Un sínodo con mucho ruido y pocas nueces

sagradafamilia

17 octubre, 2015

Ya casi he olvidado el sabor del miedo.
Hubo un tiempo en que el sentido se me helaba
al oír un chillido en la noche, y mi melena
se erizaba ante un cuento aterrador
cual si en ella hubiera vida. Me he saciado de espantos.
(Macbeth, acto V, escena V)

¿Podría ser que el Sínodo de la Familia resultara ser un cuento narrado por un idiota, mucho ruido y pocas nueces? La respuesta es a la vez afirmativa y negativa. Afirmativa porque los fieles no se han hecho esperar para expresar su descontento ni se han dejado acallar a lo largo de los últimos dos años, y por diversas razones los obispos han podido oírlos y hacerles caso.

La negativa es porque en el seno de la Jerarquía puede haber fuerzas que obren con miras a manipular los procedimientos del Sínodo para que dé la impresión de que la mayoría de los obispos apoya las novedades que en esencia desea imponer el Santo Padre.

Si las primeras declaraciones que provinieron de los cardenales reunidos en Roma dan a entender algo es que, a pesar de todas las indicaciones en contra vistas hasta el momento, la mayoría de los obispos quiere defender la doctrina de la Iglesia de todo peligro de posible alteración.

Desde luego, y sobre todo durante el pontificado de Francisco, lo que se dice no concuerda necesariamente con lo que se hace, y es preciso matizar todo pronóstico. Dicho esto, al menos no parece que la doctrina vaya a cambiar a consecuencia de la voluntad de la mayoría de los padres sinodales.

Lo que luego decida hacer Fancisco, y cómo decida explicar lo que hayan dicho los padres del Sínodo, es perfectamente discutible. Ahora bien, sin el respaldo de los padres sinodales -o, dicho con más precisión, a pesar de cómo cambien las tornas en la opinión del Sínodo-, es improbable que Francisco intente imponer reformas en la medida en que había pensado. Hay bastante resistencia a sus planes. Eso sí, Francisco, el papa humilde, se está mostrando bastante obstinado.

Aunque el Papa y los obispos en comunión con él pueden hacer más o menos lo que se les antoje en cuestiones de derecho canónico, no pueden cambiar ni desobedecer la Ley Divina ni la Tradición establecida. A estas alturas, al cabo de casi dos años de empacho de Sínodo, todos conocemos los sólidos argumentos que prohíben administrar los sacramentos a quien esté en pecado mortal, como las personas que persisten impenitentes en actividades sexuales extramatrimoniales; por ejemplo, los adúlteros y homosexuales.

En vista de la Tradición magisterial de la Iglesia en este sentido, que se basa en las claras palabras de San Pablo y de Cristo, si llegaran a efectuarse innovaciones drásticas en la doctrina o la costumbre perennes, lógicamente los fieles llegarían a la conclusión de que la doctrina es pasible de cambios y en efecto cambia.

En semejantes circunstancias, todo católico razonable se vería ante una elección muy difícil con sólo tres resultados posibles: o bien obedecer a la Jerarquía rechazando las enseñanzas de Cristo y de San Pablo, así como la doctrina perenne de la Iglesia; o reconocer que Jerarquía se ha equivocado y resistirla sin abandonar la Iglesia; o simplemente admitir que la entera estructura católica ha demostrado ser estructuralmente incoherente y no es digna de crédito.

Al fin y al cabo, si la Jerarquía intenta dejar sentado que lo que ella dice tiene más valor que las diáfanas palabras de Cristo y de San Pablo, todo el que siga a la Jerarquía seguirá una religión del hombre y no de Dios. A los ojos de ellos, el catolicismo no sería sino un sistema secular de creencias en que los sacerdotes lo montan todo conforme a sus propias condiciones y necesidades. La mística, la santidad y la ley de Dios se verían arrebatadas del corazón del Cuerpo Místico de Cristo.Si la Jerarquía admitiera que se había equivocado hasta el punto de haber interpretado mal las palabras de Cristo y de San Pablo, la doctrina sería pasible de error y, ¿qué garantía habría de que la nueva doctrina es más ortodoxa que la anterior? ¿Qué garantizaría la verdad de lo que enseñase la Jerarquía, y más si ésta ha interpretado y aplicado mal durante milenios la Ley Divina? Todo se vendría abajo.

De modo similar, alterar la costumbre como una obra de misericordia sería igual de inútil. Los fieles ya no son tan ingenuos como para creer que es posible alejarse de la doctrina sin perjudicar gravemente la doctrina y acabar por socavarla hasta los cimientos. En semejante contexto, otorgar misericordia y perdón sin arrepentimiento causaría un daño por partida doble a la verdad: escandalizaría a los fieles al premiar a los infieles por sus infracciones a la doctrina. Una sociedad con las reglas tan trastornadas, aunque sea la misma Iglesia, no puede durar mucho tiempo sin desintegrarse, y menos cuando sus reglas contravienen en la práctica la voluntad del propio Dios.

Gracias a medios como The Remnant y Rorate Caeli, los fieles se mantienen en comunicación, se instruyen y pueden transmitir sus inquietudes a la Jerarquía. No sólo eso; los obispos, que están más cerca de su grey que del Sumo Pontífice –al menos de este pontífice–, han tenido indudablemente noticia de las clamorosas protestas de los fieles de su diócesis, y para cualquier obispo razonable esas protestas deberían ser motivo de inquietud. Que es lo que al menos parecer haber ocurrido, si nos atenemos a las primeras declaraciones provenientes de Roma.

Dejando por un momento de lado las terribles consecuencias espirituales de adherirse a un obispo que descarría a su rebaño, hasta un prelado heterodoxo se preocuparía evidentemente al ver cómo disminuye el número de sus fieles, como se ve claramente en el caso de los perversos obispos alemanes. Ahora bien, en el caso de éstos, su postura heterodoxa los ha llevado a confundir causa y efecto: al alejarse de la doctrina han conseguido que se alejen los fieles; ha sido por no ceñirse al Magisterio. Por consiguiente, al alterar la doctrina no han hecho otra cosa que agravar el problema. El único remedio está en ratificar la doctrina y ponerla por obra. Y lo cierto es que están recaudando menos en la colecta porque han mermado los impuestos. Lógicamente, querrán solucionar esa situación, aunque sólo sea por razones materialistas.

A decir verdad, muchos otros buenos obispos han hecho cuanto han podido por centrarse en la necesidad y ayudar a su grey a entender la importancia de la doctrina. Nos acordamos, naturalmente de los de África, de los cardenales Pell y Burke y del arzobispo Schneider.

Por añadidura, los numerosos escándalos recientes han suscitado en los pastores una actitud algo aborregada. Los cambios introducidos últimamente en los procedimientos, que han sido objeto de tanta publicidad, junto con la noticia de que un sínodo paralelo de jesuitas estaría redactando un documento postsinodal, han irritado a muchos obispos en Roma. Tan inaudita castración preventiva de la colegialidad que corresponde a los príncipes de la Iglesia caería seguramente como una grave ofensa. ¿Va a resultar al final el Sínodo una extraña especie de kabuki, ese género teatral japonés tan complejo y estilizado pero carente de sentido y de mérito?

Lo cierto es que se nos ha informado que trece cardenales han dirigido una carta a Francisco expresando su temor de que se esté manipulando el Sínodo a fin de alterar la percepción de sus resultados. Al parecer, a los mencionados cardenales les preocupa que el Sínodo quede despojado de su carácter consultivo y que por medio de manipulaciones se convierta en poco menos que un impreciso sello de aprobación. En respuesta a la carta de los cardenales, Francisco tomó la medida extraordinaria de dirigirse al Sínodo el martes para denunciar lo que denominó una infundada “hermenéutica de la conspiración” que no es de mucha ayuda. Dios dirá qué postura es la acertada, si la suya o la de los trece purpurados.

Por otro lado, la salida de armario de Krzystof Charamsa, profesor de teología y miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe, puede resultar contraproducente. A pesar de su voto de castidad, Charamsa ha expresado con orgullo su condición de homosexual activo comprometido en una relación, creyendo al parecer que en nada afecta su condición sacerdotal. Sus afirmaciones han conmocionado una vez más a los fieles.¿Podría ser que el verdadero motor de este sínodo sea el deseo de eliminar el voto de castidad, la moral de la castidad y el grave pecado de las relaciones sexuales en los sacerdotes? Ahora bien, las ansiadas innovaciones doctrinales en materia sexual -a costa de la familia- podrían verse a los ojos de los fieles como algo que tiene por objeto satisfacer los más bajos instintos de muchos miembros de la propia Jerarquía. En cualquier circunstancia, si los que quieren misericordia la quieren para aplicársela a sí mismos, ¿qué credibilidad objetiva puede tener su demanda de una nueva forma de entender la doctrina?

Así pues, aunque Mitis Iudex y los discursos pronunciados recientemente en EE.UU. han dejado relativamente claro que Francisco tenía proyectadas reformas radicales, se vislumbra la posibilidad de que no consiga lo que quiere por medio de los obipos. Y, como dijo el año pasado el cardenal Kasper, necesita a los obispos. Si el Santo Padre intentara transformar la doctrina sin el consentimiento inequívoco y activo de la mayoría de los prelados, las consecuencias para la Iglesia podrían ser catastróficas.

No obstante lo anterior, Francisco es notorio por su tendencia a provocar a los fieles por medio de lo que algunos han descrito como hipérboles inocentes, mientras que para otros las declaraciones de Francisco denotan una aversión más profunda y activa hacia los fieles y de la propia Tradición.

Además, con Mitis Iudex demostró que estaba dispuesto a actuar de forma unilateral, prescindiendo de los obispos pero exigiendo al mismo tiempo su imprimatur. De esa forma se las arregló para sortear las limitaciones a su voluntad que probablemente le habrían impuesto otras autoridades eclesiásticas, como obispos y canonistas. Es más, desechando las reclamaciones sobre la falta de consultas públicas previas y los dudosos méritos de Mitis Iudex, Francisco manifestó su desdén en el vuelo de regreso a Roma. Actuando de esa manera, Francisco negó que las novedades introducidas fueran de índole doctrinal y afirmó que en realidad se las habían pedido los obispos en el último sínodo. Pero es improbable que solicitaran semejantes cambios sin previa consulta.

