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Fr. Paul Gaggawala, aj and Fr. Peter Mushi, aj.
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El padre Frederick Miller comparte con la Madre y Raymond Arroyo el don del sacerdocio en términos de individuo y de toda la Iglesia.
Fr. Frederick Miller shares with Mother and Raymond Arroyo the gift of the Priesthood in terms of the individual and the whole Church.
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CLÁSICOS CATÓLICOS
VIVIENDO LAS ESCRITURAS
Con la Madre Angélica
Tema: San Marcos 9, 14.
Programa grabado el:2 de Marzo de 1988.
Duración: 30 minutos.
CC TV-G
Descripción: La madre Angélica reflexiona sobre el Evangelio de San Marcos capítulo 9, versículo 14, donde Jesús sana cuando mostramos humildad y reconocemos quién es Él.
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Catholic Classics
Living The Scripture
With Mother Angelica
Topic: Saint Mark 9, 14.
Program recorded in: March 2, 1988.
Duration: 00:30
CC TV-G
Descriptión: Mother discusses Mark 9, where Jesus heals when we show humility and acknowledge who He is.
CLÁSICOS CATÓLICOS
Crecimiento espiritual
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CLÁSICOS CATÓLICOS:
MADRE ANGÉLICA PRESENTA:
Crecimiento espiritual
Tema: ELLOS TAMBIÉN TENÍAN PROBLEMAS
Programa grabado el: 2 de Marzo de 1981.
Duración: 30 minutos.
CC TV-G
Descripción: Los Apóstoles encontraron que vivir la vida cristiana era un desafío. La Madre Angélica reflexiona sobre la mujer en el pozo en Samaria para señalar cómo lucharon y cómo todos luchamos por ser santos.
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CATHOLIC CLASSICS:
Mother Angelica Presents
Spiritual Growth
Topic: THEY HAD PROBLEMS TOO
Program recorded in: March 2 , 1981.
Duration: 00:30
CC TV-G
Description: The Apostles found living the Christian life a challenge. Mother uses the woman at the well in Samaria to point out how they struggled and how we all struggle to be holy.
CLÁSICOS CATÓLICOS
Crecimiento espiritual
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CLÁSICOS CATÓLICOS:
MADRE ANGÉLICA PRESENTA:
Crecimiento espiritual
Cristianismo vivo
Programa grabado el 14 de Noviembre de 1980.
Duración 30 minutos.
CC TV-G
La madre habla sobre el cristianismo vivo. Ella cita a San Pablo como un ejemplo perfecto a pesar de tener muchas buenas excusas para no ser cristiano, pero él lo era de todos modos. También habla de cómo el Señor a menudo nos pide que hagamos el ridículo y cuánto miedo tenemos de hacerlo.
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CATHOLIC CLASSICS:
Mother Angelica Presents
Spiritual Growth
LIVING CHRISTIANITY
Program recorded in November 14 1980.
Duration: 00:30
CC TV-G
Mother discusses living Christianity. She cites St. Paul as a perfect example despite having many good excuses not to be a Christian but he was anyway. She also talks about how the Lord often asks us to do the ridiculous and how afraid we are to do so.
CLÁSICOS CATÓLICOS
VIVIENDO LAS ESCRITURAS
Con la Madre Angélica
San Juan 4
Programa grabado en Enero 18, 1988.
Duración 30 minutos.
CC TV-G
La Madre reflexiona el capítulo 4 de San Juan, sobre la mujer samaritana y como hacer la voluntad de Dios.
Catholic Classics
Living The Scripture
With Mother Angelica
SAINT JOHN 4
Program recorded in January 18, 1988.
Duration: 00:30
CC TV-G
Mother looks at John 4 on the Samaritan Woman and doing God’s will.
CLÁSICOS CATÓLICOS
Crecimiento espiritual
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CLÁSICOS CATÓLICOS: MADRE ANGÉLICA PRESENTA:
Crecimiento espiritual
Héroes de Dios
Programa grabado en 1980.
Duración 30 minutos.
CC TV-G
Uno de los mayores problemas de la actualidad es el de la identidad. Las personas han perdido de vista quiénes son, por qué fueron creadas por Dios.
CATHOLIC CLASSICS: Mother Angelica Presents
Spiritual Growth GOD’S HEROES
Program recorded in 1980.
Duration: 00:30
CC TV-G
One of the greatest problems today is one of identity. People have lost sight of who they are, why they were created by God.
Alejandro Bermúdez es un periodista “oficialmente católico”, de esos que pueblan las redacciones de algunos medios oficiales u oficiosos de la Iglesia, sean periódicos, blogs o canales televisivos. No carece de oficio el hombre. En épocas de Benedicto XVI solía, incluso, ofrecer a los televidentes de EWTN algunos programas que podrían calificarse de buenos. Pero desde hace un tiempo ha incurrido en algunos casos de fake news emulando en esto al maestro del género, el ahora renunciado Monseñor Darío Viganó, famoso por fraguar una carta del Papa Emérito.
