Del
PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO
Por el Reverendo padre Alfonso Gálvez Morillas
Ved la higuera y todos los árboles: cuando producen ya de sí el fruto, sabéis que está cerca el verano.
La frase que intitula este artículo puede sonar a “sorpresa” para muchos bautizados ya que, en realidad, en muy pocos púlpitos y catequesis se recuerda. Pero es verdad que se comete un pecado mortal (no venial) si se falta a Misa un domingo o día de precepto siempre que no haya enfermedad, imposibilidad física real o cuidado de un enfermo, tal como enseña en catecismo en su punto 2181. Pero ha de recordarse también, en estos tiempos de confusión y relativismo, que este punto de nuestro catecismo está avalado en la ley de la Iglesia Católica cuyo mandato primero dice “Oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar” que a su vez se avala por la misma ley Divina ya que el tercer madato de dicha ley es “Santificarás las fiestas”. Y, aún más, este precepto eclesial se justifica sobre todo en el primer mandamiento de la ley de Dios “Amarás a Dios sobre todas las cosas”, ya que quien sea capaz de faltar a Misa por no restar un poco de tiempo a su ocio o, sencillamente, por no contrariar a otras personas, demuestra con creces que está a años luz de amar a Dios sobre todas las cosas.
Pero en este artículo yo deseo tocar una cuestión muy concreta: el masivo abandono de la Misa dominical se debe, sobre todo, a que desde un principio (catequesis de primera comunión), la inmensa mayoría de los niños/as NO saben que faltar a Misa en domingo es pecado mortal. De hecho la terrible realidad es más amplia: la mayoría de los niños no saben ni siquiera que es pecado. Luego cuando son adolescentes, y van a recibir la confirmación, la inmensa mayoría tras recibirla no vienen a Misa el domingo siguiente porque siguen sin saber que faltar a Misa es pecado mortal. Y hay efectos todavía peores: ya es muy extendida la costumbre sacrílega de faltar a Misa los domingos y luego, cuando hay ocasión extraordinaria de ir a Misa (en funeral, boda, primera comunión…) se asiste y se comulga sin haberse confesado, y sin propósito alguno de volver a la práctica dominical regular. Esto es así: un hecho indiscutible y a la vez tremendo.
Y la causa, vuelvo a repetirlo, es que no se predica de forma concreta este aspecto. Si: la doctrina está ahí, escrita, en el catecismo (punto 2181), pero, ¿de que sirve que la doctrina no se toque si casi nadie la conoce porque casi nadie en la Iglesia la predica o enseña?; y, lo que es aún peor: en realidad en muchas comunidades SI se predica sobre esto pero para decir lo contrario: que faltar a Misa en domingo NO es pecado mortal. Esta barbaridad se enseña en no pocos colegios “religiosos”, parroquias, facultades de teología y lugares similares de “formación”. Y, mientras tanto, generaciones y más generaciones de bautizados crecen en la ignorancia y la indiferencia. Si algún lector cree que exagero, ¿porqué no preguntan?…..si, pregunten a niños de su barrio, de su colegio,de su parroquia…..niños que ya han hecho la primera comunión y que, una vez celebrada la fiesta, sus padres ya no los traen más a Misa los domingos. Es una terrible realidad que abarca a las conciencias de una arrolladora mayoría.
Y, ante esto, los sacerdotes y catequistas que tocamos las conciencias de los fieles para recordarles que es pecado mortal faltar a Misa, ciertamente, nos sentimos muy poco apoyados por nuestros superiores. Pienso que ¡cuanto bien harían cartas pastorales CLARAS en este punto por parte de los Obispos, y hasta por parte del Papa!…….nos servirían para no parecer “guerreros del antifaz” que luchamos contra todos los elementos contrarios (tanto externos como internos de la Iglesia). Desde estas líneas, si algún Obispo me leyera, hago un ruego muy especial en esta dirección: una carta, sólo una carta firmada por un Prelado donde se recuerde a los fieles que es pecado mortal faltar a Misa un domingo o día de precepto. Dicho con claridad, concreción y sin ambigüedades. Todos estamos acostumbrados, si, a mensajes del tipo:
– El domingo es el día del Señor
– La familia unida en oración en domingos
– La necesidad de orar en tiempo de descanso
– El bien grande que recibimos al ir a Misa………..etc
Pues se hace URGENTE leer, firmado por un Obispo: “Faltar a Misa es Pecado Mortal”. Y punto.
