Category Fiestas de Guardar
CIRCUNCISIÓN DE NUESTRO SEÑOR*
1 de enero
Todo cuanto hacéis, de palabra o de obra, hacedlo
todo en el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo.
((San Pablo a los Colosenses, III, 17)).
¡Cuán glorioso es el Nombre de Jesús; mas, cuán caro costó al Hijo de Dios! ¡Le fue menester derramar sangre para merecer este nombre de Salvador; y tú no quieres derramar, para salvarte, ni una lágrima! Es preciso imitar a Jesús en sus sufrimientos o perder la esperanza de acompañarlo en su gloria. Jesús, sed mi Salvador, y pues tanto amor habéis tenido por mí desde el comienzo de vuestra vida, inspiradme vuestro santo amor, a fin de que os ame, si no tanto cuanto merecéis, por lo menos tanto cuanto pueda. MEDITACIÓN I. Jesús comienza hoy lo que continuará hasta la muerte. Obedece a su Padre celestial, a María y a José.¡Dios obedece a los hombres! Después de esto, ¿tendremos vanidad bastante como para no querer sometemos a los superiores que Dios nos ha dado? Es preciso obedecer a los que ocupan el lugar de Dios, o bien a nuestras pasiones y al demonio. Un Dios obedece a la ley, y nosotros, que no somos sino ceniza y polvo, ¿rehusaremos obedecer a Dios? II. En ninguna parte se manifiesta más la humildad del Salvador, que en esta obediencia. En el pesebre, se tomaría a Jesús por un hombre común; aquí, pasa. por pecador. Jesús, que es la santidad misma, quiere abatirse hasta parecer pecador, para honrar a su Padre. Después de esto, ¿tengo derecho a quejarme de las humillaciones que recibo? He nacido en el pecado, he crecido en el pecado; sin embargo, no quiero ser llamado pecador y me irrito si se me desprecia. III. La caridad de Jesús brilla en este misterio, toda vez que quiere, desde los primeros instantes de su vida, adoptar el nombre de Salvador(1) y darnos su sangre y sus lágrimas como prenda de su amor. Esa sangre y esas lágrimas que derrama, son el len guaje de su corazón: nos dice con ellas que quiere vivir, sufrir y morir por nosotros. Comencemos pues, este año, imitando su obediencia y su humildad. Amémoslo durante todo este año, hagamos todo en Nombre de Jesús. Dios mío, soy todo vuestro, du rante este año, y para el resto de mi vida. Humildad(2) ORACIÓN Oh Dios, que habéis constituido a vuestro Unigénito Salvador del género humano, y habéis ordenado que se le llamase Jesús, haced, por vuestra misericordia, que después de haber honrado su Santo Nombre en la tierra, tengamos la dicha de contemplarlo a Él mismo en el cielo. Por J. C. N. S. Amén.
Tomado de: |
Especial de la Asunción de la Santísima Virgen María
Especial de San Pedro y San Pablo

El que actuó en Pedro para hacer de él un apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles. Gál. 2,8
SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
SANTOS PEDRO Y PABLO, APÓSTOLES
FIESTA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
SANTA MISA, FIESTA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO
FIESTA DEL SANTÍSIMO CUERPO DE CRISTO
JUEVES SIGUIENTE A LA FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Grande inestimable dignidad dan al pueblo cristiano los inmensos beneficios que de la divina largueza ha recibido. Porque no hay ni hubo jamás tan esclarecida nación, que tuviese dioses tan allegados y vecinos como lo es para nosotros nuestro Dios. Queriendo el Unigénito del Padre celestial hacernos participantes de su divinidad, revistióse de nuestra naturaleza, para que hecho hombre, hiciese dioses a los hombres. Y aun esto que tomó de nuestro linaje, todo lo empleó para nuestra salud y remedio: su cuerpo ofreció como hostia de reconciliación a Dios Padre en el ara de la cruz: su sangre derramó como precio de nuestro rescate, y como agua en que nos limpiásemos de todas nuestras culpas; y para que tuviésemos un continuo recuerdo de tan gran beneficio, nos dejó su Cuerpo y Sangre, para que debajo de las especies de pan y de vino, le recibiesen los fieles. ¡Oh precioso y admirable convite, saludable y lleno de toda suavidad! En él, el pan y el vino se convierten substancialmente en el cuerpo y la sangre de Cristo; y Cristo verdadero Dios y hombre, está debajo de las especies de un poco de pan y de vino. De esta suerte es comido por los fieles, y no es despedazado; antes, dividido el Sacramento, permanece entero en cada partícula. Los accidentes subsisten en él sin la substancia; no hay sacramento más saludable que éste, con el cual se limpian los pecados, se acrecientan las virtudes, y el alma se alimenta con la abundancia de todos los espirituales carismas. Ofrécese en la Iglesia por los vivos y por los difuntos, para que a todos aproveche lo que para la salud de todos fue instituido. Finalmente, la suavidad de este Sacramento nadie puede explicarla; pues en él se gusta la dulzura espiritual. en su misma fuente, y se renueva la memoria de aquélla infinita caridad que mostró Cristo en su Pasión. Y así para que más hondamente se imprimiese en los corazones de los fieles la inmensidad de aquel amor, instituyó este Sacramento en la última cena, cuando después de celebrar la Pascua con los discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre: y lo dejó para que fuese memorial perenne de su Pasión, cumplimiento de las figuras de la ley antigua, el mayor de los milagros que obró, y particular consuelo de los que habían de entristecerse con su ausencia. Conviene, pues, a la devoción de los fieles, hacer solemne memoria de la institución de tan saludable y tan maravilloso Sacramento, para que veneremos el inefable modo de la divina presencia en este Sacramento visible y sea ensalzado el poder de Dios, que obra en él tantas maravillas, y se le hagan las debidas gracias por merced tan saludable y regalo tan dulce. (Serm. de Sto. Tomás de A., opúsc. 57).
