Pío V

Santo papa, profeta, promotor del Índex, inquisidor y protector de la Santa Misa

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Urna donde se conserva el cuerpo incorrupto del papa San Pío V, en la Basílica de Santa María la Mayor.

(Tomado de Infocatólica/RODOLFO VARGAS RUBIO)

El Papa heredero de Trento

Reuniose el cónclave el 20 de diciembre de 1565. Se daba la circunstancia que el Sacro Colegio contaba justo setenta miembros en aquel momento (aunque aún no se había fijado formalmente ese número como el máximo, cosa que haría Sixto V algunos lustros después). Sin embargo, dieciocho cardenales se hallaban ausentes, uno murió durante el cónclave y dos se pusieron enfermos y no pudieron votar. En total, pues, fueron cuarenta y nueve los purpurados que se hallaron presentes en la elección –el 7 de enero de 1566– del cardenal Alejandrino ( nace el 17 de enero de 1504 en Alessandría, Italia) que fue posible gracias a su buena fama y al apoyo decidido de san Carlos Borromeo, el influyente nepote del papa difunto, que apreciaba sinceramente al recto dominico y veía en él al hombre capaz de llevar adelante con mano firme la reforma tridentina. Se cuenta que Antonio Michele Ghislieri, al serle comunicada formalmente su elección dijo: “Cuando me hice dominico, tuve fundadas esperanzas de salvarme; al convertirme en cardenal, me entraron las dudas; ahora que soy el Papa, casi puedo desesperar de ello” (Factus primum Dominicanus coepi de salute mea sperare; dein Cardinalis dubitare, nunc factus Papa plane desperare). Tomó el nombre de Pío V en homenaje a su predecesor, queriendo con ello mostrar que, a pesar de no haberle sido propicio, no guardaba hacia él ningún resentimiento. Fue coronado el 17 de enero, diez días después de su elección según la costumbre (y en su onomástico y genetlíaco), por el cardenal Giulio Feltrio de la Rovere, proto-diácono de San Pedro ad Vincula. Comenzaba un reinado decisivo y fecundo aunque no destinado a ser prolongado.

Una vez sobre el sacro solio, san Pío V dio inmediatas muestras de su voluntad de poner en práctica el nuevo espíritu de auténtica reforma de la Iglesia, in capite et in membris. Por de pronto, las sumas de dinero destinadas a los festejos de su elección las hizo distribuir entre los pobres y despidió al bufón de corte de su predecesor (resabio del aseglaramiento que llegó a invadir el entorno del Papado de Roma, en el que habían triunfado ciertos usos del Bajo Imperio). Formó asimismo una comisión presidida por los cardenales Borromeo, Sirleto, Alciati y Savelli para acabar con la relajación del clero secular romano e imponer la nueva disciplina tridentina. En lo personal, no cambió sus morigeradas costumbres: siguió durmiendo sobre un jergón de paja y conservó sus hábitos dominicos bajo los ropajes pontificales (esta decisión personal, dicho sea de paso y como dato curioso, parece –según algunos– haber influenciado en lo sucesivo el atuendo de los Papas, cuya sotana conservó desde entonces el color blanco de los frailes predicadores, que reemplazó al rojo, el propio de los Romanos Pontífices). El programa del nuevo reinado había quedado plasmado en la alocución del 12 de enero al Sacro Colegio: aplicar a la letra el Concilio de Trento (que había sido clausurado el 4 de diciembre de 1563), combatir la herejía, mantener la concordia entre los príncipes cristianos y organizar la resistencia contra la amenaza turca.

La primera disposición importante del papa Ghislieri relativa a la puesta por obra de los decretos tridentinos fue la publicación en 1566 del Catecismo Romano (Catechismus Romanus ad parochos), en el que se ofrecía a todos los sacerdotes con cura de almas un compendio de la doctrina católica, tal como había sido expuesta y definida en el XIX concilio ecuménico, para que la expusieran al pueblo. (Su importancia es tal que hasta la aparición del falso Catecismo en 1992, gozó de la autoridad como manual y guía de teología). En realidad, el texto había sido encargado por Pío IV a una comisión de teólogos de renombre bajo la supervisión del cardenal nepote Carlos Borromeo, el cual, una vez terminada la versión italiana y revisada por el cardenal Sirleto, dispuso que fuera traducida al latín clásico por los humanistas Julius Pogianus y Paolo Manuzio (hijo del célebre impresor Aldo Manuzio, que publicó las obras de Erasmo). La estructura del catecismo dio la pauta, en lo sucesivo, para todos los libros de esta clase, hallándose dividido en cuatro partes: 1) el estudio del Credo o Símbolo de los Apóstoles (lo que hay que creer), 2) el estudio de los siete Sacramentos (lo que hay que recibir), 3) el estudio del Decálogo (lo que hay que obrar) y 4) el estudio de la Oración dominical o Pater noster (lo que hay que esperar). En resumen, la fe (1), en virtud de la gracia (2), se hace operativa por la caridad (3) y da fundamento a la esperanza (4). Sigue leyendo