El Santo Sacrificio en el corazón del sacerdote III

misa-1.jpg

Y cuando de nuevo introduce a su Primogénito en el mundo dice: “Adórenlo todos los ángeles de Dios” Heb. 1, 6.

Queridos hermanos, dice San Lucas (2, 9): Se les apareció [a los pastores] un ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió con su luz y quedaron sobrecogidos de temor. ¿No es acaso la gloria del altar del sacrificio  suficientemente deslumbrante para que el sacerdote se sienta sobrecogido, y con temor se acerque a él? Con profundo dolor vemos, cada día más, que no es así para una notable mayoría. La irreverencia y profanación del altar son una constante en la vida de la Iglesia. No es de extrañar que esa “vida” esté tan deslucida y “alumbre” tan poco. No es de extrañar que de la profanación del altar, y la total y absoluta impunidad de los culpables,  se siga la profanación de la Palabra de Dios. ¿No ven aquel mismo resplandor que se repite ahora en el altar? No lo ven, porque no tienen la inocencia y la simplicidad y la rectitud de intención de aquellos humildes pastores. Dios Padre que alumbró a aquellos con la gloria del cielo, mantiene ciegos a aquellos hijos suyos duros de corazón.

Dios quiso manifestarse a unos pobres pastores, humildes trabajadores que estaban en vela atendiendo a  su oficio; porque Dios quiere estas disposiciones en aquellos a los que quiere revelarles sus misterios. Si el sacerdote al acercarse al altar no siente la profundidad del misterio,  quizá deba preguntarse por sus disposiciones interiores. Son del todo necesarias tales disposiciones interiores para sentir el sumo gozo de descubrir, que el Salvador ha nacido única y exclusivamente para  los hombres, y para mí.

¿No deberíamos ser los sacerdotes como esos pastores, sencillos, humildes, que atendían a su ocupación con suma diligencia, es decir, que cuidaban con sumo cuidado su rebaño?  ¿Cómo el sacerdote  no ha de guardar con gran diligencia en su corazón el tesoro  de su misa? ¿Cómo no estar en vigilia para cuidar que nada dañe tal tesoro, es decir, no cayendo en pecado?

El canto del Gloria, que oyeron fascinados los pastores, es por la obra de la Encarnación, gloria de Dios por excelencia. Ese canto ha pasado a la santa misa, para mostrar que la misma gloria de Dios tiene lugar en ella. En la santa misa se manifiesta la gloria de Dios a los hombres, que impulsa al hombre a alabarle y glorificarle, sin buscar la propia gloria; es la gloria a Dios Uno y Trino, gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Gloria al Padre porque nos dio al Hijo; gloria al Hijo, porque se hizo hombre por nuestra salvación; gloria al Espíritu Santo, porque de cuyo amor tal obra procedió.

Pax hominibus boni voluntatis. La paz de Dios se ha hecho presente, pero no como la aparente paz que ofrecen las riquezas, o la sabiduría humana, o la fama, sino la paz  de los hombres de buena voluntad. Porque no hay más paz ni más rica, ni más pacífica, ni más amable, que la que proviene de la buena voluntad, como así no hay “paz” más aborrecible, ni turbadora que la que proviene de la mala voluntad. Jesús es Pax hominibus boni voluntatis, pero para los malintencionados, en cambio, piedra de tropiezo y roca de escándalo. Son los sacerdotes que indignamente se acercan al altar, los nuevos profanadores, que, con mala voluntad, son causa de escándalo para los sencillos, vergüenza para los buenos sacerdotes y oprobio para la Iglesia.

Estaban llenos de temor los sencillos pastores, y el ángel les dice: Noli timereNo temáis.  Temible misterio sublime el de la santa misa, donde los ángeles presentes cantan la gloria de Dios;  pero el mismo Señor dice a su sacerdote: No temas, por el contrario ven a toda prisa a mi altar, confía en mí que soy Jesús tu Salvador, que aun siendo Dios Omnipotente, he hecho poco aprecio de mi mismo haciéndome pequeño. Así habla Jesús a sus sacerdotes en el altar del sacrificio. Qué tragedia y dolorosas consecuencias para quien, duro de corazón, cierra sus “oídos”; y qué gozo indecible para quien, atento y sumiso, escucha Su susurro cada mañana en la santa misa.

El santo sacrificio en el corazón del sacerdote es el misterio da la gloria del Señor que envuelve en el altar.

Ave María Purísima.

Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa

Tomado de:
https://adelantelafe.com/

El Santo Sacrificio en el corazón del sacerdote II

misa-tradicional-altar-600x394

Queridos hermanos, no es una frase devota y amable hablar del “Santo Sacrificio en el corazón del sacerdote”, no lo es. Es una realidad de hondo sentido, que toca la esencia del sacerdocio, y la razón de ser del sacerdote. El Santo Sacrificio es la vida del sacerdote, su plenitud cuando despojado de sí mismo accede al altar, lleno de temor y temblor, de profundo respeto, con veneración, cuidado en las formas y el corazón contrito. Únicamente la meditación diaria de la realidad del Santo Sacrificio, sus misterios infinitos, que no es más que el misterio de Dios Uno y Trino y su Obra Creadora y Redentora, permitirá al sacerdote prender la llama, y aumentarla constantemente, del Santo Sacrificio.

Virtud ejemplar de Jesús en el pesebre.

La verdad del misterio del altar permanece inalterable en el transcurso del tiempo, sea cual fuere la realidad de la Iglesia que peregrina en la tierra, y la realidad de sus miembros, es la verdad inmutable que mantiene vivo el ser de la Iglesia de Jesucristo. El sacerdote ante el altar, he ahí la imagen de la Iglesia de Cristo. El sacerdote imagen de Cristo que se adentra en el misterio infinito de Dios, que lo acoge para instruirlo en el misterio de amor divino. Esa instrucción no es más que la constante, y continua, transformación del sacerdote en imagen de Cristo. Del altar del sacrificio se desprenden todas las gracias para la Iglesia y el mundo, y el sacerdote desciende de él cada vez menos carnal y más espiritual, más radiante por el contacto con el mismo Dios.

La imagen del Pesebre se alza en el altar, es la imagen de las virtudes del Niño Dios. En medio de la pobreza del lugar, de la falta de los medios más elementales, María está sentada en el heno, el Hijo recostado  en el Pesebre y el padre nutricio, San José,  asombrado por el momento, y en silencio; en esas circunstancias resplandecen las virtudes de Jesús: se ha hecho necesitado siendo rico, para sanar la avaricia del hombre; el que reina en el cielo, humildemente yace entre pañales para reparar la arrogancia del género humano.

El Hijo de Dios estaba en el cielo, y no era adorado; descendió humilde a la tierra y es adorado. El Dios Todopoderoso, que durante tanto tiempo tronaba en el Cielo, no salvaba; pero gimió en el Pesebre y salvó. Nunca salva la soberbia, sino salva la humildad. ¿Qué decir? ¿No es la soberbia tierra y ceniza después que Dios se hizo humilde? Dice el Eclesiástico (3, 20): Cuanto fueres más grande, tanto más debes humillarte en todas las cosas, y hallarás gracia ante Dios. Jesús dio vivo ejemplo cuando dijo: Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve (Lc. 22, 27), y nos lavó los pies para que le imitáremos: Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, […] también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros (Jn. 13, 14), y buscó siempre la gloria del Padre: Antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres (Flp. 2, 8).

Sublime enseñanza para el sacerdote, que ante el altar se dispone a su Santa Misa. Las raposas tienen cuevas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza (Lc. 9, 58). Nuestro Señor Jesucristo  naciendo en un establo, y muriendo en la Cruz, no tuvo donde reclinar su cabeza, y hoy en tu Santa Misa, sacerdote, espera poder reclinar su Santa Cabeza en tu corazón. Jesús, Rey de eterna gloria, que en extrema pobreza ha nacido, está en el altar del sacrificio. ¡Qué incomprensible es la benignidad del suavísimo Jesús! Indigno es el sacerdote de elevar sus ojos al cielo, pues es polvo y ceniza, miserable y pecador, ni siquiera digno de besar el pobre Pesebre donde yació el Salvador, pero aun así, el Señor, lo reclama y espera en el altar, para venir a él. ¡Qué inefable clemencia!

Maestro enviado de Dios, enséñanos en la cátedra del Pesebre, a despreciar los honores, las riquezas, y todas las diversiones del mundo, que introducen al sacerdote, y al hombre, en el fondo de su perdición

En el altar se hace presente el inescrutable misterio de humildad. En el cielo es Hijo de Dios, en la tierra, el siervo de todos; en el cielo es Señor, en la tierra, súbdito; en el cielo es magnífico, en la tierra pequeño; en el cielo es rico, en la tierra pobre; en el cielo es el Pan de los Ángeles, en la tierra, el alimento de los peregrinos. ¡Inescrutable misterio de humildad y caridad! Este misterio se presenta ante el sacerdote en su Santo Sacrificio.