Entonces, ¿al final el Sínodo será un fiasco? Sí y no. Da la impresión de que doctrinalmente es o resultará serlo si se escucha a  los obispos, y a través de ellos a los seglares. Y puede que no lo sea si se manipula el Sínodo para que parezca que los obispos han pedido esas alteraciones de la doctrina, cuando en realidad no lo han hecho.

Cabe, entonces, plantearse lo siguiente: ¿hasta qué extremos está dispuesto a llegar Francisco para conseguir las novedades doctrinales que al parecer desea instituir, y en qué medida pueden prever y contrarrestar los obispos tales medidas? Es más, ¿hasta qué punto resistirán y tolerarán éstos todo lo que vean como un intento de embaucarlos o acorralarlos, o de interpretar y representar erróneamente su voluntad y toda alteración de la doctrina?

En esencia, ¿hasta qué extremo conducirá a la Iglesia la política suicida de los reformistas: al borde el abismo, o al fondo de éste?

Entre tanto, mientras el Sumo Pontífice y los obispos debaten tan apremiantes cuestiones, la religión cristiana se ha convertido en la más perseguida a nivel mundial, según Ayuda a la Iglesia Necesitada. La civilización occidental se desmorona sin que se observe la menor manifestación sincera o significativa ni voluntad de acción conjunta para resolver tales problemas. Por lo que se ve, la tan cacareada filosofía francisquista de ver, juzgar y actuar sólo funciona con lo relativo a la familia y el medio ambiente.

John Fisher

[Traducción de J.E.F]

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¿Devolución doctrinal a las conferencias episcopales? Francisco ya lo aprobó en 2013

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17 octubre, 2015

Entre todo lo hablado por algunos delegados y portavoces del Sínodo sobre la “devolución” o “delegación” a las Conferencias de Obispos de cuestiones morales importantes, y las críticas de muy pocos padres sinodales y comentaristas católicos a esta idea, se encuentra el proverbial “elefante en la habitación” que nadie quiere mencionar. Nos referimos al hecho de que el Papa Francisco ya aprobó esta idea en los artículos 32 y 33 de su exhortación apostólica Evangelii Gaudium, verdadero proyecto original para todo su pontificado (las negritas son nuestras):

32. Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como Obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio que lo vuelva más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización. El Papa Juan Pablo II pidió que se le ayudara a encontrar «una forma del ejercicio del primado que, sin renunciar de ningún modo a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva». Hemos avanzado poco en ese sentido. También el papado y las estructuras centrales de la Iglesia universal necesitan escuchar el llamado a una conversión pastoral. El Concilio Vaticano II expresó que, de modo análogo a las antiguas Iglesias patriarcales, las Conferencias episcopales pueden «desarrollar una obra múltiple y fecunda, a fin de que el afecto colegial tenga una aplicación concreta». Pero este deseo no se realizó plenamente, por cuanto todavía no se ha explicitado suficientemente un estatuto de las Conferencias episcopales que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal. Una excesiva centralización, más que ayudar, complica la vida de la Iglesia y su dinámica misionera.

33. La pastoral en clave de misión pretende abandonar el cómodo criterio pastoral del «siempre se ha hecho así». Invito a todos a ser audaces y creativos en esta tarea de repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos evangelizadores de las propias comunidades. Una postulación de los fines sin una adecuada búsqueda comunitaria de los medios para alcanzarlos está condenada a convertirse en mera fantasía. Exhorto a todos a aplicar con generosidad y valentía las orientaciones de este documento, sin prohibiciones ni miedos. Lo importante es no caminar solos, contar siempre con los hermanos y especialmente con la guía de los obispos, en un sabio y realista discernimiento pastoral.

Cuando Evangelii Gaudium fue publicada en noviembre de 2.013, en Rorate enseguida comprendimos la importancia central de estos pasajes, razón por la cual los destacamos. La realidad es que, con todo lo que se ha hablado de “conspiraciones” y “apaños” en este pontificado, Francisco y sus consejeros más cercanos (en particular, el Cardenal Maradiaga y el Arzobispo Tucho Fernández), no han podido ser más claros acerca de sus intenciones para el cambio “profundo, total e irreversible” en la Iglesia. Este pasaje de Evangelii Gaudium no puede ser más elocuente acerca de la dirección en la que Francisco quiere conducir a la Iglesia.

Si, en algún momento, se devolviera un ápice de autoridad doctrinal a las Conferencias Episcopales, Roma se enfrentaría a una batalla interminable para regular, limitar o reclamar dicha autoridad. El daño a la autoridad papal y el caos que se extendería por toda la Iglesia Universal son demasiado terribles para ni siquiera contemplarlos. Si estuviéramos hablando de iglesias locales profundamente enraizadas en la Tradición y celosas por conservar su herencia teológica, litúrgica y canónica, podría haber menos inquietud; incluso, si la idea de “devolución doctrinal” fuera absolutamente inaceptable desde el punto de vista católico tradicional. Desgraciadamente, ha desaparecido de la Iglesia un sentido genuino de Tradición y, cualquier “devolución de la autoridad doctrinal”, dará como resultado que numerosas jerarquías se den prisa en ser guiados por el espíritu del mundo.

Para los apologistas y comentaristas católicos, el colmo de la ironía es continuar en silencio, observando cara a cara  este ataque obvio a la autoridad de la Sede Apostólica y a la Unidad de la Iglesia Universal debido, precisamente, a su equivocado sentido de “lealtad” al Papado y al deseo de promover la “unidad”, a menudo entendida como sofocación de toda crítica y que todo el mundo debería fingir que todo va bien.

[Traducido por José Antonio Gutiérrez. Artículo original.]

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El Sínodo de la familia y la comunicación

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17 octubre, 2015

Con mucha prevención, me decido a escribir algo respecto al Sínodo de los Obispos sobre la Familia, porque es una cuestión que me quema, impulsándome a poner en orden mis ideas, así como exponerlas, por si sirven a alguien o se me pueden corregir.

Y como es un tema complejo, reconozco mi falta de formación e información, y soy consciente de la manipulación que lo rodea, solo haré unas mínimas reflexiones sobre los hechos, a modo de premisas, para que el lector saque sus propias conclusiones.

La primera parte del Sínodo acabó con mayoría simple del sector progresista, si se puede emplear ese término coloquial tan manido: la relatio final del Sínodo de 2014 “acogió” como temas de estudio y preparación del Sínodo 2015 “la apertura a la comunión de las personas divorciadas” (nº 53 de la relatiosynodi) y “la pastoral oportuna a los homosexuales” (nº 55). Se da la circunstancia de que dichos números no habían sido aprobados por las  requeridas dos terceras partes delos padres sinodales; las votaciones favorables y desfavorables fueron: 112 favorables y 64 desfavorables para el nº 53, y 118 favorables frente a 62 desfavorables para el nº 55.

En ese contexto, alguien podría decir, y de hecho se ha escrito, que el Papa Francisco recientemente ha desactivado la polémica cuestión sobre la comunión a los divorciados vueltos a casar, pues, con algo de subjetivismo en sus declaraciones, por no decir mentiras, puede que fácilmente obtengan la nulidad tras las reformas implantadas por sus “Motus Propios”.

Además, en esta época de la comunicación, y dado el alcance y perfección de las técnicas en las que se sustenta, no pueden dejarse de lado, además de las declaraciones formales de la Curia y el propio Papa, los gestos públicos. Porque, ya lo dijo Nuestro Señor Jesucristo: “por sus frutos los conoceréis” (Lc. 6.43-44):

1º. Según el portavoz del Vaticano, en su reciente viaja a EE.UU. «la única audiencia otorgada por el Papa en la Nunciatura fue a uno de sus antiguos alumnos y su familia». Ese antiguo alumno era Yayo Grassi, un reconocido homosexual, su “pareja” y algunos amigos suyos (CNN Exclusive: Pope held private meeting with same-sex couple in U.S.). Lo anterior contrasta con que no hubo audiencia con las “Damas de Blanco” cubanas (acababa de visitar la Cuba comunista) ni con Kim Davis, la secretaria judicial de un condado de Kentucky detenida por negarse a dar licencias de matrimonio a “gays”, quien había estado el día anterior a la audiencia de Yayo formando parte de un grupo que visitó al Papa.

2º. A la vuelta del viaje, ya en Roma, el Papa concedió una audiencia oculta a una pareja española del mismo sexo constituida por una mujer transexual (Diego Neria Lejárraga) y su “novia” (El Papa recibe en una audiencia privada a un transexual español ). Era la primera en su “género”, dicho sea con toda la intención.

Por cierto, hablando de audiencias, en abril pasado S. S. no recibió a la familia de la católica afgana Asia Bibi, que lleva años encerrada por una falsa acusación de blasfemia contra la religión musulmana, sin adjurar de su fe, lo cual la pondría automáticamente en libertad; apenas tuvo unas palabras en una audiencia pública en la plaza del Vaticano  (¿Es esto lo que se merece la familia de Asia Bibi?).

3º. Las vísperas del día del comienzo del Sínodo, 27º domingo de tiempo ordinario (ciclo B: el matrimonio), un prelado de la Congregación del Vaticano para la Doctrina de la Fe, el sacerdote polaco Krzysztof Olaf Charamsa, dio una entrevista anunciando su homosexualidad, precisamente acompañado de su cariñosa “pareja”, el español Eduardo Planas, funcionario de la Generalidad catalana, y haciendo varias reivindicaciones relativas a la homosexualidad (“Manifiesto de Liberación”) a la Jerarquía Eclesiástica. Charamsa apareció hace un mes en la radio y la televisión de la Generalidad, presentado como un sacerdote próximo al Papa, afamado teólogo de brillante futuro en el Vaticanoy de gran peso intelectual,  declarando sin ambages que la Santa Sede reconocería a la república catalana. Ni fue reconvenido entonces ni ha sido “suspendido a divinis”, ni reducido al estado laical, ni excomulgado, nada. Prácticamente se ha ido él solito, y precisamente a Cataluña. Contrasta también en este caso el distinto rasero: según los medios de comunicación, la Iglesia Católica ha suspendido rápidamente de sus funciones al sacerdote Gino Flaim, ayudante de un párroco en Trento (Italia), por unas desafortunadas y polémicas declaraciones, a un canal de televisión italiano, en las que afirmó poder entender la pederastia, pero no la homosexualidad ().

