NUESTRA SEÑORA DE LA MEDALLA MILAGROSA

27 de noviembre

¡Oh María concebida sin pecado!, rogad por nosotros que recurrimos a Vos

En 1830 la Santísima Virgen se apareció a una humilde novicia de la Caridad, Sor Catalina Labouré, ordenándole que se hiciese acuñar una medalla cuyas efigies le mostró. Una de las caras de la medalla lleva la imagen de la Inmaculada despidiendo rayos de sus manos, con esta plegaria: «Oh María concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a vos«.

   Las curaciones y milagros de todo orden obrados por esta medalla aceleraron la definición dogmática de la Inmaculada Concepción, razón por la cual es la Medalla Milagrosa la más usada por las Hijas de María de todo el mundo y propiamente la insignia oficial de las mismas.

   He aquí cómo relata la propia sor Catalina su primera aparición:

   «Vino después de la fiesta de San Vicente, en la que nuestra buena madre Marta hizo, por la víspera, una instrucción referente a la devoción de los santos, en particular de la Santísima Virgen, lo que me produjo un deseo tal de ver a esta Señora, que me acosté con el pensamiento de que aquella misma noche vería a tan buena Madre. ¡Hacía tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se nos había distribuido un pedazo de lienzo de un roquete de San Vicente, yo había cortado el mío por la mitad y tragado una parte, quedándome así dormida con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen.

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A NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT

Rosa de abril, morena de la sierra
de Montserrat, estrellado.
Ilumina la catalana tierra
y guíanos hacia el cielo

   En las montañas,

los ángeles trabajan

esos picos
para hacerte un palacio

   Reina del cielo,
que los ángeles bajaron
danos abrigo,
dentro de tu manto azul

   Alba naciente de estrellas coronadas,
ciudad de Dios que soñaba David
a vuestros pies la luna se ponía
y el sol con sus rayos os vestía.

   De los catalanes siempre seréis princesa,
de los españoles estrella de oriente,
sois el pilar de fortaleza
y para los pescadores, puerto de salvamento,

   Dais consuelo a quien la patria añora,
sin haber visto nunca la cima de Montserrat,
en tierra y mar, os imploramos
devuélvele a Dios los corazones que le han dejado.

   Fuente del agua de la vida
desde el cielo regáis el corazón de nuestro país
dones y virtudes dejáis floreciendo
para hacer vuestro paraíso

   Dichosos ojos, Maria, los que os ven
dichosos los corazones que se abren a vuestra luz
Rosa del cielo, que los ángeles revolotean
y en la oración ponéis vuestro perfume.

   Árbol gentil, que el Líbano corona
árbol de incienso, palmera de sion
los frutos sagrados que vuestro amor nos da
es Jesucristo, el Redentor del mundo.

   Con vuestro nombre, empieza nuestra historia
y es Montserrat nuestro Sinaí
sean para todos la escalera de la gloria
esos escalones cubiertos de romaní. 

NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT, Patrona de Cataluña

27 de abril

 La montaña de Montserrat, en Cataluña, famosa entre las montañas por su rara configuración, ha sido desde tiempos remotos uno de los lugares escogidos por la Santísima Virgen para manifestar su maternal presencia entre los hombres.

Bajo la advocación plurisecular de Santa María de Montserrat, la Madre de Dios ha dispensado sus bendiciones sobre los devotos de todo el mundo que a Ella han acudido a través de los siglos. Pero su maternidad se ha dejado sentir más particularmente, desde los pequeños orígenes de la devoción y en todas las épocas de su desarrollo, sobre las tierras presididas por la montaña que levanta su extraordinaria mole en el mismo corazón geográfico de Cataluña.

Con razón, pues, la Iglesia, por boca de León XIII, ratificando una realidad afirmada por la historia de numerosas generaciones, proclamó a Nuestra Señora de Montserrat como Patrona de las diócesis catalanas, señalando. asimismo una especial solemnidad litúrgica para honrar a la Santísima Virgen y darle gracias por todos sus beneficios bajo esta su peculiar advocación.  

