LA REDENCIÓN Parte 1 de 3

 

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33.- DIOS SE HIZO HOMBRE PARA REDIMIRNOS DEL PECADO Y DARNOS LA VIDA ETERNA.

33,1. Redimir del pecado es rescatar a precio. Desde el pecado original que cometieron Adán y Eva1, las puertas del cielo estaban cerradas y nadie podía entrar allí. Por los méritos de la Redención de Jesucristo se nos perdonan todos nuestros pecados y se nos abren las puertas del cielo. La Biblia de la BAC del P. Manuel Iglesias, S.I. explica la frase de San Pedro (1ª 3:19) «fue a predicar a los espíritus encadenados» como el descenso de Cristo a la región de los muertos del Antiguo Testamento para comunicarles la buena noticia de la Redención.

Dios envió a su Hijo para redimir a los hombres2: «Habéis sido rescatados…, con la preciosa sangre de Cristo»3. «Habéis sido comprados a gran precio»4. «Él salvará a su pueblo de sus pecados»5. «Jesucristo se dio a sí mismo como rescate para todos»6. «El Hijo del Hombre vino a dar su vida para redención de todos»7. «Cristo murió por nosotros»8. San Pablo atribuye a la muerte de Cristo la reconciliación de los pecadores con Dios9.

Cristo murió por todos10. «El Padre envió a su Hijo para ser Salvador del mundo»11.

Y San Pedro dice que Jesús es «el único Salvador del mundo»12.

Dios ha muerto por todos, pero para que la redención se aplique a cada hombre depende de que él quiera aprovecharse de ella13. Dijo San Agustín: «Dios que te ha creado sin ti, no te salvará sin ti». La redención es para todos. Pero cada uno debe poner de su parte. «Si nosotros no recibimos la vida sobrenatural, o si habiéndola recibido la perdemos, y morimos sin ella, no nos salvaremos»14 . Pero para salvarnos hace falta creer en las verdades reveladas por Dios y hacer buenas obras: «El que creyere, se salvará; y el que no creyere, será condenado»15, «Si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos»16 .

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1 ver números 41-43

2 SAN PABLO: Carta a los Gálatas, 4: 5

3 Primera Carta de SAN PEDRO, 1:18

4 SAN PABLO: Primera Carta a los Corintios, 6: 20

5 Evangelio de SAN MATEO, 1:21

6 SAN PABLO: Primera Carta a Timoteo, 2:6; Evangelio de SAN MARCOS, 10:45

7 Evangelio de SAN MATEO, 20:28

8 SAN PABLO: Carta a los Romanos,5:8

9 SAN PABLO: Carta a los Romanos, 5:10

10 SAN PABLO: Segunda Carta a los Corintios, 5:15

11 Primera Carta de SAN JUAN, 4:14

12 Hechos de los Apóstoles, 4:12

13 ANTONIO ROYO MARÍN,O.P.: ¿Se salvan todos? 2ª, V. Ed. BAC. Madrid. 1995

14 SHEED: Teología y sensatez, XIX, 3. Ed. Herder. Barcelona.

15 Evangelio de SAN MARCOS, 16:16

16 Evangelio de SAN MATEO, 19:17

 

33,2. Iba el filósofo franciscano irlandés Duns Scoto paseando por un camino y se encontró con un labrador que, sudoroso, hundía la reja del arado en la tierra dura. Empiezan a hablar de Dios. A las pocas palabras el labriego le interrumpe: Sigue leyendo

HORA SANTA DEL JUEVES SANTO Y LA PRISIÓN PERMANENTE DEL SAGRARIO

Para rezar en familia

 Padre Mateo Crawley-Boevey

(1875-1960)

Nota: La hora Santa fue concebida por el Padre Mateo Crawley como parte de la Adoración Nocturna al Sagrado Corazón en los hogares; por tanto es aconsejable rezarla en familia asumiendo los padres y los hijos la lectura de los distintos protagonistas.

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División: Narrador Jesús Las Almas

El calabozo del Jueves Santo y la Prisión permanente del Sagrario

Ignominias con que se alhajó y se alhaja aún

el Rey Sacramentado en una y otra cárcel

Observación.

Narrador: Esta Hora Santa está especialmente dedicada para reparar el gran pecado de aquel público, en todas partes numeroso, que pretende la alianza híbrida, imposible, de la piedad y de una mundanidad social pecaminosa. He aquí una lección de amor verdadero y de reparación solemne, pero también una lección, misericordiosa y severa a la vez, para tantos católicos que oran y confiesan en el templo, pero que violan la ley del Señor en su vida social.

Ya que no podemos sorprender al Verbo, como San Pablo, en la magnificencia de su gloria inaccesible, sorprendamos al Rey de los cielos en la gloria de su calabozo el Jueves Santo por la noche… Ved la escena que llenó de estupor a los ángeles: a guisa de palacio, un sótano-cárcel…; por trono, un escaño…; por diadema, el dolor…; por cetro, la burla…; por corte, la soldadesca, ebria de vino, una horda ebria de odio mortal… Blanco de las iras, de los sarcasmos y los golpes, manso, majestuoso y humilde, con ojos suplicantes y faz de angustia, bañado en sangre, pero sediento de más dolor, está Jesús…

“Y así, en esa misma cárcel de amor y de gloriosa ignominia, te sorprendemos, Señor, esa tarde después de veinte siglos… Tu Corazón ha hecho el milagro de perpetuar indestructible el calabozo del Jueves Santo… No han cambiado, ¡oh, Rey de Reyes!, ni los arreos de tu majestad escarnecida, ni los grillos de amor que te aprisionan, ni la cohorte que te ultraja, ni menos aún has cambiado Tú, Jesús, Amor de amores, inmutable en tu propósito de ser nuestro cautivo hasta la consumación de las edades… Los que queremos cambiar la rebeldía de pecado en cautiverio de caridad, somos nosotros… Sigue leyendo

8 Textos fundamentales juzgan a Francisco

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  1. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (2005)
  2. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
  3. Catecismo de la Iglesia Católica (1992)
  4. Código de Derecho Canónico (1983)
  5. Catecismo Mayor de San Pío X (1905)
  6. Catecismo Romano (Concilio de Trento)
  7. Fórmula llamada Fe de Dámaso (500?)
  8. Credo “Atanasiano” (373)

textos

Tomado de:

http://denzingerbergoglio.com/

¿Quién juzga a Francisco?

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Hay católicos que tienden a la Papolatría, ¿Porqué lo digo? Porque la gran mayoría, viendo la realidad de la Iglesia, y la realidad de lo que dice y hace el Papa, a pesar de todo eso, no se atreven a decir lo que ven que está mal en los dichos y hechos del Papa, y a quien si lo hace, lo tachan de hereje, apóstata o de que ataca al Papa, también hay quienes dicen cosas como esta:

«Hay seguidores del Padre Juan Rivas que sí atacan al Papa diciendo que es un hereje, es más, creen algunos que es el Anticristo y que es un masón que tienen encerrado a Benedicto XVI. Y es gente de aquí de Tijuana que no hace otra cosa más que criticar y sin tener algún apostolado.»

Pero, realmente ¿Quién ataca o juzga al Papa Francisco?

A esos católicos les respondo:

juez

 

“Y porque el Romano Pontífice preside la Iglesia universal por el derecho divino del primado apostólico, enseñamos también y declaramos que él es el juez supremo de los fieles, y que, en todas las causas que pertenecen al fuero eclesiástico, pueden recurrirse al juicio del mismo; en cambio, el juicio de la Sede Apostólica, sobre la que no existe autoridad mayor, no puede volverse a discutirse por nadie, ni a nadie es lícito juzgar de su juicio”. (Denzinger-Hünermann 3063. Concilio Vaticano I, Cuarta sesión, 18 de Julio de 1870, Primera Constitución dogmática “Pastor Aeternus” sobre la Iglesia de Cristo, n. 3)

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Contenido (Entra en cada autor)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

Las Sagradas Escrituras
59 Papas
14 Concilios
8 Textos fundamentales
16 Congregaciones Romanas
31 Padres de la Iglesia
15 Doctores de la Iglesia
14 Sínodos y el Magisterio Episcopal
Diversos documentos y Autores

 

¿Quién juzga al Papa Francisco?

Las Sagradas Escrituras

es

 

Antiguo y Nuevo Testamento 

 

¿Quién juzga al Papa Francisco?

59 Papas

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  1. Benedicto XVI (265°)
  2. Juan Pablo II (264°)
  3. Juan Pablo I (263°)
  4. Pablo VI (262°)
  5. Juan XXIII (261°)
  6. Pío XII (260°)
  7. Pío XI (259°)
  8. Benedicto XV (258°)
  9. Pío X (257°)
  10. León XIII (256°)
  11. Pío IX (255°)
  12. Gregorio XVI (254°)
  13. León XII (252°)
  14. Pío VII (251°)
  15. Pío VI (250°)
  16. Clemente XIII (248º)
  17. Benedicto XIV  (247°)
  18. Inocencio XI (240°)
  19. Urbano VIII (235°)
  20. Sixto V (227°)
  21. Pío V (225°)
  22. Pablo IV (223º)
  23. Pablo III (220°)
  24. Adriano VI (218°)
  25. León X (217°)
  26. Alejandro VI (214°)
  27. Eugenio IV (207°)
  28. Urbano V (200°)
  29. Clemente VI (198°)
  30. Benedicto XII (197°)
  31. Juan XXII (196°)
  32. Bonifacio VIII (193°)
  33. Inocencio IV (180°)
  34. Inocencio III (176°)
  35. Urbano II (159°)
  36. Gregorio VII (157°)
  37. León IX (152º)
  38. Esteban V (110°)
  39. Nicolás I (105°)
  40. Esteban III (94°)
  41. Honorio I (70º)
  42. Gregorio I, Magno (64°)
  43. Pelagio I (60°)
  44. Vigilio (59°)
  45. Hormisdas (52°)
  46. Gelasio I (49°)
  47. Simplicio (47°)
  48. León I (45°)
  49. Celestino I (43°)
  50. Bonifacio I (42°)
  51. Zósimo (41°)
  52. Inocencio I (40°)
  53. Siricio (38°)
  54. Dámaso I (39°)
  55. Marcelino (29°)
  56. Esteban I (23°)
  57. Cornelio (21°)
  58. Clemente I (4°)
  59. Pedro (1°)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

14 Concilios

concilios

  1. Concilio Vaticano II – (1962-1965)
  2. Concilio Vaticano I – (1869-1870)
  3. Concilio de Trento (1545-1563)
  4. V Concilio de Letrán (XVIII Ecuménico. 1512-1517)
  5. Concilio de Florencia (XVII Ecuménico. 1431)
  6. Concilio de Vienne (XV Ecuménico. 1311-1312)
  7. II Concilio de Lyon (1274)
  8. IV Concilio de Letrán (XII Ecuménico – 1215)
  9. I Concilio de Letrán (IX Ecuménico – 1123)
  10. III Concilio de Constantinopla (VI Ecuménico – 680-681)
  11. II Concilio de Constantinopla (553)
  12. Concilio de Calcedonia (IV Ecuménico – 451)
  13. Concilio de Éfeso (III Ecuménico 431)
  14. III Concilio de Cartago (397)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

8 Textos fundamentales

textos

  1. Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica (2005)
  2. Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia
  3. Catecismo de la Iglesia Católica (1992)
  4. Código de Derecho Canónico (1983)
  5. Catecismo Mayor de San Pío X (1905)
  6. Catecismo Romano (Concilio de Trento)
  7. Fórmula llamada Fe de Dámaso (500?)
  8. Credo “Atanasiano” (373)

 

¿Quién juzga al Papa Francisco?

16 Congregaciones Romanas

congregaciones

  1. Congregación para el Clero
  2. Congregación para las Causas de los Santos
  3. Congregación para los Obispos
  4. Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos
  5. Congregación para la Doctrina de la Fe
  6. Congregación para la Educación Católica
  7. Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica
  8. Comisión Teológica Internacional
  9. Obra Pontificia para las Vocaciones Eclesiásticas
  10. Oficina para las celebraciones litúrgicas del Sumo Pontífice
  11. Pontificia Comisión Bíblica
  12. Pontificio Consejo Justicia y Paz
  13. Pontificio Consejo para el Dialogo Interreligioso
  14. Pontificio Consejo para la Cultura
  15. Pontificio Consejo para la Familia
  16. Pontificio Consejo para los Textos Legislativos

 

¿Quién juzga al Papa Francisco?

Padres de la Iglesia

padres

  1. San Agustín (354-430)
  2. San Ambrosio (340-397)
  3. San Atanasio de Alejandría (296-373)
  4. Atenágoras de Atenas (s. II)
  5. San Beda (673-735)
  6. San Basilio Magno (330-379)
  7. San Cipriano de Cartago (+258)
  8. San Cirilo de Alejandría (374-444)
  9. San Cirilo de Jerusalén (313-386)
  10. San Clemente de Alejandría (150-215)
  11. Pseudo-Crisóstomo (s. V)
  12. San Dionisio de Alejandría (+264)
  13. San Fulgencio de Ruspe (460-533)
  14. Griego, o el Geómetra
  15. San Gregorio Nacianceno (330-390)
  16. San Gregorio de Nisa (335-394)
  17. San Gregorio Taumaturgo (213-270)
  18. San Hilario de Poitiers (300-368)
  19. San Ignacio de Antioquía (+107)
  20. San Ireneo de Lyon (130-202)
  21. San Jerónimo (347-420)
  22. San Juan Crisóstomo (347-407)
  23. San Justino Romano (100/114-162/168)
  24. San Máximo confesor (662)
  25. San Melitón de Sardes (s. II)
  26. Orígenes (+254 d. C)
  27. San Paciano de Barcelona (365)
  28. Policarpo de Esmirna (69-155)
  29. Teófilo de Antioquía (183)
  30. Teodoreto de Ciro (393-466)
  31. San Vicente de Lérins (+450)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

15 Doctores de la Iglesia

doctores

  1. Santo Tomás de Aquino (1225-1274)
  2. San Antonio de Padua (1195-1231)
  3. San Alfonso de Ligorio (1696-1787)
  4. San Bernardo de Claraval (1090-1153)
  5. San Buenaventura (1218-1274)
  6. San Francisco de Sales (1567-1622)
  7. San Juan de la Cruz (1542-1591)
  8. San Juan Damasceno (676-749)
  9. San Juan de Avila (1499-1569)
  10. San Pedro Canisio (1521-1597)
  11. Pedro Damián (1007-1072)
  12. San Roberto Belarmino (1542-1621)
  13. Santa Catalina de Siena (1347-1380)
  14. Santa Teresa de Jesús (1515-1582)
  15. Santa Teresa del Niño Jesús (1873-1897)

¿Quién juzga al Papa Francisco?

14 Sínodos y el Magisterio Episcopal

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  1. Sínodo de Valence (855)
  2. XVI Sínodo de Toledo (693)
  3. XIV Sínodo de Toledo (684)
  4. XI Sínodo de Toledo (675)
  5. Sínodo de Letrán (649)
  6. I Sínodo de Braga (561)
  7. Sínodo de Constantinopla (543)
  8. II Sínodo de Orange, 529 (en la Galia)
  9. Sínodo de Arlés (475)
  10. XV Sínodo de Cartago (418)
  11. I Sínodo de Toledo (397)
  12. Sínodo de Roma (382)
  13. Sínodo de Laodicea (363-364 AD)
  14. Sínodo de Elvira (300)
  1. CELAM
  2. Sínodo de los Obispos

¿Quién juzga al Papa Francisco?

Diversos documentos y Autores

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  1. La Liturgia de las Horas
  2. XLVIII Congreso Eucarístico Internacional
  3. Alcuino de York
  4. San Benito de Nursia
  5. San Bonifacio de Maguncia
  6. San Elredo de Rieval
  7. San Francisco de Asís
  8. San Ignacio de Loyola
  9. San Juan Bautista María Vianney
  10. San Juan Bosco
  11. San Juan de Ribera

 

Tomado de:

home

Respuesta a los Interrogantes más Relevantes -Parte 4 de 4

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d) Sobre el Papa Putativo

El Papa hereje al no ser miembro de la Iglesia mucho menos puede ser su cabeza. Dejamos al margen la discusión sobre el momento exacto, teniendo por más seguro teológicamente que la herejía cuando se hace manifiesta, por la objetividad misma del hecho, es insostenible teológicamente que el Papa hereje siga siendo verdadero Papa de la Iglesia Católica Apostólica y Romana.
Los que sostienen, que se requiere una declaración por parte de la Iglesia para que el Papa hereje sea depuesto puede sostenerse, pero con la observación siguiente: como hay un principio teológico apodíctico, el que no es miembro de la Iglesia mucho menos puede ser su cabeza, el Papa hereje manifiesto sería Papa putativo (en apariencia tan sólo) hasta que la declaración tenga lugar (acto puramente declaratorio) de parte de la Iglesia (una parte representativa de la Iglesia o de Roma). Sería un Papa tan sólo putativamente, hasta que sea depuesto durante todo el tiempo que transcurra hasta su deposición.

Parece ser que la opinión de Mons.Lefebvre se inclinaba por la declaración de la Iglesia, cuando en reiteradas ocasiones decía que algún día la Iglesia juzgará lo que está pasando, con lo cual remitía a una declaración (posterior) de la Iglesia.

El Padre Coache en «Combat de la Foi», 15 Sept.19. nº96, p.3, muy sabia y prudentemente dice: «Digo una vez más que: teólogos muy sabios y santos han declarado que si un Papa cae en la herejía o traiciona la Iglesia, sigue siendo Papa radicalmente hasta que una sentencia bastante representativa de la Iglesia o de Roma no lo haya depuesto (mientras se espera, claro está, no hay que obedecerle, sobre todo en los puntos donde ha traicionado la Iglesia), pero otros teólogos tan sabios y santos han declarado que el Papa es depuesto por el hecho de su herejía pública y obstinada.

Estas dos opiniones teóricamente distintas pueden tener una conciliación práctica: es decir que pueden coincidir en los efectos prácticos y de hecho, en la fórmula del Papa putativo (tenido por tal sin serlo en realidad) con una jurisdicción suplida directamente de Cristo (Cabeza invisible de la Iglesia, no lo olvidemos) para el bien común de la Iglesia y la salvación de las almas.

La fórmula del Papa putativo viene de Mons. de Castro Mayer, fue él mismo quien me lo dijo en el seminario de la Reja en 1989 cuando le pregunté sobre su pensamiento acerca del Papa y la Sede Vacante. Él manifestó categóricamente: un hereje no puede ser Papa y este Papa es un hereje, a lo cual le objeté: pero habría que distinguir entre herejía formal y herejía material, a lo cual respondió enérgicamente que esa distinción no tiene lugar; entonces no hay Papa, le dije, respondió: puede considerárselo como Papa putativo. Le pregunté por el «Una Cum», a lo cual respondió se puede nombrarlo como Papa putativo, su autoridad sería putativa y las canonizaciones que fueran justas y los demás actos justos en bien de la Iglesia, tendrían valor en tanto Papa putativo. En definitiva (como se ve) se trata de una jurisdicción suplida que hace válidos los actos en favor del bien común de la Iglesia y de la salvación de las almas, hasta que se decante la cosa.
Luego que no digan que Mons. de Castro Mayer no era de los que pensaban que la Sede no está vacante; él afirmaba que el Papa hereje no era Papa (no podía serlo); él era sedevacantista en el buen sentido del término (sin la connotación peyorativa que esta palabra pueda tener hoy). En realidad se puede decir que el Papa hereje ocupa la sede putativamente tan sólo, ocupa la sede de hecho, pero no de derecho.

Un hereje no puede ser Papa,  sin embargo, la Sede de Pedro puede estar ocupada falsamente por un Papa hereje (cismático o apóstata), de aquí la fórmula del Papa putativo y así cuando una Papa es hereje, es Papa sólo en apariencia (Papa putativo) pero no en realidad; todas sus acciones que requieran jurisdicción y que son para el bien común de la Iglesia y la Salvación de las almas, están suplidas directamente por Cristo Cabeza invisible de su Iglesia. Es la Iglesia en este sentido quien suple siempre la jurisdicción de uno u otro modo.

