LA AGONÍA DE CRISTO por Santo Tomás Moro

I. SOBRE LA TRISTEZA, AFLICCIÓN, MIEDO Y ORACIÓN DE CRISTO ANTES DE SER CAPTURADO

(Mt. 26; Mc. 14; Lc. 22, Jn. 18)

Temas:

Judas Apóstol y Traidor

Conducta de Cristo con el traidor

Libertad de Cristo en su captura, pasión y muerte.

El fin de Judas

Judas Apóstol y Traidor

«Judas, habiendo tomado una cohorte de soldados que le dieron los sacerdotes y los fariseos, fue allá con antorchas y armas. Estando Jesús todavía hablando, llega Judas Iscariote, uno de los Doce, y con él un tropel de gente armada con espadas y garrotes, enviada por los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una señal …»51.

Me inclinaría a creer que la cohorte que, según los evangelistas, fue dada al traidor por los pontífices, era una cohorte romana asignada por Pilato a los sacerdotes. Los fariseos, escribas y ancianos del pueblo habían añadido a ella sus propios servidores, bien porque no tuvieran suficiente confianza en los soldados del gobernador, bien porque pensaron que un mayor número sería conveniente para que no fuese Cristo rescatado por el repentino tumulto y la confusión causada por la oscuridad de la noche. O tal vez llevaban la intención de arrestar a todos los Apóstoles al mismo tiempo, sin dejar que ninguno escapara en la oscuridad. No fue cumplido este último propósito, pues el poder de Cristo no lo consintió; y Él mismo fue capturado porque quiso ser hecho prisionero Él solo.

Llevan antorchas encendidas y linternas para poder distinguir entre las tinieblas del pecado el sol brillante de la justicia. Llevan antorchas, no para que pudieran ser iluminados con la luz de Aquél que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, sino para extinguir aquella luz eterna que nunca puede ser oscurecida. Tanto unos como otros, los enviados y quienes les enviaban, se afanaban por derrocar la ley de Dios por causa de sus tradiciones. También ahora hay quienes siguen sus huellas, y persiguen a Cristo al esforzarse por ensombrecer el esplendor de la gloria de Dios con su propia gloria.

LA AGONÍA DE CRISTO por Santo Tomás Moro

I. SOBRE LA TRISTEZA, AFLICCIÓN, MIEDO Y ORACIÓN DE CRISTO ANTES DE SER CAPTURADO

(Mt. 26; Mc. 14; Lc. 22, Jn. 18)

Temas:

¿Por qué dormís?

Levantaos y orad

Cristo sigue siendo entregado en la historia

¿Por qué dormís?


Al encontrar Cristo a los Apóstoles durmiendo por tercera vez, les dijo: «¿Por qué dormís?», como si di-jera: «No es este tiempo para dormir, sino para estar bien despiertos y orar, como os he advertido ya dos ve-ces, no hace apenas un rato.» Si no supieron qué responder cuando se durmieron por segunda vez, ¿qué excusa podían haber dado ahora, en que por tercera vez eran sorprendidos en la misma falta? ¿Era una excusa válida decir que se habían dormido «a causa de la tristeza», como menciona el evangelista? Así lo recuerda Lucas, pero también es cierto que no lo alaba en abso-luto. Insinúa, sí, que su tristeza era de alguna manera loable; pero el sueño que la siguió no estaba libre de culpa. La tristeza, aquélla que puede ser digna de un gran premio, tiende algunas veces hacia un gran mal. Así ocurre si nos devora de tal modo que nos deja inutilizados; nos impide acudir a Dios con la oración, bus-cando de Él consuelo, y desesperados y oprimidos, como queriendo escapar de una tristeza consciente, buscamos alivio en el refugio del sueño. Mas, tampoco aquí encontraremos lo que buscábamos, y perderemos en el sueño el consuelo que podríamos haber obtenido de Dios si hubiéramos permanecido despiertos y orando. Se deja, entonces, sentir sobre nosotros el peso molesto de una mente perturbada incluso mientras dormimos, y aun con los ojos cerrados, tropezamos con las tentaciones y trampas preparadas por el diablo.


De ahí que Cristo, prescindiendo de cualquier excusa para el sueño, dijera: «¿Por qué dormís? Dormid ya y descansad. Basta. Levantaos y rezad para que no caigáis en la tentación. Ha llegado la hora y el Hijo del hombre será entregado en manos de los pecadores. Levantaos, vamos. Ya llega el que me va a entregar. Toda-vía estaba hablando, cuando llegó Judas ….»46 Al despertar a los Apóstoles por tercera vez, cortó de golpe sus palabras con una cierta ironía. No con esa ironía frí-vola y burlona con la que hombres ociosos, pero de talento, acostumbran a divertirse entre sí, sino con una ironía grave y seria: «Dormid y descansad…»


Notad cómo da permiso para dormir: de tal modo que significa en realidad lo contrario. Apenas había di-cho: «Dormid», añadió «Basta»; como si dijera: «Ya no necesitáis dormir más. Durante todo el tiempo que deberíais haber estado despiertos, habéis estado durmiendo, incluso en contra de lo que os mandé. Ahora ya no hay tiempo para dormir, y ni siquiera para que-darse un momento sentados.

LA AGONÍA DE CRISTO por Santo Tomás Moro

I. SOBRE LA TRISTEZA, AFLICCIÓN, MIEDO Y ORACIÓN DE CRISTO ANTES DE SER CAPTURADO

(Mt. 26; Mc. 14; Lc. 22, Jn. 18)

Temas:

Para que veamos el camino

La perspectiva del martirio

Los Apóstoles se duermen mientras el traidor conspira

Para que veamos el camino

En consecuencia, hemos de rezar, en primer lugar, viam ut videamus, para que veamos el camino y con la Iglesia podamos decir a Dios: «De la ceguera del corazón, líbranos, Señor». Y con el profeta cuando dice: «Enséñame a hacer tu voluntad»33, y también: «Muéstrame tus caminos y enséñame tus senderos ». Después, desearemos con toda nuestra alma correr tras de Ti, oh Dios, en el olor de tu ungüento y en la dulce fragancia de tu espíritu. Si languidecemos en nuestra marcha (como casi siempre ocurre) y quedamos rezagados, tan distantes que difícilmente conseguimos seguirle desde lejos, acudamos a Dios de inmediato diciéndole: «Coge mi mano derecha» y «Guíame a lo largo del camino». Si vencidos por el cansancio apenas tenemos ya fuerza para continuar, o si tanta es la pereza y blandenguería que estamos a punto de pararnos, pidamos a Dios que, por favor, nos arrastre aunque opongamos resistencia. Finalmente, si tanto resistimos, y contra la voluntad de Dios y nuestra propia felicidad, nos empeñamos, tercos y duros de mollera, como caballos y burros que carecen de inteligencia, debemos humildemente pedir a Dios con las muy adecuadas palabras del profeta: «Sujétame bien fuerte con el freno de la brida y golpéame cuando no marche cerca de Ti».

La ilusión por la oración es lo primero que hemos de buscar cuando nos veamos atrapados por la tibieza y la desidia; pero en esa situación del alma no apetece rezar por nada que no deseemos recibir (ni siquiera aun-que nos sea muy útil). Por esta razón, si tenemos un poco de sentido común, deberíamos contar con esta debilidad por anticipado, deberíamos preverla antes de caer en ese enfermizo y penoso estado espiritual. En otras palabras, deberíamos derramar sin cesar sobre Dios jaculatorias y oraciones como las que acabo de mencionar, implorando con humildad que, si en algún momento, viniéramos a pedir algo que no nos es conveniente, impulsados por los atractivos de la carne, o seducidos por los espejuelos de los placeres, o atraídos por el anhelo de las cosas terrenales, o trastornados por las insidias y maquinaciones del diablo, se haga sordo a nuestra petición y aleje aquello por lo que rezamos, derramando sobre nosotros todo aquello que Él sabe nos hará bien, aunque mucho le pidamos lo aparte de nuestra vida. Nada de particular ni de extraño tiene esta conducta.

Es bien lógica. En efecto, así nos comportamos de ordinario (si tenemos un poco de inteligencia) cuando estamos a punto de coger una fiebre maligna. Advertimos y avisamos por adelantado a quienes nos van a cuidar durante la enfermedad que, aunque se lo supliquemos, no nos proporcionen en absoluto aquello que nuestra enfermiza condición nos hará desear aunque sea nocivo para la salud e, incluso, vaya a empeorar la fiebre.

LA AGONÍA DE CRISTO por Santo Tomás Moro

I. SOBRE LA TRISTEZA, AFLICCIÓN, MIEDO Y ORACIÓN DE CRISTO ANTES DE SER CAPTURADO

(Mt. 26; Mc. 14; Lc. 22, Jn. 18)

Temas:

Oración y mortificación con Cristo

La angustia de Cristo ante la muerte

La Humanidad de Cristo

Oración y mortificación con Cristo

«Y dicho el himno de acción de gracias, salieron hacia el monte de los Olivos»’. Aunque había hablado de tantas cosas santas durante la cena con sus Apóstoles, sin embargo, y a punto de marchar, quiso acabarla con una acción de gracias. ¡Ah!, qué poco nos parecemos a Cristo aunque llevemos su nombre y nos llamemos cristianos. Nuestra conversación en las comidas no sólo es tonta y superficial (incluso por esta negligencia advirtió Cristo que deberemos rendir cuenta), sino que a menudo es también perniciosa, y una vez llenos de comida y bebida dejamos la mesa sin acordarnos de Dios y sin darle gracias por los bienes que nos ha otorgado. Un hombre sabio y piadoso, que fue egregio investigador de los temas sagrados y arzobispo de Burgos*, da algunos argumentos convincentes para mostrar que el himno que Cristo recitó con los Apóstoles consistía en aquellos seis salmos que los hebreos llaman el «gran aleluya», es decir, el salmo 112 y los cinco restantes. Es una costumbre antiquísima que han seguido para dar gracias en la fiesta de Pascua y en otras fiestas importantes. Incluso en nuestros días siguen usando este himno para las mismas fiestas. Por lo que se refiere a los cristianos, aunque solíamos decir diferentes himnos de bendición y acción de gracias según las épocas del año, cada uno apropiado a su época, ahora hemos permitido que casi todos estén en desuso. Nos quedamos tan contentos diciendo dos o tres palabrejas, cuales-quiera que sean, e incluso ésas las susurramos descuidadamente y bostezando con indolencia.

Salieron hacia el monte de los Olivos, y no a la cama. El profeta decía: «En mitad de la noche me levanté para rendirte homenaje»2, pero Cristo ni siquiera se reclinó sobre el lecho. Ojalá pudiéramos nosotros, por lo menos, aplicarnos con verdad este otro texto: «Me acordé de ti cuando descansaba sobre mi cama». Y no era el tiempo veraniego cuando Cristo, después de cenar, se dirigió hacia el monte. Porque no debía ocurrir todo esto mucho más tarde del equinocio de invierno, y aquella noche hubo de ser fría, como muestra la circunstancia de que los servidores se calentaban junto a las brasas en el patio del sumo pontífice. Ni tampoco era ésta la primera vez que Cristo hacía tal cosa, como claramente atestigua el evangelista al escribir secundum consuetudinem, «según su costumbre»4. Subió a una montaña para rezar, significando así que, al disponernos a hacer oración, hemos de elevar nuestras mentes del tumulto de las cosas temporales hacia la contemplación de las divinas. El mismo monte de los Olivos tampoco carece de misterio, plantado como estaba con olivos.

La rama de olivo era general-mente empleada como símbolo de paz, aquella que Cristo vino a establecer de nuevo entre Dios y el hombre después de tan larga separación. El aceite que se extrae del olivo representa la unción del Espíritu: Cristo vino y volvió a su Padre con el propósito de enviar el Espíritu Santo sobre los discípulos, de tal modo que su unción pudiera enseñarles todo aquello que no hubieran podido sobrellevar si se lo hubiera dicho antes.

San Alberto Magno, la grandeza del pensamiento católico

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Los creyentes no valoramos en su justa medida la grandeza, brillantez y majestuosidad del pensamiento católico. Doctrina profunda, firme y segura que, afincada en la Verdad de Cristo, supera de manera sideral a los falaces e insustanciales escritos de las falsas creencias y las filosofías inmanentitas.

De entre todos los grandísimos pensadores católicos San Agustín y Santo Tomás son probablemente dos de los más conocidos. Sin embargo, ha habido igualmente grandísimas luminarias en la Iglesia, que no son tan populares. Es el caso de la figura portentosa de San Alberto Magno, nada más y nada menos que el maestro del propio Santo Tomás de Aquino.

Eudaldo Forment, es un gran estudioso de la obra, vida y época de santo Tomás. Además de la enseñanza oral en la Universidad de Barcelona y otras universidades del mundo, le ha dedicado una treintena de libros y numerosos escritos. En esta ocasión nos acerca a la figura de San Alberto, maestro del Aquinate.

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Especial de San Juan Bosco

"Propagad buenos libros --decía Don Bosco-- sólo en el cielo sabréis el gran bien que produce una buena lectura"

«Propagad buenos libros –decía Don Bosco– sólo en el cielo sabréis el gran bien que produce una buena lectura»

SAN JUAN BOSCO,* Confesor

SAN JUAN BOSCO

San Juan Bosco, gran constructor de iglesias

San Juan Bosco, su muerte

San Juan Bosco después de 122 años de fallecido

El sueño más famoso de San Juan Bosco

La frase que representa el sentir como educador de San Juan Bosco

Especial de San Francisco de Sales

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SAN FRANCISCO DE SALES,* Obispo, Confesor y Doctor

Las controversias, uno de los tres libros famosos de San Francisco de Sales

San Francisco de Sales a la conquista de los Calvinistas

Oración a San Francisco de Sales

Aquellos que se desmayan porque se combata a los herejes

Vean lo que afirma San Bernardo

 

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¿Ya os habéis enterado de que un merodeador se introdujo al amparo de la noche en vuestra heredad, o mejor en la heredad que Dios ha confiado a vuestra custodia? San Bernardo.

SAN BERNARDO, ABAD DE CLARAVAL

CARTA CXCV. AÑO 1140 

OBRAS  COMPLETAS. VOL. V

(Edición Rafael Casulleras. Barcelona, 1929) 

AL OBISPO DE CONSTANZA

(Aconséjale que expulse de su diócesis a Arnaldo de Brescia, arrojado ya de Italia y Francia, y escondido entonces en Constanza ; o mejor que le ponga en prisiones para evitar mayores males.) 

1.  Si el padre de familias supiera en qué hora había de llegar el ladrón, seguramente estaría muy alerta y no le consentiría perpetrar el allanamiento de su morada.  ¿Y vos?  ¿Ya os habéis enterado de que un merodeador se introdujo al amparo de la noche en vuestra heredad, o mejor en la heredad que Dios ha confiado a vuestra custodia?  Sin duda que debéis saber que lo tenéis ahí escondido, pues aún a nosotros, que estamos tan separados, nos llegó la nueva.  Y no me parece extraño en modo alguno, que ignorando vos la hora en que os había de acechar, no le sorprendierais en su asalto nocturno. Lo que no dejaría de causarme harta maravilla sería, que una vez descubierto el criminal, no le reconocierais y prendierais, y obligarais a restituir lo que se os iba a llevar, y sobre todo lo que ya ha robado a Cristo, que son las almas, que es lo que Él estima más, hechas a su imagen y semejanza y redimidas con su preciosa sangre.

2.  Tal vez estáis todavía sorprendido de mi lenguaje y no sabéis a dónde voy a ir a parar con toda esta alegoría.  Pues bien, hablo de Arnaldo de Brescia, sujeto de tal condición que ojalá pudiera señalarse tanto en la pureza de su doctrina, como en la que parece guardar de costumbres. Pertenece a aquella suerte de hombres desenmascarados por el ojo avizor del Apóstol, ( Tim. 3, 5), que aparentaban mucha piedad por fuera y en realidad andaban vacíos de toda virtud ; o a aquellos otros a quienes retrataba el Señor cuando decía : “Vendrán a vosotros con pieles de oveja, y serán lobos carniceros”, (Math. 7, 15).  Este mi hombre, durante todos los años de su vida hasta el tiempo presente, no hubo lugar en que se parase a vivir donde no dejase tristes y dolorosos recuerdos de su estancia, de tal manera que no hay cuidado de que ose volver al sitio de donde una vez salió.

3. La misma tierra en que vió la luz del mundo, sintióse por culpa de él, tan atrozmente turbada y afligida, que hubo de acusarle ante el Papa, para que le desterrase como a autor de un pernicioso cisma y le obligase a prometer que jamás volvería a ella si antes no le daba su licencia la Santa Sede Apostólica.  Por un delito parecido a éste, se vió luego extrañado de tierras de Francia como insigne perturbador ; porque viéndose rechazado por el sucesor de San Pedro decidió irse con Pedro Abelardo, y habiendo abrazado sus errores, notados ya y condenados por la Iglesia, púsose a defenderlos juntamente con él y aún con más furia y pertinacia que el propio autor. Sigue leyendo

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Por San Agustín

La Ascensión

SERMÓN 261

Traductor: Pío de Luis, OSA

La ascensión del Señor

1. La resurrección del Señor es nuestra esperanza; su ascensión, nuestra glorificación. Hoy celebramos la solemnidad de la Ascensión. Si, pues, celebramos como es debido, fiel, devota, santa y piadosamente, la ascensión del Señor, ascendamos con él y tengamos nuestro corazón levantado. Ascendamos, pero no seamos presa del orgullo. Debemos tener levantado el corazón, pero hacia el Señor. Tener el corazón levantado, pero no hacia el Señor, se llama orgullo; tener el corazón levantado hacia el Señor se llama refugio, pues al que ha ascendido es a quien decimos: Señor, te has convertido en nuestro refugio1. Resucitó, en efecto, para darnos la esperanza de que resucitará lo que muere, para que la muerte no nos deje sin esperanza y lleguemos a pensar que nuestra vida entera concluye con la muerte. Nos preocupaba el alma y él, al resucitar, nos dio seguridad incluso respecto al cuerpo. ¿Quién ascendió entonces? El que descendió2. Descendió para sanarte, subió para elevarte. Si te levantas tú, vuelves a caer; si te levanta él, permaneces en pie. Por tanto, Levantar el corazón pero hacia el Señor, he aquí el refugio; levantar el corazón, pero no hacia el Señor: he aquí el orgullo. Digámosle, pues, en cuanto resucitado: Porque tú eres, Señor, mi esperanza; en cuanto ascendido: Has puesto muy alto tu refugio3. ¿Cómo podemos ser orgullosos teniendo el corazón levantado hacia quien se hizo humilde por nosotros para que no continuásemos siendo orgullosos?

