Felices Pascuas de Resurrección

Resóndens autem Angelus, dixit muliéribus:  « Nolíte timére vos: scio enim, quod Jesum, qui crucifíxus est, quáeritis: non est hic: surréxit enim, sicut dixit.

Hablando el ángel, dijo: No temáis vosotras, pues ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado; no está aquí, pues resucitó como lo dijo.

El blog 

!Les desea felices pascuas de resurrección!

SOLEMNE ACCIÓN LITÚRGICA VESPERTINA EN LA PASIÓN Y MUERTE DEL SEÑOR

PRIMERA PARTE DE LA ACCIÓN LITÚRGICA O LECCIÓN

El altar estará del todo desnudo: sin cruz, sin candelabros, sin manteles. Si no hay sacerdotes o diáconos que puedan oficiar esta función, la hará sólo el Celebrante con cuatro clérigos o acólitos. El celebrante y Diácono se revestirán con amito, alba, cíngulo y estola negra. Asimismo el Subdiácono, pero sin estola. Dispuestas todas las cosas, van al alatar como en procesión en absoluto silencio.

Llegados al altar, hacen todos reverencia, y el celebrante, Diácono y Subdiácono se postran en tierra. Los demás estarán de rodillas y profundamente inclinados. Oran todos en silencio, por algún espacio de tiempo. A una señal dada, los que estaban postrados se incorporan, permaneciendo de rodillas. El celebrante de pie con las manos juntas dice:

ORÁTIO. Deus, qui peccati veteris hereditariam mortem, in qua posteritatis genus omne successerat, Christi tui, Domini nostri, passione solvisti: da, ut, conformes eidem facti; sicut imaginem terreni, naturae necessitate portavimus, ita imaginem caelestis, gratiae sanctificatione portemus. Per eundem Christum Dominum nostrum. R/. Amen.

ORACION. ¡Oh Dios!, que con la Pasión de tu Cristo, Señor nuestro, has abolido la herencia de muerte del viejo pecado, en la cual incurrió toda la posteridad del humano linaje, haz que, hechos conformes a él, así como por necesidad llevamos la imagen de la terrena naturaleza, así, por la santificación de la gracia, llevemos la imagen celeste. Por Jesucristo, nuestro Señor. R/. Amen.

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La democracia que condenó a Cristo

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Las lecciones que se extraen de la lectura de la Pasión del Señor son inagotables, y abarcan todos los campos de la vida humana. Se han vertido ríos de tinta para describir y comentar el juicio por el que Jesucristo fue condenado a muerte. Queremos recoger algunos detalles de ese dramático juicio, objeto de estudios hasta nuestros días.

Por el evangelista San Juan (11,47 y sigs.) sabemos que los dirigentes de la nación judía, enfurecidos contra el Señor, que acababa de resucitar a Lázaro, se reunieron en consejo para eliminarlo: “¿Qué haremos nosotros? Porque este hombre hace muchos milagros. Si le dejamos continuar, todo el mundo va a creer en él: y los romanos vendrían y destruirían nuestro Lugar (santo) y también nuestro pueblo.” En esta afirmación se escondía la más fina hipocresía, pues los judíos, si Cristo hubiera sido un mesías político -lo que sabían muy bien que no correspondía a la verdad- hubieran sido los primeros en seguirlo para liberarse del yugo romano. El sumo sacerdote de aquel año, Caifás, pronunció entonces la primera sentencia de muerte: “es mejor que un solo hombre muera por todo el pueblo, antes que todo el pueblo perezca.” (Juan 11:50). “Con la más diabólica astucia«, comentó el P. Marco Sales – “Caifás, fingiendo estar movido no por el odio contra Jesús, sino por la razón de Estado, o sea por el celo del bien público, juzga que es mejor que un hombre, es decir, Jesús, aunque sea inocente, vaya a la muerte antes que ver perecer a toda la nación«. Desde ese día -concluye San Juan- decidieron matarlo (v. 53), es decir, se decretó la muerte del Justo.

Tras la traición de Judas, el Señor fue sometido a dos juicios: uno religioso ante Anás y Caifás, y otro civil ante Pilatos.

El primer juicio, organizado por las autoridades judías, tuvo lugar por la noche: el proceso era ilegal porque debía celebrarse de día y en presencia de testigos, pero éstos, en plena noche, fueron sorprendidos en su impostura (cfr. Mt 26, 59 y ss.). Caifás, entonces, rogó solemnemente al inocente Jesús (lo cual era contrario a la ley mosaica que, en este caso, anulaba la confesión del acusado) que le dijera si era el Hijo de Dios. Entonces Jesús afirmó solemnemente su divinidad ante el Sanedrín y por ello fue considerado digno de muerte. Durante el resto de la noche, el divino Cordero fue dejado a merced de las vejaciones y burlas de los judíos, que blasfemaban contra Él cubriéndolo de escupitajos.

