responderemos a esto que el determinismo universal no es un hecho ni una ley. No es un hecho, porque el hombre no puede tener una experiencia total o integral del universo. Siempre conoce los seres bajo un aspecto objetivo y subjetivo, pero nunca conoce a un ser en su totalidad, y menos a todo el universo. No es una ley, porque las leyes sólo tienen valor real si han sido comprobadas experimentalmente, y esto no ha sido probado experimentalmente, luego no es una ley con valor real. Así el determinismo universal que propone la ciencia queda descartado.

Determinismo físico

Dicen: “Un acto libre, siendo un comienzo absoluto, sería una creación de energía; ahora bien, en la naturaleza, la cantidad de energía permanece constante, nada se pierde, nada se crea”.

Responderemos a esto que el acto libre es un acto espiritual, y que, por tanto, está fuera del circuito de las fuerzas físicas. El principio no puede valer más que para el movimiento voluntario; y éste se cumple con el sólo juego de las fuerzas físicas, la voluntad no hace más que provocar y orientar las fuerzas, sin contarse entre ellas.

Determinismo fisiológico

Sostienen: “Nuestros actos están determinados por nuestro estado fisiológico (hambre, sed, enfermedad, salud, temperamento, clima…).

Respondemos, sin lugar a duda que nuestro estado fisiológico influye en nuestras decisiones libres, limitan la libertad, incluso en casos contados la suprimen. Pero no puede afirmarse a priori y de un modo absoluto que nuestro estado fisiológico suprima nuestra libertad, porque puede dejar lugar a actos libres, y efectivamente lo hace en la grandísima mayoría de las personas.

Determinismo social

Algunos sociólogos defienden que la presión social determina todos los actos de los individuos.

Respondemos a esto: Admitimos que la influencia de la sociedad es muy grande en el individuo, y que en contados casos puede llegar a suprimirle la libertad. Pero al igual que en el determinismo fisiológico, no se puede hacer de esto una norma, porque no lo es, es una excepción. Además, los sociólogos analizan datos externos y objetivos, y la libertad se sitúa en el plano interno y subjetivo. Podrán los sociólogos aproximar el número de asesinatos que habrá en un año, pero nunca podrán decir qué individuos serán los asesinos y cuáles los asesinados, porque en el fuero interno (que es donde se fragua el acto libre) los sociólogos no pueden entrar.

Determinismo psicológico

Lo sostienen principalmente los defensores del psicoanálisis. Sostienen que la vida psíquica puede ser reducida a leyes (y así suprimen la libertad) tales como: que el carácter es constante, que nuestra conducta está gobernada por los instintos, que el comportamiento es un conjunto de reflejos condicionados, etc.

Respondemos a esto. A lo primero, habría que ver si los hábitos y el carácter no se han formado libremente, o al menos en parte. A lo segundo, el instinto es sin duda influyente, pero no lo bastante preciso en el hombre como para determinar siempre una conducta adaptada: las situaciones nuevas plantean problemas sobre los que hay que reflexionar para resolverlos. Y a lo tercero, las leyes de la psicología solamente son cuantitativas cuando versan sobre fenómenos físicos y fisiológicos.

Determinismo Filosófico

Consiste en una negación de la libertad fundada en teorías o principios filosóficos. Tenemos dos negaciones de la libertad principales.

  • La que deriva de una metafísica panteísta, como vemos en Spinoza: En el fondo no hay más que un ser, infinito, que existe necesariamente. Dios se manifiesta de un modo igualmente necesario por dos atributos infinitos, el pensamiento y la extensión. Spinoza entiende por libertad “la necesidad comprendida”. El hombre es esclavo cuando sufre las acciones del universo sin comprenderlas. Se hace libre cuando intuye la Substancia. Entonces se da cuenta que todas las cosas fluyen necesariamente de la esencia de Dios, y conociendo eso, se hace el hombre libre.