La Maternidad Divina de la Santísima Virgen María

La Iglesia celebra el 1 de enero de un modo especial el augusto privilegio de la Maternidad divina, otorgado a la Santísima Virgen, cooperadora en la gran obra de la salvación de los hombres. Antiguamente, la Santa Iglesia romana celebraba dos misas el día 1 de enero: una por la Octava de Navidad, otra en honor de María. Más tarde, las reunió en una sola. Por eso, en los textos de la Misa y el Oficio en este día aparecen los testimonios de su veneración hacia el Hijo, con las expresiones de su admiración y tierna confianza para con su Madre.

En la Colecta de la Misa, la Iglesia celebra la fecunda virginidad de la Madre de Dios y nos muestra a María como fuente de que Dios se ha servido para derramar sobre el género humano el beneficio de la Encarnación, presentando ante el mismo Dios nuestras esperanzas fundadas en la intercesión de esta privilegiada criatura.

Como enseña Santo Tomás, se dice que la bienaventurada Virgen es Madre de Dios no porque sea madre de la divinidad (o sea, de la naturaleza divina, que es eternamente anterior a Ella), sino porque es Madre según la humanidad de una Persona que tiene divinidad y humanidad.

Por eso, si nos paramos a pensar en los sentimientos de María en relación a su divino Hijo, podremos asomarnos un tanto a la sublimidad del misterio. Ella ama a ese Hijo a quien tiene en sus brazos, a quien aprieta contra su corazón, le ama porque es el fruto de sus entrañas; le ama porque es su madre. Pero, al mismo tiempo, reconoce y adora la infinita majestad del que así se confía a su amor y a sus caricias.

Estos dos sublimes sentimientos de la religión y de la maternidad, tienen en su corazón un solo y divino objeto: Jesús. Tiene derecho a llamarle Hijo suyo; y El, aun siendo verdadero Dios, le llamará de verdad Madre. De ahí que no pueda imaginarse algo más excelso que la maternidad divina de María.

Es precisamente por ser divina su maternidad que la Iglesia le tributa el culto de hiperdulía sólo a ella concedido. Es ésta de la maternidad divina la razón teológica que sirve de fundamento a la corredención operada por ella. Lo expone acabadamente el padre Manuel Cuervo, O.P.:

«el fin de nuestra redención comprende dos partes bien caracterizadas y distintas: la adquisición de la gracia y su distribución a nosotros. Tal es adecuadamente el fin del orden hipostático, en el cual quedó insertada María por razón de su maternidad divina. Al ser incorporada a él, queda por el mismo caso, supuesta siempre la voluntad de Dios, asociada con Jesucristo en el fin de este mismo orden […] El principio del consorcio, en cuanto expresión de la maternidad divina, queda firmemente establecido con sentido y significación verdaderamente divinos, y con apertura suficiente para fundar sobre él toda la parte soteriológica de la teología mariana […] Entendida así la asociación de María con Jesucristo en el fin de la encarnación, o sea, tanto en cuanto a la adquisición de la gracia como en su distribución, constituye a aquélla en verdadera co­Mediadora y co-Redentora con Cristo del género humano. La misma maternidad divina, unida a la voluntad de Dios en el orden hipostático, postula esto, según el sentido de la Iglesia, de una manera firme y segura. La dignidad que de aquí resulta en la Virgen María es, sin duda, la más alta que se puede concebir en ella después de su maternidad divina. Porque eso de ser con Jesucristo co­principio de la redención del género humano y de su reconciliación con Dios, es cosa que sólo a María fue concedido sobre todas las criaturas en virtud de su maternidad divina» (Maternidad divina y corredención mariana, Pamplona, 1967. Citado por Antonio Royo Marín, La Virgen María. B.A.C., Madrid, 1968).