2. Cristo es Dios; lo es siempre. Nunca dejará de serlo, porque nunca comenzó a serlo. Si su gracia puede hacer que no tenga fin algo que tiene comienzo, ¿cómo va a tener fin él, que nunca tuvo comienzo? ¿Qué ha tenido comienzo y no tendrá fin? Nuestra inmortalidad tendrá comienzo, pero carecerá de fin. En efecto, no poseemos ya lo que, una vez que comencemos a poseerlo, nunca perderemos. Así, pues, Cristo es siempre Dios. Dios, ¿cómo? ¿Preguntas qué clase de divinidad? Es igual al Padre. No busques en la eternidad modos de ser, sino sólo la felicidad. Comprende, si puedes, cómo Cristo es Dios. Te lo voy a decir, no te defraudaré. ¿Preguntas en qué modo Cristo es Dios? Escúchame; mejor, escucha a mi lado; escuchemos y aprendamos juntos. No creáis que, porque yo hablo y vosotros me escucháis, yo no escucho con vosotros. Cuando oyes que Cristo es Dios, preguntas: «¿De qué modo Cristo es Dios?». Escucha conmigo; no digo que me escuches a mí, sino que escuches conmigo, pues en esta escuela todos somos condiscípulos; el cielo es la cátedra de nuestro maestro. Escucha, pues, de qué modo Cristo es Dios. En el principio existía la Palabra. ¿Dónde? Y la Palabra estaba junto a Dios4. Pero palabras acostumbramos a oírlas a diario. No equipares a las que acostumbras a oír la Palabra era Dios, cuyo modo de ser busco. Pues he aquí que ya creo que es Dios, pero pregunto cómo es Dios. Buscad siempre su rostro5. Que nadie desfallezca en la búsqueda, antes bien avance. Avanza en la búsqueda si es la piedad y no la vanidad la que busca. ¿Cómo busca la piedad?, ¿cómo busca la vanidad? La piedad busca creyendo, la vanidad disputando. En el caso de que quieras entrar en discusiones conmigo y decirme: «¿A qué Dios adoras? ¿Cómo es el Dios que adoras? Muéstrame lo que adoras», te responderé: «Aunque tengo qué mostrar, no tengo a quién».

3. Tampoco yo me atrevo a decir que he alcanzado ya aquello por lo que preguntas. En cuanto me es posible, voy tras las huellas de aquel gran atleta de Cristo, el apóstol Pablo, que dice: Hermanos, ni yo mismo pienso haberlo alcanzado6. Ni yo mismo. ¿Qué es ese yo mismo? ¿Yo que he trabajado más que todos ellos?7 Sé, Apóstol, de qué manera pronuncias yo: es una expresión enfática, no manifestación de orgullo. ¿Quieres escuchar de qué manera dice yo? Después de haber dicho: He trabajado más que todos ellos, renunció al yo mismo. He trabajado -dice- más que todos ellos. Y como si le dijéramos nosotros: «¿Quién?», nos responde: Pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo8. Así, pues, él que estaba en posesión de tanta gracia de Dios que, a pesar de haber sido llamado más tarde, trabajó más que los que lo habían precedido, dice no obstante: Hermanos, ni yo mismo pienso haberlo alcanzado. Vuelve a aparecer el yo donde indica no haberlo alcanzado. El no alcanzarlo es consecuencia de la debilidad humana. En cambio, cuando habla de que fue elevado al tercer cielo y escuchó palabras inefables que no está permitido hablar a hombre alguno9, no dijo: «Yo». ¿Qué dijo entonces? Conozco un hombre que hace catorce años. Conozco un hombre: y ese hombre era el mismo que hablaba, y, como atribuyó a otro lo que había tenido lugar en él, no vino a menos. Por tanto, no provoques contiendas ni litigios exigiendo que te diga cómo es el Dios que adoro. Pues no es un ídolo que me permita apuntarlo con el dedo y decir: «He aquí el Dios que adoro»; ni es tampoco un astro o una estrella, o el sol o la luna, que me permitan apuntar al cielo y decir: «He aquí lo que adoro». No es nada hacia lo que pueda dirigirse el dedo; pero sí algo a lo que puede dirigirse la mente. Considera a aquel que no lo ha alcanzado y que, sin embargo, lo busca, lo persigue, lo anhela, suspira por ello y lo desea; pon los ojos en él y mira lo que dirige hasta su Dios, si el dedo o el alma. ¿Qué dice? No pienso haberlo alcanzado. Mas, olvidando lo pasado y en tensión hacia lo que está delante, una sola cosa persigo en mi intención: la palma de la suprema vocación de Dios en Cristo Jesús10. Persigo -dice-, ando -dice-, estoy en camino. Sígueme, si puedes; lleguemos juntos a la patria donde ni tú me harás preguntas ni yo a ti. Ahora busquemos juntos creyendo para disfrutar después viendo. Sigue leyendo

La crucifixión

San Lucas 23,33-49.

109. Y puesto que ya hemos contemplado el trofeo, vea­mos ahora cómo el triunfador sube a su carro y no cuelga el botín conquistado del mortal enemigo sobre troncos de árboles o sobre las cuadrigas, sino que los despojos arrebatados al mundo los coloca sobre su patíbulo triunfal. No vemos aquí a los pueblos vencidos con las manos atadas a la espalda, ni el espectáculo de ciudades arrasadas o las estatuas de los lugares ocupados; tam­poco observamos las cabezas humilladas de los reyes cautivos, como suele ocurrir entre los triunfadores humanos, ni tampoco contemplamos que se lleva esa victoria hasta los límites de otro país; por el contrario, lo que vemos es precisamente que los pueblos y las naciones, llenos de alegría, son atraídos no por el castigo, sino por la recompensa, los reyes rinden adoración por propia decisión, las ciudades se entregan a un culto voluntario, las estatuas de las poblaciones reciben una especial mejora, no realizada ésta por el arte del colorido, sino hermoseadas por una fe entregada, las armas y los derechos de los vencedores se extienden por todo el orbe; contemplamos asimismo cómo el príncipe de este mundo es cogido preso y cómo los espíritus del mal que vagan por los cielos (Eph 6,12) obedecen a las ór­denes de una palabra humana, y cómo están las potestades sumisas y las diversas clases de virtudes resplandecen, no gracias a su seda, sino gracias a sus costumbres. Brilla la castidad, res­plandece la fe, y la valiente entrega se levanta ya airosa una vez que se ha vestido con los despojos de la muerte. El solo triunfo de Dios, la Cruz del Señor, ya hizo triunfar a todos los hombres.

110. Parece conveniente considerar el modo de subir (1). Yo lo veo desnudo; así tiene que subir el que se dispone a vencer al mundo, de modo que no se debe preocupar en buscar los auxilios del siglo. Adán, que fue a buscar el vestido (Gen 3,7), fue vencido, mientras que el vencedor es Aquel que se despojó de sus vestidos. El subió con la misma realidad con la que la naturaleza nos había formado bajo la acción de Dios. Así había vivido el primer hombre en el paraíso, y así también entró el segundo hombre al paraíso. Y con el fin de que el triunfo no fuera para El solo, sino para todos, extendió sus manos para atraer todas las cosas hacia sí (Io 12,32), con propósito de rom­per las ligaduras de la muerte, atarnos con el yugo de la fe y unir al cielo todo aquello que antes estaba ligado a la tierra.

111. También se coloca una inscripción. De ordinario, a los vencedores les precede un cortejo; y así el carro triunfal del Señor estaba precedido por el acompañamiento de los muertos resucitados. También es costumbre indicar con un escrito el nú­mero de naciones dominadas. En esa clase de triunfos que se dan dentro de un orden preestablecido, existen los pobres cautivos de las naciones vencidas, cosa que es vergonzosa cuando son ellas las desoladas; sin embargo, aquí resplandece le belleza de los pueblos redimidos. Los que llevan el carro son dignos de un triunfo semejante, y así, el cielo, la tierra, el mar y los infiernos pasan de la corrupción a la gracia. Sigue leyendo

El juicio del Señor

San Lucas 22,66 y 23,25.

97. Sigue a continuación un pasaje admirable que infunde en el corazón de los hombres una disposición de paciencia para sopor­tar, con igualdad de ánimo, las injurias. El Señor es acusado y calla. Con razón calla el que no necesita defenderse: querer de­fenderse es propio de los que temen ser vencidos. Y no es que, callando, apruebe la acusación, sino que el no protestar es una señal de que la desprecia. Porque ¿qué puede temer aquel que no desea salvarse? Por ser la salvación de todos, sacrifica la suya para obtener la de todos. Pero ¿qué podré decir yo de Dios? Susana calló y venció (Dan 13,35). En verdad, la mejor causa es la que se justifica sin defenderse. También Pilato absolvió en este caso, pero absolvió según su juicio, y le crucificó porque estaba de por medio el misterio. Verdaderamente esto era en parte propio de Cristo y en parte algo también humano, para que los jueces inicuos vieran que no es que no hubiera podido defenderse, sino que no había querido.

98. La razón del silencio del Señor la dio El mismo más adelante, diciendo: Si os lo digo, no me creeréis y, si os preguntare, no me responderéis, Lo más admirable es que El puso más interés en aprobar que era Rey que en afirmarlo con palabras, para que quienes confesaban eso mismo de los que le acusaban, no pu-diesen tener motivo para condenarle.

99. Ante Herodes, que deseaba ver de El algún portento, calló no dijo nada, fue porque su crueldad no merecía ver las cosas divinas, y así el Señor confundía su vanidad. Tal vez Herodes sea el prototipo de todos los impíos, los cuales, si no creen en la Ley y en los Profetas, no pueden, ciertamente, ver las obras de Cristo que se encuentran narradas en el Evangelio. Sigue leyendo

El fin de Judas

San Mateo 27,3-10.

93. No cabe la menor duda de que las lágrimas de Pedro eran de las derramadas como fruto de un corazón afectuoso; el traidor no tenía ni idea remota de ese llanto que lograba borrar la culpa, antes, por el contrario, el tormento de su conciencia le hacía con­fesar su sacrilegio, para que, mientras el reo se condena por su propio juicio y expía la falta con un suplicio voluntario, se mani­fieste la piedad del Señor, que no quiere vengarse por su propia mano, y su divinidad, que pregunta a su conciencia por medio de su poder invisible.

94. He pecado —dijo— entregando la sangre del justo. Y aunque la penitencia del traidor es ya vana, puesto que pecó con­tra el Espíritu Santo, con todo, existe algún atenuante en el cri­men al reconocer la culpa. Y aunque no resulta perdonado, sin embargo, comprende el cinismo de los judíos, los cuales, a pesar de ser acusados por la confesión del traidor, no obstante se arrogan los derechos del criminal contrato y se creen exentos de culpa, diciendo:¿qué nos importa a nosotros; allá tú. Verdaderamente son insensatos al creerse libres y no cómplices del crimen del traidor. En las cuestiones meramente pecuniarias, una vez resarcido el precio, cesa la obligación; así ellos, tan pronto recibieron el precio, llevan a término el sacrilegio, e impulsados por sus malos constantes deseos, toman como cosa suya la funesta venta de sangre, mientras pagan al vendedor el precio de su sacrilegio.

95. Evidentemente, pues, cuando este precio de sangre es colocado en lugar aparte en el tesoro sagrado de los judíos y con el dinero que fue vendido Cristo se compra el campo del alfarero; cuando este lugar es destinado para que sirva de cementerio a los extranjeros, el oráculo profético se cumple claramente y se revela el misterio de la Iglesia naciente. El campo éste figura, según la palabra divina, a todo el mundo (Mt 13,38); el alfarero representa a Aquel que nos formó del barro y del que lees en el Antiguo Testamento: Dios hizo al hombre del barro de la tierra (Gen 2,7), consevando, a voluntad, el poder no sólo de formarlo por la naturaleza, sino también el de reformarlo por la gracia. Porque, aunque caigamos, dominados por nuestros propios vicios, sin embargo, su misericordia nos devuelve el espíritu y el alma, según las palabras de Jeremías (18,2ss) y nos reforma.

96. Además, el precio de la sangre es el precio de la pasión del Señor. Y así, con el precio de su sangre, compró Cristo al mundo, ya que vino para que el mundo fuese salvado por El (Io 3,17), el cual es no sólo obra suya, sino también es algo que le corresponde por derecho. En otras palabras, vino para conser­var para la gracia de la eternidad a todos los que, por el bautis­mo, están consepultados y muertos con Cristo (Rom 6,4.8; Col 2,12). Pero no todos tienen indistintamente un mismo lugar para su sepultura, ya que, aunque el mundo admite a todos los hom­bres, no a todos conserva. Si bien hay un lugar común donde todos habitan, sin embargo, la sepultura es verdaderamente legítima sólo para aquellos que, gracias a la fe, son actualmente de la casa de Dios (Eph 2,19), aunque hubieren estado antes pere­grinando bajo la Ley. Y ¿quiénes son éstos, sino aquellos de quienes se dice: Acordaos de que en otro tiempo fuisteis gentiles y extranjeros, según la carne, de la sociedad de Israel y extraños en la alianza de la promesa? (Eph 2,11ss). Pero éstos ya no son extranjeros ni peregrinos, puesto que han merecido ser compañeros de los santos por derecho de la fe.
Tomado de:

Negación de Pedro

San Lucas 22,54-62.

72. Y Pedro le seguía a lo lejos. Con razón dice que le seguía de lejos, ya que estaba próximo a negarle; pues no podría ha­berle negado si se hubiese mantenido cercano a Cristo. Con todo, quizás debamos tener para con él una gran reverencia y admiración, puesto que, aun con mucho miedo, no abandonó al Señor. El miedo es propio de la naturaleza, pero la solicitud es hija de la piedad. Lo que uno teme es algo extraño; sin embargo, aquello de lo que no se puede huir es algo propio. Si él sigue, lo hace por una devota entrega, pero la negación es algo propio de la sorpresa. Su caída es algo común, su arrepentimiento está provocado por la fe. Ya había comenzado a arder el fuego en la casa del príncipe de los sacerdotes; y Pedro se acercó para calentarse, puesto que, una vez preso el Señor, se había enfriado también el calor de su alma.

73. Y por el hecho de que quien primero lo denuncia sea una esclava, cuando los que mejor le podían conocer eran los hombres, ¿qué nos quiso dar a entender, sino que también el sexo femenino había tomado parte pecaminosamente en la muerte del Señor y que sería, por lo mismo, también redimido por la pa­sión del Señor? Y por eso es una mujer quien recibe primero el misterio de la resurrección y guarda lo que se le había mandado (Io 20,14ss), con objeto de poder deshacer el antiguo error de la prevaricación.

74. Y al ser denunciado, Pedro reniega —admitamos, pues, que Pedro renegó, ya que el Señor le dijo: Tú me negarás tres veces (Mt 26,34), y, en verdad, prefiero creer que Pedro renegó antes que pensar que el Señor se equivoca—; y ¿qué es lo que él negó? Exactamente lo que había imprudentemente prometido. El había valorado su entrega, pero no había reflexionado sobre su condición humana y fue castigado por haber presumido de que moriría por El, cosa que es un regalo del poder divino y no un fruto de la debilidad del hombre (1). Si él pagó tan caro una palabra imprudente, ¿qué pena no tendrá reservada la falsa fe? Sigue leyendo

La agonía en el huerto

San Lucas 22, 39-53.

56. Padre, si es posible, pase de mí este cáliz . Existen muchos autores que toman este pasaje como argumento para sostener que la tristeza del Señor fue una prueba de debilidad que El tuvo toda su vida y, por tanto, que no le sobrevino sólo durante este tiempo, y así, parece como si quisieran retorcer el sentido natural de las palabras. Por lo que a mí se refiere, no sólo no creo que haya que excusarle, sino todo lo contrario; para mí no hay otro pasaje en el que admire más su amor y su majestad; y es que su entrega a mí no hubiera sido tan grande si no hubiese tomado mis mismos sentimientos. Así, pues, no hay duda que sufrió por mí Aquel que nada propio tenía por lo que pudiera sufrir, y, dejando a un lado la felicidad de su eterna divinidad, se dejó dominar por el tedio de mi enfermedad. El ha tomado sobre sí mi tristeza para comunicarme su alegría, y descendió sobre nuestros pasos hasta la angustia de la muerte, para llevarnos, so­bre sus pasos, a la vida. Y por eso hablo con plena confianza de la tristeza, ya que predico la cruz; en verdad, no tomó de la encarnación una apariencia, sino la misma realidad. En efecto, El debía tomar sobre sí el dolor para vencer la tristeza, no para aniquilarla, pues, de lo contrario, los que tuvieran que soportar la angustia sin dolor, no podrían ser alabados por su fortaleza.

57. Y así dijo: El varón de dolores sabe soportar los sufri­mientos (Is. 53,3), y nos dio una lección para que aprendiéramos, también con el caso de José, a no temer la cárcel (1), ya que en Cristo hemos aprendido a vencer la muerte, o mejor, el modo de vencer la angustia actual por la muerte futura. Pero ¿cómo te vamos a imitar, Señor Jesús, si no es siguiéndote como hombre, creyendo que has muerto, y contemplando tus heridas? Y, ¿cómo los discípulos habrían creído que Tú habías muerto si no hubiesen sentido la angustia del que está para morir? Así, aquellos por quienes Cristo sufría, se duermen sin conocer el dolor; esto es lo que leemos: El carga sobre sí nuestros pecados y sufre por nosotros (Is 53,4). No son tus heridas, Señor, las que te hacen sufrir, sino las mías; tampoco es tu muerte, sino mi enfermedad ; y te hemos visto en medio de esos dolores cuando estás doliente, no por ti, sino por mí; hasenfermado, pero por nuestros pecados (Is 53,5), es decir, no porque hubieras recibido del Padre esa en­fermedad, sino porque la habías aceptado por mí, ya que me traería un gran bien el hecho de que «pudiéramos aprender en ti la paz y de que sanases, con tu sufrimiento, nuestros pecados» (ibid.).

