El Papa cambia de rumbo respecto a la intercomunión: deben decidir los obispos locales

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Intenté advertirles a todos.

Cuando se trata del papa Francisco, no podemos confiar en lo que dice. Hay cada vez más y másevidencia al respecto.

Y, por supuesto, no debemos olvidar La Regla Peronista.

Sobre el tema de la intercomunión, es verdad que firmó el rechazo de la CDF del folleto de los obispos alemanes.

Los católicos que querían pensar lo mejor se alegraron enseguida. “¡Ey, miren! ¡Él es ortodoxo en esto!”

Pero ahora vemos las cosas como son: como un pase de manga. Una gambeta retórica. Otra estafa papal.

El Papa dice que los obispos locales debieran hacer el llamamiento a la inter-comunión” dice un titular de Crux.  El Papa ha retomado el tema de la intercomunión y lo desvió hacia una nueva dirección. Si desean saber lo que hizo, deberán prestar mucha atención a cómo mueve los vasos. ¿Pueden ver dónde está la bola cuando él comienza — que en esta pequeña metáfora nuestra representa por supuesto la autoridad papal y su aprobación? Observen de cerca – las negritas son mías:

“Tras todo un día de promocionar maneras para que los cristianos puedan compartir una mayor unidad, ese compromiso por unificarnos no evitó que el papa Francisco respaldara la doctrina del Vaticano en su decisión de insistir sobre la cautela ante propuestas de intercomunión con los protestantes.

El jueves, en un vuelo de regreso a Roma después de un día de peregrinación ecuménica a Ginebra, Francisco dijo que apoyaba al Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano, el cardenal electo Luis Ladaria, en requerir que se vuelva a analizar el esbozo de propuesta de los obispos alemanes para que los no católicos reciban la comunión según ciertas condiciones.

[…]

El mes pasado, la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) rechazó la propuesta alemana, que había sido aprobada en una reunión previa durante la primavera, por casi tres cuartos de los obispos. En una carta publicada este mes, Ladaria dijo que la propuesta “no estaba lo suficientemente madura como para ser publicada”. 

Francisco dijo que Ladaria no actuó de manera unilateral, sino con el permiso del Papa…”

Hasta ahora, estamos todos del mismo lado. Todo estamos mirando debajo del vaso titulado “Francisco prohíbe la intercomunión vía la CDF”. Pero mientras él habla sobre el permiso que dio a Ladaria, nos distrae. La gente presta atención a sus palabras, y cuando ve que nuestros ojos no están puestos en sus manos, realiza un cambio. La pelota pasa debajo de otro vaso tan rápido que casi nadie nota la transición. Vayamos más despacio y concentrémonos en la bola:

“…y que bajo el Código del Derecho Canónico [sic] depende del obispo local, no las conferencias episcopales locales, el decidir en qué condiciones se puede administrar la comunión a los no católicos.

“el Código dice que el obispo de la iglesia particular, esa palabra es importante, particular, es decir de una diócesis, debe ocuparse de ello, está en sus manos.”

Es más, Francisco dijo que el problema de que una conferencia episcopal entera lidie con estas cuestiones es que “porque algo aprobado en una conferencia episcopal, pronto se convierte en universal.”

¿Vieron cómo hizo el cambio?

El problema con la versión Bergogliana de esta ilusión es que no hay una revelación final. El mago distrae a la audiencia de lo que sucede en la mesa y luego les agradece por haber venido sin siquiera levantar los vasos para mostrarles dónde quedó la bola. En realidad no quiere que sepan que hizo magia, porque su trabajo era simplemente distraerlos lo suficiente como para que olvidaran que estaba realizando un truco.

Los que observaban el espectáculo vuelven a sus casas suponiendo que la bola quedó donde estaba.

Pero ya no está bajo el vaso “Francisco prohíbe la intercomunión vía la CDF”. Ahora está bajo el vaso “Francisco dice que los obispos individuales pueden decidir las reglas sobre la intercomunión”.

Algunos ya lo han visto realizar esta versión del truco suficientes veces como para aprender a notar el cambio. Pero desafortunadamente, la mayoría no. Y como creen que la bola sigue debajo el vaso donde debiera estar, discutirán con cualquiera que les diga que no es cierto.

Mientras tanto, es probable que los medios de comunicación católicos ni reporten sobre este mago inescrupuloso que claramente no está realizando trucos inofensivos, y juega con la confianza.

Por lo tanto, el juego continuará.

Alejándome de mi deficiente metáfora antes de que ésta se desarme, quisiera volver por un momento a lo que escribí en abril. Dije que creía que Francisco no estaba contento con la bolsa ardiente de… ehem… folletos sobre la intercomunión que habían dejado en su puerta. Los alemanes se sobrepasaron. Se hicieron demasiado melosos. Así no es como trabaja Francisco, y es “gran parte de la razón por la que el documento fue rechazado. Porque mientras Francisco se siente más cómodo trabajando por medio de la insinuación, los alemanes intentaron hacer algo más explícito. Por escrito.”

De alguna manera él lo confirmó cuando dijo, en sus comentarios mencionados antes, que “algo aprobado en una conferencia episcopal, pronto se convierte en universal.”

