
Rodeado de jóvenes procedentes de todos los rincones de la Tierra, Benedicto XVI plantó un olivo después de atravesar la Puerta de Alcalá en el marco de inauguración de la Jornada Mundial de la Juventud Madrid 2011.
El olivo representativo, una vez más, de esperanza, de paz y reconciliación.
El Mayor y Mejor guardado Secreto de la Iglesia Postconciliar
(Segunda Parte)
1. Pensamiento de J. Ratzinger–Benedicto XVI
Por más que pese a sus entusiastas, cuyo conocimiento de la realidad de los hechos suele ser más bien escaso, el Pontificado de Benedicto XVI agravó la crisis que sufría la Iglesia, que ya había comenzado desde el Concilio y que luego alcanzó su culminación con el del Papa Francisco.[1] El común de los fieles suele leer muy poco y no anda muy avezado en la búsqueda de la verdad, por lo que desconoce el pensamiento de los que realmente hicieron el Concilio (y de todo el conjunto de sus padres en la fe, los filósofos idealistas alemanes). Tampoco es muy profundo su conocimiento acerca de la influencia que el pensamiento filosófico ejerce en la vida de la sociedad (en realidad es lo que la determina), por lo que no tiene constancia del papel decisivo que el pensamiento idealista–inmanentista de J. Ratzinger ha desempeñado como concausante de los presentes problemas que sufre la Iglesia. Nadie es más atrevido que quien ignora, y el Sistema lo sabe bien, como buen experto que es en el arte de manejar la mentira y de conducir a las masas.
Lo que no impide que existan bastantes puntos que anotar en favor de Benedicto XVI. Fue él quien liberó la Misa Tradicional, después de cuarenta años de haber permanecido ilícitamente prohibida (Pablo VI declaró falsamente que había sido abrogada). Levantó las dudosas excomuniones que habían sido lanzadas contra los cuatro Obispos de la Sociedad de San Pío X. Y ordenó hacer las pertinentes correcciones de los errores contenidos en las traducciones vernáculas de la Misa del Novus Ordo.[2] Después de su renuncia hizo algunas declaraciones en contra del intento de administrar la Sagrada Comunión a los divorciados y vueltos a casar (adúlteros). Son muchos los que ponderan sus esfuerzos por poner a tono el Concilio y presentarlo como en continuidad con la Tradición, tarea para la cual elaboró su teoría de la hermenéutica de la continuidadque luego rectificó y completó con la de la continuidad en la reforma.
Si bien, desgraciadamente, este último punto está en flagrante contradicción con todos sus escritos anteriores (nunca rectificados) y con la continuidad de sus actuaciones. Una cuestión muy discutida acerca de la cual hablaremos después. Algo parecido habría que decir acerca de algunos intentos suyos en los que parecía rectificar ciertos puntos fundamentales de su doctrina referentes a la Redención y la Pasión de Jesucristo. Tampoco parece nada claro que su pensamiento haya cambiado acerca de esta cuestión a la que ahora mismo vamos a dedicar alguna consideración.
Según Bernard T. de Mallerais, la ofrenda de las penas de cada día, recomendada por él en su Spe Salvi (n. 47), es vista por el autor más como una compasión que como una expiación propiamente dicha, la cual incluso estaría marcada por un aspecto malsano:
La idea de poder ofrecer los pequeños sufrimientos diarios atribuyéndoles un sentido, fue una forma de devoción que, si bien hoy día ya se practica menos, ha estado vigente hasta hace no demasiado tiempo. En esta devoción existían cosas exageradas y quizá hasta incluso perjudiciales; aunque vale la pena preguntarse si algo de esencial que pudiera servir de ayuda no podría estar contenido en ellas de alguna manera. ¿Qué quiere decir «ofrecer»? Estas personas estaban convencidas de poder insertar en la gran compasión de Cristo sus pequeños dolores, los cuales entraban así a formar parte del tesoro de compasión del que el género humano tiene necesidad… y de contribuir a la economía del bien y del amor entre los hombres. Quizá podríamos preguntarnos si tal cosa no podría convertirse en una perspectiva razonable también para nosotros.[3]
Pobre justificación —si es que se trata de una justificación— al auténtico pensamiento de Ratzinger sobre el Sacrificio Expiatorio de Cristo. Según el futuro Benedicto XVI (que no consta que se haya retractado de sus escritos), a partir de San Anselmo (1033–1119) la piedad cristiana ha visto en la cruz un sacrificio expiatorio. Pero se trata de una piedad dolorista. Por otra parte —sigue diciendo Ratzinger— el Nuevo Testamento no dice que el hombre se reconcilia con Dios, sino que es Dios quien se reconcilia con el hombre (2 Cor 5:18; Col 1:22) ofreciéndole su amor. Que Dios exija de su Hijo un sacrificio humano es una crueldad que no está conforme con el mensaje de amor del Nuevo Testamento.[4]
Por si quedaba alguna duda, añadamos otro texto del pensamiento de Ratzinger:
Ciertos textos de religión parecen sugerir que la fe cristiana en la cruz representa a un Dios cuya justicia inexorable ha reclamado un sacrificio humano, cual es el de su propio hijo. Ante lo que no cabe sino apartarse con horror de una justicia cuya sombría cólera resta toda credibilidad al mensaje del amor.[5]
Pero esto no es sino un botón de muestra. Habría que hacer un recuento de la obra ratzingeriana a través de toda su re–interpretación (disolución) de las partes fundamentales de la teología católica. Gracias a cuya labor, ayudada a su vez por la de colaboradores próximos como Karl Rahner y Henry De Lubac, la Doctrina Católica ha sido absorbida y fagocitada por la teología progresista modernista, que es la que está sirviendo de fundamento a la Nueva Iglesia.