58. Pero ¿qué tiene de maravilloso que el que lloró por uno, aceptara la misión de sufrir por todos? ¿Por qué maravillarse de que sintiera tedio en el momento en que iba a morir por todos, cuando, en el instante de resucitar a Lázaro, comienza a derramar lágrimas? Allí le conmovieron las lágrimas de su piadosa her­mana, ya que le llegaron al fondo de su alma humana, y aquí le impulsaba a obrar el pensamiento profundo de que, al mismo tiempo que aniquilaba nuestros pecados, desterraba de nuestra alma la angustia por medio de la suya. Y quizás por esto se entris­teció, puesto que, después de la caída de Adán, de tal modo estaba dispuesta nuestra salida de este mundo, que nos era necesaria la muerte, pues Dios no creó la muerte ni se alegra de la perdición de los vivos (Sap 1,13), razón por la que a El le repug­naba sufrir aquello que no hizo. Sigue leyendo

¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad!

Oficio de lectura, 28 de agosto, San Agustín, Obispo y doctor de la Iglesia

Del libro de las Confesiones de san Agustín, obispo
Libro 7, 10. 18, 27

Libro: Confesiones. San Agustín

Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y vi con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad.

¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y podrás comerme. Y no me transformarás en substancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí».

Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad, y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría por la que creaste todas las cosas.

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de tí aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti.

Oración

Renueva, Señor, en tu Iglesia, el espíritu que infundiste en tu obispo san Agustín, para que, penetrados de ese mismo espíritu, tengamos sed de ti, fuente de la sabiduría, y te busquemos como el único amor verdadero. Por nuestro Señor Jesucristo.

Tomado de:

http://www.corazones.org

Un texto que no deja de ser actual

“Por tanto dos ciudades han sido construidas por dos amores: la ciudad terrenal por el amor del ego hasta la exclusión de Dios; la ciudad celestial por el amor de Dios hasta la exclusión del ego. Una se vanagloria en si mismo, la otra se gloría en el Señor. Una busca la gloria del hombre, la otra encuentra su mayor gloria en el testimonio de la conciencia de Dios”

(San Agustín, Ciudad de Dios, Libro 14).

LA DIGNIDAD Y SANTIDAD SACERDOTAL

Del libro de San Alfonso María de Ligorio:

LA DIGNIDAD Y SANTIDAD SACERDOTAL

¡San Alfonso María de Ligorio, ora pro nobis!

Capitulo III
DE LA SANTIDAD QUE HA DE TENER EL SACERDOTE

I. Cuál debe ser la santidad del sacerdote por razón de su dignidad.

Grande es la dignidad de los sacerdotes, pero no menor la obligación que sobre ellos pesan. Los sacerdotes suben a gran altura, pero se impone que a ella vayan y estén sostenidos por extraordinaria virtud; de otro modo, en lugar de recompensa se les reservará gran castigo, como opina San Lorenzo Justiniano (…). San Pedro Crisólogo dice a su vez que el sacerdocio es un honor y es también una carga que lleva consigo gran cuenta y responsabilidad por las obras que conviene a su dignidad (…).


Todo cristiano ha de ser perfecto y santo, porque todo cristiano hace profesión de servir a un Dios Santo. Según San León, cristiano es el que se despoja del hombre terreno y se reviste del hombre celestial (…). Por eso dijo Jesucristo: Seréis, pues, vosotros, perfectos, como vuestro Padre Celestial es perfecto [Mt 5, 48]. Pero la santidad del sacerdote ha de ser distinta de la del resto de los seglares, observa San Ambrosio (…), y añade que así como la gracia otorgada a los sacerdotes es superior, así la vida del sacerdote tiene que sobrepujar en santidad a los seglares (…) y San Pedro Pelusio afirma que entre la santidad del sacerdote y la del seglar ha de haber tanta distancia como del cielo a la tierra (…).

Santo Tomás enseña que todos estamos obligados a observar cuantos deberes van anejos al estado elegido. Por otra parte, el clérigo dice San Agustín está obligado a aspirar la santidad (…). Y Casiodoro escribe: “El eclesiástico está obligado a vivir una vida celestial” “El sacerdote está obligado a mayor perfección mayor perfección que el que no lo es”, como asegura Tomás de Kempis (…), pues su estado es más sublime que todos los demás. Y añade Salviano que Dios aconseja la perfección a los seglares, al paso que la impone a los clérigos (…).

Los sacerdotes de la antigua ley llevaban escritas estas palabras en la tiara que coronaba su frente: SANTIDAD PARA YAHVEH (Ex 39, 29), para recordar la santidad que debían confesar. Las víctimas que ofrecían los sacerdotes habían de consumirse completamente. ¿Por qué? Pregunta Teodoreto, y responde. “Para inculcar a aquellos sacerdotes la integridad de la vida que han de tener los que se han consagrado completamente a Dios (…). Decía San Ambrosio que el sacerdote, para ofrecer dignamente el sacrificio, primero se ha de sacrificar a sí propio, ofreciéndose enteramente a Dios (…). Y Esiquio escribe que el sacerdote debe ser un continuo holocausto de perfección, desde la juventud a la muerte (…). Por eso decía Dios a los sacerdotes de la antigua ley: “Os he separado entre los pueblos para que seáis míos (Lev 20, 26). Con mayoría de razón en la Ley nueva quiere el Señor que los sacerdotes dejen a un lado los negocios seculares y se dediquen solo a complacer a Dios a quien se ha dedicado: “que se dedica a la milicia se ha de enredar en los negocios de la hacienda, a fin de contentar al que lo alistó en el ejército” [2 Tm 2, 4). Y es precisamente la promesa que la Iglesia exige de los que ponen el pie en el santuario por medio de la tonsura: hacerles declarar que en adelante no tendrán más heredad que a Dios: “El Señor es la parte de mi heredad y mi copa. Tú mi suerte tienes (Salmo 15 5). Escribe San Jerónimo que “Hasta el mismo traje talar y el propio estado claman y piden la santidad de la vida” (…). De aquí que el sacerdote no solo has de estar alejado de todo vicio, sino que se debe esforzar continuamente por llegar a la perfección, que es aquella a que sólo pueden llegar los viadores (…).

(…). Deplora San Bernardo el ver tantos como corren a las órdenes sagradas sin considerar la santidad que se requiere en quienes quieren subir a tales alturas Y San Ambrosio escribe: “Búsquese quien pueda decir: El Señor es mi herencia, y no los deseos carnales, las riquezas, la vanidad” (…). El Apóstol San Juan dice: Hizo de nosotros un reino, sacerdotes para el Dios y Padre suyo (Apoc 1, 6). Los interpretes (Menoquio, Gagne y Tirino) explican la palabra, diciendo que los sacerdotes son el reino de Dios, porque en ellos reina Dios en esta vida con la gracia y en la otra con la gloria; o también porque son reyes para resinar sobre los vicios. Dice San Gregorio que el “el sacerdote ha de estar muerto al mundo y a todas las pasiones para vivir una vida por completo divina” (…) El sacerdocio actual es el mismo que Jesucristo recibió de su Padre (Jn 17, 22); por lo tanto, exclama San Juan Crisóstomo: “Si el sacerdote representa a Jesucristo, ha de ser lo suficientemente puro que merezca estar en medio de los ángeles (…).

San Pablo exige del sacerdote tal perfección que esté al abrigo de todo reproche: “Es necesario que el obispo sea irreprensible (1 Tm 3, 2). Aquí, por obispo pasa el santo a hablar de los diáconos: Que los diáconos, así mismo sean respetable (Ib 8), sin nombrar a los sacerdotes; de donde se deduce que el Apóstol tenía la idea de comprender al sacerdote bajo el nombre de obispo, como lo entienden precisamente San Agustín y San Juan Crisóstomo, que opina que lo que aquí se dice de los obispos se aplica también a los sacerdotes (…). La palabra ‘rreprehensibilem’ todos con San Jerónimo están de acuerdo en que significa poseedor de todas la virtudes (…).

Durante once siglos estuvo excluido del estado de clérigo todo el que hubiera cometido un solo pecado mortal después del bautismo, como lo recuerdan los concilios de Nicea (Can. 9, 10), de Toledo (1can. .2), de Elvira (Can. 76) y de Cartago (Can .68). Y si un clérigo después de las ordenes sagradas caía en pecado, era depuesto para siempre y encerrado en un monasterio, como se lee en muchas cánones (Cor, Iu. Can, dist. 81); y he aquí la razón aducida: porque la santa Iglesia quiere en todas las cosas lo irreprensible. Quienes no son santos no deben tratar las cosas santas (…). Y en el concilio de Cartago se lee: “Los clérigos que tienen por heredad al Señor han de vivir apartado de la compañía del siglo”. Y el concilio Tridentino va aún más lejos cuando dice que “los clérigos han de vivir de tal modo que su habito, maneras, conversaciones, etc., todo sea grave y lleno de unción (…). Decía San Crisóstomo que “el sacerdote ha de ser tan perfecto que todos lo puedan contemplar como modelo de santidad, porque para esto puso Dios en la tierra a los sacerdotes, para vivir como ángeles y ser luz y maestros de virtud para todos los demás” (…). El nombre de clérigo, según enseña san Jerónimo, significa que tiene a Dios por su porción; lo que le hace decir que el clérigo se penetre de la significación de su nombre y adapte a él su conducta (…) y si Dios es su porción, viva tan solo para Dios (…).

El sacerdote es ministro de Dios, encargado de desempeñar dos funciones en extremo nobles y elevadas, a saber: honrarlo con sacrificios y santificar las almas. Todo pontífice escogido de entre los hombres es constituido en pro de los hombres, cuanto a las cosas que miran a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados [Hebr. 5, 1]. Santo Tomás escribe acerca de este texto: “Todo sacerdote es elegido por Dios y colocado en la tierra para atender no a la ganancia y riquezas , ni de estimas, ni de diversiones, ni de mejoras domesticas, sino a los interés de la gloria de Dios” (In Hebr., 5, lect. I). Por eso las escrituras llaman al sacerdote hombre de Dios [1 Tm 6, 11], hombre que no es del mundo, ni de sus familiares, ni siquiera de sí propio, sino tan solo de Dios, y que no busca más que a Dios. A los sacerdotes se aplican, por tanto las palabras de David: Tal de los que le buscan es la estirpe (Sal 25, 6); esta es la estirpe de los que busca a Dios solamente. Así como en el cielo destinó Dios ciertos ángeles que asistiesen a su Trono, así en la tierra, entre los demás hombres, destinó a los sacerdotes para procurar su gloria. Por esto les dice el Levítico Os he separado de entre los pueblos para que seáis míos [Lev 20, 26]. San Juan Crisóstomo dice: “Dios nos eligió para que seamos en la tierra como ángeles entre los hombres” (…).

Y el mismo Dios dice: En los cercanos a mí me mostraré que soy santo [Lev 10, 3]; es decir, como añade el interprete “Mi santidad será conocida por la sanidad de mis ministros”.


Cual debe ser la santidad del sacerdote como ministro del altar.

Dice santo Tomas que de los sacerdotes se exige mayor santidad de los simples religiosos por razón de las sublimes funciones que ejercen, especialmente en la celebración del sacrificio de la misa: “Porque, al recibir las ordenes sagradas, el hombre se eleva al ministerio elevadísimo en que ha de servir a Cristo en el sacramento del altar, cosa que se requiere mayor santidad que la del religioso que no está elevado a la dignidad del sacerdocio. Por lo que añade, en igualdad de circunstancia el sacerdote peca más gravemente que el religioso que no lo es” (…). Célebre la sentencia de San Agustín “No por ser buen monje es uno buen clérigo” (…); de lo que sigue que ningún clérigo puede ser tenido por bueno si no sobrepuja en virtud al monje bueno.

Escribe San Ambrosio que “el verdadero ministro del altar ha nacido para Dios y no para sí (…). Es decir, que el sacerdote ha de olvidarse de sus comodidades, ventajas y pasatiempos, para pensar en el día en que recibió el sacerdocio, recordando desde entonces ya no es suyo, sino de Dios, por lo que no debe ocuparse más que en los intereses de Dios. El Señor tiene sumo empeño en que los sacerdotes sean santos y puros, para que puedan presentarse ante Él libres de toda mancha cuando se le acerquen a ofrecerle sacrificios: Se sentarán para fundir y purificar la plata y purificará a los hijos de Leví, los acrisolará como el oro y la plata y luego podrán ofrecer a Yahveh oblaciones con justicia [Mal. 3, 3]. Y en el Levítico se lee: Permanecerán santos para su Dios y no profanarán el nombre de su divinidad, pues son ellos quienes ha de ofrecerlos sacrificios ígneos a Yahveh, alimento de su Dios; por eso han de ser santos [Lev 21, 6]. De donde se sigue que si los sacerdotes de la antigua ley solo porque ofrecían a Dios el incienso y los panes de la proposición, simple figura del Santísimo sacramento del altar, habían de ser santos, ¡con cuánta mayor razón habrán de ser puros y santos los sacerdotes de la nueva (ley), que ofrecen a Dios el Cordero Inmaculado, su mismísimo Hijo! “Nosotros no ofrecemos, dice Escío, corderos e incienso, como los sacerdotes de la antigua Ley, sino el mismo Cuerpo del Señor, que pendió en el ara de la cruz, y por eso se nos pide la santidad, que consiste en la pureza del corazón, son la cual se acercaría uno inmundo” (…) al altar. Por eso decía Belarmino: “Desgraciado de nosotros, que, llamados a tan altísimo ministerio, distamos tanto del fervor que exigía el Señor de los sacerdotes de la antigua Ley (…).

Hasta quienes habían de llevar los vasos sagrados quería el Señor que estuviesen libres de toda mancha (…), pues “¡cuánto más puros han de ser los sacerdotes que lleven en sus manos y en el pecho a Jesucristo!”, dice Pedro de Blois (…). Ya san Agustín había dicho: “No debe ser puro tan solo quien ha de tocar los vasos de oro, sino también aquellos en quien se renueva la muerte del Señor. La Santísima Virgen María hubo de ser santa y pura de toda mancha porque hubo de llevar en su seno al Verbo encarnado y tratarlo como Madre: y según esto, exclama San Juan Crisóstomo, “¿no se impone que brille con santidad más fúlgida que el sol la mano del sacerdote, que toca la carne de un Dios, , la boca que respira fuego celestial y la lengua que se enrojece con la sangre de Jesucristo?” (…). El sacerdote hace en el altar las veces de Jesucristo, por lo que, como dice San Lorenzo Justiniano, “debe acercarse a celebrar como el mismo Jesucristo, imitando en cuanto sea posible su santidad (…). ¡Qué perfección requiere en la religiosa su confesor para permitirle comulgar diariamente!, y ¿por qué no buscará en sí mismo tal perfección el sacerdote, que comulga también a diario?

Capitulo IV
DE LA GRAVEDAD DE LOS PECADOS DEL SACERDOTE


I. GRAVEDAD DE LOS PECADOS DEL SACERDOTE

Gravísimo es el pecado del sacerdote, porque peca a plena luz, ya que pecando sabe bien lo que hace. Por esto decía Santo Tomás que el pecado de los fieles es más grave que el de los infieles, “precisamente porque conocen la verdad” (…). El sacerdote está de tal modo instruido en la ley, que la enseña a los demás: Pues los labios del sacerdote deben guardar la ciencia, y la doctrina han de buscar su boca [Malaquías 2, 7]. Por esta razón dice San Ambrosio que el pecado de quien conoce la ley es en extremo grande, no tiene la excusa de la ignorancia (…). Los pobres seglares pecan, pero pecan en medio de las tinieblas, del mundo, alejados de los sacramentos, poco instruidos en materia espiritual; sumergidos en los asuntos temporales y con el débil conocimiento de Dios, no se dan cuenta de lo que hacen pecando, pues “flechan entre las sombras” [Sal 10, 3], para hablar con el lenguaje de David. Los sacerdotes, por el contrario están tan llenos de luces, que son antorchas, destinadas a iluminar a los pueblos Vosotros sois la luz del mundo [Mt 5, 14].

A la verdad, los sacerdotes han de estar muy instruidos al cabo de tanto libro leído, de tantas predicaciones oídas, de tantas reflexiones meditadas, de tantas advertencias recibidas de sus superiores; en una palabra, que a los sacerdotes se les ha dado conocer a fondo los divinos misterios [Lc 8, 10]. De aquí que sepan perfectamente cuánto merece Dios ser amado y servido y conozcan toda la malicia del pecado mortal enemigo tan opuesto de Dios, que, si fuera capaz de destrucción, un solo pecado mortal, lo destruiría, según dice San Bernardo: “El pecado tiende a la destrucción de la bondad divina” (…); y en otro lugar; “El pecado aniquila a Dios en cuanto puede” (ib). De modo que como dice el autor de la “Obra imperfecta”, el pecado hace morir a Dios en cuanto depende de su voluntad (…). En efecto, añade el P. Medina “el pecado mortal causa tanta deshonra y disgusto a Dios, que si fuera susceptible a la tristeza, lo haría morir de dolor” (…).

Harto conocido es esto del sacerdote y la obligación que sobre él pesa, como sacerdote, de servirle y amarla, después de tantos favores de Dios recibidos. Por esto, “cuanto mejor conoce la enormidad de la injuria, hecha a Dios por el pecado, tanto crece de punto de gravedad de su culpa”, dice San Gregorio.