Les dejo con sus reflexiones, pero, sinceramente, las mías no pueden ser más negras, porque, ya se sabe, “blanco y en botella…”

José María Manrique

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¿Pueden existir varias religiones buenas? El ecumenismo actual condenado ya en 1900

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17 octubre, 2015

Comentario de Adelante la Fe: con los criterios aquí expuestos -que datan de 1900 con todas las aprobaciones oficiales-, y que representan la verdadera doctrina de la Iglesia, es fácil a cualquier fiel poder evaluar las reuniones ecuménicas y derivadas que se vienen promocionando en los últimos 50 años por la jerarquía de la Iglesia, en las cuales se invitan a otras religiones a orar por objetivos comunes, como la paz mundana. El solo hecho de invitar a otra religión, en tanto que tal, a orar, incluso si no se hace conjuntamente, presupone forzosamente en el que invita el reconocimiento explícito de la plena validez, efectividad y capacidad del invitado de agradar a Dios con las mismas, lo cual no es más que poner en pie de igualdad a todas las religiones. Leamos detenidamente. 

¿Pueden existir varias religiones buenas?

Por el padre P. A. Hillaire. Ex profesor del Seminario Mayor de Mende. Superior de los Misioneros del S. C.
1900

No; pues no puede haber sino una sola religión verdadera.

Así como no hay más que un solo Dios, no hay más que una sola verdadera manera de honrarle; y esta religión obliga a todos los hombres que la conocen.

1º Una religión, para ser buena, debe agradar a Dios. Pero como Dios es la verdad, y una religión falsa no podría agradarle, no puede aprobar una religión fundada sobre la mentira y el error.

2º No puede existir más que una sola religión verdadera, pues la religión es el conjunto de nuestros deberes para con Dios y estos deberes son los mismos para todos los hombres. Y, a la verdad, estos deberes nacen de las relaciones existentes entre la naturaleza de Dios y la naturaleza del hombre. Pero como la naturaleza de Dios es una, y la naturaleza humana es la misma en todos los hombres, es evidente que, los deberes tienen que ser los mismos para todos. Por consiguiente, la verdadera religión es una y no puede ser múltiple. Las formas sensibles del culto pueden variar; la esencia del culto, no.

3º  Toda religión comprende tres cosas: dogmas que creer, una moral que practicar y un culto que rendir a Dios. Si dos religiones son igualmente verdaderas, tienen el mismo dogma, la misma moral, el mismo culto; y entonces ya no son distintas.

Si son distintas, no pueden serlo sino por enseñar doctrinas diferentes acerca de una de estas materias y, en este caso, ya no son igualmente verdaderas. Por ejemplo, a esta pregunta: ¿Jesucristo es Dios? Sí, dice un católico; puede ser, dice un protestante racionalista; no, contesta un judío; es un profeta como Mahoma, añade un musulmán… Estos cuatro hombres no pueden tener razón a la vez; evidentemente uno solo dice la verdad. Luego, las religiones que admiten, aunque sólo sea una verdad dogmática diferente, no pueden ser igualmente verdaderas.

Lo que decimos del dogma hay que afirmarlo también de la moral no hay más que una sola moral, puesto que ha de fundarse en la misma naturaleza de Dios y del hombre que no se mudan. Lo mismo debe decirse del culto, por lo menos en cuanto a sus prácticas esenciales.

Cuando los protestantes dicen: Nosotros servimos al mismo Dios que los católicos,  luego nuestra religión es tan buena como la de ellos, contestamos: _Ciertamente, vosotros servís al mismo Dios puesto que no hay más que uno, pero no le servís de la misma manera. No le servís, en la forma con que quiere ser servido. Ahí está la diferencia… Dios es el Señor, y el hombre debe someterse a su voluntad. Los que dicen que todas las religiones son buenas, no ven en la religión más que un homenaje tributado a Dios, y piensan erróneamente que cualquier homenaje le es grato. Olvidan que la religión encierra verdades que creer, deberes que cumplir y un culto que tributar. Y es claro que no pueden existir varias religiones de creencias contradictorias y de prácticas opuestas, porque la verdad es una sola, y Dios no puede aprobar el error.

Objeción: 1º Todas las religiones son buenas

¿Acaso todas las monedas son buenas? ¿No hay que distinguir entre las verdaderas y las falsas? Pues lo mismo sucede con la religión. Pero, la moneda falsa supone la buena de la que no es más que una criminal imitación; así, las falsas religiones suponen la verdadera.

Si todas las religiones son buenas se puede ser católico en Roma, anglicano en Londres, protestante en Ginebra, musulmán en Constantinopla, idólatra en Pekín y budista en la India. ¿No es esto ridículo? ¿No es afirmar que el si y el no son igualmente ciertos en el mismo caso? Decir que todas las religiones son buenas es un absurdo palpable, una blasfemia contra Dios, un error funesto para el hombre.

1º Un absurdo. _ Es cierto que en las diferentes religiones hay algunas verdades admitidas por todos, como son la existencia de Dios, la espiritualidad del alma, la vida futura con sus recompensas y castigos eternos. Mas ellas se contradicen en otros puntos fundamentales. EL católico, por ejemplo, afirma que la Iglesia tiene por misión explicarnos la palabra de Dios encerrada en la Biblia, mientras que el protestante declara que todo cristiano debe interpretar por sí mismo la palabra divina y forjarse una religión a su manera…

Podríamos citar indefinidamente las divergencias contradictorias de las diversas religiones. Pero es evidente que dos cosas contradictorias no pueden ser verdaderas, porque la verdad es una, como Dios, y no se contradice. Si la Iglesia ha recibido de Jesucristo la misión de explicarnos la Biblia, no queda a la voluntad de cada cristiano el interpretarla a su manera… Es absurdo decir que el sí y el no pueden ser igualmente ciertos sobre el mismo punto… Mas como lo que no es verdadero, no es bueno,porque la mentira y el error de nada sirven, debemos concluir que no pudiendo todas las religiones ser verdaderas, no pueden ser todas buenas.

2º Una blasfemia contra Dios. _Decir que todas las religiones son buenas, no es solamente contradecir al buen sentido, sino blasfemar contra Dios. Es tomar a Dios por un ser indiferente para la verdad y para el error. Se supone que Dios puede amar con igual amor de complacencia al cristiano que adora a su Hijo Jesucristo que al mahometano que le insulta; que debe aprobar al Papa, que condena la herejía, y a Lutero a Calvino y a Enrique VIII, que se rebelan contra la Iglesia; que bendice al católico que adora a Jesucristo presente en la Eucaristía y sonríe al calvinista que se burla de ese misterio… Pero atribuir a Dios semejante conducta es negar sus divinos atributos; es decir, que trata a la mentira como a la verdad, al mal como al bien, y que acepta con la misma complacencia el homenaje y el insulto… ¿No es esto una blasfemia?

3º Un error funesto para el hombre. _Para llegar a la felicidad eterna debe el hombre seguir el camino que a ella le lleva, y sólo la religión verdadera es el camino que lleva al cielo. ¿No es una gran desgracia errar el camino? ¡Y si al menos llegados al término se pudiera desandar lo andado!… Pero si uno yerra por su culpa, se ha perdido para toda la eternidad.

La indiferencia al enseñar que se pueden seguir todas las religiones, propende a alejar al hombre de la verdadera religión, del único medio de alcanzar su meta. Es, por consiguiente, un error funesto.

Objeción: 2º Un hombre honrado no debe cambiar de religión hay que seguir la religión de los padres

Cada uno puede y debe seguir la religión de sus padres si esta religión es verdadera; pero si es falsa, hay obligación de renunciar a ella para abrazar la verdadera.

Así, cuando uno ha tenido la dicha de nacer en la verdadera religión, no necesita cambiar de creencias, y debe estar pronto a derramar hasta la ultima gota de su sangre antes que apostatar. Pero cuando no se ha tenido la dicha de nacer en la verdadera religión, si uno llega a conocerla, es absolutamente necesario, so pena de falta grave, abandonar la falsa religión y abrazar la verdadera.

El deber más sagrado del hombre es el de seguir la verdad desde el instante mismo en que la conoce: ante todo, hay que obedecer a Dios. Abandonar la falsa religión para seguirla verdadera, es acatar la voluntad de Dios, y, por consiguiente, cumplir el más sagrado de los deberes. Sin duda nada merece tanto respeto como las creencias de nuestros padres; pero este respeto tiene sus límites, los límites de la verdad. Nadie está obligado a copiar los defectos de los padres. Si vuestros padres son ignorantes ¿es necesario acaso que, por respeto, permanezcáis ignorantes como ellos? La salvación es un asunto personal, individual, del que cada uno es responsable ante Dios.

Las causas por las cuales se descuida abrazar la verdadera religión son el respeto humano, los intereses temporales, el deseo de seguir las propias pasiones; pero, evidentemente, estas causas son malas y, por tanto, hay que sacrificarlas para cumplir la voluntad de Dios y salvar el alma.

Tomado de su libro “La religión demostrada”. Puede leerse íntegro aquí

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Sobre la Libertad. En Santo Tomás de Aquino

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17 octubre, 2015

En el presente trabajo nos proponemos explicar y defender la concepción tomista de libertad y criticar algunas concepciones de libertad modernas. La noción de libertad es un concepto clave en Filosofía, ya que de él depende el planteamiento de toda la moral, y de la moral depende el planteamiento de toda la política. Por ello es importante precisar con exactitud a qué nos referimos cuando hablamos de libertad.

Presentado el trabajo, nos disponemos a abarcar el concepto de libertad de la forma más completa y sencilla posible. Trataremos qué es propiamente la libertad, sus distintas formas, después trataremos concretamente el libre arbitrio, las pruebas de su existencia, su naturaleza y sus límites. Finalmente haremos una reflexión sobre el problema naturaleza-libertad, y por último estudiaremos los determinismos.

¿Qué es la libertad?

El acto voluntario es definido por Aristóteles de varias formas, bien como “intelecto apetitivo”, bien como “apetito intelectivo”, aunque la definición más conocida es “todo lo que uno hace estando en su poder hacerlo y sabiendo, y no ignorando, a quién, con qué y para qué lo hace”. Santo Tomás concibe sin embargo el libre arbitrio como “la voluntad misma en el ejercicio de la elección de los medios para conseguir su fin”. Siguiendo con el espíritu y el sentido de ambas definiciones de libertad, me arriesgo a definir la libertad como “capacidad de elegir deliberadamente lo mejor posible” (libertas est capacitas ad eligendum deliberate optima possibilia).