Pero como Palestina estaba en ese momento bajo el control de Roma, que era la única que tenía el poder de condenar a muerte, era necesario someter el caso a Pilatos, el procurador romano, para obtener de la autoridad romana la ratificación de la condena. Jesús fue entonces llevado al Pretorio, donde los judíos no entraron para no contaminarse antes de la Pascua. Extraño legalismo: tienen miedo de contaminarse entrando en la casa de un pagano, ¡pero no tienen miedo de matar a un inocente! Estaba entonces por comenzar el juicio político de Cristo y en este nuevo tribunal era necesario presentar acusaciones de carácter político contra Él. Éstas, en resumen, fueron tres. Los judíos acusaron a Cristo de 1. ser un seductor de multitudes; 2. prohibir el pago de tributos al César; 3. afirmar ser rey. Pilatos comprendió inmediatamente la falsedad de las dos primeras acusaciones y sólo se detuvo ante la última. Cuando Pilatos le preguntó a Jesús si era rey, Jesús -en este admirable coloquio- le contestó que lo era, pero le explicó el significado de su realeza: «Mi reino no es de este mundo» (San Juan, XVIII, 35), dijo, y de este modo llevaba la cuestión al terreno religioso. Satisfecho con la respuesta, Pilatos lo declaró no merecedor de condena alguna.

Luego intentó liberar a Jesús con tres expedientes. En primer lugar, lo envió a Herodes, ya que Jesús venía de Galilea y Herodes era tetrarca de esa región, pero este primer intento fracasó, ya que Herodes no encontró ningún cargo para acusarlo. Luego confrontó al Salvador del mundo con un asesino, Barrabás, remitiendo la elección a la multitud, pero este intento también fracasó.

Finalmente, lo hizo azotar. Era un suplicio atroz reservado a los esclavos, durante el cual la víctima solía perder la vida. Después de esta terrible tortura, Jesús fue presentado a la multitud revestido con un manto de púrpura, con una corona de espinas y una caña en su derecha. (cfr. San Mateo, XXVII, 28-29). ¿Se atreverán a ver en este rey de la burla un competidor del César? Pilatos ya había cometido una injusticia al enviar al inocente Jesús a Herodes; pero condenándolo a la flagelación, había cometido una mucho peor. Y aunque esperaba por este medio apaciguar a los judíos, en realidad, al mostrar su indecisión, los hizo más audaces para exigir la muerte del inocente Jesús.

Los judíos reiteraron entonces la acusación al título de Hijo de Dios, que tenía que ser la única causa de su muerte. Pilatos intenta un último recurso y con un gesto simbólico se lava las manos para mostrar a los judíos que, ante su tribunal, Jesús es inocente. «Con este acto -explica Sales- Pilatos se entrega de nuevo al fanatismo del pueblo. Si Jesús es justo, ¿por qué el juez que debe hacer triunfar la justicia lo abandona en manos de sus enemigos?» Interrogó a la multitud por segunda y tercera vez, protestando por la inocencia de Jesús, con el resultado de que oyó reiterar Su condena a muerte. Pilatos les habló de nuevo, queriendo liberar a Jesús. Pero ellos gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» Y les dijo por tercera vez: «¿Qué mal ha hecho este hombre? No he encontrado nada en él que merezca la muerte. Lo castigaré severamente y luego lo liberaré. Pero insistieron en voz alta, exigiendo que fuera crucificado, y sus gritos se hicieron más fuertes. Pilatos decidió entonces que se hiciese según su petición.» (Lc. XXIII, 20-24).

Pilatos era un hombre inseguro, cuya conciencia pagana supersticiosa, avalada por los sueños de su esposa Claudia, temía un posible castigo de los dioses. Por otro lado, temía aún más la denuncia al César por parte de los judíos si no cedía a sus exigencias. Por eso -señaló el padre Marco Sales- «en lugar de hacer triunfar la justicia, él mismo se hace cómplice de la iniquidad y, sofocando la voz de la conciencia, se deja guiar por la razón de Estado. El temor de ser acusado ante el César como demasiado sumiso en la defensa de la autoridad del Imperio, le hace convertirse en un instrumento dócil de los instintos salvajes de la multitud.»

Se considera comúnmente que sobre las autoridades judías recae gran parte de la responsabilidad del deicidio, y sobre Pilatos, un pagano, la del homicidio. Pero, ¿cuál fue la debilidad y el error de Pilatos?