J. Ratzinger es un pensador que depende por completo de los filósofos idealistas alemanes. Estudioso y entusiasta, desde sus años de Seminario del agnosticismo de Kant (considerado el padre del modernismo), sufrió luego la influencia del idealismo de Husserl, del existencialismo de Heidegger, y de otros pensadores como Max Scheler (teoría de los valores, personalismo cristiano), Buber, etc. Aunque quizá habría que poner en primer lugar, dentro del terreno de las influencis, al historicismo de Dilthey, que ejerció un influjo capital en su pensamiento.
Por supuesto que llevar a cabo una relación, siquiera resumida, de la totalidad de su obra, supondría un extensísimo estudio que rebasaría con mucho los fines y el objeto de este trabajo. Habremos de limitarnos, por lo tanto, a la exposición de los dos puntos principales en la obra de J.Ratzinger–Benedicto XVI que han sido decisivos en la creación de la Nueva Iglesia: su colaboración e influjo en los Documentos del Concilio Vaticano II y sus tesishistoricistas. Estas últimas determinantes, a su vez, de sus doctrinas sobre laevolución de los dogmas y su re-interpretación de las dos Fuentes de la Revelación, a saber: la relectura de la Biblia (dependiente de la circunstancia histórica y del sentimiento del hombre que interpreta), y la Tradición Viviente (que ya no es una Tradición fija y ultimada, sino evolutiva y que se desarrolla según el momento histórico y los sentimientos del hombre actual). Acerca de lo cual podemos adelantar que el resultado no ha sido otro sino el de la desaparición de las dos Fuentes de la Revelación del horizonte de la Teología y de la Pastoral de la Iglesia.
No vamos a hablar aquí de su decisiva participación en la elaboración de los Documentos conciliares, hecho bien conocido por todos los historiadores y confesado repetidas veces por el mismo Ratzinger. Ni de los resultados y consecuencias del Concilio como un todo, que es un problema que se ha convertido en una de las cuestiones más debatidas de la era postconciliar: catástrofe para la Iglesia, según los tradicionalistas, y primavera eclesial para progresistas y neocatólicos. Un debate que no deja de ser un misterio por su falta de sentido, en cuanto que los hechos están ahí, duros como el sepulcro (Ca 8:6) y claros como la luz del sol. El mismo Ratzinger–Benedicto XVI ha reconocido varias veces la catástrofe postconciliar, si bien él la ha achacado siempre a una mala interpretación del Concilio, dando origen así a su teoría de lahermenéutica de la continuidad, hoy prácticamente abandonada.[6]
En un artículo escrito ante la apertura de la Cuarta Sesión del Concilio, con respecto a la redacción del Esquema XIII, que luego se convertiría en laGaudium et Spes, decía Ratzinger:
Las formulaciones de la ética cristiana, por lo que atañe al hombre real que vive en su tiempo, están revestidas necesariamente del espíritu de su tiempo. El problema general, que consiste en que la verdad no se puede formular sino históricamente, se plantea en ética con una acuidad particular. ¿Dónde se acaba el condicionante temporal y dónde comienza lo permanente, a fin de poder separar como se debe lo primero para dejar su espacio vital a lo segundo? He ahí una cuestión que no se puede dar por resuelta «a priori» sin equívocos: ninguna época puede decidir lo que es permanente si no es desde su propio punto de vista.[7]