No podemos aceptar eso. Recuerden lo que le dijo a una mujer luterana cuando ésta le preguntó si podía recibir la comunión, allá por noviembre 2015:

“Yo no osaré nunca dar permiso para hacer esto porque no es de mi competencia. Un Bautismo, un Señor, una fe. Hablad con el Señor y seguid adelante. No oso decir más.”

Nada de gobernar desde arriba. Ningún decreto oficial. Es mucho más fácil patear hacia abajo y fomentar el caos. Atomizar y destruir la fe universal, un obispo a la vez.

Por hacer lío, o algo así.

Steve Skojec

(Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original)

Metropolitan, Vaticano y paramentos sagrados

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La web “Ecclesia” del 9 de mayo de 2018 nos informa de que algunos eclesiásticos cedieron en alquiler paramentos sagrados y reliquias de Papas a las estrellas del “Metropolitan Museum” de Nueva York.

En la inauguración de la “Met Gala 2018”, un evento benéfico de moda, organizado por el “Metropolitan Museum of Art” de Nueva York, hubo una gran muestra (titulada: “Cuerpos paradisíacos: moda y religión en el imaginario católico”), con un gran desfile de moda de estrellas del cine y de la música americana.

Algunas actrices desfilaron travestidas de Papas, con casullas, capas pluviales y con mitra en la cabeza. Desgraciadamente, alrededor de cuarenta paramentos sagrados pertenecidos a Papas, a partir de Pío IX hasta Juan Pablo II, provenientes de la Sacristía de la Capilla Sixtina, fueron cedidos en alquiler hasta octubre de 2018 al “Met”, después de una gran negociación durada alrededor de 2 años.

La escena es una verdadera profanación de objetos sagrados y bendecidos, que son utilizados para la celebración de los sagrados Oficios y que, después de la Reforma litúrgica de 1968, fueron encerrados en la Sacristía y remplazados por ornamentos más “modernos”.

En la muestra se exponen creaciones exclusivas de las principales casas de alta moda y, en una parte separada, se muestran al público los 40 paramentos sagrados hechos llegar desde la Ciudad del Vaticano, con la cual los comisarios de alta moda Andrew Bolton y Anne Wintour contrataron las piezas y los precios.

“Alta moda mundana y paramentos sagrados”: un acercamiento imposible como el del diablo con el agua bendita.

Lo que sorprende más es el hecho de que algunos obispos y cardenales se esforzaron para ayudar a los gestores de la muestra de moda a organizar el desfile con los paramentos sagrados pertenecidos a los Papas de los últimos dos siglos. Presenciaba el desfile también el cardenal arzobispo de Nueva York, Timothy Dolan.

La web “Ecclesia” nos informa de que la pareja Bolton&Wintour estableció acuerdos con el arzobispo George Gaswein, secretario de Benedicto XVI y Prefecto de la Casa Pontificia, en mayo de 2017. Bolton le pidió que le alquilara los paramentos sagrados antiguos que ya no se utilizan con la Liturgia renovada en 1968 y los pondrían en un marco de creaciones realizada por varios grandes estilistas.

Sin embargo, el solo permiso del arzobispo Gaswein no bastaba para tener los preciosos paramentos de misa y los dos estilistas debieron ir a Roma unas diez veces, como explica el New York Times, para reunirse con otros prelados vaticanos para obtener la autorización para alquilar los paramentos.

Uno de los comisarios de los Museos Vaticanos, Anrnold Nesselrath, puso en contacto a los estilistas americanos con Barbara Jatta, la nueva directora de la colección de la Sacristía de la Capilla Sixtina, que preguntó cuántos paramentos hacían falta y se llegó a alquilar alrededor de 40 paramentos sagrados.

Pero surge un problema. En efecto, los paramentos que se debían alquilar pertenecen al Oficio de las Celebraciones del Sumo Pontífice, del que es responsable Monseñor Marini (el Maestro de Ceremonias del Papa). Por tanto, es necesario pasar por él. Él, recibida la propuesta, la envía a la Secretaría de Estado. En este punto, el portavoz vaticano Greg Burke informa de que el procedimiento no necesita del placet del Papa.

El asunto está arreglado. Bolton consigue llevar al “Met” incluso la tiara de Pío IX (con 19.000 piedras preciosas). Entre las piezas expuestas hay una dalmática de Pío IX, una casulla de Pío XI, una capa pluvial de Benedicto XV y los zapatos rojos de Juan Pablo II.

En Nueva York, Bolton es ayudado por el jesuita James Martin, nombrado por el papa Francisco Consultor del Secretariado para las Comunicaciones del Vaticano, que le sugiere que involucre al cardenal Gianfranco Ravasi (el Ministro de Cultura vaticano), el cual acepta gustoso esponsorizar la muestra y se reúne en febrero con una delegación del “Met”.

El resto es crónica actual, sacrílega y blasfema: un desfile de Vírgenes con Cruces impresas en las piernas y en las partes íntimas del cuerpo de las distintas estrellas.

