NUESTRA SEÑORA DE LA MEDALLA MILAGROSA

27 de noviembre

¡Oh María concebida sin pecado!, rogad por nosotros que recurrimos a Vos

En 1830 la Santísima Virgen se apareció a una humilde novicia de la Caridad, Sor Catalina Labouré, ordenándole que se hiciese acuñar una medalla cuyas efigies le mostró. Una de las caras de la medalla lleva la imagen de la Inmaculada despidiendo rayos de sus manos, con esta plegaria: «Oh María concebida sin pecado, rogad por nosotros que recurrimos a vos«.

   Las curaciones y milagros de todo orden obrados por esta medalla aceleraron la definición dogmática de la Inmaculada Concepción, razón por la cual es la Medalla Milagrosa la más usada por las Hijas de María de todo el mundo y propiamente la insignia oficial de las mismas.

   He aquí cómo relata la propia sor Catalina su primera aparición:

   «Vino después de la fiesta de San Vicente, en la que nuestra buena madre Marta hizo, por la víspera, una instrucción referente a la devoción de los santos, en particular de la Santísima Virgen, lo que me produjo un deseo tal de ver a esta Señora, que me acosté con el pensamiento de que aquella misma noche vería a tan buena Madre. ¡Hacía tiempo que deseaba verla! Al fin me quedé dormida. Como se nos había distribuido un pedazo de lienzo de un roquete de San Vicente, yo había cortado el mío por la mitad y tragado una parte, quedándome así dormida con la idea de que San Vicente me obtendría la gracia de ver a la Santísima Virgen.

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A NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT

Rosa de abril, morena de la sierra
de Montserrat, estrellado.
Ilumina la catalana tierra
y guíanos hacia el cielo

   En las montañas,

los ángeles trabajan

esos picos
para hacerte un palacio

   Reina del cielo,
que los ángeles bajaron
danos abrigo,
dentro de tu manto azul

   Alba naciente de estrellas coronadas,
ciudad de Dios que soñaba David
a vuestros pies la luna se ponía
y el sol con sus rayos os vestía.

   De los catalanes siempre seréis princesa,
de los españoles estrella de oriente,
sois el pilar de fortaleza
y para los pescadores, puerto de salvamento,

   Dais consuelo a quien la patria añora,
sin haber visto nunca la cima de Montserrat,
en tierra y mar, os imploramos
devuélvele a Dios los corazones que le han dejado.

   Fuente del agua de la vida
desde el cielo regáis el corazón de nuestro país
dones y virtudes dejáis floreciendo
para hacer vuestro paraíso

   Dichosos ojos, Maria, los que os ven
dichosos los corazones que se abren a vuestra luz
Rosa del cielo, que los ángeles revolotean
y en la oración ponéis vuestro perfume.

   Árbol gentil, que el Líbano corona
árbol de incienso, palmera de sion
los frutos sagrados que vuestro amor nos da
es Jesucristo, el Redentor del mundo.

   Con vuestro nombre, empieza nuestra historia
y es Montserrat nuestro Sinaí
sean para todos la escalera de la gloria
esos escalones cubiertos de romaní. 

NUESTRA SEÑORA DE MONTSERRAT, Patrona de Cataluña

27 de abril

 La montaña de Montserrat, en Cataluña, famosa entre las montañas por su rara configuración, ha sido desde tiempos remotos uno de los lugares escogidos por la Santísima Virgen para manifestar su maternal presencia entre los hombres.

Bajo la advocación plurisecular de Santa María de Montserrat, la Madre de Dios ha dispensado sus bendiciones sobre los devotos de todo el mundo que a Ella han acudido a través de los siglos. Pero su maternidad se ha dejado sentir más particularmente, desde los pequeños orígenes de la devoción y en todas las épocas de su desarrollo, sobre las tierras presididas por la montaña que levanta su extraordinaria mole en el mismo corazón geográfico de Cataluña.

Con razón, pues, la Iglesia, por boca de León XIII, ratificando una realidad afirmada por la historia de numerosas generaciones, proclamó a Nuestra Señora de Montserrat como Patrona de las diócesis catalanas, señalando. asimismo una especial solemnidad litúrgica para honrar a la Santísima Virgen y darle gracias por todos sus beneficios bajo esta su peculiar advocación.  

EL Regina Cœli

Durante el tiempo pascual la Iglesia Universal se une en oración recitando el Regina Cœli” (en lugar de la oración del Angelus). Regina Cœli” (en latín), significa Reina del cielo, y se reza desde la Vigilia de Pascua (Sábado Santo) hasta el mediodía del sábado después de Pentecostés; para unirse con alegría a la Madre de Dios por la Resurrección de su Hijo Jesucristo, hecho que marca el misterio más grande de la fe católica.  Como muchas oraciones, las primeras palabras que la componen, le dan su nombre. Regina Cœli” es el nombre de esta oración tradicional que se le reza a la Santísima Virgen María. Debe ser cantado o rezado en coro y de pie.

El rezo de la antífona de Regina Cœli fue establecida por el Papa Benedicto XIV en 1742 y reemplaza durante el tiempo pascual al rezo del Ángelus (cuya meditación se centra en el misterio de la Encarnación). Esta antífona mariana es uno de los cuatro himnos del tiempo de Pascua que se incluyen en la Liturgia de las Horas.  Forma parte de la oración litúrgica nocturna llamada Completas. Su brevedad y sencillez, además de su hermoso significado teológico, hacen de esta oración una de las más bellas expresiones de la alegría pascual.

La antífona original es adaptada para ser recitada como oración, de una forma similar a la del Ángelus, tomando su forma presente y agregando una oración final.  Al igual que el Ángelus, el Regina Cœli se reza tres veces al día, al amanecer, al mediodía y al atardecer, como una manera de consagrar el día a Dios y a la Santísima Virgen María.  Se desconoce el origen de esta oración, Regina Cœli, pero una bella tradición lo atribuye a San Gregorio Magno, Pontífice y Doctor de la Iglesia, quien habría escuchado los primeros tres versos de la boca de los ángeles, mientras iba en procesión descalzo por las calles de Roma. A la composición celestial el Papa Santo habría añadido únicamente la cuarta frase de la oración: “Ruega por nosotros a Dios”. Cantar a la Virgen María: “¡Alégrate!”, es una tradición que se remonta al siglo XII, se sabe que era repetido por los frailes franciscanos después de rezar las completas, en la primera mitad del siglo XIII, luego la popularizaron y la extendieron por todo el mundo cristiano.

Regina Cœli

10 años de indulgencia por cada vez que se rece e indulgencia plenaria si se reza durante todo un mes.