Desmenuzaremos brevemente el sentido y significado de esta definición. La libertad como la vida no es una facultad, ni una potencia, ni un acto, ni un ser. La libertad es un carácter o propiedad de ciertos actos. La libertad se ejerce en algunos actos voluntarios, concretamente en la elección de los medios para conseguir el bien propuesto por el intelecto. ¿Por qué decimos mejor bien posible? Porque la libertad versa sobre la elección de bienes, como bien dice el Filósofo. La cuestión está en que hay una jerarquía de bienes, y debemos elegir lo mejor, y de hecho lo hacemos siempre. Lo que elegimos es subjetivamente lo mejor para uno. Pero objetivamente hablando, puede no serlo, y cuando elegimos un bien inferior (es decir, un bien que no es el mejor posible para nosotros), no es un acto libre, es un acto libertino. Y como no somos idealistas sino realistas, no elegimos lo mejor en sí, sino lo mejor posible para nosotros “hic et nunc”. De nada sirve que yo quiera comprarme un Ferrari si sólo tengo veinte mil euros, tendré que elegir la mejor opción de entre los coches con un valor comprendido entre mis posibilidades. Queda más o menos explicada la definición.

¿Por qué proponemos una definición más precisa? Como he dicho antes, no varía la doctrina realista, sino que la profundiza, parecido a la evolución homogénea de los dogmas que, sin cambiar, se precisan debido a las necesidades o problemas que van surgiendo en cada época. Pues bien, el tema de la libertad es un tema que se ha de precisar después de haber pasado por la Modernidad y la Postmodernidad. Hoy los liberales y libertinos entienden por libertad la capacidad de elegir, como siempre se ha entendido. Pero creo necesario dar a la elección de los actos un carácter moral.

Al decir que la elección buena se llama libertad y la elección mala se llama libertinaje, le damos la misma connotación moral que al decir que la repetición de actos buenos es la virtud, y la de actos malos el vicio, teniendo ambos actos en común el hecho de ser hábitos. Así lo que tienen en común la libertad y el libertinaje es que son elecciones deliberadas, con plena consciencia y voluntad. ¿Por qué añadir una carga moral a la libertad/libertinaje como a la virtud/vicio? Porque ambos están relacionados con el acto (la libertad en cuanto se orienta a él y la virtud en cuanto lo repite). Y como la moral versa sobre los actos del hombre, cuando definimos algo relacionado con los actos inmediatamente surge la pregunta de cuáles son buenos y cuáles malos, y hay que llamarlos con distinto nombre para separar y distinguir lo bueno de lo malo. Así nos queda un cuadro simple y esclarecedor: la elección deliberada es a la libertad y al libertinaje lo que el hábito es a la virtud y al vicio. Con esto afinamos más la definición de libertad y solucionamos el problema de los liberales y libertinos. Si bien somos conscientes que en el lenguaje común de la gente la palabra libertad en un sentido amplio se refiere a capacidad de elegir, es preciso, hablando técnicamente que a ello se le llame elección deliberada y se deje la palabra “libertad” para la elección de los actos buenos y la palabra “libertinaje” para la elección de los actos malos.

Para redondear el asunto de la definición, adelantaré un tema que se verá más adelante, y es que, con esta nueva definición se entiende más claramente porqué el ejercicio de la virtud libera, mientras que el del vicio esclaviza; porqué el pecado encadena, mientras que cumplir la voluntad de Dios nos hace más libres.

Formas de libertad

Definido ya el concepto de libertad, vamos a exponer sus distintas formas.

Primero situemos la libertad con respecto al hombre: la substancia es el hombre, la voluntad una de sus facultades, el acto voluntario emana de la facultad, y sólo algunos de esos actos voluntarios son libres.

Hay dos grandes formas de libertad: la de actuar (libertas a coactione) y la de querer (libertas arbitrii).

La libertad de actuar es una libertad puramente exterior. Un acto es libre cuando está libre de toda coacción exterior. Hay varios tipos de libertad de actuar:

  • Libertad física: Poder actuar sin ser detenido por una fuerza superior.
  • Libertad civil: Poder actuar sin que lo impidan las leyes de la ciudad.
  • Libertad política: Poder actuar en el gobierno de la ciudad que se es miembro.
  • Libertad moral: Poder actuar sin ser retenido por una ley moral, por un deber.

La libertad de querer (más conocida como libre arbitrio) es una libertad interior. Una decisión es libre cuando está exenta de una inclinación necesaria a poner el acto, a hacer tal elección, tomar tal decisión. Esta libertad puede tomar dos formas:

  • Libertas exercitii: La libertad de ejercicio consiste en decidir si actuar o no.
  • Libertas specificationis: La libertad de especificación consiste en decidir qué actuar, si actuar esto o lo otro.

De ambas formas de libertad, la forma más propiamente llamada libertad es la del libre arbitrio. Pues ahí es donde se generan los actos voluntarios libres, más allá de que después no se puedan llevar a cabo y no seamos libres para actuar. Un ejemplo biográfico de que la libertad más importante es la interior, es la vida de San Maximiliano María Kolbe, más bien su muerte. Estando preso en el campo de concentración de Auschwitz, al ver que iban a ejecutar a un padre de familia, ofreció su vida a cambio de la del padre de familia y murió encerrado en una celda, muerto de hambre y sed. Ese padre de familia pudo asistir a la canonización del santo, inmensamente agradecido. Pareciera que estando preso estaba privado de todas sus libertades, pero vemos que la prisión solo priva de la libertad de actuar, la exterior, pero la interior, la de querer permanece siempre libre, si nosotros así lo queremos.

Por otra parte es tal la relación que hay entre ambas formas de libertad que, faltando una, la otra termina acomodándose a esa falta. Por ejemplo, sucede que al no tener libertad para actuar, terminamos de querer aquello que queríamos pero que no se puede realizar, aquello imposible. También sucede que acabamos consintiendo lo que rechazábamos porque hemos sido obligados a hacerlo.

Resumiendo, ambas son formas de libertad, pero prima la libertad de querer a la libertad de actuar, pues la primera puede existir sin la segunda, y la segunda no puede existir sin la primera, la supone.

El libre arbitrio

Ya hemos visto que esta forma de libertad es la más importante. Cuando en psicología se habla de libertad, se habla de esta libertad interior, del libre arbitrio. Vamos a probar la existencia de esta libertad, la otra no hace falta probarla, porque es muy evidente.

Pruebas de su existencia

Veremos algunos argumentos clásicos a favor de la libertad, los analizaremos y los pondremos en tela de juicio, porque creemos que no todos son válidos.

Prueba Moral

Este argumento deriva de Kant. Sostiene que la libertad es un postulado, que la razón no puede demostrar la libertad y tampoco negarla. Afirma que la libertad es una condición de la moralidad: como estamos obligados a vivir moralmente, estamos obligados a creer en la libertad. Esta doctrina la resume Alain diciendo: “Si tengo deberes, el primero es creerme libre”.

Crítica. Es cierto que la libertad es una condición de la vida moral; de hecho la obligación solo atañe a los sujetos libres. La argumentación de Kant tiene tres presupuestos con los que no estamos de acuerdo, a saber: que toda metafísica es imposible, que la libertad no es un hecho de experiencia, y que la moral es una especie de absoluto que se impone a todo ser racional. Este argumento está mal porque trastorna el orden normal de las ideas, confunde la causa con el efecto. No hay que creer en la libertad porque exista la moral, sino que, hay que creer en la moral porque existe la libertad. Entonces, siendo la libertad el fundamento de la moral, hay que demostrar primero la libertad para después probar la moral. Luego Kant supone algo que es consecuencia de lo que debería explicar.

Prueba por el Consentimiento Universal

Este argumento se puso de moda en el s. XIX, encontramos también huellas de él en Santo Tomás de Aquino. Este argumento sostiene que si el hombre no estuviese dotado de libertad no tendrían razón de ser los consejos y las exhortaciones, los preceptos y las prohibiciones, las recompensas y los castigos (se puede añadir: los contratos, las promesas y los compromisos).

Crítica. Es evidente que todos estos actos, como hemos dicho, tienen razón de ser si el hombre se cree libre. Como estos actos existen en todas las sociedades, es de suponer que todos los hombres se creen libres, es poco verosímil que se equivoquen todos. Pero aún así, la verdad no depende del número, y puede darse que una sociedad entera se equivoque y que un solo hombre tenga razón contra todos. Queda pues sin resolver si el hombre tiene razón para creer en la libertad.

Prueba Psicológica

Este argumento se difundió mucho en la filosofía moderna desde Descartes. Todo se resume en que la libertad es un hecho. “Estamos tan seguros de la libertad y de la indiferencia que hay en nosotros, que no hay nada que conozcamos más claramente”, decía Descartes. La pregunta es: ¿Hay una experiencia de la libertad interior?

No olvidemos que nosotros intentamos demostrar el libre arbitrio, y la libertad de la que habla Descartes es la libertad en cuanto indiferencia. En eso estamos de acuerdo, creemos que existe una experiencia de la libertad como libertad de elección. Esta experiencia tiene dos momentos: Primero, tenemos conciencia de la indeterminación de la voluntad (la indecisión es un estado de oscilación); segundo, tenemos conciencia de la autodeterminación de la voluntad, mediante la cual salimos del estado de indeterminación. Resumiendo, después de sopesar, me decido; de todo eso tenemos conciencia.

Crítica. Una prueba de este tipo, que remite a la experiencia personal de cada uno, solamente es valedera para aquellos que han realizado en su vida algún acto libre de querer. Pero es posible que haya alguno que no haya realizado esto en su vida, podría objetar con razón que él no tiene experiencia de libertad y que por tanto no existe. La experiencia no puede más que constatar la libertad como un hecho psicológico. No obstante, la experiencia por sí sola no puede aclararlo ni explicarlo. Corresponde a la metafísica explicar la libertad, y mientras no lo haya hecho siempre alguien puede objetar la existencia de la libertad por no tener experiencia de ella.

Prueba Metafísica

Algunos dicen que al intentar demostrar la libertad hay una contradicción entre forma y fondo: demostrar es hacer la conclusión necesaria, pero declarar la libertad necesaria es negarla. La libertad, entonces, sólo puede afirmarse libremente. Esta idea tiene su origen en Kant.

Hay ahí un sofisma. Si el hombre es libre, dicen, debe serlo entero, en todas sus funciones. Pero esta afirmación es falsa. Yo puedo ser libre sin ser totalmente libre. De hecho, la razón no es libre, lo es sólo la voluntad.