El desfile era previsible, a pesar de que fuera colateral a la muestra. Es difícil decir que, por parte vaticana, se permitió la muestra, pero no la gala. La web “Ecclesia” nos informa de que en ella participaron incluso los cantores de la Capilla Sixtina.

Estos tristes espectáculos nos hacen ver con nuestros propios ojos lo grave que es la crisis espiritual, dogmática y moral que agita el ambiente eclesial actual. ¿Qué hacer? “Oración, penitencia” y pedir al Señor que acorte, si es posible, la agonía que está padeciendo la Iglesia desde hace alrededor de 50 años.

Erasmus

(Traducido por Marianus el eremita)

Por SÍ SÍ NO NO

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Ataque al sacerdocio, ataque a la Eucaristía

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La Eucaristía siempre ha sido el blanco preferido de los ataques de quienes odian a la Iglesia. De hecho, la Eucaristía es una síntesis de la Iglesia. Como observa un teólogo pasionista, «compendia todas las verdades reveladas, y es la única fuente de gracia, un anticipo de la bienaventuranza, un resumen de todos los prodigios de la omnipotencia divina» (Enrico Zoffoli, Eucarestia o nulla, Edizioni Segno, Udine 1994, p. 70).

La Virgen María ya había prevenido de los actuales ataques contra el sacramento de la Eucaristía. En Cova de Iría exhortó a los tres pastorcillos a «rezar a Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la Tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que se lo ofende».

Ya antes, en la primavera de 2016, el Ángel se había aparecido a los niños con un cáliz en su mano izquierda, sobre el que estaba suspendida una hostia. Dio de comulgar con ella a Lucía, y con el vino a Jacinta y Francisco, que permanecieron de rodillas mientras el ángel decía: «Comed y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, terriblemente ultrajado por la ingratitud de los hombres. Reparad sus transgresiones y consolad a vuestro Dios».

El cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, en su prólogo al hermoso libro del P. Federico Bortoli La distribuzione della Comunione sulla mano. Profili storici, giuridici e pastorali (Edizioni Cantagalli, Siena 2017), afirma que la escena mencionada «nos indica cómo debemos recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo».

Según el cardenal, «los ultrajes de que es objeto Jesús en la santísima Hostia son, ante todo, las horrendas profanaciones de las que algunos ex satanistas convertidos han dado cuenta con espeluznantes descripciones». Pero también lo son «las comuniones sacrílegas no recibidas en gracia de Dios, o recibidas por quienes no profesan la fe católica». Es más: «Lo son todo aquello que pueda impedir el fruto del Sacramento, sobre todo los errores sembrados en la mente de los fieles para que dejen de creer en la Eucaristía».

Pero el más insidioso de los ataques diabólicos consiste «tratar de sofocar la fe en la Eucaristía sembrando errores y promoviendo una manera inapropiada de recibirla. Ciertamente la guerra entre San Miguel y sus ángeles por un lado, y Lucifer en el otro bando, continúa librándose en el corazón de los fieles. El objetivo al que apunta Satanás es el Sacrificio de la Misa y la Presencia Real de Jesucristo en la Hostia consagrada». A su vez, este ataque se realiza por dos vías: en primer lugar, «reduciendo el concepto de la Presencia Real», al invalidar la palabra transustanciación.

El segundo es «la tentativa de apartar del corazón de los fieles el sentido de lo sagrado». Escribe el cardenal Sarah: «Mientras que el término transustanciación nos indica la realidad de la Presencia, el sentido de lo sagrado nos ayuda a entrever su absoluta peculiaridad y santidad. ¡Sería una desgracia tremenda que se perdiese el sentido de lo sagrado precisamente en lo más sagrado! ¿Y cómo se puede perder? Recibiendo un alimento extraordinario como si fuera un alimento ordinario».

Seguidamente, amonesta con estas palabras: «No se atreva ningún sacerdote a imponer su autoridad personal en esta cuestión rechazando o maltratando a quienes desean recibir la Comunión de rodillas y en la lengua. Acudimos como los niños y recibimos humildemente, de rodillas y en la lengua, el Cuerpo de Cristo».

Las observaciones de monseñor Sarah son más que acertadas, pero es preciso contextualizarlas en el proceso de secularización de la liturgia que tiene su origen en el equívoco Novus Ordo Missae de Pablo VI del 3 de abril de 1969, cuyo infausto cincuentenario se cumplirá el año próximo.

Dicha reforma litúrgica, como escribieron los cardenales Ottaviani y Bacci en la presentación de su Breve examen crítico, el Novus Ordo representa «tanto en su conjunto como en sus detalles, una notable desviación de la teología católica de la Misa tal como fue formulada en la sesión XXII del Concilio de Trento». La teología tradicional de la Misa ha sido sustituida por otra que ha eliminado la noción de sacrificio y, en la práctica, ha disminuido la fe en la Eucaristía.

Por otra parte, la apertura de la Comunión a los divorciados fomentada por la exhortación Amoris laetitia, y la intercomunión con los protestantes, auspiciada por numerosos obispos, ¿qué otra cosa son sino ultrajes a la Eucaristía? El sacerdote boloñés Alfredo Morselli ha expuesto magníficamente las raíces teológicas que vinculan Amoris laetitia y la intercomunión con los evangélicos (https://cooperatores-veritatis.org/2018/05/06/in-principio-era-lazione-il-legame-tra-amoris-laetitia-e-lintercomunione-con-gli-evangelici/).