«La Virgen María -añade en otra parte el mismo autor-, además de preparar la Víctima del sacrificio infinito, cooperó con el Hijo en la consecución de nuestra redención co-inmolando en espíritu la vida del Hijo y co-ofreciéndola al Padre por la salvación de todos, juntamente con sus atroces dolores y sufrimientos, constituyéndose así en verdadera colaboradora y cooperadora de nuestra redención». Esto en lo que toca a la adquisición de la gracia de la redención. ¿Y qué serán aquellas prácticas piadosas de la Iglesia instituidas por expresa recomendación de la Virgen, como el uso del escapulario con la promesa hecha a quienes lo vistieren de ser rescatados del purgatorio el primer sábado posterior a su muerte, o el de la medalla milagrosa, asociado a la efusión de abundantes gracias en esta vida? ¿O el de la comunión reparadora de los cinco primeros sábados del mes, a cuyo cumplimiento asoció nuestra Madre celestial la promesa de morir en gracia de Dios? Estas devociones expresan paladinamente cuánto le fue confiado a María el oficio de distribuir los beneficios espirituales de la redención obrada por Cristo en la cruz, oficio que va mucho más allá de estas devociones particulares para fincar en su constante intercesión por los viatores, tanto como para ser saludada como «Medianera de todas las gracias», desde la gracia de la conversión a la de la perseverancia final.

Podrían citarse multitud de documentos del magisterio de los papas acerca de esta cuestión para zanjar definitivamente el tema. Es demasiado obvio para una inteligencia católica que la corredención mariana no implica paridad de dignidades entre Madre e Hijo, y que los actos y los méritos de la Virgen en orden a la redención están subordinados a los de Jesucristo.  Al negar la corredención mariana, se niega justamente esto, la íntima e indisoluble asociación entre la Pasión de Cristo y la compasión de su Madre, que ofreció a su Hijo al pie de la cruz juntamente con sus propios insondables dolores.

Extractos tomados de estos 2 artículos:

La Maternidad divina de María | Adelante la Fe

La Corredentora. Francisco tropieza nuevamente | Adelante la Fe

 

Francisco ultraja a María

Francisco enseña que María, “mujer mestiza de nuestros pueblos”, no es Corredentora

El 12 de diciembre, en la homilía de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Francisco negó la participación de María en la obra redentora, calificándola de “historias” (“fábulas, cuentos”) y de “tontera” (“tontería, bobada, insignificancia”). Éstas son sus palabras:

“Fiel a su Maestro, que es su Hijo, el único Redentor, jamás quiso para sí tomar algo de su Hijo. Jamás se presentó como corredentora. (…) Nunca robó para sí nada de su Hijo (…) María mujer, María madre, sin otro título esencial. (…) Y tercer adjetivo que yo le diría mirándola, se nos quiso mestiza, se mestizó. (…) Se mestizó para ser Madre de todos, se mestizó con la humanidad. ¿Por qué? Porque ella mestizó a Dios. Y ese es el gran misterio: María Madre mestiza a Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, en su Hijo. Cuando nos vengan con historias de que habría que declararla esto, o hacer este otro dogma, no nos perdamos en tonteras: María es mujer, (…) mujer de nuestros pueblos, pero que mestizó a Dios.”[1]

Los dichos de Bergoglio, además de insultantes, son completamente falsos. Si bien no ha habido hasta ahora una declaración dogmática del magisterio al respecto, la corredención de María forma parte de la revelación divina. Su fundamento escriturístico es innegable. Éste consiste en el paralelo y en la analogía existente entre Eva y la Santísima Virgen. Paralelo y analogía que se manifiestan en el papel desempeñado por ellas en relación, por un lado, con Adán en el caída original y, por el otro, con Jesucristo, nuevo Adán (Rm. 5, 14 – I Cor. 15, 22), en la reparación de la misma.

En efecto, del mismo modo que Eva participó en la caída de Adán, por su falta de fe y su desobediencia, María lo hizo en la redención, a través de su fe y su obediencia. Con su “fiat” y su consentimiento al sacrificio salvador de Jesús, María hizo posible la Redención, así como Eva, tentando a Adán a instancias de la Serpiente, había hecho posible la falta original. Es Adán quien la comete, pero Eva está íntimamente vinculada a ella, no como artífice, sino como partícipe necesaria y a  modo de causa instrumental.

De manera análoga, María, nueva Eva, participa en el acto redentor realizado por Jesucristo, nuevo Adán, no como autora, sino como partícipe necesaria -Dios así lo dispuso en su Divina Providencia-, y como causa instrumental -con su “fiat” libremente otorgado, María suministró la “materia” del sacrificio redentor, es decir, el cuerpo de la víctima expiatoria-.