HISTORIA DE ESTA CELEBRACIÓN
En 1208, habitaba en un monasterio de religiosas hospitalarias, una joven de 16 años, llamada Juliana de Monte Cornillon. Devotísima del Santísimo Sacramento, gustaba meditar profundamente en ese misterio de amor. Una noche vio en sueños una especie de luna llena, pero desportillada y oscura en uno de sus radios. La visión se repitió en adelante en otras muchas veces. Al cabo de dos años de oraciones y penitencias, le pareció entender que el disco luminoso figuraba el ciclo de fiestas litúrgicas, y que el espacio vacío y oscuro acusaba en él la falta de una solemnidad importante, que era la de Santísimo Sacramento. Animada por sobrenatural impulso, trabajó con las autoridades eclesiásticas para que dicha fiesta se estableciera en la Iglesia, y en 1264 el Papa Urbano IV la extendió a la Iglesia universal(1); Clemente V, en 1311, la declaró obligatoria para toda la cristiandad, y Juan XXII; en 1316, la completó con una Octava privilegiada y una solemne Procesión.
«Aunque ya se hace memoria (de la institución de la sagrada Eucaristía) en el cotidiano Sacrificio de la Misa, creemos no obstante que, para confundir la perfidia de los herejes, es digno de que, por lo menos una vez al año, se celebre en su honor una fiesta especial. De esta manera se podrán reparar todas las faltas cometidas en todos los sacrificios de la Misa y pedir perdón de las irreverencias en que se haya incurrido durante su celebración y del descuido en asistir a ella...». Así se expresaba el Papa Urbano IV en su bula, indicando a la vez el objeto y el espíritu de esta nueva solemnidad.
Como se ve, todo gira aquí en torno a la idea del Santo Sacrificio de la Misa, que es el objeto principal de la devoción eucarística en general u de la fiesta del Corpus en particular. Es un toque de atención para encarecer la importancia de la Misa, y una fiesta de reparación y desagravio por la defectuosa asistencia, por parte de unos, y la inasistencia, por parte de otros, al augusto Sacrificio.
REFLEXIÓN
¡Con cuánta solemnidad celebra la Iglesia este santo día! Para él guarda la procesión más solemne del año en la cual es llevado en triunfo Jesucristo Sacramentado, como a Rey de todos los hombres. Desea que nadie se dispense de asistir a ella: sino con grave causa. Pero una vez que asistamos, sea no por humanas miras o respetos que tanto desagradan a Dios, sino por agradecerle de corazón el inmenso beneficio de quedarse entre nosotros hasta el fin del mundo.
ORACIÓN
Oh Dios, que en un admirable Sacramento nos dejaste memoria de tu Pasión, rogámoste nos concedas, que Veneremos los sagrados misterios ,de tu cuerpo y sangre, de manera que experimentemos continuamente en nosotros el fruto de tu redención. Que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
MISA PROPIA DE LA FIESTA DEL CORPUS CHRISTI
Tomado de:
LAS FIESTAS DE PRECEPTO (Parte 2 de 2)
2. Naturaleza del precepto.
El precepto de santificar las fiestas es de derecho natural, de derecho divino-positivo y de derecho eclesiástico:
a) Es de derecho natural en cuanto es necesario dedicar algún tiempo al descanso (v.) y al culto (v.) divino, éste no sólo privado sino público, en virtud de los derechos imprescriptibles del Creador; b) Es de derecho divino-positivo en cuanto que ha sido expresamente preceptuado por Dios la santificación del día séptimo en memoria del «descanso» del Creador (cfr. Ex 2.0,8-11; V. 1I y III; DESCANSO II);
c) Es de derecho eclesiástico en cuanto que la Iglesia ha determinado en cuáles días y de qué manera hay que santificar las fiestas (V. MANDAMIENTOS DE LA IGLESIA).