Hay que añadir que el ataque a la Eucaristía se ha convertido actualmente en un ataque contra el Orden Sacerdotal, dada la estrecha vinculación entre ambos sacramentos. La  constitución  invisible de la Iglesia se fundamenta en el Orden, sacramento que permite al bautizado participar del sacerdocio de Cristo. El sacerdocio se ejerce principalmente al ofrecer el sacrificio eucarístico, que exige el prodigio de la transustanciación, dogma central de la fe católica.

Si la presencia de Cristo en el tabernáculo no es real y sustancial, y si la Misa se reduce a una mera conmemoración o símbolo de lo que sucedió en el Calvario, no hay necesidad de sacerdotes que ofrezcan el Sacrificio, y como la jerarquía de la Iglesia se cimenta en el sacerdocio, se debilitan los cimientos de la Iglesia y su Magisterio.

Desde esta perspectiva, admitir a la Eucaristía a los divorciados que se han vuelto a casar y a los protestantes guarda relación con la posibilidad de conferir el sacerdocio a laicos casados y las órdenes menores a mujeres. El ataque a la Eucaristía es un ataque al sacerdocio.

Nada hay más grande, más hermoso, más conmovedor que la misericordia de Dios para con el pecador. Aquel Corazón que tanto amó a los hombres, por la intercesión del Sagrado Corazón de María, al cual está indisolublemente ligado, quiere llevarnos a gozar de la felicidad eterna en el Paraíso, y nadie, ni el más encallecido de los pecadores, puede dudar de ese amor salvífico.

Por tal razón, no debemos perder jamás la confianza en Dios, sino conservarla hasta el fin de nuestra vida, porque esa ardiente confianza jamás ha defraudado a nadie. El Señor no nos engaña, pero no podemos intentar engañarle ni podemos engañarnos a nosotros mismos. Y no hay mayor engaño que creer que es posible salvarse sin arrepentirse de los propios pecados y sin profesar la fe católica.

Quien peca o vive en pecado se salva si se arrepiente; pero si osa engañar a Dios no se salva. No es Dios quien lo condena; es él mismo quien, al acercarse indignamente a recibir el Sacramento como y bebe su propia condenación. Lo explica San Pablo a los corintios con estas serias palabras: «Quien comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Pero pruébese cada uno a sí mismo, y así coma del pan y beba del cáliz, porque el que come y bebe no haciendo distinción del Cuerpo del Señor como y bebe su propia condenación» (1 Cor. 11, 27-29). San Pablo constataba, además, que en la Iglesia de Corinto, a raíz de las comuniones sacrílegas, muchos enfermaban y morían misteriosamente (1 Cor. 11, 30).

Triste destino el de quien no recibe el Sacramento porque se obstina en vivir en pecado. Pero peor es el destino de quien lo recibe sacrílegamente sin estar en gracia de Dios. Y más grave todavía es el pecado de quien anima a los fieles a comulgar en pecado y les administra ilícitamente la Comunión. Estos son los ultrajes que más duelen y más hondamente traspasan el Sagrado Corazón de Jesús y el Corazón Inmaculado de María.

Éstos son los pecados que exigen reparación por nuestra parte, nuestra presencia ante el Sagrario, nuestra defensa pública de la Eucaristía ante toda clase de profanadores. Así garantizaremos nuestra salvación y la de nuestro prójimo y aceleraremos la venida del Reino de Jesús y de María a la sociedad, que no tardará en instaurarse sobre las ruinas del mundo moderno.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

por Roberto de Mattei

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Papismo

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Alejandro Bermúdez es un periodista “oficialmente católico”, de esos que pueblan las redacciones de algunos medios oficiales u oficiosos de la Iglesia, sean periódicos, blogs o canales televisivos. No carece de oficio el hombre. En épocas de Benedicto XVI solía, incluso, ofrecer a los televidentes de EWTN algunos programas que podrían calificarse de buenos. Pero desde hace un tiempo ha incurrido en algunos casos de fake news emulando en esto al maestro del género, el ahora renunciado Monseñor Darío Viganó, famoso por fraguar una carta del Papa Emérito.

Cuando en septiembre del año pasado un grupo de católicos, formado en su mayoría por profesores universitarios, firmamos la Correctio filialis dirigida al Papa Francisco, Bermúdez escribió en ACI Prensa que unos “lefevristas” acusaban de herejía al Papa. Para colmo, la afirmación, absolutamente falsa, encabezaba la nota a modo de título. Ahora, en su programa Cara a Cara que se transmite por EWTN, la emprende contra mi hermano, Antonio Caponnetto, y mi querido y viejo amigo Hugo Verdera, a quienes acusa de no ser “comentaristas católicos” y de “antipapismo”.