                     Se reza a las 6:00am a las 12:00pm y a las 6:00pm

AD CÆLI REGINAM

V. Reina del cielo alégrate, aleluya.

R. Porque el que mereciste llevar en tu vientre, aleluya.

V. Resucitó como lo dijo, aleluya.

R. Ruega a Dios por nosotros, aleluya.

V. Alégrate y gózate Virgen María, aleluya.

R. Porque el Señor resucitó verdaderamente, aleluya.

V. Oremos:

Oh Dios, que por la Resurrección de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, te dignaste alegrar al mundo: te rogamos nos concedas, que por su Madre la Virgen María, alcancemos los gozos de la vida eterna. Por el mismo Cristo, nuestro Señor.

R. Amén.

La Maternidad Divina de la Santísima Virgen María

La Iglesia celebra el 1 de enero de un modo especial el augusto privilegio de la Maternidad divina, otorgado a la Santísima Virgen, cooperadora en la gran obra de la salvación de los hombres. Antiguamente, la Santa Iglesia romana celebraba dos misas el día 1 de enero: una por la Octava de Navidad, otra en honor de María. Más tarde, las reunió en una sola. Por eso, en los textos de la Misa y el Oficio en este día aparecen los testimonios de su veneración hacia el Hijo, con las expresiones de su admiración y tierna confianza para con su Madre.

En la Colecta de la Misa, la Iglesia celebra la fecunda virginidad de la Madre de Dios y nos muestra a María como fuente de que Dios se ha servido para derramar sobre el género humano el beneficio de la Encarnación, presentando ante el mismo Dios nuestras esperanzas fundadas en la intercesión de esta privilegiada criatura.

Como enseña Santo Tomás, se dice que la bienaventurada Virgen es Madre de Dios no porque sea madre de la divinidad (o sea, de la naturaleza divina, que es eternamente anterior a Ella), sino porque es Madre según la humanidad de una Persona que tiene divinidad y humanidad.

Por eso, si nos paramos a pensar en los sentimientos de María en relación a su divino Hijo, podremos asomarnos un tanto a la sublimidad del misterio. Ella ama a ese Hijo a quien tiene en sus brazos, a quien aprieta contra su corazón, le ama porque es el fruto de sus entrañas; le ama porque es su madre. Pero, al mismo tiempo, reconoce y adora la infinita majestad del que así se confía a su amor y a sus caricias.

Estos dos sublimes sentimientos de la religión y de la maternidad, tienen en su corazón un solo y divino objeto: Jesús. Tiene derecho a llamarle Hijo suyo; y El, aun siendo verdadero Dios, le llamará de verdad Madre. De ahí que no pueda imaginarse algo más excelso que la maternidad divina de María.

Es precisamente por ser divina su maternidad que la Iglesia le tributa el culto de hiperdulía sólo a ella concedido. Es ésta de la maternidad divina la razón teológica que sirve de fundamento a la corredención operada por ella. Lo expone acabadamente el padre Manuel Cuervo, O.P.:

«el fin de nuestra redención comprende dos partes bien caracterizadas y distintas: la adquisición de la gracia y su distribución a nosotros. Tal es adecuadamente el fin del orden hipostático, en el cual quedó insertada María por razón de su maternidad divina. Al ser incorporada a él, queda por el mismo caso, supuesta siempre la voluntad de Dios, asociada con Jesucristo en el fin de este mismo orden […] El principio del consorcio, en cuanto expresión de la maternidad divina, queda firmemente establecido con sentido y significación verdaderamente divinos, y con apertura suficiente para fundar sobre él toda la parte soteriológica de la teología mariana […] Entendida así la asociación de María con Jesucristo en el fin de la encarnación, o sea, tanto en cuanto a la adquisición de la gracia como en su distribución, constituye a aquélla en verdadera co­Mediadora y co-Redentora con Cristo del género humano. La misma maternidad divina, unida a la voluntad de Dios en el orden hipostático, postula esto, según el sentido de la Iglesia, de una manera firme y segura. La dignidad que de aquí resulta en la Virgen María es, sin duda, la más alta que se puede concebir en ella después de su maternidad divina. Porque eso de ser con Jesucristo co­principio de la redención del género humano y de su reconciliación con Dios, es cosa que sólo a María fue concedido sobre todas las criaturas en virtud de su maternidad divina» (Maternidad divina y corredención mariana, Pamplona, 1967. Citado por Antonio Royo Marín, La Virgen María. B.A.C., Madrid, 1968).

«La Virgen María -añade en otra parte el mismo autor-, además de preparar la Víctima del sacrificio infinito, cooperó con el Hijo en la consecución de nuestra redención co-inmolando en espíritu la vida del Hijo y co-ofreciéndola al Padre por la salvación de todos, juntamente con sus atroces dolores y sufrimientos, constituyéndose así en verdadera colaboradora y cooperadora de nuestra redención». Esto en lo que toca a la adquisición de la gracia de la redención. ¿Y qué serán aquellas prácticas piadosas de la Iglesia instituidas por expresa recomendación de la Virgen, como el uso del escapulario con la promesa hecha a quienes lo vistieren de ser rescatados del purgatorio el primer sábado posterior a su muerte, o el de la medalla milagrosa, asociado a la efusión de abundantes gracias en esta vida? ¿O el de la comunión reparadora de los cinco primeros sábados del mes, a cuyo cumplimiento asoció nuestra Madre celestial la promesa de morir en gracia de Dios? Estas devociones expresan paladinamente cuánto le fue confiado a María el oficio de distribuir los beneficios espirituales de la redención obrada por Cristo en la cruz, oficio que va mucho más allá de estas devociones particulares para fincar en su constante intercesión por los viatores, tanto como para ser saludada como «Medianera de todas las gracias», desde la gracia de la conversión a la de la perseverancia final.

Podrían citarse multitud de documentos del magisterio de los papas acerca de esta cuestión para zanjar definitivamente el tema. Es demasiado obvio para una inteligencia católica que la corredención mariana no implica paridad de dignidades entre Madre e Hijo, y que los actos y los méritos de la Virgen en orden a la redención están subordinados a los de Jesucristo.  Al negar la corredención mariana, se niega justamente esto, la íntima e indisoluble asociación entre la Pasión de Cristo y la compasión de su Madre, que ofreció a su Hijo al pie de la cruz juntamente con sus propios insondables dolores.