Los príncipes de los sacerdotes habían visto bien la indecisión de Pilatos, y por eso -cuando preguntó a quién liberar, si a Jesús o a Barrabás, excitaron a la multitud para que pidiera a Barrabás. En ese momento, viendo frustrados sus planes, Pilatos -escribe el P. Marco Sales- «cometió la suprema imprudencia de interrogar directamente al pueblo sobre la suerte de Jesús». ¿Qué voy a hacer con Jesús, al que llaman el Cristo? Todos dijeron: que lo crucifiquen» (Mt. XXVII, 22-23). Pilatos declinó su responsabilidad adoptando un principio democrático, dejando una decisión, que era sólo suya, en manos de un pueblo enfurecido y poseído, estimulado por las autoridades judías. Poco antes, Nuestro Señor, en su conversación con Pilatos, lo había llamado discretamente a su deber. Pilatos le dijo entonces: «¿A mí no me hablas? ¿No sabes que tengo el poder de librarte y el poder de colocarte en la cruz?» Jesús le respondió: «No tendrías sobre Mí ningún poder, si no te hubiera sido dado de lo alto; por esto quien me entrego a ti, tiene una culpa más grande.» (S. Juan, XIX, 10-11). «Es como si dijera -comenta Martini-: ni del César ni de mis enemigos tendrías derecho a hacer nada contra mí, si por especial consejo de la Divina Providencia no te fuese dada el arbitrio de Mi vida. Así sustenta modestamente la dignidad de Su ser, y exhorta a Pilatos a no temer la furia de aquella multitud enloquecida al punto de olvidar aquella potestad poder infinitamente superior, a la cual él también estaba sometido.»

Pero las palabras del Salvador no hicieron mella en el corazón del procurador romano. Y el nombre de Pilatos, que esperaba con un gesto simbólico declinar toda responsabilidad por el asesinato de un inocente, estaba -por una irónica disposición de la Providencia- destinado a permanecer registrado en el Credo de la Iglesia Católica hasta el final de los tiempos, tristemente conocido por haber condenado a muerte con un procedimiento democrático al Hijo de Dios.

L’articolo La democracia que condenó a Cristo proviene da Correspondencia romana | agencia de información.

Tomado de:

https://adelantelafe.com/

Jueves Santo

Misa In Cena Domini

Lavatorio de pies

JUEVES SANTO

MISA IN COENA DOMINI

Estación en san Juan de Letrán

I clase, blanco

La liturgia del Jueves Santo está toda embebida en el recuerdo de la Redención. La función antiguamente de tres misas: La primera, en que se reconciliaban a los públicos penitentes, la segunda, en la cual se consagraban los Santos Óleos, y la tercera, para conmemorar muy especialmente la institución de la Sagrada Eucaristía en la Última Cena.

La Iglesia, celebra en la Eucaristía durante el curso del año los todos los misterios de la vida de Jesús, se apega hoy al recuerdo de la institución misma de este Sacramento inefable y del Sacerdocio Católico.

Esta misa realiza de un modo muy especial la orden dada por Jesús a sus sacerdotes de renovar la Última Cena en que Jesús, en los momentos mismos en que tramaban su muerte, instituyó el misterio de perpetuar entre nosotros su presencia. Por eso la Iglesia, suspendiendo un instante su duelo, celebra el Santo Sacrificio en este día con santo júbilo, reviste a sus ministros con ornamentos blancos y festivos, y canta el Gloria como a vuelo de campanas, las cuales enmudecerán hasta la Vigilia Pascual.

En la Epístola nos dice el Apóstol que la Misa es el «Memorial de la muerte de Jesús». Era necesario el sacrificio del altar para que pudiésemos comulgar la Víctima del Calvario y aplicarnos sus méritos. Y así la Eucaristía, que toma todo su valor del sacrificio de la cruz, comunica a su vez una universalidad de tiempo y de lugares. El mismo Salvador se encarga de hacer las abluciones prescritas por los judíos en el curso del festín (Ev), mostrándose con ello cuál es la pureza y la caridad que Dios exige a los que quieren comulgar, para no exponerse como Judas a ser reos del Cuerpo y Sangre del Señor (Ep).

Participemos todos hoy de este Ágape, de este festín de la Caridad. Ésa es la intención de nuestra Santa Madre Iglesia.

No dejemos de ir a recibir en este Jueves Santo la Sagrada Víctima que se inmola en el altar, y así cumpliremos santamente con nuestro deber; precisamente en este día se nos recuerdan los todos los detalles de la institución del Sacerdocio y del Sacrificio Eucarístico.

APROXIMACIÓN HISTÓRICA. –Autor: Ramón de la Campa Carmona- Está dominada esta jornada por la conmemoración de la Cena del Señor. Ya en el siglo V aparece denominada Feria quinta in Coena Domini. También se la denominó en la Alta Edad Media, sobre todo en las Galias meridionales, dies Natalis Calicis, como encontramos en Avito de Viena (+518), Eloy de Noyon (siglo VII).