Tendríamos así la conciliación práctica de las dos sentencias más acreditadas teológicamente que admiten que un Papa caiga en herejía:

⦁ Afirmando los unos que pierde el Pontificado inmediatamente (Ipso facto) cuando la herejía es manifiesta (San Roberto Belarmino – Melchor Cano – Billot) o con su variante o matiz entendiendo por manifiesta la herejía notoria y divulgada del público (Wernz – Vidal y el mismo Da Silveira).

⦁ Afirmando los otros que el Papa hereje pierde el Pontificado cuando media la declaración de la Iglesia (por sus integrantes más representativos o por Roma). Teológicamente refutable pero que tiene una verdad si se la enfoca como proponemos, es decir que el Papa sería Papa tan solo putativamente desde que pierde ipso facto el Pontificado por la herejía manifiesta hasta la sentencia puramente declaratoria de la Iglesia que lo depondría.

Tanto se tenga la una como la otra (aunque S. Roberto Belarmino refuta la segunda) es decir que se tenga por cierto que el Papa pierde ipso facto el Pontificado por la herejía manifiesta, o que se requiere declaración (de una parte representativa) de la Iglesia para perder el Pontificado, se puede concluir que se pierde ipso facto por herejía manifiesta y mientras siga en el cargo hasta que se aclare por sentencia de la Iglesia es Papa tan sólo putativamente y así para el orden práctico tenemos la conciliación de dos sentencias válidas con distinto tenor.
En resumidas cuentas para ser claros y precisos habría una superación de las dos hipótesis más acreditadas teológicamente, superación que impone la necesidad del caso vivido real y concretamente y no sólo por consideración especulativa idealmente vislumbrada.

La tesis refundida, teológicamente cierta, es que, el Papa hereje pierde el Pontificado por el hecho mismo de su herejía (cisma o apostasía) pública y notoria, (como dice S. Roberto Belarmino básicamente o con el matiz que hace Da Silveira) pero hasta tanto no se conforme por una declaración de la Iglesia a través de sus más acreditados representantes el Papa hereje es tan sólo Papa putativamente con jurisdicción casual u ocasional (de hecho y no por derecho), directamente de Cristo para los actos en los cuales el bien común de la Iglesia y el de la salvación de las almas así lo exijan.

Nada entonces de estupideces, fomentadas muchas veces por los enemigos ocultos de la Iglesia, como elección de otro Papa por un grupo que se cree imaginariamente representativo de la Iglesia, (tal el caso del Palmar de Troya en España o el de los Jovitas en el Canada, etc.) o crear un Concilio imperfecto que busca una cabeza en donde depositar la autoridad, eligiendo un Papa de entre los Obispos asistentes.

Nuestra posición no tiene que ver con ideas raras y extrañas a la teología de la Iglesia inventando soluciones absurdas que llevan a un caos peor que el que se quiere evitar. La idea del Papa putativo sostenida por Mons. de Castro Mayer con la explicación nuestra que la enmarca es teológicamente coherente y se aviene a lo que está pasando. Y esta situación podrá extenderse a más de un Papa que haya caído en el cisma, la herejía o la apostasía o en todas las tres.

Por lo dicho, como se ve, esta situación podría durar y durará cuanto Cristo, Nuestro Redentor y Salvador quiera o permita que esta crisis dure, para purificación de su Iglesia en esta tierra y la de sus fieles seguidores hasta el fin.

La elección de otro Papa fiel a la Tradición de la Iglesia, se puede siempre dar sea por los cardenales nombrados por el Papa putativo (con jurisdicción suplida por el bien común de la Iglesia) sea por el clero de Roma, pues en definitiva los cardenales eligen al Obispo de Roma (al Papa) por tener el título de párrocos de Roma. La Sede Vacante no impide la elección de otro Papa como muchos piensan.

Respuesta a los Interrogantes más Relevantes -Parte 3 de 4

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        c) Sobre la Comunión en la Fe

 

Cuando se habla de comunión en la Iglesia entre sus miembros, se está refiriendo a la comunión en la fe en primer lugar, es decir comunión en la misma fe creída y profesada por todos. Se trata de la unidad de la fe, un solo Dios, un solo Bautismo, una sola fe. Sin la unidad en la fe, no hay la unidad de culto, ni la unidad de gobierno. La fe es por eso fundamento de la Iglesia, junto con los Sacramentos: «Quia Ecclesia fundatur in fide et  Sacramentis». (S.Th. Sup., q.6, a.6).

La fe es exclusiva, excluye toda otra falsa creencia toda otra falsa religión. La fe no admite combinaciones. Sí Sí No No, lo demás viene del Maligno. (Mt. 5, 37).

Es imposible comulgar en la fe con alguien que no tenga la fe, o que no la profese cuando debe. Si un Papa no profesa la fe, no se puede estar en comunión con él. Estar en comunión religiosa con los que no profesan la fe católica, es lo que se llama la comunión in sacris, lo cual está tajantemente prohibido, como enseña la teología moral. 

La comunión en la misma fe obliga a no estar con los que no la profesan, esto es tan evidente y claro que no tiene vueltas,  salvo el que quiera dárselas.

«La necesidad de la unión o comunión en la fe cristiana, predicada por los Apóstoles con la autoridad de Jesucristo, resulta de la afirmación de San Pablo: Unus Dominus, una fides, unum baptisma. Ef. 4, 5ss. Esta fe, es cierto, no es sino la fe objetiva o la doctrina cristiana. Pero, puesto que, su unidad perfecta es estrictamente obligatoria, la unión o la comunión en esta unidad de fe es su necesaria consecuencia. (…) toda ruptura con esta unidad de fe cristiana es severamente reprobada, la comunión o la unión en esta fe es, por el hecho mismo, estrictamente impuesto». (D.T.C. Communion dans la Foi, col.422).

Es más, según San Ignacio de Antioquía: «Quien por una doctrina perversa corrompe esta fe de Dios, irá al fuego inextinguible, igualmente aquel que le escucha». (Ibídem, col. 422).

La no comunión con el que no profesa la fe es exigida por la doctrina de la Iglesia. El no estar en comunión con un Papa que no profesa la fe católica es una separación legítima que nada tiene que ver con una actitud cismática, todo lo contrario, pues como distinguen los teólogos medievales, el cisma procede de la separación ilegítima, y no de la separación legítima. «Los teólogos medievales, al menos los de los siglos XIV, XV y XVI, tienen la preocupación de notar que el cisma es una separación ilegítima de la unidad de la Iglesia, pues podría haber una separación legítima, como si alguien rechaza la obediencia al Papa, ordenándole éste una cosa mala, o indebida, como dice Torquemada». (D.T.C. Schisme, col. 1302).

Luego puede haber una separación lícita, la cual no constituye cisma alguno, al contrario si la autoridad eclesiástica o el mismo Papa ordenan algo malo o indebido no se debe obedecer y mucho menos si es en detrimento de la fe. Se debe resistir y si es en materia de fe y doctrina compete una lícita separación so pena de sucumbir en el error en detrimento de la fe. La razón de esta separación legítima, está en la misma caridad la cual se identifica con la verdad, donde no hay verdad no hay caridad, Ubi Veritas et Iustitia, ibi Caritas.

La comunión eclesiástica (o unidad eclesiástica) que se rompe por el cisma (escisión) es un efecto de la caridad, y por el mismo está ligada siempre a la caridad (Cf. D.T.C. col. 1302), de tal modo que el cismático es el que rompe la comunión o unidad eclesiástica por no actuar como parte (miembro) de la Iglesia, obrando, actuando, pensando, viviendo independientemente y no según la Iglesia, y en la Iglesia. (Cf. D.T.C. Schisme, col. 1301).

Mientras no se rompa la comunión con la Iglesia actuando como parte de ella, no se es cismático. Para ser cismático hay que romper el vínculo que mantiene la parte dentro del todo. No cualquier desobediencia a la autoridad o al Papa es un cisma, tiene que ser una desobediencia que impugne la autoridad en cuanto tal atacando así la unidad de la Iglesia en sí misma: «Para que se verifique la noción de cisma, es necesario, que la unidad de la Iglesia misma sea violada, que haya rechazo de obrar ut pars en materia que ataña la unidad de la Iglesia (…)». (D.T.C. Schisme, col. 1302).

Y como ya dijimos la primera unidad de la Iglesia visiblemente se da por la profesión de la fe, luego cuando la fe está en peligro es un deber de no estar en comunión con aquel que la destruye aunque sea el mismo Papa. Por esto el mismo Mons. Lefebvre en varias ocasiones manifestaba que si había un cisma no era de parte de él sino de la Roma modernista, ellos han cambiado, no nosotros.

No se debe entonces invocar una comunión eclesiástica, una comunión en la fe con quien destruye la fe a sabiendas, como pasa hoy. La fe está siendo destruida desde Roma mismo. No de la Roma católica, de la Roma de siempre, sino de la Roma modernista, de la Roma convertida en la Babilonia de todas las religiones.

Hay un deber de separación legítima, que no es cismática3 además, sino todo el contrario, es un deber, es una obligación so pena de sucumbir en el error y ser arrastrados por él. La verdadera obediencia es absoluta ante Dios y relativa ante los hombres en la medida que sean de Dios.

Se podría erróneamente pensar: hay que estar siempre en comunión con el Papa, pues el Papa es el Papa, además el axioma que dice «Ubi Petrus ibi Ecclesia» (donde está el Papa está la Iglesia) me reasegura, lo demás no me interesa, tal como diría un papista o mejor un verdadero papólatra. Pues bien, el Cardenal Cayetano dice al respecto: «La Iglesia está en el Papa cuando éste se comporta como Papa, es decir, como cabeza de la Iglesia; pero en el caso de que no quisiera actuar como Cabeza de la Iglesia, ni la Iglesia estaría en él, ni él en la Iglesia». El Cardenal Journet también repite lo mismo: «En cuanto al axioma “donde está el Papa está la Iglesia”, vale cuando el Papa se comporta como Papa y Jefe de la Iglesia; en caso contrario, ni la Iglesia está en él ni él en la Iglesia». (Citas las dos traídas por Da Silveira, Op. Cit. p.188 y 185). 

En consecuencia es evidente que el Papa que no se comporta como tal o sea como Cabeza de la Iglesia, no es garantía de la visibilidad de la Iglesia, al contrario, pues no está él en la Iglesia, ni la Iglesia está en él, lo que significa que no pertenece a la Iglesia, ni tampoco la representa, según las palabras de los dos Cardenales.

3    «Los  Teólogos  medievales,  al  menos  aquellos  de  los  siglos  XIV,  XV  y  XVI,  tienen  la  preocupación  de  recalcar  que  el  cisma  es  una  separación  ilegítima  de  la  unidad  de  la  Iglesia,  puesto  que,  dicen  ellos,  podría  haber  una    separación  legítima,    como  si  alguien  rechaza    obedecer    al  Papa    cuando  este  manda  una  cosa  mala  o  indebida.  Torquemada,  op.  cit.c.1».  (D.T.C.  Schisme,  col.  1302). 

La comunión con Roma y con la Iglesia es principal y fundamentalmente comunión en la fe católica apostólica Romana.

La comunión en la fe plantea la cuestión del «Una Cum», pues en principio no se puede estar en comunión en la fe con un Papa que no profesa la fe, es evidente. 

No se trata simplemente de rezar por el Papa, sino de estar en comunión con el Papa en la misma profesión de la fe católica. Y si hubiera duda al menos habría que decir el «Una Cum» sub conditione o secundum quid, pero jamás simpliciter. Lo mismo en el caso del Papa putativo, se lo nombraría putativamente tan sólo, como manifestó Mons. de Castro Mayer que se podría decir en tal caso.

El Oremus pro pontifice nostro, si se trata de orar simplemente se puede orar por cualquiera aún por los herejes y apóstatas así como por los pérfidos judíos, pero si se trata de proferir pública y solemnemente nuestra comunión con el Pontífice nostro por el cual oramos tampoco es admisible, por las mismas razones del «Una Cum». De todos modos retengamos con Santo Tomas de Aquino que en el Canon de la santa Misa no se ora por los que están fuera de la Iglesia, o sea ni por los cismáticos, ni por los herejes, ni por los apóstatas: «Unde et in canone misase non oratur pro his qui sunt extra Ecclesam». (S.Th. III, q.79, a.7, ad 2).

 

Respuesta a los Interrogantes más Relevantes -Parte 2 de 4

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            b) Visibilidad de la Iglesia con un Papa Hereje – Cismático y/o  Apóstata

 

Otra de las cuestiones que se presentan ante la eventualidad de un Papa hereje cismático y/o apóstata, es la cuestión de la visibilidad de la Iglesia. ¿Qué pasa con la Iglesia que debe ser visible con un Papa hereje? La visibilidad de la Iglesia es un dogma de fe.

Pues bien, es la misma visibilidad de la Iglesia la que exige la profesión pública de la fe: «Lo que constituye la visibilidad de la Iglesia es su organización exterior, tanto más que es de derecho divino, organización manifiesta a todas las miradas y a la cual todos los fieles deben pertenecer por el vínculo visible de la misma fe obligatoria, exteriormente profesada, por el vínculo de la obediencia frente a una autoridad común visible y por el vínculo de una misma comunión en la participación a los Sacramentos establecidos por Jesucristo.» (D.T.C. Église, col. 2144). Luego es evidente que la visibilidad de la Iglesia exige en primer lugar la profesión pública de la fe católica, pues: «la Iglesia es la sociedad de los fieles unidos por la profesión integral de la misma fe católica, por la participación a los Sacramentos y por la sumisión a la misma autoridad sobrenatural emanando de Jesucristo, principalmente a la autoridad del Pontífice Romano Vicario de Cristo». (D.T.C. Église, col. 2109-2110). 

«El Cardenal Torquemada (+ 1468) define la Iglesia como la sociedad de los católicos o la universalidad de los fieles, que sean predestinados o no, que estén o no en la caridad, por vista que ellos profesen la fe católica integral y que no sean separados de la Iglesia por la justa sentencia de sus pastores». (D.T.C. Église, col.2141).

Vemos que la profesión pública e integral de la fe es el primer requisito para pertenecer a la Iglesia visible, sin profesión pública e integral de la fe no hay visibilidad de nuestra pertenencia a la Iglesia. La visibilidad de la Iglesia pasa primera y fundamentalmente por la profesión integral y pública de la fe católica apostólica y romana.

 La distinción teológica entre cuerpo y alma de la Iglesia,  comprende los elementos visibles e invisibles de la misma, de tal modo que la pertenencia al cuerpo de la Iglesia es lo que constituye su visibilidad o sea que hablar de visibilidad de la  Iglesia, es considerar el cuerpo de la Iglesia, es referirse a la visibilidad de la misma: «el cuerpo de la Iglesia comprende el elemento visible o la sociedad visible, a la cual se pertenece por la profesión exterior de la fe católica, por la participación a los Sacramentos y por la sumisión a los legítimos pastores, y el alma comprende el elemento invisible o la sociedad invisible, a la cual se pertenece por el hecho que se posean los dones interiores de la gracia». (D.T.C. Église, col. 2154).

Quede claro entonces que para pertenecer al cuerpo de la Iglesia se requiere la profesión de la fe, en primer término, pues San Roberto Belarmino «señala tres condiciones indispensables para pertenecer al cuerpo de la Iglesia o a la Iglesia visible que es la única verdadera Iglesia. La primera condición (es lo que aquí más nos interesa) la profesión de la verdadera fe, siempre requerida por la Tradición constante y universal de la Iglesia que ha considerado sin cesar los herejes como no pertenecientes a la Iglesia según los textos anteriormente citados y de los cuales muchos están aquí indicados por San Roberto Belarmino ». (D.T.C. Église, col. 2160).

Quien no es miembro del cuerpo de la Iglesia, no puede ser su Cabeza, y si no se profesa la fe, primer requisito de todo miembro del cuerpo de la Iglesia ¿cómo puede ser Papa, es decir su Cabeza?, oigamos al mismo San Roberto Belarmino (citado por Da Silveira, op. cit. p.172). «El Papa hereje manifiesto, deja por sí mismo de ser Papa y Cabeza, del mismo modo que deja por sí mismo de ser cristiano y miembro del cuerpo de la Iglesia; y por eso puede ser juzgado y punido por la Iglesia. Esta es la sentencia de todos los antiguos Padres, que enseñan que los herejes manifiestos pierden inmediatamente toda jurisdicción, y concretamente de San Cipriano (Lib. 4, Espist. 2) el cual así se refiere a Novaciano, que fue Papa (antipapa) en el cisma que hubo durante el Pontificado de San Cornelio».

Notemos que al decir San Roberto Belarmino que pierde toda jurisdicción no quiere decir que excluya una sustentación por parte de Nuestro Señor Jesucristo en el caso del Papa hereje. Tal como hoy podría ser. Se refiere sí a la pérdida por derecho de la jurisdicción perdiendo el Pontificado, sin que excluya la sustentación de hecho puramente actual y (no habitual) según el bien común de la Iglesia y la salvación de las almas.

Sin la profesión de fe pública e integral no hay pertenencia a la Iglesia, no se es miembro del cuerpo de la Iglesia, pues la visibilidad de la Iglesia así lo exige. Un Papa que no profesa la fe católica está fallando en el primer vínculo visible de la unidad de fe, está fallando en la unidad visible de la fe por la carencia en la profesión exterior de la misma. Sin la unidad de fe visible por la profesión pública e íntegra de la fe, ¿cómo se puede considerar miembro del cuerpo visible de la Iglesia a quien falla en la profesión de la fe? Sin profesión pública de la fe integral no hay el vínculo visible que permita afirmar que se pertenece al cuerpo de la Iglesia, esto es claro como el agua. Y quien no es miembro del cuerpo visible de la Iglesia, ¿cómo puede ser su cabeza? O se profesa la fe públicamente o no se es miembro del cuerpo de la Iglesia.

Como dice Melchor Cano (citado por Da Silveira) «no se puede ni siquiera concebir que alguien sea cabeza y Papa, sin ser miembro y parte». (Op. Cit. p.173). Y ¿cómo se puede ser miembro y parte de la Iglesia visible sin la profesión pública e íntegra de la fe católica apostólica y romana?

La profesión de fe es un vínculo necesario para pertenecer al cuerpo de la Iglesia, San Roberto Belarmino, así también lo confirma al referirse al hereje en un texto que trae Da Silveira: « (…) el hereje manifiesto no es de modo alguno miembro de la Iglesia, es decir, ni espiritualmente ni corporalmente, lo que significa que no lo es ni por unión interna ni por unión externa. Porque inclusive los malos católicos están unidos y son miembros espiritualmente por la fe y corporalmente por la confesión de la fe (…)». (Op. Cit. p.173). Es evidente que la profesión (confesión) de la fe es necesaria para pertenecer corporalmente a la Iglesia, o sea para ser miembro del cuerpo de la Iglesia visible.

Luego un Papa que no profesa la fe católica íntegramente no puede ser miembro del cuerpo de la Iglesia y si no puede ser corporalmente miembro, mucho menos puede ser su cabeza. Esto es hasta de una evidencia física. El que no lo vea, es porque no lo quiere ver, y no hay peor ciego que el que no quiere ver. Pero al pan pan y al vino vino, le seguiremos diciendo nosotros.

La cuestión de la visibilidad de la Iglesia está directa e  íntimamente relacionada con la pertenencia a la Iglesia como miembro. Pertenencia visible o pertenencia al cuerpo de la Iglesia que se funda primera y principalmente en la profesión pública de la fe católica integralmente.

Luego es la misma visibilidad de la Iglesia la que no admite al Papa hereje, pues lo rechaza y repele como a un miembro muerto y putrefacto, lo mismo para el cismático y/o el apóstata.

Recordemos además que la visibilidad de la Iglesia se basa en aquello que es de constitución divina, es decir en el Papado, en la jerarquía, más que en las personas privadas que ocupan tales cargos públicos. La visibilidad de la Iglesia dada por su jerarquía divinamente instituida se refiere a los cargos (o investiduras) como es el Papado, el Episcopado etc… Es la persona pública, el cargo u oficio público divinamente instituido y no la persona privada que lo ocupa, ejerce, y desempeña. La visibilidad de la Iglesia no se pierde porque la Sede está Vacante lo cual sucede siempre que los Papas mueren. La misma Sede Vacante muestra la visibilidad de la Iglesia en cuanto al Papado hasta que sea ocupada la Santa Sede por un legítimo sucesor de San Pedro. Las instituciones divinas no se destruyen por la falencia de los hombres, por eso la Iglesia es divina a pesar de los hombres.