Extractos tomados de estos 2 artículos:

La Maternidad divina de María | Adelante la Fe

La Corredentora. Francisco tropieza nuevamente | Adelante la Fe

 

Francisco ultraja a María

Francisco enseña que María, “mujer mestiza de nuestros pueblos”, no es Corredentora

El 12 de diciembre, en la homilía de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Francisco negó la participación de María en la obra redentora, calificándola de “historias” (“fábulas, cuentos”) y de “tontera” (“tontería, bobada, insignificancia”). Éstas son sus palabras:

“Fiel a su Maestro, que es su Hijo, el único Redentor, jamás quiso para sí tomar algo de su Hijo. Jamás se presentó como corredentora. (…) Nunca robó para sí nada de su Hijo (…) María mujer, María madre, sin otro título esencial. (…) Y tercer adjetivo que yo le diría mirándola, se nos quiso mestiza, se mestizó. (…) Se mestizó para ser Madre de todos, se mestizó con la humanidad. ¿Por qué? Porque ella mestizó a Dios. Y ese es el gran misterio: María Madre mestiza a Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, en su Hijo. Cuando nos vengan con historias de que habría que declararla esto, o hacer este otro dogma, no nos perdamos en tonteras: María es mujer, (…) mujer de nuestros pueblos, pero que mestizó a Dios.”[1]

Los dichos de Bergoglio, además de insultantes, son completamente falsos. Si bien no ha habido hasta ahora una declaración dogmática del magisterio al respecto, la corredención de María forma parte de la revelación divina. Su fundamento escriturístico es innegable. Éste consiste en el paralelo y en la analogía existente entre Eva y la Santísima Virgen. Paralelo y analogía que se manifiestan en el papel desempeñado por ellas en relación, por un lado, con Adán en el caída original y, por el otro, con Jesucristo, nuevo Adán (Rm. 5, 14 – I Cor. 15, 22), en la reparación de la misma.

En efecto, del mismo modo que Eva participó en la caída de Adán, por su falta de fe y su desobediencia, María lo hizo en la redención, a través de su fe y su obediencia. Con su “fiat” y su consentimiento al sacrificio salvador de Jesús, María hizo posible la Redención, así como Eva, tentando a Adán a instancias de la Serpiente, había hecho posible la falta original. Es Adán quien la comete, pero Eva está íntimamente vinculada a ella, no como artífice, sino como partícipe necesaria y a  modo de causa instrumental.

De manera análoga, María, nueva Eva, participa en el acto redentor realizado por Jesucristo, nuevo Adán, no como autora, sino como partícipe necesaria -Dios así lo dispuso en su Divina Providencia-, y como causa instrumental -con su “fiat” libremente otorgado, María suministró la “materia” del sacrificio redentor, es decir, el cuerpo de la víctima expiatoria-.

Es en este sentido que debe entenderse el término “corredención” aplicado a María, como expresión de su íntima participación en la obra redentora consumada por su divino Hijo  -autor exclusivo de la misma-, y no como si la redención hubiera sido realizada por ambos, en el mismo sentido y en un pie de igualdad, como si fuesen coautores del hecho.

Así pues, a semejanza de Eva, que interviene de manera decisiva en la caída del género humano provocada por la falta de Adán, la Santísima Virgen María, Eva de la Nueva Alianza, está estrechamente involucrada en la redención operada por el nuevo Adán, Jesucristo.

Veamos lo que dice al respecto San Ireneo, Padre y Doctor de la Iglesia, discípulo de San Policarpo, quien, a su vez, lo había sido del apóstol San Juan, en su obra “Contra los herejes”:

“En correspondencia encontramos también obediente a María la Virgen, cuando dice: «He aquí tu sierva, Señor: hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38); a Eva en cambio indócil, pues desobedeció siendo aún virgen. Porque como aquélla, (…) habiendo desobedecido, se hizo causa de muerte para sí y para toda la humanidad; así también María, teniendo a un varón como marido pero siendo virgen como aquélla, habiendo obedecido se hizo causa de salvación para sí misma y para toda la humanidad (Heb 5, 9). (…) Así también el nudo de la desobediencia de Eva se desató por la obediencia de María; pues lo que la virgen Eva ató por su incredulidad, la Virgen María lo desató por su fe.”[2]

Citemos ahora al gran doctor mariano San Luis María Grignon de Montfort:

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La teología «mestiza» del papa Francisco

 

Entre las palabras que con más frecuencia se repiten en el vocabulario del papa Francisco está la de mestizaje. A este término Francisco le atribuye un sentido no sólo étnico, sino también político, cultural e incluso teológico. Lo hizo el pasado día 12, al afirmar que la Virgen «se nos quiso mestiza, se mestizó. Pero no sólo con el Juan Dieguito, con el pueblo. Se mestizó para ser Madre de todos, se mestizó con la humanidad. ¿Por qué? Porque ella mestizó a Dios. Y ese es el gran misterio: María Madre mestiza a Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, en su Hijo» (L’Osservatore Romano, 13 dicembre 2019). Lo sepa o no el papa Francisco, el origen de este concepto mestizo del misterio de la Encarnación está en la herejía de Eutiquio (378-454), archimandrita de un convento de Constantinopla según el cual después de la unión hipostática la humanidad y la divinidad de Cristo se fundieron para formar un tertium quid, una híbrida mescolanza que no sería propiamente Dios ni hombre. El eutiquianismo es una forma grosera de monofisismo porque sólo acepta en el Hijo de Dios encarnado una sola naturaleza resultante de esa confusa unión de la divinidad con la humanidad. A raíz de la denuncia formulada por Eusebio de Dorilea (el mismo que veinte años atrás había acusado a Nestorio), Flaviano, obispo de Constantinopla, congregó en 448 un sínodo en el que Eutiquio fue condenado y excomulgado por hereje. Eutiquio, apoyado por Dióscoro, patriarca de Alejandría, logró convocar otro sínodo en Éfeso que lo rehabilitó; Flaviano, Eusebio y otros obispos fueron agredidos y depuestos. En aquel entonces reinaba como papa San León Magno, que declaró nulo este último sínodo, al que denominó Latrocinio de Éfeso, nombre con el que pasó a la historia dicho conciliábulo. Tras dirigir a Flaviano una carta en la que exponía la doctrina cristológica tradicional (Denzinger, 143-144), el Papa animó a la nueva emperatriz Pulqueria (399-453) a organizar un nuevo concilio en la ciudad de Caldedonia, en Bitinia. En la tercera sesión del concilio se leyó la carta de León a Flaviano sobre la Encarnación del Verbo. En cuanto el lector terminó y calló, todos los presentes exclamaron unánimes: «Ésta es la fe de los Padres, ésta es la fe de los Apóstoles. Así creemos todos. Así creen los ortodoxos. Quien no crea así, sea excomulgado. San Pedro ha hablado por la boca de León» (Mansi, Sacrorum conciliorum nova et amplissima Collectio,VI, 971, Act. II).

Consiguientemente, el Concilio de Calcedonia definió la fórmula de fe que declaraba la unidad de Cristo como persona y de la dualidad de las naturalezas de la única Persona de Cristo, perfecto y verdadero Dios, única Persona  en dos naturalezas distintas. La definición dogmática de Calcedonia confiesa: «Uno solo y el mismo Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad, Dios verdaderamente, y el mismo verdaderamente hombre de alma racional y de cuerpo, consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y el mismo consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad, semejante en todo a nosotros menos en el pecado; engendrado del Padre antes de los siglos en cuanto a la divinidad, y el mismo, en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, engendrado de María Virgen, Madre de Dios en cuanto a la humanidad» (Denzinger 148).