Respondemos a esto. No criticaremos ahora el panteísmo. Nos limitamos a decir que Spinoza afirma a priori la necesidad universal. Pero no explica en ninguna parte, cómo se encadena todo, no deduce las diversas cosas (el hombre, los hombres, los pensamientos, los deseos del hombre) mostrando por qué son así, y por qué no podrían ser de otro modo. Esto sería lo único que habría que hacer para convencernos. Que lo haga. ¡Ah! Está muerto.

  • La segunda negación de la libertad, un poco más seria, podemos llamarla determinismo crítico o lógico: ya que se apoya en los principios primeros, especialmente en el principio de razón suficiente y en el principio de causalidad.

Para Leibniz, la noción de un ser individual envuelve todos los atributos que podrían serle atribuidos con verdad. Estos atributos, según él, pueden deducirse a priori. Así la noción de Adán implica que pecará, la de César que franqueará el Rubicón… Entonces no hay libertad, porque en un individuo ya están contenidos a priori todos sus atributos y acciones. Un acto libre como nosotros lo entendemos, imprevisible, espontáneo, no cabe en la concepción de Leibniz.

También se sostiene que la libertad está excluida por el principio de causalidad: “Todo lo que empieza a existir tiene una causa”. Ya que un acto libre no tendría causa. Dicen que tampoco es posible que un mismo ser sea capaz de actuar de modos distintos, pues eso iría contra el principio de legalidad que dice: “las mismas causas producen los mismos efectos”. Por tanto el acto libre, que es imprevisible no tiene cabida aquí.

A estas objeciones respondemos. En primer lugar, el principio de razón suficiente es un invento de Leibniz, no es un principio primero evidente, es un postulado del racionalismo que suprime toda contingencia y toda libertad. Hay un principio que se le aproxima que es el de razón de ser. Pero no exige, como Leibniz, que puedan deducirse las acciones de un ser como las consecuencias lógicas de un principio. Es al revés, dado un ser, se puede explicar, pero no se puede deducir una acción con el sólo conocimiento de la causa, porque una acción es imprevisible por la libertad del individuo y sus circunstancias. Un acto libre no es absurdo, no es sin razón, su razón de ser es el hombre, por ello éste es responsable de sus actos. En segundo lugar, el principio de causalidad no exige un lazo necesario entre la causa y el efecto, es decir, no exige que la causa produzca necesariamente el efecto. Afirma solamente que la causa tiene en sí misma la potencialidad de producir su efecto, y así sucede con la voluntad. En tercer y último lugar, para criticar a los que utilizan el principio de legalidad (que es cierto) para criticar la libertad, la respuesta de Bergson es válida: “el yo nunca permanece exactamente idéntico a sí mismo, sino que cambia constantemente. La identidad personal es una permanencia en un cambio continuo. En resumen, los principios no exigen que pueda deducirse a priori el efecto de la causa, sino que dado el efecto, podamos encontrarle una causa. Y eso ocurre con el acto libre.

Determinismo Teológico

Hay dos problemas principales: “libertad y presciencia” y “libertad y concurso”

Libertad y Presciencia

Si Dios conoce de antemano todo lo que haremos, diremos y elegiremos, ¿cómo pretender que somos libres?

Respondemos. La solución de la dificultad está en la noción justa de eternidad. Cuando decimos que Dios prevé nuestros actos, está mal dicho: Él los ve realizarse. Pues la eternidad en Dios consiste en que todos los momentos del tiempo son igualmente presentes ante Él. Por tanto el hecho de que conozca nuestras decisiones no impide en modo alguno que las tomemos libremente.

Libertad y Concurso

Si Dios concurre a toda acción de las criaturas, las criaturas no son libres para actuar.