Desde tiempos remotos se unieron a esta memoria los ritos de la reconciliación de los penitentes y de la consagración de los santos óleos. El Sacramentario Gelasiano contiene tres misas: la primera, para la reconciliación de los penitentes; la segunda, llamada missa chrismalis, reservada a la consagración de los óleos, y la tercera, consagrada a la memoria de la institución de la Eucaristía.

El Sacramentario Gregoriano, en su recensión más antigua, prescribe dos misas, pero en las recensiones posteriores, como ocurre en los antiguos Ordines, sólo una, con ambos objetos, y se va desplazando hacia la mañana, hasta quedar fijada en la hora tercia.

En Jerusalén, según nos refiere Egeria, había dos misas: una ad Martyrium sobre las dos de la tarde y otra ad Crucem hacia las cuatro de la tarde en memoria de la Cena del Señor, en la que comulgaban los fieles.

En África, por testimonio de San Agustín sabemos que también se celebraban dos misas: una por la mañana y otra por la tarde, en la que podían comulgar todos, aunque hubieran roto el ayuno, que ya era práctica común, como sucedía también en las Galias, pero no en Hispania, donde a causa de los errores priscilianistas era riguroso y absoluto el ayuno.

En la misa vespertina, primitivamente, se omitía la liturgia de la Palabra, y se comenzaba directamente por el prefacio, porque ya se habían celebrado dos misas en la jornada. Se prescribía la comunión a todos, obligación que duró hasta los siglos X-XI, y se prohibían las misas rezadas.

Los sacerdotes que no celebraban misa solemne, concelebraban con el pontífice o el sacerdote más digno, y cuando se abolió esta práctica, comulgaban antes del pueblo, rito en el que empezaron a ver los liturgistas una imagen de la Última Cena, en la que los apóstoles todos comulgaron de manos del Señor.

La ceremonia del lavatorio de los pies o del mandato, como también se llama por las palabras del Señor: “Mandatum novum do vobis ut diligatis invicem, sicut dilexi vos, ut et vos diligatis invicem” (Jn. 13, 34b-35), fue una práctica muy estimada en la primitiva Iglesia (cf. I Tim. 5, 10), a modelo de la realizada por Cristo en la Última Cena, como testimonio de humildad y servicio (Jn. 13, 1-20). Fue muy difundida por los monjes, como atestigua la Regla de San Benito (cap. 35 y 53).

El primer indicio de liturgización se documenta en la liturgia hispánica, pues en el Concilio XVII de Toledo (a. 694), en que se ordena que los obispos y sacerdotes laven en este día los pies a sus subordinados. En Roma se menciona por primera vez en el Ordo X, y el Ordo XIV habla de doce pobres o capellanes; en algunos testimonios se habla de trece, por el ángel que se le apareció a San Gregorio Magno (+604) cuando daba de comer a doce pobres. Hoy está ubicado detrás de la homilía.

En el siglo XV era uso común lavar los pies a doce menesterosos, a los que se les daba una limosna, hasta que pasó al Ceremonial de los Obispos, que hablaba de trece pobres, mejor que canónigos, porque indicaba mayor humildad y caridad.

Como al día siguiente no se celebraba la misa, debía reservarse la Eucaristía para la comunión del día siguiente. Cuando se desarrolló la devoción eucarística fuera de la misa, a principios del segundo milenio, se empezó a dar mayor solemnidad y aparato a la reserva de este día en que se instituyó la Eucaristía. Pero pronto adquirió un simbolismo sentimental y anacrónico, pues desde el siglo XI los simbolistas vieron en ella la deposición de Cristo en el sepulcro, para completar los tres días pasados por Éste en la tumba, por lo que empezó a llamarse monumento, en latín “sepulcro”.

En la disciplina actual, como a medianoche empieza el Viernes Santo, jornada de la sagrada pasión y muerte del Señor, debe cesar, incluso en los elementos del aparato externo, la adoración solemne pública del Santísimo Sacramento.

Terminados los oficios, se desnudan los altares. Este acto pronto se ritualizó, pues ya se encuentra en el Ordo I, pasando a realizarlo el celebrante y los ministros, quizá resto del uso primitivo de quitar los manteles después de la celebración eucarística. Los simbolistas lo ligaron a la pasión de Cristo y al duelo y tristeza de la Iglesia por ella. 

La misa solemne de la Cena del Señor se celebra por la tarde a la hora más oportuna, no antes del las 4 de la tarde ni después de las nueve. Por razones pastorales, con permiso del obispo diocesano, se pueden celebrar varias misas leídas, para facilitar la participación de los fieles. 

El Sagrario, si lo hubiere en altar mayor, estará completamente vacío; en el altar se pondrá un copón con las formas necesarias para la comunión de este día y del día siguiente.

Los clérigos asistentes a la misa se revisten con sus trajes corales y estola. Los ministros celebrantes con ornamentos blancos.

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