Al igual que San León Magno, los protagonistas de Calcedonia, Flaviano y Pulqueria fueron elevados a la gloria de los altares, mientras que el nombre de Eutiquio se cuenta entre los de los heresiarcas.

Entre las numerosas variantes que han surgido del eutiquianismo a lo largo de los siglos se cuenta la de la kenosis, que se desarrolló en el mundo protestante mediante una extravagante interpretación  del  despojamiento o vaciamiento del que habla San Pablo en la carta a los Filipenses (2,7). La Iglesia lo entiende en un sentido moral, viendo en él la voluntaria humillación de Cristo que, a pesar de seguir siendo verdaderamente Dios, se humilló hasta ocultar su infinita grandeza en la humildad de nuestra carne. La doctrina de la kenosis sostiene por el contrario que el Verbo perdió de hecho sus propiedades divinas o renunció a ellas por completo. En la encíclica Sempiternus Rex del 8 de septiembre de 1951, Pío XII la refutó con estas palabras: «Repugna también abiertamente con la definición de fe del Concilio de Calcedonia la opinión, bastante difundida fuera del Catolicismo, apoyada en un texto de la Epístola de San Pablo Apóstol a los Filipenses [Fi.2,7], mala y arbitrariamente interpretado, esto es, la doctrina llamada kenótica, según la cual en Cristo se admite una limitación de la divinidad del Verbo; invención verdaderamente sacrílega, que, siendo digna de reprobación como el opuesto error de los Docetas, reduce todo el misterio de la Encarnación y de la Redención a una sombra vana y sin cuerpo».

Es absurdo pretender una limitación de la divinidad, porque el ser divino es infinitamente perfecto, simple e inmutable, y es metafísicamente incapaz de sufrir la menor limitación. Además, un Dios que renuncia a ser él mismo deja de ser Dios y de existir (cfr. Luigi Iammarone, La teoria chenotica e il testo di Fil 2, 6-7, en Divus Thomas, 4 (1979), pp. 341-373). Los neoeutiquianos niegan la verdad de razón según la cual Dios es el Ser por esencia, acto puro, inmutable en sus infinitas perfecciones, y rechazan la verdad de fe por la cual Jesús, en cuanto hombre-Dios, gozó a lo largo de toda su vida de la visión beatífica, fundamento de su divinidad. La teología del mestizaje del papa Bergoglio parece hacer suya esta postura, la misma que le atribuye Eugenio Scalfari, que en un artículo aparecido en La Reppublica el pasado 9 de octubre afirmó que según Francisco, «una vez encarnado, Jesús cesa de ser Dios y se vuelve hombre hasta la muerte en la cruz». El director de la Sala de Prensa Vaticana, que habló el mismo día, no desmintió a Scalfari, limitándose a decir que se trataba de «una interpretación libre y personal de lo que había oído», con lo que proyectó una sombra de grave sospecha sobre la cristología bergogliana. Se nos podría objetar que atribuimos al papa Francisco herejías que jamás ha expresado formalmente. Pero si es cierto que la censura de herejía sólo se puede aplicar a expresiones que niegan una verdad revelada, no es menos cierto que un hereje se puede manifestar mediante la ambigüedad de sus palabras, así como de sus actos, silencios y omisiones. Pudiera decirse que al papa Francisco se le podría aplicar lo que dijo de Eutiquio un eminente patrólogo, el padre Martin Jugie: «Resulta muy difícil conocer con exactitud la doctrina de Eutiquio sobre el misterio de la Encarnación, porque ni él mismo la conocía bien. Eutiquio era hereje porque sostenía obstinadamente fórmulas equívocas, falsas además en su propio contexto. Pero dado que dichas fórmulas se prestaban a explicaciones ortodoxas y algunas de sus afirmaciones a una interpretación benévola, queda la incertidumbre en cuanto a su verdadero pensamiento» (Enciclopedia Cattolica, vol. V (1950), col. 870, 866-870).

La teología de Francisco es mestiza porque mezcla verdad y error dando lugar a una confusa amalgama en la que nada es claro, determinado o preciso. Todo resulta indefinible, y el alma del pensamiento y del lenguaje parece ser la contradicción. Además de la Virgen, Francisco querría mestizar la Iglesia haciéndola salir de sí misma para mezclarse con el mundo, sumergirse en él y quedar absorbida por él. Pero la Iglesia es santa e inmaculada, como santa e inmaculada es María, Madre y modelo del Cuerpo Místico. La Virgen no es mestiza en el sentido que le atribuye Francisco, porque en Ella no hay nada de híbrido, oscuro o confuso. María es luz sin sombra, belleza sin imperfección, verdad incorrupta, siempre íntegra y sin mancha. Pidamos auxilio a la bienaventurada Virgen María para que nuestra fe tampoco sea una mescolanza y se mantenga siempre pura, impoluta y resplandeciente ante Dios y ante los hombres, como resplandeció en la noche de Navidad el Verbo Encarnado manifestándose al mundo.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

Roberto de Mattei
Roberto de Mattei enseña Historia Moderna e Historia del Cristianismo en la Universidad Europea de Roma, en la que dirige el área de Ciencias Históricas. Es Presidente de la “Fondazione Lepanto” (http://www.fondazionelepanto.org/); miembro de los Consejos Directivos del “Instituto Histórico Italiano para la Edad Moderna y Contemporánea” y de la “Sociedad Geográfica Italiana”. De 2003 a 2011 ha ocupado el cargo de vice-Presidente del “Consejo Nacional de Investigaciones” italiano, con delega para las áreas de Ciencias Humanas. Entre 2002 y 2006 fue Consejero para los asuntos internacionales del Gobierno de Italia. Y, entre 2005 y 2011, fue también miembro del “Board of Guarantees della Italian Academy” de la Columbia University de Nueva York. Dirige las revistas “Radici Cristiane” (http://www.radicicristiane.it/) y “Nova Historia”, y la Agencia de Información “Corrispondenza Romana” (http://www.corrispondenzaromana.it/). Es autor de muchas obras traducidas a varios idiomas, entre las que recordamos las últimas:La dittatura del relativismo traducido al portugués, polaco y francés), La Turchia in Europa. Beneficio o catastrofe? (traducido al inglés, alemán y polaco), Il Concilio Vaticano II. Una storia mai scritta (traducido al alemán, portugués y próximamente también al español) y Apologia della tradizione.

Tomado de:

adelantelafe.com

María, Madre y Maestra del Sacerdote (II)

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Porque ha mirado la pequeñez de su esclava (Lc. 1, 48).