El precepto de santificar las fiestas, con mayor dedicación al descanso, a la oración y al culto divino, resulta cada vez más necesario en la moderna civilización progresivamente tecnificada, con sus prisas, masificación, afán de eficacia, etc. Las fiestas vienen a ser en este mundo agitado el remanso de paz y serenidad que necesita el hombre para cuidar su interioridad, su espiritualidad, su vida familiar y hasta su salud física.
Es célebre entre los judíos el dicho: «Aún más de lo que Israel guardó el sábado, el sábado guardó a Israel». Ello puede aplicarse a todas las fiestas, pausa en la fatiga del trabajo cotidiano, monótono y rutinario para muchos; tiempo especialmente dedicado a recordar y reconquistar el sentido y justificación del esfuerzo diario, a dar sentido y razón al propio vivir.
3. El precepto de oír Misa.
En torno a este precepto hay que notar principalmente lo siguiente:
1°) De suyo, obliga a todos los fieles bautizados con uso de razón y siete años cumplidos, sean o no católicos. Pero en la práctica la Iglesia no tiene intención de obligar a los bautizados no católicos con esta clase de leyes.
2°) El precepto se refiere a todos los domingos del año y a las fiestas de guardar establecidas por la ley general o por las concesiones especiales de la Santa Sede.
3°) Este precepto hay que cumplirlo precisamente el día en que está mandado, pasado el cual cesa de obligar. Y así, el que dejó de oír Misa ese día, aunque sea culpablemente, no está obligado a ir el día siguiente. Sin embargo, como es sabido, actualmente este precepto puede vivirse asistiendo a la Misa vespertina del sábado o del día anterior a la fiesta, en aquellos lugares autorizados (cfr. Instr. Eucharisticum mysterium, 28).
4°) Los forasteros o peregrinos, o sea, los que se encuentran de paso en un lugar distinto del de su domicilio o cuasi domicilio habitual, no están obligados a la asistencia a Misa en la fiesta patronal del lugar donde se hallan circunstancialmente; pero deben. evitar el escándalo de los que ignoren su condición de forasteros.
5°) Los que por vivir en el campo, lejos de las ciudades o por otra razón cualquiera, se ven imposibilitados de oír Misa todos los domingos y fiestas, deben hacerlo, al menos, cuando se les presenta ocasión oportuna, aunque sea en día de trabajo y ello, probablemente, por derecho divino, implícito en la institución de la Santa Misa como acto principal del culto católico para honrar a Dios. Cuántas veces obliga en esta forma la asistencia a Misa, no puede determinarse con exactitud.
4. Modo de cumplirlo.
Para cumplir de manera conveniente el precepto de santificar las fiestas mediante la participación en el santo sacrificio de la Misa, se requieren determinadas condiciones. Las principales y más obvias son las siguientes:
a) Presencia corporal. No cumple el precepto el que sigue la Misa por radio o televisión, ni el que permanece tan alejado del grupo de los asistentes que no se le pueda considerar como formando parte de ellos. No se requiere, sin embargo, estar estrictamente dentro del recinto de la iglesia, ni siquiera ver al sacerdote; basta que forme parte de los que la oyen (aunque sea en la misma calle, si la iglesia está abarrotada) y pueda seguirla de algún modo, por el sonido de la campanilla o los gestos de los demás, etc.
b) Integridad. La Iglesia manda oír Misa entera todos los domingos y fiestas de guardar. La integridad admite, sin embargo, parvedad de materia. No sería grave omitir la primera parte de la Misa hasta el Evangelio u ofertorio (discuten los autores entre lo primero o segundo) o lo que sigue a la comunión (habiéndola oído íntegramente desde el principio). Pero la mente actual de la Iglesia, sobre todo después del Concilio Vaticano II, es que todos los fieles oigan la homilía que predica el sacerdote después del Evangelio, por lo que cometen un verdadero abuso los que la omiten sistemática y deliberadamente, llegando después de ella.
El que llega tarde está obligado (leve o gravemente, según la parte omitida) a suplir lo que le falta en otra Misa posterior, a no ser que le sea material o moralmente imposible (p. ej., por tratarse de la última Misa o tenerse que ausentar forzosamente). Es lícito oír dos medias Misas, sucesivas no simultáneas, con tal que la consagración y la comunión pertenezcan a la misma Misa (cfr. Denz.Sch. 2153).
c) Participación activa. El que asiste materialmente a Misa guardando la atención y compostura externa que requiere todo acto humano, cumple sin duda alguna lo esencial del precepto para no incurrir en falta grave. Pero no cumple la finalidad intentada por la Iglesia en orden a la santificación de las fiestas mediante el santo sacrificio de la Misa. Para ello se requiere una verdadera participación activa de los fieles en el augusto misterio.
El Concilio Vaticano II lo ha recordado expresamente:
«La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la Palabra de Dios, se fortalezcan en la mesa del Señor, den gracias a Dios, aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él; se perfeccionen día a día por Cristo Mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos» (Cons. Sacr. Concilium, 48).
d) Rito y lugar debidos. El CIC preceptúa los siguientes: «Cumple con el precepto de oír Misa el que asiste a ella en cualquier rito católico que se celebre, al aire libre o en cualquiera iglesia u oratorio público o semipúblico y en las capillas privadas de los cementerios; mas no en otros oratorios privados, si la Sede Apostólica no ha concedido este privilegio» (can. 1249).