Es en este sentido que debe entenderse el término “corredención” aplicado a María, como expresión de su íntima participación en la obra redentora consumada por su divino Hijo  -autor exclusivo de la misma-, y no como si la redención hubiera sido realizada por ambos, en el mismo sentido y en un pie de igualdad, como si fuesen coautores del hecho.

Así pues, a semejanza de Eva, que interviene de manera decisiva en la caída del género humano provocada por la falta de Adán, la Santísima Virgen María, Eva de la Nueva Alianza, está estrechamente involucrada en la redención operada por el nuevo Adán, Jesucristo.

Veamos lo que dice al respecto San Ireneo, Padre y Doctor de la Iglesia, discípulo de San Policarpo, quien, a su vez, lo había sido del apóstol San Juan, en su obra “Contra los herejes”:

“En correspondencia encontramos también obediente a María la Virgen, cuando dice: «He aquí tu sierva, Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38); a Eva en cambio indócil, pues desobedeció siendo aún virgen. Porque como aquélla, (…) habiendo desobedecido, se hizo causa de muerte para sí y para toda la humanidad; así también María, teniendo a un varón como marido pero siendo virgen como aquélla, habiendo obedecido se hizo causa de salvación para sí misma y para toda la humanidad (Heb 5, 9). (…) Así también el nudo de la desobediencia de Eva se desató por la obediencia de María; pues lo que la virgen Eva ató por su incredulidad, la Virgen María lo desató por su fe.”[2]

Citemos ahora al gran doctor mariano San Luis María Grignon de Montfort:

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La Virgen preanunció hace 4 siglos en Quito la crisis de la Iglesia del siglo XX

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Introducción 

Que precisamente el siglo XX – en el que estamos inmersos todavía espiritualmente – es el tiempo de las tinieblas, el tiempo de la gran apostasía profetizado en la Sagrada Escritura… lo haría pensar también una extraordinaria aparición mariana que tuvo lugar hace algunos siglos.

Tiene toda la oficialidad de los reconocimientos eclesiásticos y, sin embargo – por alguna disposición misteriosa de la Providencia –, ha permanecido hasta ahora casi desconocida y está volviendo hoy a la luz.

Fue la misma Virgen la que pidió que su mensaje fuera dado a conocer en el mundo solamente en el siglo XX.

Se trata de las apariciones de la Virgen a la madre Mariana Francisca de Jesús Torres y Berriochoa (1563-1635), mística española que vivió y murió, con fama de santidad, como monja de la Inmaculada Concepción en Quito, en Ecuador.

Hoy está en curso el proceso de beatificación de la Madre Mariana, cuyo cuerpo – por otro lado – fue encontrado incorrupto y completo el 8 de febrero de 1906.

La Virgen se le presentó como la “Virgen del Buen Suceso” y la Iglesia – por medio de los obispos de Quito – aprobó la veneración de la Virgen con este título.

La devoción ininterrumpida del pueblo ecuatoriano, desde hace 400 años, llevó en 1991 a la Archidiócesis de Quito, con el permiso de la Santa Sede, a realizar la coronación canónica de Nuestra Señora del Buen Suceso como reina de Quito.

Pues bien, la particularidad de estas apariciones consiste precisamente en la petición de la Virgen a la vidente y a las monjas de su convento de que oraran y se ofrecieran en holocausto por los hombres del siglo XX.

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María, Madre y Maestra del Sacerdote (II)

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Porque ha mirado la pequeñez de su esclava (Lc. 1, 48).

Queridos hermanos, en este verso, la Santísima Virgen, agradece complacida que Dios se haya dignado mirarla con buenos ojos, y acordarse de Ella, y haya obrado grandes cosas por medio de Ella; y, a su vez, reconoce su pequeñez como esclava, ejercitando en estas palabras una singular humildad. Con verdadera humildad confiesa su pequeñez como esclava, que, a pesar de ello, Dios no dejó de mirarla. María, nos enseña que el fundamento de las alabanzas de Dios, y de la acción de gracias por los beneficios recibidos, ha de ser el reconocimiento de nuestra pequeñez e indignidad. Esta pequeñez de la  que nos da muestra la Madre de Dios, ha de ser el título para pedir a Dios que nos mire con buenos ojos y nos conceda todo tipo de gracias.