Por cuerpo de la Iglesia se entiende, (dice Hugon) la obligación de pertenecer a este organismo por el carácter bautismal y por los vínculos visibles de una triple unidad: de fe, de culto, de gobierno. (Hors de l’Eglise Point de Salut, p. XVIII).

El cuerpo visible de la Iglesia exige un triple vínculo,  tres vínculos que son visibles, y el primero de estos tres vínculos visibles es el de la profesión exterior de la fe católica. El vínculo de la fe, no es sólo la fe interior, no basta para ser un vínculo visible que exige por lo mismo la visibilidad de esa fe, la cual se manifiesta por su profesión exterior.

En este sentido afirma Hugon: «La unidad, causa de vida, signo de verdad, es visible y tangible, porque implica la profesión exterior de los mismos artículos por todo el mundo, y que requiere un magisterio público y auténtico al cual todos están obligados a someterse. Sin esta autoridad soberana e infalible, las controversias serían interminables como lo son en el protestantismo». (Ibídem, p. 246).

Precisamente este Magisterio infalible que dirime las controversias y define los Dogmas es el que actualmente es negado por los modernistas, sean en las apariencias progresistas o conservadores, como el Cardenal Ratzinger Prefecto de la Congregación para la Fe (que vela por la fe) sobre quien Mons. Lefebvre lo dijo poco antes de morir haciendo alusión a la revista Sí Sí, No No (Ed. Italiana del 15 de Enero 1991): «Os invito a leer el denso artículo de fondo de «Sí Sí No No» que ha aparecido hoy sobre el Cardenal Ratzinger. ¡Es aterrador! El autor del artículo no sé quién es, pues ponen siempre seudónimos, y no se sabe entonces quien es. Pero en fin, el artículo está muy bien documentado y concluye que el Cardenal es hereje. El Cardenal Ratzinger es hereje. No solamente, se enfrenta a los decretos y declaraciones dogmáticas según él ha afirmado. Se puede incluso discutir, si es infalible, si no es infalible: «Quanta Cura», «Pascendi Dominici Gregis», el Decreto «Lamentabili» etc.., se puede discutir. No es esto lo que es grave en el cardenal Ratzinger, sino que pone en duda la realidad misma del Magisterio de la Iglesia. Pone en duda que hay un Magisterio que sea permanente y definitivo en la Iglesia. Esto no es posible. Se acomete contra la raíz misma de la enseñanza de la Iglesia. Ya no hay una verdad permanente en la Iglesia, verdades de fe, Dogmas en consecuencia. No hay más Dogmas en la Iglesia ¡Esto es radical! Evidentemente es herético, está claro. Es horrible, pero es así». (Última conferencia espiritual de Mons. Lefebvre en Ecône, 8 y 9 de Febrero 1991).

Si esto dijo Mons. Lefebvre poco antes de morir en su última  conferencia espiritual a los seminaristas de Ecône, la herejía no se puede negar, existe en las personas más encumbradas en la Iglesia y en Roma mismo. El Cardenal Ratzinger es el brazo derecho de Juan Pablo II en las cuestiones teológicas y piensan igual, de eso no cabe duda, tal para cual, la conclusión se impone, pero de esto hablaremos más adelante. Queda asentado por  todo lo expuesto que sin la profesión de la fe no se puede pertenecer al cuerpo de la Iglesia visible. Un Papa que no profesa la fe ¿cómo va a transmitirla?, es imposible por esto Mons. Lefebvre dijo refiriéndose al Papa, en aquel entonces Pablo VI: «Y como sucesor de Pedro debe transmitir la fe de sus predecesores. En la medida que no nos transmita la fe de sus predecesores, ya no es el sucesor de Pedro. Entonces se volvería una persona que se separa de su cargo, que reniega de su cargo, que no se dedica a su cargo. No puedo hacer nada, no es mi culpa». (La Condamnation… p. 262). 

 

Respuesta a los Interrogantes más Relevantes -Parte 1 de 4

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Juan XXIII (Procida, 1370 – Florencia, 22 de diciembre de 1419), antipapa de la Iglesia Católica durante parte del así llamado Cisma de Occidente entre 1410 y 1415.

Una vez asentado el principio teológico y jurídico de la posibilidad del Papa hereje, cismático o apóstata, conviene dilucidar los interrogantes que surgen ante la pérdida del Pontificado, tales como la visibilidad de la Iglesia, la jurisdicción del Papa hereje, la comunión en la fe, entre las más relevantes.

 

                     a) Jurisdicción del Papa Hereje – Cismático o Apóstata

 Hay una incompatibilidad teológica radical entre la herejía y la jurisdicción, entre la condición de hereje y la posesión de la jurisdicción pues el hereje deja de ser miembro de la Iglesia. 

Como dice Da Silveira «esa incompatibilidad es tal que normalmente no se coadunan la condición de hereje y la detención de una jurisdicción eclesiástica. Sin embargo, ella no es absoluta, o sea, no es tal que, cayendo en herejía interna, o inclusive externa, el detentador de la jurisdicción eclesiástica esté destituido del cargo «ipso facto», en todos los casos e inmediatamente. (…) por eso, no llamamos esa incompatibilidad de «absoluta», sino que hablamos tan sólo de «incompatibilidad en la raíz». La herejía corta la raíz y el fundamento de la jurisdicción, es decir, la fe y la condición de miembro de la Iglesia. Pero no elimina «ipso facto» y necesariamente la propia jurisdicción. Así como un árbol puede conservar vida todavía por algún tiempo después que se le corta la raíz, así también, en casos frecuentes, la jurisdicción perdura inclusive después de la caída en herejía de quien la poseía. Sin embargo, la jurisdicción sólo es conservada en la persona del hereje a título precario, en estado de violencia y en la medida en que lo exija una razón precisa y evidente, dictada por el bien de la Iglesia o de las almas. (…) Ya cortada en su raíz, la jurisdicción del hereje tan sólo subsiste en la medida en que es sustentada por otro». (Op.Cit. p.177-178).

En el caso del Papa hereje, concluye Da Silveira, es sustentada por Jesucristo, pues la Iglesia en cuanto considerada por contraposición al Papa, no le es superior, y por lo tanto no podría sustentar su jurisdicción.

Nosotros podemos agregar que la jurisdicción puede ser sustentada sólo para los actos que así lo requieran, en vista del bien común de la Iglesia y la salvación de los fieles, por Nuestro Señor Jesucristo (cabeza invisible de la Iglesia) durante el tiempo que sea necesario aun después de que sea manifiesta su herejía y hasta tanto no se zanje la cuestión de parte de la Iglesia. Con lo cual, el Papa seguiría siendo Papa tan sólo putativamente pero no real y verdaderamente, a causa de su herejía, cisma o apostasía públicamente manifiesta para pocos entendidos (quoad sapientes) o para todos (quoad omnibus) los que guarden la fe católica; mientras que el gran público siga pensando o creyendo otra cosa dada su incapacidad de reflexión.

En el caso de un Papa hereje, cismático o apóstata no se  trata de averiguar su genealogía sino de verificar un hecho consumado, luego parece ingenuo y pueril cuestionar su caída, por no saber exactamente el momento preciso. No se puede rechazar algo por el simple hecho de que no sepamos el momento exacto de su gestación.

La cuestión del Papa putativo la sostuvo Monseñor de Castro Mayer entre otros. Que un Papa caiga en herejía y deje de ser tal, sea «ipso facto» (Torquemada), sea cuando su herejía sea declarada por la Iglesia (Suárez, Cayetano),sea cuando su herejía se torne manifiesta (San Roberto Belarmino, Melchor Cano, Billot) o con un matiz más explícito como añade Da Silveira cuando la herejía se torne manifiesta, notoria y públicamente divulgada, perdiendo ipso facto el Pontificado; poco importa el margen que le demos, en la práctica hay un principio que no se puede negar, el Papa hereje (tarde o temprano) deja de ser miembro de la Iglesia visible por causa de su herejía, cisma o apostasía.

Puede haber un margen como en todo lo humano, pero no se puede indefinidamente prolongarlo. Así como no se puede negar el movimiento como hacía Zenón, diciendo que ningún móvil puede llegar hasta la mitad de una distancia dada, porque antes tendrá que atravesar la mitad de esta mitad, después la mitad de ésta, y así al infinito. En el caso de la delimitación de las fronteras, puede haber un margen pero llega un momento en que las zonas limítrofes de los países están claramente separadas. Lo mismo pasaría con el Papa hereje al querer preguntarse sobre el momento exacto de su herejía y de la pérdida de su Pontificado. Porque no se puede precisar exactamente el inicio de la vida o el de la muerte no por eso a nadie se le ocurriría negar la vida del ser en gestación o la muerte del cadáver.

El Papa hereje sería Papa sólo en apariencia, putativamente ante la opinión pública manipulada por los medios de comunicación modernos, que digitan lo que se debe hacer y pensar, de este modo su herejía sería manifiesta notoria y públicamente, por el mismo hecho, sin que el público en general lo perciba así, a excepción de un pequeño grupo de fieles, un pequeño rebaño o quizás unos pocos de ese pequeño rebaño fiel (los más sapientes).

La jurisdicción del Papa hereje estaría mantenida por Cristo mismo cabeza invisible de la Iglesia, para los actos concretos en los cuales el bien común de la Iglesia y la salvación de las almas así lo requieren, y esta situación podrá durar lo que dure la tribulación según la permisión divina.  Billuart habla de una jurisdicción dada por Cristo al Papa hereje en razón del bien común de la Iglesia: «Communior sententiam tenet, quod pontificí etiam manifeste haeretico Christus ex speciali dispensatione, propter bonum commune et tranquilitatem Ecclesiae, continuet jurisdictionem donec ab Ecclesia declaratur manifeste haereticus.» Cursus Theologiae, t.V, Tractus de Fide Dissert.V. art. III).

El Papa hereje sería Papa tan sólo putativamente -según la apariencia-, ocupando la Sede de Pedro en Roma como un impostor, a semejanza del pseudo profeta, quien tiene cuernos de cordero (imagen del Cristo) pero  habla como el Dragón (imagen de Satanás), con apariencia de piedad pero es realmente un impío, tal como la bestia de la tierra al servicio de la bestia del mar descrita en el Apocalipsis 13, 11.

El Caso de los ortodoxos puede servirnos de luz para comprender la jurisdicción del hereje, cismático o apóstata. Los Ortodoxos tienen jurisdicción dada por la Iglesia pues ella suple, pero no porque tengan jurisdicción, por una permisión tácita de la Sede Apostólica, vamos a decir que no son cismáticos, ni herejes. Sobre la jurisdicción de los cismáticos se puede ver el D.T.C. Schisme, col. 1309 que dice: «Siempre se podrá explicar en su envergadura práctica, por error común, et titulus coloratus y la suplencia de la Iglesia. Pero si es permitido razonar por analogía con el caso de la confirmación conferida en las iglesias ortodoxas por los simples sacerdotes, caso que parece bien suponer una delegación tácita pero positiva no retirada, seremos llevados a pensar que, por un acuerdo o un permiso tácito de la Sede Apostólica, las iglesias cismáticas de Oriente conservan una real y verdadera jurisdicción de fuero interno y de fuero externo».

Como se ve la jurisdicción tiene muchas maneras de fundamentarla, pero no se va uno a tragar la herejía, el cisma o la apostasía porque se tenga una jurisdicción, como los Ortodoxos por ejemplo, ni aún en el caso del Papa hereje, pues lo que la Iglesia hace con los cismáticos orientales, lo puede hacer muy bien Nuestro Señor Jesucristo con la jurisdicción del Papa hereje, cismático o apóstata mientras las cosas no se restablezcan como es debido; lo que si sería una locura, es tragarse la herejía, el cisma o la apostasía del Papa que cayó en alguno de esos tres errores o en los tres todos juntos y continuar ingenuamente viendo en él la Cabeza visible de la Iglesia poniendo la teología y la fe en plena contradicción. Es una contradicción teológica que el hereje, el cismático o el apóstata sea Cabeza visible de la Iglesia.

Cuestión del Papa Apóstata

Alejandro V, nacido Pietro Philarghi, según los italianos Pietro de Candia (Creta, 1340 - Bolonia, 3 de mayo de 1410), fue un antipapa de la Iglesia católica de 1409 a 1410, durante el período del Cisma de Occidente.

Alejandro V, nacido Pietro Philarghi, según los italianos Pietro de Candia (Creta, 1340 – Bolonia, 3 de mayo de 1410), fue un antipapa de la Iglesia católica de 1409 a 1410, durante el período del Cisma de Occidente.

La apostasía y la herejía son dos formas distintas del pecado de infidelidad: la primera es la renuncia completa de la religión de Cristo, la segunda es una ruptura parcial con la doctrina cristiana. (Cf. D.T.C. Apostasie, col. 1603).

La herejía y la apostasía son pecados de la misma especie, la diferencia es de grado (Cf. Ibídem, col.1604). Además «la herejía formal equivale a una apostasía» (D.T.C. Hérésie, col. 2228).

La apostasía no sólo puede ser explícita y formal, como es el caso de una declaración categórica o por actos equivalentes a una declaración renunciando a la fe, como es el caso de  aquellos que se vuelven a otra religión o se proclaman incrédulos, libres pensadores o ateos, etc. La apostasía puede ser también implícita e interpretativa, tal como podemos ver en el D.T.C. Apostasie, col.1603, y es el caso que más nos interesa, pues los enemigos ocultos de la fe y de la Iglesia, como dijo San Pío X, se quedan dentro de la misma para mejor destruirla, siendo verdaderos herejes y apóstatas encubiertos.

«La apostasía, (dice Beugnet autor del artículo mencionado), es implícita e interpretativa, cuando un cristiano sin señalar formalmente que renuncia a su creencia, pretendiendo a sí mismo conservar su título de cristiano, se conduce de tal manera que se puede concluir con seguridad que se volvió ajeno a la fe».   

Este tipo de apostasía implícita es muy reveladora sobre todo con los modernistas y progresistas que desde adentro de la Iglesia la destruyen.

Esto se puede aplicar al mismo Papa quien en vez de defender la fe, la destruye paulatina y sistemáticamente valiéndose de la autoridad y del prestigio del Papado. Para darse cuenta de ello basta hacer una lista de los hechos más relevantes para verificar lo que podríamos denominar itinerario de una apostasía, como más adelante veremos.

Queda manifiesto que la posibilidad de un Papa hereje, cismático o apóstata es teológicamente fundada y no repugna a la  fe. «No se encuentran, (dice Da Silveira) en la Escritura y en la Tradición razones que demuestren la imposibilidad de que un Papa caiga en herejía. Por el contrario, numerosos testimonios de la Tradición hablan en favor de la posibilidad de tal caída. Siendo así, debemos considerar como teológicamente posible que un Papa caiga en herejía, y estudiar las consecuencias que semejante hecho traería para la vida de la Iglesia». (Op. Cit. p.177).

La posibilidad de un Papa hereje es jurídicamente sólida, pues el principio canónico que admite ser destituido un Papa herético queda en pie. (Cf. Umberto Betti, La Constituzione Dommatica Pastor Aeternus, Ed. Pontificio Ateneo Antonianum, Roma 1961, p.232).

Además es oportuno recordar que quien es pertinaz en el cisma, prácticamente no se distingue del hereje y que el cismático, según el Derecho Canónico y el Derecho Natural, es sospechoso de herejía tal como advierte Da Silveira p.188.

Cuestión del Papa Cismático

Benedicto XIII (en latín: Benedictus XIII), de nombre secular de Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor1 (Illueca, 1328-Peñíscola, 1423), más conocido con el apelativo de «Papa Luna», fue papa en la obediencia de Aviñón y cardenal desde diciembre de 1375. Actualmente es considerado antipapa. La tenaz lucha que mantuvo el Papa Luna contra sus enemigos sirvió para que surgiera la frase popular de "mantenerse en sus trece" en referencia a la negativa de Benedicto XIII de renunciar a su posición de papa.

Benedicto XIII, de nombre secular Pedro Martínez de Luna y Pérez de Gotor1 (Illueca, 1328-Peñíscola, 1423), más conocido con el apelativo de «Papa Luna», fue papa en la obediencia de Aviñón y cardenal desde diciembre de 1375. Actualmente es considerado antipapa.

Teológicamente el Papa puede perder el Pontificado no sólo por herejía sino también por cisma y la apostasía. La apostasía es una cuestión de grado con respecto a la herejía («la apostasía y la herejía son pecados de la misma especie, entre los cuales toda la diferencia es la del más o del menos, la negación es total en la apostasía y parcial en la herejía». (D.T.C. Apostasie, col.1604), mientras que el cisma es una escisión  (separación). 

La regla que se aplica a los Papas heréticos se aplica igualmente a los cismáticos y así tenemos la segunda excepción (Cf. D.T.C. Déposition. et Dégradation des Clercs, col. 520), que ya anunciáramos.

La cuestión del Papa cismático la admiten unánimemente los teólogos salvo Pighi, siguiendo la traza del Decreto de Graciano. (Cf. D.T.C. Schisme, col.1306).

El Cardenal y famoso tomista Cayetano se basa en la distinción entre la función del Papado y la persona del Papa. El Cardenal Juan de Torquemada (tío del gran inquisidor), Vitoria, Suárez admiten la caída del Papa en el cisma. (Cf. D.T.C. Schisme, col.1306). «Los casos concretamente tratados por estos teólogos son aquellos en los cuales el Papa rechazara su comunión con la Iglesia, o cesara de conducirse como su jefe espiritual, obrando como un puro señor temporal, o si rechazara obedecer a la ley y constitución dadas por Cristo a la Iglesia y de observar las Tradiciones establecidas desde los Apóstoles en la Iglesia Universal, o también agrega Torquemada, visiblemente preocupado de los recuerdos del Gran Cisma, si en un conflicto por la Tiara o la legitimidad del verdadero Papa parecería dudosa a las personas serias, rechazase de hacer lo necesario para restablecer la unidad.» (D.T.C. Schisme, col.1306). Da Silveira quien cita también a Torquemada sobre el mismo tema se expresa así: «Para demostrar que “el Papa puede ilícitamente separarse de la unidad de la Iglesia y de la obediencia a la cabeza de la Iglesia, y por lo tanto caer en cisma”, el Cardenal Torquemada usa de tres argumentos:

1- (…) por la desobediencia, el Papa puede separarse de Cristo, que es la cabeza principal de la Iglesia y en relación a quien la unidad de la Iglesia primeramente se constituye. Puede hacer eso desobedeciendo a la ley de Cristo u ordenando lo que es contrario al derecho natural o divino. De ese modo, se separaría del cuerpo de la Iglesia, en cuanto está sujeto a Cristo por la obediencia. Así, el Papa podría sin duda caer en cisma.

 

  • El Papa puede separarse sin ninguna causa razonable, sino por pura voluntad propia, del cuerpo de la Iglesia y del colegio de los Sacerdotes. Hará eso si no observare aquello que la Iglesia Universal observa con base en la Tradición de los Apóstoles, según el c. ‘Ecclesiasticarum’, d.11, o si no observare aquello que fue ordenado universalmente, por los Concilios Universales o por la autoridad de la Sede Apostólica, sobre todo en cuanto al culto divino. Por ejemplo, no queriendo personalmente observar lo que se relaciona con las costumbres universales de la Iglesia o con el rito universal del culto eclesiástico. (…) apartándose de tal modo, y con pertinacia, de la observancia universal de la Iglesia, el Papa podría incidir en cisma. La consecuencia es buena; y el antecedente no es dudoso, porque el Papa, así como podría caer en herejía podría desobedecer y con pertinacia dejar de observar aquello que fue establecido para orden común en la Iglesia. Por eso, Inocencio dice (c. ‘De Consue.’) que en todo se debe obedecer al Papa en cuanto éste no se vuelva contra el orden universal de la Iglesia, pues en tal caso el Papa no debe ser seguido, a menos que haya para eso causa razonable.

 

  • Supongamos que más de una persona se considere Papa, y que una de ellas sea verdadero Papa, aunque tenido por algunos como probablemente dudoso. Y supongamos que ese Papa verdadero se comporte con tanta negligencia y obstinación en la búsqueda de la unión de la Iglesia, que no quiera hacer cuanto pueda para el establecimiento de la unidad. En esa hipótesis, el Papa sería tenido como fomentador del cisma, conforme muchos argumentaban, aún en nuestros días, a propósito de Benedicto XIII y de Gregorio XII». (Op. Cit. p.186-187).