Cuando en septiembre del año pasado un grupo de católicos, formado en su mayoría por profesores universitarios, firmamos la Correctio filialis dirigida al Papa Francisco, Bermúdez escribió en ACI Prensa que unos “lefevristas” acusaban de herejía al Papa. Para colmo, la afirmación, absolutamente falsa, encabezaba la nota a modo de título. Ahora, en su programa Cara a Cara que se transmite por EWTN, la emprende contra mi hermano, Antonio Caponnetto, y mi querido y viejo amigo Hugo Verdera, a quienes acusa de no ser “comentaristas católicos” y de “antipapismo”.
Por empezar, ninguno de los dos involucrados es, ni fue, ni se presenta, ni se presentó jamás como “comentarista católico”, oficio cuya existencia ignorábamos hasta que Bermúdez nos la reveló. Ambos son, sencillamente, intelectuales católicos, que procuran difundir la Fe y defenderla frente a tantos errores e impiedades como abundan en estos días. Pero dejemos esto de lado; lo que realmente nos asombra es esta neo categoría de papismo, con su correspondiente antinomia, antipapismo, que al parecer Bermúdez identifica sin más como la nota esencial y sine qua non para revistar en las filas de los comentaristas católicos.
Esta categoría de papismo resulta cuanto menos extraña en alguien que se dice católico. De papistas suelen acusarnos a los católicos algunos herejes; por ejemplo, los anglicanos que durante siglos (hoy menos) identificaron a los católicos con ese mote de inequívoco sentido peyorativo. Para estos herejes los católicos “adoramos al Papa” y aunque cierta papolatría hodierna puede inducirlos a semejante idea, el hecho es que nada más falso que los católicos seamos papistas. Los católicos creemos firmemente en el Primado, de caridad y de jurisdicción, del Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, el Romano Pontífice, al que el mismo Jesucristo instituyó como piedra angular de su Iglesia en la persona del Apóstol San Pedro, al que confió la misión de apacentar el rebaño y de confirmar en la Fe a todos los cristianos. Para ello le dio el don de la inerrancia, exclusivamente en materia de las verdades de Fe que forman el inmutable depósito de la Revelación.
Esta verdad, divinamente revelada (Mateo, 16, 18; Lucas, 22, 32), enseñada y sostenida por las Padres de la Iglesia como San Ignacio de Antioquía y San Agustín, defendida por los Doctores como Santo Tomás (Contra errores Graecorum, pars 2 cap. 32, corpus) y declarada como dogma de fe por el Concilio Vaticano I, es para los católicos una verdad incuestionable e innegociable y la sostenemos con toda firmeza. Pero en estos días que corren sucede algo paradójico, digno de una paradoja chestertoniana: esta verdad debemos defenderla sobre todo frente a ciertos papistas y a algunos campeones de la papolatría. Porque son precisamente estos papistas los que, por un falso sentido de la obediencia y una carencia total de un adecuado y justo juicio crítico, cierran los ojos y callan frente a los más que notorios intentos de acabar con el Papado, intentos a los que el Papa Francisco parece, en ocasiones, dar algo más que aliento.
De la mano de un ecumenismo extraviado y de una pavorosa protestantización de la Iglesia se viene difundiendo desde hace ya bastante tiempo una eclesiología confusa cuando no falsa en cuyo marco la primacía del Papado resulta tremendamente debilitada en aras de una indefinida “colegialidad” y de una vaporosa “sinodalidad”. Es dolorosamente cierto que el Papa Francisco vive alentando estas ambigüedades con gestos y palabras que, en ocasiones, son directamente escandalosas. Una Iglesia sinodal en cuya cima está el pueblo a modo de una pirámide invertida, una creciente y alarmante concesión de facultades, hasta ahora exclusivas del Romano Pontífice, a las Conferencias Episcopales y, fundamentalmente, una expresa proclamación de una apertura a la “conversión del Papado” para que su ejercicio “lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización” (Evangelii gaudium, 32) son palabras y hechos suficientemente graves que debieran hacer sonar las alarmas de los papistas ilustrados como Bermúdez. Pero no dicen ni pío y encima tildan de antipapistas y de herejes a los pocos que nos animamos a levantar la voz.
En realidad, el papismo es un vicio del catolicismo que viene de bastante atrás en el tiempo. Es un típico vicio por exceso. Amar al Papado, defenderlo de sus detractores, rogar a diario por el Papa para que Dios lo conserve y no permita que caiga en manos de sus enemigos es, sin duda, una virtud católica. Pero como toda virtud puede convertirse en vicio por exceso. Tal exceso consiste en una obediencia ciega, incapaz de discernir entre el magisterio infalible, el magisterio ordinario y las meras opiniones y, en el extremo, en una vergonzosa obsecuencia que paraliza el juicio e impide, incluso, el ejercicio de la oportuna corrección cuando ella se impone y en los términos adecuados.