En cuanto a su teoría sobre la Tradición Viviente, se concreta de una forma expresa en sus doctrinas sobre el Magisterio. En las que asegura que el Magisterio de siempre debe ser interpretado desde el Magisterio posterior o más reciente; cuando en realidad quiere decir dejado sin efecto, como de hecho lo afirma expresamente en varias ocasiones, dejando así en entredicho su famosa doctrina de la continuidad. Para Ratzinger, la Constitución Gaudium et Spes, es también un auténtico Anti–Syllabus. Y en cuanto a los errores condenados por Pío IX, que en realidad responden según él a circunstancias históricas del tiempo de ese Pontífice, han dejado de tener validez. Lo mismo podría decirse de las definiciones dogmáticas de Trento sobre la Eucaristía y la Misa, habida cuenta de que los conceptos tomistas en los que se fundan (como las categorías de sustancia y de accidente en los que se basan) ya no son reconocidos por la filosofía y el pensamiento modernos. La Filosofía–Teología de Santo Tomás responde adecuadamente a su época, aunque indudablemente ya no puede decirse lo mismo con respecto a la actual. Etc., etc.[8] Como cualquiera puede ver, según estas doctrinas, cualquier doctrina del tiempo pasado se puede invalidar desde el punto de vista del tiempo presente. Y dado que este razonamiento se puede repetir en cadena e indefinidamente, llegamos a concluir que solamente podemos sostener que jamás podremos estar seguros de nada.
Ya hemos dicho más arriba, puesto que aquí no se puede pretender resumir toda la obra de Ratzinger, que sólo íbamos a intentar exponer algunas de las ideas más fundamentales de su pensamiento, o las meramente necesarias para entender la interpretación del lema de la profecía de San Malaquías De la Gloria del Olivo. Son aquéllas que más han contribuido a una situación de la Iglesia de la que él, efectivamente, no ha sido el causante de su comienzo. Pero que han conseguido llevar la Barca de Pedro hasta un momento que puede ser considerado como el preludio del punto culminante alcanzado durante el reinado del Papa Francisco.[9]
Solamente nos resta decir algo, como observación importante y a título de mera nota adicional, acerca del inquietante problema de la renuncia de Benedicto XVI.
Mucho se ha escrito, y mucho se seguirá escribiendo, sobre este importante tema, tan envuelto en el misterio y del que únicamente se sabe con certeza que fue una renuncia voluntaria motivada solamente por motivos personales, según afirmaciones expresas y escritas del mismo Pontífice.
Las cuales no han conseguido, sin embargo, eliminar la incertidumbre sobre una renuncia que está siendo lamentada todavía por muchos. Y de la que es necesario admitir que las circunstancias que la rodean no han contribuido precisamente a disipar las dudas de casi nadie.
¿Fue voluntaria y libre tal renuncia…? En realidad todo parece indicar que sí. Lo cual, aun admitido prácticamente por casi todos, no impide desvanecer un resto de atmósfera que envuelve el caso en un cierto misterio. Y como es lógico, puestos a opinar, sólo queda el camino de la formulación de hipótesis y la posibilidad de que cada cual elija la más razonable según su parecer.
En cuanto a la mía propia, acerca de la cual carezco de prueba alguna como ya puede suponerse, gira alrededor de que la renuncia le fue impuesta a Benedicto XVI.
Aunque también es necesario añadir que estoy convencido de fue aceptadapor él voluntariamente, como parece desprenderse con claridad de sus palabras y de su conducta posterior. Lo cual elimina toda posibilidad de hablar de una renuncia nula, dado que su consentimiento la hace absolutamente válida.
Cabe preguntar, sin embargo, en el caso de que tal hipótesis fuera acertada, acerca de quién impuso al Papa tal renuncia hasta el punto de hacer que la aceptara…
Con lo cual sólo aumentaremos el número de cuestiones que llenan el arcón de las que seguramente quedarán para siempre sin resolver. Sin embargo, si alguien fuera capaz de responder a ésta pregunta, es probable que hubiera llegado a saber quién está contribuyendo hoy realmente a conducir el rumbo de la Nave de San Pedro.
Aunque podemos estar bien seguros de que la pregunta va a quedar sin respuesta, quizá durante mucho tiempo. Y además, como el mayor y mejor guardado secreto de la Iglesia postconciliar.