El Santo Sacrificio en el corazón del sacerdote, son las virtudes de Jesús en el Pesebre.

Ave María Purísima.

Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa

Tomado de:

https://adelantelafe.com/

El Santo Sacrificio en el corazón del sacerdote I

misa-950x394

dio a luz a su hijo primogénito, y lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la hospedería. Lc. 2, 7.

Queridos hermanos, el Santo Sacrificio de la Misa siempre ha de estar en el corazón del sacerdote; algo así como si su corazón fuera ya el altar, el cual,  listo y preparado está siempre disponible para el sacrificio. Es el corazón siempre listo para el sacrificio, porque es el corazón sacrificado en la Cruz a las pasiones del mundo, demonio y carne; es el corazón que vive por y para la gloria de Dios, que consiste en hacer Su divina voluntad.

El Santo Niño ha nacido de María Virgen, “Pan” santo, reclinado en el Santo Pesebre. ¡Oh inefable misterio! ¡Qué obra de la divina Providencia! Estratagema admirable, por lo divina, contra el mismísimo demonio. ¡Cuánto exceso de amor al hombre! Dios hecho carne, Omnipotente en el “Pan”, Inmenso en el Pesebre, La Palabra hecha carne y Niño. ¡Escándalo para los judíos y necedad para los gentiles!, pero para nosotros la Salvación y manifestación de la Sabiduría de Dios. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. Si alguno come de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo (Jn. 6, 51). He aquí el Pan vivo, recostado en el Pesebre. He aquí al pequeño Salvador, al Infante amable, que ya desde ese mismo instante nos dice: Venid a mi todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré (Mt, 11 28). Yo soy el pan de vida, el que viene a mi no tendrá sed, y el que me come vivirá eternamente.

Dichoso el sacerdote que cada día  sube al altar – y en especial el día de Navidad, no solo una sino tres -, a la mesa del Señor a procurarse y a procurar el alimento para la vida eterna. El Cuerpo del Señor en el cándido y frágil Cuerpo del Divino Infante, el mismo Cuerpo late bajo las especies de pan y vino; el Hombre-Dios nacido de la Virgen Santísima. ¡Divino y Santo Sacrificio donde el Pan vivo se nos da como alimento para la vida eterna! Santo alimento del sacrificio, que las benditas manos del sacerdote sostienen, contemplan y adoran.

El Padre celestial y eterno Dios, nos ha gratificado en su querido Hijo, en la celebración del misterio del altar. Verdaderamente es justo y necesario que te demos siempre gracias, y te glorifiquemos con la Hostia que se inmola en el altar; figura del sacrificio del justo Abel, del sacrificio del cordero de Abraham, figura del sacrificio que ofreció del rey y sacerdote Melquisedec. Es la Hostia que se ofrece en alabanza y acción de gracias, es la Hostia propiciatoria que se ofrece a la Justicia divina, es la Hostia que ofrecemos por nuestras necesidades y peticiones.

Todos los días, el Señor, el Hijo de Dios, admite a su sacerdote al misterio del altar. No te incomodes Señor si hablo todavía (Gn. 18, 30). Ten misericordia de mi Señor, si vuelvo a pedirte, si vuelvo con mi miseria a tu altar. Tú has nacido en un Pesebre, dándome ejemplo de servicio, de obediencia, de pobreza, de pureza, de humildad. Lo sé Señor, tu misericordia ha vencido; tu caridad te urge; tus delicias es estar con los hijos de los hombres (Prov. 8, 31). De igual forma el corazón del sacerdote ha de estar lleno de los propios sentimientos de Jesucristo. El divino Infante está en el altar. Ha tenido lugar el magno misterio del santo sacrificio. El Pan de los Ángeles se ha hecho presente para la vida del mundo, y han sido las manos del sacerdote y sus labios, al pronunciar las sagradas palabras, las que lo han hecho posible. Misterio único y cada día nuevo y distinto. Es la alegría del sacerdote, es el gozo del corazón sacerdotal: por él, el Santo Niño se ha hecho presente, y podemos de nuevo volverle  a adorar.

El misterio del Nacimiento del Salvador sigue presente cada día en el altar. El sacerdote lo hace posible. Misterio de la grandeza del sacerdocio. El Hijo de Dios encarnado. Jesús Niño, cándido y hermoso, ¿cómo no renovar cada día el gozo de acceder al altar para  renovar tan inefable misterio?

El santo sacrificio en el corazón del sacerdote, es el misterio del Verbo encarnado.

Ave María Purísima.

Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa

Tomado de:

https://adelantelafe.com/