En mis tiempos jóvenes, antes del Concilio, era frecuente oír esta frase a la que yo adhería como tantos: “prefiero equivocarme con el Papa a tener razón”; y se añadía: “si el Papa se equivoca él tendrá que dar cuentas a Dios, no yo”. Pero estábamos redondamente equivocados. Aquello era un exceso de piedad filial que no discernía ni distinguía ningún matiz, aunque por entonces no tenía mayores efectos negativos habida cuenta de los grandes papas que nos tocaron en suerte. Sin embargo, repito, era un error; en primer lugar porque si el Papa hablaba ex cathedra entonces no se equivocaba y, por ende, yo no podía tener razón; y si era un caso de magisterio ordinario sólo se me pedía un religioso acatamiento que por ser religioso no podía ser nunca ni ciego ni irracional. En cuanto a que si el Papa se equivoca el único responsable ante Dios es él, también es un grave error: si el Papa se equivoca y yo pudiendo y debiendo hacerlo no lo corrijo lo más probable es que el Papa y yo nos vayamos juntos al infierno.
A la luz de lo que vino después, aquella excesiva y en ocasiones irracional obediencia al Papa fue dejando lugar, en algunos casos, a un mejor discernimiento; en otros, lamentablemente, a esta ciega papolatría que no ve, ni discierne y, lo peor, acusa y ataca a quienes con dolor nos sentimos, a veces, en la obligación moral de decir que el rey está desnudo. Así ocurrió con quienes, en su momento, firmamos la Correctio filialis. Más dolorosa que la ausencia total de respuesta del Papa fue la andanada de críticas y de reproches a la que nos vimos sometidos. También fue muy doloroso ver como se trataba, con frecuencia, de explicar lo inexplicable: a más de un eximio tomista hemos visto empeñado en demostrar que el capítulo ocho de Amoris laetitia se corresponde con la enseñanza moral de Santo Tomás.
No es esto lo que Dios nos pide, ni lo que la Iglesia enseña, ni lo que nos dice el ejemplo de muchos santos. Amar al Papado es uno de los signos distintivos de los católicos. Es cierto. Por eso, hoy más que nunca necesitamos renovar nuestra adhesión a la Cátedra de la Unidad y nuestra Fe en el Primado de Pedro pero para oponernos, ante todo, a la creciente ofensiva del papismo.
Por Mario Caponnetto
El pasado 6 de enero tuve ocasión de ver la Misa de la Solemnidad de la Epifanía presidida por el Papa Francisco en la Basílica de San Pedro transmitida por la cadena televisiva católica EWTN en su edición hispanoparlante. La Misa se celebraba en latín a excepción de la primera y segunda lecturas, del salmo responsorial y de las preces que fueron dichas en diversas lenguas. Como ocurre siempre un locutor iba traduciendo las distintas partes de la Misa. Al llegar a la lectura del Evangelio (el correspondiente de esa festividad era el texto de San Mateo 2, 1-12) pude ver y oír claramente que un diácono cantaba en latín el texto evangélico. A los pocos segundos la voz del diácono quedó cubierta por la del locutor quien leyó una curiosa versión española del dicho texto. En efecto, al llegar al versículo 8, en el momento en que Herodes les pide a los Magos que, de regreso, le informen dónde está el Rey de Israel que ha nacido a fin de también ir él a adorarlo, oímos: para que también yo pueda ir a rendirle homenaje. Unos versículos después, al llegar al verso 11, el locutor nos regaló con esto: Y al entrar en la casa, encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje.
No es la primera vez que oigo esta versión, francamente falsa como veremos enseguida, de este pasaje del Evangelio de Epifanía. Recuerdo, hace unos años, oyendo misa en una parroquia de mi ciudad, que ocurrió lo mismo. Más aún: revisando el último leccionario aprobado por la Conferencia Episcopal Argentina, he podido constatar que en la versión española del texto de Mateo la palabra adorar ha sido sustituida por rendir homenaje. Va de suyo que semejante sustitución no es asunto menor pues “adorar” sólo se dice respecto de Dios mientras que “rendir homenaje” puede referirse a cualquier persona con suficiente dignidad como para ser homenajeada.
Pero ¿de dónde sale esta sustitución contraria no sólo a la invariable traducción de la Iglesia (y aún de las versiones bíblicas de prácticamente todas las confesiones protestantes) sino a la letra y al espíritu del texto griego, lengua en la que Mateo nos relata la adoración de los Magos? Según hemos podido averiguar, esta versión procede de la llamada Biblia de los Testigos de Jehová, conocida como la “Traducción del Nuevo Mundo” (TNM) y considerada por los miembros de esta secta como la más exacta y mejor traducida del mundo.