En septiembre nos dejaba el P. Gabriele Amorth, exorcista de la diócesis de Roma. Providencialmente contacté con uno de sus discípulos, el P. Ricardo Ruiz Vallejo, exorcista mejicano, formado a su vera y que fue libando a través de los años su sabiduría y experiencia. Un testimonio riquísimo que comparte con nosotros para gloria de Dios y la salvación de las almas. Es importante estar bien formado, según enseña la Tradición de la Iglesia, y tener las ideas claras en un tema que se presta tanto al sensacionalismo, a la confusión y al error.
¿Cómo nació su vocación como exorcista?
Desde 1994 viajaba periódicamente a Valencia para visitar familias y grupos de oración. Surgió un caso de posesión e invité al exorcista de París, el P. René Chenesseaux, Fundador de la Asociación Internacional de Exorcistas, a ocuparse del mismo. Yo hacía sólo de intérprete traductor para los exorcismos y tenía contactos con el Arzobispo de Valencia, Mons. Agustín García-Gasco. El P. René, ya mayor, se sintió cansado de venir desde París y me propuso que debería ocuparme en adelante de los casos que surgiesen. Mons. Agustín García-Gasco, de acuerdo con mis superiores, decidió enviarme a Roma cada 3 o 6 meses, para recibir formación teórica y práctica con el exorcista de la ciudad eterna, el P. Gabriel Amorth.
¿Cuál es la principal función de un exorcista?
El exorcista es ante todo sacerdote, pastor, por lo tanto su principal tarea es llevar las almas a la conversión, a la gracia y mejora de vida. Su acción como exorcista es ayudar a las almas atacadas por el maligno para que no puedan mejorar sus vidas, no se conviertan y no puedan avanzar en vida espiritual. El exorcismo es sólo una oración más que no daña a nadie pero es específica. Su fin no es sólo liberar del demonio sino también aliviar de los ataques y sufrimientos que causa, ya que hay gente que no es liberada pero los exorcismos le ayudan mucho y dan consuelo para seguir el camino del cristiano con su cruz.