El bien común de la Iglesia es capital en la cuestión del cisma tratada por el Cardenal Torquemada, luego un Papa que atenta contra el bien común de la Iglesia (el orden común, orden universal de la Iglesia) caería en el cisma, al igual que si va contra el culto divino o la Tradición Apostólica. Diciendo esto no podemos dejar de pensar en la reforma litúrgica en general y del Novus Ordo en particular como tampoco en todas las cosas que desde Roma se hacen en contra del bien común de la Iglesia y el de la salvación de las almas, pensando que hay un verdadero cisma litúrgico iniciado con la reforma litúrgica que está destruyendo la fe y la Iglesia.

El Cardenal Cayetano y Suárez dicen que el Papa puede caer en cisma si no quiere tener con todo el cuerpo de la Iglesia la unión y conjunción que debe, o si pretendiere excomulgar a toda la Iglesia, o si quiere subvertir todas las ceremonias eclesiásticas consolidadas por la Tradición Apostólica: «si nollet tenere cum toto Ecclesiae corpore unionem et conjunctionem quam debet, ut si tenderet totam Ecclesiam excommunicare, aut si vellet omnes ecclesiasticas caeremonias apostolica traditione firmatas evertere». (D.T.C. Schisme, col.1303). «Los cismáticos están fuera de la Iglesia, afirma unánimemente la Tradición». (D.T.C. Schisme, col.1306).

Da Silveira trae un texto (Op.Cit. p.185) del Cardenal Journet quien resume el pensamiento de los teólogos más acreditados sobre la posibilidad del Papa cismático: «Los antiguos teólogos (Torquemada, Cayetano, Bañez), que pensaban, de acuerdo con el “Decreto” de Graciano (parte I, dist. XV, c.VI), que el Papa, infalible como Doctor de la Iglesia, podía sin embargo personalmente pecar contra la fe y caer en herejía (ver “L’Eglise du Verbe Incarné” t.I, p.596), con mayor razón admitían que el Papa podía pecar contra la caridad, inclusive en cuanto ésta realiza la unidad de la comunión eclesiástica, y así caer en el cisma. La unidad de la Iglesia, según ellos decían, subsiste cuando el Papa muere. Por lo tanto, ella podría subsistir también cuando un Papa incidiese en cisma (Cayetano, II-II, q. 39, a.1, nº VI)».

Queda claro que teológicamente el Papa puede caer en el cisma. La reforma litúrgica que subvierte toda la liturgia de la Iglesia cuyo origen apostólico es indudable deja que pensar al respecto una vez leído el pasaje anteriormente citado, pero de esto hablaremos más adelante. 

Posibilidad Teológica de la Sede Vacante

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Muchos piensan  que por el hecho de admitir la Sede Vacante se cae en cisma o herejía y por eso defienden a todo precio una actitud anti-sedevacantista a priori.

Teológicamente la posibilidad teórica de la Sede Vacante (por herejía del Papa) no se puede negar, como si  fuese algo contra la fe. No es una herejía el admitir que de hecho tenga o pueda tener lugar la Sede Vacante. Basta ver el libro de Da Silveira «Implicaciones Teológicas y Morales del Nuevo Ordo Missae» en donde trata el tema de la hipótesis teológica de un Papa hereje y/o cismático.

Muchos hacen una cuestión de fe, de que el Papa sea realmente Papa excluyendo a priori la posibilidad de la Sede Vacante como teológicamente imposible. Sin embargo el caso de más de 40 antipapas, muestra lo contrario a lo largo de la historia de la Iglesia; así como la misma duda admitida (al menos en su posibilidad) por Mons. Lefebvre. En efecto, el que tal Papa sea verdadero Papa, no es de fe, lo que es de fe es que todo sucesor legítimo de San Pedro en la Sede Romana es Papa. Un ejemplo marcará la diferencia claramente: así como no es de fe que en tal hostia (supuestamente consagrada) esté realmente presente Nuestro Señor Jesucristo, sino que todo sacerdote con la intención de consagrar sobre la debida materia y pronunciando la fórmula consagra el Cuerpo y la Sangre de Cristo, como bien explica Santo Tomás cuando se pregunta si la fe puede equivocarse, y da el ejemplo del sacerdote que se equivoca o que no quiere consagrar y el fiel piensa que está adorando a Cristo en la hostia supuestamente consagrada: «Fides credentis no refertur ad has species panis vel illas; sed ad hoc quod verum corpus Christi sit sub speciebus panis sensibilis quando recte fuerit consecratum. Unde si non sit recte consacratum, fidei non suberit propter hoc falsum». (S.Th. II-II, q.1, a.3, ad 4).

Lo mismo pasa con el Papa, pues no es de fe saber si tal o cual Papa es verdadero Papa, sino que todo legítimo sucesor de Pedro es Papa. Esto explica cómo durante el cisma de Occidente hubo Santos que tenían por Papa al uno, y otros al otro. Lo que sí es de fe es reconocer el Primado de Pedro y de sus sucesores. El que no reconozca la institución del Papado es un cismático y un hereje, esto queda claro. Es el caso de los Ortodoxos, por ejemplo, que son cismáticos y herejes por no reconocer el Papado, el Primado de San Pedro y de sus sucesores, ni el de su infalibilidad.

La Religión y la fe no son papistas (o papólatras), son católicas; una cosa es creer y defender con fe y como católico el Primado de Pedro, el Papado y otra muy distinta es el papismo que exagera la infalibilidad del Papa de tal modo que se cae en una especie de infalibilismo. La infalibilidad le pertenece al Papa en cuanto Sumo Pontífice, persona pública, Jefe de la Iglesia, lo cual está en relación directa con la Iglesia Universal. Por esto, no es simplemente infalible por fuerza del papado, sino solo cuando lo ejerce ex-cathedra. (Cf. Betti, p.373).

Teológicamente es posible la Sede Vacante, y no constituye algo contra la fe el afirmarlo, el creerlo o el pensarlo. La tradición de la Iglesia lo demuestra, el Derecho Canónico igualmente, los teólogos de la Edad Media así lo admitían. Luego que no salgan hoy con actitudes intransigentes y duras contra todo el que sea favorable o piense que la Santa Sede puede estar Vacante. Es, o ignorancia o un abuso de autoridad el negar en nombre de la Iglesia la posibilidad teológica de la Sede Vacante. La consideración teológica de la Sede Vacante entra dentro del sentir y del pensar de la Iglesia. Cuando Mons. Lefebvre en repetidas ocasiones decía que la Hermandad San Pío X tiene la espiritualidad (el sentir y el pensar) de la Iglesia, no nos vengan hoy a decir y mucho menos a considerar como traidores a la Iglesia o a la Hermandad San Pío X y a su fundador Mons. Lefebvre, por el simple hecho de creer o pensar que la Sede está o puede estar Vacante. Si la Iglesia lo admite aunque los teólogos hoy difieran, no hay derecho para que se estigmatice a nadie por creer que la Sede está Vacante, aunque se equivoque.

Xavier Da Silveira en su libro ya citado deja asentada la hipótesis teológica de la Sede Vacante, sea por herejía o cisma.

A tal punto es cierta la hipótesis teológica de la Sede Vacante, que los teólogos como San Roberto Belarmino, Suárez y Billot aun teniendo como más probable que el Papa no pueda caer en herejía, sin embargo no la consideraban cierta y por eso analizan la eventualidad de que un Papa se torne hereje y toman posición en cuanto al problema de la pérdida del Pontificado. Otros teólogos como Torquemada, Cayetano, Báñez, Melchor Cano, piensan que el Papa puede caer en herejía y toman directamente  posición al respecto. Se tienen así diversas opiniones teológicas respecto al momento en el cual pierde el Pontificado, pero todos admiten que el Papa puede perder por cisma o herejía el Pontificado. Se ve así que la posibilidad de la Sede Vacante es una sentencia cierta teológicamente, como afirma Da Silveira.

Todos los canonistas del Siglo XII y XIII admitían sin dificultad que un Papa podía caer en herejía como en cualquier otra falta grave, se preocupaban únicamente de buscar por qué y en qué condiciones podía ser juzgado por la Iglesia (Cf. D.T.C. Infaillibilité du Pape, col.1715). La posibilidad del Papa hereje era tan comúnmente aceptada, que el mismo Cristóbal Colón en su primer testamento llegó a decir: «a los pies del Santo Padre, salvo si fuese herético (lo que Dios no quiera)». (Boletín Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía y Letras y Ciencias, Madrid 1992, nº36, p.11).

Hay sólo un teólogo flamenco, Alberto Pighi, (1490-1542) que  niega que un Papa pueda caer en herejía. Pighi es el único en negar la posibilidad de que un Papa caiga en herejía, pues dada la promesa de Jesucristo (Mt. 16,18) sería imposible que el Papa fuese herético, si el Fundamento de la Iglesia falla o deja de estar unido a Jesucristo, sería verdad que las fuerzas del infierno han prevalecido contra la Iglesia. El famoso teólogo español Melchor Cano combatió enérgicamente la afirmación de Pighi, concluyendo que no se puede negar que el Soberano Pontífice pueda ser hereje, puesto que hay un ejemplo o quizás dos. Melchor Cano fue seguido por Domingo Soto y por Báñez (Cf. D.T.C. Infaillibilité du Pape, Col. 1715/16). Dublanchy, autor de este artículo, dice que si bien no se puede demostrar, de acuerdo con el dogma de la infalibilidad, que el Papa como persona privada tenga el privilegio de no caer en la herejía, tampoco se puede probar que sea inadmisible. De todos modos ninguna de las pruebas invocadas en favor de la infalibilidad pontifical nos demuestran el privilegio en cuestión. Los dos textos escriturarios Mat. 16,18 y Luc. 22,22, según los argumentos esgrimidos y conforme a la interpretación constante de los teólogos, prueban únicamente, la infalibilidad del Papa enseñando como Pastor y Doctor de la Iglesia Universal. Esto es lo que prueba el testimonio de la Tradición católica. (Cf. D.T.C. Infaillibilité du Pape, col. 1716/17). Queda claro que teológicamente no se puede inferir, ni demostrar que el Papa tenga la prerrogativa de no caer en la herejía, en base a los textos sagrados, ni en la promesa de Nuestro Señor Jesucristo contenida en ellos, únicamente prueban la infalibilidad del Papa cuando habla ex-cathedra y nada más, según la teología de la Iglesia.

Palmieri en su Tratado del Romano Pontífice, explica también  en el mismo sentido el pasaje de las Sagradas Escrituras sobre el cual algunos pretenden basar la supuesta indefectibilidad del Papa en la fe.

Según Palmieri el Romano Pontífice como persona privada, esto es cuando no ejerce su cargo de Doctor de la Iglesia, puede errar en la fe. Cita al Papa Inocencio III (1198-1216) quien dijo: «In tamtum fides mihi necessaria est, et cum de ceteris peccatis solum Deum iudicem habeam, propter solum peccatum quod  in fide committerem possem ab Ecclesia iudicari», (en cuanto que la fe me es necesaria, y si bien  por los demás pecados sólo tengo por juez a Dios, sólo por el pecado cometido contra la fe, puede la Iglesia juzgarme). 

El Papa Adriano II (867-872) leyó la frase de San Bonifacio (que está en los decretales de Graciano): «Culpas (Rom.Pontificis) istie redarguere praesumit mortalium nullus, quia cunctos ipse iudicaturus a nemine est iudicandus, nisi forte deprehendatur a fide devius» (Tractus De Romano Pontifice, Palmieri, p. 631),  (las culpas del Papa ningún mortal presuma echárselas en cara -o sea impugnárselas-, porque todos juntos son por él juzgados y de nadie es juzgado, salvo que se le sorprenda desviado de la fe).

El D.T.C. trae también estos pasajes en los artículos Infaillibilité du Pape, col.1714 y en Déposition et Dégradation des Clercs col.519, y al mencionar el principio que admite que un Papa pueda únicamente ser juzgado al desviarse de la fe, dice que: «este principio está fuera de toda duda». (Ibídem, col.520).

Si analizamos con Palmieri el pasaje escriturístico que más sirve de apoyo para no admitir que el Papa pueda claudicar en la fe: «Yo he rogado por ti, a fin de que tu fe no desfallezca. Y tú, una vez convertido confirma a tus hermanos». (Luc. 22,32),  veremos que la fe que confirma y la fe infalible, es la misma  fe, pues la fe que confirma es capaz de confirmar porque es infalible, hay sólo una distinción de razón entre la fe que confirma y la fe infalible, puesto que si la fe que confirma no  fuera infalible no podría confirmar en la fe a sus hermanos. La fe que confirma es tal porque es infalible. Da Silveira que cita a Palmieri para desentrañar el sentido del texto de San Lucas 22,32, dice así: «en cuanto al sentido exacto de San Lucas, numerosos teólogos constatan que para el cumplimiento de la promesa de Nuestro Señor basta que no existan errores en los documentos infalibles. Así, concluyen que no hay razón suficiente para juzgar que la confirmación de los hermanos postule también la indefectibilidad de la fe del Papa como persona privada. He aquí como Palmieri, por ejemplo expone este argumento: (…) no es necesario que la fe indefectible sea en realidad distinta de la confirmación de los hermanos, pero basta que se distinga por la razón. Pues si la predicación de la fe auténtica y solemne es infalible, puede confirmar a los hermanos; por eso, una única es la fe infalible y la fe que confirma; siendo infalible, goza ella también del poder de confirmar. La indefectibilidad del Pontífice en la fe fue pedida para que él confirmase a sus hermanos; luego, de las palabras de Cristo sólo se puede inferir como necesaria aquella indefectibilidad que es necesaria y suficiente para la consecución de ese fin; y tal es la indefectibilidad de la predicación auténtica». (Da Silveira… p.147).

Santo Tomás haciendo alusión al texto de San Lucas 22,32 dice que dicho pasaje se refiere a la fe de la Iglesia Universal, la cual no puede fallar: « (…) nisi pertinaciter eorum errorius in particulari adhaereant contra universalis Ecclesiae fidem, quae non potest deficere, Domine dicente, Luc.22, 32: Ego pro te rogavi, Petre, ut non deficiat fides tua». (S.Th. II- II, q.2, a.6. ad 3). De donde se colige que para Santo Tomás la promesa hecha a San Pedro no es la de su fe particular o personal (persona privada) sino la fe de la Iglesia Universal, de su cargo público como fundamento de la Iglesia, como persona pública en su oficio de Pastor y Doctor de la Iglesia.

De esto no debe caber la menor duda teológica, Santo Tomás en otro texto dice refiriéndose al poder del Papa para redactar un nuevo símbolo de la fe y evitar los errores que aparezcan contra la fe: «Unde et Dominus, Luc. 22,32, Petro dixit, quem Summum Pontificem constituit: Ego pro te rogavi, Petre, ut non deficiat fides tua: et aliquando conversus confirma fratres tuos. Et huius ratio est quia una fides debet esse totius Ecclesiae: Secundum illud  I ad Cor. 1,10: Idipsum dicatis omnes, et non sint in vobis schismata.

Quod servari non posset nisi quaestio fidei de fide exorta determinaretur per eum qui toti Eclesiae praeest ut sic eius sententia a tota Ecclesia firmiter teneatur». (S.Th. II-II, q.1 a.10).  

Queda claro que según Santo Tomás las palabras «confirmar en la fe» de Luc. 22,23, significan que al Papa (S. Pedro) le corresponde determinar lo que es de fe y esto no puede acontecer sin la infalibilidad.  Por esto se requiere estar sujeto al Papa bajo pena de condenación.  Así Santo Tomás explica: «Ostenditur etiam quod ad dictum Pontificem pertineat quae Fidei sunt, determinare. (…) Item etiam hoc patet ex autoritate Domini dicentis [Luc 22,23]: Tu aliquando conversus confirma fratres tuos. Ostenditur etiam quod subesse Romano Pontifici sit de necessitate salutis» (Opusc. Theol. vol 1, ed Marietti, Taurini 1954, nº 1123-1124-1125, p. 343-344, Contra Errores Graecorum, c.36). 

Se ve como la fe (de Pedro) que confirma y la fe infalible que define es la misma fe de la Iglesia, de la Iglesia Universal, que no puede fallar y por esto es infalible.  Esto lo podemos aún evidenciar más con el texto siguiente:

«Santo Tomás afirma expresamente que la Fe de la Iglesia Universal no puede desfallecer conformemente a la palabra de Jesucristo, ego pro te rogavi, Petre, ut non deficiat fides tua Luc. 22,32. Sum. Theol. II-II, q.2, a.6, ad3». (D.T.C. Église, col. 2182).

Fue por la confesión de fe que San Pedro obtuvo el primado (el papado) como se puede apreciar en dos textos de Santo Tomás comentando las palabras: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Vivo». El primero de los textos: «“Tu es petrus, et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam”.  Hoc enim, per fidei veram cofessionem habuit. Equidem, demonstravit multos esse venturos ad eamdem fidem veram, quam confessus est Petrus; el ideo sensum eius elevavit vel suscita vit, et pastorem ipsum fecit». (Opus Theol. vol. 1 Appendix, Ed. Marietti 1975 p. 400). Luego vemos que el Papa se mantiene en su cargo u oficio de Vicario de Cristo por la confesión de la fe.  Un Papa que no confiesa la fe es un absurdo, no puede ser Papa.

El otro texto al que hicimos referencia dice: «Et ideo propter ista duo; scilicet (Math. 16, 16): “Tu es Christus” et “Filius Dei vivi” duo eidem Petro, quae sunt solius Dei, promittit: primum, solvere peccata, quod solius Dei est; secundum, super confessionem fidei eius, id est super ipsum Christum, (aedificare) insubmergibilem Ecclesiam a fluctibus maris tempestuosi mundi». (Opus Theol. vol. 1, Appendix, Ed. Marietti 1975, p. 401).

Con lo cual queda de manifiesto la necesidad de la confesión de fe de San Pedro sobre la cual se le hicieron las promesas.

Precisiones sobre la Infalibilidad del Papa

Infalibilidad del Papa

El Papa no es infalible para cualquier cosa o para lo que le venga en gana, es infalible para cumplir su deber de Pastor Supremo de la Iglesia Universal apacentando las almas con la verdad de la fe sobrenatural. Su infalibilidad no es absoluta como la de Dios, en razón de su cargo (de su oficio), por eso es una infalibilidad ex-cathedra (desde la cátedra o sede de Pedro), que tiene sus condiciones y sus límites bien precisos.

Fuera de Dios toda otra infalibilidad es por definición participada y en consecuencia limitada.

La infalibilidad del Papa es una infalibilidad triplemente limitada: primero en razón del sujeto, porque es infalible sólo cuando habla como doctor universal y juez supremo de la Iglesia (por eso se habla de ex-cathedra); segundo en razón del objeto, porque es infalible sólo en las cosas de fe y moral; y tercero en razón al modo de enseñanza del Papa que es el de dar valor de definición a la doctrina propuesta. (Cf. D.T.C. Infaillibilité du Pape, col.1696 y La Constituzione Dommatica Pastor Aeternus del Vaticano I. Umberto Betti O.F.M. Antonianum, Roma 1961 p.628).

No hay tampoco que confundir infalibilidad con impecabilidad. «Pues la infalibilidad no se refiere directamente a la persona, sino al ejercicio del oficio de Maestro Supremo el cual es ejercido por la persona del Papa, si en cambio, la infalibilidad fuese inherente a la persona en cuanto tal, entonces el Papa sería infalible también como persona privada, porque la persona no se puede dividir, y por la misma razón sería infalible siempre y en todo; en cambio el Papa goza de +este divino privilegio solamente en el cumplimiento del oficio de supremo doctor de toda la Iglesia; la infalibilidad, en efecto no es inherente a la persona sino al oficio, y en consecuencia a la persona pública del jefe de la Iglesia». (Betti, p.235).

La infalibilidad compete al cargo u oficio y en ese sentido es personal, no en cuanto a la persona privada, sino en cuanto a la persona pública. La infalibilidad pontifical en lo referente al dogma definido por la Iglesia no puede ser llamada personal (infalibilidad personal) como atribuida al Papa considerado como persona privada, pues no es la persona privada del Papa la que es infalible, sino su persona pública (la persona ejerciendo su cargo público de Papa). (Cf. D.T.C. Infaillibilité du Pape, col. 1696).