5. Causas excusantes. Como ley positiva eclesiástica, el precepto de asistir a Misa los domingos y días de fiestas admite excepciones y causas excusantes en determinadas circunstancias. Las principales son las siguientes:
a) La imposibilidad física o moral, que puede obedecer a diversos motivos, p. ej., una enfermedad o convalecencia que impida salir de casa; una distancia considerable al templo más cercano (p. ej., una hora de camino a pie, o menos si llueve, nieva o hubiese algún otro obstáculo); los muy ancianos o débiles, que no podrían sin grave molestia trasladarse al templo o permanecer en él durante toda la Misa, etc.
b) La caridad, que obliga a socorrer al prójimo en grave necesidad, ya corporal (accidente, incendio, enfermedad, etc.), ya espiritual (p. ej., si permaneciendo en casa o en cualquier otro lugar pudiera impedir o evitar un pecado grave),
c) La obligación que retiene en sus puestos a las madres con hijos pequeños, o a las nodrizas, guardas, soldados, empleados en servicios públicos, etc.; pero éstos han de procurar asistir a Misa todas las veces que puedan, aunque sea esforzándose un poco. Hoy día, con la abundancia de Misas, incluso vespertinas, es difícil que no pueda cumplirse el precepto dominical, sobre todo en las grandes ciudades.
6. Otros modos de santificar las fiestas. Aunque la asistencia devota y activa a la Santa Misa sea el medio principal o más importante de santificar las fiestas (sobre todo si los fieles reciben en ella la Comunión), no es, sin embargo, el único. Se indican a continuación otros medios que pueden cuidarse:
a) Incrementar la vida parroquial. La parroquia (v.) viene a ser el hogar espiritual del cristiano. Los días festivos, sobre todo, pueden ser aprovechados por los feligreses para incrementar el espíritu de comunidad parroquial, colaborando con el párroco en la catequesis de niños y adultos, o en las obras parroquiales de promoción social, caritas diocesana, etc. La participación activa de los seglares en la vida de la Iglesia -preconizada con tanta insistencia por el Conc. Vaticano ll- puede realizarse, entre otras formas, a través de esa colaboración con la comunidad parroquial (v. LAICOS).
b) Incrementar la piedad familiar. El hogar es un templo en pequeño. En él han de brillar todas las virtudes cristianas de que nos dejó ejemplo sublime la santa casa de Nazaret. El rezo del Rosario (v.), plegaria hogareña por excelencia, debe elevarse al cielo todos los días del año, pero de una manera particularmente fervorosa el día del Señor. «La familia que reza unida, permanece unida» (P. Peyton). Y pocas cosas unen y congregan con más dulce intimidad a toda la familia como el rezo entrañable del santo Rosario como homenaje filial a la Reina de los Ángeles. Es también, como enseñan los teólogos, una de las más grandes señales de predestinación de todos los miembros de la familia.
c) Descanso y entretenimiento. Precisamente porque el precepto dominical incluye, junto con la asistencia a la Santa Misa, el descanso de los trabajos corporales, entra de lleno en su espíritu entregarse durante algún tiempo en los días festivos a cualquier diversión sana, deporte, etc. Elevando los motivos, haciéndolo todo por la gloria de Dios y con amor a Él (cfr. 1 Cor 10,31), las diversiones se convierten en un verdadero culto a Dios y en instrumento para la propia santificación.
d) Abstenerse especialmente de todo pecado. Aunque esta obligación pesa sobre todos los hombres en cualquier día y momento de su vida, urge de manera especial en los días consagrados al Señor. Téólogos hubo que consideraron revestido de especial gravedad el pecado cometido en domingo o día festivo, por el gran contrasentido que supone aprovechar el día santo para una cosa tan contraria a la santidad como es el pecado. Y aunque es cierto que esta circunstancia no cambia la especie moral ni teológica del pecado (y, por lo mismo, no sería necesario acusarse en confesión del día concreto en que se pecó), no cabe duda que el pecado en día festivo va directamente en contra de la finalidad intentada por el precepto de santificar las fiestas.
V. t.: DESCANSO; DOMINGO II; MISA; EUCARISTÍA II, C, 5.
BIBL.: S. Pío V, Catecismo Romano (de Trento), p. III cap. IV (ed. bilingüe, Madrid 1971); CONC. VATICANO II, Const. Sacrosanctum Concilium, cap. V; PAULO VI, Instr. Eucharisticion mysterium, 25 mayo 1967; S. TomÁs, Sulna Teológica, 2-2, gl22 a4; A. VILLIEN, Fétes, en DTC V,2183-91 ; ÍD, Histoire des con7rnandements de l’Église, París 1909, 107-143; A. JUNG.MANN, Fl sacrificio de la Misa, 2 ed. Madrid 1952; L. BORDIN, La partecipazione dei fedeli al sacrificio della messa, nella teologia contemporanea, Finalpia (Savona) 1948; G. CHEVROT, Nuestra misa, Madrid 1955; V. VAGAGGINI, La messa Ponte di cita cristiana, Alba 1941; A. REY, La Misa centro de la eida cristiana, Madrid 1970; A. LANZA, P. PALAZZINI, Principios de Teología moral, II, Madrid 1958, 87 ss.
