San Alberto Magno, la grandeza del pensamiento católico

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Los creyentes no valoramos en su justa medida la grandeza, brillantez y majestuosidad del pensamiento católico. Doctrina profunda, firme y segura que, afincada en la Verdad de Cristo, supera de manera sideral a los falaces e insustanciales escritos de las falsas creencias y las filosofías inmanentitas.

De entre todos los grandísimos pensadores católicos San Agustín y Santo Tomás son probablemente dos de los más conocidos. Sin embargo, ha habido igualmente grandísimas luminarias en la Iglesia, que no son tan populares. Es el caso de la figura portentosa de San Alberto Magno, nada más y nada menos que el maestro del propio Santo Tomás de Aquino.

Eudaldo Forment, es un gran estudioso de la obra, vida y época de santo Tomás. Además de la enseñanza oral en la Universidad de Barcelona y otras universidades del mundo, le ha dedicado una treintena de libros y numerosos escritos. En esta ocasión nos acerca a la figura de San Alberto, maestro del Aquinate.

¿Quién fue San Alberto Magno? 

Alberto de Bollstaedt, primogénito de los condes de Bollstaedt, nació en 1206, en la pequeña ciudad de Lauingen (Suabia, Baviera). Durante su adolescencia vivió en Italia, donde su padre luchaba al lado del emperador. Estudió ciencias en la Universidad Padua. Allí conoció a la Orden dominicana, cuyo fundador, santo Domingo de Guzmán, había fallecido dos años antes. En un sueño la Virgen María le había invitado a hacerse dominico.

Al cabo de cinco años, terminados sus estudios, enseñó como lector en Colonia, en Hildesheim Friburgo de Brisgovia, Ratisbona. y Estrasburgo. Más tarde enseñó en la Universidad de París, con un éxito extraordinario. Una de sus clases tuvo lugar en una plaza de París porque sus alumnos no cabían en el aula. A esta plaza se le dio el nombre de Maubert, abreviatura de «Magnus Albertus», y que aún existe.

Las gentes sencillas le conocían como mago, quizás porque muchas de sus obras estaban dedicadas a las ciencias naturales. San Alberto utilizó el método experimental que, en su época, sin posibilidad de instrumentos de experimentación, consistía en la observación atenta. Su descripción de la flora y fauna alemana tiene gran mérito. Su tratado sobre los minerales contiene interesantes observaciones personales sobre cuestiones de alquimia. En astronomía son muy notables sus argumentos para demostrar la esfericidad de la tierra y los cálculos para determinar su diámetro. Todas estas geniales ideas, recogidas por los dominicos, pudieron tener influencia en el descubrimiento de América por Cristóbal Colón.

En 1254, san Alberto fue nombrado provincial de la Orden en Alemania. Simultaneó los dos cargos, el de rector de su Universidad el de prior de la provincia Teutónica; trabajó en la curia romana y, después, permaneció en Colonia hasta 1260, año en que fue nombrado obispo de Ratisbona.  Murió en Colonia en 1280.

¿Cuáles son sus principales obras?

Las obras del maestro Alberto constituyen el cuerpo doctrinal más extenso que se escribió en toda la Edad Media. Comentó casi todas las obras de Aristóteles. También a los autores árabes y judíos, a los padres de la Iglesia, especialmente a san Agustín y al Pseudo-Dionisio. Es autor de originales obras de Física, Química, Geografía, Astronomía, Ciencias Naturales, Filosofía, Metafísica y Teología (Suma de Teología). Podría caracterizarse la abundante obra escrita de san Alberto por su universalidad. Uno de sus discípulos, Ulrico de Estrasburgo, expresó el asombro y admiración que causaban estas obras al notar que su maestro había dejado «estupefacto» a su tiempo, como si se estuviese ante un milagro.

¿Que aportó al campo de la Teología? 

San Alberto distinguió claramente, por primera vez, entre los órdenes natural, propio del saber racional filosófico y científico, y el sobrenatural, al que pertenecen la fe y la Teología. Además, fue el primero que claramente comprendió que no era posible encontrar argumentos estrictamente demostrativos de los misterios revelados de la fe cristiana. Procuró siempre como teólogo no intentar demostrar por la razón lo que se fundamenta en la fe.

Como consecuencia, no creyó que los Padres de la Iglesia tuvieran, en el ámbito de las ciencias, una autoridad mayor que la de los filósofos y científicos, que habían enseñado en el campo racional. Los Padres de la Iglesia debían ser utilizados por los teólogos para una mejor ilustración de la doctrina revelada, guardada y transmitida por la Iglesia, pero no tenían este tipo de autoridad en el ámbito científico.