Todo pecado del sacerdote es pecado de malicia como lo fue el pecado de los ángeles, que pecaron a plena luz. “Es un ángel del Señor, dice San Bernardo, es pecado contra el cielo (…). Peca en medio de la luz, por lo que su pecado, como se ha dicho, es pecado de malicia, ya que no puede alegar ignorancia, pues conoce el mal del pecado mortal, ni puede alegar flaqueza, pues conoce los medios para fortalecerse, si quiere y si no lo quiere, suya es la culpa: Cuerdo dejó de ser para obrar bien [Salmo 35, 4]. “Pecado de malicia, enseña santo Tomás, es el que se comete a sabiendas (…); y en otro lugar afirma que “todo pecado de malicia es pecado contra el Espíritu Santo es pecado contra el Espíritu Santo, dice San Mateo no se (le) perdonará ni en este mundo ni en el venidero [Mt 12, 32]; y quiere con ello significar que tal pecado será difícilmente perdonado, a causa de la ceguera que lleva consigo, por cometerse maliciosamente.

Nuestro Salvador rogó en la cruz por sus perseguidores diciendo: Padre, perdónalo porque no saben lo que hacen [Lc 23, 34]; y esta oración no vale a favor de los sacerdote malos, sino que, al contrario, los condena, pues los sacerdotes saben lo que hacen. Se lamentaba Jeremías, exclamando: ¡Ay, como se ha oscurecido el oro, ha degenerado el oro mejor! [Lam. 4, 1]. Este oro degenerado, dice el cardenal Hugo, es precisamente el sacerdote pecador, que tendría que resplandecer de amor divino, y con el pecado se trueca en negro y horrible de ver, hecho objeto de honor hasta el mismo infierno y más odioso a los ojos de dos que el resto de los pecadores, San Juan Crisóstomo dice que “el Señor nunca es tan ofendido como cuando le ofenden quienes están revestidos de la dignidad sacerdotal” (…).

Lo que aumenta la malicia del pecado del sacerdote es la ingratitud con que paga a Dios después de haberlo exaltado tanto. Enseña Santo Tomas que el pecado crece de peso y proporción de la ingratitud. “Nosotros mismo, dice San Basilio, por ninguna ofensa nos sentimos tan heridos como la que nos infieren nuestros amigos y allegados (…). San Cirilo llama precisamente a los sacerdotes: familiares intimo de Dios. “¿Cómo pudiera Dios exaltar más al hombre que haciéndolo sacerdote?”, pregunta san Efrén. ¿Qué mayor nobleza, qué mayor honor puede otorgarle de las almas y dispensador de los sacramentos? Dispensadores de la casa real llama San Prospero a los sacerdotes. El Señor eligió al sacerdote, entre tantos hombres, para que fuera su ministro y para que ofreciese sacrificio a su propio Hijo [Eclo 45, 20]. Le dio omnímodo sobre el Cuerpo de Jesucristo; le puso en las manos las llaves del paraíso; lo enalteció sobre todos los reyes de la tierra y sobre todos los ángeles del cielo, y, en una palabra, lo hizo Dios en la tierra. Parece que Dios dice solamente al sacerdote: “¿Qué más cabía hacer a mi viña que yo no hiciera con ella?” [Is 5, 4]. Además, ¡qué horrible ingratitud, cuando el sacerdote tan amado de Dios le ofende en su propia casa! ¿Qué significa mi amado en mi casa mientras comete maldades? [Jer 11, 15], pregunta el Señor por boca de Jeremías. Ante esta consideración, se lamenta San Gregorio diciendo: “¡Ah Señor¡”, que los primeros en perseguirnos son los que ocupan el primer rango en vuestra Iglesia (…).

Precisamente de los malos sacerdote parece se queja el Señor cuando clama al cielo y a la tierra para que sean testigos de la ingratitud de sus hijos para con El: Escuchad cielos, y presta oído tierra, pues es Yahveh quien habla; hijos he criado y engrandecido, pero se han rebelado contra mí [1S 1, 2]. ¿Quiénes, en efecto, son estos hijos más que los sacerdotes, que habiendo sido sublimados por Dios a tal altura y alimentados en su mesa con su misma carne, se atrevieron luego a despreciar su amor y su gracia? También de esto se quejó el Señor por boca de David con estas palabras: Si afrentados me hubiera un enemigo yo lo soportaría [Salmo 54, 3]. Si un enemigo mío, un idolatra, un hereje, un seglar, me ofendiera, todavía lo podría soportar; pero ¿cómo habré de poder sufrir el verme ultrajado por ti, sacerdote, amigo mío y mi comensal? Mas fuiste tú el compañero mío, mi amigo y confidente; con quien en dulce amistad me unía [Sal 54, 14.15]. Se lamentaba de esto Jeremías, diciendo: “Quienes comían manjares delicados han perecido por las calles: los llevados envueltos en púrpura abrazaron las basuras [1 Pedro 11, 9; Ex 19, 6]. ¡Qué miseria y que horror!, exclama el profeta; el que se alimentaba con alimentos celestiales y vestía de púrpura, se vio luego cubierto de un manto manchado por los pecados, alimentándose de basuras estercolares… Y San Juan Crisóstomo, o sea el autor de la “Obra imperfecta”, añade: «Los seglares se corrigen fácilmente, en cuanto que los sacerdotes, si son malos, son a la vez incorregibles»

II. CASTIGOS DEL PECADO DEL SACERDOTE

Consideremos ahora el castigo reservado al sacerdote pecador, castigo que ha de ser proporcionado a la gravedad de su pecado. Mandará lo azoten en su presencia con golpes de número proporcionado a su culpabilidad [Deut 25, 2], dice el Señor en el Deuteronomio. San Juan Crisóstomo tiene ya por condenado al sacerdote que durante el sacerdocio comete un solo pecado mortal: “Si pecas siendo hombre particular, tu castigo será menor, pero si pecas siendo sacerdote estás perdido”. Y a la verdad que son por boca de Jeremías contra los sacerdotes pecadores: Porque incluso el profeta y el sacerdote se han hecho impíos; hasta en mi propia casa he descubierto su maldad, declara Yahveh. Por esto su camino será para ellos resbaladero en tinieblas: serán empujados y caerán en él [Jer. 23, 11-12]. ¿Qué esperanza de vida daríais, sobre un terreno resbaladizo, sin luz para ver donde pone el pie mientras, de vez en cuando, le dieran fuertes empujones para hacerlo despeñar? Tal es el desgraciado estado en que se halla el sacerdote que comete un pecado mortal. Resbaladero en tinieblas: el sacerdote, al pecar pierde la luz y queda ciego: Mejor les fuera, dice San Pedro, no haber conocido el camino de la justicia que, después de haberlo conocido, volverse atrás de la ley santa a ellos enseñada [2 Petr. 2, 21]. Más le valdría al sacerdote que peca ser un sencillo aldeano ignorante que no entendiese de letras. Porque después de tantos sermones oídos y de tantos directores, y de tantas luces recibidas de Dios, el desgraciado, al pecar y hollar bajo sus plantas todas las gracias de Dios recibidas, merece que la luz que le ilustró no sirva más que para cegarlo y perderlo en la propia ruina. Dice San Juan Crisóstomo que “a mayor conocimiento corresponde mayor castigo, añade que por eso el sacerdote las mismas faltas que sus ovejas no recibirá el mismo castigo, sino mucho más duro” (…).

El sacerdote cometerá el mismo pecado que muchos seglares, pero su castigo será mucho mayor y quedará más obcecado que esos seglares, siendo castigado precisamente como lo anuncia el profeta : Escuchad, pero sin comprender, y ver, más sin entender [Lc 8, 10]. Esto es lo que nos enseña la experiencia, dice el autor de la “Obra imperfecta”: “El seglar después del pecado se arrepiente”. En efecto, si asiste a una misión, oye algún sermón fuerte, o medita las verdades eternas acerca de la malicia del pecado, de la certidumbre de la muerte, del rigor del juicio divino o de las penas del infierno, entra fácilmente en sí mismo y vuelve a Dios, porque, como dice el Santo, “esas verdades le conmueven y le aterran como algo nuevo”, al paso que al sacerdote que ha pisoteado la gracia de Dios y todas las gracias de Él recibida, ¿qué impresión le pueden causar las verdades eternas y las amenazas de las divinas Escrituras? Todo cuanto encierra la Escritura, continua el mismo autor, todo para él está gastado y sin valor; por lo que concluye que no hay cosa más imposible que esperar la enmienda del que lo sabe todo y, a pesar de ello peca (…). “Muy grande es, dice San Jerónimo, la dignidad del sacerdote, pero muy grande es también su ruina si en semejante estado vuelve la espalda a Dios” (…). “Cuánto mayor es la altura a que le sublimó Dios, dice San Bernardo, tanto mayor será el precipicio” (…). “Quien se cae del mismo suelo, dice san Ambrosio, no se suele hacer mucho daño, pero quien cae de lo alto no se dice que cae, sino que se precipita, y por eso la caída es mortal” (…). Alegrémonos, dice San Jerónimo, nosotros los sacerdotes, al vernos en tal altura, pero temamos por ello tanto más la caída” [In Ez. 44].

Diríase que Dios habla a solos sacerdotes cuando dice por boca de Isaías: Te había colocado en la santa montaña de Dios y te he destruido [Ez. 28, 14. 16]. ¡Oh sacerdote!. Dice el Señor, yo te había colocado en mi monte santo para que fuera luz del mundo: Vosotros sois la luz del mundo. No puede esconderse una ciudad puesta sobre la cima de un monte [Mt 5, 14]. Sobrada razón, por lo tanto, tenía San Lorenzo Justiniano para afirmar que “cuanto mayor es la gracia concedida por Dios a los sacerdotes, tanto más digno de castigo es su pecado, y que cuanto más alto es el estado a que se le ha sublimado, tanto será más mortal la caída”. “El que se cae al río, tanto más profundo cae cuanto de más arriba fue la caída” (…).

Sacerdote mío, mira que habiéndote Dios exaltado tan alto al estado sacerdotal te ha sublimado hasta el cielo, haciéndote hombre no ya terreno, sino celestial; si pecas cae del cielo, por lo que has de pensar cuán funesta será tu caída, como te lo advierte San Pedro Crisólogo: “¿Qué cosa más alta que el cielo?; pues del cielo cae quien peca entre las cosas celestiales” (…). “Tu caída, dice San bernardo, será como la del rayo, que se precipita impetuoso” (…); es decir, que tu perdición será irreparable [Jer 21, 12]. Así, desgraciado, se verificará contigo la amenaza con que el Señor conminó a Cafarnaúm. Y tú, Cafarnaúm, ¿hasta el cielo te vas a encumbrar? ¡Hasta el infierno serás hundida! [Lc 10, 15]. Tan gran castigo merece el sacerdote pecador por la suma ingratitud con que trata a Dios. “El sacerdote está obligado a ser tanto más agradecido cuanto mayores beneficios a recibido”, dice San Gregorio (…). “El ingrato merece que se le prive de todos los bienes recibidos”, como observa un sabio autor. Y el propio Jesucristo dijo: A todo el que tiene se le dará y andará sobrado; más al que no tiene, aún lo que tiene le será quitado [Mt 25, 29]. Quien es agradecido con Dios, obtendrá aún más abundante gracias; pero el sacerdote que después de tantas luces, tantas comuniones, vuelve la espalda, desprecia todos los favores recibidos de Dios y renuncia a su gracia, será en todo justicia privado de todo. El Señor es liberal con todos, pero no con los ingratos. “La ingratitud, dice San Bernardo, seca la fuente de la bondad divina (…). De aquí nace lo que dice San Jerónimo, que “no hay en el mundo bestia tan cruel como el mal sacerdote, porque no quiere dejarse corregir” (…). Y San Juan Crisóstomo, o sea el autor de la “Obra imperfecta”, añade: “Los seglares se corrigen fácilmente, en cuanto que los sacerdotes, si son malos, son a la vez incorregibles” (…).

A los sacerdotes que pecan se aplican de modo especial, según el parecer de San Pedro Damiano (…), estas palabras del Apóstol: A los que una vez fueron iluminados y fueron hechos participes del Espíritu Santo y gustaron la hermosa palabra de Dios… y recayeron, es imposible renovarlos segunda vez, convirtiéndolos a penitencia cuando ello, cuanto es de su parte, crucifican de nuevo al Hijo de Dios [Hebr 6, 4, 6]. ¿Quién en efecto, más iluminado que el sacerdote, ni paladeó, como él, los dones celestiales, ni participó tanto del Espíritu Santo? Dice Santo Tomás que los ángeles rebeldes quedaron obstinados en su pecado en plena luz; y así también, añade San Bernardo, será tratado por Dios el sacerdote, hecho como ángel del Señor y, como él, elegido o reprobado” (…).

Reveló el Señor a Santa Brigida que atendía a los paganos y a los judíos, pero que no encontraba nada peor que los sacerdotes, pues su pecado es como el que precipitó a Lucifer (…). Nótense aquí las palabras de Inocencio III: “Muchas cosas que son veniales tratándose de seglares, son mortales entre los eclesiásticos (…).

A los sacerdotes también se aplican estas otras palabras de San Pablo: La tierra que bebe la lluvia que frecuentemente cae sobre ella, si produce plantas provechosas a aquellos por quienes es además labrada, participa de la bendición de parte de Dios; más la que lleva espinas y abrojos es reprobadas y cerca de ser maldecida, cuyo paradero es ir a las llamas [Hebr 6, 7.8]. ¡Qué lluvia de gracias ha recibido continuamente el sacerdote de Dios!; y luego, en vez de frutos, produce abrojos y espinas y de recibir maldición final, para ir, en el fuego del infierno. Pero ¿y qué temor tendrá del fuego del infierno el sacerdote que tantas veces volvió las espaldas a Dios? Los sacerdote pecadores pierden la luz, como hemos visto, y con ella pierden el temor de Dios, como el propio Señor lo da a entender: Y si soy Señor, ¿dónde el temor que me es debido?, dice Yahveh Sebaot a vosotros, sacerdotes, menospreciadores de mi nombre [Mal. 1, 6]. Dice San Bernardo que “los sacerdotes como caen de gran altura, quedan sumergidos en su malicia, pierden el recuerdo de Dios y se vuelven sordos a todas las amenazas de la justicia divina, hasta el punto de que si siquiera el peligro de su condenación llegue a conmoverlos (…). Pero ¿a qué extrañarse de ello? El sacerdote pecador cae al fondo del abismo, donde, privado de luz, llega a despreciarlo todo, aconteciéndole lo que dice el sabio: Cuando llega el mal, viene el desprecio, y con la ignominia el oprobio [Pro. 18. 3]. Este mal es el del sacerdote que peca por malicia, cae en el profundo de la miseria y queda ciego, por lo que desprecia los castigos, las admoniciones, la presencia de Jesucristo, que tiene junto así en el altar, y no se avergüenza de ser peor que el traidor Judas, como el Señor se lamentó con Santa Brígida: Tales sacerdotes no son sacerdotes míos, sino verdaderos traidores (…). Sí, porque abusan de la celebración de la misa para ultrajar más cruelmente a Jesucristo con el sacrilegio. Y ¿cuál será, finalmente, el termino infeliz de tal sacerdote? Helo aquí: En país cosas de justas cometerá iniquidad, y no verá la Majestad de Yahveh [Is 26, 10]. Su fin será, en una palabra, el abandono de Dios y luego el infierno. -Pero Padre, dirá alguien, este lenguaje es en extremo aterrador ¿Qué? ¿Nos quieres hacer desesperar? Responderé con San Agustín: “Si aterro, es que yo mismo estoy aterrado” (…). Pues dirá el sacerdote que por desgracia hubiera ofendido a Dios en el sacerdocio, ¿ya no habrá para mi esperanza de perdón? No; lejos de mí afirmar esto; hay esperanza si hay arrepentimiento, y se aborrece el mal cometido. Sea este sacerdote sumamente agradecido al Señor si uno se ve asistido de su gracia, y apresúrese a entregarse cuando le llama según aquello de San Agustín: “Oigamos su voz cuando nos llama, no sea que no nos oiga cuando esté pronto a juzgarnos (…).

III EXHORTACIÓN

Sacerdotes míos, estimemos en adelante nuestra nobleza y, por ser ministros de Dios, avergoncémonos de hacernos esclavos del pecado y del demonio. El sacerdote, dice San Pedro Damiano “debe abundar en nobles sentimientos y avergonzarse, como ministro del Señor, de cambiarse esclavo del pecado (…). No imitemos la locura de los mundanos que no piensan más que en el presente. Está reservado a los hombres morir una sola vez, y tras esto, el juicio [Hebr 9, 27]. Todos hemos de comparecer en este juicio para que reciba cada cual el pago de lo hecho viviendo en el cuerpo [2 Cor 5, 10]. Entonces se nos dirá: Ríndeme cuenta de tu administración [Lc 16, 2], es decir, de tu sacerdocio; como lo ejerciste y para qué fines de serviste de él. Sacerdote mío, ¿estarías conmigo si hubiera ahora de ser juzgado?, o ¿tendrías que decir: Cuando inspeccione [Dios], ¿qué le responderé? [Job 31, 14]. Cuando el Señor castiga a un pueblo, el castigo empieza por los sacerdote, por ser ellos la primera causa de los pecados del pueblo, ya por su mal ejemplo, ya por la negligencia en cultivar la viña encomendada a sus desvelo. De aquí que entonces diga el Señor. Tiempo es de que comience al juicio por la casa de Dios [1 Pedro 4, 17]. En la mortandad descrita por Ezequiel quiso el Señor que los primeros castigados sean los sacerdotes: Y comenzaréis por mi Santuario [Ez 9, 6]; es decir, como lo explica Orígenes, por mis sacerdotes (…). En otro lugar se lee; Los poderosos, poderosamente serán enjuiciados [Sab . 6, 7]. A todo aquel a quien mucho se dio, mucho se le exigirá [Lc 12, 48]. El autor de la Obra imperfecta dice: “En el día del juicio se verá el seglar con la estola sacerdotal, y al sacerdote pecador, despojado de su dignidad, se le verá entre los fieles e hipócritas” (…). Escuchad esto, ¡oh sacerdotes!… porque a vosotros afecta esta sentencia [Os 5, 1].