A. ROYO MARÍN.
Cortesía de Editorial Rialp. Gran Enciclopedia Rialp, 1991
Tomado de:
LAS FIESTAS DE PRECEPTO (Parte 1 de 2)
Se llaman fiestas de precepto aquellos días en los que la Iglesia pide a los fieles una celebración especial, litúrgica y personal, expresada con las palabras del tercer mandamiento del Decálogo (v.): «santificar las fiestas».
En el domingo, dice el Concilio Vaticano II, «los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios… Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles de modo que sea también día de alegría y de liberación del trabajo» (Sacr. Concilium, 106).
Lo que se dice del domingo, puede aplicarse a los demás días de fiesta.
La Iglesia especifica el precepto de santificar las fiestas en un doble aspecto:
- Uno positivo, que se refiere expresamente a la santificación de la fiesta concreta, sobre todo con la participación en el Santo Sacrificio de la misa todos los domingos y fiestas de guardar (v. MANDAMIENTOS DE LA IGLESIA),
- Y otro negativo, que prescribe el descanso dominical con la prohibición de realizar determinados trabajos. Este segundo aspecto se trata en DOMINGO tt. Aquí se verá, por tanto, solamente el primero.
1. Consideración histórica.
Desde el principio, los cristianos celebraban unos determinados días de fiesta, concretamente los domingos (v.), en conmemoración de la Resurrección del Señor; ya en el siglo II la santificación del domingo parece que era universal, y en el siglo IV los Concilios de Elvira y de Sardes hablan de la obligación de oír Misa ese día.
Con el desarrollo de la liturgia, las celebraciones (v.) van aumentando con la conmemoración de diversos misterios de la vida de Jesucristo (especialmente la Pascua y luego la Navidad), con la aparición de las fiestas de los mártires, de la Virgen, etc. (v. AÑO LITÚRGICO; CALENDARIO II).
Con el tiempo, el número de las fiestas creció considerablemente. El sínodo de Szaboles (1092) enumera 38, el Concilio de Toulouse (1229) habla de 40, de modo que en el siglo XIII llegaban casi a 100 entre domingos, fiestas universales y locales, etc. Eso explica que comiencen a surgir lamentaciones por los daños verdaderos o presuntos que se podrían derivar para la economía, se alude también al peligro de ociosidad que podría derivarse, etc.
El Concilio de Trento trata de moderar en este tema, pero no prescribe nada en concreto, simplemente recuerda el catálogo de fiestas que el Concilio de Lyon había determinado para toda la Iglesia.
Con Urbano VIII (1623-44) se reserva la Santa Sede el derecho de establecer fiestas obligatorias, con exclusión de los obispos y determina su número con la constitución Universa, de 13 sept. 1642.
Así Clemente XI, en 1708, añade en el calendario la fiesta de la Inmaculada Concepción. Posteriormente, sobre todo mediante convenios entre la Santa Sede y los poderes civiles, comienza la reducción.
Clemente XIV, en 1711, por el breve Paternae caritati reduce el número para el territorio de Austria; del atálogo de Urbano VIII, quedan como festivos: los domingos, los días siguientes a Resurrección y Pentecostés, Natividad del Señor, Circuncisión, Epifanía, Ascensión y Corpus Christi; las fiestas de la Virgen de: Purificación, Anunciación, Asunción, Natividad y Concepción Inmaculada; además, las fiestas de San Pedro y San Pablo, Todos los Santos, San Esteban Protomártir y la del Patrón principal.
La reducción llega al máximo en Francia, donde en virtud del Concordato de Napoleón quedan sólo 4 fiestas de precepto además de los domingos: Navidad, Ascensión, Asunción, Todos los Santos.
Más tarde San Pío X, con motu proprio del 2 jul. 1911, redujo fuertemente el número, de manera que, por derecho común general, además de los domingos, quedan solamente ocho días de fiestas: Navidad, Circuncisión, Epifanía y Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo, Inmaculada Concepción y Asunción de Nuestra Señora, Santos Pedro y Pablo y Todos los Santos. Estas prescripciones -con las inclusiones posteriores del Corpus Christi y de San José– fueron recogidas en la CIC (c. 1247).