Por empezar, ninguno de los dos involucrados es, ni fue, ni se presenta, ni se presentó jamás como “comentarista católico”, oficio cuya existencia ignorábamos hasta que Bermúdez nos la reveló. Ambos son, sencillamente, intelectuales católicos, que procuran difundir la Fe y defenderla frente a tantos errores e impiedades como abundan en estos días. Pero dejemos esto de lado; lo que realmente nos asombra es esta neo categoría de papismo, con su correspondiente antinomia, antipapismo, que al parecer Bermúdez identifica sin más como la nota esencial y sine qua non para revistar en las filas de los comentaristas católicos.

Esta categoría de papismo resulta cuanto menos extraña en alguien que se dice católico. De papistas suelen acusarnos a los católicos algunos herejes; por ejemplo, los anglicanos que durante siglos (hoy menos) identificaron a los católicos con ese mote de inequívoco sentido peyorativo. Para estos herejes los católicos “adoramos al Papa” y aunque cierta papolatría hodierna puede inducirlos a semejante idea, el hecho es que nada más falso que los católicos seamos papistas. Los católicos creemos firmemente en el Primado, de caridad y de jurisdicción, del Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, el Romano Pontífice, al que el mismo Jesucristo instituyó como piedra angular de su Iglesia en la persona del Apóstol San Pedro, al que confió la misión de apacentar el rebaño y de confirmar en la Fe a todos los cristianos. Para ello le dio el don de la inerrancia, exclusivamente en materia de las verdades de Fe que forman el inmutable depósito de la Revelación.

Esta verdad, divinamente revelada (Mateo, 16, 18; Lucas, 22, 32), enseñada y sostenida por las Padres de la Iglesia como San Ignacio de Antioquía y San Agustín, defendida por los Doctores como Santo Tomás (Contra errores Graecorum, pars 2 cap. 32, corpus) y declarada como dogma de fe por el Concilio Vaticano I, es para los católicos una verdad incuestionable e innegociable y la sostenemos con toda firmeza. Pero en estos días que corren sucede algo paradójico, digno de una paradoja chestertoniana: esta verdad debemos defenderla sobre todo frente a ciertos papistas y a algunos campeones de la papolatría. Porque son precisamente estos papistas los que, por un falso sentido de la obediencia y una carencia total de un adecuado y justo juicio crítico, cierran los ojos y callan frente a los más que notorios intentos de acabar con el Papado, intentos a los que el Papa Francisco parece, en ocasiones, dar algo más que aliento.

De la mano de un ecumenismo extraviado y de una pavorosa protestantización de la Iglesia se viene difundiendo desde hace ya bastante tiempo una eclesiología confusa cuando no falsa en cuyo marco la primacía del Papado resulta tremendamente debilitada en aras de una indefinida “colegialidad” y de una vaporosa “sinodalidad”. Es dolorosamente cierto que el Papa Francisco vive alentando estas ambigüedades con gestos y palabras que, en ocasiones, son directamente escandalosas. Una Iglesia sinodal en cuya cima está el pueblo a modo de una pirámide invertida, una creciente y alarmante concesión de facultades, hasta ahora exclusivas del Romano Pontífice, a las Conferencias Episcopales y, fundamentalmente, una expresa proclamación de una apertura a la “conversión del Papado” para que su ejercicio  “lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización” (Evangelii gaudium, 32) son palabras y hechos suficientemente graves que debieran hacer sonar las alarmas de los papistas ilustrados como Bermúdez. Pero no dicen ni pío y encima tildan de antipapistas y de herejes a los pocos que nos animamos a levantar la voz.

En realidad, el papismo es un vicio del catolicismo que viene de bastante atrás en el tiempo. Es un típico vicio por exceso. Amar al Papado, defenderlo de sus detractores, rogar a diario por el Papa para que Dios lo conserve y no permita que caiga en manos de sus enemigos es, sin duda, una virtud católica. Pero como toda virtud puede convertirse en vicio por exceso. Tal exceso consiste en una obediencia ciega, incapaz de discernir entre el magisterio infalible, el magisterio ordinario y las meras opiniones y, en el extremo, en una vergonzosa obsecuencia que paraliza el juicio e impide, incluso, el ejercicio de la oportuna corrección cuando ella se impone y en los términos adecuados.

En mis tiempos jóvenes, antes del Concilio, era frecuente oír esta frase a la que yo adhería como tantos: “prefiero equivocarme con el Papa a tener razón”; y se añadía: “si el Papa se equivoca él tendrá que dar cuentas a Dios, no yo”. Pero estábamos redondamente equivocados. Aquello era un exceso de piedad filial que no discernía ni distinguía ningún matiz, aunque por entonces no tenía mayores efectos negativos habida cuenta de los grandes papas que nos tocaron en suerte. Sin embargo, repito, era un error; en primer lugar porque si el Papa hablaba ex cathedra entonces no se equivocaba y, por ende, yo no podía tener razón; y si era un caso de magisterio ordinario sólo se me pedía un religioso acatamiento que por ser religioso no podía ser nunca ni ciego ni irracional. En cuanto a que si el Papa se equivoca el único responsable ante Dios es él, también es un grave error: si el Papa se equivoca y yo pudiendo y debiendo hacerlo no lo corrijo lo más probable es que el Papa y yo nos vayamos juntos al infierno.