La distinción entre persona privada y persona pública ha sido aprobada por muchos teólogos para contrarrestar la distinción galicana y por tanto herética entre Sede Roma y sedente (el Papa, la persona del Papa que lo ocupa). (Cf. Ibídem).

En consecuencia no se debe confundir infalibilidad con impecabilidad.  Que el Papa sea infalible cuando habla ex-cathedra no significa que sea impecable, es decir que no pueda pecar contra la fe, que sea inmune de error en materia de fe como persona privada, como hombre, pues el Papa como persona privada está sujeto a las debilidades y flaquezas comunes a todos los hombres y por eso aunque repugne al pío sentir de los fieles, no es una exigencia de la fe excluir que como persona privada el Papa pueda caer en herejía, pues de lo contrario sería impecable en este género de culpa. (Cf. Betti, p.630).

Lo único que exige la fe es que el Papa es infalible cuando habla ex-cathedra. Fuera de esto hay o puede haber opiniones teológicas sin que nadie pretenda darles un valor dogmático o de fe que no tienen.

Fuera del caso concreto y preciso de que un Papa hable ex-cathedra se puede sostener teológicamente que puede equivocarse en cuestiones de fe e incluso caer en la misma herejía.

Meditación: Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios

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12 noviembre, 2015

Punto I. Considera la importancia de la virtud, pues sin ella no se puede ver a Dios; en tanto grado que aunque uno tenga las demás, si le falta la recta intención en la pobreza, mansedumbre, celo de las almas y misericordia con los pobres, y en la paciencia, en las adversidades, y mancha su alma con afectos de vanidad, no alcanzará la bienaventuranza, como lo testifica San Pablo diciendo:  Y si repartiese todos mis bienes para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser quemado, y no tengo amor, de nada me sirve; de lo cual has de sacar un grande aprecio de la gracia divina y de la limpieza del corazón, para diligenciarla y conservarla con todas las fuerzas de tu alma, y pedirle a Dios continuamente sobre todas las virtudes. Piensa en este punto cuántas obras has perdido por falta de ella, y llora tus pérdidas y estudia en recuperarlas en la vida venidera.

Punto ll. Considera lo que dice san Agustín y san Bernardo, que no son bienaventurados los limpios de cuerpo, sino del alma, ni los puros de sangre, por acendrada que sea, sino los de la conciencia. Considera el engaño del mundo, que pone todo su cuidado en la limpieza y hermosura del cuerpo, y en la pureza de la sangre y estimación del linaje, que tan poco vale a los ojos de Dios, y al mismo paso se descuida de la limpieza del alma y del corazón, con que ha de ver a Dios: abre los ojos de la consideración y mira que presto pasara esta farsa, y aparecerá la verdad y se desvanecerá la mentira, y que poco aprovecharán la hermosura, la nobleza y linaje humano, y de todo lo que el mundo adora, y solo se hará caso de la limpieza del corazón, y la gracia y amistad de Dios que se adquiere con ella; y pon todo tu cuidado en adquirir esta y despreciar aquella.

Punto III. Considera lo que dice san Gerónimo sobre estas palabras, que como Dios es tan limpio y puro, no se deja ver ni se comunica sino a los muy puros y limpios de corazón; porque si cada uno ama su semejanza, mucho más la ama Dios, por lo cual, dijo Salomón: el que afecta la limpieza del corazón, tendrá al rey por amigo; porque Dios se le inclinará y le hará merced; y al contrario, aborrecerá al que está manchado con la inmundicia del pecado; y saca de esta verdad aborrecer la inmundicia y amar la limpieza del alma con todo el afecto de tu corazón, para que merezcas ver a Dios.

Punto IV. Considera la grandeza de este premio y la dicha de los que le alcanzan y la desdicha de los que le pierden; porque en cuanto a la grandeza no puede ser mayor, que es la visión de Dios, en que se cifra toda nuestra felicidad, y por ella poseemos al mismo Dios y con él todo cuanto podemos desear; y por el consiguiente no puede alcanzar una criatura mayor dicha que esta, ni puede tener mayor desdicha que perderla y estar condenado a eternas penas. ¡Oh premio sobre todo premio, y dicha sobre toda dicha, felicidad verdadera, que abrazas y encierras todas las felicidades que se pueden desear! Dadme, Señor mío, vuestra gracia para que lave mi corazón con lágrimas, y le purifique de la escoria de toda mancha de pecado con el fuego de la contrición, y que estén siempre limpios mi alma y mi corazón para merecer veros a vos: está sola cosa os pido con David, y esto os pediré y os suplicaré, no más que more yo en vuestra casa y posesión todos los días de mi vida, sin apartarme de vos por siempre jamás. Amen.

Padre Alonso de Andrade, S.J

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com

¿Rezamos todos los creyentes al mismo Dios?

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11 noviembre, 2015

Profundizando en la fe (Capítulo 2): Dios y sus perfecciones (I)

¿Rezamos todos los creyentes al mismo Dios?

En el capítulo precedente decíamos que el hombre puede llegar a conocer la existencia de Dios y algunas de sus propiedades mediante el mero uso de su razón. A lo largo de la historia el hombre usó diferentes modos y vías para poder llegar hasta Él; ahora bien, el grado y perfección del conocimiento que llegaron a tener de su Creador no era el mismo en todas las culturas. Es por ello que Dios, movido por su benevolencia hacia el hombre, se reveló a Sí mismo para que de ese modo pudiéramos llegar a conocerle y amarle mejor (DS 3004).

Si clasificáramos a los hombres según su relación con Dios, y simplificando mucho, los dividiríamos en los siguientes grupos:

  • Hay hombres que rechazan que Dios exista; estos son los ateos. Aunque hoy día aquellos que se confiesan como ateos son más los ateos prácticos que los teóricos; es decir aquellos que eliminan a Dios de sus vidas porque no quieren que forme parte de las mismas. Cuestión aparte sería el caso del budismo. El budismo no es propiamente una religión sino una filosofía y una ética. Para el budista no tiene sentido preguntarse por la existencia de Dios.
  • Hay hombres, especialmente en culturas más antiguas y menos desarrolladas desde el punto de vista filosófico y religioso, que descubren la existencia de seres supremos a quienes llaman “dioses”; atribuyéndoles a cada uno propiedades o facultades diferentes según el área humana sobre la que van a intervenir. Eso ocurrió principalmente en las culturas griegas y romanas; aunque también lo vemos en culturas egipcia, hebrea pre-abramítica, mesopotámicas, japonesa (sintoísmo)…
  • Hay otros, que valiéndose de las diferentes religiones y culturas llegan a conocer la existencia de un solo Ser supremo; pero cuando uno empieza a indagar un poco en sus creencias descubre que ese Ser supremo no es igual en todas las religiones que se declaran monoteístas. A saber: islam, judaísmo y cristianismo.

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Meditación: bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia

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11 noviembre, 2015

Meditación para el miércoles veinticuatro después de Pentecostés

Punto I. Considera que conforme a la ley y preceptos divinos estamos obligados a amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos y por el consiguiente como dice san Remigio, citado de santo Tomás, a tener sus miserias por nuestras, y apiadarnos de él como de nosotros mismos. Pues mira si tú cumples esta ley o si vas por el camino contrario, siendo muy piadoso para contigo y muy impío para con tu prójimo; y vuelve la hoja y ten misericordia de tus hermanos, como quieres que la tengan de ti: mídelos con tu propia medida, y pídele a Dios gracia para cumplir este consejo y ser alistado en el catálogo de esta bienaventuranza.

Punto II. Considera la misericordia que Dios tiene de ti, y cuántos pecados te perdona, y cómo se apiada de tus cuitas y socorre tus necesidades: acuérdate que dijo Cristo: sed misericordiosos como vuestro Padre lo es; y estudia en imitar esta misericordia con tus prójimos, como Dios la usa contigo, y pídele su favor para imitar su ejemplo y ser misericordioso como él lo es.

Punto III. Considera cuánta necesidad tienes de que Dios use de misericordia contigo, y qué será de ti si no la usa, sino antes se vale de todo rigor, y considera el premio, que promete a los misericordiosos: conviene a saber, que tendrá de ellos misericordia, no solo en esta vida sino también en la otra: en testimonio de lo cual el día del juicio no hace mención de otra virtud sino de esta, diciendo a sus escogidos: Venidbenditos de mi Padre, heredad el Reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo, porque tuve hambre y me disteis de comer, etc. Y a los malos lanzará en el infierno porque no usaron de está misericordia con sus prójimos. Pues si quieres que tenga ahora y entonces misericordia de ti tenla tú de tus prójimos, porque el que la tiene, como dice David dispone sus cosas para el día del juicio y el que no, traza su condenación.

Punto IV. Ten también misericordia de tu alma siguiendo el consejo del Eclesiástico, que dice: apiádate de tu alma agradando a Dios. Mira las miserias que padece, las necesidades en que se halla, el desamparo en que la tienes, y conoce que ninguno es más prójimo tuyo que tú mismo a ti, y ten misericordia de ti: considera con atención las voces que te da y el remordimiento de tu conciencia y óyela, socórrela, ayúdala y consuélala: sácala de los vicios y pecados con la ayuda de Dios, el cual te la dará para mejorarla y perfeccionarla con todas las virtudes y alcanzarán la misericordia del Señor.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Breve explicación del Avemaría – Por San Luis María Grignon de Montfort

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11 noviembre, 2015

¿Estáis en la miseria del pecado? Invocad a la divina María; decidle: “Ave”, que quiere decir: “Te saludo con profundo respeto, oh Señora, que eres sin pecado, sin desgracia.” Ella os librará del mal de vuestros pecados.

¿Estáis en las tinieblas de la ignorancia o del error? Venid a María; decidle: “Ave, María”, es decir: “Iluminada con los rayos del sol de justicia.” Ella os comunicará sus luces.

¿Estáis separados del camino del cielo? Invocad a María, que quiere decir:Estrella del mar y Estrella polar que guía nuestra navegación en este mundo. Ella os conducirá al puerto de eterna salvación.

¿Estáis afligidos? Recurrid a María, que quiere decir: “mar amargo”, que fue llena de amarguras en este mundo, al presente cambiada en mar de purísimas dulzuras en el cielo. Ella convertirá vuestra tristeza en alegría y vuestras aflicciones en consuelos.

¿Habéis perdido la gracia? Honrad la abundancia de gracias de que Dios llenó a la Santísima Virgen; decidle: “Llena de Gracia” y de todos los dones del Espíritu Santo. Ella os dará sus gracias. Sigue leyendo

Meditación: de la venida del Señor y sus señales

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10 noviembre, 2015

Meditación para el martes veinticuatro después de Pentecostés

Punto I. Considera cómo llegando el fin del mundo dará muestras de acabarse, como suelen los hombres cuando se les acaba la vida, y como dice Cristo, el sol se oscurecerá, y la luna no dará luz, y los cielos se desencajaran de sus ejes y perderán su orden y movimiento, y las estrellas caerán del cielo en la tierra, y todos los elementos se descompondrán, y todo el universo perderá su orden y se reducirá a una temerosa confusión. Considera el fin que tienen todas las cosas, y cuál estarán entonces los malos, sintiendo que viene sobre ellos y se acerca la justicia de Dios; si ahora tiemblan de un relámpago o de oír un trueno. ¿Qué temblor les causaran tantos truenos y rayos como entonces caerán del cielo, y las mismas estrellas que se desencajaran de sus lugares y abrasarán el mundo? Atiende a la vanidad de él y cuál quedará desecha toda esta farsa cuando no se vea rey, señor, príncipe ni monarca, sino que todos sean iguales, y que ninguno tenga quien le valga ni se pueda valer a sí mismo, y solo les acompañen sus obras. Abre ahora los ojos, y mira despacio lo que entonces quisieras haber hecho, y ponlo en ejecución.

Punto II. Considera lo que dice Cristo, que enviará delante de si, como precursores de su venida, a los ángeles con trompeta y voz grande, a que junten los hombres de las cuatro partes del mundo, y al sonido de aquella trompeta resucitarán todos los muertos y parecerán en el tribunal de Cristo cada uno conforme hubiere vivido: los malos llorarán, y los buenos se alegrarán, y cada uno tendrá las esperanzas según hubiere vivido. Medita despacio esta resurrección, y cómo estarás en aquel teatro universal del mundo; y saca de aquí desengaño de la vanidad presente de este siglo y propósitos firmes de disponer las cosas de tu alma para lo futuro.

Punto III. Considera lo que dice el Señor, que vendrá en las nubes del cielo con grande potestad y majestad, y todas las tribus y naciones de la tierra le temblarán y lloraran su venida, especialmente los que no lloraron acá y se dieron a risas y deleites en esta vida: dispón la tuya en mortificación y penitencia de manera que puedas entonces gozarte con los escogidos y no llorar con los condenados.

Punto IV. Carga la consideración sobre las últimas palabras de Cristo que dice: el cielo y la tierra faltarán más mis palabras no. Pondera la firmeza de esta verdad, y la duración de la vida futura: cotéjala con la brevedad de la presente, y hallarás que esta es un sueño y menos que un instante, respecto de la duración de aquella. Alarga los ojos de la consideración á aquella duración sin fin y a aquel tiempo sin término para siempre: llora la ceguedad de los que por gozar de este soplo de vida engañosa, pierden aquella verdadera y eterna, y pide al Señor afectuosamente que los desengañe y que te dé su gracia para no caer en su ceguedad, sino despreciar todo lo presente, caduco y perecedero por gozar de la vida bienaventurada y eterna.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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¿Basta, para comulgar, no estar en pecado mortal?

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9 noviembre, 2015

Discípulo. —Ahora, dígame, Padre: ¿basta, para comulgar, no estar en pecado mortal?

Maestro.Sí, además de estar en ayunas en la forma como lo prescribe la Iglesia y de saber lo que se va a recibir, basta no estar en pecado mortal para comulgar. Sin embargo, es necesario también ir con rectitud de intención, como, por ejemplo, para amar a Jesucristo, por espíritu de devoción, para obtener gracias espirituales y materiales, pues cuanto con mejores disposiciones se vaya a comulgar, más bendiciones y gracias se recibirán.

Jesucristo, al tomar nuestra naturaleza humana, se ha acomodado, por decirlo así a nuestro modo de ser. ¿No hacemos así nosotros con nuestros amigos y conocidos y, en general, con nuestros prójimos? Cuando uno nos ama, nos honra y nos aprecia con predilección, nosotros correspondemos a ese amor y atenciones; al que más nos aprecia y nos estima, más le amamos y estimamos también nosotros.

Lo mismo sucede con la Comunión; cuanto con más fe, piedad y devoción nos acercamos a comulgar, mejor nos conquistamos la simpatía, la bondad y la delicadeza del corazón de Jesucristo. Sigue leyendo

Meditación: de la última calamidad del mundo y sus señales

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9 noviembre, 2015

Meditación para el lunes veinticuatro después de Pentecostés

Punto I. Considera que la última calamidad que Cristo profetiza al mundo es la venida del Anticristo a engañar a los hombres con santidad fingida y milagros aparentes y en la verdad falsos, con que pervertirá a muchos, haciendo guerra al descubierto a Cristo, y así se llamará Anticristo, que quiere decir contra Cristo. Considera pues ahora si ha llegado esta calamidad en nuestros tiempos, en los cuales vemos tantas santidades fingidas, y milagros falsos, y virtudes aparentes y tantos que al descubierto hacen guerra a Cristo y pervierten las almas, no solo entre los infieles y herejes, sino en el gremio de la Iglesia entre los cristianos, los cuales como dice el Apóstol son anticristos y merecen este nombre por sus obras. Llora la desventura de nuestros tiempos, la ingratitud de los malos cristianos, y los muchos que se pierden por ellos, y pídele al Señor que ponga remedio a tan grande calamidad, y que te dé fuerzas y espíritu para guerrear contra ella: ofrécete a servirle y a hacer de tu parte cuanto pudieres para recuperar en ti y en los otros el estrago que hacen los falsos profetas y fingidos cristianos entre los fieles.

Punto II. Considera la señal que da Cristo de esta calamidad en el evangelio, que es cuando se viere profanado el lugar santo y colocando en el templo el ídolo de la idolatría. Considera cuán profanados están los templos de Dios y cuán mal servidos, y su culto cuán por tierra; y llora con Jeremías su destrucción, y ora a Dios, suplicándole que no descargue su ira sobre su pueblo, sino que use de misericordia y ponga remedio a tantos males.

Punto III. Considera cuántas veces has colocado tú los ídolos de tus aficiones y apetitos en el templo de tu alma, donde Dios puso su imagen y quiere ser adorado ¡Oh pecador! tiembla de tus idolatrías, y mira por una parte cuantos ídolos de honra , hacienda y deleites has adorado, hincándoles la rodilla en el altar de tu corazón, y volviendo las espaldas a Dios; y por otra mira la ira de Dios y el brazo de su justicia levantado contra ti , no esperes a que la descargue, sino luego y con tiempo derríbate a sus pies y pídele perdón: haz penitencia, llora tus pecados y prevente para el día del juicio.

Punto IV. Considera lo que nos avisa Cristo, que no creamos a cualquier espíritu, ni vayamos a cualquiera que nos llame, aunque parezca bueno y santo, porque se levantarán muchos falsos profetas, y que la tribulación será tan grande, cual nunca jamás se vio desde el principio del mundo, ni se verá hasta el fin, y que la abreviará Dios porque no se perviertan sus escogidos. Medita todo esto despacio y sácale lo primero no dar crédito fácilmente a cualquier espíritu, en especial a los que desdicen en la menor cosa que sea de la doctrina de Cristo y de sus santos, porque este trae consigo el testimonio de malo. Y de lo segundo saca un grande afecto de amor y confianza en Dios, viendo el cuidado que tiene de sus escogidos, pues abrevia los tiempos y las edades por su bien, y porque no caigan en la tentación. Bendito sea tan buen Señor, y tan solicito y providente Pastor de su rebaño por todos los siglos de los siglos. Amen. Dale mil gracias por tan crecido amor como muestra a sus escogidos: pídele que extienda el manto de su misericordia sobre ti, y que te ampare y defienda como a uno de los suyos.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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¿Creéis que habéis perdido la fe? Leed este artículo

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8 noviembre, 2015

¡Pobres incrédulos! ¡Qué pena me dan! No todos son igualmente culpables. Distingo muy bien dos clases de incrédulos completamente distintos. Hay almas atormentadas que les parece que han perdido la fe. No la sienten, no la saborean como antes. Les parece que la han perdido totalmente. Esta misma tarde he recibido una carta anónima: no la firma nadie. A través de sus palabras se transparenta, sin embargo, una persona de cultura más que mediana. Escribe admirablemente bien. Y después de decirme que está oyendo mis conferencias por Radio Nacional de España, me cuenta su caso. Me dice que ha perdido casi por completo la fe, aunque la desea con toda su alma, pues con ella se sentía feliz, y ahora siente en su espíritu un vacío espantoso. Y me ruega que si conozco algún medio práctico y eficaz para volver a la fe perdida que se lo diga a gritos, que le muestre esa meta de paz y de felicidad ansiada.

¡Pobre amigo mío! Voy a abrir un paréntesis en mi conferencia para enviarte unas palabras de consuelo. Te diré con Cristo: “No andas lejos del Reino de Dios”. Desde el momento en que buscas la fe, es que ya la tienes. Lo dice hermosamente San Agustín: “No buscarías a Dios si no lo tuvieras ya”. Desde el momento en que deseas con toda tu alma la fe, es que ya la tienes. Dios, en sus designios inescrutables, ha querido someterte a una prueba. Te ha retirado el sentimiento de la fe, para ver cómo reaccionas en la oscuridad. Si a pesar de todas las tinieblas te mantienes fiel, llegará un día –no sé si tarde o temprano, son juicios de Dios– en que te devolverá el sentimiento de la fe con una fuerza e intensidad incomparablemente superior a la de antes.  ¿Qué tienes que hacer mientras tanto? Humillarte delante de Dios. Humíllate un poquito, que es la condición indispensable para recibir los dones de Dios. El gozo, el disfrute, el saboreo de la fe, suele ser el premio de la humildad. Dios no resiste jamás a las lágrimas humildes. Si te pones de rodillas ante Él y le dices: “Señor: Yo tengo fe, pero quisiera tener más. Ayuda Tú mi poca fe”. Si caes de rodillas y le pides a Dios que te dé el sentimiento íntimo de la fe, te la dará infaliblemente, no lo dudes; y mientras tanto, pobre hermano mío, vive tranquilo, porque no solamente no andas lejos del Reino de Dios, sino que, en realidad, estás ya dentro de él.