Ahora bien, no se puede demostrar que un acto concreto y particular sea libre o no, eso lo sabe sólo el sujeto y Dios. La metafísica se limita a demostrar que la libertad es posible, que resulta del hecho de que el hombre está dotado de inteligencia y de voluntad. La metafísica pretende demostrar que la libertad es un atributo de la naturaleza humana, que el hombre está dotado de libre arbitrio.

He aquí uno de los argumentos de Santo Tomás. La voluntad sigue a la concepción de un bien. Si el objeto es absoluta y necesariamente bueno, la voluntad tenderá necesariamente a él. Si el objeto no es necesariamente bueno, en la medida en que no realiza la bondad perfecta, puede ser juzgado no-bueno y no-amable. La voluntad entonces no tiene necesidad de quererlo. Pero ningún objeto fuera de la beatitud es el bien perfecto. Por consiguiente, la voluntad no es determinada por ningún bien particular. Si lo quiere, es que lo elige, es decir, se determina a sí misma. Así la libertad está en la inteligencia, que concibe el Bien perfecto y juzga los bienes particulares en comparación con el Bien. Luego, se puede atribuir la libertar “a priori” en los seres inteligentes, en lo que concierne a la elección entre bienes particulares.

Hay otro segundo argumento de Santo Tomás, semejante a éste. El hombre no actúa por instinto como el animal, porque es un ser racional. Sabemos que hay un abismo entre el plano de las necesidades lógicas, donde se mueve la razón, y el de las situaciones particulares y contingentes, en donde se desenvuelve la acción. La razón no puede nunca deducir rigurosamente partiendo de los primeros principios la acción precisa que debe aplicarse “hic et nunc”. Luego, en lo que concierne a una acción, el juicio no está determinado, queda como suspendido entre el sí y el no, es la voluntad la que libremente realiza esta acción o aquella otra. Así pues, si se actúa bajo estas condiciones, será por un acto libre.

Veamos un tercer argumento que da Santo Tomás. La libertad puede también deducirse de la naturaleza del pensamiento abstracto. La representación intelectual del bien es universal. Como ningún objeto particular iguala lo universal ni lo realiza en toda su amplitud y toda su pureza, la voluntad que se dirige al bien queda indeterminada al respecto de los bienes. Y sólo es por un acto libre que se decide por un bien rechazando otros.

Por último, Santo Tomás argumenta también que la libertad deriva de la capacidad de reflexionar. La voluntad sigue al juicio. Si no somos dueños de nuestro juicio, no seremos dueños tampoco de nuestro querer. Pero el hombre, al juzgar lo que debe hacer, puede juzgar su juicio mediante la reflexión. Así el hombre es dueño de sus juicios por la reflexión. Por lo tanto, como somos dueños de nuestros juicios por la reflexión, y la voluntad sigue siempre al juicio, somos dueños de nuestro juzgar y de nuestro querer también, somos libres.

¿Potencia o hábito?

El libre arbitrio no es un acto, es el principio de un acto, y como tal, puede ser o potencia o hábito, pues son los dos principios posibles de un acto, v.gr: sé que esto es una silla, y lo sé bien por ciencia (hábito), bien por potencia intelectiva (potencia). Entonces el libre arbitrio puede ser o un hábito, o una potencia.

No es un hábito porque, de serlo, sería un hábito natural, pues el libre arbitrio es algo natural en el hombre. Sabemos que los hábitos naturales se orientan  necesaria y naturalmente hacia algo, pero de ser el libre arbitrio un hábito natural,  ya no sería libre arbitrio, pues no tendría nada de libre. Por ello, que sea un hábito natural va contra la esencia misma del libre arbitrio. Y ser un hábito no natural sería contrario al carácter natural del libre arbitrio. Por tanto, el libre arbitrio no es un hábito de ninguna manera.

Se puede concluir entonces que el libre arbitrio es una potencia y no un hábito.

¿Potencia apetitiva o intelectiva?

La elección es lo propio del libre arbitrio. En la elección coinciden en parte la facultad cognoscitiva y la apetitiva. Por parte de la facultad cognoscitiva se precisa la deliberación o consejo, por el que se juzga sobre los medios para alcanzar el fin deseado. Por parte de la facultad apetitiva se precisa de la elección del medio previamente deliberado. Aquí no queda claro aún si es una potencia intelectiva o apetitiva. Veamos, el objeto de la elección son los medios que llevan a un fin, y el medio en cuanto medio es llamado bien útil. Por tanto, como el bien es objeto del apetito, se sigue que la elección es sobre todo un acto de la potencia apetitiva, porque se elige un bien útil. Por tanto, el libre arbitrio es una potencia apetitiva.

¿El libre arbitrio es una potencia diferente de la voluntad?

Es necesario que las potencias apetitivas sean proporcionadas a las aprehensivas. El entendimiento es a la razón lo que la voluntad es al libre arbitrio. Lo vemos más claramente en la correlación de sus actos y de sus objetos. Entender implica la simple aprehensión de una cosa, y solo aprehendemos simplemente los primeros principios, por ello entender tiene como objeto los primeros principios. Razonar consiste en pasar del conocimiento de una cosa al conocimiento de otra. Por ello, el objeto del razonamiento son las conclusiones a las que se llega por medio de los principios. Querer significa el simple deseo de algo. Por ello la voluntad tiene por objeto el fin deseado en sí mismo. Elegir significa querer una cosa para conseguir otra. Por ello su objeto propio son los medios que llevan al fin.

Ahora bien, al igual que el entender y razonar son actos de una misma potencia, la intelectiva, así también querer y elegir son actos de una misma potencia, la apetitiva. Por ello, la voluntad y el libre arbitrio no son dos potencias distintas, sino que pertenecen a la potencia apetitiva.

Naturaleza del Libre Arbitrio

Vamos a especificar bien cuál es la naturaleza del libre arbitrio según la doctrina tomista y vamos a criticar algunas teorías equivocadas sobre la libertad. Comenzaremos por esto último.

La libertad de indiferencia

Esta concepción entra en la filosofía moderna con Descartes. Posee tres ideas directrices.

La libertad disminuye en la medida en que la voluntad es atraída por un motivo. La libertad consiste en ser indiferente a los motivos, en estar libre de toda influencia. El ideal de libertad es una decisión sin motivos, o, lo que es lo mismo, una decisión en presencia de motivos contrarios de fuerza igual, ya que se anulan. Si se elige un partido, no es porque sea el mejor, sino porque lo queremos.

Crítica. Concedemos que hay una cierta indiferencia en la voluntad libre, pero no puede definirse la libertad como una indiferencia. Pues si no hay motivo, no hay acto de voluntad, ni tampoco de libertad. La libertad supone una deliberación, y deliberar es justamente tener en cuenta los motivos, compararlos, pesarlos. La hipótesis de motivos iguales que dejan indiferente a la voluntad, es una falacia: o bien no se reflexiona, y entonces no hay acto libre, o bien se reflexiona, pero entonces se verá una diferencia después de un examen más o menos prolongado, pues no existen dos entes iguales, por tanto tampoco dos motivos iguales.

La libertad de espontaneidad

Esta doctrina tiene origen en Leibniz, y ha influido en muchos filósofos modernos.

Esta doctrina en Leibniz sostiene lo siguiente: No hay acto voluntario sin motivo, si fuésemos absolutamente indiferentes, no elegiríamos. El motivo más fuerte siempre prevalece, pues el hombre es inteligente y elige lo que mejor le parece. Pero, aún siguiendo el motivo más fuerte, la voluntad es libre, pues el acto es contingente (no metafísicamente necesario), espontáneo (no obligado desde fuera) e inteligente. Y con estas tres condiciones se define la libertad. De ahí esta breve definición de libertad: la espontaneidad de un ser inteligente.

Crítica. Leibniz decía: “El alma humana es una especie de autómata espiritual”. Si esto es cierto, ¿de qué sirve hablar de libertad?

Concordamos con Leibniz cuando sostiene que no hay acto de libertad sin motivo, y que siempre se elige la parte que parece mejor. Es decir, hay en el acto libre una parte de espontaneidad. Pero así como hemos dicho contra Descartes que no puede definirse la libertad como indiferencia, así decimos contra Leibniz que no puede definirse la libertad como espontaneidad. Se necesita una decisión que cierre una fase de indecisión. Ni siquiera el motivo más fuerte basta para ocasionar la decisión. Si lo hace, si determina a la voluntad, no hay decisión, ni libertad.

El libre arbitrio

Esta doctrina es la doctrina tomista de la libertad.

Analicemos el principio general: “la voluntad es libre cuando se determina a sí misma a un acto”. Puede definirse el ser libre como aquel que es causa de sí mismo (liberum est quod sui causa est). Pero no debe entenderse como que el ser libre se crea a sí mismo, pues “nihil potest esse sibi causa essendi” (nada puede ser causa de su propia existencia). Se debe entender entonces como que el ser libre es aquel que es causa de su acto (sibi causa agendi). Es decir, que por su libre arbitrio, el hombre se mueve a sí mismo a obrar.

La voluntad es movida por el fin, y al mismo tiempo se mueve a sí misma a elegir tal o cual medio. Dicho de otro modo, hay en la libertad una parte de espontaneidad y una parte de indiferencia. La libertad tiene una espontaneidad natural hacia el bien, y en esto no es libre. Pero también tiene una parte de indiferencia, pues sin ella no se comprendería que tuviese la menor libertad de elección.

Entonces, hablando estrictamente, el acto libre tiene un doble origen: la espontaneidad y la indiferencia de la voluntad. Pero la libertad del acto tiene su fuente sólo en la indiferencia.

Vamos a analizar brevemente el acto de la decisión. La decisión consiste en hacer determinante a un motivo eligiéndolo. La voluntad sigue siempre al motivo más fuerte, pero es ella quien ha hecho que ese motivo sea determinante para ella. Y lo hace deteniendo el movimiento de la deliberación, es decir, fijando la inteligencia en un juicio: “si esto es lo mejor, entonces hay que hacerlo”. Si la voluntad no detuviese el movimiento de la deliberación, la inteligencia seguiría examinando indefinidamente las cosas, pues no habría quién la detuviese. Es decir, la voluntad sigue el último juicio práctico, pero es ella quien hace que ese juicio sea el último.

Límites del libre arbitrio

Que la libertad tenga límites no es solo un hecho que resulte de la imperfección del hombre, sino que la idea misma de una libertad absoluta es intrínsecamente contradictoria.

¿Qué sería una libertad absoluta? La indeterminación total del querer: sería una tendencia que no tendería hacia nada. Entonces la noción misma de tendencia se desvanece, y con ella toda posibilidad de actos libres.