¿Hasta qué punto fue una figura clave en el descubrimiento y promoción del talento de Santo Tomás de Aquino?

San Alberto descubrió las posibilidades de su discípulo Santo Tomás, en la Universidad de París. Cuando de la Universidad de París regresó a la de Colonia, se llevó como ayudante a santo Tomás, que colaboró en la terminación su Suma de las criaturas, que su maestro había iniciado en París. Su aprecio por santo Tomás queda manifiesto en las palabras que dijo a sus alumnos, que denominan «buey mudo» al Aquinate, por su constitución robusta y atlética, así como a su carácter reflexivo: «Escuchadme bien todos. Vosotros llamáis a éste “buey mudo”, pero él dará tales mugidos con su doctrina, que resonarán en el mundo entero». Palabras han resultaron proféticas.

En La divina comedia, el poeta tomista Dante dice que en el cielo san Alberto es el que está más próximo al Aquinate: Sin embargo, las tareas de estos dos grandes dominicos no se pueden confundir. Desde el pensamiento de san Alberto podían seguirse otras vías distintas de la emprendida por el Aquinate.

Éste es el trasfondo de la curiosa leyenda que dice que san Alberto, en su laboratorio conventual, que era al mismo tiempo taller mecánico —a sus dotes de observación se añadían las de la habilidad manual—, construyó una cabeza parlante. Cuando el joven Tomás entró un día en el laboratorio la destruyó a golpes inmediatamente porque creía que la había hecho el demonio.

San Alberto Magno, que sobrevivió a Santo Tomás, a pesar de su avanzada edad viajó dos veces a París para defender la ortodoxia del Aquinate. En el convento Colonia en 1274, conoció de modo sobrenatural el momento de la muerte de santo Tomás. Sentado a la mesa en presencia del prior y de varios frailes, de repente comenzó a llorar. Preguntado por el motivo respondió: «Fray Tomás de Aquino, hijo mío en Cristo, que ha sido luz de la Iglesia, ha partido de este mundo». El prior comprobó después que había sucedido el mismo día de la muerte del Aquinate

¿Por qué la figura de Alberto Magno es tan poco conocida para el católico? 

Si es así, ocurre sólo en estos momentos tan complejos y extraños. Es tanta su valoración actual por la Iglesia que San Alberto fue declarado santo y doctor por Pío XI el 15 y 16 de diciembre de 1931 respectivamente. En cierta forma, se cambió el procedimiento para poder nombrarle «doctor», en el sentido eclesial. Para ser considerado doctor de la Iglesia se requieren tres condiciones: insigne santidad de vida, doctrina celestial eminente y declaración expresa del Papa. El prerrequisito de la santidad se cambió en esta ocasión porque no había sido posible reanudar el proceso de canonización iniciado en 1622 por falta de documentos. El procedimiento fue inverso, porque su obra era la de un doctor de la Iglesia se le reconoció como santo. Después, al llamado «Doctor universal», por la extensión de su saber y por sus numerosas obras —es uno de los más fecundos escritores medievales—, el papa Pío XII lo declaró patrono de los científicos.

¿Quiere añadir algo más para redondear las nociones básicas de este gran personaje?

Sí, gracias. Como síntesis de lo dicho, se puede afirmar que San Alberto defendió siempre la tesis, que siguió también su discípulo Tomás, que toda ciencia lleva a Dios. Además, que ser científico no implica no ser creyente o no piadoso. Sus biógrafos cuentan que era un hombre muy piadoso, además del rezo del rosario, terminadas sus clases oraba con el salterio de David.

Un último dato indicador se su importancia. El conocido historiador francés Federico Ozanam, profesor de la Universidad de París escribió en sus Estudios germánicos que los elementos formadores del carácter alemán fueron cuatro: Los nibelungos —la epopeya alemana centrada en la avaricia y el poder, escrita hacia el año 1200 y basada en una antigua leyenda conocida ya en el siglo VI—; la novela caballeresca y religiosa en verso Parsifal, del poeta Wolfram von Eschenbach, también del siglo XII; los poemas del poeta Walter von der Vogelweide, amigo de Federico II; y, por último, las obras científicas y teológicas de san Alberto Magno.

Javier Navascués

Tomado de:

Adelante la Fe — Información católica

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