¡Ah! Pero tu caso es completamente distinto del de los verdaderos incrédulos. Tú no eres incrédulo, aunque de momento te falte el sentimiento dulce y sabroso de la fe. Los verdaderos incrédulos son los que, sin fundamento ninguno, sin argumento alguno que les impida creer, lanza una insensata carcajada y desprecian olímpicamente las verdades de la fe. No tienen ningún argumento en contra, no lo pueden tener, señores. La fe católica resiste toda clase de argumentos que se le quieran oponer. No hay ni puede haber un argumento válido contra ella. Supera infinitamente a la razón, pero jamás la contradice. No puede haber conflicto entre la razón y la fe, porque ambas proceden del mismo y único manantial de la verdad, que es la primera Verdad por esencia, que es Dios mismo, en el que no cabe contradicción. Es imposible encontrar un argumento válido contra la fe católica. Es imposible que haya incrédulos de cabeza –como os decía el otro día–, pero los hay abundantísimos de corazón. El que lleva una conducta inmoral, el que ha adquirido una fortuna por medios injustos, el que tiene cuatro o cinco amiguitas, el que está hundido hasta el cuello en el cieno y en el fango, ¡cómo va a aceptar tranquilamente la fe católica que le habla de un infierno eterno! Le resulta más cómodo prescindir de la fe o lanzar contra ella la carcajada de la incredulidad.

¡Insensato! ¡Como si esa carcajada pudiera alterar en nada la tremenda realidad de las cosas! ¡Ríete ahora! Carcajaditas de enano en una noche de barrio chino. ¡Ríete ahora! ¡Ya llegará la hora de Dios! Ya cambiarán las cosas. Escucha la Sagrada Escritura: “Antes desechasteis todos mis consejos y no accedisteis a mis requerimientos. También yo me reiré de vuestra ruina y me burlaré cuando venga sobre vosotros el terror”. (Prov 1, 25-26). El mismo Cristo advierte en el Evangelio, con toda claridad: “¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis!” (Lc 6, 25).¿Te burlas de todo eso? Pues sigue gozando y riendo tranquilamente. Estás danzando con increíble locura al borde de un abismo: ¡es la hora de tu risa!Ya llegará la hora de la risa de Dios para toda la eternidad.

Antonio Royo Marín. O.P.

“EL MISTERIO DEL MAS ALLA”.

Fuente

http://sanmiguelarcangel-cor-ar.blogspot.com.es

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Meditación: de las persecuciones cuanto más se acercare el fin del mundo

parusia

8 noviembre, 2015

Meditación para el domingo veinticuatro después de Pentecostés

De la Doctrina del Evangelio (Marcos 24)

El evangelio trata de la venida del Anticristo y de las señales que han de preceder el día del juicio y cómo vendrá el Señor con suma potestad y majestad, y resucitará á todos los muertos, y los juntará en un lugar para dar la última sentencia en el juicio universal.

PUNTO PRIMERO. Considera cómo ha de haber persecuciones, y mayores cuanto más se acercare el fin del mundo y a cada uno el de la vida; porque reconociendo el demonio que se le acaba el tiempo de guerrear contra los hombres, pone mayor esfuerzo en derribarlos; y Cristo avisa de las que ha de padecer la Iglesia, porque estés apercibido y te arraigues desde luego firmísimamente en la virtud. Considera lo que importa este negocio, y que si los cedros mas altos no están seguros ¿qué seguridad tendrán los que no tienen raíces ni fuerzas para’ resistir á la borrasca de la tribulación? Humíllate delante de Dios, y pídele su gracia para arraigarte y fortalecerte en la fé y en la caridad y en todas las virtudes, para poder entonces resistir á tu enemigo.

PUNTO II. Considera que te envía Dios desde luego tribulaciones y persecuciones, para que te amaestres en ellas a resistir a las mayores que vendrán antes del juicio, y si en estas faltas y rompes en impaciencias, ¿cómo resistirás a las de entonces? Atiende que está Dios á la vista con toda su corte celestial, mirando como peleas, para darte la corona de la victoria: sufre con paciencia, ten constancia,-y mira que no la pierdas-clama a Dios, ármate con la oración y los santos sacramentos, y confia en su bondad que estará siempre a tu lado y no te dejará, si tú no le dejas ni desfalleces en su servicio.

PUNTO III. Considera lo que dice Cristo, que cuando venga la tribulación huyan a los montes, y que no vuelvan ni se detengan a salvar alguna cosa de sus casas: en que nos amonesta a acogernos al monte de la soledad, y a retirarnos de las ocasiones para no ser vencidos, y posponer lo temporal a lo espiritual, y la hacienda, las casas, los amigos y parientes al bien de nuestras almas. ¡Oh alma mía!  ¡y qué lección tan importante tienes en estas palabras para aprender, si te sabes valer de ellas! Retírate con Dios al monte alto de la contemplación, huye de las ocasiones en que puedes caer y ser vencida, despreciando lo terreno por alcanzar lo celestial; nada pierdes, y si esto ganas, no tienes mas que desear: toma el consejo de Cristo, y déjalo todo por ganar el cielo y la gloria para siempre.

PUNTO IV: Considera lo que dice Cristo, que no esperemos a huir en el invierno, ni el sábado, y que roguemos al Señor que nos dé fuerzas para ponernos antes en salvo. El invierno de la vida es la vejez, cuando las sierras de nuestras cabezas están nevadas de canas. y la sangre fría y el cuerpo sin fuerzas y lleno de achaques, como casa que amenaza ruina. Y, el sábado es el último día de la semana; y así nos aconseja que no esperemos a prepararnos para la venida al último tercio de la vida, ni a la vejez cuando no podamos obrar, ni á la última enfermedad o trance de la muerte, cuando se nos ponga el sol de la vida, y quedemos en las tinieblas del morir, sin tiempo para merecer. ¡Oh qué grande engaño es esperar a tan tarde para prevenir la venida de tan grande Señor! Repara y considera despacio cuán corto es el término de la vida y cuánto importa no ser vencido en esta lid, y que no te halle descuidado la tribulación que te amenaza; y qué error será echarte a dormir ahora, no teniendo un día seguro, y esperar el tiempo que no sabes si le tendrás; y cuando le tengas, es el peor y el más impedido de la vida, y que él mismo te hace guerra, y te impide para no prevenirte ni defenderte como debes. Mira a cuántos ha engañado esta presunción y falsa confianza, que están hoy ardiendo en el infierno. Y pues asi es, toma el consejo de Cristo, arrójate a sus pies, y ruégale con lágrimas que tu huida no sea en el invierno de la vida sino luego, y que no esperes al último trance de ella, sino que te dé gracia para prepararte luego, y tener este día por el último, como si luego hubieses de morir.

Padre Alonso de Andrade, S.J

Meditación: del premio que ofrece Dios a los que tienen hambre y sed de justicia, que serán hartos

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7 noviembre, 2015

Meditación para el sábado  23 después de Pentecostés

Punto I. Considera que promete Cristo hartura a los que desean la virtud y padecen sed de la santidad; porque como dice san Juan Crisóstomo, en Dios solo hay hartura, y solo él satisface el corazón; y las riquezas y deleites de este mundo por mucho que crezcan, siempre le dejan hambriento y nunca le satisfacen. Por lo cual dijo David que los ricos ¡padecieron hambre y penuria! pero a los que buscan a Dios no les faltará nada, antes cumplirán todos sus apetitos y deseos, porque Dios es el cumplimiento de ellos; a quien aman y apetecen, y a quien desean agradar. Medita despacio la Cruz que llevan los de este siglo, crucificados siempre en sus deseos: sin hallar hartura jamás; y la paz y satisfacción que gozan los siervos de Dios, quietos y satisfechos con hacer su voluntad, sin apetecer cosa de este mundo, sus corazones fijos en el cielo, y contentos con su esperanza y gozosos con su gracia, y con poseerle en esta vida y esperar gozarle en la otra: mira a cuál gremio quieres pertenecer, y cuánto te importará ser de los justos y no de los pecadores, y pídele a Dios gracia para seguir a aquellos y no a estos, para despreciar el mundo y no desear sino su gloria y su honra, y la santidad que se adquiere en su servicio.

Punto II. Considera que promete Cristo hartura en esta vida, según el sentir de san Agustín: porque aquí les dará el cumplimiento de sus deseos y aquella agua de la fuente de vida eterna, de la cual los que beben no tienen ya más sed, como lo ofreció el Salvador; las aguas de este mundo son salobres, y en lugar de apagar la sed, la aumentan; pero las espirituales y del cielo la apagan de manera que nunca tienen más sed los que beben de ellas; por lo cual dice san Gerónimo que los que gustan los manjares espirituales nunca más apetecen los carnales. Pide pues a Dios con la mujer samaritana, que te dé esta agua de la devoción y santidad, para perder la sed de los bienes de la tierra y de las delicias del mundo, y no apetecer más que las celestiales, con la satisfacción y hartura que ellas dan.

Punto III. Considera que como afirma san Crisóstomo, cumplirá Dios con hartura la hambre y sed de los buenos en esta vida, porque les dará sin medida la gracia y los bienes espirituales que apetecieron, y juntamente con ellos los temporales que no desearon, sin dejar cosa vacía en su corazón. ¡Oh buen remunerador! ¡Oh Príncipe soberano! y cuan colmadamente galardonáis á vuestros criados, pues vencen vuestros premios a sus deseos, y sin comparación mayores galardones que todo lo que apetecieron. Bienaventurados los que desean a vos, y los que apetecen vuestra gloria y vuestro servicio, pues tan cumplidamente satisfacéis sus deseos. Suplícoos, Señor, que deis gracia para que no desee, ni apetezca, ni admita cosa alguna sino a vos y por vos, y lo que fuere gloria vuestra y de vuestro santo servicio y la salud de mi alma; ni tenga otra voluntad sino la vuestra, ni otro gusto sino el vuestro, ni otro interés sino vuestro santo servicio eternamente.

Punto IV. Últimamente considera que la hartura cumplida será en la gloria, de la cual dice David: hartaréme cuando apeteciere tu gloria; porque allí es la verdadera hartura y la satisfacción cumplida de todos los deseos, apetitos y sentidos, de todas las potencias del alma; allí es la bienaventuranza verdadera, a donde no hay más que desear, ni más consuelo que esperar, ni hambre ni sed de cosa grande ni pequeña, porque Dios es la satisfacción de todos, y llena todos sus deseos, sin dejarles lugar vacío, ni cosa que no se cumpla ni puedan apetecer Esta hartura da el Señor en premio del hambre y sed que los suyos tienen en esta vida de su servicio, y de alcanzar la santidad. ¡Oh bienaventurados deseos que tal premio merecen! ¡Oh alma mía! aprende a desear y levantar los ojos a la bienaventuranza que te espera: contempla su hartura, y el cumplimiento colmado de todos los deseos que allí hay, y no desees otra cosa que unirte allí con Dios; que será la hartura eterna de todos, sin dejarles más que desear.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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La muerte como final o como principio (II)

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6 noviembre, 2015

(b) Una muerte que sólo es sueño

Las palabras de Jesús pronunciadas ante el deceso de la hija de Jairo, además de ser las más extrañas jamás oídas ante el acontecimiento de la muerte, sonaron como un estruendo que alteró el ánimo de los asistentes: La niña no está muerta, sino dormida. Por eso la concurrencia reaccionó con risas y burlas, que es lo que suelen hacer los hombres ante algo inesperado que los asombra a la vez que los desconcierta.

Tal vez sería oportuno comenzar este apartado con las conocidas palabras de San Pablo: Porque ya es hora de que despertéis del sueño.[1] En donde por supuesto el Apóstol hablaba en sentido figurado y sin referirse al sueño natural. Como tampoco Jesucristo tenía intención de aludir a la muerte natural cuando aseguró que la niña estaba solamente dormida, que es cosa que está en plena consonancia con su doctrina de no llamar Muerte sino solamente a la que lleva consigo la eterna condenación (Jn 6:50–51; 6:58).

Pero entonces, ¿qué quiso decir San Pablo al dirigir esa advertencia a los Romanos? ¿Y qué significado debe atribuirse a las palabras de Jesucristo cuando habla de la situación de la niña fallecida?

Pero si cabe atribuir a la vida presente la condición de sueño —en el sentido que fuere— se da entrada necesariamente a una nueva serie de preguntas: ¿Acaso es la vida presente un sueño y sólo se puede pensar en la futura como vida real? ¿O es más bien al revés? Y en el supuesto de que sea la vida presente solamente un sueño, ¿en qué sentido lo es y cual es su proyección determinante con respecto a la vida futura? Sigue leyendo

El infierno: la eternidad de las penas no se opone a ninguna perfección divina

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6 noviembre, 2015

Se ha objetado con frecuencia que la eternidad de los castigos divinos se opone a la perfección de la justicia divina, porque la pena debe ser proporcional a la culpa; ahora bien: hay culpas a menudo que han durado un solo momento; ¿cómo podrían merecer, pues, una pena eterna? Es más: todas las penas por los pecados más diversos serían iguales, al ser eternas todas. Por último, el dolor de la pena sería mucho mayor que la alegría provocada al pecar.

Santo Tomás responde (Suppl., q. 99, a. 1, ad. 1): “La pena debe ser proporcionada no a la duración del pecado actual, sino a su gravedad.” Así, según la justicia humana, el asesinato, que dura pocos minutos, es castigado con muerte o con cadena perpetua. Del mismo modo, el que, en un instante traiciona a su patria, merece ser desterrado para siempre. Ahora bien: hemos visto que el pecado mortal, como ofensa a Dios, tiene una gravedad sin medida; es más: aun en el momento en que el pecado actual ha cesado, el pecado habitual permanece como desorden habitual irreparable y merece una pena sin fin. Cf. S. Tomás, I, II, q. 87, a. 3, 5, 6, respuestas a las objeciones.

Falta, por lo demás, destacar una gran desigualdad en el rigor de las penas eternas: iguales en la duración, son muy desiguales por su aspereza, proporcionada a la gravedad de las culpas a expiar (Caso del purgatorio).

Por fin, si las penas del infierno causan más sufrimientos que alegrías ha causado el pecado mortal, sin embargo no son más dolorosas que grave ha sido el pecado mortal como ofensa a Dios, al ser esta gravedad sin medida. El principio sigue siendo el mismo: la pena es proporcionada a la gravedad de la culpa, no al placer más o menos grande que en ella se haya podido encontrar. Sigue leyendo

Meditación: bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos

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6 noviembre, 2015

Meditación para el viernes 23 después de Pentecostés

PUNTO I. Considera que, como dice san Gerónimo, no se contenta Dios con que tengamos deseos de servirle, sino también nos pide hambre y sed de la virtud; esto es, un apetito encendido de la santidad, unas vivas ansias de conseguirla, al modo que la hambre y la sed afligen a los que la tienen , hasta alcanzar lo que apetecen. Pondera aquí lo que dice san Bernardo: que el hambre y la sed no dan treguas ni plazos para en adelante, sino son unos acreedores que ejecutan sin dilación por cuanto el estómago y el fuego que padecen no pueden esperar. Este fuego y esta ansia quiere Dios que padezcamos de la virtud, y a los que la tienen escribe con el catálogo de los bienaventurados. Examina pues tu corazón, y mira si padeces esta hambre y sed de la virtud y santidad, y si te duele la dilación de alcanzarla, y qué diligencias haces para ello: acusa tu tibieza y flojedad, y pídele a Dios que te la dé, y que encienda este fuego sagrado en tu alma, para que merezcas entrar en el número de los bienaventurados.

PUNTO II. Considera que los deseos son las flores que brotan del corazón, y que de ellos proceden las obras, como los Frutos de las flores; por lo cual siempre preceden los deseos a las obras, y el que no los tiene no las tendrá tampoco, y a quien Dios quiere hacer mercedes, primero le da los deseos de ellas; para que las pida, espere y diligencie por todos caminos, como le dio vivos deseos al santo Simeón de ver al Mesías, y antes de morir se los cumplió; de lo cual has de sacar: lo primero, avivar tus deseos por la oración y meditación, para merecer por ellos las misericordias de Dios. Lo segundo, estimar lo que Dios te diere; y procurar con todas tus fuerzas verlos cumplidos, porque el Señor ha prometido de satisfacer el hambre y sed de los que desean la virtud hasta que se vean hartos; esto es, satisfechos con el cumplimiento de sus deseos.

PUNTO III. Considera con san Jerónimo, que llama Cristo bienaventurados a los que tienen hambre y sed de las virtudes; esto es, los que nunca se ven hartos de ellas, sino que siempre aspiran a más y desean más y más. Esto quiere Dios de ti, que no te contentes con lo adquirido, sino que siempre desees más virtud y aspires a mas perfección caminando adelante, y adelantándote siempre sin volver atrás, Mira, pues, si mereces entrar en el catálogo de los escogidos”, y si vas siempre adelante en la mortificación, humildad, desprecio de ti mismo y aprecio del cielo, y en el amor de Dios y caridad del prójimo, en la paciencia, mansedumbre y piedad, y en el resto de las otras virtudes: considera cómo estabas al principio de tu conversión, y en qué grado te hayas ahora, y clama al cielo, pide a Dios perdón de tu negligencia y fervor para empezar a subir al monte alto de la santidad hasta llegar sin detenerte a la cumbre de la perfección.

PUNTO IV: Considera que no solo son bienaventurados los que tienen hambre y sed de la santidad propia, sino también los que la tienen de la ajena, la cual procede de la verdadera caridad y amor de Dios, como el calor y sed de la lengua nace del fuego interior del hígado; por esto como dijo san Crisóstomo: llamó Cristo sol a la, santidad, porque da sed. ¡Oh alma mía! mira si la tienes de la salvación de tus prójimos, y si te duele su pérdida, si duermes y comes con sabor viendo tantos como se condenan por vivir mal; y si el celo de la gloria de Dios y del bien espiritual de las almas está continuamente solicitando tu corazón y royendo tus entrañas. sin dejarte reposar, y si con esta sed y esta hambre clamas a Dios por su bien y te martirizas por sus pecados, pidiéndole que ponga término en ellos y les dé luz para servir y gracia para salvarse; si esto haces, y estas ansias te quitan el sueño y te traen crucificado, entiende que te va bien; y si no cuidas de tus prójimos ni te duele su perdición, no tienes sed de sus almas ni mereces entrar en el número de los bienaventurados, a quien Dios promete hartura y satisfacción de sus deseos. Levanta el vuelo y considera el hambre y sed que padeció Cristo de la salvación de las almas y cuánto hizo por ellas. Aprende a tener sed de las almas de tus prójimos y hacer cuanto pudieres por ellas.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Causa principal de la condenación de las almas

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5 noviembre, 2015

Discípulo. — Padre, ha dicho usted que la deshonestidad es el pecado de más terribles consecuencias.

Maestro. — Exacto. La deshonestidad roba las fuerzas para toda obra generosa… Sansón, el más fuerte de los hombres, por haberle dotado Dios de una fuerza extraordinaria, se entrega a un amor impuro, queda reducido a juguete de Dalila, cómplice de sus pecados, la cual por tres veces lo entrega y vende a sus enemigos.
La deshonestidad entorpece el juicio. Salomón, el más sabio de los hombres, se deja dominar de las mujeres amalecitas, y abandonando al Dios verdadero, se da a la idolatría.

La deshonestidad corrompe al corazón. Enrique VIII, el más cristiano de los emperadores, enamorado de Ana Bolena, repudia a la reina su consorte, abandona la Iglesia Católica, convierte a Inglaterra en una nación protestante, y muere excomulgado por el Papa.

La deshonestidad acarrea la pérdida de la fe. Si un gran núcleo de cristianos no creen, han perdido la fe, ha sido a causa de la deshonestidad.

De hecho, ¿cuándo empieza la juventud a abandonar los rezos, a desertar de la Iglesia a no frecuentar a los Sacramentos? Desde el momento en que se da a conversaciones obscenas, a malas compañías, a la impureza. No hace mucho, me encontré con un médico conocido mío; habiéndole reprendido dulcemente por qué no practicaba ya la religión, me contestó: Mientras no me case, no seré creyente ni practicaré la religión. Con ello confesaba, y era la pura verdad, que si había perdido la fe era por la deshonestidad.