Actualmente, después de la reforma del Calendario (motu proprio de Paulo VI, 14 febr. 1969, y decr. de la S. Congr. de Ritos, 21 marz. 1969), los días de fiesta han quedado así:
a) Todos los domingos del año.
b) Fiestas del Señor: Navidad (v.), Epifanía (v.), Ascensión (v.) y Corpus Christi (v.).
c) Fiestas de la Virgen: Inmaculada Concepción, Santa María Madre de Dios y Asunción (v. MARÍA IV).
d) Fiestas de los Santos: San José (v.), San Pedro (v.) y San Pablo (v.) Apóstoles, y Todos los Santos (v.).
En cuanto a los días festivos de carácter local habrá que atenerse a las disposiciones dadas para cada iglesia local por la competente autoridad eclesiástica.
Tomado de:
FIESTAS DE PRECEPTO
FIESTAS DE GUARDAR
Todos y cada uno de los Domingos.
- La Inmaculada Concepción (8 de Diciembre).
- La Natividad del Señor (25 de Diciembre).
- La Circuncisión ( 1 de Enero).
- La Epifanía (6 de Enero).
- La Festividad de San José (19 de Marzo).
- La Ascensión (Movible: A los 40 días de la Resurrección).
- Corpus Christi. (El jueves siguiente a la Sma. Trinidad)
- La Festividad de San Pedro y San Pablo, Apóstoles (29 de Junio).
- La Asunción de Nuestra Señora (15 de Agosto).
- La Festividad de Todos los Santos (1 de Noviembre).
Para España lo es también la fiesta del Apóstol Santiago (25 de Julio).
Y en la América Latina el 12 de Diciembre, día de Nuestra Señora de Guadalupe (12 de Diciembre).
Fuente:
MISAL DIARIO Y VISPERAL
Por Dom. Gaspar Lefebvre O.S.B. De la Abadía de S. Andrés (Brujas, Bélgica)
Traducción Castellana y Adaptación del Rdo. P. Germán Prado Monje Benedictino de Silos (España)
Página:8.
Fuente Primaria e Indispensable del Verdadero Espíritu Cristiano (Pío X).
Asunción de la Santísima Virgen María
El Santo Sacrificio de la Misa
Santa Misa de la Asunción
ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA

...Levánate, amada mía, hermosa mía, y vente; porque mira, ha pasado ya el invierno... Cantáres 2:10
15 de Agosto
VIRGEN MARÍA

María ha elegido la mejor parte, de la que jamás será privada. (San Lucas, 10, 42).
La vida de la Santísima Virgen, después de la Ascensión de Jesucristo, no estuvo exenta de sufrimiento. Sufrió al verse separada de su Hijo muy amado, y sin cesar suspiraba por el día en que podría reunirse con El. Aumentaba su mérito al infinito mediante la práctica constante de las más heroicas virtudes. Llegó, por fin, el dichoso día de su muerte y su alma se separó de su castísimo cuerpo, sin dolor ni violencia. Mas, la noche siguiente al día en que se depositó ese cuerpo en el sepulcro, su alma descendió del cielo, reunióse con él, y fue a colocarse en el cielo a la derecha de Jesucristo, en el trono que le había sido preparado.
EL TRIUNFO DE MARÍA
I. La Santísima Virgen muere sin dolor y sin temor, con inefable deseo de ir a juntarse con su adorable Hijo. El amor divino es quien desprende su hermosa alma de su envoltura mortal. Tú también morirás; pero, ¿cómo morirás? ¿En el dolor y en el temor? Aprende de María a vivir bien para morir bien. Pídele la gracia de morir santamente. Ella la concede a sus servidores; y cuando te halles en ese terrible momento, dile con Justo Lipsio: Santa María, socorre a mi alma en lucha con la eternidad.
II. La Santísima Virgen, resucita algún tiempo después de su muerte; ese cuerpo castísimo que había llevado a Jesucristo no debía sufrir la corrupción del sepulcro. ¡Oh, Virgen Santísima, qué alegría me causa el favor que se os ha acordado! Cuerpo mío, tú también resucitarás un día; pero, ¿será para la gloria o para los sufrimientos eternos? Lo ignoro, o más bien, sé que seré predestinado si soy un servidor fiel de María. Ningún servidor de María perece eternamente. (San Bernardo).
III. ¡Cuán admirable es el triunfo de María! Entra en el cielo con cuerpo y alma; los ángeles salen a su encuentro; el Padre eterno la reconoce como Hija, Jesucristo como Madre, el Espíritu Santo como Esposa. Es elevada sobre los coros de los Ángeles y colocada en un trono al lado de su Hijo. Valor, ¡alma mía!, nada hay que no puedas obtener por medio de la Madre de Dios. Su poder es infinito, y su amor es igual a su poder. ¿Qué hice hasta ahora para merecer su protección y sus favores?
La devoción a la Sagrada Familia
Orad por la Iglesia.
ORACIÓN
Perdonad misericordiosamente, Señor, las faltas de vuestros servidores, y, dada la impotencia en que nos encontramos de agradaros por nuestros propios méritos, concedednos la salvación por la intercesión de Aquélla que Vos elegisteis para que fuera la Madre de vuestro Hijo, Nuestro Señor, que, siendo Dios, vive y reina con Vos en unidad con el Espíritu Santo. Por J. C. N. S. Amén.
