La madre Angélica entrevista a Sor Joan Noreen

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SR. JOAN NOREEN
Sister Noreen discusses John Paul II’s call that the Eucharist be at the center of life.

Our Lady’s Missionaries of the Eucharist
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Sor. Juana Noreen

La Hermana Noreen discute el llamado de Juan Pablo II de que la Eucaristía esté en el centro de la vida.

Misioneras de Nuestra Señora de la Eucaristía
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Ataque al sacerdocio, ataque a la Eucaristía

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La Eucaristía siempre ha sido el blanco preferido de los ataques de quienes odian a la Iglesia. De hecho, la Eucaristía es una síntesis de la Iglesia. Como observa un teólogo pasionista, «compendia todas las verdades reveladas, y es la única fuente de gracia, un anticipo de la bienaventuranza, un resumen de todos los prodigios de la omnipotencia divina» (Enrico Zoffoli, Eucarestia o nulla, Edizioni Segno, Udine 1994, p. 70).

La Virgen María ya había prevenido de los actuales ataques contra el sacramento de la Eucaristía. En Cova de Iría exhortó a los tres pastorcillos a «rezar a Jesucristo, presente en todos los sagrarios de la Tierra, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que se lo ofende».

Ya antes, en la primavera de 2016, el Ángel se había aparecido a los niños con un cáliz en su mano izquierda, sobre el que estaba suspendida una hostia. Dio de comulgar con ella a Lucía, y con el vino a Jacinta y Francisco, que permanecieron de rodillas mientras el ángel decía: «Comed y bebed el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, terriblemente ultrajado por la ingratitud de los hombres. Reparad sus transgresiones y consolad a vuestro Dios».

El cardenal Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, en su prólogo al hermoso libro del P. Federico Bortoli La distribuzione della Comunione sulla mano. Profili storici, giuridici e pastorali (Edizioni Cantagalli, Siena 2017), afirma que la escena mencionada «nos indica cómo debemos recibir el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo».

Según el cardenal, «los ultrajes de que es objeto Jesús en la santísima Hostia son, ante todo, las horrendas profanaciones de las que algunos ex satanistas convertidos han dado cuenta con espeluznantes descripciones». Pero también lo son «las comuniones sacrílegas no recibidas en gracia de Dios, o recibidas por quienes no profesan la fe católica». Es más: «Lo son todo aquello que pueda impedir el fruto del Sacramento, sobre todo los errores sembrados en la mente de los fieles para que dejen de creer en la Eucaristía».

Pero el más insidioso de los ataques diabólicos consiste «tratar de sofocar la fe en la Eucaristía sembrando errores y promoviendo una manera inapropiada de recibirla. Ciertamente la guerra entre San Miguel y sus ángeles por un lado, y Lucifer en el otro bando, continúa librándose en el corazón de los fieles. El objetivo al que apunta Satanás es el Sacrificio de la Misa y la Presencia Real de Jesucristo en la Hostia consagrada». A su vez, este ataque se realiza por dos vías: en primer lugar, «reduciendo el concepto de la Presencia Real», al invalidar la palabra transustanciación.

El segundo es «la tentativa de apartar del corazón de los fieles el sentido de lo sagrado». Escribe el cardenal Sarah: «Mientras que el término transustanciación nos indica la realidad de la Presencia, el sentido de lo sagrado nos ayuda a entrever su absoluta peculiaridad y santidad. ¡Sería una desgracia tremenda que se perdiese el sentido de lo sagrado precisamente en lo más sagrado! ¿Y cómo se puede perder? Recibiendo un alimento extraordinario como si fuera un alimento ordinario».

Seguidamente, amonesta con estas palabras: «No se atreva ningún sacerdote a imponer su autoridad personal en esta cuestión rechazando o maltratando a quienes desean recibir la Comunión de rodillas y en la lengua. Acudimos como los niños y recibimos humildemente, de rodillas y en la lengua, el Cuerpo de Cristo».

Las observaciones de monseñor Sarah son más que acertadas, pero es preciso contextualizarlas en el proceso de secularización de la liturgia que tiene su origen en el equívoco Novus Ordo Missae de Pablo VI del 3 de abril de 1969, cuyo infausto cincuentenario se cumplirá el año próximo.