La deshonestidad ocasiona los más negros delitos. Sigue leyendo

Meditación: de la medicina saludable del Santísimo Sacramento del altar

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5 noviembre, 2015

Meditación para el jueves 23 después de Pentecostés

Punto I. Considera lo que dice san Lucas, que en resucitando Cristo a la hija del archisinagogo, le mandó dar de comer, así para la confirmación de su resurrección, como para sustentar la vida que le había dado: en que nos enseñó, cómo el manjar divino que nos sazonó su mano en el Santísimo Sacramento del altar, restituye la vida de la gracia, y la conserva y aumenta como verdadero manjar. Considera su virtud y la necesidad que tienes de él, y venérale como debes y procura recibirlo, dando a Dios muchas gracias por la que te hizo incomparable en dejarte este pan de vida para conservar la de tu alma.

Punto II. Considera la fe tan viva con que aquella mujer enferma vino y llegó a Cristo, a la cual el mismo Señor atribuyó la salud que recibió: contempla la fe que debes llevar para recibir a Cristo; aviva la consideración de lo que te dan en este manjar, y la grandeza del Señor que recibes en él. Y mira cuánto pierdes por tu poca fe; pídele a Dios que te de su conocimiento, y una fe viva para recibirle y crecer alcanzar por su medio la salud que comunica a los que dignamente le reciben.

Punto III. Considera que esta mujer no tocó el cuerpo de Cristo inmediatamente, sino la orla de su vestidura y por ella alcanzó salud: así el que recibe este divino Sacramento toca los accidentes, que son como su orla, y por este contacto sale, virtud de su divino cuerpo, que le da salud. ¡Oh divino bocado! ¡Oh manjar celestial, cuya orla tiene tanta virtud; si la tenía la de la Vestidura del Salvador, cuánto mayor virtud tendrá su santísimo cuerpo que se nos da en este manjar celestial! Pondera esto y pídele a Dios gracia para comerle y recibirle dignamente, y con él la salud que comunica.

Punto IV. Carga el peso de la consideración en lo que dice san Lucas, que oprimiendo al Salvador las gentes por todas partes, llegó como pudo esta mujer, y en tocando la orla del vestido, sintió Cristo que salió virtud de él, y la sanó. Pondera cuánto va de tocar a tocar, y cuántos enfermos le tocaron y no sanaron, porque no llevaron la fe que esta mujer llevó; y cuantos reciben y tocan al Salvador, que no reciben la salud ni las gracias que comunica, porque no llevan la debida disposición ni la fe que deben llevar. Mira si la llevas tú, y si pierdes estas gracias por falta de ella, acusa tu negligencia, y pide a Dios que te disponga y que te de la viva fe y la bonanza que tuvo esta santa mujer, para que tocándole como ella, merezcas alcanzar la salud de tu alma que ella alcanzó en el cuerpo.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Profundizando en nuestra fe. Capítulo 1: El sentido de la existencia del hombre (III)

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4 noviembre, 2015

En el artículo anterior concluíamos que el sentido de la existencia del hombre procede del fin para el cual fue creado: Dios. Ahora bien, ¿quién me enseñará el camino para poder alcanzar tal fin? Tenemos la ayuda de otros cristianos que vayan por delante nuestro; pero principalmente la ayuda nos vendrá del mismo Cristo y de aquellos que Cristo puso para que fueran nuestros “maestros”[1].

Cristo, su persona y sus enseñanzas

La primera ayuda que tenemos es el mismo Cristo. Cristo nos dijo que Él era el camino, la verdad y la vida (Jn 14:6) y que sin Él no podíamos hacer nada (Jn 15:5). También nos enseñó que deberíamos permanecer unidos a Él como los sarmientos a la vid (Jn 15: 1-10) y que Él mismo era nuestra vida y la garantía de la vida eterna (Jn 6:51). Jesucristo nos enseñó que Él era la luz del mundo y el que le seguía no andaba en tinieblas (Jn 8:12).

Cristo nos dijo que nos dejaba su paz; una paz diferente a la que daba el mundo (Jn 14:27). Fue San Pablo quien añadió que Cristo mismo era nuestra paz (Ef 2:14). Él fue quien nos dio el mandamiento nuevo (Jn 13:34), los sacramentos de la vida eterna, y al mismo tiempo quien dijo a sus discípulos que siguieran haciendo eso mismo en su memoria (Mt 28:19; Lc 22:19). Y al mismo tiempo nos insistió que sus enseñanzas eran para todos los hombres y para todas las épocas (Mt 24:35), no pudiendo cambiar ni una tilde de lo enseñado (Mt 5: 18-19). Sigue leyendo

Meditación: De la mujer que padeció el flujo de sangre y sanó tocando la orla de la vestidura de Cristo

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4 noviembre, 2015

Meditación para el miércoles 23 después de Pentecostés

Punto I. Considera lo que dice san Lucas, que esta mujer había gastado su hacienda en médicos y medicinas, y padecido mucho por espacio de doce años, y no le habían dado salud, y con solo tocar la orla de Cristo la cobró; en que has de aprender lo poco que valen todos los medios del mundo para darnos así la salud del cuerpo como la del alma, si Dios no pone su mano, y que la seña de su voluntad puede y vale más que todo lo criado; saca de aquí acudir a Dios y no al mundo en tus necesidades, y que muchas veces ordena que los medios ordinarios no tengan fuerza, ni surtan efecto, porque la misma necesidad nos traiga a sus pies y a buscarle para nuestro remedio. ¡Oh buen Dios! ¡Oh infinita caridad! ¡Oh amor inefable! que nos le tenéis tan crecido, que no necesitáis venir a nuestra casa para hacernos bien; y cuando todo el mundo nos falta, vos no nos faltáis, sino que nos ayudáis y nos hacéis mayor merced. Bendito seáis para siempre: ninguno; Señor, tiene mayor necesidad que yo, a que me presente a vuestros pies; tened misericordia de mí, dadme salud en el alma, como la disteis a esta mujer en el cuerpo.

Punto II. Considera que el principio de su bien estuvo en el conocimiento que tuvo de su enfermedad esta mujer, y el sentimiento de lo que padecía y el tuyo está en el conocimiento de tu pecado, y en el sentimiento y dolor que tuvieses de él. ¡Oh pecador, si conocieses los muchos pecados que agravan tu conciencia! ¡Oh cuán grave mal es perder a Dios; y si te dolieses de haberle ofendido de todo tu corazón, y cómo buscarías el remedio de tu alma, y te vinieras desalado a Dios! Abre los ojos de la consideración , y mira cuán malo y amargo es haber ofendido a tal Señor, y trocado su amistad por la de Satanás, y dejado al Criador por la criatura, la vida por la muerte, y el cielo por el infierno, y el gozar para siempre por penar eternamente: carga el peso de la consideración en esta verdad; desmenuza esta píldora hasta que te amargue el pecado y conozcas tu necesidad, y ella misma te traiga a los pies de tu Redentor, que es el médico de tu alma.

Punto III. Considera el linaje de enfermedad que padecía está en el cuerpo, y la que tú padeces en el alma, que es un flujo continuo de pecados, añadiendo cada día culpas a culpas sin cesar; discurre por todos los sentidos y mira los pecados que cometes con ellos cada día, y luego los de pensamiento y voluntad: considera también cuánto con ellos irritas la ira de Dios, y pídele con lágrimas perdón de tus culpas, con dolor de haberle ofendido, y gracia para no pecar más.

Punto IV. Considera lo que dice de esta mujer san Lucas, qué hizo para alcanzar salud. Lo primero habló consigo, diciendo: si tocare á sola su Vestidura sanaré. Lo segundo, que llegó con fe. Lo tercero, que le tocó y luego quedó sana; en que nos enseña que nuestra salud espiritual consiste en tres cosas, que son la palabra, la fe y las obras; la palabra, oyéndola de Dios y obedeciéndola; la fe, creyendo sus verdades y teniendo confianza en él; y las obras, cumpliendo sus mandamientos; contempla la enfermedad de tu alma, y el remedio y medicina que le has de aplicar para cobrar salud, y resuélvete a procurarlas, y usando de estos medios y suplicando a Dios que sea servido de sanarla.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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¿Es siempre necesario confesarse antes de comulgar?

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4 noviembre, 2015

Discípulo. — Dígame, Padre, ¿es siempre necesario confesarse antes de comulgar?

Maestro. — Para el que está en pecado mortal, claro que es siempre necesario la confesión.

D. — Y si hoy, por ejemplo, no tengo tiempo, o no puedo confesarme, y me hago esta cuenta: “mañana me confesaré, mientras tanto hoy comulgo”, ¿hago mal?

M. — Si sabes que estás en pecado mortal, cometes sacrilegio.

D. — Entonces, ¿no hay excepciones o razones que valgan?

M. — No; ni razones, ni pretextos, ni excusas. Si uno no puede o no quiere confesarse, que no comulgue tampoco. Si no comulga ningún mal hace; pero, comulgando en pecado, cometerá siempre un sacrilegio. Terminantemente lo asegura Santo Tomás, y San Pablo antes que él, en nombre de la Iglesia: Examínese a sí mismo el hombre… Antes de comulgar, cada uno entre en su conciencia y vea si es cómplice de pecado mortal; estando así que no comulgue, porque lo haría indignamente, y comería su misma condenación. Sigue leyendo

Muchos jóvenes son tragados por el ambiente que nos rodea

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3 noviembre, 2015

El año pasado comencé la catequesis de confirmación en una de mis parroquias con un grupo muy majo de jóvenes entre los doce y los quince años. Unos años antes los había tenido a todos en la catequesis de la primera comunión, por lo que yo les conocía y ellos me conocían a mí. A pesar de haberse alejado la gran mayoría de ellos de la práctica religiosa y no haber aparecido por la iglesia desde que hicieron la primera comunión, no fue muy difícil hacerles arrancar de nuevo. Ese mismo día les propuse confesar para que así pudieran acercarse a la comunión y de ese modo aprovechar mejor la catequesis. La respuesta fue unánime. Cuarenta minutos antes de la misa me senté en el confesonario y de uno en uno fueron desfilando todos pidiendo a Dios perdón por sus pecados; algunos con ciertas reticencias, pues por la edad comenzaban a tener ya algunos problemas propios; pero todos, unos y otros recibieron con alegría la absolución y después, en la misa se acercaron a comulgar. Yo me sentía feliz.

Pasó una tarde y pasó una mañana, como nos dice el Génesis, y vino el segundo año de catequesis de confirmación. El primer día les repetí la misma historia, pues durante el verano prácticamente ninguno había perseverado asistiendo dominicalmente a misa, pero cuál fue mi sorpresa cuando después de hacer el mismo llamado a la confesión que el año anterior y sentarme en el confesonario, ninguno se acercó a ponerse en paz con Dios. Yo me armé de paciencia y pensé, a lo mejor había algún partido de futbol…, intentando buscar alguna excusa ante Dios que los justificara de su desgana. Es por ello que la siguiente semana hice un nuevo llamado y así sucesivamente las semanas siguientes, pero cuál ha sido mi sorpresa que ninguno se ha acercado a la confesión. Están ya totalmente cerrados a la gracia de Dios, cumplen con la catequesis y la asistencia a misa pero no quieren saber nada más. Para ellos es un puro trámite. Dios ya se marchó del horizonte de su mente y de su corazón.

Yo me preocupé bastante pues intenté mil modos y maneras diferentes para abrirles el corazón: les hable de la necesidad de alimentar el alma, de ponerse en paz con Dios, de la felicidad de ser amigos de Cristo, incluso les hablé del peligro del infierno… De mil modos y maneras intenté conmover su corazón ya duro y protegido por una dura capa llamada “indiferencia”, pero la respuesta fue el “no” más absoluto. Sigue leyendo

“Sin cambios en la Doctrina”… ¿Es esto suficiente? (¿Qué diría Santa Catalina de Siena?)

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3 noviembre, 2015

“Así el Prelado o los otros Señores que tienen súbditos, viendo que el miembro de su súbdito se infecta por la podredumbre del pecado mortal, si le aplica solamente el ungüento de la lisonja sin la reprehensión, jamás le sanará, sino que infectará a los otros miembros inmediatos que estan unidos al mismo cuerpo, esto es, con un mismo Pastor.”  Nuestro Señor y Salvador, Jesucristo, a Santa Catalina de Siena.

La mayoría hemos tenido la desconcertante experiencia de ver a un mago experto realizar un truco con sus manos ante nuestros propios ojos, que nos dejó atónitos en cuanto notamos que el objeto sólido que estábamos buscando hacía un momento, de repente desaparece y se convierte en otra cosa. Nos sentimos avergonzados, al ver nuestros sentidos arrojados a la confusión, mientras el prestidigitador sonríe de oreja a oreja ante nuestra manifiesta estupefacción, que con su habilidad superior nos dejó en ridículo.

Esta comparación es muy apropiada si la adaptamos a los modernistas de la Iglesia de hoy. Con una astuta ambigüedad, doble lenguaje o  haciendo uso de técnicas para dejarnos en ridículo, transforman el bien en mal y el mal en bien delante de nuestros propios ojos, obligándonos a cuestionar nuestra propia razón y sentidos o incluso nuestra propia espiritualidad y catolicidad. Sigue leyendo

El infierno: razones teológicas de la eternidad de las penas

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3 noviembre, 2015

Hemos visto el progreso de la Revelación acerca de las penas del infierno. Según muchos teólogos, es muy probable que sólo los pecadores inveterados y empedernidos en la vida presente vayan al infierno (cf. II Petr., III, 9), porque“el Señor es paciente con nosotros, y no quiere que nadie perezca, sino que todos vuelvan a penitencia”.

Conviene, en primer lugar, considerar la razón de las penas ultraterrenas y, luego, la razón de la eternidad de las penas del infierno.

Ante todo, la justicia de Dios exige que los pecados no expiados en esta vida sean castigados en la otra. Como Juez Soberano de vivos y muertos, Dios se debe a sí mismo el dar a cada cual según sus obras. Esto se afirma con frecuencia en las Sagradas Escrituras (Eccl., XVI, 15; Math., XVI, 27; Rom., II, 6). Además, cómo Soberano Legislador, Rector y Remunerador de la sociedad humana, Dios debe dar a sus leyes una sanción eficaz.

Santo Tomás muestra muy bien (I, II, q. 87, a. 1) que quien se levanta injustamente contra el orden justamente establecido debe ser reprimido en nombre del principio mismo que se halla a la base de ese orden y vela por su mantenimiento. Es la extensión al orden moral y social de la ley natural de la acción y la reacción, según la cual la acción nociva reclama la represión que repara el daño causal. Por eso, el que obra libremente contra la voz de la conciencia merece el remordimiento, que su voz reprende; el que obra contra el orden social merece una pena infligida por el magistrado encargado de la custodia del orden social; el que obra contra la ley divina merece una pena infligida por Dios, bien en esta vida, bien en la futura. Se dan aquí tres órdenes manifiestamente subordinados. Sigue leyendo

Meditación: del cuidado de las almas de los prójimos a ejemplo de Cristo

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3 noviembre, 2015

Meditación para el martes 23 después de Pentecostés

Punto I. Considera la presteza con que Cristo se partió luego en pos de este príncipe a dar vida a su hija, sin detenerle la predicación en que estaba ni otra cosa alguna; y aprende si eres prelado, a buscar y procurar con toda diligencia el bien espiritual de tus súbditos, acudiendo luego a su remedio, sin detenerte en cosa alguna, por útil que parezca, pondera cuán útil y necesaria era la predicación de Cristo‘; y no obstante esto, la dejó y vino a dar la vida a esta doncella, por medio de este milagro la noticia de su deidad y su fe á toda aquella región; y aprende que tal vez conviene dejar ocasiones tan útiles y santas, por acudir al bien de los prójimos y mirar por su vida, como Cristo miró por la de esta difunta; y pide al Señor que te dé su gracia para imitarle y prudencia para acertar a seguirle y cumplir las obligaciones de tu oficio.

Punto II. Considera cuántos muertos hay en el alma, porque tú no diligencias su vida, y que si la procuraras, resucitarían de la muerte del pecado a la vida de la gracia; y tiembla de la cuenta que has de dar de ellos a Cristo el día del juicio. Pídele que te dé fuerzas y resolución para levantarte de la flojedad que te detiene, y los grillos de las ocupaciones en que estás preso, y para desechar el amor propio por el de tus prójimos que perecen, y diligenciar con todo cuidado su vida.

Punto III. Considera el modo con que Cristo dio la vida a esta difunta, que fue diciéndole que se levantase y tomándola de la mano, y luego se levantó y anduvo, como lo refiere san Lucas. Estos medios has de usar tú para sacar a tus prójimos de la muerte del pecado a la vida de la gracia, despertándolos con las palabras y moviéndolos con las obras: mira no sea que no convengan tus obras con tus palabras, y que deshagas con las manos lo que dices con la boca, y por eso se queden en pecado. Obras y palabras son menester, como usó Cristo en esta resurrección, de las palabras de su boca, mandándole que se levantase, y de su poderosa mano tomando la suya y levantándola. ¡Oh Señor! tomad la mía, y dadme una voz, y despertadme de la muerte del pecado; dadme vuestra mano y la eficacia de vuestra virtud, para que yo también despierte a mis hermanos, y mediante vuestra gracia haga tales obras, que vuelvan a la vida, y se empleen eternamente en vuestro servicio.

Punto IV. Contempla el gozo de los padres de esta niña, que según dice San Lucas era de doce años, cuando la vieron levantar de muerta a viva. La alegría de sus almas, las gracias que darían á Cristo, el alborozo de toda su familia, el aplauso y admiración de toda la ciudad, y cómo voló luego la fama por toda la comarca; y como era persona tan ilustre, vendrían de todas partes a verla y darla el parabién, así a ella como a sus padres, y todos estarían gozosísimos, y no cesarían de publicar mil loores y alabanzas de Cristo: gózate de su gozo, y de verle honrado y aplaudido, y no perdones a tu lengua, sino engrandece su virtud y alaba su potencia, piedad y misericordia para con todos: procura darle a conocer a todo el mundo, y pondera también que si este gozo y alegría ocasiona la resurrección de un cuerpo, que luego ha de volver a morir, cuál será el que tendrá Dios y sus ángeles en el cielo por la resurrección de un alma, que es eterna, y para gozar de Dios eternamente. ¡Oh Señor! que todo lo de acá es pintado respecto de vuestra gloria: levantad nuestros corazones a lo alto, y dadnos gracia para que nos empleemos en vuestras alabanzas, y en diligenciar la vida espiritual de nuestros prójimos, y dar con su resurrección gloria a vos, y gozo y alegría a vuestros ángeles en el cielo.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Recordatorio: Asociación por las Almas del Purgatorio

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2 noviembre, 2015

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Este es nuestro recordatorio mensual sobre la Asociación por las Almas del purgatorio. Recordamos que ya no se publican listados y todas las almas enviadas quedan inscritas automáticamente.

La iniciativa de la Asociación por las Almas del Purgatorio (Purgatorial Society) es una iniciativa de Rorate Caeli que lleva ya algunos años en marcha. Tiene un triple destino, por una parte los sacerdotes pueden inscribirse para comprometerse a ofrecer una Misa Tradicional al mes o a la semana por las almas asociadas, por otra los fieles inscriben a las almas de sus seres queridos para que las Misas y oraciones se ofrezcan por ellas, por otro lado los propios fieles rezan también por todas las Almas de la Asociación. Este mes hemos añadido tres nuevos sacerdotes a la Asociación -incluyendo otro Dominico-. En la actualidad hay 64 sacerdotes ofreciendo Misa Tradicional por las almas asociadas, y miles inscritas. Las inscripciones son siempre gratuitas, no hay ningún tipo de finalidad económica -ni siquiera en forma de donativo- en la Asociación.