La esclavitud de la Virgen María, es la identidad de todo su ser con Dios; así como el esclavo no se pertenece a sí mismo, sino que en todo pertenece a su amo; no tiene decisiones propias, sino que todas han de pasar por la voluntad de su señor; así como hasta la propia vida del esclavo depende de la voluntad de su amo,  así es María, toda de Dios. Nada hay en Ella que no sea del agrado de Dios, que no esté en consonancia con la voluntad Divina, desde el más sencillo pensamiento hasta la acción más importante, todo en Ella da gloria a Dios.

 Qué grande ha de ser la identidad del sacerdote con Jesucristo. Dios se dignó mirarle, fijar su mirada en él, elegirle para tan alto ministerio. Dios lo espera todo de su elegido. Las palabras profundamente humildes de María deben ser, para el sacerdote, modelo de vida sacerdotal. ¡La humildad del sacerdote! Todo lo que tiene lo ha recibido de Dios, nada tiene por méritos propios, pues todo lo que el sacerdote es, lo es por voluntad y gracia divina. La actitud de María debe ser la actitud del sacerdote ante Dios, es la entrega total de la vida del sacerdote a los planes de Dios, porque todo lo tiene le ha sido dado gratuitamente.

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María, Madre y Maestra del sacerdote

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Y mi espíritu se alegra en Dios, Mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava. Lc. 1.47-48

Queridos  hermanos, María es Madre y Maestra de  forma privilegiada y especial del sacerdote.  La relación del sacerdote con la Madre de Dios debe alcanzar una profundidad y unión tal que el sacerdote no pueda entender su sacerdocio sin la Reina de cielos y tierra. Profundidad que se ha de alcanzar meditando el “misterio  de María”, llegando al abismo que supone encontrarse con la realidad de la toda “llena de Gracia”. Estamos ante el profundo misterio de la “grandeza de la esclava”, misterio de tal condición que el alma siente, a veces, verdadero vértigo al asomarse a esta realidad; en este vértigo el alma del sacerdote se sobrecoge al percibir quién es María; sobrecogimiento, y al mismo tiempo alegría sobrenatural, porque es una alegría distinta a la que tiene lugar en la naturaleza, es un gozo íntimo entre el sacerdote y María, entre el hijo y la Madre.

Unión,   que implica vivir el sacerdocio con María; unión indisoluble, que ha de llegar a la perfección de no hacer nada sin contar con  Ella. La vida sacerdotal ha de ser una tendencia constante hacia María; como un caminar hacia el encuentro con Ella; encuentro que tiene lugar en el Santo Sacrificio, y se prolonga en la vida del sacerdote. No es posible el sacerdocio sin María, como no es posible la santidad del sacerdote sin la Madre de Dios.

María es Madre y Maestra constante del sacerdote. Todo en Ella es enseñanza, instrucción, modelo, ejemplo, ayuda, consuelo, repuesta a las necesidades del sacerdote. Las mismas palabras del Magnificat, en el caso que nos ocupa en este artículo,  son guía para el sacerdote, enseñanza santa y sublime, que bien entendida por aquel, le ayudará a reforzar la alegría sacerdotal, y a profundizar en la gracia del sacerdocio. La respuesta de la Santísima Virgen a su prima Santa Isabel, no son las palabras con las que el común de los mortales suelen contestar mostrando su agradecimiento. Todo lo que la Madre de Dios dijo, en respuesta a su santa prima, fueron palabras dirigidas a Dios; enseñándonos el modo de cómo nos hemos de portar cuando nos alaban, porque lo mejor y más seguro es cambiar la conversación para dirigirla a Dios, de quien proceden los dones  por lo que somos alabados.

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La Virginidad de María

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Queridos hermanos, la virtud de la pureza brilla por sí misma, es la que hace a las almas semejantes a los ángeles, y la que mejor refleja la imagen perfecta de Jesucristo. ¡Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea! Cantamos emoción y sentimiento a nuestra Madre. Su Virginidad es verdaderamente de una perfección tal que resulta un adorable misterio. Un misterio al que hay que introducirse con sumo amor y delicadeza, porque es el tesoro que con más aprecio guarda la Madre de Dios. Su Virginidad preparó el sagrado tabernáculo de sus entrañas para alojar al mismo Dios, su Señor y su Hijo. ¡Qué unión y relación entre Madre e Hijo durante esos nueve meses!, como nunca se ha visto ni se verá nada igual, ni se podrá imaginar, ni escribir, ni hablar, ni pensar.