Padre Santiago González
En el marco del 1er congreso Internacional Summorum Pontificum el rev. Padre Kenneth Fryar FSSP nos explica ¿qué es la misa? ¿Qué fines tiene? ¿Porque y para que la celebramos? Tristemente hoy en día muchos católicos y católicas no lo saben y en ello esta gran parte del origen de la crisis en la Fe que vemos en nuestros tiempos.
Tomado de:
adelantelafe.com
¡Dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia y menosprecio! vednos postrados ante vuestro altar, para reparar con especiales homenajes de honor la frialdad indigna de los hombres y las injurias que en todas partes hieren vuestro amantísimo Corazón.
El divino Salvador escogió el primer viernes de cada mes, como día especialmente consagrado a honrar su Smo. Corazón, diciendo a Santa Margarita María Alacoque: “Comulgarás todos los primeros viernes de cada mes”.
Y, para obligarnos en cierto modo a práctica tan santa y tan de su agrado, hizo a la misma Santa Margarita aquel favor regaladísimo que se conoce con el nombre de LA GRAN PROMESA. en estos términos:
“Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor todopoderoso concederá a todos los que comulgaren los nueve primeros viernes de mes consecutivos la gracia de la penitencia final: no morirán en mi desgracia, ni sin recibir los Santos Sacramentos, haciéndose mi divino Corazón su asilo seguro en aquélla última hora”.
En esta tan consoladora promesa, el Sacratísimo Corazón de Jesús, nos promete:
1º La gracia de la perseverancia final, don verdaderamente inefable, como dice el Concilio Tridentino,
2º La dicha de tener por asilo y refugio en aquella última hora el Corazón del que nos va a juzgar…
Que todo es lo mismo que asegurar nuestra eterna salvación.
¡Bien puedes ahora gloriarte de tener la salvación en tu mano: no tendrá excusa ninguna si te pierdes!
¿Con qué condiciones? Se necesita para ganar esta gracia:
1º Comulgar nueve primeros viernes de mes seguidos y sin interrupción;
2º Comulgar con intención de honrar al Sagrado Corazón y de alcanzar la gracia de la perseverancia final;
3º Comulgar con deseos y propósito de servir siempre al Señor.
De modo que no valen ocho primeros viernes de mes, ni valen nueve primeros domingos de mes, aunque la fiesta del primer viernes se traslade al domingo, ni valen ocho primeros viernes con un primer domingo… Además, han de ser seguidas las comuniones, de tal suerte que una interrupción inutilizaría toda la práctica, y habría que volver a comenzarla.
Tomado de:
El día primero de noviembre se celebra la fiesta de Todos los Santos. Con ella, la Liturgia de la Iglesia honra no sólo a todos aquellos que han sido beatificados o canonizados oficialmente, sino también a los Santos que sólo Dios conoce y a los que no se puede celebrar en particular. Todos ellos, en sus circunstancias y estados de vida propios, lucharon por conquistar la perfección y gozan actualmente en el Cielo de la visión de Dios.
La Iglesia alaba y agradece al Señor la merced que hizo a sus siervos, santificándolos en la tierra y coronándolos de gloria en el Cielo y, para procurarnos mayores gracias, multiplica los intercesores. Además, al proponernos el ejemplo de tantos Santos de toda edad, sexo y condición, y al recordarnos la recompensa que gozan en el Cielo, se nos exhorta a imitarlos en la práctica heroica de las virtudes.
I Hay dos modos distintos de señalar el fin de la vida cristiana: primero, como fin último la gloria de Dios, y, segundo, como fin próximo la santificación del alma(1).
Dar gloria a Dios es el principio y el fin de toda la creación. El mismo Hijo de Dios se encarnó para redimir al hombre sin otra finalidad que la gloria de Dios. Todo, debe subordinarse a este Fin Último: «Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier cosa, todo habéis de hacerlo para gloria de Dios» (I Cor 10, 31).