La libertad humana supone lógicamente la naturaleza humana. Y en el hombre, la libertad supone la voluntad como tendencia hacia el bien,  la inteligencia como poder de representación y de juicio; si falta uno de estos dos términos, el término elección pierde todo su significado.

Para fijar los límites de la libertad humana consideraremos las dos formas más importantes de libertad.

Límites para la libertad de ejercicio. Como tenemos una inclinación necesaria y natural hacia el Bien universal, puro y perfecto, sobre este fin no se delibera. Cuando este Bien se presente en su realidad concreta, no podremos hacer otra cosa que quererlo y entenderlo, nuestra libertad de ejercicio no podrá elegir otra cosa que no sea amar y entender ese bien puro, universal y perfecto. Por ello los católicos sostienen que cuando se llega al cielo (contemplación directa de Dios tal cual es), no hay paso atrás, nuestra libertad es nula, porque estaremos ante el Bien hacia el cual poseemos una inclinación natural y necesaria. Por ello mientras no estemos ante el Bien, y no lo veamos directamente, es decir, mientras no lo captemos mediante una intuición clara, tenemos libertad para pensar en Él o libertinaje para no pensar, para amarlo o no amarlo, pero una vez muertos, sólo nos queda elegir o no a Dios (lo cual se hace en vida), en muerte ya no hay vuelta atrás por esa inclinación necesaria que nos “obliga” a no hacer marcha atrás.

Además, por esto se entiende la concepción de vicio y de virtud, como ambas posiciones que disminuyen la capacidad de elegir. En el caso del vicio, porque amamos cosas contrarias al Bien supremo que tenemos como medida de los demás bienes, y al amar cosas contrarias, se va desdibujando esa inclinación al Bien supremo, y por tanto se va perdiendo el criterio de las cosas que son buenas, y elegimos sus contrarias, y nos esclavizamos, por ello disminuye nuestra libertad con el vicio, porque perdemos la noción de bien, y esa noción de bien la comienzan a marcar nuestras pasiones, sentimientos y emociones, en lugar de la razón. En el caso de la virtud, se disminuye nuestra capacidad de elegir por un motivo diferente, por lo mismo que se limita nuestra libertad de ejercicio estando en el cielo, porque el hombre virtuoso elige los bienes que están en consonancia con el Bien supremo, y mediante esos bienes se va aproximando al Bien, y como ya hemos dicho, el Bien atrapa, porque tendemos naturalmente hacia Él, porque estamos hechos para Él. Es decir, la virtud nos limita nuestra capacidad de elegir, pero porque nos acercamos al Bien Supremo al cual tenemos inclinación necesaria. Y el vicio nos limita la libertad porque perdemos la noción de Bien y nos abandonamos a las pasiones, emociones y sentimientos que no hacen nada parecido a la deliberación, condición necesaria para que haya libertad.

Límites para la libertad de especificación. Como hemos dicho antes, cuando pensamos en el Bien absoluto, lo amamos necesariamente. Esto en relación al fin. Pero en relación al medio también, si sabemos de un medio reconocido como necesario para alcanzar el Bien, lo queremos con la misma necesidad con que se quiere el Bien. Luego, en ese caso, tampoco somos libres para especificar qué medios elegir para alcanzar el Bien, necesariamente queremos el medio que ya está reconocido como necesario para llegar a ese fin.

Sólo hay libertad en la elección de los medios no necesarios para alcanzar el Bien, o cualquier bien concebido por el intelecto como lo mejor para nosotros. Se quiere necesariamente un medio, pero libremente este medio concreto.

La Libertad y los determinismos

Con lo que expondremos pretendemos refutar las objeciones contra la libertad. Las doctrinas que niegan la libertad reciben el nombre de determinismos. Se pueden agrupar en tres grandes tipos de conocimiento humano: ciencia, filosofía y teología. Si bien, debemos precisar que todas las doctrinas deterministas son de orden filosófico, pues la libertad es un problema de la filosofía. Lo que sucede es que en el caso de la ciencia se generalizan leyes científicas llevadas a su absoluto, y se intentan aplicar a un orden fuera de su alcance. Y en el caso teológico, se utilizan principios teológicos para aplicarlos a un orden inferior al de la teología que es la filosofía.

  1. Determinismo Científico

Nos encontramos con dos formas distintas: el determinismo universal, y el determinismo que niega la libertad en nombre de diferentes leyes científicas concretas.

Determinismo universal

Dicen que podría haber una inteligencia humana (ya que hablamos de la libertad en el hombre) que conociese todas las fuerzas de la naturaleza y la situación respectiva de todos los seres, y así podría deducir los movimientos de todos los cuerpos. “Nada sería ya incierto para ella, y tanto el futuro como el pasado estaría presente a sus ojos”.

Responderemos a esto que el determinismo universal no es un hecho ni una ley. No es un hecho, porque el hombre no puede tener una experiencia total o integral del universo. Siempre conoce los seres bajo un aspecto objetivo y subjetivo, pero nunca conoce a un ser en su totalidad, y menos a todo el universo. No es una ley, porque las leyes sólo tienen valor real si han sido comprobadas experimentalmente, y esto no ha sido probado experimentalmente, luego no es una ley con valor real. Así el determinismo universal que propone la ciencia queda descartado.

Determinismo físico

Dicen: “Un acto libre, siendo un comienzo absoluto, sería una creación de energía; ahora bien, en la naturaleza, la cantidad de energía permanece constante, nada se pierde, nada se crea”.

Responderemos a esto que el acto libre es un acto espiritual, y que, por tanto, está fuera del circuito de las fuerzas físicas. El principio no puede valer más que para el movimiento voluntario; y éste se cumple con el sólo juego de las fuerzas físicas, la voluntad no hace más que provocar y orientar las fuerzas, sin contarse entre ellas.

Determinismo fisiológico

Sostienen: “Nuestros actos están determinados por nuestro estado fisiológico (hambre, sed, enfermedad, salud, temperamento, clima…).

Respondemos, sin lugar a duda que nuestro estado fisiológico influye en nuestras decisiones libres, limitan la libertad, incluso en casos contados la suprimen. Pero no puede afirmarse a priori y de un modo absoluto que nuestro estado fisiológico suprima nuestra libertad, porque puede dejar lugar a actos libres, y efectivamente lo hace en la grandísima mayoría de las personas.

Determinismo social

Algunos sociólogos defienden que la presión social determina todos los actos de los individuos.

Respondemos a esto: Admitimos que la influencia de la sociedad es muy grande en el individuo, y que en contados casos puede llegar a suprimirle la libertad. Pero al igual que en el determinismo fisiológico, no se puede hacer de esto una norma, porque no lo es, es una excepción. Además, los sociólogos analizan datos externos y objetivos, y la libertad se sitúa en el plano interno y subjetivo. Podrán los sociólogos aproximar el número de asesinatos que habrá en un año, pero nunca podrán decir qué individuos serán los asesinos y cuáles los asesinados, porque en el fuero interno (que es donde se fragua el acto libre) los sociólogos no pueden entrar.

Determinismo psicológico

Lo sostienen principalmente los defensores del psicoanálisis. Sostienen que la vida psíquica puede ser reducida a leyes (y así suprimen la libertad) tales como: que el carácter es constante, que nuestra conducta está gobernada por los instintos, que el comportamiento es un conjunto de reflejos condicionados, etc.

Respondemos a esto. A lo primero, habría que ver si los hábitos y el carácter no se han formado libremente, o al menos en parte. A lo segundo, el instinto es sin duda influyente, pero no lo bastante preciso en el hombre como para determinar siempre una conducta adaptada: las situaciones nuevas plantean problemas sobre los que hay que reflexionar para resolverlos. Y a lo tercero, las leyes de la psicología solamente son cuantitativas cuando versan sobre fenómenos físicos y fisiológicos.

Determinismo Filosófico

Consiste en una negación de la libertad fundada en teorías o principios filosóficos. Tenemos dos negaciones de la libertad principales.

  • La que deriva de una metafísica panteísta, como vemos en Spinoza: En el fondo no hay más que un ser, infinito, que existe necesariamente. Dios se manifiesta de un modo igualmente necesario por dos atributos infinitos, el pensamiento y la extensión. Spinoza entiende por libertad “la necesidad comprendida”. El hombre es esclavo cuando sufre las acciones del universo sin comprenderlas. Se hace libre cuando intuye la Substancia. Entonces se da cuenta que todas las cosas fluyen necesariamente de la esencia de Dios, y conociendo eso, se hace el hombre libre.

Respondemos a esto. No criticaremos ahora el panteísmo. Nos limitamos a decir que Spinoza afirma a priori la necesidad universal. Pero no explica en ninguna parte, cómo se encadena todo, no deduce las diversas cosas (el hombre, los hombres, los pensamientos, los deseos del hombre) mostrando por qué son así, y por qué no podrían ser de otro modo. Esto sería lo único que habría que hacer para convencernos. Que lo haga. ¡Ah! Está muerto.

  • La segunda negación de la libertad, un poco más seria, podemos llamarla determinismo crítico o lógico: ya que se apoya en los principios primeros, especialmente en el principio de razón suficiente y en el principio de causalidad.

Para Leibniz, la noción de un ser individual envuelve todos los atributos que podrían serle atribuidos con verdad. Estos atributos, según él, pueden deducirse a priori. Así la noción de Adán implica que pecará, la de César que franqueará el Rubicón… Entonces no hay libertad, porque en un individuo ya están contenidos a priori todos sus atributos y acciones. Un acto libre como nosotros lo entendemos, imprevisible, espontáneo, no cabe en la concepción de Leibniz.

También se sostiene que la libertad está excluida por el principio de causalidad: “Todo lo que empieza a existir tiene una causa”. Ya que un acto libre no tendría causa. Dicen que tampoco es posible que un mismo ser sea capaz de actuar de modos distintos, pues eso iría contra el principio de legalidad que dice: “las mismas causas producen los mismos efectos”. Por tanto el acto libre, que es imprevisible no tiene cabida aquí.