Dicha reforma litúrgica, como escribieron los cardenales Ottaviani y Bacci en la presentación de su Breve examen crítico, el Novus Ordo representa «tanto en su conjunto como en sus detalles, una notable desviación de la teología católica de la Misa tal como fue formulada en la sesión XXII del Concilio de Trento». La teología tradicional de la Misa ha sido sustituida por otra que ha eliminado la noción de sacrificio y, en la práctica, ha disminuido la fe en la Eucaristía.

Por otra parte, la apertura de la Comunión a los divorciados fomentada por la exhortación Amoris laetitia, y la intercomunión con los protestantes, auspiciada por numerosos obispos, ¿qué otra cosa son sino ultrajes a la Eucaristía? El sacerdote boloñés Alfredo Morselli ha expuesto magníficamente las raíces teológicas que vinculan Amoris laetitia y la intercomunión con los evangélicos (https://cooperatores-veritatis.org/2018/05/06/in-principio-era-lazione-il-legame-tra-amoris-laetitia-e-lintercomunione-con-gli-evangelici/).

Hay que añadir que el ataque a la Eucaristía se ha convertido actualmente en un ataque contra el Orden Sacerdotal, dada la estrecha vinculación entre ambos sacramentos. La  constitución  invisible de la Iglesia se fundamenta en el Orden, sacramento que permite al bautizado participar del sacerdocio de Cristo. El sacerdocio se ejerce principalmente al ofrecer el sacrificio eucarístico, que exige el prodigio de la transustanciación, dogma central de la fe católica.

Si la presencia de Cristo en el tabernáculo no es real y sustancial, y si la Misa se reduce a una mera conmemoración o símbolo de lo que sucedió en el Calvario, no hay necesidad de sacerdotes que ofrezcan el Sacrificio, y como la jerarquía de la Iglesia se cimenta en el sacerdocio, se debilitan los cimientos de la Iglesia y su Magisterio.

Desde esta perspectiva, admitir a la Eucaristía a los divorciados que se han vuelto a casar y a los protestantes guarda relación con la posibilidad de conferir el sacerdocio a laicos casados y las órdenes menores a mujeres. El ataque a la Eucaristía es un ataque al sacerdocio.

Nada hay más grande, más hermoso, más conmovedor que la misericordia de Dios para con el pecador. Aquel Corazón que tanto amó a los hombres, por la intercesión del Sagrado Corazón de María, al cual está indisolublemente ligado, quiere llevarnos a gozar de la felicidad eterna en el Paraíso, y nadie, ni el más encallecido de los pecadores, puede dudar de ese amor salvífico.

Por tal razón, no debemos perder jamás la confianza en Dios, sino conservarla hasta el fin de nuestra vida, porque esa ardiente confianza jamás ha defraudado a nadie. El Señor no nos engaña, pero no podemos intentar engañarle ni podemos engañarnos a nosotros mismos. Y no hay mayor engaño que creer que es posible salvarse sin arrepentirse de los propios pecados y sin profesar la fe católica.

Quien peca o vive en pecado se salva si se arrepiente; pero si osa engañar a Dios no se salva. No es Dios quien lo condena; es él mismo quien, al acercarse indignamente a recibir el Sacramento como y bebe su propia condenación. Lo explica San Pablo a los corintios con estas serias palabras: «Quien comiere el pan o bebiere el cáliz del Señor indignamente será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Pero pruébese cada uno a sí mismo, y así coma del pan y beba del cáliz, porque el que come y bebe no haciendo distinción del Cuerpo del Señor como y bebe su propia condenación» (1 Cor. 11, 27-29). San Pablo constataba, además, que en la Iglesia de Corinto, a raíz de las comuniones sacrílegas, muchos enfermaban y morían misteriosamente (1 Cor. 11, 30).

Triste destino el de quien no recibe el Sacramento porque se obstina en vivir en pecado. Pero peor es el destino de quien lo recibe sacrílegamente sin estar en gracia de Dios. Y más grave todavía es el pecado de quien anima a los fieles a comulgar en pecado y les administra ilícitamente la Comunión. Estos son los ultrajes que más duelen y más hondamente traspasan el Sagrado Corazón de Jesús y el Corazón Inmaculado de María.