Respondemos. Al igual que Dios da la existencia a las criaturas, da la existencia a sus acciones. Las criaturas actúan según su naturaleza, justamente porque Dios les concede ser y actuar. La acción de Dios no se suma a la de las criaturas, formando parte de ellas, sino que las sostiene en todo momento. El concurso de Dios en nuestros actos, lejos de hacer desaparecer la libertad, la fundamenta, es decir, hace que exista. Podríamos decir que tenemos todo lo necesario para obrar libremente, un ser, una naturaleza, una voluntad, una libertad; y todo ello lo sostiene Dios en todo momento, lo mantiene en la existencia porque Él es el Ser, Él es el Acto Puro, es decir, que por mantener Dios todo eso en existencia, somos libres. Además, la libertad es algo natural en el hombre, sería contradictorio que Dios, creador del hombre, la violentase, sería crear un hombre que no es hombre. Así el concurso divino, lejos de suprimir la libertad, la fundamenta teológicamente.

Naturaleza y Libertad

Sería absurdo negar la naturaleza humana. Si se niega, la última palabra de nuestro vocabulario sería “libertad”. No obstante, vamos a dar algunos breves argumentos de su existencia.

Primeramente, en el momento en que un hombre habla o escribe, se admite de hecho, in actu exercito, la existencia de otros hombres, lo bastante parecidos a uno mismo para que puedan comprender lo que se dice. Y cuando se habla de hombre, se admite formalmente, in actu signato, que la realidad humana es idéntica en todos los hombres. Pero estos argumentos son muy sencillos y débiles. Lo que tenemos que acotar es el concepto “naturaleza”.

Nos interesa sobre todo para ver la libertad en la naturaleza humana, demostrar la naturaleza del espíritu. Demostrar la naturaleza de la inteligencia y la naturaleza de la libertad. ¿La tienen? Por supuesto, la naturaleza de la inteligencia humana es, por su unión al cuerpo, abstractiva y discursiva. La libertad también tiene naturaleza, pues aunque está dotada de elección y que tiene la capacidad de hacer al hombre como él quiera, sólo puede hacerlo éste hombre o aquel hombre, nunca puede hacerlo animal, vegetal, mineral, ángel o Dios, siempre hombre, siempre sigue su naturaleza la libertad, y actúa en el marco de su naturaleza, la humana.

Al hablar de naturaleza, Santo Tomás explica muy bien en la Suma Teológica que la noción de naturaleza lleva consigo múltiples realizaciones que constituyen una especie de escalonamiento. Supone en este análisis la definición aristotélica de naturaleza: el principio intrínseco de la actividad de un ser. Entonces, distingue tres elementos en la actividad: el fin hacia el que tiende la acción, la forma de la que deriva, y la misma ejecución del acto. Según sean estos tres elementos en los grados de ser, así será su naturaleza.

En un cuerpo bruto, todo está determinado, fin, forma y ejecución. El ser vivo se caracteriza por una cierta espontaneidad, se mueve a sí mismo. Pero los seres vivos se reparten en tres planos. Las plantas tienen un fin y una forma naturales: sólo la ejecución de los actos es espontánea. En los animales, el fin es natural, pero la forma y la ejecución no lo son. No sólo se mueven en cuanto a la ejecución de sus actos, sino que se dan la forma de su actividad gracias a su sensibilidad. En el hombre, todo está indeterminado, en cuanto a la ejecución, en cuanto a la forma y en cuanto al fin que el hombre elige libremente. Pero, aunque el hombre se mueva en todos los aspectos de la actividad, dos cosas son una naturaleza para él: los primeros principios que determinan todos los movimientos de la inteligencia y el fin último que determina todos los movimientos de su voluntad. Es decir, el hombre no puede más que tender intelectualmente a los primeros principios, y cuando se le presenta uno, no puede más que aprehenderlo y poseerlo. Y tampoco puede más que tender apetitivamente al fin último, de modo que si se le presenta, no puede más que amarlo y quererlo.