A estas objeciones respondemos. En primer lugar, el principio de razón suficiente es un invento de Leibniz, no es un principio primero evidente, es un postulado del racionalismo que suprime toda contingencia y toda libertad. Hay un principio que se le aproxima que es el de razón de ser. Pero no exige, como Leibniz, que puedan deducirse las acciones de un ser como las consecuencias lógicas de un principio. Es al revés, dado un ser, se puede explicar, pero no se puede deducir una acción con el sólo conocimiento de la causa, porque una acción es imprevisible por la libertad del individuo y sus circunstancias. Un acto libre no es absurdo, no es sin razón, su razón de ser es el hombre, por ello éste es responsable de sus actos. En segundo lugar, el principio de causalidad no exige un lazo necesario entre la causa y el efecto, es decir, no exige que la causa produzca necesariamente el efecto. Afirma solamente que la causa tiene en sí misma la potencialidad de producir su efecto, y así sucede con la voluntad. En tercer y último lugar, para criticar a los que utilizan el principio de legalidad (que es cierto) para criticar la libertad, la respuesta de Bergson es válida: “el yo nunca permanece exactamente idéntico a sí mismo, sino que cambia constantemente. La identidad personal es una permanencia en un cambio continuo. En resumen, los principios no exigen que pueda deducirse a priori el efecto de la causa, sino que dado el efecto, podamos encontrarle una causa. Y eso ocurre con el acto libre.

Determinismo Teológico

Hay dos problemas principales: “libertad y presciencia” y “libertad y concurso”

Libertad y Presciencia

Si Dios conoce de antemano todo lo que haremos, diremos y elegiremos, ¿cómo pretender que somos libres?

Respondemos. La solución de la dificultad está en la noción justa de eternidad. Cuando decimos que Dios prevé nuestros actos, está mal dicho: Él los ve realizarse. Pues la eternidad en Dios consiste en que todos los momentos del tiempo son igualmente presentes ante Él. Por tanto el hecho de que conozca nuestras decisiones no impide en modo alguno que las tomemos libremente.

Libertad y Concurso

Si Dios concurre a toda acción de las criaturas, las criaturas no son libres para actuar.

Respondemos. Al igual que Dios da la existencia a las criaturas, da la existencia a sus acciones. Las criaturas actúan según su naturaleza, justamente porque Dios les concede ser y actuar. La acción de Dios no se suma a la de las criaturas, formando parte de ellas, sino que las sostiene en todo momento. El concurso de Dios en nuestros actos, lejos de hacer desaparecer la libertad, la fundamenta, es decir, hace que exista. Podríamos decir que tenemos todo lo necesario para obrar libremente, un ser, una naturaleza, una voluntad, una libertad; y todo ello lo sostiene Dios en todo momento, lo mantiene en la existencia porque Él es el Ser, Él es el Acto Puro, es decir, que por mantener Dios todo eso en existencia, somos libres. Además, la libertad es algo natural en el hombre, sería contradictorio que Dios, creador del hombre, la violentase, sería crear un hombre que no es hombre. Así el concurso divino, lejos de suprimir la libertad, la fundamenta teológicamente.

Naturaleza y Libertad

Sería absurdo negar la naturaleza humana. Si se niega, la última palabra de nuestro vocabulario sería “libertad”. No obstante, vamos a dar algunos breves argumentos de su existencia.

Primeramente, en el momento en que un hombre habla o escribe, se admite de hecho, in actu exercito, la existencia de otros hombres, lo bastante parecidos a uno mismo para que puedan comprender lo que se dice. Y cuando se habla de hombre, se admite formalmente, in actu signato, que la realidad humana es idéntica en todos los hombres. Pero estos argumentos son muy sencillos y débiles. Lo que tenemos que acotar es el concepto “naturaleza”.

Nos interesa sobre todo para ver la libertad en la naturaleza humana, demostrar la naturaleza del espíritu. Demostrar la naturaleza de la inteligencia y la naturaleza de la libertad. ¿La tienen? Por supuesto, la naturaleza de la inteligencia humana es, por su unión al cuerpo, abstractiva y discursiva. La libertad también tiene naturaleza, pues aunque está dotada de elección y que tiene la capacidad de hacer al hombre como él quiera, sólo puede hacerlo éste hombre o aquel hombre, nunca puede hacerlo animal, vegetal, mineral, ángel o Dios, siempre hombre, siempre sigue su naturaleza la libertad, y actúa en el marco de su naturaleza, la humana.

Al hablar de naturaleza, Santo Tomás explica muy bien en la Suma Teológica que la noción de naturaleza lleva consigo múltiples realizaciones que constituyen una especie de escalonamiento. Supone en este análisis la definición aristotélica de naturaleza: el principio intrínseco de la actividad de un ser. Entonces, distingue tres elementos en la actividad: el fin hacia el que tiende la acción, la forma de la que deriva, y la misma ejecución del acto. Según sean estos tres elementos en los grados de ser, así será su naturaleza.

En un cuerpo bruto, todo está determinado, fin, forma y ejecución. El ser vivo se caracteriza por una cierta espontaneidad, se mueve a sí mismo. Pero los seres vivos se reparten en tres planos. Las plantas tienen un fin y una forma naturales: sólo la ejecución de los actos es espontánea. En los animales, el fin es natural, pero la forma y la ejecución no lo son. No sólo se mueven en cuanto a la ejecución de sus actos, sino que se dan la forma de su actividad gracias a su sensibilidad. En el hombre, todo está indeterminado, en cuanto a la ejecución, en cuanto a la forma y en cuanto al fin que el hombre elige libremente. Pero, aunque el hombre se mueva en todos los aspectos de la actividad, dos cosas son una naturaleza para él: los primeros principios que determinan todos los movimientos de la inteligencia y el fin último que determina todos los movimientos de su voluntad. Es decir, el hombre no puede más que tender intelectualmente a los primeros principios, y cuando se le presenta uno, no puede más que aprehenderlo y poseerlo. Y tampoco puede más que tender apetitivamente al fin último, de modo que si se le presenta, no puede más que amarlo y quererlo.

Esto es un pequeño esbozo de lo que es la naturaleza en los seres, y su relación con la libertad, en el caso del hombre. Pensemos por un momento que en el hombre no hay naturaleza, tampoco habría libertad, pues al no tender naturalmente hacia el Bien, no tendría un término comparativo para los demás bienes, y elegiría al azar, o no elegiría, estaría en un estado de indeterminación prolongada en el tiempo. ¿Y si en el hombre estuviese todo determinado por la naturaleza? Nos pasaría como a los cuerpos brutos, no tendríamos espontaneidad en nuestros actos, y  menos libertad.

Luego, la libertad supone la naturaleza, pero no cualquier naturaleza, sino la humana, que sin estar determinada, sin embargo, posee dos cosas que son una naturaleza para él y que fundamentan su libertad: los principios primeros (por los cuales concibe intelectualmente el Ser, la Verdad y el Bien) y el fin último (por el cual tiende hacia el Bien necesariamente).

Conclusión

Con este trabajo he pretendido explicar y defender la concepción tomista de libertad, explicando qué se entiende por ella, que formas tienen, analizando su forma más importante, el libre arbitrio, dando pruebas de su existencia, mostrando sus límites, refutando sus objeciones y por último explicando la necesidad de una naturaleza humana para que haya libertad. No pretendo dar el tema como acabado, al contrario, lo doy como empezado, y a partir de esta base, me gustaría profundizar mucho más en el asunto de la libertad.

Teófilo Caballero Mariano

 
 

Bibliografía

AQUINO, T. Suma Teológica. Madrid: BAC, 1989.

ARISTÓTELES. Ética a Nicómaco. Traducido por María Araujo y Julián Marías. Madrid: Instituto de Estudios Políticos, 1970.

VERNEAUX, Roger. Filosofía del Hombre. Barcelona: Herder, 1970.

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El amable obispo Blase: peque todo lo que quiera, yo le daré la comunión

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17 octubre, 2015

El arzobispo Blase Cupich, siempre tan amable, tiene un mensaje alentador para los adúlteros y homosexuales activos: sin audacia, siempre y cuando su conciencia lo permita, te voy a dar el Cuerpo de Cristo. Según esta lógica, suponemos que los asesinos deben seguir asesinando, siempre y cuando lo hagan con una buena conciencia, y Blase, personalmente, pondrá a Cristo en sus bocas (lo siento, manos).

***

Roma, 16 de octubre de 2015 (LifeSiteNews) — El arzobispo Blase Cupich de Chicago -que está participando en el Sínodo de la Familia con invitación personal de Francisco- dijo esta tarde, rodeado por medios informativos en las oficinas de prensa del Vaticano, que la conciencia es “inviolable” y según su opinión, a los divorciados y vueltos a casar se les puede permitir recibir los sacramentos, si han “llegado a una decisión” de realizar este segundo matrimonio “en buena conciencia” -razonamiento teológico que indicó como respuesta a una pregunta de seguimiento sobre si se aplicaría también esta lógica a las parejas homosexuales.

Durante la larga rueda de prensa, el arzobispo comentó -con tono de aprobación- la denominada “propuesta Kasper,” que permitiría a los católicos divorciados y vueltos a casar el recibir la comunión en algunos casos. Cupich explicó que él mismo había distribuido a todos los sacerdotes de su diócesis el libro del cardenal Walter Kasper, El Evangelio de la familia, en dicha obra el cardenal alemán habría presentado ya esta propuesta.

“En Chicago visito regularmente a personas que se sienten marginadas: los ancianos, los divorciados y vueltos a casar, personas gays y lesbianas, y también parejas. Creo que realmente necesitamos llegar a saber cómo es su vida si vamos a acompañarlos”, dijo.

Cuando se le preguntó si podía dar un ejemplo concreto de cómo iba a acompañar a los divorciados, que se han vuelto a casar, en su deseo de recibir los sacramentos, Cupich respondió: “si la gente llega a tomar una decisión en buena conciencia, entonces nuestro trabajo es ayudarlos a avanzar y respetarlos. La conciencia es inviolable y tenemos que respetar cuando se toman decisiones, y yo siempre he hecho eso”.

Cuando LifeSiteNews le preguntó, si la idea de acompañar a la gente que tuvieran una clara indicación de buena conciencia para recibir el “sacramento”, también se aplicaría a parejas homosexuales en la Iglesia, Cupich dio una respuesta afirmativa.

“Creo que las personas homosexuales son también seres humanos y tienen una conciencia. Y mi papel como pastor es ayudarles a discernir cuál es la voluntad de Dios al mirar la enseñanza moral objetiva de la Iglesia, y al mismo tiempo, ayudarles a través de un período de discernimiento para que puedan entender a qué los está llamando Dios en ese momento”, explicó. “Es para todo el mundo. Creo que tenemos que asegurarnos de no encasillar a un grupo como si no fueran parte de la familia humana, como si hubiera un conjunto diferente de reglas para ellos. Eso sería un gran error”.