(Continuará)
[1] Hablar de crisis dentro de la Iglesia no deja de ser un eufemismo. Lo que ha ocurrido en realidad es la sustitución de la Iglesia de siempre por otra Iglesia Nueva.
[2] La más importante de todas fue la del obligado cambio del pro omnibus (que contradecía abiertamente a los textos revelados) por el pro multis. Aunque la mayoría de los Obispos hicieron caso omiso del mandato. La Conferencia Episcopal Española, después de tan gran número de años, sigue sin corregir el grave defecto de las palabras de la consagración.
[3] Spe Salvi, n. 40, citado por Bernard T. de Mallerais, en La Foi Au Péril de la Raison, pag. 96, en La Sel de la Terre, n. 69, de quien voy a tomar algunos de los textos de Ratzinger traídos por él a colación de sus obras pasadas al francés (las traducciones al español son mías).
[4] J. Ratzinger, La Foi chrétienne hier et aujourd´hui, pags. 197–199. Sólo amor y nada más que amor. Nada de expiación ni muerte por el pecado (el cual prácticamente no se nombra nunca). Es postura general del Modernismo la de negar la Muerte expiatoria de Cristo a causa del pecado. No admite la idea de un Dios Padre al que considera exigiendo la muerte de su propio Hijo, como si fuera un Moloch sediento de sangre. Por eso insiste Ratzinger en que Cristo nos redime exclusivamente con su amor, expresado en el abandono de la Cruz. Con respecto al Camino Neocatecumenal, que sostiene esta misma doctrina y la practica en su propio culto, cabe decir que nada tiene de extraño que fuera el mismo Benedicto XVI quien aprobara ampliamente y bendijera sus Constituciones.
[5] J. Ratzinger, La Foi chrétienne hier et aujourd´hui, pag. 197.
[6] Hasta finales del siglo pasado, la Nomenklatura vaticana, a través de la teología y pastoral progresistas, difundió con ahínco el eslogan post hoc, non propter hoc, con la pretensión de hacer creer que la desolación de la Iglesia había ocurrido después del Concilio, pero no a causa del Concilio. El eslogan no tardó en ser abandonado, una vez que se descubrió su condición de intento de tomadura de pelo y de insulto a la inteligencia de los fieles.
[7] J. Ratzinger, Der Christ und die Welt von heute, en J.B. Metz, Weltverständnis im Glauben, Matthias Grünewald Verlag, Mainz, 1965, pag. 145. Citado por Bernard T. Mallerais, La Foi Au Péril De La Raison, en Le Sel De La Terre, n. 69, pag. 21. (La traducción del francés es mía). Como dice Mallerais, lo que dice Ratzinger sobre la ética es su misma doctrina sobre el dogma.
[8] Pretender que doctrinas como la conciliar sobre la libertad religiosa, como hace en su seguimiento toda la teología progresista actual, se encuentran en continuidad con todo el Magisterio preconciliar, solamente podrá ser admitido por quienes no sepan leer o no conozcan nada de la Historia de la Iglesia de los dos últimos siglos.
[9] No vamos a tratar aquí el problema de su actuación como Papa Emérito. J.Ratzinger–Benedicto XVI es un eminente teólogo que sabe que la Doctrina Católica sobre el Gobierno Monárquico de la Iglesia, confiado a Pedro y a sus sucesores en la persona de Un solo Pastor, Vicario de Cristo y sucesor del primero de los Papas, es una Doctrina de Fe. No existe, por lo tanto, la institución de Papa Emérito, puesto que una vez fallecido el Papa su persona como Papa pasa a ser una figura histórica. En cuanto al caso de renuncia, si bien sigue subsistiendo la persona física de quien ostenta el Pontificado, su papel como Papa ha desaparecido por completo. Al contrario de lo que sucede con un Obispo que ha cesado en su jurisdicción, que no obstante sigue siendo Obispo y puede ser llamado legítimamente Obispo Emérito. Dado que Benedicto XVI es conocedor de que la convivencia de dos Papas contribuye a confundir a los fieles, así como a promover la idea de un gobierno colegial en la Iglesia (las doctrinas que abogan por tal forma de gobierno, como las conciliaristas, han sido condenadas desde los primeros Concilios hasta el Concilio Vaticano I), resulta bastante difícil explicar de forma convincente su comportamiento.
ESCRITO POR EL REVERENDO PADRE ALFONSO GÁLVEZ MORILLAS.
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