Esto es un pequeño esbozo de lo que es la naturaleza en los seres, y su relación con la libertad, en el caso del hombre. Pensemos por un momento que en el hombre no hay naturaleza, tampoco habría libertad, pues al no tender naturalmente hacia el Bien, no tendría un término comparativo para los demás bienes, y elegiría al azar, o no elegiría, estaría en un estado de indeterminación prolongada en el tiempo. ¿Y si en el hombre estuviese todo determinado por la naturaleza? Nos pasaría como a los cuerpos brutos, no tendríamos espontaneidad en nuestros actos, y  menos libertad.

Luego, la libertad supone la naturaleza, pero no cualquier naturaleza, sino la humana, que sin estar determinada, sin embargo, posee dos cosas que son una naturaleza para él y que fundamentan su libertad: los principios primeros (por los cuales concibe intelectualmente el Ser, la Verdad y el Bien) y el fin último (por el cual tiende hacia el Bien necesariamente).

Conclusión

Con este trabajo he pretendido explicar y defender la concepción tomista de libertad, explicando qué se entiende por ella, que formas tienen, analizando su forma más importante, el libre arbitrio, dando pruebas de su existencia, mostrando sus límites, refutando sus objeciones y por último explicando la necesidad de una naturaleza humana para que haya libertad. No pretendo dar el tema como acabado, al contrario, lo doy como empezado, y a partir de esta base, me gustaría profundizar mucho más en el asunto de la libertad.

Teófilo Caballero Mariano

 
 

Bibliografía

AQUINO, T. Suma Teológica. Madrid: BAC, 1989.

ARISTÓTELES. Ética a Nicómaco. Traducido por María Araujo y Julián Marías. Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1970.

VERNEAUX, Roger. Filosofía del Hombre. Barcelona: Herder, 1970.

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com

La mentira del ecumenismo

 

Introducción

Nadie que tenga vista y buena voluntad puede negar el hecho patente que el periodo que sigue a la celebración del Concilio Vaticano II es de una total debacle y crisis dentro de la Iglesia Católica. Una de las novedades más perniciosas introducidas en la Iglesia tras el Concilio fue el nuevo enfoque que se dio al Ecumenismo.

Cuando se habla de ecumenismo, lo primero que se encuentra actualmente es algo así

Cuando se habla de ecumenismo, lo primero que se encuentra actualmente es algo así

El movimiento ecuménico se había originado dentro de las sectas protestantes hacia 1920. Ya desde entonces la Iglesia había enseñado que la única forma de alcanzar la unidad con las sectas protestantes era la vuelta de estos al seno de la única y verdadera Iglesia, la fundada por Cristo y encomendada a sus apóstoles. Así se enseñaba y así fue una y otra vez proclamado por los Papas. En la encíclica Mortalium Animos, Pío XI declaraba con rotundidad su oposición a que la Iglesia Católica se involucrara ni siquiera de lejos en este movimiento de origen protestante que, mediante la manipulación y mal interpretación de algunos pasajes evangélicos, pretendía conseguir la unidad con las demás iglesias utilizando el diálogo con el fin de dirimir las diferencias que las separaban.

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El Papa Pío XI sentenció que la manía ecuménica es contraria a la Fe Católica,

y reiteró que la única unidad aceptable

ES LA CONVERSIÓN DE LOS HEREJES Y CISMÁTICOS A LA FE CATÓLICA

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Sobre la resurrección de Cristo

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(Tomado de Suma Teológica – Parte IIIa – Cuestión 53)

¿Fue necesario que Cristo resucitase?

Fue necesario que Cristo resucitase por cinco motivos. Primero, para recomendación de la justicia divina, que es la encargada de exaltar a los que se humillan por Dios, según aquellas palabras de Lc 1,52: Derribó a los poderosos de su trono, y exaltó a los humildes. Así pues, al haberse humillado Cristo hasta la muerte de cruz, por caridad y por obediencia a Dios, era necesario que fuese exaltado por Dios hasta la resurrección gloriosa. Por lo que, en el Sal 138,2, se dice de su persona: Tú conociste, esto es, aprobaste mi sentarme, es decir, mi humillación y mi pasión y mi resurrección, lo que equivale a mi glorificación por la resurrección, como lo expone la Glosa.

