Sermón Dominical

Del

DOMINGO DE SEPTUAGÉSIMA

Por el Reverendo padre Alfonso Gálvez Morillas

¡IMPERDIBLE!

HOMILÍA DEL 24 DE ENERO DE 2016

 

(Mt 20: 1-6)

«Los obreros enviados a la viña»

En esta parábola de los enviados a trabajar a la viña, vemos a un padre de familia que sale a diferentes horas del día a contratar jornaleros para trabajar en su viña. Con los primeros queda en pagarles un denario, y a los demás les dice que les pagará lo justo. Cuando acaba el día el administrador comienza a pagarles empezando por los que habían trabajado menos. A éstos les dio un denario. Cuando llegaron los que habían estado trabajando todo el día pensaron que recibirían más, pero recibieron también un denario, pues era lo contratado.

La parábola que leemos en el evangelio de hoy no puede por menos que causarnos algo de extrañeza, pues lo primero que pensamos es si no será injusto este padre de familia al haberle pagado lo mismo a aquellos que habían soportado todo el peso del día y del calor. Sabemos que el dueño había sido justo, pues les paga lo que habían acordado, pero no por ello nos produce algo de insatisfacción en el corazón. ¿No da impresión de actuar con una cierta arbitrariedad? Dios obra siempre de modo sabio, lo que ocurre es que a veces nosotros no entendemos sus designios. El problema no está en Dios sino en nosotros. Como nos dice San Pablo en la Carta a los Romanos: “¡Qué incomprensibles sus juicios e inescrutables sus caminos!”. Aunque no los entendemos, sabemos que Dios está obrando sabiamente, es bueno, nos ama, y los acontecimientos son puestos o consentidos por Dios para nuestro bien. Nuestro entendimiento es pequeño y limitado y por eso con frecuencia nos cuenta entender los caminos de Dios.

Cuando hablamos de que Dios es infinita bondad y misericordia, se nos olvida que en Dios todos esos atributos se identifican en un solo. Dios es misericordioso y justo al mismo tiempo. Separar la misericordia y la justicia en Dios es una blasfemia. Si Dios otorga a unos más que a otros siempre hay una razón. Los que habían soportado el peso del día y del calor habían sido más afortunados, pues habían participado de un modo más especial de la cruz de Cristo, y esto era un don. Pero quizá no lo entendemos porque pensamos como el mundo y no como Dios. Vemos la cruz como un castigo y no como un signo del amor de Dios. El destino del cristiano no es otro que el seguimiento de Cristo, compartiendo su vida y su muerte. No olvidemos lo que Cristo nos dijo: “El que quiera ser mi discípulo… que tome su cruz y me siga”. “El mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden; pero para los que se salvan es la fuerza de Dios…”

El cristianismo es en realidad una cuestión de amor, hasta el punto de que quien no ama no ha entendido el cristianismo ni conoce a Dios. Por eso, estas enseñanzas sólo las entienden los que aman.

Hay también en esta parábola un segundo elemento que es totalmente contrario a la pastoral modernista que hoy día se aconseja desde las altas esferas de la jerarquía. La pastoral modernista al separar la misericordia y la justicia en Dios no se da cuenta que está poniendo a muchas personas de camino hacia el infierno.

Hay también en la parábola un inciso que puede pasar desapercibido. El padre de familia salió a diferentes horas para buscar obreros para que trabajaran en su viña. Si no hay enviados no hay predicación; y si no hay predicación no hay conversión. Hoy día se dice que no hay que evangelizar a los judíos ni a los musulmanes. Eso se opone directamente a las enseñanzas de Cristo. “¿Cómo invocarán a Aquél en quien no creyeron? ¿Y cómo creerán si nadie les evangeliza? ¿Y cómo se les evangelizará si no son enviados?” (Rom 10).

No os extrañéis pues, si Dios carga sobre vuestros hombros tareas que superan vuestras posibilidades. Recordad que Dios eligió a lo débil del mundo para confundir a los fuertes. Entonces es cuando nos llena la fuerza de Cristo.

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Cuentos con moraleja: “Que Dios esté siempre presente en nuestras vidas”

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Junaid tenía un discípulo al que prefería sobre todos los demás, lo que suscitó los celos de los otros discípulos: Junaid -que conocía los corazones- se dio cuenta de ello.

– Os es superior en cortesía y en inteligencia, les dijo. Hagamos una experiencia para que vosotros también lo comprendáis.

Junaid ordenó entonces que le trajeran veinte pájaros, y les dijo a los discípulos:

– Que cada uno coja un pájaro, se lo lleve a un lugar en el que nadie lo vea, lo mate, y me lo traiga luego.

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María, Madre y Maestra del sacerdote

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Y mi espíritu se alegra en Dios, Mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava. Lc. 1.47-48

Queridos  hermanos, María es Madre y Maestra de  forma privilegiada y especial del sacerdote.  La relación del sacerdote con la Madre de Dios debe alcanzar una profundidad y unión tal que el sacerdote no pueda entender su sacerdocio sin la Reina de cielos y tierra. Profundidad que se ha de alcanzar meditando el “misterio  de María”, llegando al abismo que supone encontrarse con la realidad de la toda “llena de Gracia”. Estamos ante el profundo misterio de la “grandeza de la esclava”, misterio de tal condición que el alma siente, a veces, verdadero vértigo al asomarse a esta realidad; en este vértigo el alma del sacerdote se sobrecoge al percibir quién es María; sobrecogimiento, y al mismo tiempo alegría sobrenatural, porque es una alegría distinta a la que tiene lugar en la naturaleza, es un gozo íntimo entre el sacerdote y María, entre el hijo y la Madre.

Unión,   que implica vivir el sacerdocio con María; unión indisoluble, que ha de llegar a la perfección de no hacer nada sin contar con  Ella. La vida sacerdotal ha de ser una tendencia constante hacia María; como un caminar hacia el encuentro con Ella; encuentro que tiene lugar en el Santo Sacrificio, y se prolonga en la vida del sacerdote. No es posible el sacerdocio sin María, como no es posible la santidad del sacerdote sin la Madre de Dios.

María es Madre y Maestra constante del sacerdote. Todo en Ella es enseñanza, instrucción, modelo, ejemplo, ayuda, consuelo, repuesta a las necesidades del sacerdote. Las mismas palabras del Magnificat, en el caso que nos ocupa en este artículo,  son guía para el sacerdote, enseñanza santa y sublime, que bien entendida por aquel, le ayudará a reforzar la alegría sacerdotal, y a profundizar en la gracia del sacerdocio. La respuesta de la Santísima Virgen a su prima Santa Isabel, no son las palabras con las que el común de los mortales suelen contestar mostrando su agradecimiento. Todo lo que la Madre de Dios dijo, en respuesta a su santa prima, fueron palabras dirigidas a Dios; enseñándonos el modo de cómo nos hemos de portar cuando nos alaban, porque lo mejor y más seguro es cambiar la conversación para dirigirla a Dios, de quien proceden los dones  por lo que somos alabados.

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