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LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA (De la «Mística Ciudad de Dios». 3ra. parte, lib. VIII, cap. 21).
- DEFINICIÓN DEL DOGMA DE LA ASUNCIÓN DE LA SMA. VIRGEN
- ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA (San Buenaventura)
- EN LA ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA (San Bernardo)
LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA

"Y un gran prodigio apareció en el Cielo; una mujer vestida del sol y con la luna debajo de sus pies y en su cabeza una corona de doce estrellas". (Apocalipsis, XII, 1)
¿Quién es ésta, que va subiendo cual aurora naciente bella como la luna, brillante como el sol, terrible como un ejército formado en batalla? (Cant. 6, 9.)
El día tercero que el alma santísima de María gozaba de esta gloria para nunca dejarla, manifestó el Señor a los santos su voluntad divina de que volviese al mundo y resucitase su sagrado cuerpo uniéndose con él, para que en cuerpo y alma fuese otra, vez levantada a la diestra de su Hijo santísimo, sin esperar a la general resurrección de los muertos. La conveniencia de este fa vor y la consecuencia que tenía con los demás que recibió la Reina del cielo y con su sobreexcelente dignidad, no la podían ignorar los santos, pues a los mortales es tan creíble que, aún cuando la santa Iglesia no la aprobara, juzgáramos por impío y estulto al que pretendiera negarla.
Pero conociéronla los bienaventurados con mayor claridad, y la. determinación del tiempo y hora, cuado en sí mismo les manifestó su eterno decreto. y cuando fue tiempo de hacer esta maravilla, descendió del cielo el mismo Cristo nuestro Salvador, lle vando a su diestra el alma de su beatísima Madre, con muchas legiones de ángeles y los padres y profetas antiguos.
Y llegaron al sepulcro en el valle de Josafat y estando todos a la vista del virginal templo habló el Señor con los santos y dijo estas palabras: «Mi Madre fue concebida sin mácula de pecado, para que de su virginal sustancia purísima y sin mácula me vistiese de la hu manidad en que vine al mundo y le redimí del pecado. Mi carne es carne suya, y ella cooperó conmigo en las obras de la redención, y así debo resucitarla como yo resucité de los muertos, y que esto sea al mismo tiempo y a la misma hora, porque en todo quiero hacer a ml semejante«.
Todos los antiguos santos de la naturaleza humana agradecie ron este beneficio con nuevos cánticos de alabanza y gloria del Señor. y los que especialmente se señalaron fueron nuestros primeros padres Adán y Eva, y después de ellos Santa Ana, San Joa quín y San José, como quien tenía particulares títulos y razones para engrandecer al Señor en aquella maravilla de su omnipo tencia.
Luego la purísima alma de la Reina con el imperio de Cristo su Hijo santísimo entró en el virginal cuerpo y le informó y resucitó, dándole nueva vida inmortal y gloriosa y comunicándole los cuatro dotes de claridad, impasibilidad, agilidad y sutileza, como correspondientes a la gloria del alma, de donde se derivan a los cuerpos.
Con estos dotes salió María santísima en alma y cuerpo del sepulcro, sin remover ni levantar la piedra con que estaba cerrado. y porque es imposible manifestar su hermosura, belleza y refulgencia de tanta gloria no me detengo en esto. Bástame decir que, como la divina Madre dio a su Hijo santísimo la forma de hombre en su tálamo virginal y se la dio pura, limpia, sin mácula e impecable para redimir al mundo, así también en retorno de esta dádiva la dio el mismo Señor en esta resurrección y nueva generación otra gloria y hermosura semejante a Sí mismo.
Luego desde el sepulcro se ordenó una solemnísima procesión con celestial música por la región del aire, por donde se fue alejando para el cielo empíreo. Y sucedió esto a la misma hora que resucitó Cristo nuestro Salvador, domingo inmediato después de media noche; y así no pudieron percibir esta señal por entonces todos los apóstoles fuera de algunos que asistían y velaban al sagrado sepulcro.
Entraron en el cielo los santos y ángeles con el orden que llevaban, y en el último lugar iban Cristo nuestro Salvador y «a su diestra la Reina vestida de oro de variedad, como dice David, y tan hermosa que pudo ser admiración de los cortesanos del cielo. Convirtiéronse todos a mirarla y bendecirla con nuevos júbilos y cánticos de alabanza.