Era necesario que la Madre de Dios estuviera adornada de una pureza única y singular. Ella quedó preservada del pecado original y, por tanto, de sus consecuencias. María “jamás estuvo infectada de la venenosa baba de la serpiente”. Siempre pura, nunca incurrió en el más leve pecado. Conservó siempre inmaculados sus afectos, y fue inmune a todo pecado original, mortal y venial, por lo que mereció que el divino Esposo la llamase hermosa y sin mancha: Eres del todo hermosa, amada mía, no hay mancha en ti (Cant. 4, 7).

María poseyó esta única  Virginidad, inmune a todo pecado, destinada a compartir con el Padre Eterno el honor  de la paternidad, ser la Madre de su Unigénito y la Esposa predilecta del Espíritu Santo. Siempre estuvo adornada de una purísima inocencia, que hacen de María la criatura más bella y hermosa salida de las manos del Creador.

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El Reino de María

La Sagrada Escritura empieza y termina con la batalla entre la Mujer y la antigua serpiente. Esta batalla, del Dragón contra la Verdadera Religión, «es también guerra de sus respectivas iglesias: la sinagoga de satanás contra la Iglesia de Cristo, es decir, es el establecimiento de la enemistad interpuesta por Dios entre la serpiente y la Mujer y entre los linajes o descendencias de ambos».

«Dios no ha hecho ni formado nunca más que una sola enemistad, mas ésta irreconciliable, que durará y aumentará incluso hasta el fin, y es entre María, su digna Madre, y el diablo; entre los hijos y servidores de la Santísima Virgen y los hijos y secuaces de Lucifer, de suerte que el más terrible de los enemigos que Dios ha creado contra el demonio es María».[1]

I. «Dios te salve Reina y Madre»

En el reino de Israel, la madre del rey (del hebreo Gebirah=«la gran señora» tenía el oficio exaltado de reina madre, que con ese noble oficio, asistía al rey en el gobierno del reino.[2]

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Sermón Fontgombault : Rodee al Sínodo con las cuentas del Rosario

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9 octubre, 2015

Sermón Fontgombault – Festividad del Rosario: “Rodeen al Sínodo con las cuentas del Rosario”.

“No podemos renunciar a la verdad del Evangelio sobre la familia”

EL SANTÍSIMO ROSARIO DE LA BENDITA VIRGEN MARÍA

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Sermón del Reverendo Dom Jean Pateau

Abad de Nuestra Señora de Fontgombault

(Fontgombault, 7 de octubre de 2015)

Queridos hermanos y hermanas:

Mis amadísimos hijos:

La festividad del Santísimo Rosario adquiere una importancia especial este año. El domingo pasado, en Roma, se inauguró la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos; está dedicada a la familia y versa sobre el tema: “La vocación y misión de la familia en la Iglesia y el mundo contemporáneo”.

María nos invita a rodear esta Asamblea con las cuentas de nuestros rosarios diarios, para que la voluntad de Dios sobre la familia sea buscada por todos, discernida y ofrecida con misericordia al mundo de hoy.  El mundo espera de la Iglesia la Buena Nueva del Evangelio.  No debemos renunciar a la completa verdad sobre la familia que los papas Pablo VI y san Juan Pablo II enseñaron de una forma muy clara, perderíamos entonces el entusiasmo por la misión, tendríamos que renunciar nosotros mismos a ser vencidos por el espíritu del mundo, que –aunque pretende conquistar– no tiene sin embargo nada nuevo que ofrecer.

Mientras se pueden escuchar voces que disienten entre los Padres del Sínodo, la inminente canonización de los esposos Martín es un signo de esperanza.  Que el Espíritu Santo ilumine la mente de los verdaderos defensores de la familia.  Las jóvenes Iglesias de África y Asia viven el fervor de la evangelización.

Aprendamos de ellos a recuperar nuestro fervor prístino.

Pidamos la gracia de la humildad ante la verdad que viene de Dios para los Padres del Sínodo. Sigue leyendo