Y como el juicio de los sacerdotes será más riguroso, su condenación será también más terrible [Jer 17, 18]. Un concilio de Paris, dice que “la dignidad del sacerdote es grande, también su ruina si llega a pecar” [In Ez 44]. Sí, dice San Juan Crisóstomo: “si el sacerdote comete los mismos pecados que sus feligreses, padecerá no el mismo castigo, sino castigo mucho mayor (…). Se le reveló a Santa Brigida que los sacerdotes pecadores serán hundidos en el infierno más profundamente que todos los demonios en el infierno: Todo el infierno se pondrá en movimiento (…). ¿Cómo festejaran los demonios las entrada de un sacerdote, para salir a su encuentro [Is 14, 9]. Todos los príncipes de aquella miserable región se alzarán en primer lugar en los tormentos al sacerdote condenado; y continua diciendo Isaías que en el seol se dirá: También tu te has debilitado como nosotros; a nosotros te has hecho semejante [ Is 14, 11]. ¡Oh sacerdote! Tiempo hubo en que ejerciste dominio sobre nosotros, cuando hiciste bajar tantas veces al verbo encarnado sobre los altares y libraste a tantas almas del infierno; pero ahora te has hecho semejante a nosotros y estás atormentado como nosotros: has descendido al seol tu resplandor [Is 14, 11]. La soberbia con que despreciaste a Dios es la que por fin te ha traído aquí. Bajo ti hace cama la gusanera y gusanos son tu cobertor [Ib. 11]. Pues bien, dado que eres rey, aquí tienes tu estrado regio y tu vestido de púrpura; mira el fuego y los gusanos que te devorarán continuamente cuerpo y alma. ¡Cómo se burlarán entonces los demonios de las misas, de los sacramentos y de las funciones sagradas del sacerdote! Le miraron sus adversarios y se burlaron de su ruina [Lam. 1, 7].

Mirad sacerdotes míos, que los demonios se esfuerzan por tentar a un sacerdote que se condena arrastra a muchos tras de sí. El Crisóstomo dice: “Quien consigue quitar de en medio al pastor, dispersa todo el rebaño (…); y otro autor dice, con matar más a los jefes que a los soldados (…); por eso añade San Jerónimo que el diablo no busca tanto la perdida de los infieles y de los que están fuera del santuario, sino que se esfuerza por ejercer sus rapiñas en la Iglesia de Jesucristo, lo que le constituye su manjar predilecto, como dice Habacuc (…). No hay, pues, manjar más delicioso para el demonio que las almas de los eclesiásticos.

(Lo siguiente puede servir para excitar la compunción en el acto de contrición).

Sacerdote mío, figúrate que el Señor te dice lo que al pueblo judío: “Dime qué mal hice, o mejor, que bien dejé de hacerte. Te saqué de en medio del mundo y te elegí entre tantos seglares para hacerte mi sacerdote, ministro mío y mi familiar; y tú, por míseros intereses, por viles placeres, me crucificaste de nuevo; yo, en el desierto de esta tierra te alimenté cada mañana con el mana celestial, es decir, con mi carne y mi sangre divinas, y tu me abofeteaste con aquellas palabras y acciones inmodestas. Yo te elegí por viña que había que había de formar mis delicias, plantando en ti tantas luces y tantas gracias que me rindiesen frutos suaves y queridos y no coseché de ti más que frutos amargos. Yo te constituí rey t hasta más grande que los reyes de la tierra, y tu me coronaste con la corona de espinas de tus malos pensamientos consentidos. Yo te elevé a la dignidad de vicario mío y te di las llaves del cielo, constituyéndote así como rey de la tierra, y tú, despreciándolo todo, mis gracias y mi amistad, me crucificaste nuevamente”, etc. (…) [San Alfonso María de Ligorio, «La dignidad y santidad sacerdotal».

Tomado del excelente sitio web obra de Las Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María:

http://www.corazones.org

Corazón de Jesús, Fuente Viva

"La flor preciosa del cielo, al llegar la plenitud de los tiempos, se abrió del todo y en todo el cuerpo, bañada por rayos de un amor ardentísimo. La llamarada roja del amor refulgió en el rojo vivo de la Sangre" (SAN BUENAVENTURA, La vid mística, 23).

Del oficio de lectura, Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús (viernes después de Corpus Christi)
En ti está la fuente viva
De las obras de San Buenaventura, obispo
Opúsculo 3, El árbol de la vida 29-30.47

Y tú, hombre redimido, considera quién, cuál y cuán grande es éste que está pendiente de la cruz por ti. Su muerte resucita a los muertos, su tránsito lo lloran los cielos y la tierra, y las mismas piedras, como movidas de compasión natural, se quebrantan. ¡Oh corazón humano, más duro eres que ellas, si con el recuerdo de tal víctima ni el temor te espanta, ni la compasión te mueve, ni la compunción te aflige, ni la piedad te ablanda!

Para que del costado de Cristo dormido en la cruz se formase la Iglesia y se cumpliese la Escritura que dice: Mirarán al que atravesaron, uno de los soldados lo hirió con una lanza y le abrió el costado. Y fue permisión de la divina providencia, a fin de que, brotando de la herida sangre y agua, se derramase el precio de nuestra salud, el cual, manando de la fuente arcana del corazón, diese a los sacramentos de la Iglesia la virtud de conferir la vida de la gracia, y fuese para los que viven en Cristo como una copa llenada en la fuente viva, que salta hasta la vida eterna.

Levántate, pues, alma amiga de Cristo, y sé la paloma que anida en la pared de una cueva; sé el gorrión que ha encontrado una casa y no deja de guardarla; sé la tórtola que esconde los polluelos de su casto amor en aquella abertura sacratísima. Aplica a ella tus labios para que bebas el agua de las fuentes del Salvador. Porque ésta es lafuente que mana en medio del paraíso y, dividida en cuatro ríos que se derraman en los corazones amantes, riega y fecunda toda la tierra.

Corre, con vivo deseo, a esta fuente de vida y de luz, quienquiera que seas, ¡oh alma amante de Dios!, y con toda la fuerza del corazón exclama:

«¡Oh hermosura inefable del Dios altísimo, resplandor purísimo de la eterna luz! ¡Vida que vivificas toda vida y luz que iluminas toda luz y conservas en perpetuo resplandor millares de luces, que desde la primera aurora fulguran ante el trono de tu divinidad!

¡Oh eterno e inaccesible, claro y dulce manantial de la fuente oculta a los ojos mortales, cuya profundidad es sin fondo, cuya altura es sin término, su anchura ilimitada y su pureza imperturbable!

De ti procede el río que alegra la ciudad de Dios, para que, con voz de regocijo y gratitud, te cantemos himnos de alabanza, probando por experiencia que en ti está la fuente viva, y tu luz nos hace ver la luz.

Tomado de:

http://www.corazones.org

SAN IRENEO DE LYON

Contra los Herejes

Padre de la Iglesia, nacido cerca del año 130 Obispo de Lyon (hoy día ciudad del sur de Francia)

CONTRA LOS HEREJES, es la primera gran síntesis teológica en la historia del cristianismo. Su autor es el más destacado teólogo y Padre de la Iglesia del siglo II, San Ireneo de Lyon, que a través de su maestro San Policarpo fue discípulo de San Juan. Representa del modo más puro la Tradición Apostólica.  Esta obra es de un interés particular, porque en la Providencia divina llegó a ser la fuente de la que brotaron muchas ideas y principios que en los siglos siguientes fecundaron la teología hasta el día de hoy.

Para leerla clic, aquí

Original de:

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Una de las Obras de San Ireneo

De su Tratado contra las herejías:

La economía de la encarnación redentora.

La Encarnación para la redención.

19 de diciembre

Lecturas de la liturgia de las horas

PRIMERA LECTURA
Del Libro del Profeta Isaías 47, 1, 3b-15

SEGUNDA LECTURA
Del Tratado de San Ireneo, Obispo, contra las herejías
(Libro 3, 20, 2-3: SCh 34, 342-344)

La gloria del hombre es Dios; el hombre, en cambio, es el receptáculo de la actuación de Dios, de toda su sabiduría y su poder.

De la misma manera que los enfermos demuestran cuál sea el médico, así los hombres manifiestan cuál sea Dios. Por lo cual dice también Pablo: Pues Dios nos encerró a todos en la rebeldía para tener misericordia de todos. Esto lo dice del hombre, que desobedeció a Dios y fue privado de la inmortalidad, pero después alcanzó misericordia y, gracias al Hijo de Dios, recibió la filiación que es propia de Éste.

Si el hombre acoge sin vanidad ni jactancia la verdadera gloria procedente de cuanto ha sido creado y de quien lo creó, que no es otro que el poderosísimo Dios que hace que todo exista, y si permanece en el amor, en la sumisión y en la acción de gracias a Dios, recibirá de Él aún más gloria, así como un acrecentamiento de su propio ser, hasta hacerse semejante a aquel que murió por él.

Porque el Hijo de Dios se encarnó en un carne pecadora como la nuestra, a fin de condenar al pecado y, una vez condenado, arrojarlo fuera de la carne. Asumió la carne para incitar al hombre a hacerse semejante a Él y para proponerle a Dios como modelo a quien imitar. Le impuso la obediencia al Padre para que llegara a ver a Dios, dándole así el poder de alcanzar al Padre. La Palabra de Dios, que habitó en el hombre, se hizo también Hijo del hombre, para habituar al hombre a percibir a Dios, y a Dios a habitar en el hombre, según el beneplácito del Padre.

Por esta razón el mismo Señor nos dio como señal de nuestra salvación al que es Dios-con-nosotros, nacido de la Virgen, ya que era el Señor mismo quien salvaba a aquellos que no tenían posibilidad de salvarse por sí mismos; por lo que Pablo, al referirse a la debilidad humana, exclama: Sé que no es bueno eso que habita en mi carne, dando a entender que el bien de nuestra salvación no proviene de nosotros, sino de Dios; y añade: ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo presa de la muerte? Después de lo cual se refiere al libertador: la gracia de nuestro Señor Jesucristo.

También Isaías dice lo mismo: Fortaleced las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes; decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis.» Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona y os salvará; porque hemos de salvarnos, no por nosotros mismos, sino con la ayuda de Dios.

Ver otras de sus obras de su Tratado contra las herejías aquí


Tomado de:

http://www.corazones.org

PENSAMIENTOS DE SANTO TOMÁS MORO

¡Santo Tomás Moro, ora pro nobis!

«Si me distraigo, la Eucaristía me ayuda a recogerme. Si se ofrecen cada día oportunidades para ofender a mi Dios, me armo cada día para el combate con la recepción de la Eucaristía. Si necesito una luz especial y prudencia para desempeñar mis pesadas obligaciones, me acerco a mi Señor y busco Su consejo y luz» 1

«Estas cosas, buen Señor, por las que rezamos, danos la gracia de trabajarlas» 2

«Es mas breve y rápido escribir herejías que responder a ellas» 3

NOTAS

1 «If I am distracted, Holy Communion helps me become recollected. If opportunities are offered by each day to offend my God, I arm myself anew each day for the combat by reception of the Eucharist. If I am in need of special light and prudence in order to discharge my burdensome duties, I draw nigh to my Savior and seek counsel and light from Him.» –Saint Thomas More

2 «These things, good Lord, that we pray for, give us Thy grace to labor for.» –Saint Thomas More.

3 «It is a shorter thing and sooner done, to write heresies, than to answer them.» –Saint Thomas More.

Tomado de: http://www.corazones.org

» La Coraza de San Patricio»

Esta hermosa oración de San Patricio, popularmente conocida, fue supuestamente compuesta por él en preparación de esta victoria sobre el paganismo.

Acontinuación una traducción literal de un antiguo texto irlandés:

Me levanto hoy
Por medio de poderosa fuerza, la invocación de la Trinidad,
Por medio de creer en sus Tres Personas,
Por medio de confesar la Unidad,
Del Creador de la Creación.

Me levanto hoy
Por medio de la fuerza del nacimiento de Cristo y su bautismo,
Por medio de la fuerza de Su crucifixión y su sepulcro,
Por medio de la fuerza de Su resurrección y asunción,
Por medio de la fuerza de Su descenso para juzgar el mal.

Me levanto hoy
Por medio de la fuerza del amor de Querubines,
En obediencia de Ángeles,
En servicio de Arcángeles,
En la esperanza que la resurrección encuentra recompensa,
En oraciones de Patriarcas,
En palabras de Profetas,
En prédicas de Apóstoles,
En inocencia de Santas Vírgenes,
En obras de hombres de bien.

Me levanto hoy
Por medio del poder del cielo:
Luz del sol,
Esplendor del fuego,
Rapidez del rayo,
Ligereza del viento,
Profundidad de los mares,
Estabilidad de la tierra,
Firmeza de la roca.

Me levanto hoy
Por medio de la fuerza de Dios que me conduce:
Poder de Dios que me sostiene,
Sabiduría de Dios que me guía,
Mirada de Dios que me vigila,
Oído de Dios que me escucha,
Palabra de Dios que habla por mí,
Mano de Dios que me guarda,
Sendero de Dios tendido frente a mí,
Escudo de Dios que me protege,
Legiones de Dios para salvarme
De trampas del demonio,
De tentaciones de vicios,
De cualquiera que me desee mal,
Lejanos y cercanos,
Solos o en multitud.

Yo invoco éste día todos estos poderes entre mí y el malvado,
Contra despiadados poderes que se opongan a mi cuerpo y alma,
Contra conjuros de falsos profetas,
Contra las negras leyes de los paganos,
Contra las falsas leyes de los herejes,
Contra obras y fetiches de idolatría,
Contra encantamientos de brujas, forjas y hechiceros,
Contra cualquier conocimiento corruptor de cuerpo y alma.

Cristo escúdame hoy
Contra filtros y venenos, Contra quemaduras,
Contra sofocación, Contra heridas,
De tal forma que pueda recibir recompensa en abundancia.

Cristo conmigo, Cristo frente a mí, Cristo tras de mí,
Cristo en mí, Cristo a mi diestra, Cristo a mi siniestra,
Cristo al descansar, Cristo al levantar,
Cristo en el corazón de cada hombre que piense en mí,
Cristo en la boca de todos los que hablen de mí,
Cristo en cada ojo que me mira, Cristo en cada oído que me escucha.

Me levanto hoy
Por medio de poderosa fuerza, la invocación de la Trinidad,
Por medio de creer en sus Tres Personas,
Por medio de confesar la Unidad,
Del Creador de la Creación.

Tomado de: http://www.mercaba.org

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Muchos pueblos renacieron a Dios por mí

Del oficio de lectura, 17 de Marzo, San Patricio, Obispo

De la Confesión de san Patricio
(Caps. 14-16: PL 53, 808-809)

"donde jamás se había tenido conocimiento de Dios; allá, en Irlanda, donde se adoraba a los ídolos y se cometían toda suerte de abominaciones, ¿cómo ha sido posible formar un pueblo del Señor, donde las gentes puedan llamarse hijos de Dios? Ahí se ha visto que hijos e hijas de los reyezuelos escoceses, se transformen en monjes y en vírgenes de Cristo". San Patricio

Sin cesar doy gracias a Dios que me mantuvo fiel el día de la prueba. Gracias a él puedo hoy ofrecer con toda confianza a Cristo, quien me liberó de todas mis tribulaciones, el sacrificio de mi propia alma como víctima viva, y puedo decir: ¿Quién soy yo, y cuál es la excelencia de mi vocación, Señor, que me has revestido de tanta gracia divina? Tú me has concedido exultar de gozo entre los gentiles y proclamar por todas partes tu nombre, lo mismo en la prosperidad que en la adversidad. Tú me has hecho comprender que cuanto me sucede, lo mismo bueno que malo, he de recibirlo con idéntica disposición, dando gracias a Dios que me otorgó esta fe inconmovible y que constantemente me escucha. Tú has concedido a este ignorante el poder realizar en estos tiempos esta obra tan piadosa y maravillosa, imitando a aquellos de los que el Señor predijo que anunciarían su Evangelio para que llegue a oídos de todos los pueblos. ¿De dónde me vino después este don tan grande y tan saludable: conocer y amar a Dios, perder a mi patria y a mis padres y llegar a esta gente de Irlanda, para predicarles el Evangelio, sufrir ultrajes de parte de los incrédulos, ser despreciado como extranjero, sufrir innumerables persecuciones hasta ser encarcelado y verme privado de mi condición de hombre libre, por el bien de los demás?

Dios me juzga digno de ello, estoy dispuesto a dar mi vida gustoso y sin vacilar por su nombre, gastándola hasta la muerte. Mucho es lo que debo a Dios, que me concedió gracia tan grande de que muchos pueblos renacieron a Dios por mí. Y después les dio crecimiento y perfección. Y también porque pude ordenar en todos aquellos lugares a los ministros para el servicio del pueblo recién convertido; pueblo que Dios había llamado desde los confines de la tierra, como lo había prometido por los profetas: A ti vendrán los paganos, de los extremos del orbe, diciendo: «Qué engañoso es el legado de nuestros padres, qué vaciedad sin provecho». Y también: Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra.

Allí quiero esperar el cumplimiento de su promesa infalible, como afirma en el Evangelio: Vendrán de Oriente y Occidente y se sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob.

Oración

Oh Dios, que elegiste a tu obispo san Patricio para que anunciara tu gloria a los pueblos de Irlanda, concede, por su intercesión y sus méritos, a cuantos se glorían llamarse cristianos, la gracia de proclamar siempre tus maravillas delante de los hombres. Por nuestro Señor Jesucristo.

Tomado de: http://www.corazones.org

Este sitio web es obra de Las  Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María

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San Patricio, patrón de Irlanda

"Yo era como una piedra en una profunda mina; y aquel que es poderoso vino, y en su misericordia, me levantó y me puso sobre una pared." -San Patricio

Utilizaba un lenguaje sencillo al evangelizar.