A la luz de lo que vino después, aquella excesiva y en ocasiones irracional obediencia al Papa fue dejando lugar, en algunos casos, a un mejor discernimiento; en otros, lamentablemente, a esta ciega papolatría que no ve, ni discierne y, lo peor, acusa y ataca a quienes con dolor nos sentimos, a veces, en la obligación moral de decir que el rey está desnudo. Así ocurrió con quienes, en su momento, firmamos la Correctio filialis. Más dolorosa que la ausencia total de respuesta del Papa fue la andanada de críticas y de reproches a la que nos vimos sometidos. También fue muy doloroso ver como se trataba, con frecuencia, de explicar lo inexplicable: a más de un eximio tomista hemos visto empeñado en demostrar que el capítulo ocho de Amoris laetitia se corresponde con la enseñanza moral de Santo Tomás.

No es esto lo que Dios nos pide, ni lo que la Iglesia enseña, ni lo que nos dice el ejemplo de muchos santos. Amar al Papado es uno de los signos distintivos de los católicos. Es cierto. Por eso, hoy más que nunca necesitamos renovar nuestra adhesión a la Cátedra de la Unidad y nuestra Fe en el Primado de Pedro pero para oponernos, ante todo, a la creciente ofensiva del papismo.

Por Mario Caponnetto

MARIO CAPONNETTO

Nació en Buenos Aires el 31 de Julio de 1939. Médico por la Universidad de Buenos Aires. Estudios de Filosofía en la Cátedra Privada del Dr. Jordán B. Genta. Curso de doctorado en Filosofía de la Universidad Austral. Profesor de Antropología y Ética en la Universidad Fasta (Mar del Plata). Ha publicado varios libros y trabajos sobre Ética y Antropología y varias traducciones de obras de Santo Tomás.
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Cara Dura

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Creánme o no tirios y troyanos, en la gélida noche argentina del 8 de junio, me he enterado de tres cosas que ignoraba. La primera que existe un amondongado sujeto llamado Alejandro Bermúdez; y que por cierto no debe ser confundido con su homónimo, el nadador colombiano, apodado precisamente el Flaco. La segunda, que el ente carnoso, entre otros menesteres ilustres, dirige un programa televisivo titulado “Cara a Cara”, sin que sepamos aún si su objeto propio versa sobre el lifting facial o el identikit. Y la tercera, que en la edición del mencionado programa con fecha 6 de junio de este 2018 (cfr.minuto 50 y ss de https://youtu.be/F9xoj0N3Sx8) , el célebre saín –que para abreviar llamaremos nomás Alejandro Bermúdez- se ha ocupado de mí, desbarrando de dislate en falacia y de mentira en canallada.

Viene a decir el Alejandrino –con ripios,¡ay! en la prosodia, la fonología y la sintaxis- que he “caído en el abismo antipapista y lefevbrista, que simplemente” me “hacen incompatible con un comentarista católico”. Que he “dejado de ser un comentarista católico”, por mi “antipapismo irracional y apocalíptico”; y que el “proceso sistemático de negación de la autoridad pontificia del Papa Francisco” me convierten en “herético”, pues eso “es negar la realidad del Espíritu Santo que gobierna a la Iglesia”.

Dá vergüenza ajena que este señor Bermudo hable de quien no conoce ni su vida ni su obra, ni su pensamiento ni su acción; y que movido por su obsecuencia a los altos mandos eclesiales que lo rentan, se arrogue el derecho a dividir las aguas de los ortodoxos y de los herejes,con un maniqueísmo que lo degrada,ridiculiza y abaja. Esto no sólo es “irracional” sino moralmente pecaminoso, penalmente injuriante e intelectualmente mendaz. Esto, para decirlo de una vez, es la zafaduría propia de un maleducado.

Dá mayor vergüenza que confunda el deber canónico de los fieles de señalar los yerros de sus pastores y aún el del Pontífice con el antipapismo, que es negación de la institución petrina. Precisamente el núcleo de la herejía luterana a la que Francisco ha rendido homenaje público  hasta la indecencia.

Lastimoso es que utilice la palabra “apocalíptico” como adjetivo descalificante, rozando así dos herejías, la del socinianismo y la del dominionismo; e incurriendo en la torpeza vulgar de sinonimizar al Apocalipsis con la maldad. Ridículo además, si no fuera trágico, que el caballero de la triste pantalla carezca del discernimiento básico para no advertir la distancia que hay entre un “proceso sistemático de negación de la autoridad pontificia” y el  proceso desgarrador que vivimos los católicos genuinos, teniendo que señalar este tránsito del Iscariotismo a la Apostasía que conduce hoy el Cardenal Bergoglio.

En dos cosas no obstante acierta  el bermudo, y me place reconocérselo. La una es que no soy un comentarista católico. ¡Válgame la Virgen Santa si lo fuera! Para oficio de tan poca monta están el morcón y sus socios. A Dios le pido que me haga apóstol, misionero, testigo, apologeta, el último de sus bautizados fieles o el ignoto confesor de la Fe, la ínfima semilla caída en el surco. Pero comentarista católico, no.