Éstos son los pecados que exigen reparación por nuestra parte, nuestra presencia ante el Sagrario, nuestra defensa pública de la Eucaristía ante toda clase de profanadores. Así garantizaremos nuestra salvación y la de nuestro prójimo y aceleraremos la venida del Reino de Jesús y de María a la sociedad, que no tardará en instaurarse sobre las ruinas del mundo moderno.

(Traducido por Bruno de la Inmaculada)

por Roberto de Mattei

Tomado de:

https://adelantelafe.com

De medio siglo de desacralización a Amoris laetitia (Peter Kwasniewski)

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Un descenso de 50 años hasta llegar a la nota 351: nuestra progresiva pérdida de sensibilidad ante la Sagrada Eucaristía
 
No es que nos hallamos despertado súbitamente un día de 2017 para encontrarnos frente a frente con sacrilegios eucarísticos promovidos desde lo alto. Lo que ha tenido lugar es un largo y lento proceso que nos ha dejado en el lugar en que estamos, y que ha consistido en la gradual disolución de la sacralidad del santo sacrificio de la Misa y, en el corazón de ésta, del Santísimo Sacramento, acompañada de una constante tolerancia institucional de los sacrilegios. Cincuenta años de desacralización han terminado en la temeridad de contradecir toda la Tradición católica acerca del más sagrado de todos los misterios de la Iglesia.
 
El primer gran paso fue permitir la comunión en la mano y de pie, un violento quiebre con la inveterada práctica, antigua de muchos siglos, de hacerlo adorando de rodillas ante la barandilla del altar y de recibirla en la lengua, como un pajarito es alimentado por sus padres, según se ve en innumerables pinturas medievales del pelícano que, hiriéndose, abre su pecho para dar de comer a sus pollos. El efecto más obvio que esto tuvo fue hacer creer a los fieles que la Eucaristía no es algo tan misterioso, después de todo. Si uno la puede tomar con la mano como un alimento cualquiera, es igual que una papa frita que se ofrece en una fiesta. El sentimiento de temor y reverencia ante el Santísimo Sacramento fue sistemáticamente disminuido y socavado con esta reintroducción modernista de una antigua práctica que había sido descartada, desde hacía mucho tiempo, por la sabiduría pastoral de la Iglesia. No fueron los fieles quienes pidieron abolir la costumbre de comulgar en la lengua y arrodillados: fue una imposición de los autodenominados “expertos” .
 
Un segundo paso importante fue permitirse que la comunión fuera dada por ministros laicos. Ello reforzó la percepción de que la Iglesia había abandonado todo eso de ser el sacerdote esencialmente diferente del laico, de ser la Misa un divino sacrificio, y de ser la Eucaristía el Pan de los Ángeles que sólo manos consagradas pueden tocar. Sí: todavía el sacerdote tenía que pronunciar las palabras mágicas, pero a continuación, Pedro, Juan y Diego podían encaramarse a tomar los bowls y las copas para distribuir a todos la insignia de membresía del club.

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Los más profundos, aunque desapercibidos, problemas del Sínodo

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13 octubre, 2015

Dos charlas del Padre Gálvez sobre el Sínodo sobre la Familia que actualmente se celebra en Roma (links: aquí y aquí ), abordan la problemática que suscita del modo más profundo que he visto hasta el momento.

Conviene notar, a este respecto, que con frecuencia, los artículos críticos sobre la mencionada Asamblea episcopal se han dedicado o bien a la preocupación en relación al proceso que podríamos denominar “político eclesial’’ sobre su organización, manipulación más o menos abierta y dirección del mismo; o bien, desde el punto de vista teológico,  a los problemas que se pueden suscitar en áreas fundamentales de nuestra fe. En particular en:

  1. En la teología sacramental: sobre el matrimonio, la familia, los sacramentos, la eucaristía, reconciliación, etc.
  2. En sus consecuencias en la teología moral: admisión o no a la comunión de pecadores sin cambio de vida; aceptación de uniones irregulares, etc.
  3. En sus efectos eclesiológicos y canónicos: alcance de la infalibilidad pontificia, sinodalidad o primado, cambio de procesos canónico—matrimoniales, etc.

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