Por ejemplo, para explicarles acerca de la Santísima Trinidad, les presentaba la hoja del trébol, diciéndoles que así como esas tres hojitas forman una sola verdadera hoja, así las tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, forman un solo Dios verdadero. Todos lo escuchaban con gusto, porque el pueblo lo que deseaba era entender.

Así como estas tres hojitas forman una sola verdadera hoja, así las tres personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, forman un solo Dios verdadero.

SAN GREGORIO MAGNO

"La verdadera penitencia consiste en llorar o detestar los pecados cometidos, y estos no volverlos a cometer"

(† 604)

San Gregorio Magno vivió un período de profundas convulsiones religiosas y políticas.  Nacido hacia 540 en una familia de la nobleza romana, vivió los momentos más bajos de la curva de la caída de Roma y los primeros de una nueva época ascendente.  Por ello puede ser considerado como el último romano, con el que se cierra el período de los grandes Padres y literatos de la Iglesia de Occidente, o como el primer hombre medieval que supo concretar en sus obras el espíritu de una nueva edad que se había de alimentar de su moral, ascética y mística hasta San Bernardo, Santo Tomás y Santa Teresa.   Precisamente con su nacimiento —en 541— termina la cronología consular, que liquida definitivamente una de las instituciones básicas en la historia de Roma.

La familia de Gregorio era hondamente cristiana.  Sus padres, el senador Gordiano y la noble Silvia, están emparentados con los Anicios.  El palacio familiar se asienta en las estribaciones del monte Celio, en medio de un mundo lleno de recuerdos de la Roma del Imperio y de la primitiva Roma cristiana.   Entre sus antepasados se encuentra el papa Félix III (483-492).   La Iglesia venera en los altares a varios miembros de su familia.   Su padre se dedicó al fin de su vida al servicio de la Iglesia como regionario.   Su madre pasó los últimos años en el monte Aventino, en absoluto retiro.   Sus tías Társila y Emiliana consagraron a Dios su virginidad.   En las homilías que pronunció durante su pontificado, se complace en recordar el ejemplo de sus santas tías vírgenes.   Ambas y sus padres figuran en el catálogo de los santos.

San Gregorio se formó en las escuelas de su tiempo.   Por causa de las guerras habían decaído del esplendor logrado siglo y medio antes con Marciano Capella y casi aquellos mismos días con Casiodoro.   Cursó derecho.   De él quería hacer Justiniano la base necesaria de la unidad religiosa, política y territorial del Imperio.

La formación jurídica de San Gregorio es profunda.   Su alma severa y equilibrada encontró en ella una magnífica preparación para sus futuras e insoñadas actividades.   Su formación literaria es menos brillante.   Aún se trata en los centros universitarios de realizar el tipo ideal del orador, siguiendo las preceptivas de Quintiliano, y de Cicerón.   En cambio, la formación bilingüe grecolatina ha desaparecido totalmente en el siglo VI.   El Santo no llegó a aprender la lengua griega, ni durante su larga estancia en Bizancio.   Al terminar la carrera fue nombrado pretor (¿prefecto?) de la urbe.   Eran tiempos de inseguridad y de guerras permanentes.   Durante su niñez asistió a la entrada de Totila en Roma (546), a la cautividad de los romanos en Campania, a los asaltos de los godos a la ciudad en 549, a los últimos juegos circenses en el Circo Máximo, que Totila, con regia liberalidad, ofreció al pueblo romano al tiempo de despedirse.

Gregorio vivió con intensidad la tragedia desgarradora de Italia, arrasada por las invasiones de los lombardos, y de Roma en ruinas.   Aún hoy impresionan las descripciones de San Gregorio, de Pablo Diácono y de otros historiadores.   «Por todas partes vemos luto —dice el Santo—, por todas oímos gemidos. Las ciudades están saqueadas; los castillos, demolidos, la tierra, reducida a desierto.   En los campos no quedan colonos ni en las ciudades se encuentran apenas habitantes…   Los azotes de la justicia de Dios no tienen término, porque tantos castigos no bastan a corregir los pecados. Vemos a unos arrastrados a la esclavitud, a otros mutilados, a otros matados… ¡A qué bajo estado ha descendido aquella Roma que otras veces era señora del mundo!   Hecha añicos repetidamente y con inmenso dolor, despoblada de ciudadanos, asaltada de enemigos, convertida en un montón de ruinas…   ¿Dónde está el senado? ¿Dónde el pueblo?…   Ya por ruinas sucesivas vemos destruidos en el suelo los mismos edificios…» Gregorio trabajó con entusiasmo juvenil en su quehacer político.   Pero no encontró en sus quehaceres temporales la satisfacción que deseaba.   Así comenzó a resonar en su alma la llamada a la vida contemplativa.

Entonces se cruzaron en su camino dos monjes benedictinos, Constancio y Simplicio.   Procedían de Montecassino, de la generación inmediatamente posterior a San Benito.   La Historia tiene que agradecerles un santo, un papa, un doctor de la Iglesia, el maestro espiritual de la Orden, el discípulo más auténtico de San Benito y uno de los ascetas más importantes de la historia de la espiritualidad.   La lucha interior antes de decidirse a entrar en el monasterio, y decir adiós a sus tareas temporales tan queridas fue desgarradora.   La describe el mismo Santo en carta a su íntimo amigo San Leandro de Sevilla. «Yo diferí largo tiempo la gracia de la conversión, es decir, de la profesión religiosa, y, aun después que sentí la inspiración de un deseo celeste, yo creía mejor conservar el hábito secular. En este tiempo se me manifestaba en el amor a la eternidad lo que debía buscar, pero las obligaciones contraidas me encadenaban y yo no me resolvía a cambiar de manera de vivir.  Y cuando mi espíritu me llevaba ya a no servir al mundo sino en apariencia, muchos cuidados, nacidos de mi solicitud por el mundo, comenzaron a agrandarse poco a poco contra mi bien, hasta el punto de retenerme no sólo por defuera y en apariencia, sino lo que es más grave, por mi espíritu».

Al fin un día cambió el vestido de púrpura de gobernante por el humilde saco de monje, según noticia de Gregorio de Tours; convirtió en monasterio su palacio del monte Celio y comenzó su vida monacal.   Tres fines buscó el Santo en la vida del claustro: separarse del mundo, mortificar la carne y, finalmente, la alegría de la contemplación. «Me esforzaba —dice en su epistolario— en ver espiritualmente los supremos gozos, y, anhelando la vista de Dios, decía no sólo con mis palabras, sino con la medula de mi corazón: Tibi dixit cor meut: quaesívi vultum tuum, vultum tuum, Domine, requiram.   Se dedicó con intensidad al estudio de la Sagrada Biblia, buscando la contemplación y la compunción de corazón.   Ambos son sus temas preferidos, los hilos conductores de su ascética y de su mística. No en vano se le llama «doctor de la compunción y de la contemplación».   También estudió con interés especial las vidas ejemplares de los monjes de Occidente.   De ahí había de salir en el futuro su obra: Diálogos de la vida y milagros de los Padres itálicos.   Allí se hizo hombre de oración y forjó su espiritualidad.   Sus fórmulas alimentaron a los monjes y eclesiásticos durante muchos siglos.

A los cuatro años de paz monacal, Benedicto I le envió como nuncio (apocrisario) a Constantinopla (578), de donde volvió hacia 586.   Octubre de 586 fue un mes de prueba.   Lluvias torrenciales.   Las aguas del Tíber alcanzaron en algunos puntos más altura que las murallas.   Personas ahogadas, palacios destruidos, los graneros de la Iglesia inundados, hambre y, finalmente, la peste.   Una epidemia de peste inguinar se extendió por Roma, superpoblada de refugiados de los avances lombardos.   Una de las primeras víctimas de la peste fue el papa Pelagio II.   Ante aquel espectáculo, clero, senado y pueblo reunidos eligieron Papa a San Gregorio.   De este modo quedó Gregorio arrancado definitivamente de la soledad que buscara en el monasterio.   «Mi dolor es tan grande, -escribe a un amigo de Constantinopla-, que apenas puedo expresarlo.   Triste es todo lo que veo y todo lo que se cree consolador resulta lamentable en mi corazón». El primer Papa monje llevó su concepción monacal a la espiritualidad, a la liturgia, al pontificado.

Al principio de su pontificado publicó la Regula Pastoralis, que llegó a ser durante la Edad Media el código de los obispos, lo mismo que la regla de San Benito era el código de los monjes.   Gregorio es, ante todo, el pastor bueno de su grey, es decir, de Roma y de toda la cristiandad.   Importa, dice en uno de los párrafos de la Regla Pastoral, «que el pastor sea puro en sus pensamientos, intachable en sus obras, discreto en el silencio, provechoso en las palabras, compasivo con todos, más que todos levantado en la contemplación, compañero de los buenos por la humildad y firme en velar por la justicia contra los vicios de los delincuentes.   Que la ocupación de las cosas exteriores no disminuya el cuidado de las interiores y el cuidado de las interiores no le impida el proveer a las exteriores».

Este fue el programa de su actuación.   San Gregorio es un genio práctico, un romano de acción.   Para él, gobernar es el destino más alto de un hombre, y el gobierno espiritual es el arte de las artes (ars artium regimen animarum). Su solicitud pastoral llegó a todas las iglesias: España, Galia, Inglaterra, Armenia, el Oriente, toda Italia, especialmente las diez provincias dependientes de la metrópoli romana.   Fue incansable restaurador de la disciplina canónica.   En su tiempo se convirtió Inglaterra y los visigodos abjuraron el arrianismo.   El renovó el culto y la liturgia con los famosos Sacramentario y Antifonario gregorianos, reorganizó la caridad en la Iglesia, administró en justicia el patrimonium Petri.   Sus obras teológicas y su autoridad fue indiscutida hasta la llegada del protestantismo.   En el siglo pasado y a principio del actual ha sido objeto de profundos estudios de crítica racionalista.   En nuestros días es largamente estudiado por la historiografía católica.   Dio al Pontificado un gran prestigio como San León Magno o el Papa Gelasio.   Su voz era buscada y escuchada en toda la cristiandad.   Su obra fue curar, socorrer, ayudar, enseñar, cicatrizar las llagas sangrantes de una sociedad en ruinas.   No tuvo que luchar con desviaciones dogmáticas, sino con la desesperación de los pueblos vencidos y la soberbia de los vencedores.   Cuando los cónsules habían desaparecido, su epitafio resume su gloria llamándole «cónsul de Dios«.

Como obispo de Roma su primera preocupación fue llevar al pueblo a las prácticas de la fe.   Repristinó con renovado fervor la interrumpida costumbre de las estaciones.   A ellas se deben las Cuarenta homilías sobre los Evangelios.   Veinte las pronunció él mismo; las otras las leían en su presencia clérigos de su séquito, cuando sus agudos dolores de estómago le impedían predicar.   Gregorio fomenta las prácticas de piedad, las buenas obras, las devociones populares, el culto a las reliquias, la doctrina de los novísimos.    Presenta el ideal de la vida cristiana en toda su integridad.   A la vez renueva el culto.   Introduce una serie de reformas en la liturgia que ha hecho famoso el Sacramentario gregoriano.   Mandó se dijese alleluia fuera del tiempo de Pentecostés; que se cantase el kyrie eleison; que el Pater noster se recitase después del canon… Se le criticó repetidamente de querer bizantinar la liturgia romana.

La reforma que más fama le ha dado es la del llamado canto gregoriano.   Gregorio restauró y renovó la Schola cantorum y compiló el antifonario llamado en su honor gregoriano.   La Schola llegó a ser un centro superior de cultura musical, y seminario del clero romano.   La obra de San Gregorio se realizó por medio de los músicos profesionales de la Schola cantorum.   No fue él un creador, pero su obra fue esencial y el éxito es inexplicable sin su espíritu renovador y su autoridad.   Gracias a él se aunaron los diversos cantos en una sola liturgia, que poco a poco triunfó de los otros ritos y se impuso como universal expresión religiosa.   Con su colección de cantos recogida en el Antifonario gregoriano fue el verdadero ordenador y restaurador del canto eclesiástico, en un momento crítico de la historia de Europa.   Al llegar el siglo XI, el proceso de unificación musical estaba completo, salvo raras excepciones como la ambrosiana y visigoda.   Europa tuvo un canto eclesiástico común, gracias principalmente a San Gregorio.

La acción del Santo se extendía a Italia, de la que era metropolitano, a Occidente, del que era patriarca, y a la Iglesia universal, de la que era primado.   Su epistolario consta de 859 cartas.   Por él desfilan toda clase de personas y en él se tocan multitud de asuntos canónicos y administrativos con un sentido de humanidad, justicia, defensa de los humildes, prudencia de gobierno espiritual y material extraordinario.   Su estilo es sencillo, llano de conversación hablada, lleno de frescor.   Gracias a las cartas, el pontificado del Santo es uno de los mejor conocidos de la antigüedad.

España fue una de las provincias más tranquilas del patriarcado de Occidente durante el pontificado de San Gregorio.   Dominados los suevos y vascones y reducido a su mínima expresión el territorio bizantino, Leovigildo casi había conseguido la unidad política.   Faltaba la religiosa.   El rey quiso realizarla en el arrianismo.   Gregorio conoció en Constantinopla la rebelión de Hermenegildo por las informaciones confidenciales de su amigo San Leandro.   En el libro de Los diálogos (libro III, cap. 31) narra con amor la gloria y desventura del príncipe Hermenegildo, su derrota, encarcelamiento y martirio (año 586).   Los acontecimientos se precipitaron después de la muerte del príncipe: muerte de Leovigildo, conversión de Recaredo (587), concilio tercero de Toledo y conversión oficial del pueblo visigodo.   Los pueblos latino y visigodo se unieron estrechamente.   Ello hizo posible aquella pequeña edad de oro de nuestra cultura.   Aquellos extraordinarios acontecimientos hicieron exclamar a los obispos españoles al terminar su profesión de fe a los reyes: «Gloria a nuestro Señor Jesucristo que ha acogido en la unidad de la verdadera fe a este pueblo privilegiado de los godos y que ha establecido en el mundo un solo rebaño bajo un solo pastor».   San Leandro envió largo informe al Papa.   San Gregorio contestó con otra carta exultante de gozo: «No puedo expresar con palabras la alegría experimentada por mí, porque el gloriosísimo rey Recaredo, nuestro hijo común, ha pasado a la Iglesia católica con sincera devoción. Por el modo con que me habláis de él en vuestras cartas, me obligáis a amarlo sin aún conocerlo».

Su acción pastoral se extendió a Africa, a Francia, pero acaso la página más gloriosa del pontificado del Santo, en el aspecto misionero, sea la conversión de Inglaterra.   La conversión de los anglosajones constituye un acontecimiento inesperado, casi increíble, por su rapidez.   He aquí los hitos de una película:

  • Año 590, asciende San Gregorio al Pontificado.
  • 595: el Papa encomienda al presbítero Cándido comprar esclavos anglosajones de diecisiete a dieciocho años para educarlos en un monasterio cerca de Roma. Su ilusión es hacer «ángeles de los anglos».
  • 596: el rey de los anglosajones, Etelberto, casa con la princesa católica Berta. Sale camino de Inglaterra un grupo de misioneros del convento de San Andrés de Roma.  Es el responsable del grupo Agustín.  Desanimados los misioneros, reciben en Lerins una carta del Pontífice: «Porque hubiera sido mejor no comenzar una obra buena que retirarse después de haberla comenzado, es necesario, amadísimos hijos, que terminéis, con el favor de Dios, la obra buena emprendida.   No os atemoricen las fatigas del viaje ni la lengua de los hombres maldicientes, sino continuad con toda solicitud y fervor lo que por inspiración de Dios comenzasteis, sabiendo que a las grandes empresas está reservada la gloria de la eterna retribución…   Obedeced humildemente a vuestro prepósito Agustín…   El omnipotente Dios os proteja con su gracia y me conceda ver en la patria eterna el fruto de vuestras fatigas.   Que si no puedo ir a trabajar junto con vosotros como es grande mi deseo, me encontraré partícipe con vosotros del gozo de la retribución.   Dios os custodie incólumes, hijos míos queridísimos». Como la dificultad mayor era la lengua, Gregorio les proveyó de intérpretes.
  • Junio de 597: Es bautizado el rey.
  • Navidad de 597: Agustín bautiza más de 10.000 anglosajones. Gregorio envía nuevos refuerzos de misioneros y traza las líneas generales de la jerarquía católica en Inglaterra.

Cómo escritor, San Gregorio es el más fecundo de los papas medievales y uno de los cuatro doctores de la Iglesia occidental, con San Ambrosio, San Agustín y San Jerónimo.  Los tres primeros son casi contemporáneos.   Pertenecen a aquella generación extraordinaria que dio también los grandes doctores a la Iglesia del Oriente.   El cuarto de los doctores occidentales, San Gregorio, vivió casi dos siglos más tarde.   Fue un hombre más bien de acción.   Escribió obras de carácter ascético y moral, que hicieron de él doctor de la vida contemplativa y de la compunción en toda la Edad Media.   Una obra suya, el Comentario a los libros de Job, fue llamado por antonomasia Los MoralesLibro de los Morales.   Fue el gran moralista de la Edad Media.   Su actividad literaria se desarrolla desde el tiempo de su nunciatura en Constantinopla hasta su muerte (582-604) y está constituida por el Registrum epistolarumLos MoralesLa regla pastoralLas XL homilías sobre los EvangeliosLas XXII homilías sobre Ezequiel, Los cuatro libros de los Diálogos y su intervención en el Sacramentario y Antifonario de su nombre.   Sus obras ocupan cuatro volúmenes en la Patrología latina de Migne.   Gracias a sus obras y a su actuación pastoral, la cristiandad sacral pensó, obró y cantó al unísono.

MELQUÍADES ANDRÉS

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Francisca y su Compañía Angélica

Las Actas de Canonización de Santa Francisca Romana, año 1606.