Segundo, para la instrucción de nuestra fe. Por su resurrección, efectivamente, fue confirmada nuestra fe en la divinidad de Cristo porque, como se dice en 2 Cor 13,4, aunque fue crucificado por nuestra flaqueza, está sin embargo vivo por el poder de Dios. Y, por este motivo, se escribe en 1 Cor 15,14: Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, y vana es nuestra fe. Y en el Sal 29,10 se pregunta: ¿Qué utilidad habrá en mi sangre, esto es, en el derramamiento de mi sangre, mientras desciendo, como por unos escalones de calamidades, a la corrupción? Como si dijera: Ninguna. Pues si no resucita al instante, y mi cuerpo se corrompe, a nadie predicaré, a nadie ganaré, según expone la Glosa.

Tercero, para levantar nuestra esperanza. Pues, al ver que Cristo resucita, siendo El nuestra cabeza, esperamos que también nosotros resucitaremos. De donde, en 1 Cor 15,12, se dice:Si se predica que Cristo ha resucitado de entre los muertos, ¿cómo algunos de entre vosotros dicen que no hay resurrección de los muertos? y en Job 19,25.27 se escribe: Yo sé, es claro que por la certeza de la fe, que mi Redentor, esto es, Cristo, vive, por resucitar de entre los muertos, y por eso resucitaré yo de la tierra en el último día; esta esperanza está asentada en mi interior.

Cuarto, para instrucción de la vida de los fieles, conforme a aquellas palabras de Rom 6,4:Como Cristo resucitó de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Y debajo (v.9.11): Cristo, al resucitar de entre los muertos, ya no muere; así, pensad que también vosotros estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios.

Quinto, para complemento de nuestra salvación. Porque, así como por este motivo soportó los males muriendo para librarnos de ellos, así también fue glorificado resucitando para llevarnos los bienes, según aquel pasaje de Rom 4,25: Fue entregado por nuestros pecados, y resucitó para nuestra justificación. Sigue leyendo

Sobre el descenso de Cristo a los infiernos

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(Tomado de Suma Teológica – Parte IIIa – Cuestión 52)
Convino que Cristo descendiera a los infiernos. Primero, porque había venido a llevar nuestra pena, a fin de librarnos de ella, conforme a aquel pasaje de Is 53,4: Verdaderamente soportó nuestros sufrimientos y cargó con nuestros dolores. Pero por el pecado el hombre no había incurrido sólo en la muerte del cuerpo, sino también en el descenso a los infiernos. Y, por ese motivo, así como fue conveniente que muriese para librarnos de la muerte, así también lo fue que descendiese a los infiernos para librarnos a nosotros de bajar a ellos. De donde en Os 13,14 se dice: ¡Oh muerte!, yo seré tu muerte. ¡Oh infierno!, yo seré una mordedura para ti.Segundo, porque era conveniente que, vencido el diablo por la pasión, librase a los aprisionados, que estaban detenidos en el infierno, según aquellas palabras de Zac 9,11: Tú también, por la sangre de tu alianza, compraste a los cautivos del infierno. Y en Col 2,15 se dice: Y despojando a los principados y a las potestades, los expuso intrépidamente.Tercero, para que, así como manifestó su poder en la tierra viviendo y muriendo, lo manifestase también en el infierno, visitándolo e iluminándolo. Por esto se dice en el Sal 23,7.9: Levantad, príncipes, vuestras puertas; esto es, comenta la GlosaPríncipes del infierno, apartad de vosotros el poder con que hasta ahora manteníais a los hombres en el infierno; y así, al nombre de Jesús se doble toda rodilla, no sólo en los cielos sino tambiénen los infiernos, como se dice en Flp 2,10. 

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