Allí se oyeron aquellos elogios misteriosos que dejó escritos Salomón: «Salid, hijas de Sión, a ver a vuestra Reina, a quien alaban las estrellas matutinas y festejan los hijos del Altísimo. ¿Quién es ésta que sube del desierto, como varilla de todos los perfumes aromáticos? ¿Quién es ésta que se levanta como la aurora, más hermosa que la luna, electa como el sol y terrible como muchos escuadrones ordenados?(1) ¿Quién es ésta que asciende del desierto asegurada en su dilecto y derramando delicias con abundancia?(2) ¿Quién es ésta en quien la misma divinidad halló tanto agrado y complacencia sobre todas sus criaturas y la levanta sobre todas al trono de su inaccesible luz y majestad? ¡Oh maravilla nunca vista en los cielos!, ¡oh novedad digna de la sabiduría infinita!, ¡oh prodigio de esa omnipotencia que así la magnificas y engrandeces!»
Con estas glorias llegó Maria santísima en cuerpo y alma al trono real de la beatísima Trinidad, y las tres divinas Personas la recibieron en él con un abrazo indisoluble. El eterno Padre le dijo: Asciende más alta que todas las criaturas, electa mía, hija mía y paloma mía. El Verbo humanado dijo: Madre mía, de quien recibí el ser humano y el retorno de mis obras con tu perfecta imitación, recibe ahora el premio de mi mano que tienes merecido. El Espíritu Santo dijo: Esposa amantísima, entra en el gozo eterno que corresponde a tu fidelísímo amor y goza sin cuidados, que ya pasó el invierno del padecer y llegaste a la posesión eterna de nuestros abrazos. Allí quedó absorta María santísima entre las divinas Personas y como anegada en aquel piélago interminable y en el abismo de la divinidad; los santos llenos de admiración, de nuevo gozo accidental.
- FIESTA DE LA GLORIOSA ASUNCIÓN DE LA SANTÍSIMA VIRGEN
- DEFINICIÓN DEL DOGMA DE LA ASUNCIÓN DE LA SMA. VIRGEN
- ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA (San Buenaventura)
- EN LA ASUNCIÓN DE LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA (San Bernardo)
- 15 DE AGOSTO
- MISA DEL DÍA
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LA TRANSFIGURACIÓN DE NUESTRO SEÑOR

Tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano; y subiendo con ellos a un alto monte, se transfiguró en su presencia. (San Mateo, 17, 1-2).
Jesús, habiendo subido al monte Tabor con tres de sus apóstoles, se transfiguró en su presencia. Su rostro se puso resplandeciente como el sol, y sus vestiduras blancas como la nieve. Entonces aparecieron a su lado Moisés y Elías y conversaban con Él. San Pedro, extasiado por el esplendor insólito de su Maestro, le dijo: «Señor, bueno es estarnos aquí; si os parece, formemos aquí tres pabellones, uno para Vos, otro para Moisés y otro para Elías». Todavía estaba hablando, cuando una nube resplandeciente vino a cubrirlos, y oyóse una voz que dijo: «Éste es mi Hijo muy amado, en quien he puesto todas mis complacencias: ¡escuchadle!»
MEDITACIÓN
SOBRE LA TRANSFIGURACIÓN
DE JESUCRISTO
I. Jesús, para transfigurarse, se retira a la apartada montaña. ¿Quieres tú revestirte del hombre nuevo, que es Jesucristo? Huye de los estorbos y del tumulto del mundo. Además, recuerda que la obra de la conversión es una obra difícil; que hay que subir desde el fondo del abismo hasta las altas cumbres. Si quieres sanar de tus enfermedades y adquirir la verdadera sabiduría has de cambiar totalmente de vida 11 has de hacerte un hombre nuevo. (Salviano).
II. Cuando los Apóstoles estuvieron en el Tabor, sus ojos fueron iluminados y vieron a Jesucristo radiante de gloria. Cuando hayas comenzado seria mente la obra de tu conversión, te asombrarás de la ceguera en que vivías antes. Te llenarás de gozo en medio de tus dolores, porque siempre tendrás ante tus ojos a Jesús crucificado y porque imitando su paciencia en la tierra, te será dada la esperanza de su gloria en el cielo.
III. Jesús manifiesta su gloria a sus discípulos e inmediatamente después les habla de sus sufrimientos, a fin de animarlos a soportar los oprobios de su Pasión. Aprendamos de este misterio a sufrir por Jesús, con la esperanza de participar en sus recompensas; si nos niega los consuelos terrenales, lo hace para procurarnos más abundantes en el cielo. No nos extrañemos de las aflicciones que nos sobrevengan: no es en este mundo, sino en el otro, donde Jesucristo nos ha preparado la felicidad. ¿Qué te ha prometido Cristo? Si Él te ha prometido la felicidad de aquí abajo, tienes derecho a murmurar porque no te la dé. (San Agustín).
La mortificación
Rogad por los afligidos.
ORACIÓN
Oh Dios, que, en la gloriosa Transfiguración de vuestro Hijo unigénito, habéis confirmado los misterios de la fe en el testimonio de vuestros profetas, y que, mediante una voz celestial surgida de una nube resplandeciente, habéis anunciado de admirable manera la perfecta adopción de vuestros hijos, concedednos la gracia de ser coherederos del Rey de la gloria, y participar un día de su reino. Por J. C. N. S. Amén.
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