Cuando pequeña, santa Francisca tuvo la fortuna de ver a su ángel de la guarda, que velaba por ella día y noche. Jamás la dejó un solo instante, y en ocasiones, como favor especial, le permitía ver el esplendor de su figura.

Ella lo describe así: «Era de una belleza increíble, con un cutis más blanco que la nieve y un rubor que superaba el arrebol de las rosas. Sus ojos, siempre abiertos tornados hacia el cielo, el largo cabello ensortijado tenía el color del oro bruñido. Su túnica llegaba al suelo y era de un blanco algo azulado y, otras veces, con destellos rojizos.

Era tal la irradiación luminosa que emanaba de su rostro, que podía leer maitines en plena media noche».

En una ocasión, el escéptico padre de Francisca la requirió el honor de ser presentado a esta criatura «imaginaria». Dicho y hecho. Ella tomó al ángel de la mano, y uniéndola a la de su padre, los presentó, pudiendo el último verlo y así no volver a dudar.

Santa Francisca Romana vivió entre 1384 y 1440. Unos meses después de su muerte, durante la apertura de su tumba en Roma, se descubrió que su hermoso cuerpo había permanecido incorrupto, y que exhalaba, además, un perfume que resultaba conocido a aquellos que habían tratado con ella.

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La paciencia y caridad de santa Francisca

Del oficio de lectura, 9 de Marzo, Santa Francisca Romana, religiosa

De la vida la santa, escrita por Maria Magdalena Anguillaria, superiora de las Oblatas de Tor de`Specchi, (Caps. 6-7: Acta Sanctorum Martii 2, *188-*189)

Dios probó la paciencia de Francisca no sólo en su fortuna, sino también en su mismo cuerpo, haciéndola experimentar largas y graves enfermedades, como se ha dicho antes y se dirá luego. Sin embargo, no se pudo observar en ella ningún acto de impaciencia, ni mostró el menor signo de desagrado por la torpeza con que a veces la atendían.

Francisca manifestó su entereza en la muerte prematura de sus hijos, a los que amaba tiernamente; siempre aceptó con serenidad la voluntad de Dios, dando gracias por todo lo que le acontecía. Con la misma paciencia soportaba a los que la criticaban, calumniaban y hablaban mal de su forma de vivir. Nunca se advirtió en ella ni el más leve indicio de aversión respecto de aquellas personas que hablaban mal de ella y de sus asuntos; al contrario, devolviendo bien por mal, rogaba a Dios continuamente por dichas personas.

Y ya que Dios no la había elegido para que se preocupara exclusivamente de su santificación, sino para que emplease los dones que él le había concedido para la salud espiritual y corporal del prójimo, la había dotado de tal bondad que, a quien le acontecía ponerse en contacto con ella, se sentía inmediatamente cautivado por su amor y su estima, y se hacía dócil a todas sus indicaciones. Es que, por el poder de Dios, sus palabras poseían tal eficacia que con una breve exhortación consolaba a los afligidos y desconsolados, tranquilizaba a los desasosegados, calmaba a los iracundos, reconciliaba a los enemigos, extinguía odios y rencores inveterados, en una palabra, moderaba las pasiones de los hombres y las orientaba hacia su recto fin.

Por esto todo el mundo recurría a Francisca como a un asilo seguro, y todos encontraban consuelo, aunque reprendía severamente a los pecadores y censuraba sin timidez a los que habían ofendido o eran ingratos a Dios.

Francisca, entre las diversas enfermedades mortales y pestes que abundaban en Roma, despreciando todo peligro de contagio, ejercitaba su misericordia con todos los desgraciados y todos los que necesitaban ayuda de los demás. Fácilmente los encontraba; en primer lugar les incitaba a la expiación uniendo sus padecimientos a los de Cristo, después les atendía con todo cuidado, exhortándoles amorosamente a que aceptasen gustosos todas las incomodidades como venidas de la mano de Dios, y a que las soportasen por el amor de aquel que había sufrido tanto por ellos.

Francisca no se contentaba con atender a los enfermos que podía recoger en su casa, sino que los buscaba en sus chozas y hospitales públicos. Allí calmaba su sed, arreglaba sus camas y curaba sus úlceras con tanto mayor cuidado cuanto más fétidas o repugnantes eran.

Acostumbraba también a ir al hospital de Camposanto y allí distribuía entre los más necesitados alimentos y delicados manjares. Cuando volvía a casa, llevaba consigo los harapos y los paños sucios y los lavaba cuidadosamente y planchaba con esmero, colocándolos entre aromas, como si fueran a servir para su mismo Señor.

Durante treinta años desempeñó Francisca este servicio a los enfermos, es decir, mientras vivió en casa de su marido, y también durante este tiempo realizaba frecuentes visitas a los hospitales de Santa María, de Santa Cecilia en el Trastévere, del Espíritu Santo y de Camposanto. Y, como durante este tiempo en el que abundaban las enfermedades contagiosas, era muy difícil encontrar no sólo médicos que curasen los cuerpos, sino también sacerdotes que se preocupasen de lo necesario para el alma, ella misma los buscaba y los llevaba a los enfermos que ya estaban preparados para recibir la penitencia y la eucaristía. Para poder actuar con más libertad, ella misma retribuía de su propio peculio a aquellos sacerdotes que atendían en los hospitales a los enfermos que ella les indicaba.

Oración

Oh Dios, que nos diste en santa Francisca Romana modelo singular de vida matrimonial y monástica, concédenos vivir en tu servicio con tal perseverancia, que podamos descubrirte y seguirte en todas las circunstancias de la vida. Por nuestro Señor Jesucristo.


Tomado de:

www.corazones.org

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San Juan de Dios funda hospitales de ayuda a los enfermos mentales en el siglo XVI

San Juan de Dios, un loco apedreado y vociferante, dio origen a 300 hospitales

Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán la tierra. (San Mateo, 5,14).

Ya en el s.XVI, fomentando el buen trato a locos y enfermos, enseñó con radicalidad que el amor llega donde no alcanza la medicina.

Hace más de cuatro siglos y medio que apareció la Orden de San Juan de Dios. Su aportación a un mundo mejor y más humano es indudable, tanto en el pasado como en la actualidad: 1.250 hermanos, 40.000 colaboradores, 300 centros hospitalarios y asistenciales en 50 países de los cinco continentes.

La Orden hoy se divide en 28 estructuras territoriales, que incluyen 23 Provincias y 5 Delegaciones Generales. Entre sus hospitales y centros asistenciales los hay que sólo se ocupan de un servicio determinado (hospitales generales, servicios sanitarios de base, servicios para enfermos mentales para discapacitados, para ancianos…) y los hay que abarcan todos esos servicios.

Quien quiera conocer las estadísticas mundiales la Orden de San Juan de Dios puede hacerlo desde la web de la Curia General de la misma, bajándose el siguiente informe en PDF, que corresponde a la situación en el año 2003.  Bajar informe aquí

¿Cómo nació esta oleada de progreso humano y social?

Empezó con un hombre vociferante al que apedreaban por loco.

La vida errante de Juan Ciudad

Juan Ciudad nació el 8 de marzo de 1495 en la portuguesa localidad de Montemor o Novo (Évora). Aunque no están claros muchos de sus datos biográficos, se sabe que era hijo de una familia muy piadosa. Huérfano de madre siendo todavía un niño, su padre acabó ingresando en un monasterio. A los ocho años de edad, un clérigo le trae a España, concretamente al pueblo toledano de Oropesa, donde fue acogido por la familia de Francisco Mayoral, a la cual sirvió como pastor de su ganado durante casi veinte años.

Siendo un joven mozo decidió alistarse en el ejército, sirviendo en la Compañía del Conde de Oropesa, al servicio del Emperador Carlos V. Intervino en la batalla de Fuenterrabía, localidad fronteriza que había sido atacada por Francisco I, rey de Francia. Algo no debió salir bien porque Juan estuvo a punto de morir ahorcado.

Tras volver a Oropesa, es llamado de nuevo para servir al Emperador en la batalla contra los turcos en Viena (Austria). Regresó a la península por mar, entrando por Galicia, de donde fue a su pueblo natal sin encontrar a nadie conocido allá. Otra vez en España, llevó una vida errante por Sevilla, Ceuta, Gibraltar y finalmente Granada, donde se dedicó a vender libros de caballería y religiosos. En Granada fue donde el 20 de enero de 1539 murió Juan Ciudad y nació San Juan de Dios.

Contagiado por San Juan de Ávila

San Juan de Ávila predicó aquel día en el emeritorio del Campo de los Mártires, a la vera de la Alhambra. De la siempre demoledora y bíblica predicación de Juan de Ávila, vendría la conversión de Juan de Dios. Al principio le tomaron por loco, incluso hubo gente que le tiró piedras. El vendedor de libros salió del eremitorio gritando “Misericordia, Señor, que soy un pecador” y revolcándose por el suelo. Al destruir su librería y continuar comportándose de forma poco comedida provocó que le encerraran en el Hospital Real de Granada.

Precisamente fue en este hospital donde San Juan de Dios tuvo oportunidad de ver el mal trato que se dispensaba a los enfermos, especialmente los que sufrían trastornos psiquiátricos. Cuando el propio San Juan de Ávila se enteró de que estaba recluido allá, fue a verle y logró sacarle. Nuestro Juan pasó a ser entonces discípulo del gran santo predicador, quien supo orientar todas las energías del converso hacia la buena obra que habría de emprender. Bajo el consejo de dicho mentor, peregrinó al Santuario de la Virgen de Guadalupe. A su vuelta permaneció con su maestro durante un tiempo en Baeza, antes de regresar a Granada, donde comenzó su obra de atención a pobres, enfermos y necesitados.

Partiendo de la nada, recogiendo a los más pobres

Empezó como quien dice de la nada. Muchos pensaron que aquello era una nueva locura, pero pronto llegó a comprenderse su verdadera cordura. Trabajaba, pedía, recogía a los pobres, se entregaba a ellos. Al principio de forma solitaria,  mas poco a poco se le fueron uniendo otras personas, voluntarios y bienhechores.

Su forma de pedir era muy original: “Hermanos haceos bien a vosotros mismos”. Y es que, efectivamente, sabía que no hay mejor bien para uno mismo que hacer el bien a los demás.

San Juan supo ver que la mejor medicina para los enfermos a los que recogía era el amor cristiano. El buen trato llegaba a donde no podían llegar los conocimientos médicos de la época. Enseñó con su ejemplo que a ciertos enfermos hay que curarles el alma con amor, si se quiere obtener la curación de su cuerpo.

El 3 de julio de 1549 su hospital se prendió fuego. San Juan fue el primero en jugarse la vida para salvar a los enfermos que estaban dentro. Desde entonces adquirió, aún más si cabe, fama de santidad.

En enero del año siguiente, tras salvar a un joven que se estaba ahogando en el río Genil, enfermó gravemente. El 8 de marzo de 1550, sintiendo que le llegaba la muerte, se arrodilló en el suelo y exclamó: «Jesús, Jesús, en tus manos me encomiendo». Y así murió, de rodillas.

Había trabajado durante diez años hasta la extenuación, dirigiendo su hospital de pobres, con tantos problemas económicos que a veces ni se atrevía a salir a la calle a causa de las muchísimas deudas que tenía, y con la humildad de un santo, reconociéndose siempre como indigno pecador a pesar de ser el mejor ejemplo de caridad cristiana entre sus coetáneos y conciudadanos. De tal forma que aquel que había sido apedreado como un loco, fue acompañado al cementerio por el obispo, las autoridades y todo el pueblo, aclamado como un santo.

Es beatificado el día 21 de septiembre de 1630 y canonizado el día 15 de julio de 1691, siendo declarado Patrón de los Enfermos y de sus Asociaciones en 1930. Es también Patrón de la Enfermería y de los Bomberos.

El amor de Dios, aún hoy, es el mejor ansiolítico

Aunque la medicina ha avanzado enormemente, el amor que viene de Cristo sigue siendo el mejor calmante, el mejor antibiótico, el mejor ansiolítico contra la enfermedad y la depresión. Un amor que, si se sabe transmitir, da sentido a la vida aun en medio del dolor y del sufrimiento. Un amor que es el mejor arma para combatir una cultura de la muerte que busca plantar sus reales en una sociedad que hoy, más que nunca, necesita beber del espíritu de San Juan de Dios.

Tomado de:

http://www.forumlibertas.com

Jesucristo es fiel y lo provee todo

Oficio de lectura, 8 de Marzo, San Juan de Dios, religioso

De sus cartas, archivo general de la Orden Hospitalaria.

El Señor es mi pastor, nada me falta. En prados de hierba fresca me hace reposar, me conduce junto a fuentes tranquilas y repara mis fuerzas. Salmo 23.

Si mirásemos cuán grande es la misericordia de Dios, nunca dejaríamos de hacer bien mientras pudiésemos: pues que, dando nosotros, por su amor, a los pobres lo que él mismo nos da, nos promete ciento por uno en la bienaventuranza. ¡Oh bienaventurado logro y ganancia! ¿Quién no da lo que tiene a este bendito mercader, pues hace con nosotros tan buena mercancía y nos ruega, los brazos abiertos, que nos convirtamos y lloremos nuestros pecados y hagamos caridad primero a nuestras ánimas y después a los prójimos? Porque, así como el agua mata al fuego, así la caridad al pecado.

Son tantos los pobres que aquí se llegan, que yo mismo muchas veces estoy espantado cómo se pueden sustentar, mas Jesucristo lo provee todo y les da de comer. Como la ciudad es grande y muy fría, especialmente ahora en invierno, son muchos los pobres que se llegan a esta casa de Dios. Entre todos, enfermos y sanos, gente de servicio y peregrinos, hay más de ciento diez. Como esta casa es general, reciben en ella generalmente de todas enfermedades y suerte de gentes, así que aquí hay tullidos, mancos, leprosos, mudos, locos, paralíticos, tiñosos, y otros muy viejos y muy niños, y, sin estos, otros muchos peregrinos y viandantes, que aquí se allegan, y les dan fuego y agua, sal y vasijas para guisar de comer. Para todo esto no hay renta, mas Jesucristo lo provee todo.

De esta manera, estoy aquí empeñado y cautivo por solo Jesucristo. Viéndome tan empeñado, muchas veces no salgo de casa por las deudas que debo, y viendo padecer tantos pobres, mis hermanos y prójimos, y con tantas necesidades, así al cuerpo como al ánima, como no los puedo socorrer, estoy muy triste, mas empero confío en Jesucristo; que él me desempeñará, pues él sabe mi corazón. Y, así, digo que maldito el hombre que fía de los hombres, sino de solo Jesucristo; de los hombres has de ser desamparado, que quieras o no; mas Jesucristo es fiel y durable, y pues que Jesucristo lo provee todo, a él sean dadas las gracias por siempre jamás. Amén.

Oración

Señor, tú que infundiste en san Juan de Dios espíritu de misericordia, haz que nosotros, practicando las obras de caridad, merezcamos encontrarnos un día entre los elegidos de tu reino. Por nuestro Señor Jesucristo.

Tomado de:

www.corazones.org

Este sitio web es obra de Las  Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María

La Suma Teológica

De Santo Tomás de Aquino

(1225-1274)


Doctor de la Iglesia Católica

Página de la Summa Theologiae

En 4 años escribe su obra más famosa:

«La Suma Teológica», obra maestra de 14 tomos.

Fundamentándose en la Sagrada Escritura, la filosofía, la teología y la doctrina de los santos, explica todas las enseñanzas católicas.

La importancia de esta obra es enorme.

El Concilio de Trento contaba con tres libros de consulta principal:

La Sagrada Biblia,

Los Decretos de los Papas,

y

La Suma Teológica de Santo Tomás.

Santo Tomás logró introducir la filosofía de Aristóteles en las universidades.


Su humildad:

Según el santo, el aprendió más arrodillándose delante del crucifijo que en la lectura de los libros.

Su secretario Reginaldo afirmaba que la admirable ciencia de Santo Tomás provenía más de sus oraciones que de su ingenio.

Aun en las más acaloradas discusiones exponía sus ideas con gran respeto y total calma; jamás se dejó llevar por la cólera aunque los adversarios lo ofendieran fuertemente.

Su lema en el trato era:

«Tratad a los demás como deseáis que los demás os traten a vosotros».

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En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes

De las conferencias de santo Tomás de Aquino, presbítero.

¿Era necesario que el Hijo de Dios padeciera por nosotros? Lo era, ciertamente, y por dos razones fáciles de deducir: la una, para remediar nuestros pecados; la otra, para darnos ejemplo de cómo hemos de obrar.

Para remediar nuestros pecados, en efecto, porque en la pasión de Cristo encontramos el remedio contra todos los males que nos sobrevienen a causa del pecado.

La segunda razón tiene también su importancia, ya que la pasión de Cristo basta para servir de guía y modelo a toda nuestra vida. Pues todo aquel que quiera llevar una vida perfecta no necesita hacer otra cosa que despreciar lo que Cristo despreció en la cruz y apetecer lo que Cristo apeteció. En la cruz hallamos el ejemplo de todas las virtudes.

Si buscas un ejemplo de amor: Nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos.Esto es lo hizo Cristo en la cruz. Y, por esto, si él entregó su vida por nosotros, no debemos considerar gravoso cualquier mal que tengamos que sufrir por él.

Si buscas un ejemplo de paciencia, encontrarás el mejor de ellos en la cruz. Dos cosas son las que nos dan la medida de la paciencia: sufrir pacientemente grandes males, o sufrir, sin rehuirlos, unos males que podrían evitarse. Ahora bien, Cristo, en la cruz, sufrió grandes males y los soportó pacientemente, ya que en su pasión no profería amenazas; como cordero llevado al matadero, enmudecía y no abría la boca. Grande fue la paciencia de Cristo en la cruz: Corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia.

Si buscas un ejemplo de humildad, mira al crucificado: él, que era Dios, quiso ser juzgado bajo el poder de Poncio Pilato y morir.

Si buscas un ejemplo de obediencia, imita a aquel se hizo obediente al Padre hasta la muerte: Si por la desobediencia de uno –es decir, de Adán– todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

Si buscas un ejemplo de desprecio de las cosas terrenales, imita a aquel que es Rey de reyes y Señor de señores, en quien están encerrados todos los tesoros del saber y el conocer,desnudo en la cruz, burlado, escupido, flagelado, coronado de espinas, a quien finalmente, dieron a beber hiel y vinagre.

No te aficiones a los vestidos y riquezas, ya que se repartieron mis ropas; ni a los honores, ya que él experimentó las burlas y azotes; ni a las dignidades, ya que le pusieron una corona de espinas, que habían trenzado; ni a los placeres, ya que para mi sed me dieron vinagre.

Oración

Oh Dios, que hiciste de santo Tomás de Aquino un varón preclaro por su anhelo de santidad y por su dedicación a las ciencias sagradas, concédenos entender lo que él enseñó e imitar el ejemplo que nos dejó en su vida. Por nuestro Señor Jesucristo.

Tomado de: http://www.corazones.org

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¡Oh banquete precioso y admirable!

El santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Solemnidad.

De las obras de santo Tomás de Aquino, presbítero.
Opúsculo 57, en la fiesta del Cuerpo de Cristo, lect. 1-4

El Hijo único de Dios, queriendo hacernos partícipe de su divinidad, tomó nuestra naturaleza, a fin de que hecho hombre, divinizase a los hombres.

Además, entregó por nuestra salvación todo cuan tomó de nosotros. Porque, por nuestra reconciliación ofreció, sobre el altar de la cruz, su cuerpo como víctima a Dios, su Padre, y derramó su sangre como precio de nuestra libertad y como baño sagrado que nos lava, para que fuésemos liberados de una miserable esclavitud y purificados de todos nuestros pecados.

Pero, a fin de que guardásemos por siempre jamás en nosotros la memoria de tan gran beneficio, dejó a los fie les, bajo la apariencia de pan y de vino, su cuerpo, para que fuese nuestro alimento, y su sangre, para que fuese nuestra bebida.

¡Oh banquete precioso y admirable, banquete saluda ble y lleno de toda suavidad! ¿Qué puede haber, en efecto, más precioso que este banquete en el cual no se nos ofrece, para comer, la carne de becerros o de machos cabríos, como se hacía antiguamente, bajo la ley, sino al mismo Cristo, verdadero Dios?

No hay ningún sacramento más saludable que éste, pues por él se borran los pecados, se aumentan las vir tudes y se nutre el alma con la abundancia de todos los dones espirituales.

Se ofrece, en la Iglesia, por los vivos y por los difuntos para que a todos aproveche, ya que ha sido establecido para la salvación de todos.

Finalmente, nadie es capaz de expresar la suavidad de este sacramento, en el cual gustamos la suavidad espiri tual en su misma fuente y celebramos la memoria del in menso y sublime amor que Cristo mostró en su pasión.

Por eso, para que la inmensidad de este amor se imprimiese más profundamente en el corazón de los fieles, en la última cena, cuando, después de celebrar la Pascua con sus discípulos, iba a pasar de este mundo al Padre, Cristo instituyó este sacramento como el memorial perenne de su pasión, como el cumplimiento de las antiguas figuras y la más maravillosa de sus obras; y lo dejó a los suyos como singular consuelo en las tristezas de su ausencia.

Tomado de: http://www.corazones.org

Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María

Me saciaré de tu semblante

Oficio de Lectura, XXXIII sábado del Tiempo Ordinario

Santo Tomás de AquinoConferencia sobre el Credo, Opuscula Theologica 2

Adecuadamente termina el Símbolo, resumen de nuestra fe, con aquellas palabras: «La vida perdurable. Amén». Porque esta vida perdurable es el término de todos nuestros deseos.

La vida perdurable consiste, primariamente, en nuestra unión con Dios, ya que el mismo Dios en persona es el premio y el término de todas nuestras fatigas: Yo soy tu escudo y tu paga abundante.

Esta unión consiste en la visión perfecta: Ahora vemos confusamente en un espejo; entonces veremos cara a cara. También consiste en la suprema alabanza, como dice el profeta: Allí habrá gozo y alegría, con acción de gracias al son de instrumentos.

Consiste, asimismo, en la perfecta satisfacción de nuestros deseos, ya que allí los bienaventurados tendrán más de lo que deseaban o esperaban. La razón de ello es porque en esta vida nadie puede satisfacer sus deseos, y ninguna cosa creada puede saciar nunca el deseo del hombre: sólo Dios puede saciarlo con creces, hasta el infinito; por esto, el hombre no puede hallar su descanso más que en Dios, como dice san Agustín: «Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón no hallará reposo hasta que descanse en ti».

Los santos, en la patria celestial, poseerán a Dios de un modo perfecto, y, por esto, sus deseos quedarán saciados y tendrán más aún de lo que deseaban. Por esto, dice el

Señor: Entra en el gozo de tu Señor. Y san Agustín dice: «Todo el gozo no cabrá en todos, pero todos verán colmado su gozo. Me saciaré de tu semblante; y también: El sacia de bienes tus anhelos».

Todo lo que hay de deleitable se encuentra allí superabundantemente. Si se desean los deleites, allí se encuentra el supremo y perfectísimo deleite, pues procede de Dios, sumo bien: Alegría perpetua a tu derecha.

La vida perdurable consiste, también, en la amable compañía de todos los bienaventurados, compañía sumamente agradable, ya que cada cual verá a los demás bienaventurados participar de sus mismos bienes. Todos, en efecto, amarán a los demás como a sí mismos, y, por esto, se alegrarán del bien de los demás como el suyo propio. Con lo cual, la alegría y el gozo de cada uno se verán aumentados con el gozo de todos.

Tomado de: http://www.corazones.org

Siervas de los Corazones Traspasados de Jesús y María

Santo Tomás de Aquino

Santo Tomás, fraile dominico, es representado con el Espíritu Santo, un libro, una estrella o rayos de luz sobre su pecho y la Iglesia.

(1225-74)

Filósofo dominico y teólogo. Llamado «Doctor Angélico». Autor de la Suma Teólogica, obra insigne de teología. Patrón de las escuelas católicas y de la educación. Aclamado doctor el 11 de abril, 1567 por el Papa Pío V.

La Suma Teológica

EXPOSICIÓN TEOLÓGICA DE SANTO TOMÁS SOBRE LA EXISTENCIA DE LOS ÁNGELES (A. 1)

Santo Tomás se pregunta si existe alguna criatura del todo espiritual y absolutamente incorpórea, es decir, una sustancia tan elevada sobre la naturaleza del cuerpo y la materia, que ni ella ni su operación sean corpóreas o ejercidas mediante algún órgano corpóreo. La solución que da cuadra perfectamente con el enunciado, es decir, trata de la existencia de los ángeles, reservando tratar plenamente de la perfecta espiritualidad de ellos para el articulo siguiente. Limitado así el problema a la sola existencia de seres puramente espirituales, la conclusión del Aquinatense es afirmativa, y su argumentación vigorosa, clara y sencilla. La base para la solución está en otros principios que anteriormente ha expuesto el santo Doctor y de los cuales es consecuencia lógica. Después de la bondad divina -dice en el cuerpo del articulo 4 de la cuestión 22 de la primera parte-, que es un fin independiente de las cosas, el principal bien que existe en las criaturas es la perfección del universo, que no existiría si en el mundo no se encontrasen todos los grados del ser. Por tanto, corresponde a la Providencia divina producir el ser en todos sus grados. Y siendo uno de los grados del ser el entender, que no puede ser acto del cuerpo ni de nada corpóreo, síguese que deberán existir seres intelectuales perfectamente espirituales e incorpóreos, a los que llamamos ángeles.

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DE LA VIDA ACTIVA Y CONTEMPLATIVA

COMPENDIO DEL PENSAMIENTO DE SANTO TOMAS

El pensamiento de Santo Tomás se compendia en el párrafo siguiente: «La vida contemplativa se ocupa directa e inmediatamente del amor de Dios… El ocio santo, o sea, el de la vida contemplativa, busca la caridad de la verdad divina, objeto principal de la vida contemplativa» (q.182 a.2).   El contemplativo busca la verdad, fija su mente en la verdad, que, por ser Dios mismo, infunde amor y requiere amor, para ser asimilado con su propia riqueza, dentro de las limitaciones humanas.

El hombre tiene recursos necesarios para la especulación y la contemplación filosófica. Pero la contemplación cristiana requiere una postura inicial de pasividad, por la cual se acoge la luz de la fe con que se «descubre» la verdad íntima de Dios en su misterio trinitario, y se recibe la infusión de la caridad para «sintonizar» con el misterio del mismo Dios, que es amor (1 Jn 4,8). La contemplación del cristiano se dirige a la verdad de Dios en sí, en cuyo «fondo» es imposible penetrar sin la caridad, que es la que da «connaturalidad» con el misterio contemplado, haciendo que la persona «sintonice» con él mediante la totalidad de su ser, con la ayuda de los dones del Espíritu Santo, especialmente del de sabiduría, que corresponde a la virtud de la caridad, como Santo Tomás explica en la cuestión 45. Ahora bien, la contemplación cristiana es más profunda que la filosófica y requiere el concurso de todas las fuerzas psicológicas para alcanzarla y ejercitarla de manera connatural.

La pasividad inicial se abre a una actividad que requiere el máximo esfuerzo de penetración y la máxima concentración psicológica. Pero la contemplación cristiana no recae solamente sobre Dios en sí; sino también sobre sus atributos y la obra de la creación. Pero hay que tener en cuenta que, tanto en el orden humano como en el cristiano, es necesario que haya quienes consagren su vida al ejercicio de una actividad externa, regulada por la razón. A esta vida Santo Tomás llama activa, que no se identifica con el solo cúmulo de obras externas, sino que requiere su regulación por la razón; para que no se confunda con el activismo, que Pío XII calificó de herejía de la acción y que procede de simple agitación, de inestabilidad interna, de apasionamiento o de cualquier otro motivo deformado: «Marta, Marta, estás muy inquieta y nerviosa por muchas cosas» (Lc 10,41).

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DE LA VIDA CONSAGRADA

Recordemos sumariamente lo que el príncipe de los teólogos enseña sobre la vida religiosa, a cuyo estudio dedica cuatro cuestiones en la 2-2.  Dos son los estados de perfección: el estado episcopal, que es estado de perfección ya adquirida, del que ya hemos tratado, y el estado religioso, cuya finalidad es adquirir la perfección de la caridad, o con categoría de «perfectionis accquirendae».

El estado religioso constituye un estado de perfección en el que los religiosos se ofrecen a Dios como en holocausto, en un «un largo martirio», dice la Doctora Mística. “Religiosos por antonomasia son los que se consagran totalmente al servicio de Dios, ofreciéndose en holocausto” (q.186 a.1). Santo Tomás sitúa en primer plano la idea de consagración total a Dios “El estado religioso implica la eliminación de todo lo que impide al hombre entregarse totalmente al servicio de Dios” (q.186 a.4), lo que es “como un holocausto por el cual se consagra totalmente a Dios la propia persona y sus bienes” (q.186 a.7). Consiguientemente “los religiosos deben, ocuparse en vivir para Dios” (q.187 a.2). “La entrega total de uno mismo al servicio de Dios es un elemento común a todas las órdenes religiosas” (q.188 a.1 ad 1).

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Naturaleza y racionalidad en Santo Tomás de Aquino

Entrevista a la profesora Ana Marta González de la Universidad de Navarra

¿Por qué la ética tomista es actual?

–González: La palabra actual tiene dos significados que conviene distinguir: uno de ellos lo hace equivalente a la moda: es actual lo que está de moda, o aquello de lo que se habla hoy, pero ya no se habla mañana, lo que suele pasar con las noticias de los periódicos.

El otro sentido es más filosófico: es actual lo que es permanente. Las cuestiones filosóficas tienen este tipo de actualidad, que es la que suele atribuirse, también, a lo «clásico».

El pensamiento de Tomás de Aquino es siempre actual en este segundo sentido. Por eso volvemos a él, como volvemos en general a los clásicos, en los que se afrontan cuestiones de interés permanente.

Pero además es actual en el primer sentido, en la medida en que la ética contemporánea continúa profundizando en aquella rehabilitación de la filosofía práctica comenzada en el último cuarto de siglo XX. Si entonces la recuperación de la razón práctica vino especialmente de la mano de Aristóteles y Kant, era razonable que esa recuperación alcanzara tarde o temprano a Tomás de Aquino, que tanto por razones cronológicas como conceptuales ocupa un lugar intermedio entre ambos autores.

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Extractos tomados de:

http://www.corazones.org

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El sueño más famoso de San Juan Bosco

Sus tres grandes amores son Jesús Sacramentado, María Auxiliadora y el Sumo Pontífice, quienes fueron protagonistas en uno de sus mas famosos sueños proféticos

Este es su sueño mas famoso.

LOS DOS PILARES DE NUESTRA FE

Don Bosco vio que una gran barca (la Iglesia) navegaba en un mar tempestuoso piloteada por el Romano Pontífice, y a su alrededor muchísimas navecillas pequeñas (los cristianos). De pronto aparecieron un sinnúmero de naves enemigas armadas de cañones (el ateísmo, la corrupción, la incredulidad, el secularismo, etc., etc.) y empezó una tremenda batalla.

A los cañones enemigos se unen las olas violentas y el viento tempestuoso. Las naves enemigas cercan y rodean completamente a la Nave Grande de la Iglesia y a todas las navecillas pequeñas de los cristianos. Y cuando ya el ataque es tan pavoroso que todo parece perdido, emergen desde el fondo del mar dos inmensas y poderosas columnas (o pilares). Sobre la primera columna está la Sagrada Eucaristía, y sobre la otra la imagen de la Virgen Santísima.

La nave del Papa y las navecillas de los cristianos se acercan a los dos pilares y asegurándose de ellos ya no tienen peligro de hundirse. Luego, desde las dos columnas sale un viento fortísimo que aleja o hunde a las naves enemigas, y en cambio a las naves amigas les arregla todos sus daños.

Todo el ejército enemigo se retira derrotado, y los cristianos con el Santo Padre a la cabeza entonan un Himno de Acción de Gracias a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora. El sueño es detallado e incluye a varios papas…

«La Iglesia deberá pasar tiempos críticos y sufrir graves daños, pero al fin el Cielo mismo intervendrá para salvarla. Después vendrá la paz y habrá en la Iglesia un nuevo y vigoroso florecimiento».

Estimamos que la visión de los pilares es muy actual. Corresponde a la visión del S.S. Benedicto XVI para la Iglesia.  Nosotros debemos estar en sintonía espiritual con el Papa y cooperar con él de todo corazón para que la barca, la Iglesia, avance hacia los pilares.

Sin dudas el sueño de don Bosco nos hace recordar a las palabras que la Santísima Virgen María dijo en Fátima en 1917: «Cuando todo parezca perdido, mi Corazón Inmaculado triunfará”.

Para leer más acerca de los sueños de San Juan Bosco, de clic aquí

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Del Libro : DON BOSCO Amigo de los jóvenes .
P. Raúl A. Extraigas S. D. B. (Adaptación)
Ediciones Don Bosco
Don Bosco 4069 – (C1206ABM)
Tel : 4883 – 0115 / 0116 / 4981 – 7314 – Fax : 4958 – 1506
Ciudad de Buenos Aires . Argentina
Editorial Santa María
Av. Rivadavia 8517 – (C1407DYH)
Fax : 4672 – 9067 / 9112 / 9417
Ciudad de Buenos Aires . República Argentina .

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www.corazones.org

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Las controversias, uno de los tres libros famosos de San Francisco de Sales

Los tres libros famosos de San Francisco de Sales: "Las controversias"(contra los protestantes); La Introducción a la Vida Devota" (o Filotea) y El Tratado del Amor de Dios (o Teótimo).

Se ha reunido bajo el título de Controversias toda una serie de Meditaciones,y de edictos, lo que ahora se llamarían “tractos” o cartelones, que San Francisco de Sales, verdadero precursor de los métodos contemporáneos, hacía distribuir en las casas o pegar en los muros, durante su misión en el Chablais, pensando en los protestantes a quienes los prejuicios o el respeto humano les impedirían el acudir a oír sus predicaciones.

Su objeto es demostrar que “se equivocan todos los que permanecen separados de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana”. Apoyándose en la Sagrada Escritura, exclusiva autoridad para los protestantes, el autor establece primeramente la autoridad de la iglesia, “la verdadera Esposa”, sociedad visible, universal, infalible, imperecedera.  Luego señala los puntos en los que la regla de fe es violada por la Reforma: el libre examen da lugar a “interpretaciones tan diversas cuantas cabezas hay en el mundo”; la unidad de la Fe no puede ser salvaguardada sino gracias a la enseñanza de la Iglesia proveniente de los Santos Padres, de los Concilios, y garantizada por el primado del Papa, sucesor de San Pedro: “La Iglesia no puede estar siempre reunida en un Concilio general, y ni un solo Concilio general hubo durante los tres primeros siglos.  Luego, en las dificultades que sobrevienen diariamente, ¿a quién dirigirse, de dónde tomar la ley más segura, la regla más cierta, sino del Jefe General y Vicario de Jesucristo? Ahora bien, todo esto no se ha verificado solamente en San Pedro, sino en sus sucesores; porque permaneciendo la causa, permanece el efecto.  La Iglesia necesita de un confirmador infalible al que se pueda dirigir, de un fundamento que las puertas del infierno no puedan trastornar, y que su Pastor no pueda conducir al error a sus hijos.  Así es que los sucesores de San pedro tienen estos mismos privilegios que no son de la persona sino de la dignidad y del cargo público”.  En fin, el apologista opone a las prácticas protestantes que han alterado hasta la forma de los Sacramentos y abolido los dogmas del purgatorio y de los sufragios por los muertos, la creencia y los ritos de la Iglesia católica conformes con la tradición secular y apostólica.

Para leer más acerca de sus obras, de clic en el siguiente enlace:

http://www.mercaba.org/DOCTORES/san_francisco_de_sales.htm

Tomado de:

http://www.mercaba.org