La Iglesia católica enseña que mientras una persona “debe obedecer siempre al juicio cierto de su conciencia”, ésta al mismo tiempo debe estar formada invariablemente por la “Palabra de Dios” y “la autoridad de la Iglesia y sus enseñanzas”, para poder hacer juicios que sean “de conformidad con el verdadero bien querido por la sabiduría del Creador.”

“La conciencia puede permanecer en la ignorancia o hacer juicios erróneos. Tal ignorancia y los errores no siempre están libres de culpa”,  explica el catecismo de la Iglesia católica.

Sobre la propuesta del cardenal Kasper, Cupich manifestó específicamente: “creo que ha razonado bien esta propuesta, teniendo en cuenta la teología que él ofrece. Yo creo que debemos contemplar un modo en el que las personas no sólo estén acompañadas, sino también integradas y reconciliadas.”

El arzobispo había respondido previamente a una pregunta, en diciembre de 2014, acerca de dar la comunión a los políticos católicos pro-aborto, diciendo que él “no utilizaría la Eucaristía, o como lo llaman el comulgatorio, como el lugar donde tener esas discusiones o evaluar qué personas deberían quedar excluidas de la vida de la Iglesia”.

Desde su nombramiento como obispo de Spokane en 2010, Cupich ha desarrollado una reputación como uno de los obispos más “progresistas” en el episcopado de Estados Unidos. El año pasado, Francisco designó a Cupich para dirigir la archidiócesis de Chicago, una de las diócesis más importantes del país, anteriormente liderada por el cardenal conservador Francis George.

En 2011 Cupich, entonces obispo de Spokane, prohibió a los sacerdotes de su diócesis participar en las campañas semi-anuales de 40 días por la vida, que son vigilias de oración a favor de la vida. Su respuesta a la reciente decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos sobre redefinir el matrimonio, se centró principalmente en denunciar la discriminación contra los homosexuales en lugar de criticar la imposición del “matrimonio” entre personas del mismo sexo.

El catecismo de la Iglesia católica enseña que los actos homosexuales son “intrínsecamente desordenados” y que “en ningún caso pueden recibir aprobación”, ya que son contrarios al plan de Dios sobre la sexualidad.

“Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida”, afirma el catecismo.

La Iglesia católica enseña que los que se presentan para recibir la sagrada comunión, que es el verdadero Cuerpo y Sangre de Jesucristo, deben estar en estado de gracia y estar libres de pecado mortal, el cual separa el alma de la vida de gracia de Dios.

“Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente, no debe recibir la comunión sin obtener la absolución recibida en el sacramento de la penitencia”, señala el catecismo. San Pablo, en su carta a los Corintios dice que quien recibe la comunión “indignamente” es “reo del Cuerpo y la Sangre del Señor” con lo que de esta manera “se condena a sí mismo.”

El Cardenal Burke, cuando LifeSiteNews le preguntó ayer en una entrevista exclusiva, sobre qué deben hacer los fieles cuando ven a Padres sinodales sugiriendo posiciones heterodoxas respecto a la homosexualidad y el divorcio, respondió que ‘el fiel debe estar cerca de Jesús’.

“Seguimos a Nuestro Señor Jesucristo. Él es nuestro Maestro. Y todos estamos llamados a ser obedientes a Él y a su palabra, comenzando por el Santo Padre y con los Obispos. Si un obispo o un sacerdote, o cualquier persona, anunciara algo o declarara algo que es contrario a la verdad de Nuestro Señor Jesucristo, como se nos comunica en la enseñanza de la Iglesia, nosotros debemos seguir a Cristo”.

“Yo le digo a la gente que está muy ansiosa, porque parece que en este momento no hay más que un montón de confusión y declaraciones que son realmente muy impresionantes acerca de la fe, que debemos permanecer serenos. Porque, en la Iglesia católica, tenemos autoridad docente, que se expresa, por ejemplo, en el catecismo de la Iglesia católica, y simplemente tenemos que estudiar las cosas más profundamente, adherirnos a ellas con más ardor, y no ser desviados por falsa enseñanzas de cualquier fuente”, aseveró Burke.

Blase Cupich

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Monseñor Sarasa, Casto y Mártir

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17 octubre, 2015

Desde que los Poderes Mundiales decretaron que ya era hora de comenzar a implantar de forma agresiva la Ideología de Género, se puso de moda eso de“salir del armario” para convencernos a todos los habitantes del planeta de que eso era lo más normal, que la homosexualidad es encantadoramente humana y que muy pronto va estar entre la lista de los Derechos Fundamentales de la Persona, cuando sea decretado ya de forma oficial por la ONU y sus mariachis.

Uno hubiera pensado que los que salen del armario asoman la cabecita para decir que lo que estaban ocultando hasta ahora, comienza a ser de conocimiento público. Que reconocen que han disimulado y engañado al personal, que los creía según lo que dictan las apariencias. Dicho esto, deberían seguir viviendo su vida, dedicarse a sus labores ya fuera del armario y santas pascuas. Sin llamar la atención. Pero no. Los que hoy día salen del dichoso mueble, vienen ya con la lección aprendida: salen insultando a los que están fuera, diciendo que son muchos los que están dentro (por culpa de los que están fuera, claro) y advirtiendo a los que nunca pasaron por armario alguno, que su postura es hipócrita, embustera y egoísta. O sea, que salen de la caverna monflorita pegando alfilerazos, coces y exabruptos a todos los que están fuera.

En resumen: vienen al mundo exterior para convertirnos a todos a su peculiar weltanschauung; para exigir a todo el mundo que acepte su homosexualidad como algo normal y ni se atreva a rechistar lo más mínimo, bajo el peligro de la mayor acusación que hoy en día puede hacerse: intolerancia. Y claro está, eso no se puede tolerar.

Ya advertí que con el caso Sarasa (o como se pronuncie), las cosas en la Iglesia se van a poner a nivel de culebrón. Las puertas de los armarios se abren bajo ciertas consignas. Se percibe que hay una voluntad expresa de comenzar ya con el adoctrinamiento de masas, lo cual se lleva a cabo siguiendo unos pasos que más o menos vienen a ser los siguientes:

El recién salido del armario, comienza a dar ruedas de prensa y a participar en las tertulias televisivas. Esto es fundamental. A ser posible acompañado por los arrumacos de su novio y siempre con el clergyman colocado y bien elegante. Esta es una de las pocas situaciones en la que los que odian que el sacerdote vaya vestido de modo distinto a los seglares, permiten un clergyman o mejor una sotana: así el efecto es más propio y pedagógico.

Yo acuso

El recién salido del armario, es un mártir. Muestra ante el mundo-mundial lo mucho que ha sufrido y lo mal que lo ha pasado dentro del armario. No sólo porque allí no había sitio para nada, sino por el convencimiento de que iba a ser estigmatizado por la Iglesia Católica -que más que una Madre es una Madrastra Prehistórica- y en definitiva, la culpable de todo. Por culpa de Ella, el armario está hasta los topes y ya no cabe un alfiler. En realidad, es un Mártir de la Causa y por eso se ha decidido a dar el paso, después de llevar ya nueve o diez años viviendo con el camote y engañando a todo bicho viviente.

El recién salido del armario, tiene que dejar bien claro que su postura es la mejor: sinceridad, valentía, sentido del verdadero amor, sentido del deber. Autoconciencia orgullosa de su condición. Y sobre todo, búsqueda de esa felicidad que le negaba la Madrastra Tridentina.

El recién salido del armario, tiene que acusar a los que están fuera como faltos de sinceridad y de autenticidad. Seguramente también son mariposones y mayates, pero no se animan a decirlo. No son naturales, sencillos y cándidos para decir la verdad con valentía.

Yo acuso

Y ya puestos en la faena, el recién salido del armario, se pone a dar clases magistrales sobre la virtud de la castidad sacerdotal.

Aquí ya se disparan todas las desvergüenzas. Se nos instruye e inculturiza acerca de la excelencia de la virtud de la castidad. ¡¡Ojo con acusarme, que yo la he vivido siempre!!

Y acto seguido, con muy poco rubor, Monseñor Sarasa (o como se diga), ilustra al respetable: Yo siempre he vivido la castidad sacerdotal, porque nunca he tocado a una mujer. Olé. Desde mis novicios más lerdos y palurdos, hasta los más bribonzuelos y golfillos, desde los más ignorantes de las virtudes cristianas hasta los más tomistas, todos piensan que esta nueva definición de la castidad es brillante y digna de un premio de Teología en alguna cátedra de Kasper o en algún sarao de Maradiaga.

Claro, como este pájaro recién alumbrado era secretario de la Comisión Teológica Internacional, -la ONU de la Teología Pontificia-, puede re-interpretar, hacer hermenéutica, redireccionar y fundamentar bíblicamente que la lujuria con-el-mismo-sexo no es pecado. Decir Misa habiendo estado enamorado, eso es maravilloso, dice el muy cínico. Y los que no piensan así como él, están condenados a una vida cristiana de madrastra paranoica.

Le decía yo a mis novicios que da pena tomarse esto a risa. Es muy fuerte. Es el síntoma de la descomposición de una buena parte de la Iglesia, con el añadido de la justificación y el descaro. Pero puesto que estas personas sacan sus intimidades orgullosamente ante la prensa, pues que se atengan a las consecuencias. No podemos dejar pasar por alto este desprecio y esta profanación del celibato sacerdotal y de la maravillosa virtud de la castidad. Así que les he aclarado a mis novicios que no me venga ninguno acusándome de no tener caridad con el tipo.

Dice que le ha escrito al Papa. Es posible que el Papa le haya contestado ya. Si le escribe a su dentista, a su zapatero y al vendedor de prensa, a los trans de Granada, a su antiguo alumno, y a tanta gente… estaría mal que no le contestara a una carta tan sincera. Tal como suele actuar el Papa, la respuesta podría ir en esta línea: No te preocupes, hijo mío. ¿Quién soy yo para juzgarte? Tu fe te ha salvado. Entra al gozo de tu señor. Ya veremos si en este Sínodo podemos hacer algo al respecto. Déjalo en mis manos. Y sobre todo y por encima de todo: ¡Arma lío!

Ya solo falta canonizar a alguien que fuera homosexual. Sería la guinda del Pontificado de Francisco para una definitiva reconciliación de la Iglesia con el Mundo. He de reconocer que a mí no me extrañaría. Si se van a cargar de facto la doctrina sobre el matrimonio, ¿por qué no inventarse un apóstol de los gays….?

Fray Gerundio

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