El acierto segundo es que el Espíritu Santo gobierna a la Iglesia (Catecismo, 811). De allí la magnitud de la osadía de Francisco, cuando sostiene que “el Paráclito parece como si fuera un apóstol de Babel” (15-3-2013); cuando lo llama “calamidad y desastre”(4-5-2018); cuando lo pone como artífice de la unidad con los pastores evangelistas pentecostalistas (25-5-2015); cuando cree que antes de su gestión aperturista y sincretista la Tercera Persona ha “vivido en una jaula”, que habría sido la misma Iglesia (23-2-2018); o cuando incurre en bromas zafias contra la Santa Trinidad(25-3-2017), faltando ostensiblemente al Segundo Mandamiento.

Mientras escribimos este descargo, llega desde Roma la infausta noticia de que este destratador serial del Espíritu Santo acaba de conferirle el rango de beato y mártir a Monseñor Angelelli, agente mil veces documentado de la subversión marxista,traidor contumaz a la Fe Católica y operador activo de una de las principales agrupaciones armadas terroristas en los años setenta del siglo XX. No sabemos qué subterfugio, eufemismo, elipsis o sandez sacará a relucir ahora el papólatra Bermúdez de su sotobarba o de su bandullo.

De mi parte, diré a secas y con dolor, una vez más, que este tipo de felonías prueba que la cabeza actual de la Iglesia está en manos de un personaje contumazmente siniestro, dispuesto a todo para ultrajar a la Esposa. Bergoglio sabe muy bien que Angelelli no murió por causa de la Fe Católica, sino que militó en su contra desde el partisanismo rojo, hasta que un simple accidente atomovilístico se lo llevó de la tierra. Bergoglio sabe muy bien que los verdaderos mártires en aquella contienda que ensangrentó a la Argentina, no son el obispo zurdo con sus compañeros de malandanzas. Son las víctimas de  su despliegue criminal, análogo en lo esencial con las perrerías del bolchevismo.

El Diccionario de la Real Academia Española registra con propiedad entre sus páginas el término caradura, para aludir a la persona que actúa con desvergüenza, descaro o falta de respeto. Más propiamente aún –añade- al sinvergüenza o desfachatado. De allí que Alejandro Bermúdez le haría un favor inmenso a su teleaudiencia si trocara el nombre de su programa por éste aún más castizo y veraz que venimos a sugerirle: CARADURA.

Me dicen algunos amigos que morigere mis palabras, puesto que Alejandro Bermúdez Rosell –apellido este último de presumibles raíces hebreas- sería un hombre poderoso, conductor y director de una diversidad de medios de comunicación sedicentemente católicos o integrantes activos del oficialismo clerical vaticano.  Agradezco de corazón a mis consejeros, pero si algo me mueve a no mitigarme es, precisamente, la relevancia que parece tener tal inverecundo mentiroso.

En esta semana que concluye ya padecí otro caso de un relumbrón nativo del show business; de la especie de los neo guapos que amenazan con su poderío en las redes sociales. “Te espero en el facebook”, es la consigna estulta y pusilánime de todos estos nuevos ricos de la intelligentzia. Hombres cuyo estilo es no tener aristocracia sino redes sociales. Para desgracia de ellos, pertenezco a la generación que prefiere la bala marxista a la palmadita liberal. Porque como decía José Antonio Primo de Rivera, prefiero morir fusilado que de náuseas. Prefiero la derrota en la Cruz a la victoria en los blogs.

Ignoro si alguna vez podré estar cara a cara con este caradura de Bermúdez. El cual –para que ninguna patraña estuviera ausente de su relato- lanzó la especie de que soy entrevistado “en forma constante,una y otra vez”, por el Dr. Hugo Verdera; cuando en los largos años del programa televisivo que éste dirige, sólo he asistido a dos( 8-11-2013 y 21-3-2015), tocándose en ambos asuntos absolutamente ajenos a la crisis de la Iglesia.

Ignoro, lo reitero, si se me dará la ocasión de estar cara a cara con este turiferario de encumbrados apóstatas y difamador de bautizados fieles. Quisiera saber si entonces puede sostener cuanto de ruin ha dicho. Pero mejor pensadas las cosas, Dios me preserve  de la proximidad de torvos semblantes, y me conceda la dicha de alcanzar algún día la gracia de estar perennemente ante Su Santa Faz.

Bajo el icono del Cristo Yacente renuevo mi promesa de intransigencia en la desigual batalla:

Tendido, horizontal, sangrante y plano,

te recibió el sepulcro entre estertores,

eran todos los rostros pecadores,

y el tuyo yerto, bonaventurano.

Todavía llevabas en la mano

de la llaga manante, los dolores.

Todavía eran tuyos los sabores

del vinagre y la sed:la trilla al grano.

Yaces,Señor, en esta tierra impía

alguna vez  alcázar de Tu nombre

mudada en la más ruín alevosía.

Regresa a dar la última reyerta

seremos puños que la patria escombre,

lanza que pugna aunque la vieron muerta.