Queridos hermanos, en este verso, la Santísima Virgen, agradece complacida que Dios se haya dignado mirarla con buenos ojos, y acordarse de Ella, y haya obrado grandes cosas por medio de Ella; y, a su vez, reconoce su pequeñez como esclava, ejercitando en estas palabras una singular humildad. Con verdadera humildad confiesa su pequeñez como esclava, que, a pesar de ello, Dios no dejó de mirarla. María, nos enseña que el fundamento de las alabanzas de Dios, y de la acción de gracias por los beneficios recibidos, ha de ser el reconocimiento de nuestra pequeñez e indignidad. Esta pequeñez de la  que nos da muestra la Madre de Dios, ha de ser el título para pedir a Dios que nos mire con buenos ojos y nos conceda todo tipo de gracias.

La esclavitud de la Virgen María, es la identidad de todo su ser con Dios; así como el esclavo no se pertenece a sí mismo, sino que en todo pertenece a su amo; no tiene decisiones propias, sino que todas han de pasar por la voluntad de su señor; así como hasta la propia vida del esclavo depende de la voluntad de su amo,  así es María, toda de Dios. Nada hay en Ella que no sea del agrado de Dios, que no esté en consonancia con la voluntad Divina, desde el más sencillo pensamiento hasta la acción más importante, todo en Ella da gloria a Dios.

 Qué grande ha de ser la identidad del sacerdote con Jesucristo. Dios se dignó mirarle, fijar su mirada en él, elegirle para tan alto ministerio. Dios lo espera todo de su elegido. Las palabras profundamente humildes de María deben ser, para el sacerdote, modelo de vida sacerdotal. ¡La humildad del sacerdote! Todo lo que tiene lo ha recibido de Dios, nada tiene por méritos propios, pues todo lo que el sacerdote es, lo es por voluntad y gracia divina. La actitud de María debe ser la actitud del sacerdote ante Dios, es la entrega total de la vida del sacerdote a los planes de Dios, porque todo lo tiene le ha sido dado gratuitamente.

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María, Madre y Maestra del sacerdote

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Y mi espíritu se alegra en Dios, Mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava. Lc. 1.47-48

Queridos  hermanos, María es Madre y Maestra de  forma privilegiada y especial del sacerdote.  La relación del sacerdote con la Madre de Dios debe alcanzar una profundidad y unión tal que el sacerdote no pueda entender su sacerdocio sin la Reina de cielos y tierra. Profundidad que se ha de alcanzar meditando el “misterio  de María”, llegando al abismo que supone encontrarse con la realidad de la toda “llena de Gracia”. Estamos ante el profundo misterio de la “grandeza de la esclava”, misterio de tal condición que el alma siente, a veces, verdadero vértigo al asomarse a esta realidad; en este vértigo el alma del sacerdote se sobrecoge al percibir quién es María; sobrecogimiento, y al mismo tiempo alegría sobrenatural, porque es una alegría distinta a la que tiene lugar en la naturaleza, es un gozo íntimo entre el sacerdote y María, entre el hijo y la Madre.

Unión,   que implica vivir el sacerdocio con María; unión indisoluble, que ha de llegar a la perfección de no hacer nada sin contar con  Ella. La vida sacerdotal ha de ser una tendencia constante hacia María; como un caminar hacia el encuentro con Ella; encuentro que tiene lugar en el Santo Sacrificio, y se prolonga en la vida del sacerdote. No es posible el sacerdocio sin María, como no es posible la santidad del sacerdote sin la Madre de Dios.

María es Madre y Maestra constante del sacerdote. Todo en Ella es enseñanza, instrucción, modelo, ejemplo, ayuda, consuelo, repuesta a las necesidades del sacerdote. Las mismas palabras del Magnificat, en el caso que nos ocupa en este artículo,  son guía para el sacerdote, enseñanza santa y sublime, que bien entendida por aquel, le ayudará a reforzar la alegría sacerdotal, y a profundizar en la gracia del sacerdocio. La respuesta de la Santísima Virgen a su prima Santa Isabel, no son las palabras con las que el común de los mortales suelen contestar mostrando su agradecimiento. Todo lo que la Madre de Dios dijo, en respuesta a su santa prima, fueron palabras dirigidas a Dios; enseñándonos el modo de cómo nos hemos de portar cuando nos alaban, porque lo mejor y más seguro es cambiar la conversación para dirigirla a Dios, de quien proceden los dones  por lo que somos alabados.

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La Virginidad de María

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Queridos hermanos, la virtud de la pureza brilla por sí misma, es la que hace a las almas semejantes a los ángeles, y la que mejor refleja la imagen perfecta de Jesucristo. ¡Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea! Cantamos emoción y sentimiento a nuestra Madre. Su Virginidad es verdaderamente de una perfección tal que resulta un adorable misterio. Un misterio al que hay que introducirse con sumo amor y delicadeza, porque es el tesoro que con más aprecio guarda la Madre de Dios. Su Virginidad preparó el sagrado tabernáculo de sus entrañas para alojar al mismo Dios, su Señor y su Hijo. ¡Qué unión y relación entre Madre e Hijo durante esos nueve meses!, como nunca se ha visto ni se verá nada igual, ni se podrá imaginar, ni escribir, ni hablar, ni pensar.

Era necesario que la Madre de Dios estuviera adornada de una pureza única y singular. Ella quedó preservada del pecado original y, por tanto, de sus consecuencias. María “jamás estuvo infectada de la venenosa baba de la serpiente”. Siempre pura, nunca incurrió en el más leve pecado. Conservó siempre inmaculados sus afectos, y fue inmune a todo pecado original, mortal y venial, por lo que mereció que el divino Esposo la llamase hermosa y sin mancha: Eres del todo hermosa, amada mía, no hay mancha en ti (Cant. 4, 7).

María poseyó esta única  Virginidad, inmune a todo pecado, destinada a compartir con el Padre Eterno el honor  de la paternidad, ser la Madre de su Unigénito y la Esposa predilecta del Espíritu Santo. Siempre estuvo adornada de una purísima inocencia, que hacen de María la criatura más bella y hermosa salida de las manos del Creador.

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MARÍA MEDIANERA UNIVERSAL DE TODAS LAS GRACIAS

7 de noviembre

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Jesucristo vino al mundo por medio de la Santísima Virgen,

y por Ella debe también reinar en el mundo.

(San Luis María Grignion de Monfort)

Los Padres de la Iglesia han enseñado de distintas formas que María Santísima es la Medianera Universal de todas las Gracias y, con ellos, la tradición cristiana desde siempre, la ha reconocido como tal.

