La grey se dispersa.
La herejía avanza
cegando pupilas
y engrillando almas.
Alguien vuelve a Cristo
hacia la montaña
y allí lo reciben
con clavos y lanzas
revolucionarios
que –airados– demandan
Su pena de muerte.
Lo insultan y ultrajan
por su verbo de odio
y por la arrogancia
de afirmar que sólo
Su camino salva,
por llamar perversos
a quienes se hermanan
con ideologías
viles, depravadas;
por creacionista,
por su dogma a ultranza,
por ser un pro-vida,
por su intolerancia.
Y así, entre improperios
y espumosa rabia,
infames sicarios
martillan y clavan
sus resentimientos
en la carne blanca
de Aquel que, al mirarlos,
perfora sus almas.
Más tarde festejan
su crimen y danzan
en templos humeantes
con furia pagana;
maldicen, blasfeman,
al tiempo que arman
Babel con andamios
en las hondonadas.
Todo lo malogran,
todo lo socavan,
todo lo corrompen
y entre sí se alaban.
La grey agoniza
y el mal va a la zaga
de los pocos justos
que, devotos, guardan
la Santa Doctrina,
la fe inalterada
y el Dogma Divino
con firme esperanza.
El mal ciñe el orbe
como una mortaja
y a las Cristo en punto
será desgarrada.
Jorge Doré
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