Por Antonio Caponnetto

 

ANTONIO CAPONNETTO

Argentino. Nació en la Ciudad de la Santísima Trinidad el Dia de San Miguel Arcángel de 1951. Es Profesor de Historia y Doctor en Filosofía.
Tomado de:

No me fío un pelo

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Sumergidos como estamos en la labor -dirigida desde muy arriba-, de boicotear todo lo que suene a tradicional en las órdenes religiosas, y después de las famosas directivas para los conventos de clausura que –si se cumplen-, acabarán con esa espiritualidad clásica -¡¡¡puaj!!!- a la que tanto miedo tienen algunos, mis hermanos han celebrado un Capítulo el pasado mes de mayo.

Las conclusiones ya se han hecho públicas. En medio de una gran cantidad de indicaciones insistentes en la fraternidad, la remodelación del espíritu de la Orden, la necesidad de amarnos y comprendernos y de salir a las periferias para anunciar las sorpresas de Dios, y una serie más de blablablá estilo conciliar, las decisiones concretas no se han dejado esperar. Nos reúnen a todos los vejestorios en esta casa en la que me encuentro, para tenernos bien vigilados y establecer así un seguimiento de nuestro estado de aceptación o no de las directivas bergoglianas, que ya están aceptadas plenamente por los sesudos superiores de la Orden. Al mismo tiempo, se recomponen los noviciados, situando entre nosotros a los novicios más adelantados, que por no ser excesivamente numerosos, ayudarán –dicen-, a dar un nuevo aire al convento, para que los frailes más antiguos puedan conocer de primera mano lo que es la verdadera vida conventual y lo que significa el espíritu comunitario. Nos quieren reciclar, antes de que nos recicle definitivamente el evo supramundano.

Dios escribe derecho con renglones torcidos. Lo que pretende ser una decisión de castigo o de intento de enmendar a los pocos frailes recalcitrantes que quedamos, ha supuesto para mí una gran alegría, manifiesta en dos aspectos.

Por un lado, me vuelvo a reunir con mis queridos Fray Malaquías, Fray Peseta o Fray Escéptico –viejos compañeros de fatigas-, con lo cual se aseguran divertidas y jugosas horas de recreo en el claustro. Todos de la misma decrépita edad, que vemos con angustia, sufrimiento y dolor la nueva situación, que nos cuesta asimilar tantas sorpresas del Espíritu. Recuperaremos las reuniones amigables comentando la situación; y al mismo tiempo, para poder sobrevivir en este mundo áspero y sombrío, podremos recuperar el buen humor y la pequeña copita, siempre escondida bajo alguna losa de la celda de Fray Malaquías.

Por otra parte, y no menos importante, la presencia de novicios recién formados en los nuevos paradigmas, con su master de la Gregoriana o del Anselmianum bajo el brazo, modernistas convencidos, aportarán a los senectos vejestorios agudos análisis sobre la Amoris Laetitia o la Exultate. Se augura y promete jolgorio entre los quintañones, que sin duda contribuirá a restaurar nuestras arterias y huesos descalcificados.

Bendito sea Dios. Ya veremos lo que dura esta situación, antes de que se nos imponga el exilio definitivo en alguna cheka vaticana o nos manden a algún lúgubre sótano de Santa Marta, condenados a leer alguna Exhortación Apostólica de Bergoglio y escribir cien veces: Esto es Magisterio Pontificio.

Mientras llegan las próximas semanas, he observado unos movimientos vaticanos que han alegrado a muchos, pero que a mí me han sumergido de nuevo en una especie de remosqueo, porque me barrunto que hay gato encerrado. Las aparentes peleas de Bergoglio y los obispos alemanes son de elevado nivel. Primero dicen que hay que darle la comunión al cónyuge protestante. Luego, algunos de los obispos germanos dicen que no están de acuerdo con la otra mitad. De repente, surge una declaración-no-hecha-pública de la Doctrina de la Fe que dice que rien de rien. De nuevo protestan los obispos alemanes y dicen que van a ir a ver al Papa. Van a verlo (haciendo un esfuerzo por abandonar unos días sus diócesis) y éste les dice que se vuelvan a ir porque en realidad la decisión la tienen que tomar ellos en responsabilidad y es cosa suya. Se van mas contentos que unas pascuas luteranas. Francisco recibe a un grupo de luteranos y les dice que tenemos que amarnos más. De repente –segunda vez-, nueva carta de la Doctrina de la Fe diciendo que nanai del paragüay. De intercomunión, nada. Nuevas palabras del cardenal Marx para decir que le sorprende que el Papa haya dicho eso. (A mí también). Nueva discusión para ver si se puede o no se puede. Y dice que quiere ver al Papa para contrastar el dato.

Total, que mientras van y vienen, los cónyuges están comulgando por si acaso dicen que sí, y porque están seguros de que no van a decir que no.

A ver qué me dicen los novicios que vienen de Roma. Parece que alguien escuchó en los pasillos santamartinos que Bergoglio le decía a Ladaria: Sigue publicando instrucciones diciendo que no, y luego les diremos a los prusianos que hagan lo que quieran, pero hagan como que no. Pero sí. Caso por caso y casa por casa.

Y todos felices. La euforia de muchos medios católicos por la contundente decisión, me acumula una nube de moscas tras mi frailuna oreja. No me fío.

por Fray Gerundio de Tormes

Tomado de:

https://adelantelafe.com