Las iglesias orientales de rito bizantino eslavo celebran la fiesta del Pokrov, la Medianera de todas las Gracias, y así resalta en las oraciones del oficio: En este día de la fiesta, la Virgen intercede por nosotros en la Iglesia y con las invencibles armas de los santos, pide a Dios por nosotros. Angeles y Pontífices se postran, exultan los apóstoles y profetas, porque la Madre de Dios pide por nosotros al Dios Eterno.

En Occidente, se instituyó una misa a celebrarse el 31 de mayo, junto a la de María Reina. Al menos España, Bélgica y Holanda tienen fiesta propia. En nuestra patria, hace pocos años, una providencial decisión de nuestros obispos establece esta fiesta el 7 de noviembre para comenzar con ella el Mes de María. Esto, por otra parte, constituye un ruego más un ruego argentino- para apresurar la hora en que esta verdad sea proclamada a la faz de la Tierra como dogma de nuestra Fe.

Una de las oraciones más antiguas, la antífona Sub tulum praesidium, que fuera encontrada en un manuscrito copto del siglo III, recoge esta idea de la Mediación; y en las Catacumbas de Roma, del siglo IV, se representa la Virgen Medianera.

En la Iglesia oriental hay muchos lconos que representan a la Virgen como Medianera, entre ellos se destacan los de la Deisis o súplica y el icono de la Terondisa o Virgen protectora de los monjes, que tiene su origen en una antiquísima tradición según la cual, la Virgen hace ese oficio en el cielo, proveyendo a los monjes de lo necesario para la vida.

Otra clase de iconos es el de la Fuente vivificadora, en que se representa a la Virgen sosteniendo al niño de pie al borde de una fuente que rebosa agua, símbolo de las gracias que Dios da por medio de Su Madre.

La Iglesia tiene innumerables testimonios en su culto como en su doctrina, apoyados todos en la Sagrada Escritura, que junto con el sentir de todo el pueblo fiel afirman la verdad de que MARÍA SANTÍMA ES LA MEDIANERA UNIVERSAL DE TODAS LAS GRACIAS.

Tomado de:

http://misa_tridentina.t35.com

SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

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La preeminencia de María trae su origen

de la augusta calidad de Madre de Dios

Comprended, si podéis, qué es ser Madre de Dios, y concebiréis la preeminencia de María sobre todas las demás criaturas.

Ser Madre de Dios, dice un padre de la Iglesia, es un prodigio tan asombroso, que Dios, aunque infinitamente grande y poderoso, no ha hecho nunca otro más grande ni más noble.Así que no tengamos reparo de decir, con la debida proporción, lo que el Doctor de las gentes decía del hijo de Dios: que el Señor, escogiéndola, le dio un Nombre sobre todo nombre, para que los tronos del Cielo, los imperios de la tierra y las potestades del infierno doblasen ante Ella la rodilla.

¿Y cuál es este Nombre? El de Madre de Dios.

Al lado de este título augusto, ninguna importancia tienen las estirpes esclarecidas y los privilegios más distinguidos, que no son sino vanidad y nada.

Decir de María que es Madre de Dios, es decir que es en la tierra la Madre de aquel cuyo único Padre es Dios en el Cielo: es decir que engendra en el tiempo a aquel que es engendrado desde toda la eternidad; es decir que es la que da al mundo el que debía ser el Salvador del mundo; en fin, que llevó en sus purísimas entrañas al que sostiene con sus dedos todo el universo. Sigue leyendo

MATERNIDAD DE MARÍA SANTÍSIMA

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De la cualidad de Madre de Dios que la Iglesia ha consagrado

a María Santísima a pesar de los esfuerzos de los herejes

La Virgen posee, verdadera e incontestablemente, el glorioso título de Madre de Dios: querer disputárselo es querer disputar la Divinidad a Jesucristo.

Jesucristo, Nuestro Salvador, ha nacido de María: De qua natus est Jesus, qui vocatur Christus. (Matth. cap. I.) El Ángel le había dicho: Concebirás y darás a luz un Hijo, y le pondrás el nombre de Jesús, que quiere decir Salvador, porque redimirá a su pueblo del pecado.Pues bien, siendo el Verbo Eterno verdadero Dios, consubstancial a su Padre, y habiendo encarnado en el seno de la Virgen, uniéndose hipostáticamente la naturaleza divina a la naturaleza humana, esta Virgen es verdaderamente Madre de Dios, pues su Hijo es, al mismo tiempo, Dios y Hombre.

Este título glorioso de Madre de Dios, que María posee, es el que anima el celo de los fieles, y el que los mueve a darle un culto ostentoso: el que excita su confianza, su piedad y su amor. Sigue leyendo

Sermón Fontgombault : Rodee al Sínodo con las cuentas del Rosario

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9 octubre, 2015

Sermón Fontgombault – Festividad del Rosario: “Rodeen al Sínodo con las cuentas del Rosario”.

“No podemos renunciar a la verdad del Evangelio sobre la familia”

EL SANTÍSIMO ROSARIO DE LA BENDITA VIRGEN MARÍA

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Sermón del Reverendo Dom Jean Pateau

Abad de Nuestra Señora de Fontgombault

(Fontgombault, 7 de octubre de 2015)

Queridos hermanos y hermanas:

Mis amadísimos hijos:

La festividad del Santísimo Rosario adquiere una importancia especial este año. El domingo pasado, en Roma, se inauguró la XIV Asamblea General Ordinaria del Sínodo de Obispos; está dedicada a la familia y versa sobre el tema: “La vocación y misión de la familia en la Iglesia y el mundo contemporáneo”.

María nos invita a rodear esta Asamblea con las cuentas de nuestros rosarios diarios, para que la voluntad de Dios sobre la familia sea buscada por todos, discernida y ofrecida con misericordia al mundo de hoy.  El mundo espera de la Iglesia la Buena Nueva del Evangelio.  No debemos renunciar a la completa verdad sobre la familia que los papas Pablo VI y san Juan Pablo II enseñaron de una forma muy clara, perderíamos entonces el entusiasmo por la misión, tendríamos que renunciar nosotros mismos a ser vencidos por el espíritu del mundo, que –aunque pretende conquistar– no tiene sin embargo nada nuevo que ofrecer.

Mientras se pueden escuchar voces que disienten entre los Padres del Sínodo, la inminente canonización de los esposos Martín es un signo de esperanza.  Que el Espíritu Santo ilumine la mente de los verdaderos defensores de la familia.  Las jóvenes Iglesias de África y Asia viven el fervor de la evangelización.

Aprendamos de ellos a recuperar nuestro fervor prístino.

Pidamos la gracia de la humildad ante la verdad que viene de Dios para los Padres del Sínodo. Sigue leyendo

Rosa Mística, Virgen del Rosario

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7 octubre, 2015

El nombre de Rosario, define un conjunto de oraciones dedicadas a la Virgen y pronunciadas a manera de guirnalda de rosas en su honor.