Después de la glorificación de Dios, y subordinado a ésta de una manera perfecta, la vida cristiana tiene por finalidad nuestra propia santificación. El bautismo, puerta de entrada en la vida cristiana, pone en nuestras almas una “semilla de Dios”: es la gracia santificante. Ese germen divino está llamado a desarrollarse plenamente, y esa plenitud de desarrollo es la santidad. De tal forma, que todos estamos llamados a la santidad aunque en grados distintos.
Ahora bien, ¿en qué consiste propiamente la santidad? ¿Qué significa ser santo? ¿Cuál es su constitutivo íntimo y esencial? Pueden darse varias respuestas que coinciden en lo sustancial. La santidad consiste en:
nuestra plena configuración con Cristo;
la unión con Dios por el amor
la perfecta conformidad con la voluntad divina
II. Insistamos, por ahora, en la necesidad que tenemos de configurarnos plenamente con Cristo para llegar a nuestra propia perfección.
Como dijimos antes, la glorificación de la Santísima Trinidad es el fin absoluto de la creación del mundo y de la redención y santificación del género humano. Pero esto se realiza por Jesucristo, con Jesucristo y en El. Todo se reduce, pues, a incorporarse cada vez más a Cristo para hacerlo todo «por El, con El y en El, bajo el impulso del Espíritu Santo, para gloria del Padre»: Recordemos, al respecto, la fórmula que utiliza la Liturgia en la culminación del Canon de la Misa y que condensa toda la vida cristiana:
Por Cristo, con Él y en Él,
a Ti, Dios Padre Omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos. Amén
III. En la obra de nuestra propia santificación, los Santos –y en especial la Virgen Santísima- no sólo tienen importancia desde el punto de vista moral, en cuanto modelos de virtud. El dogma de la Comunión de los Santos nos enseña que en la Iglesia, por la íntima unión que existe entre todos sus miembros, son comunes los bienes espirituales que le pertenecen, así internos como externos.
Los bienes comunes internos en la Iglesia son: la gracia que se recibe en los Sacramentos, la fe, la esperanza, la caridad, los méritos infinitos de Jesucristo, los merecimientos sobreabundantes de la Virgen y de los Santos y el fruto de todas las buenas obras que se hacen en la misma Iglesia(2).
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Con una fe llena de esperanza veneramos hoy a todos los santos como a amigos de Dios, invocamos con más confianza su protección y nos proponemos imitar sus ejemplos para ser un día participantes de la misma gloria.
Que la Virgen María nos obtenga la gracia de creer firmemente en la vida eterna y sabernos en verdadera comunión con aquellos «que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz» (Canon Romano).
Padre Ángel David Martín Rubio
GRAN PROMESA DEL INMACULADO CORAZÓN DE MARÍA
«Mira, hija mía, mi Corazón cercado de espinas que los hombres ingratos me clavan sin cesar con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, procura consolarme y di que a todos los que durante cinco meses en el primer sábado se confiesen, reciban la Sagrada Comunión, recen el Rosario y me hagan compañía durante 15 minutos meditando en los misterios del rosario con el fin de desagraviarme, les prometo asistir en la hora de la muerte con las gracias necesarias para su salvación.» ( Revelada por la Santísima Virgen María a la Hermana Lucía, vidente de Fátima, el 10 de diciembre de 1925 en Pontevedra -España-)
La práctica de esta devoción consiste en lo siguiente:
1. Confesión, que puede hacerse durante la semana.
2. La Comunión el mismo sábado.
3. Rezar una parte del santo Rosario.
4. Hacer compañía a la Virgen durante un cuarto de hora meditando o pensando en los misterios del Rosario.
5. Hacer esto durante cinco primeros sábados de mes sin interrupción.
Todo ello con la intención de consolar, honrar y desagraviar a la Santísima Virgen por las blasfemias y ofensas que se cometen contra su Corazón Inmaculado Corazón:
1. Las blasfemias y ofensas contra su Concepción Inmaculada.
2. Las blasfemias y ofensas contra su virginidad perpetua.
3. Los que niegan su maternidad divina y la rechazan como Madre de todos los hombres.
4. Los que infunden en los niños el desprecio y hasta el odio hacia esta Madre Inmaculada.
5. Los que profanan sus sagradas imágenes.
Tomado de: