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El milagro de la transubstanciación
Cada vez que el sacerdote católico celebra el Santo Sacrificio de la Misa, ve la Sangre de Jesús en el cáliz y acaricia su verdadero Cuerpo, y esto no es suposición, ya que es dogma de fe que tras la pronunciación de las palabras de la consagración el pan que está sobre el altar y que el sacerdote lo ve y lo toca se convierte en verdadero Cuerpo de Jesús, nada de suposiciones, sino absoluta certeza.
Al pronunciar el sacerdote las palabras de la consagración, tiene lugar la misteriosa transubstanciación.
En la Eucaristía se hallan verdadera, real y sustancialmente presentes el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo (de fe divina expresamente definida).
Desde los orígenes mismos de la Iglesia, se dieron doctrinas heréticas opuestas a esa verdad de fe. Partiendo del supuesto de que Cristo tuvo tan sólo un cuerpo aparente, los docetas y las sectas gnósticomaniqueas negaron la presencia real del Cuerpo y Sangre de Cristo en la eucaristía.
¿Cuál es la Iglesia verdadera?
Profundizando en nuestra fe – Capítulo 11
Una “verdad” relativa y sinfónica
Desde que en el siglo XVII el filósofo Descartes introdujera que el pensamiento es anterior e independiente de la verdad objetiva (“Cogito ergo sum”) y posteriormente la filosofía profundizara en este nuevo modo de pensar con la filosofía de tipo idealista de Kant, Hegel…; y más tarde estas nuevas “intuiciones” se aplicaran a la teología de corte modernista, el concepto de “verdad” cayó en el relativismo, y los dogmas y las verdades absolutas fueron en gran parte desechados, entre la filosofía y la teología primero, y después incluso, en el modo común de pensar del hombre de la calle.
Ya no se habla de “la verdad” en oposición a la mentira, sino de “mi verdad” en oposición a “tu verdad”. Una verdad que se ha hecho “sinfónica”; como si fuera un a modo de la suma de “verdades” en las que a veces no se pone objeción sin son opuestas entre sí. El principio filosófico de no contradicción[1] ha caído en el olvido y ahora se le puede dar la razón a todo el mundo aunque defiendan proposiciones que son de suyo opuestas.
La opinión se ha transformado en “dogma”, y los auténticos dogmas, han perdido todo su valor para quedar reducidos a un mero punto de vista u opinión personal.
Este modo de pensar, que se aleja de toda lógica y del sentido común, se ha ido extendiendo como cáncer en todos los ámbitos del pensar y de la vida humana. Ahora se decide si algo es bueno o malo según el número de votos que tenga en una encuesta. Los políticos son unos expertos en esta materia, pues hoy pueden defender una tesis y mañana la totalmente opuesta sin experimentar el menor rubor.
Establecidas las bases de este nuevo modo de pensar, ahora quizás entenderemos un poco mejor la corriente teológica actual en la que se tiende a suprimir los dogmas, las verdades para siempre.., y se defiende en cambio una verdad de corte historicista y cambiante, según los vientos que corren en cada momento. No es pues extraño ver a “eminentes teólogos y jerarcas” de la Iglesia defender proposiciones que no hace mucho tiempo estaban condenadas como heréticas por los concilios y el magisterio anterior. Y lo peor de todo es que, como los aires que corren están a favor de ese modo de pensar, pocos son los que levantan su voz en contra de estas “nuevas verdades” y defienden la verdad de siempre. Sigue leyendo
¿Rezamos todos los creyentes al mismo Dios?
11 noviembre, 2015
Profundizando en la fe (Capítulo 2): Dios y sus perfecciones (I)
¿Rezamos todos los creyentes al mismo Dios?
En el capítulo precedente decíamos que el hombre puede llegar a conocer la existencia de Dios y algunas de sus propiedades mediante el mero uso de su razón. A lo largo de la historia el hombre usó diferentes modos y vías para poder llegar hasta Él; ahora bien, el grado y perfección del conocimiento que llegaron a tener de su Creador no era el mismo en todas las culturas. Es por ello que Dios, movido por su benevolencia hacia el hombre, se reveló a Sí mismo para que de ese modo pudiéramos llegar a conocerle y amarle mejor (DS 3004).
Si clasificáramos a los hombres según su relación con Dios, y simplificando mucho, los dividiríamos en los siguientes grupos:
- Hay hombres que rechazan que Dios exista; estos son los ateos. Aunque hoy día aquellos que se confiesan como ateos son más los ateos prácticos que los teóricos; es decir aquellos que eliminan a Dios de sus vidas porque no quieren que forme parte de las mismas. Cuestión aparte sería el caso del budismo. El budismo no es propiamente una religión sino una filosofía y una ética. Para el budista no tiene sentido preguntarse por la existencia de Dios.
- Hay hombres, especialmente en culturas más antiguas y menos desarrolladas desde el punto de vista filosófico y religioso, que descubren la existencia de seres supremos a quienes llaman “dioses”; atribuyéndoles a cada uno propiedades o facultades diferentes según el área humana sobre la que van a intervenir. Eso ocurrió principalmente en las culturas griegas y romanas; aunque también lo vemos en culturas egipcia, hebrea pre-abramítica, mesopotámicas, japonesa (sintoísmo)…
- Hay otros, que valiéndose de las diferentes religiones y culturas llegan a conocer la existencia de un solo Ser supremo; pero cuando uno empieza a indagar un poco en sus creencias descubre que ese Ser supremo no es igual en todas las religiones que se declaran monoteístas. A saber: islam, judaísmo y cristianismo.
Profundizando en nuestra fe. Capítulo 1: El sentido de la existencia del hombre (III)
4 noviembre, 2015
En el artículo anterior concluíamos que el sentido de la existencia del hombre procede del fin para el cual fue creado: Dios. Ahora bien, ¿quién me enseñará el camino para poder alcanzar tal fin? Tenemos la ayuda de otros cristianos que vayan por delante nuestro; pero principalmente la ayuda nos vendrá del mismo Cristo y de aquellos que Cristo puso para que fueran nuestros “maestros”[1].
Cristo, su persona y sus enseñanzas
La primera ayuda que tenemos es el mismo Cristo. Cristo nos dijo que Él era el camino, la verdad y la vida (Jn 14:6) y que sin Él no podíamos hacer nada (Jn 15:5). También nos enseñó que deberíamos permanecer unidos a Él como los sarmientos a la vid (Jn 15: 1-10) y que Él mismo era nuestra vida y la garantía de la vida eterna (Jn 6:51). Jesucristo nos enseñó que Él era la luz del mundo y el que le seguía no andaba en tinieblas (Jn 8:12).
Cristo nos dijo que nos dejaba su paz; una paz diferente a la que daba el mundo (Jn 14:27). Fue San Pablo quien añadió que Cristo mismo era nuestra paz (Ef 2:14). Él fue quien nos dio el mandamiento nuevo (Jn 13:34), los sacramentos de la vida eterna, y al mismo tiempo quien dijo a sus discípulos que siguieran haciendo eso mismo en su memoria (Mt 28:19; Lc 22:19). Y al mismo tiempo nos insistió que sus enseñanzas eran para todos los hombres y para todas las épocas (Mt 24:35), no pudiendo cambiar ni una tilde de lo enseñado (Mt 5: 18-19). Sigue leyendo
La conmemoración de los fieles difuntos
2 noviembre, 2015
Después que la santa Iglesia en el día de ayer celebró la fiesta de todos los santos, hoy extiende su caridad, y ayuda con sus oraciones y sufragios a las almas del purgatorio. Pues es dogma de fe que para poder entrar en el cielo, han de purificarse y acrisolarse las almas de los que murieron en gracia de Dios con pecados veniales, o sin haber satisfecho en vida enteramente por los mortales que cometieron, y cuanto a la culpa les fueron perdonados. Las obras con que podemos socorrerlas son tres: la primera y principal es el santo sacrificio de la misa; la segunda, la oración; y la tercera, todas las obras penales con que se satisface a la divina justicia, como son la limosna, ayunos, penitencias, peregrinaciones, y cosas semejantes. Además de estos modos con que las personas particulares socorren a las almas del purgatorio, el Sumo Pontífice concede indulgencias aplicables a ellas, no por vía de absolución, sino por modo de sufragio, y como dispensador del tesoro de la Iglesia, que son las obras y satisfacciones de Cristo y de los santos. Ganando por las benditas almas estas indulgencias, y haciéndoles otros sufragios, ejercitamos con ellas las obras de misericordia. Porque damos decomer al hambriento, y de beber al sediento, aliviamos con nuestra caridad elhambre y la sed que aquellas santas almas tienen de Dios. Consolamos al enfermo, porque mucho padecen las almas del purgatorio en aquel lugar de tormentos. Rescatamos al cautivo, porque cautivas están en aquella cárcel de expiación, y las redimimos con indulgencias y limosnas. Vestimos al desnudo, alcanzándoles de la bondad de Dios la vestidura nupcial y sin mancha, que hanmenester para entrar en el cielo. Hospedamos al peregrino, rogando al Señor que por los méritos de Cristo les abra las puertas, de su palacio divino; y en fin, ¿no es mayor obsequio el llevar aquellas almas al eterno descanso del paraíso, que el dar a sus cuerpos sepultura? Pero aunque nos debemoscompadecer de todos los que están en el purgatorio; especialmente hemos de socorrer a “nuestros deudos y amigos, a los padres e hijos, a los maridos y mujeres, a los hermanos carnales y otras personas, con quienes tuvimos algún lazo más estrecho de sangre o amistad” Finalmente mucho mayor cuidado debemos poner en cumplir las obligaciones de justicia que pertenecen a ellos, ejecutando sus testamentos y mandas pías, y todo lo que dispusieronpara bien de sus almas.
Reflexión: Mientras que el Señor nos da tiempo, procuremos ajustar nuestra vida con la ley de Dios, y llorar nuestras culpas, y satisfacer por ellas en esta vida: aceptemos las tribulaciones, como de su bendita mano, en penitencia de nuestras culpas: y ayudemos a nuestros hermanos con las buenas obras que pudiéremos, para que salgan del purgatorio puros y afinados; y cuando gocen de Dios nos ayuden con sus oraciones y nos den la mano para llegar al puerto de salud, y gozar juntamente con ellos de la eterna bienaventuranza.
Oración: Oh Dios, creador y Redentor de todos los fieles, concede la remisión de los pecados a las almas de tus siervos y siervas, para que consigan, por nuestras humildes súplicas, el perdón que siempre desearon.Que vives y reinas por todos los siglos de los siglos. Amén.
[Fuente]
Tomado de:
Profundizando en nuestra fe. Capítulo 1: El Sentido de la existencia del hombre (II)
En el artículo anterior concluíamos que no se puede llegar a descubrir el auténtico sentido de la existencia del hombre si se rechaza a Dios y si se niega la espiritualidad del alma. Ambos conceptos previos, que son el punto de partida de nuestro razonamiento, son la base para poder seguir nuestro estudio.
Para llegar a descubrir el sentido de esta existencia, sería bueno que respondiéramos previamente unas preguntas que considero esenciales: ¿por qué Dios creó al hombre? ¿Por qué existe el hombre? ¿Es el hombre un mero accidente biológico en medio de un mundo sin sentido? ¿Hay algún “diseño”? ¿Tiene algún sentido que Dios creara al hombre? La respuesta a estas preguntas nos dará una primera luz sobre el sentido de nuestra existencia.
El mero hecho de que Dios creara seres espirituales -que una vez creados ya van a existir para siempre-, nos hace pensar en un “plan” de Dios con respecto a esas criaturas. Sigue leyendo
La eclesiología del Papa Francisco: pocas certezas y algunas dudas
26 octubre, 2015
El pasado 17 de octubre, en ocasión del quincuagésimo aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos por el Papa Paulo VI, el Santo Padre Francisco pronunció un Discurso al que, a nuestro juicio, no se la prestado la debida atención si se tiene en cuenta la singular importancia de su contenido[1]. Se trata, en efecto, de una pieza clave para entender qué piensa el Papa respecto de la Iglesia, de su naturaleza y de su misión en el tiempo actual y, por ende, del modo en que ha de ser ejercido -y se propone ejercer- el ministerio petrino. Podemos decir, por tanto, que en él se contiene, en síntesis, la eclesiología del Papa Francisco. Resulta de interés detenerse en su análisis.
Para una adecuada comprensión de lo qué se supone sea esta eclesiología es preciso referirse a dos conceptos que, en cierto modo, vertebran la exposición del Sumo Pontífice. El primero de ellos es la noción de Pueblo de Dios como modo habitual, y de hecho exclusivo, de referirse a la Iglesia. El segundo, es el llamado sensus fidei o sensus fidelium, lugar teológico de larga data en la Iglesia pero que ha sido revalorizado y puesto de relieve en la teología contemporánea a partir, sobre todo, del Concilio Vaticano II. Veamos por separado cada uno de estos aspectos.
La Iglesia, ¿Pueblo de Dios o Cuerpo Místico de Cristo?
La Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia es la carta magna de la nueva eclesiología propuesta a partir del Concilio Vaticano II. En este Documento la Iglesia es llamada Cuerpo Místico de Cristo conforme con la gran visión paulina[2]. En este sentido, el texto no hace sino confirmar la eclesiología anterior al Vaticano II expuesta magistralmente, entre otros documentos, en la Encíclica Mystici Corporis Christi, de Pío XII (1943). Sin embargo, en su segundo capítulo, Lumen Gentium introduce la noción de Pueblo de Dios para referirse a la Iglesia. Nadie puede, en principio, negar la absoluta legitimidad de esta noción y de su aplicación a la Iglesia; en efecto, la idea de Pueblo de Dios tiene sus raíces en la tradición bíblica veterotestamentaria, raíces que son expresamente mencionadas en el Documento conciliar[3] e interpretadas, como no puede ser de otra manera, como preparación y figura de la Nueva Alianza. De este modo, el Israel santo, la nación santa de los profetas del Antiguo Testamento se cumple y se realiza plenamente en el Nuevo Israel, en el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza, la Iglesia cuya cabeza es Cristo: “Pues quienes creen en Cristo, renacidos no de un germen corruptible, sino de uno incorruptible, mediante la palabra de Dios vivo (cf. 1 P 1,23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3,5-6), pasan, finalmente, a constituir «un linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo de adquisición, que en un tiempo no era pueblo y ahora es pueblo de Dios» (1 P 2, 9-10)[4]”
De este modo la noción de Pueblo de Dios quiere enfatizar el hecho de la misteriosa elección por parte de Dios de un pueblo santo, de una heredad que el Señor se ha reservado para Sí: esa elección recaída primero en el pueblo judío, recae, ahora, en la Iglesia que reúne y congrega la multitud de los pueblos gentiles que han sido injertados en el viejo olivo de Israel (Romanos, 11, 17). En definitiva, la Iglesia es el Israel en el que recae, ahora, la elección y el llamado de Dios. Así lo reconoce explícitamente la Lumen Gentium: “Así como al pueblo de Israel, según la carne, peregrinando por el desierto, se le designa ya como Iglesia (cf. 2 Esd 13,1; Nm 20,4; Dt 23,1 ss), así el nuevo Israel, que caminando en el tiempo presente busca la ciudad futura y perenne (cf. Hb 13,14), también es designado como Iglesia de Cristo (cf. Mt 16,18), porque fue Él quien la adquirió con su sangre (cf. Hch 20,28), la llenó de su Espíritu y la dotó de los medios apropiados de unión visible y social. Dios formó una congregación de quienes, creyendo, ven en Jesús al autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia a fin de que fuera para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salutífera”[5].
La imagen del Pueblo de Dios se aplica, por tanto, a la Iglesia con toda propiedad como se le aplican, también, otras figuras de incuestionable raíz bíblica tomadas de la vida pastoril, de la agricultura, de la edificación, de la familia y de los esponsales, las cuales están ya insinuadas en los libros de los profetas[6]. Pero la cuestión que se plantea, de cara al uso prácticamente exclusivo que ha ido adquiriendo la noción de Pueblo de Dios en la eclesiología actual, es si esta noción es la más apta para expresar con la mayor propiedad posible la naturaleza íntima de la Iglesia. La respuesta a esta pregunta parece, en principio, negativa; efectivamente, la figura de Pueblo de Dios no es la que mejor se adecua a la naturaleza de la Iglesia y no se ve qué razón hay para insistir en su utilización de un modo tan exclusivo y excluyente. En un conocido escrito de su época de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Papa Emérito Benedicto XVI, sostenía: “Limitarse a esta expresión (Pueblo de Dios) para definir a la Iglesia, significa dejar un tanto en la sombra la concepción que de ella nos ofrece el Nuevo Testamento. En éste, la expresión Pueblo de Dios remite siempre al elemento veterotestamentario de la Iglesia, a su continuidad con Israel. Pero la Iglesia recibe su connotación neotestamentaria más evidente en el concepto de Cuerpo de Cristo[7]”. Algo similar ya había sido adelantado en un texto juvenil: “Si se retoma al concepto objetivo y escueto de Pueblo de Dios, y en él se quiere instalar el verdadero y genuino concepto de la Iglesia, cabría objetar que Pueblo de Dios, únicamente, no puede expresar con exactitud la esencia de la Iglesia neotestamentaria[8]”.
Ahora bien, si la noción menos apropiada para definir la Iglesia se ha extendido tanto hasta el punto de desplazar, casi por completo, la idea del Cuerpo Místico, ¿puede sospecharse que esto ha ido en detrimento de una recta eclesiología con el consiguiente riesgo de un oscurecimiento de la conciencia eclesial? La pregunta es tan difícil y compleja que no nos creemos en capacidad de dar una respuesta exhaustiva y suficientemente fundada. No obstante, a la luz de lo que es posible observar y oír, tanto en la catequesis como en las homilías, en las habituales declaraciones episcopales y, ahora, en las mismas intervenciones del Papa, se acrecienta la sospecha de que la noción de Pueblo de Dios, exaltada y reiterada con evidente mengua de la venerable doctrina del Cuerpo Místico (en la que fuimos instruidos los católicos de mi generación y de tantas generaciones) nos está llevando a una noción de Iglesia concebida en términos de un “pueblo peregrino” en la que paulatinamente se va borrando toda idea de jerarquía y de un magisterio situado en la cúspide de esa jerarquía que obre de luz y guía del rebaño. Ha sido el mismo Francisco quien, en reiteradas ocasiones, ha expresado que los pastores no deben marchar a la cabeza del pueblo sino al costado o detrás; y quien ahora, en el Discurso que estamos examinado, ha reiterado, citándose a sí mismo, “la necesidad y la urgencia de pensar en una conversión del papado[9]”, proposición ambigua que suscita fuertes dudas respecto de su naturaleza y alcance.
El sensus fidelium y una Iglesia en escucha.
Vayamos al segundo punto de nuestro análisis, estrechamente vinculado con el anterior: el sensus fidei o sensus fidelium. La importancia asignada a este tema ha sido puesta en evidencia por el hecho de que la Comisión Teológica Internacional le dedicó un extenso y pormenorizado examen contenido en el Documento El sensus fidei en la vida de la Iglesia publicado el pasado año 2014[10]. Si bien en la Nota Preliminar, dicho Documento aclara que su elaboración ocupó el quinquenio 2009-2014 de los trabajos de la Comisión, uno de los miembros de dicha Comisión, la Hermana Sara Butler, religiosa Misionera de la Santísima Trinidad, ha declarado que el empeño en procurar una comprensión compartida de este tema ha tenido especialmente en vista “la consulta por el inminente Sínodo de la familia” por lo que “la Comisión Teológica Internacional ha preparado Sensus fidei en la vida de la Iglesia. El documento propone una explicación y un esclarecimiento teológicos de algunos aspectos del sensus fidei y sugiere criterios para discernir las manifestaciones auténticas[11]”. Es decir que aún cuando el tema ocupaba la atención de la Comisión Teológica Internacional desde hacía varios años, ya en tiempos del Pontificado de Benedicto XVI, no hay dudas de que su publicación ha respondido a la inminencia del Sínodo. Habrá que preguntarse, en consecuencia, si la puesta a punto de este lugar teológico no guarda alguna relación con los propósitos que guían la convocatoria del Sínodo de la Familia. Más concretamente: si no se trata de invocar un supuesto sensus fidei en apoyo de ciertas iniciativas “aperturistas” de algunos sectores sinodales.
En primer lugar es llamativo que el Discurso del 17 de octubre reproduzca, por momentos casi textualmente, las conclusiones del documento de la Comisión Teológica. Francisco, en efecto, apela al sensus fidei al que define en términos de una infalibilidad del Pueblo de Dios: infalibile in credendo. Tomando como punto de partida el Concilio Vaticano II sostiene: “Después de haber reafirmado que el Pueblo de Dios está constituido por todos los bautizados, «consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo», el Concilio Vaticano II proclama que «la totalidad de los fieles que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y 27) no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando “desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos” muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral». Aquel famoso infalibile in credendo”[12].
La cita conciliar corresponde al número 12 de Lumen Gentium que introduce, precisamente, el concepto de sensus fidelium, o sensus fidei o, dicho en otros términos, del sentido sobrenatural de la fe por el que cuando una verdad es creída por toda la Iglesia constituye, por lo mismo, garantía cierta de verdad. Este sentido sobrenatural de la fe, que es de toda la Iglesia y de todo bautizado en tanto permanece en la comunión de la Iglesia, es obra del Espíritu Santo. Su presencia en la Iglesia consta por la Sagrada Escritura y ha sido reconocida, con distintos acentos y variada terminología, a lo largo de toda la tradición de la Iglesia desde la Patrística hasta nuestros días pasando por la Escolástica. Tanto los Padres griegos como los latinos, los escolásticos como Santo Tomás y san Buenaventura, algunos teólogos modernos como el Beato Cardenal Newman y, desde luego, el Concilio Vaticano II, han reconocido invariablemente este sentido sobrenatural de la fe del que gozan todos los bautizados.
Pero en relación con este sensus fidei hay dos aspectos en los que es preciso detener el análisis. En primer lugar, una adecuada comprensión del sentido y del alcance de este sensus sobrenatural de la fe requiere que se lo entienda en el marco de una noción de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo y no tanto en el de la idea del Pueblo de Dios. Más aún, nos animamos a suponer que sólo en el contexto de la eclesiología del Cuerpo Místico el sensus fidei puede ser rectamente entendido en tanto que por fuera de esta eclesiología y en el contexto del Pueblo de Dios se corre el riesgo de un serio desvío que acercaría ese sensus fidei más al protestantismo que a la ortodoxia católica. Porque este sentido sobrenatural de la fe se da en cada bautizado sólo en la medida en que es incorporado como miembro del Cuerpo de Cristo, al modo de una participación en ese Cuerpo y no como una propiedad individual o personal suya. No se trata de que cada bautizado es por sí un maestro de la fe que debe ser escuchado en paridad con quienes tienen por misión enseñar en la Iglesia; no, ese sentido de la fe lo posee cada creyente sólo y exclusivamente en tanto miembro del Cuerpo Místico y que, por ende, participa de la economía de la gracia que desde la Cabeza de ese Cuerpo que es Cristo se derrama a todos y cada uno de sus miembros. El gran teólogo alemán Karl Adam aclara este punto al sostener: “El portador del Espíritu de Jesús (esa unción del santo al que alude Lumen Gentium, 12) es por consiguiente la Iglesia, pero no como pluralidad de individuos particulares, no como una suma de personalidades de profunda vida espiritual, sino la Iglesia como unidad perfecta de los creyentes, como una comunidad que trasciende a los individuos. Esta unidad, esta comunidad, es el dato primigenio del cristianismo […] es algo que en su esencia es previa a toda individualidad, una esencia supra-personal, una unidad abarcadora que no presupone personalidades cristianas sino que las crea y las engendra[13]”. En una palabra, es el Espíritu de Cristo el que engendra, en la comunión del Cuerpo Místico de la Iglesia, el sensus fidei, ese admirable consensus fidelium por el que en todo tiempo y lugar los bautizados creemos y seguimos creyendo las verdades de la fe. No se trata, por tanto, de un carisma individual ni de una propiedad personal como cierto individualismo moderno (de cepa luterana) pueda suponer. Tampoco se trata de una opinión o conjunto de opiniones que puedan ser consultadas y procesadas en las encuestas al uso.
En segundo lugar, debe precisarse cuál sea la exacta dimensión de este sensus fidei y su importancia real en la vida de la Iglesia sobre todo a la hora de establecer qué relaciones guarda con el Magisterio. Tanto el texto de la Comisión Teológica como el Discurso del Papa acusan en este punto un margen de ambigüedad y de imprecisión suficiente como para dar lugar a interpretaciones opuestas a la doctrina católica. En efecto, se advierte una exagerada valoración de este sensus fidei cuando se lo pone casi en la base y en el fundamento del magisterio ministerial de la Iglesia o, al menos, como el primer presupuesto de ese magisterio. De este modo toda acción magisterial en la Iglesia (de una Iglesia que se califica de sinodal y cuya nota esencial pasa a ser la llamada sinodalidad), sea la de los Obispos o la del Papa, comienza por una escucha de ese sensus fidei. Oigamos al Papa: “El camino sinodal comienza escuchando al pueblo, que «participa también de la función profética de Cristo», según un principio muy estimado en la Iglesia del primer milenio: Quod omnes tangit ab omnibus tractari debet. El camino del Sínodo prosigue escuchando a los Pastores. Por medio de los Padres sinodales, los obispos actúan como auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia, que deben saber distinguir atentamente de los flujos muchas veces cambiantes de la opinión pública […] Además, el camino sinodal culmina en la escucha del Obispo de Roma, llamado a pronunciarse como «Pastor y Doctor de todos los cristianos» no a partir de sus convicciones personales, sino como testigo supremo de la fides totius Ecclesiae, «garante de la obediencia y la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la Tradición de la Iglesia»”. En este marco de sinodalidad la Iglesia pasa a ser una Iglesia en escucha de unos y otros en aparente paridad. “Es una escucha reciproca -continúa Francisco- en la cual cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el «Espíritu de verdad» (Jn 14,17), para conocer lo que él «dice a las Iglesias» (Ap 2,7)”[14].
Más allá de ciertos giros del lenguaje en consonancia con la doctrina católica y de justas matizaciones que deben ser reconocidas, la palabra del Papa suena en cierto modo imprecisa al poner en paridad a los protagonistas en juego, el Pueblo y la Jerarquía, y al describir un magisterio que asciende de abajo hacia arriba en lugar de descender de Dios a los fieles por medio de quienes han sido constituidos doctores. La consecuencia no puede ser otra que una tendencia a desdibujar la neta distinción entre una Iglesia docente y una Iglesia discente: “El sensus fidei -continúa- impide separar rígidamente entre Ecclesia docens y Ecclesia discens, ya que también la grey tiene su «olfato» para encontrar nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia[15]”. Y en la culminación de este magisterio “ascensional”, Francisco no trepida en analogar a la Iglesia a una pirámide invertida: “En esta Iglesia, como en una pirámide invertida, la cima se encuentra por debajo de la base”[16].
La ambigüedad del Discurso se hace aún más patente cuando el Papa parece identificar el sentido de servicio que tiene toda autoridad en la Iglesia, el hecho de que los papas se llamen a sí mismos “siervo de los siervos de Dios”, el abajamiento, en suma, de quienes poseen el carisma de la autoridad, a imitación de Cristo que lavó los pies a los apóstoles, con el abajarse o la abdicación del ejercicio mismo de la autoridad magisterial. El Señor lavó, en efecto, los pies a sus discípulos pero no abdicó jamás de su condición de Maestro. Por eso nos confunde un tanto lo que dice Francisco cuando en abono de este magisterio sinodal de abajo hacia arriba, sostiene: “Quienes ejercen la autoridad se llaman «ministros»: porque, según el significado originario de la palabra, son los más pequeños de todos. Cada Obispo, sirviendo al Pueblo de Dios, llega a ser para la porción de la grey que le ha sido encomendada, vicarius Christi vicario de Jesús, quien en la Última Cena se inclinó para lavar los pies de los apóstoles (cf. Jn 13,1-15). Y, en un horizonte semejante, el mismo Sucesor de Pedro es el servus servorum Dei”[17]. Honestamente no vemos un sequitur entre el espíritu evangélico de la autoridad como servicio y este novedoso magisterio invertido.
A nuestro modesto entender, si bien del sensus fidei participan todos los bautizados, empero, no se da en todos en la misma medida ni se ejerce de igual modo. Es preciso mantener, más que nunca, la neta distinción (neta, no rígida) entre una Ecclesia docens y una Ecclesia discens; en la primera, el sensus fidei guía a quien enseña; en la segunda, guía al que aprende. Esto no quiere decir que en circunstancias determinadas el Magisterio no deba consultar el sentido sobrenatural de la fe de la Iglesia; así se hizo, por ejemplo, cuando se proclamaron los dos últimos dogmas marianos: la Inmaculada Concepción y la Asunción a los cielos en cuerpo y alma de la Bendita Virgen María. Pero de aquí a invertir el sentido del magisterio hay todo un paso que no es posible dar sin riesgo cierto de apartarse de la doctrina católica.
Conclusiones
En resumen, el Discurso que comentamos deja algunas certezas: de hecho, Francisco ha mantenido firme la idea de que toda colegialidad (concepto todavía inasible en la eclesiología contemporánea) es cum Petro et sub Petro. También ha dejado en claro que el Papa es el garante último y supremo de la obediencia y la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la Tradición de la Iglesia. Pero ciertos conceptos difusos como el de sinodalidad, una exagerada y constante apelación al “Pueblo de Dios” como si en él residiera el fundamento último de la Fe (y no en la revelación), la ausencia de toda referencia a la misión salvífica de la Iglesia y un sensus fidei elevado indebidamente al nivel de primum movens de la acción docente en la Iglesia, suscitan no pocas dudas e inquietudes.
Pero reduciríamos nuestro análisis si todo lo limitáramos a la personalidad y a la gestión del Papa Francisco. Sin duda que hasta el presente su Papado ha sido zigzagueante en varios y vitales aspectos, que a menudo sus afirmaciones resultan inadecuadas para expresar las verdades de la fe, que ciertos gestos suyos más parecen dar aliento a los enemigos de la Iglesia que a los que se esfuerzan por mantenerse fieles a sus enseñanzas. Todo eso es verdad. Pero la crisis actual de la Iglesia se remonta más atrás aún antes del Concilio Vaticano II. Es cierto que este acontecimiento produjo fuertes sacudimientos (turbulencias las llamó Paulo VI) de la Iglesia y provocó la eclosión de fuerzas destructivas y autodestructivas hasta entonces relativamente soterradas. Pero no es menos cierto que junto a estos aspectos negativos el Concilio tuvo la virtud de poner en la mesa de discusión y estudio algunos temas que aguardaban todavía una dilucidación y un desarrollo más plenos. La liturgia, la eclesiología, la exégesis bíblica, el papel del laicado, la llamada (a falta de otro nombre) colegialidad fueron, entre otros, algunos de esos temas. A vuelta de más de medio siglo tales temas siguen sin dilucidar a la espera de definiciones y desarrollos que los saquen de la ambigüedad y confusión en que hoy se hallan; este es el cometido de una reflexión teológica fecunda y serena hecha a la luz de la Fe y de la Tradición, tarea pendiente hasta este momento.
El Pontificado de Benedicto XVI apuntó en esa dirección al reclamar, por un lado, una hermenéutica de la continuidad y, por otro, al emprender “la reforma de la reforma” litúrgica. Por razones que ignoramos estos propósitos se frustraron y hoy constatamos a cada paso que el Pontificado de Francisco no se orienta en el mismo sentido, antes bien, en el opuesto. Por esta razón todos los cabos sueltos que han dejado los documentos conciliares son hoy objetos de un desarrollo teológico que tiende más a radicalizar la ruptura que a soldarla. El Discurso que comentamos es sólo una muestra más de esta penosa y difícil situación.
Mario Caponnetto
[1] Discurso del Santo Padre Francisco, Aula Paulo VI, sábado 17 de octubre de 2015.
[2] Constitución Dogmática Lumen Gentium (en adelante LG), n. 7.
[3] Cf. LG, n. 9.
[4] Ibidem.
[5] Ibidem.
[6] Cf. LG, n. 6.
[7] Josef Ratzinger, Víctor Messori, Informe sobre la fe, Madrid, 1985, p. 55.
[8] Josef Ratzinger, El nuevo Pueblo de Dios, Barcelona, 1972, página 97.
[9] Cf. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 32.
[10] La versión española de este Documento puede consultarse en Comisión Teológica Internacional, El sensus fidei en la vida de la Iglesia, BAC, Madrid, 2014.
[11] Sara Butler, L’instinto che guida i cristiani, en L’Osservatore Romano, ed. quotidiana, Anno CLIV, n. 140, 22/06/14.
[12] Discurso del Santo Padre Francisco…, o. c.
[13] Karl Adam, La esencia del catolicismo, Buenos Aires, 2013, paginas 43, 44.
[14] Discurso del Santo Padre Francisco…, o. c.
[15] Ibidem.
[16] Ibidem.
[17] Ibidem.
Tomado de:
Profundizando en nuestra fe: Capítulo 1: El Sentido de la existencia humana (I)
21 octubre, 2015
El primer regalo que cada uno de nosotros recibe de Dios, aunque no el más grande, es la vida. Es por ello, que descubrir el sentido de nuestra vida es una de las tareas más importantes que tenemos que realizar en nuestra existencia, pues de eso dependen nuestra felicidad en la tierra y luego el premio eterno del cielo. Por otro lado, es una tarea personal; otras personas nos podrán orientar, ayudar, encaminar, pero al fin y al cabo, será un descubrimiento personal, pues junto a una iluminación de nuestro intelecto para conocer cuál es el sentido de nuestra existencia habrá de acompañarle una aceptación de la voluntad para seguirlo.
¡Cuántas personas deambulan sin rumbo durante gran parte de su vida! ¡Cuántas personas nunca descubren el sentido de su existencia! Hoy día, debido al materialismo reinante, al desprecio de todo lo espiritual, a la ausencia de modelos que nos inspiren para seguir el buen camino, a la falta de una Iglesia que nos enseñe claramente el rumbo…, vivir toda una existencia sin haber descubierto su sentido es lo más habitual. Y ya sabemos lo que ocurre si el hombre no descubre el sentido de su vida. Si Dios no ocupa el primer lugar en su corazón…, pronto, otras cosas vendrán a reemplazarlo, y el hombre sólo buscará ser lo más feliz posible en el único mundo que él conoce: éste.
Todo hombre puede llegar a descubrir que Dios existe
Hay dos conceptos previos que tenemos que analizar y que nos ayudarán a descubrir el sentido de nuestra vida: la existencia de Dios y la espiritualidad del alma. Sigue leyendo
Obispos polacos: los padres sinodales liberales quieren cambiar la doctrina
21 octubre, 2015
Uno de los eslóganes más perniciosos utilizado tanto por los liberales del Sínodo como por sus defensores es “no se cambiará la doctrina, sino la práctica”. Está calculado para apaciguar a los católicos y obtener su conformidad – después de todo, pase lo que pase, la doctrina no cambiará, ¿no es cierto?– Es un eslogan, un tema de debate, que revela lo bien que los liberales comprenden la mentalidad católica moderna, con su nítida e injustificada distinción o incluso divorcio de facto entre la “doctrina” y la “práctica”, entre “Tradición” (con mayúscula) y “tradición” (con minúscula), entre la “letra” y el “espíritu” de las leyes y doctrinas, y entre la “esencia” de las enseñanzas de la Iglesia y el “lenguaje” en el que son expresadas.
Afortunadamente, el arzobispo Stanisław Gądecki, Presidente de la Conferencia de Obispos Polacos y reconocido portavoz de la jerarquía polaca, ha publicado una breve nota (17 de octubre) en la página web de la Conferencia de Obispos Polacos, en la que expone de manera concisa este eslogan, este mantra, por lo que es: un engaño, una mentira.
Arzobispo Gądecki: están presionando para cambiar la doctrina
Los cambios pastorales propuestos por algunos padres sinodales en relación a la comunión para divorciados, representan en sus suposiciones un intento de deslizar cambios en la doctrina misma de la Iglesia. El arzobispo Stanisław Gądecki, quien participa en el Sínodo de la Familia, encara este tema:
“Prácticamente todos repiten que no habrá cambios doctrinales, pero esto puede entenderse de maneras diferentes. Porque si introducimos la posibilidad de cambios pastorales, esto significa, en la práctica, que se está anulando la estabilidad doctrinal. En mi opinión, no podemos hablar de una separación entre la pastoral de la Iglesia y la doctrina, sus enseñanzas. Ambas son inseparables. Tengo la impresión de que muchos promotores de esta modernidad están pensando –de hecho– en un cambio doctrinal, llamándolo cambio en la pastoral de la Iglesia. Es un tema inquietante en estas discusiones, porque enfatizan fuertemente: “aceptamos toda la doctrina”, pero enseguida sugieren que la doctrina no tiene nada que ver. Esto me preocupa enormemente, unos y otros dicen que no quieren cambios doctrinales. ¿Pero, entonces, de dónde surgen estas prácticas opuestas a la doctrina?
[Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original]
Tomado de:
No sólo el matrimonio: aquí acaban la Iglesia, la unidad y la doctrina. ¿Por qué el Sínodo virtual cuenta más que el real?
20 octubre, 2015
El mensaje mediático que acompañará las conclusiones de los trabajos es más importante que los documentos. ¿Los protagonistas de esta revolución? Obispos y párrocos
El papa Francisco ha anunciado cómo concluirá el Sínodo de la Familia. Cuando faltan pocos días para la conclusión de los trabajos, la asamblea de obispos ha llegado a un callejón sin salida, y la única forma de superarlo sería descentralizar la iglesiaSe ha llegado a este punto muerto a consecuencia de la división entre los padres sinodales que invocan con firmeza el Magisterio perenne sobre el matrimonio y los novatores que se proponen trastornar no sólo dos mil años de doctrina de la Iglesia, sino sobre todo la Verdad del Evangelio. Es, de hecho, palabra de Cristo, ley divina y natural, que el matrimonio válido, rato y consumado de los bautizados no se puede disolver por ninguna razón.
Una sola excepción bastaría para anular el valor absoluto y universal de esta ley, y una vez caída esta ley, se vendría abajo junto con ella todo el edificio moral de la Iglesia. El matrimonio, o es indisoluble o no lo es, y no se puede admitir una disociación entre el enunciado del principio y su aplicación en la práctica. La Iglesia exige una coherencia radical entre pensamiento y palabra y entre las palabras y los hechos. La misma coherencia de la que han dado testimonio los Mártires a lo largo de la historia.
El principio que sostiene que la doctrina no cambia sino su aplicación pastoral introduce una cuña entre dos dimensiones inseparables en el cristianismo: Verdad y Vida. La separación entre doctrina y práctica no procede de la doctrina católica, sino de la filosofía hegeliana y marxista, que trastorna el axioma tradicional según el cual agere sequitur esse, el obrar sigue al ser. Pero desde la perspectiva de los novatores, la acción, precede al ser y lo condiciona; la experiencia no vive la verdad sino que la crea. Este es el sentido del discurso pronunciado por el cardenal Christoph Schönborn en la conmemoración del 50° aniversario de la institución del Sínodo, el mismo día en que habló el papa Francisco. “No es posible representar la fe, sólo se puede dar testimonio de ella”, ha afirmado el arzobispo de Viena, subrayando la primacía del testimonio sobre la doctrina. En griego, mártir significa testigo, pero para los mártires dar testimonio significaba vivir la verdad, mientras que para los innovadores significa traicionarla, reinventarla en la práctica.
La primacía de la praxis pastoral sobra la doctrina está abocada a unas consecuencias catastróficas:
1) Como ya sucedió con el Concilio Vaticano II, el sínodo virtual está destinado a prevalecer sobre el real. El mensaje mediático que acompañará la conclusión de los trabajos es más importante que el contenido de los documentos. La relatio sobre la primera parte del Instrumentum Laboris del Circulus Anglicus C afirma rotundamente la necesidad de esta revolución semántica: “Al igual que el Concilio, este sínodo tiene que marcar un antes y un después en el lenguaje, que los cambios sean algo más que cosméticos”.
2) El postsínodo es más importante que el Sínodo, porque representa la autorrealización del mismo. De hecho, el Sínodo confiará a la praxis pastoral la realización de sus objetivos. Si lo que se transforma no es la doctrina sino la pastoral, el cambio no puede provenir del Sínodo; tiene que darse en la vida del pueblo cristiano y por consiguiente fuera del Sínodo, después de éste, en la vida de las diócesis y de las parroquias.
3) La autorrealización del Sínodo se convierte en bandera de la experiencia de las iglesias particulares, o sea, de la descentralización eclesiástica. La descentralización autoriza a las iglesis locales a experimentar una pluralidad de experiencias pastorales. Y si no hay una praxis coherente con la doctrina única, eso quiere decir que hay muchas y que todas se pueden experimentar. Los protagonistas de esta revolución de la praxis serían por tanto los obispos, los párrocos, las conferencias episcopales, las comunidades locales, según la libertad y creatividad de cada uno.
Se prefigura la hipótesis de una Iglesia a dos velocidades o, para seguir con la jerga de los eurócratas de Bruselas, de “geometría variable”. Un mismo problema moral se resolverá de manera diversa, conforme a la ética situacional. A la Iglesia de los católicos adultos, de lengua germánica y pertenecientes al primer mundo se le permitirá la marcha rápida del testimonio misionero, mientras que a la de los católicos subdesarrollados, africanos o polacos, pertenecientes a iglesias del segundo o tercer mundo, se les concederá la marcha lenta del apego a las propias tradiciones.
La descentralización no sólo el primado romano, sino que niega el principio de no contradicción, según el cual “un mismo ser no puede al mismo tiempo y en el mismo sentido, ser lo que es y no serlo”. Únicamente apoyados en este fundamental principio lógico y metafísico podemos emplear la razón y conocer la realidad que nos rodea.
¿Qué pasaría si el Romano Pontífice renunciara, aunque sólo fuera parcialmente, a ejercitar su autoridad delegándola en las conferencias episcopales o los obispos particulares? Evidentemente surgiría una diversidad de doctrinas y de praxis entre las diversas conferencias episcopales y de una diócesis a otra. Lo que en una diócesis estará prohibido estará admitido en otra, y viceversa. Quien conviva more uxorio con otra persona sin haberse casado podrá recibir el sacramento de la Eucaristía en una diócesis sí y en otra no. Pero lo que es pecado es pecado. La ley moral es igual para todos o no es tal ley moral. Una de dos: o el Papa tiene primado de jurisdicción y lo ejerce, o en la práctica gobierna cualquiera prescindiendo de él.El Papa admite la existencia de un sensus fidei, pero es más bien el sensus fidei de los obispos, sacerdotes y simples laicos el que hoy en día se escandaliza de las extravagancias que se dicen en el aula del Sínodo. Extravagancias que ofenden el sentido común antes incluso que el sensus Ecclesiae de los fieles. Francisco tiene razón cuando afirma que el Espíritu Santo no asiste sólo al Papa y a los obispos, sino a todos los fieles (cfr. sobre este punto Melchor Cano, De locis Theologicis (Lib. IV, cap. 3, 117I). Sin embargo, el Espíritu Santo no es espíritu de novedad; guía a la Iglesia, asistiéndola de modo infalible en su Tradición. Mediante la fidelidad a la Tradición, el Espíritu Santo habla todavía a los oídos de los fieles. Y hoy, como en los tiempos del arrianismo, podemos decir con San Hilario: «Sanctiores aures plebis quam corda sacerdotum» “(son más santos los oídos del pueblo que el corazón de sus sacerdotes) (Contra Arianos, vel Auxentium, nº 6, en PL, 10, col. 613).
Roberto de Mattei
en Il Foglio del 20 de octubre de 2015
[Traducción de J.E.F.]
Tomado de:
Las intrigas para desacreditar a los cardenales que se oponen al Papa
18 octubre, 2015
La carta de los 13 Cardenales al Papa en contra del opresivo Sínodo y de las tesis modernistas de Bergoglio es muy sensacionalista, especialmente por la autoridad que ostentan los firmantes; por tanto, lo que ocurrió para desacreditarla y oscurecer su explosivo contenido debe ser explicado. Ante todo, la carta ha circulado como la seña identificativa de una conspiración de los llamados “conservadores” católicos.
Marco Tosatti, vaticanista serio e independiente, señaló, muy acertadamente, que una carta privada al Papa, firmada con nombres y apellidos, es la cosa más transparente, leal y valiente que hemos visto en el Vaticano en los últimos tiempos,- considerando que el mismo Bergoglio (al menos de palabra) pide apertura-; por tanto, es justamente lo opuesto a una conspiración. De hecho, como dice Tosatti, “proporcionó una oportunidad de oro para los numerosos autores de conspiración y rebelión”. Mientras, con respecto a cosas ocultas, conocemos a través del periódico alemán Die Tagespost, que es el Papa Francisco quién, en su residencia de Santa Marta, ha estado sosteniendo su propio “Sínodo clandestino”, reservado solamente a la Dirección del Sínodo oficial.
Lo que desencadenó la confusión fue que cuatro de los trece Cardenales firmantes negaron haber puesto su rúbrica. El lunes por la noche, el Cardenal Pell, confirmó a través de un portavoz, que la carta había sido firmada por él y otros Cardenales; añadió que era privada y por ello no se había dado a conocer. Por otra parte, explicó que el texto publicado por Magister tenía “errores, tanto en el contenido como en la lista de firmas”. Esa misma noche nos enteramos de que la revista American Jesuit, de tendencia progresista, confirmó que la carta había sido firmada por 13 Cardenales todos ellos presentes en el Sínodo y entregó la lista con los nombres correctos, substituyendo a los cuatro que habían negado su firma por los verdaderos firmantes. Además, la misma revista, confirmó el texto publicado por Magister, confirmación que también hace el periódico La Nación de Buenos Aires a través de un artículo de Elizabetta Piqué, biógrafa y amiga personal de Francisco y, por tanto, con acceso a fuentes dignas de crédito.
El día 13 por la tarde, Magister publicó un nuevo artículo en el que cita estas confirmaciones fiables y en el que reitera que hay trece firmas de Cardenales, reconstruyendo la lista correcta pero parece ser que una ha desaparecido; el texto es el mismo que se publicó en primer lugar, admitiendo que, la carta entregada al Papa puede “incluir algunos pequeños cambios. De forma, no de fondo”. Pero con el escándalo que suscitó en los medios, lo que era esencial escapó a la atención de todos: la rareza de semejante documento firmado por Cardenales de autoridad, muchos de ellos presentes en el Sínodo, en el que se destruye la Instrumentum laboris en los puntos no aprobados en el Sínodo de 2.014 pero que Bergoglio aseguró que se volverían a tratar, al menos los más controvertidos.
Además, en su carta, los Cardenales critican los nuevos procedimientos que sofocan, e intentan manejar, al Sínodo en curso. La carta expresa preocupación por la Comisión que tendrá que redactar la Relatio final ya que no ha sido elegida por los Padres sino que está compuesta por personas nombradas directamente por Bergoglio, todos afines a él. Asimismo, la misiva expresa la preocupación por un Sínodo que había sido convocado por Benedicto xvi en defensa de la familia y que terminó en peleas acerca de la comunión de los divorciados vueltos a casar; algo que, si fuese aceptado, colapsaría completamente la doctrina sobre el matrimonio y los Sacramentos.
Al final de la carta hay una advertencia dramática que, incluso escrita en un lenguaje respetuoso suena a alarma, diciendo que: al final del camino emprendido por Bergoglio, en imitación de las Iglesias Protestantes Europeas, habría un colapso; en otras palabras, el fin de la Iglesia. En una declaración reciente, el Cardenal Pell dio otras dos noticias importantes acerca de lo que está pasando: la primera concuerda exactamente con lo que escribimos el domingo pasado en esta columna y es que la corriente Kasper-Bergoglio es minoría. De hecho, Pell dice: “Hay un gran acuerdo en la mayoría de los puntos pero, obviamente, hay cierto desacuerdo ya que hay una minoría de elementos que desea cambiar las enseñanzas de la Iglesia en las disposiciones necesarias para recibir la Comunión. Naturalmente, no hay posibilidad de cambio alguno en la Doctrina”.
La otra noticia de Pell, alarma incluso si está en lenguaje suave: “Todavía hay preocupación entre los Padres del Sínodo sobre la composición del Comité a cargo de la redacción de la Relatio final y sobre el proceso a través del cual se presentará a los Padres del Sínodo”. La controversia, por tanto, sigue abierta. La razón es simple, aunque nunca se diga: la intención de Bergoglio, ahora muy clara, es empujar al Sínodo hacia las conclusiones que él desea, recibir así legitimación e introducir las ideas de Kasper dentro de la Iglesia, aunque sea de forma solapada, de la misma forma que introdujo el divorcio a través del Motu Proprio. Por esta razón, hace unos días, al descubrir que la mayoría del Sínodo es católica, Bergoglio planteó preguntas sobre la Relatio final que llegaron a ser escritas en todos los programas oficiales como resultado del Sínodo.
Viendo el desconcierto que ha provocado el cambio de reglas en el Sínodo hizo público, a través del Padre Lombardi, que habría una Relatio Finalis pero Bergoglio decidiría qué hacer con ella y si se publicará. Más tarde se supo que, probablemente, no habría una relatio similar a las de otros Sínodos, en las que incluso se votaron proposiciones sencillas, sino un texto genérico que se votaría en bloque, una especie de lo tomáis o lo dejáis, una forma de acorralar a la parte más católica, en la que habría una referencia genérica a la misericordia pero que podría ser interpretada como la luz verde a la revolución. Es necesario recordar que, ningún Papa tiene el poder de cambiar la Ley de Dios ni la Doctrina Católica, a menos que desee caer en la herejía y, por tanto, caer en declive.
Como fue explicado por un eminente Cardenal del Sínodo de 2.014, los temas a debatir hoy, habiendo sido definidos solemnemente por la Iglesia basándose en la Sagrada Escritura, no pueden ni deben ser cuestionados; el Papa no puede hacer lo que le plazca, al contrario de lo que muchos creen, justo como afirmó Benedicto xvi en la Misa de Investidura a la Catedra Romana el 7 de mayo de 2.005:
«El Papa no es un monarca absoluto cuyos pensamientos y deseos son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es garantizar la obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino constantemente obligarse a sí mismo y a la Iglesia a obedecer la Palabra de Dios, de cara a todo intento de adaptarla o diluirla, y de toda forma de oportunismo […] El Papa sabe que, en sus decisiones importantes, está unido a la gran comunidad de fe de todos los tiempos, a las interpretaciones vinculantes que se han desarrollado a través del peregrinar de la Iglesia. Así, su poder no está sobre, sino al servicio de la Palabra de Dios. Le corresponde a él asegurarse de que esta Palabra continúe estando presente en su grandeza y que resuene en su pureza, para que no sea rota a pedazos por los cambios continuos en su uso.»
Esta es la interpretación correcta del “poder de atar y desatar” que Cristo le dio a Pedro, un versículo del Evangelio que ha sido indebidamente invocado estos días por los partidarios de Bergoglio, casi como si permitiera al Papa argentino hacer lo que le plazca. El venerable Pio Brunone Lanteri, quién fue también un gran defensor del Papado, lo explicó claramente en un libro:
«Se me dirá que el Santo Padre puede hacer cualquier cosa, quodcumque solveris, quodcumque ligaveris, etc. Es verdad; pero no puede hacer nada en contra de la Constitución Divina de la Iglesia; él es el Vicario de Dios, pero no es Dios, ni tampoco puede destruir la obra de Dios.».
Antonio Socci
[Traducción de Rocío Salas. Artículo Original]
Tomado de:
Profundizando en nuestra fe. Introducción
14 octubre, 2015
Comenzamos hoy una nueva serie de artículos que bajo el epígrafe común de “Profundizando en nuestra fe” intentarán compendiar los elementos esenciales que hemos de aprender, guardar y transmitir dentro de nuestra fe cristiana. Como ya decía San Pablo: “Os transmito lo que a mi vez he recibido” (1 Cor 11:23).
Estos temas son el resultado de muchos años de charlas, cursos…, dados en las diferentes parroquias en las que he trabajado y que iban preferentemente dirigidos a un público adulto. En ningún momento obviaré ningún tema por arduo o difícil que pueda ser, siempre y cuando se considere importante para nuestra fe. Conforme se vayan desarrollando los temas, preguntas, puntualizaciones y dudas sobre los mismos serán aceptadas. Por lo que si así lo desean, podrán hacerlas ya directamente en los comentarios de cada uno de los artículos o escribiendo directamente a mi correo electrónico (lucasprados@adelantelafe.com)
Temario
Para que tengan una idea de conjunto, el esqueleto de las charlas será el siguiente: Habrá tres grandes epígrafes:
- Nuestra fe: Desarrollo del Credo.
- Nuestra moral: Los mandamientos.
- Los sacramentos.
Y a modo de ejemplo, el primer apartado dedicado al Credo tendrá catorce capítulos, de entre los cuales les enumero algunos:
- El sentido de la existencia del hombre.
- Dios y sus perfecciones.
- Unidad y Trinidad en Dios.
- La Creación y los Ángeles.
- Creación y Caída del Hombre…
Y así hasta catorce diferentes capítulos en esta primera parte. A su vez, cada capítulo nos puede ocupar dos o tres artículos.
Dado que culminar esta empresa puede tardar varios años; de hecho yo daba estos cursos durante tres años consecutivos en periodos de ocho meses cada año, intentaré cuando finalicemos cada gran epígrafe, descansar unos meses hasta que comencemos el siguiente. Pido a Dios la gracia, la sabiduría y la constancia para poder culminar esta empresa. Sigue leyendo
Obispos polacos explican por qué los divorciados “vueltos a casar” nunca podrán comulgar lícitamente
Desde el primer año de Rorate, hemos cubierto la ola persistente de los prelados que han tratado de utilizar la portada de la “misericordia” para impulsar un sacrilegio (en nombre de la recepción de la Sagrada Comunión por civiles divorciados y “vueltos a casar”). Naturalmente en ese momento no esperábamos llegar a tiempo, en donde el apoyo a esa idea vendría desde el más alto nivel de la jerarquía.
Afortunadamente, Polonia católica no defrauda. En su intervención en el asunto, realizado el sábado en el Aula del Sínodo, y hecho público este lunes, el Presidente de la Conferencia Episcopal de Polonia, el arzobispo Stanisław Gądecki, lo explicó con claridad y con palabras inolvidables, por qué la doctrina católica sobre este tema, no puede cambiar de lo que siempre ha sido.
La Conferencia Episcopal de Polonia también publicó un comentario teológico para explicar el tema a la luz de los Concilios de la Iglesia, en particular, del Sacrosanto Concilio de Trento, que se ocupa sobre todo de los conceptos de la gracia santificante, la gracia sacramental y el pecado mortal, que puede ser adulterado por los manipuladores para que el sacrilegio sea forzado dentro la Iglesia.
Primero esta intervención:
Intervención en la 6ta sesión general
Sábado 10 de octubre de 2015
+ Stanisław Gądecki, Arzobispo Metropolitano de Poznań
Presidente de la Conferencia Episcopal Polaca
Para empezar, quiero hacer hincapié en que la siguiente intervención refleja no sólo mi opinión personal, pero también la opinión de toda la Conferencia Episcopal Polaca.
1, No hay duda de que la Iglesia de nuestro tiempo debe -en un espíritu de misericordia- ayudar a los divorciados y vueltos a casar civilmente con una caridad especial, para que no se consideren a sí mismos separados de la Iglesia, si bien pueden en efecto, participar en Su vida, como bautizados.
Por lo tanto, vamos a invitarlos a escuchar la Palabra de Dios, a asistir al Sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a contribuir a las obras de caridad y las iniciativas comunitarias en favor de la justicia, a educar a sus hijos en el la fe Cristiana, a cultivar el espíritu y la práctica de la penitencia y de implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. Que la Iglesia rece por ellos, los anime y Ella Misma se muestre como una madre misericordiosa, y así los sostenga en la fe y la esperanza (cf. Juan Pablo II, Familiaris consortio, 84).
2, Sin embargo, la Iglesia en su enseñanza sobre la admisión de los divorciados vueltos a casar, no puede ceder a la voluntad del hombre, sino sólo a la voluntad de Cristo (cf. Pablo VI, Discurso a la Rota Romana, 01/28/1978; Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 01/23/1992, 01/29/1993 y 01/22/1996). En consecuencia, la Iglesia no puede dejarse llevar por sentimientos de falsa compasión a las personas o los modos de pensamiento que -a pesar de su popularidad en todo el mundo- se equivocan.
Admitir a la Comunión a los que siguen cohabitando “more uxorio” [como esposo y esposa] sin el vínculo sacramental sería contrario a la Tradición de la Iglesia. Los documentos de los primeros sínodos de Elvira, Arles y Neocesarea, que tuvieron lugar en los años 304-319, ya han confirmado la doctrina de la Iglesia sobre no admitir a los divorciados vueltos a casar a la Comunión Eucarística.
Esta posición está basada en el hecho de que “su estado y condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia, reconocida y actualizada en la Eucaristía” (Juan Pablo II, Familiaris consortio, 84; 1 Cor 11:27 -29; Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 29; Francis, Angelus 16 de agosto de 2015).
3, La Eucaristía es el sacramento de los bautizados que están en estado de gracia sacramental. Admitir a los divorciados que se volvieron a casar civilmente a la Santa Comunión, causaría un gran daño no sólo para el ministerio pastoral de la familia, sino también a la doctrina de la Iglesia sobre la gracia santificante.
De hecho, la decisión de admitir a la Sagrada Comunión, abriría la puerta a este sacramento a todos los que viven en pecado mortal. Esto a su vez daría lugar a la eliminación del Sacramento de la Penitencia y distorsionaría el significado de vivir en estado de gracia santificante. Por otra parte, hay que señalar que la Iglesia no puede aceptar la llamada “ley de la gradualidad” (Juan Pablo II, Familiaris consortio, 34).
Como el Papa Francisco nos lo recordó, que los que estamos aquí no queremos y tampoco tenemos el poder para cambiar la doctrina de la Iglesia.
Ahora, el comentario teológico proporcionada por la Conferencia, tomando como base, en particular, las enseñanzas inmutables del Concilio Tridentino:
Pbro. Dariusz Kowalczyk SJ
Decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Gregoriana, Roma
La Gracia de Dios, Gracia Sacramental, Gracia Santificante
La gracia de Dios es, básicamente, cada acción salvadora de Dios para el ser humano. Por lo tanto, podemos decir que la gracia es una al igual que solo hay un Dios. Sin embargo, teniendo en cuenta los cambios en las circunstancias, así como en las modalidades y las consecuencias de la acción de Dios, se distinguen diferentes tipos de gracia, entre ellos la “gracia sacramental” (gratia sacramentalis), que es “la gracia del Espíritu Santo, dada por Cristo y propia de cada sacramento “(Catecismo de la Iglesia Católica, 1129).
El Concilio de Trento enseña que a través de los sacramentos “toda justicia verdadera inicia, o habiendo iniciado, se incrementa o cuando se pierde es reparada.” (Denz 1600). Por lo tanto, la gracia sacramental es esencialmente gracia santificadora (sanctificans graciables). Cabe señalar que el concepto de “gracia santificante” es mucho más amplio que el de “gracia sacramental”. Porque, Dios puede venir a santificar las relaciones humanas fuera de los sacramentos. En otras palabras, Dios también salva no sacramentalmente, como el Concilio Vaticano II afirma: “debemos creer que el Espíritu Santo de una manera sólo conocida por Dios, ofrece a todos la posibilidad de ser asociados a este misterio pascual” (Gaudium et spes, 22).
La situación de las personas divorciadas que viven en nuevas uniones, sería entonces una situación en la que se les priva de la gracia sacramental ligado al sacramento del matrimonio, el sacramento de la Penitencia y la Santa Comunión, pero no deben ser, por definición, privadas de la gracia de Dios en general, de esta gracia santificante que Dios puede dar, como hemos dicho, no sacramentalmente. Es por esto que Juan Pablo II fue capaz de escribir en la Familiaris consortio: “Ellos [los divorciados y divorciadas vueltas a casar] deben ser alentados a escuchar la palabra de Dios, para asistir al Sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, para contribuir a las obras de caridad y las iniciativas comunitarias en favor de la justicia, a educar a sus hijos en la fe cristiana, para cultivar el espíritu y la práctica de la penitencia y de implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios [la cursiva es nuestra] “(No. 84).
Por lo tanto, las personas divorciadas que viven en nuevas uniones pueden verdaderamente pedirle a Dios que les conceda su gracia y aunque no es, ni puede ser la gracia sacramental sin el cumplimiento de ciertas condiciones, es sin embargo una verdadera gracia de Dios que restaura la relación salvadora con Él. Sin embargo, esto no abre el camino para la comunión sacramental de las personas divorciadas que participan en nuevas uniones. Por el contrario, si esto fuera así, ellos se alejan, no sólo de la lógica interna de la gracia sacramental, sino también el riesgo de eliminar la gracia recibida no sacramentalmente.
[Fuente: Conferencia Episcopal Polaca]
[Traducción de Cecilia Gonzalez. Artículo Original]
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En la fiesta de Todos los Santos
El día primero de noviembre se celebra la fiesta de Todos los Santos. Con ella, la Liturgia de la Iglesia honra no sólo a todos aquellos que han sido beatificados o canonizados oficialmente, sino también a los Santos que sólo Dios conoce y a los que no se puede celebrar en particular. Todos ellos, en sus circunstancias y estados de vida propios, lucharon por conquistar la perfección y gozan actualmente en el Cielo de la visión de Dios.
La Iglesia alaba y agradece al Señor la merced que hizo a sus siervos, santificándolos en la tierra y coronándolos de gloria en el Cielo y, para procurarnos mayores gracias, multiplica los intercesores. Además, al proponernos el ejemplo de tantos Santos de toda edad, sexo y condición, y al recordarnos la recompensa que gozan en el Cielo, se nos exhorta a imitarlos en la práctica heroica de las virtudes.
I Hay dos modos distintos de señalar el fin de la vida cristiana: primero, como fin último la gloria de Dios, y, segundo, como fin próximo la santificación del alma(1).
Dar gloria a Dios es el principio y el fin de toda la creación. El mismo Hijo de Dios se encarnó para redimir al hombre sin otra finalidad que la gloria de Dios. Todo, debe subordinarse a este Fin Último: «Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier cosa, todo habéis de hacerlo para gloria de Dios» (I Cor 10, 31).
Después de la glorificación de Dios, y subordinado a ésta de una manera perfecta, la vida cristiana tiene por finalidad nuestra propia santificación. El bautismo, puerta de entrada en la vida cristiana, pone en nuestras almas una “semilla de Dios”: es la gracia santificante. Ese germen divino está llamado a desarrollarse plenamente, y esa plenitud de desarrollo es la santidad. De tal forma, que todos estamos llamados a la santidad aunque en grados distintos.
Ahora bien, ¿en qué consiste propiamente la santidad? ¿Qué significa ser santo? ¿Cuál es su constitutivo íntimo y esencial? Pueden darse varias respuestas que coinciden en lo sustancial. La santidad consiste en:
-
nuestra plena configuración con Cristo;
-
la unión con Dios por el amor
-
la perfecta conformidad con la voluntad divina
II. Insistamos, por ahora, en la necesidad que tenemos de configurarnos plenamente con Cristo para llegar a nuestra propia perfección.
Como dijimos antes, la glorificación de la Santísima Trinidad es el fin absoluto de la creación del mundo y de la redención y santificación del género humano. Pero esto se realiza por Jesucristo, con Jesucristo y en El. Todo se reduce, pues, a incorporarse cada vez más a Cristo para hacerlo todo «por El, con El y en El, bajo el impulso del Espíritu Santo, para gloria del Padre»: Recordemos, al respecto, la fórmula que utiliza la Liturgia en la culminación del Canon de la Misa y que condensa toda la vida cristiana:
Por Cristo, con Él y en Él,
a Ti, Dios Padre Omnipotente,
en la unidad del Espíritu Santo,
todo honor y toda gloria,
por los siglos de los siglos. Amén
III. En la obra de nuestra propia santificación, los Santos –y en especial la Virgen Santísima- no sólo tienen importancia desde el punto de vista moral, en cuanto modelos de virtud. El dogma de la Comunión de los Santos nos enseña que en la Iglesia, por la íntima unión que existe entre todos sus miembros, son comunes los bienes espirituales que le pertenecen, así internos como externos.
Los bienes comunes internos en la Iglesia son: la gracia que se recibe en los Sacramentos, la fe, la esperanza, la caridad, los méritos infinitos de Jesucristo, los merecimientos sobreabundantes de la Virgen y de los Santos y el fruto de todas las buenas obras que se hacen en la misma Iglesia(2).
*
Con una fe llena de esperanza veneramos hoy a todos los santos como a amigos de Dios, invocamos con más confianza su protección y nos proponemos imitar sus ejemplos para ser un día participantes de la misma gloria.
Que la Virgen María nos obtenga la gracia de creer firmemente en la vida eterna y sabernos en verdadera comunión con aquellos «que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz» (Canon Romano).
Padre Ángel David Martín Rubio