Desde antiguo, María ha sido la Rosa mística. «Rosa entre espinas», la llamó Edulio Caelio en el siglo V. Cuatro siglos después, el monje Teófanes Graptos usa el mismo símil refiriéndose a la pureza de María y a la fragancia de su gracia. La Iglesia de Oriente la invoca como «Rosa mística de la cual salió Cristo como milagroso perfume» (Himno Akathistos). San Bernardo dice que la misma Virgen fue una rosa de nieve y de sangre.

1- Desde la Edad Media, el Rosario consta de tres series de Misterios (Gozosos, Dolorosos y Gloriosos): las “tres partes” del Rosario. Las 150 avemarías (50 en cada una de estas partes) evocaban los 150 Salmos que componen el Libro del Antiguo Testamento, por lo que se llamaba al Rosario: el Salterio de María.

Su origen puede verse en la recitación continuada de 150 avemarías por parte de los monjes legos, mientras que el resto de los monjes que sabían podían hacerlo, rezaban las horas canónicas del Oficio Divino en el Coro. Para estos inicios nos remontamos al siglo XII en el seno de las grandes órdenes monásticas como benedictinos, cistercienses y cartujos. Con la aparición de los mendicantes, a comienzos del siglo XIII el fundador de la Orden de Predicadores (los dominicos), el español Santo Domingo de Guzmán, asumió para la espiritualidad y la predicación de sus frailes la costumbre de recitar avemarías, añadiendo un aspecto que llegaría a ser esencial al Rosario: la meditación de los misterios de la redención: vida de Cristo y de María. Sigue leyendo

El Verdadero Tercer Secreto de Fátima

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Por Alberto Villasana

El título de este artículo puede causar asombro, ya que la mayoría conoce y da por auténtica la versión oficial, publicada por el Cardenal Angelo Sodano en junio del año 2000, en la que supuestamente se dio a conocer la revelación hecha por la Santísima Virgen María a los tres pastorcitos de Fátima, Portugal, en 1917. También se acepta que la «Hermana Lucía» validó ese texto al año siguiente y falleció en 2005.

Sin embargo, existen suficientes pruebas de que la verdadera Hermana Lucía murió realmente el 31 de Mayo de 1949, fiesta de María Reina, y de que la fallecida en 2005 fue en realidad una impostora. También hay certeza de que existe una parte del Tercer Secreto que aún no se ha querido publicar oficialmente, si bien se ha dado a conocer ya de forma extraoficial y ofrecemos aquí una reflexión respecto a ella.

Lucía Dos Santos ingresó al Carmelo de Santa Teresa de Coimbra en 1948, treinta y un años después de las apariciones de la Santísima Virgen en Fátima, teniendo 41 años de edad. Anteriormente, había sido religiosa de las Hermanas Doroteas, en Pontevedra, España, en donde ingresó en 1925, a los 15 años de edad, y profesó en octubre de 1928.

Desde que estuvo con las Hermanas Doroteas tenía una salud muy precaria, motivo por el que, en 1944, Mons. Da Silva le ordenó escribir el Tercer Secreto de Fátima, temiendo que con su muerte se perdieran las revelaciones de Nuestra Señora.

Después de ingresar al Carmelo de Porto, en Portugal, la salud de la Hermana Lucía continuó agravándose, y murió el 31 de mayo de 1949, al año y dos meses de haber ingresado.

Cuando, 65 años después, murió la impostora «Lucía», el 13 de febrero de 2005, en el listado oficial de monjas fallecidas de los Carmelitas Descalzos pusieron a la Hermana «Lucía Dos Santos» en la casilla 265. Pero, por más de un año, apareció allí la fecha real de su fallecimiento, 31 de mayo de 1949, sin que nadie se diera cuenta. Hoy día aparece ya corregido (ver «Moniales Defunctae» de la Orden: (http://www.ocd.pcn.net/defunti/n_def9.htm).

Con todo, nótese que aún hoy aparece como fecha de su profesión el 3 de octubre de 1928, lo cual simplemente no pudo haber ocurrido, ya que Lucía entró a la Orden Carmelita hasta 1948.

¿Porqué el obituario no reproduce el 31 de mayo de 1949 como la fecha de su profesión, como por mucho tiempo se manejó en las biografías oficiales? Por varias razones: la primera, porque la Regla carmelita establece que la profesión se hace hasta después de dos años de noviciado, mismos que Lucía no había cumplido y, la segunda, porque ese fue el día en que ella murió.

El error, que por más de un año se mantuvo en el sitio de la Orden, llevó a que un lector preguntara ese extraño dato a los editores de Tradition in Action: (Ver tercera conversación titulada «Death Notice in Carmel Archives«:

http://www.traditioninaction.org/Questions/E016_SrLucyRepercussions.htm

Traducción al español:

Pregunta:

  «No estoy a favor de las teorías de conspiración, pero a las bizarras fotos de la Hna. Lucía a las que se refiere Ms. Hovart añádase otro asunto bizarro: al mirar al sitio web de los Hermanos Carmelitas y ver los obituarios de monjas de 2005, dice que Sor Lucía murió el 31 de mayo de 1949. Esta lista ha estado allí por al menos un año sin que nadie la corrija, quizá ustedes me puedan explicar el porqué. Nuevamente: no creo en las teorías de la conspiración, pero las fotos son raras y esta fecha de fallecimiento me parece muy extraña. Solo quería hacer notar eso».

Respuesta de los Editores:

  «El cuadro 265 enlista correctamente la fecha de nacimiento y de profesión: nació el 22 de marzo de 1907 en Fátima, e hizo sus primeros votos como Hermana Dorotea el 3 de octubre de 1928. Pero es difícil entender por qué el sitio oficial de documentos puso como la fecha de su fallecimiento el 31 de mayo de 1949. Tal vez porque ella realmente murió en aquella fecha, y otra persona, que falleció en 2005, haya tomado su lugar».

  Tan es cierta esa posterior corrección, que en el documento digitalizado aparece aún, en las fuentes originales, la fecha del 31 de mayo de 1949, como se puede observar en la parte baja derecha:

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MARÍA SANTÍSIMA, AUXILIO DE LOS CRISTIANOS

María Auxilio de los Cristianos

María Auxilio de los Cristianos

 

Cuando San Juan se llegó a Éfeso, y desde allí regía la Iglesia de Asia, fundada por él, María Santísima, en memoria del testamento de Cristo siguió al discípulo predilecto, al hijo predilecto.

De todas partes la gente venía a María. Los paganos, atraídos por la fama de su sabiduría y virtudes y no hay duda de que muchos de éstos, o por la eficacia persuasiva de sus palabras, o sólo por aquélla luz divina que iluminaba toda su persona, se convirtiesen a la fe de Cristo. Los creyentes, para venerar a la Madre del Salvador, al ver, a María se hacían la ilusión de ver a Jesús; en las facciones de la Madre resplandecía la belleza del Hijo. Muchas jóvenes partieron de la casa de María con el propósito de consagrar a Dios su virginidad; los vacilantes se confirmaron en la fe; los débiles cobraron ánimo, prontos a medirse con los perseguidores y sufrir el martirio; los perezosos se animaron a una santa actividad; los tibios se sintieron enfervorizados; todos se separaron de Ella mejorados. Porque -aseguran los santos Padres- bastaba fijar los ojos en el rostro de María para sentir en el corazón deseos del bien, propósitos de virtud, llama de caridad.

María Santísima recibe entre sus brazos a esta Iglesia recién nacida, la alimenta, la calienta con su afecto, la defiende de sus enemigos y la lleva a aquélla plenitud de vida, a aquel desarrollo de fuerzas que la harán la Reina de los pueblos. Así actúa la Auxiliadora en el plan de Dios.

HISTORIA DE LA DEVOCIÓN A MARÍA AUXILIADORA EN LA IGLESIA ANTIGUA

Los cristianos de la Iglesia de la antigüedad en Grecia, Egipto, Antioquía, Efeso, Alejandría y Atenas acostumbraban llamar a la Santísima Virgen con el nombre de Auxiliadora, que en su idioma, el griego, se dice con la palabra «Boetéia», que significa «La que trae auxilios venidos del cielo». Ya San Juan Crisóstomo, arzobispo de Constantinopla nacido en 345, la llama «Auxilio potentísimo» de los seguidores de Cristo. Los dos títulos que más se leen en los antiguos monumentos de Oriente (Grecia, Turquía, Egipto) son: Madre de Dios y Auxiliadora. (Teotocos y Boetéia). En el año 476 el gran orador Proclo decía: «La Madre de Dios es nuestra Auxiliadora porque nos trae auxilios de lo alto». San Sabas de Cesarea en el año 532 llama a la Virgen «Auxiliadora de los que sufren» y narra el hecho de un enfermo gravísimo que llevado junto a una imagen de Nuestra Señora recuperó la salud y que aquélla imagen de la «Auxiliadora de los enfermos» se volvió sumamente popular entre la gente de su siglo. El gran poeta griego Romano Melone, año 518, llama a María «Auxiliadora de los que rezan, exterminio de los malos espíritus y ayuda de los que somos débiles» e insiste en que recemos para que Ella sea también «Auxiliadora de los que gobiernan» y así cumplamos lo que dijo Cristo: «Dad al gobernante lo que es del gobernante» y lo que dijo Jeremías: «Orad por la nación donde estáis viviendo, porque su bien será vuestro bien». En las iglesias de las naciones de Asia Menor la fiesta de María Auxiliadora se celebra el 1º de octubre, desde antes del año mil (En Europa y América se celebre el 24 de mayo). San Sofronio, Arzobispo de Jerusalén dijo en el año 560: «María es Auxiliadora de los que están en la tierra y la alegría de los que ya están en el cielo». San Juan Damasceno, famoso predicador, año 749, es el primero en propagar esta jaculatoria: «María Auxiliadora rogad por nosotros». Y repite: «La Virgen es auxiliadora para conseguir la salvación. Auxiliadora para evitar los peligros, Auxiliadora en la hora de la muerte». San Germán, Arzobispo de Constantinopla, año 733, dijo en un sermón: «Oh María, Tú eres Poderosa Auxiliadora de los pobres, valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora de los ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora de los gobernantes para que nos consigan el bienestar, Auxiliadora del pueblo humilde que necesita de tu ayuda».

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EL APÓSTOL DEL REINO DE CRISTO (POR VENIR)

San Luis María Grignion de Montfort

En el punto culminante de la revelación sobre los últimos tiempos, Dios manifiesta la misión encomendada a la Santísima Virgen María (Apocalipsis: 11:15-19; 12: 1-2 y 10):

«Tocó el séptimo Ángel. Entonces sonaron en el cielo fuertes voces que decían: “Ha llegado el reinado sobre el mundo de nuestro Señor y de su Cristo; y reinará por los siglos de los siglos”. Y los veinticuatro Ancianos que estaban sentados en sus tronos delante de Dios, se postraron rostro en tierra y adoraron a Dios diciendo: “Te damos gracias, Señor Dios Todopoderoso, Aquel que es y que era porque has asumido tu inmenso poder para establecer tu reinado. Las naciones se habían encolerizado; pero ha llegado tu cólera y el tiempo de que los muertos sean juzgados, el tiempo de dar la recompensa a tus siervos los profetas, a los santos y a los que temen tu nombre, pequeños y grandes, y de destruir a los que destruyen la tierra”. Y se abrió el Santuario de Dios en el cielo, y apareció el Arca de su Alianza en el Santuario, y se produjeron relámpagos, y fragor, y truenos, y temblor de tierra y fuerte granizada.

Y una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz (…) Oí entonces una fuerte voz que decía en el cielo: “Ahora ya ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo…”».

A lo largo de toda la historia de la Iglesia hubo quienes se ocuparon de recordar y destacar que María Santísima es “el Gran Signo de Dios sobre la tierra”

Entre aquellos que han enseñado y predicado la misión providencial de la Madre de Dios se destaca San Luís Maria Grignion de Montfort.

Este enamorado de María nació en 1673 y murió en 1716; fue un valiente defensor de la fe católica, un predicador elocuente de la Cruz y del Rosario, un devoto esclavo de Jesús en María y un propagador infatigable de la esclavitud mariana.

En su admirable Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, el santo misionero anuncia, con acentos de profeta, que pronto el Reino de Jesús por María se establecerá en las almas.

Tomado de:

http://radiocristiandad.wordpress.com/

LOS DOLORES DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

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(Viernes de Pasión)

La Iglesia dedica dos fiestas durante el año a honrar los Dolores de la Santísima Virgen. La primera es la del viernes de la Semana de Pasión. Antiguamente se la llamaba con toda propiedad la fiesta de laCompasión de María. Antes de entrar de lleno en la meditación de los tormentos de Cristo, la liturgia de este día nos invita a considerar la compasión de María al pie de la cruz, de su Hijo. «Veremos la transfixión de la gloriosa María al pie de la cruz, para que podamos recoger el dulce fruto de la Pasión de su Hijo«, dice D. Gueranger.

   Litúrgicamente ambas fiestas son relativamente recientes, aunque ésta es la más antigua, y si bien tienen partes comunes, el caracter de cada una está bien determinado en el oficio. Esta considera los sufrimientos de María al pie de la Cruz, y aquélla sus siete dolores, devoción propagada por los servitas, en el siglo XIII.

Tomado de:

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