En el Purgatorio se ama, se ama sin limites, y se arrepiente el alma de tanta ceguera vivida en la vida terrenal. Ellas esperan el consuelo de María y de San Miguel, de los ángeles que acuden en su apoyo, recordándoles que después del sufrimiento tendrán la gloria de llegar al gozo infinito. Allí se pide oración: cuando ellos reciben el amor de los que aun estamos aquí hecho alabanza a Dios, no sólo se consuelan sino que acortan su sufrimiento. Y lo devuelven cuando llegan al Cielo, intercediendo por quienes los supieron ayudar a disminuir sus sufrimientos. Sigue leyendo

La conmemoración de los fieles difuntos

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2 noviembre, 2015

Después que la santa Iglesia en el día de ayer celebró la fiesta de todos los santos, hoy extiende su caridad, y ayuda con sus oraciones y sufragios a las almas del purgatorio. Pues es dogma de fe que para poder entrar en el cielo, han de purificarse y acrisolarse las almas de los que murieron en gracia de Dios con pecados veniales, o sin haber satisfecho en vida enteramente por los mortales que cometieron, y cuanto a la culpa les fueron perdonados. Las obras con que podemos socorrerlas son tres: la primera y principal es el santo sacrificio de la misa; la El_Sant_simo_Sacramento_como_esperanza_de_las_nimas_del_Purgatorio_1_segunda, la oración; y la tercera, todas las obras penales con que se satisface a la divina justicia, como son la limosna, ayunos, penitencias, peregrinaciones, y cosas semejantes. Además de estos modos con que las personas particulares socorren a las almas del purgatorio, el Sumo Pontífice concede indulgencias aplicables a ellas, no por vía de absolución, sino por modo de sufragio, y como dispensador del tesoro de la Iglesia, que son las obras y satisfacciones de Cristo y de los santos. Ganando por las benditas almas estas indulgencias, y haciéndoles otros sufragios, ejercitamos con ellas las obras de misericordia. Porque damos decomer al hambriento, y de beber al sediento, aliviamos con nuestra caridad elhambre y la sed que aquellas santas almas tienen de Dios. Consolamos al enfermo, porque mucho padecen las almas del purgatorio en aquel lugar de tormentos. Rescatamos al cautivo, porque cautivas están en aquella cárcel de expiación, y las redimimos con indulgencias y limosnas. Vestimos al desnudo, alcanzándoles de la bondad de Dios la vestidura nupcial y sin mancha, que hanmenester para entrar en el cielo. Hospedamos al peregrino, rogando al Señor que por los méritos de Cristo les abra las puertas, de su palacio divino; y en fin, ¿no es mayor obsequio el llevar aquellas almas al eterno descanso del paraíso, que el dar a sus cuerpos sepultura? Pero aunque nos debemoscompadecer de todos los que están en el purgatorio; especialmente hemos de socorrer a “nuestros deudos y amigos, a los padres e hijos, a los maridos y mujeres, a los hermanos carnales y otras personas, con quienes tuvimos algún lazo más estrecho de sangre o amistad” Finalmente mucho mayor cuidado debemos poner en cumplir las obligaciones de justicia que pertenecen a ellos, ejecutando sus testamentos y mandas pías, y todo lo que dispusieronpara bien de sus almas.

Reflexión: Mientras que el Señor nos da tiempo, procuremos ajustar nuestra vida con la ley de Dios, y llorar nuestras culpas, y satisfacer por ellas en esta vida: aceptemos las tribulaciones, como de su bendita mano, en penitencia de nuestras culpas: y ayudemos a nuestros hermanos con las buenas obras que pudiéremos, para que salgan del purgatorio puros y afinados; y cuando gocen de Dios nos ayuden con sus oraciones y nos den la mano para llegar al puerto de salud, y gozar juntamente con ellos de la eterna bienaventuranza.

Oración: Oh Dios, creador y Redentor de todos los fieles, concede la remisión de los pecados a las almas de tus siervos y siervas, para que consigan, por nuestras humildes súplicas, el perdón que siempre desearon.Que vives y reinas por todos los siglos de los siglos. Amén.

[Fuente]

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Meditación: de la muerte y resurrección del alma

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2 noviembre, 2015

Meditación para el lunes 23 después de Pentecostés

Punto I. Considera en esta hija de este príncipe difunta a tu alma, hija del príncipe de los cielos, difunta con la muerte del pecado, y pondera el sentimiento que tuvo este padre de la muerte de su hija, y las diligencias que hizo por ella, y el poco que tienes tú de la muerte de tu alma, y como no haces diligencias por resucitarla; mira despacio cómo por darte gustos y pasatiempos has perdido la vida de la gracia, y tu alma está muerta, y todos la lloran, menos tu que debieras llorarla más que todos, y la dejas en poder de la muerte a que se llene de gusanos y podredumbre de vicios, por no acudir a Dios y pedirle que la restituya a la vida, como a la hija de este príncipe; abre los ojos y reconoce tu daño; llora tu pérdida y busca al Señor; arrójate a sus pies y pídele con lágrimas la vida de tu alma con toda confianza que te la dará, como se la dio a esta difunta.

Punto II. Considera cómo este príncipe pospuso todos los pundonores del siglo a la vida de su hija, viniendo él mismo en persona a buscar a Cristo, y arrojándose a sus pies delante de todo el pueblo, adorándole y pidiéndole el que era adorado, buscado y pedido de todos; y aprende a posponer todos los pundonores y estimación del mundo a la salud de tu alma y al aprovechamiento de tu espíritu; pisando el que dirán, y los juicios y dichos de los hombres por el servicio de Dios, como lo hizo David cuando fue danzando delante del Arca del Testamento, no haciendo caso de los desprecios del pueblo y de la murmuración de su mujer Michol: atiende a lo que Dios y sus santos, que juzgan las cosas rectamente, y no hagas caudal de los dichos de hombres, que todos son vanos y mentirosos.

Punto lll. Considera cómo llegó Cristo a la casa del príncipe, y echó la turba que llevaba y la gente que lamentaba al difunto, para darla la vida; en que nos enseñó que es necesario apartar el bullicio de la gente, y dar de mano los negocios seglares, retirarse con Dios a solas para recobrar la vida del alma. Pondera lo que pierdes en los negocios exteriores, y cuantas caídas te han ocasionado los negocios del siglo, y las turbas y concursos de la gente, y apártate de lo que te aparta Dios, despide estas ocupaciones, y retírate con Cristo a la soledad de la oración y del silencio, si quieres recuperar la vida de tu alma.

Punto IV. Considera cómo Cristo tomó a la difunta de la mano, y como quien la despierta del sueño, la restituyó a la vida; en que nos enseñó el medio con que el alma ha de resucitar de la muerte del pecado a la vida de la gracia, que es dándonos Dios su mano. Por sus auxilios y gracias, y dándosela nosotros con nuestras obras, cooperando con ellas y correspondiendo a sus favores. ¡Oh alma mía! medita y considera cuantas veces ha extendido Dios su mano para resucitarte, dándote sus auxilios y gracias, llamándote a su servicio, y tú no has extendido la tuya, sino antes retirándola de su Divina majestad a los vicios; llora tu ingratitud, vuelve sobre ti y ten piedad de ti, aplacando a Dios: extiende tus manos, levántalas a Dios, clamando a su Majestad, y juntamente obrando en su servicio; pídele que te mire y que te visite como a esta difunta, que se apiade de ti, y extienda su mano y te tenga de la suya, para que cobres la vida que perdiste, y resucites a nuevas costumbres, y perseveres siempre en su servicio.

Padre Alonso de Andrade, S.J

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Recordatorio de indulgencias plenarias para la primera semana de noviembre (del 1 al 8)

Se pueden lucrar algunas indulgencias plenarias en la primera semana de Noviembre, empenzando hoy, 1 de noviembre y festividad de Todos los Santos. Son las siguientes

29. Para los fieles difuntos § 1. Se concede indulgencia plenaria, se aplica exclusivamente a las almas en el purgatorio,a los fieles cristianos que:

1 °  cada día, desde el primero hasta el octavo día de noviembre, devotamente visite un cementerio y, aunque sólo sea mentalmente, ruegue por los fieles difuntos; [Nota: una indulgencia plenaria por cada día, si se cumplen las condiciones habituales]

2 ° en el día de la Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos [02 de noviembre] (o, de acuerdo con el Ordinario, el domingo anterior o posterior, o el día de la solemnidad de Todos los Santos) visite piadosamente una iglesia u oratorio, y allí rezen el Pater y el Credo.

Alonso Lobo

Dar clic en la imagen para ir al video

  1 noviembre, 2015
(Reference: Enchiridion Indulgentiarum, 4ª edición.)

Vídeo: Canon Alonso Lobo, Libera me, Domine (Resp. Off. Def.)

New Catholic

Meditación: Fiesta de todos los Santos

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1 noviembre, 2015

Iniciamos con este texto la publicación diaria de pequeñas meditaciones, muy útiles como ayuda a la oración mental de cada día. Son muy breves y desarrolladas en un lenguaje claro, apto para todo el mundo, pero a la vez de una gran profundidad. Las mismas fueron escritas en 1857 por el padre Andrade. S.J


Punto I. Levanta los ojos de la consideración, y mira aquella multitud de santos que vio San Juan en el cielo, vestidos de gloria con palmas en las manos y coronas en las cabezas, en los tronos de la bienaventuranza, entre los coros de los ángeles. Contempla su dicha y el gozo incomprensible de su gloria, y la eternidad del que nunca se ha de acabar, y gózate de su dicha; dales el parabién de su felicidad, enciéndete con su ejemplo en vivos deseos de alcanzar su corona, y pídeles á todos que te sean intercesores delante de Dios, y te den la mano para subir a su reino y merecer estar en su compañía.

Punto II. Considera el camino que llevaron los santos, y los medios por donde consiguieron la gloria que poseen, que cómo dijo el ángel a San Juan (Apoc. 7.): todos vinieron de grande tribulación, y labraron sus vestiduras y las blanquearon en la sangre del Cordero. No vinieron de regalos, ni delicias, ni fiestas, ni opulencia de honras o riquezas; sino de tribulaciones, trabajos, mortificación, cruz y penitencia sufrida por amor de Dios: este camino llevó Cristo, y este llevaron los santos; por este llegaron a la corona, y por este has de ir tú, si la quieres alcanzar y ser su consorte en la gloria. Ofrécete al Señor, y pídele su favor por los méritos de sus santos, para seguir sus pisadas y llegar a su felicidad.

Punto III. Considera las virtudes que Cristo refiere en su evangelio, de pobreza de espíritu, mansedumbre, contrición, lágrimas y sufrimiento en las persecuciones y trabajos, por las cuales se va a la bienaventuranza. Pondera estos pasos, por los cuales como por escalones subieron los santos, caminando de virtud en virtud hasta la cumbre de la perfección y llegar al cielo; y resuélvete a seguirlos, copiando estas virtudes en tu alma con la gracia del Señor.

Punto IV. Considera la diferencia de santos que tiene Dios en su gloria, y los diversos caminos por donde los llevó; y pondera cómo en todos los estados pueden ser los hombres santos; vuelve los ojos a ti mismo, y considera en el que Dios te ha puesto, cómo le sirves y cómo cumples con tus obligaciones: pon la mira en los santos que han vivido en él, y pídele a Dios gracia para imitarlos y cumplir con tus obligaciones, poniéndolos por intercesores delante de su Divina Majestad.

Padre Alonso de Andrade, S.J

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com

El infierno: la vida eterna perdida para siempre

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30 octubre, 2015

Hablaremos extensamente sobre el infierno, por tres razones:

Hoy se predica poco sobre este asunto y se deja caer en el olvido una verdad tan saludable; no se reflexiona bastante que el temor del infierno es el principio de la prudencia y conduce a la conversión. En este sentido, se puede decir que el infierno ha salvado muchas almas.

Además, circulan muchas objeciones demasiado superficiales contra la existencia del infierno, que a algunos creyentes les parecen que responden a la verdad con mejores títulos que las respuestas tradicionales. ¿Por qué? Porque no han profundizado ni han querido desentrañar esas respuestas. Es muy fácil aferrarse a una objeción superficial, hecha desde un punto de vista inferior y exterior, mientras que es difícil aferrar bien una respuesta que escrute las profundidades de la vida del alma, o la desmesurada excelsitud de la justicia de Dios. Hace falta mayor madurez de pensamiento y mayor penetración. Un sacerdote rogó un día a uno de sus amigos, abogado, que preparase, para una conferencia seguida de discusión, objeciones a la doctrina del infierno. El abogado preparó la exposición de las objeciones comunes de una forma brillantísima y desde un punto de vista accesible a todos, y de modo que afectaba fuertemente a la imaginación. Y a causa de que el sacerdote no se había preparado sino muy sumariamente para rebatirle, las objeciones parecieron más fuertes que las respuestas; éstas parecieron verbales; de hecho no afectaban a la imaginación, ni conducían con suficiente fuerza la inteligencia de los oyentes a penetrar las nociones del pecado mortal sin arrepentimiento, de la obstinación, y del estado de término, tan diverso del estado de vía, y la noción, en fin, de la infinita justicia de Dios. Es, pues, preciso insistir en todos estos puntos, tanto más cuanto que el dogma del infierno hace, por contraste, apreciar en mayor grado el valor de la salvación eterna.

Aún más : nunca se conoce tan bien el valor de la justicia como cuando se sufre una grave injusticia o se ve uno amenazado por ella. Nuestro Señor iluminó a Santa Teresa sobre la belleza del Cielo después de haberle mostrado el puesto que habría ocupado en el infierno si hubiese seguido el camino en que había dado sus primeros pasos.

El infierno indica también el lugar en que se encuentran los condenados. Sigue leyendo

La muerte como final o como principio (I)

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29 octubre, 2015

Dime, Amado de mi alma
dónde pastoreas, dónde sesteas al mediodía…
(Ca 1:7)

Resurrección del hijo de la viuda de Naín[1]

Es el evangelista San Lucas el que cuenta el conmovedor episodio de la resurrección, por el poder de Jesucristo, del hijo de la viuda de Naín.

Siguiendo la letra del texto evangélico podemos imaginarnos el escenario. Jesús llegaba a la entrada del villorio, seguido como siempre de una gran muchedumbre, cuando salía el cortejo fúnebre camino del lugar del enterramiento. Unas cuantas personas transportaban unas angarillas sobre las que iba el cadáver de un adolescente, envuelto seguramente, según era costumbre, en un sudario sujeto al cuerpo con algunas ligaduras. El joven era hijo único de su madre, según especifica el texto que además añade que era viuda. La infeliz mujer iba llorando amargamente tras el cadáver, seguida probablemente por las plañideras y por los músicos, según las costumbres de los ritos funerarios de la época. Tras el cortejo, parientes y conocidos, todo el pueblo probablemente, tal como suele ocurrir en los lugares de muy pocos habitantes.

Fue en ese momento cuando Jesús y sus seguidores, que llegaban al pueblo, se encontraron frente a la comitiva fúnebre que salía. El texto subraya que Jesús, percatándose enseguida de la pobre mujer que sollozaba tras el cadáver, se compadeció de ella. Sigue leyendo

Profundizando en nuestra fe. Capítulo 1: El Sentido de la existencia del hombre (II)

nicea 28 octubre, 2015

En el artículo anterior concluíamos que no se puede llegar a descubrir el auténtico sentido de la existencia del hombre si se rechaza a Dios y si se niega la espiritualidad del alma. Ambos conceptos previos, que son el punto de partida de nuestro razonamiento, son la base para poder seguir nuestro estudio.

Para llegar a descubrir el sentido de esta existencia, sería bueno que respondiéramos previamente unas preguntas que considero esenciales: ¿por qué Dios creó al hombre? ¿Por qué existe el hombre? ¿Es el hombre un mero accidente biológico en medio de un mundo sin sentido? ¿Hay algún “diseño”? ¿Tiene algún sentido que Dios creara al hombre? La respuesta a estas preguntas nos dará una primera luz sobre el sentido de nuestra existencia.

El mero hecho de que Dios creara seres espirituales -que una vez creados ya van a existir para siempre-, nos hace pensar en un “plan” de Dios con respecto a esas criaturas. Sigue leyendo

Así debería haber hablado el Sínodo. Encíclica Casti Connubii de Pio XI sobre el matrimonio cristiano

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28 octubre, 2015

CARTA ENCÍCLICA CASTI CONNUBII DEL PAPA PÍO XI

SOBRE EL MATRIMONIO CRISTIANO

1. Cuán grande sea la dignidad del casto matrimonio, principalmente puede colegirse, Venerables Hermanos, de que habiendo Cristo, Señor nuestro e Hijo del Eterno Padre, tomado la carne del hombre caído, no solamente quiso incluir de un modo peculiar este principio y fundamento de la sociedad doméstica y hasta del humano consorcio en aquel su amantísimo designio de redimir, como lo hizo, a nuestro linaje, sino que también lo elevó a verdadero y gran [1] sacramento de la Nueva Ley, restituyéndolo antes a la primitiva pureza de la divina institución y encomendando toda su disciplina y cuidado a su Esposa la Iglesia.

Para que de tal renovación del matrimonio se recojan los frutos anhelados, en todos los lugares del mundo y en todos los tiempos, es necesario primeramente iluminar las inteligencias de los hombres con la genuina doctrina de Cristo sobre el matrimonio; es necesario, además, que los cónyuges cristianos, robustecidas sus flacas voluntades con la gracia interior de Dios, se conduzcan en todos sus pensamientos y en todas sus obras en consonancia con la purísima ley de Cristo, a fin de obtener para sí y para sus familias la verdadera paz y felicidad.

2. Ocurre, sin embargo, que no solamente Nos, observando con paternales miradas el mundo entero desde esta como apostólica atalaya, sino también vosotros, Venerables Hermanos, contempláis y sentidamente os condoléis con Nos de que muchos hombres, dando al olvido la divina obra de dicha restauración, o desconocen por completo la santidad excelsa del matrimonio cristiano, o la niegan descaradamente, o la conculcan, apoyándose en falsos principios de una nueva y perversísima moralidad. Contra estos perniciosos errores y depravadas costumbres, que ya han comenzado a cundir entre los fieles, haciendo esfuerzos solapados por introducirse más profundamente, creemos que es Nuestro deber, en razón de Nuestro oficio de Vicario de Cristo en la tierra y de supremo Pastor y Maestro, levantar la voz, a fin de alejar de los emponzoñados pastos y, en cuanto está de Nuestra parte, conservar inmunes a las ovejas que nos han sido encomendadas. Sigue leyendo

La eclesiología del Papa Francisco: pocas certezas y algunas dudas

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26 octubre, 2015

El pasado 17 de octubre, en ocasión del quincuagésimo aniversario de la institución del Sínodo de los Obispos por el Papa Paulo VI, el Santo Padre Francisco pronunció un Discurso al que, a nuestro juicio, no se la prestado la debida atención si se tiene en cuenta la singular importancia de su contenido[1]. Se trata, en efecto, de una pieza clave para entender qué piensa el Papa respecto de la Iglesia, de su naturaleza y de su misión en el tiempo actual y, por ende, del modo en que ha de ser ejercido -y se propone ejercer- el ministerio petrino. Podemos decir, por tanto, que en él se contiene, en síntesis, la eclesiología del Papa Francisco. Resulta de interés detenerse en su análisis.

Para una adecuada comprensión de lo qué se supone sea esta eclesiología es preciso referirse a dos conceptos que, en cierto modo, vertebran la exposición del Sumo Pontífice. El primero de ellos es la noción de Pueblo de Dios como modo habitual, y de hecho exclusivo, de referirse a la Iglesia. El segundo, es el llamado sensus fidei o sensus fidelium, lugar teológico de larga data en la Iglesia pero que ha sido revalorizado y puesto de relieve en la teología contemporánea a partir, sobre todo, del Concilio Vaticano II. Veamos por separado cada uno de estos aspectos.

La Iglesia, ¿Pueblo de Dios o Cuerpo Místico de Cristo?

La Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia es la carta magna de la nueva eclesiología propuesta a partir del Concilio Vaticano II. En este Documento la Iglesia es llamada Cuerpo Místico de Cristo conforme con la gran visión paulina[2]. En este sentido, el texto no hace sino confirmar la eclesiología anterior al Vaticano II expuesta magistralmente, entre otros documentos, en la Encíclica Mystici Corporis Christi, de Pío XII (1943). Sin embargo, en su segundo capítulo, Lumen Gentium introduce la noción de Pueblo de Dios para referirse a la Iglesia. Nadie puede, en principio, negar la absoluta legitimidad de esta noción y de su aplicación a la Iglesia; en efecto, la idea de Pueblo de Dios tiene sus raíces en la tradición bíblica veterotestamentaria, raíces que son expresamente mencionadas en el Documento conciliar[3] e interpretadas, como no puede ser de otra manera, como preparación y figura de la Nueva Alianza. De este modo, el Israel santo, la nación santa de los profetas del Antiguo Testamento se cumple y se realiza plenamente en el Nuevo Israel, en el Pueblo de Dios de la Nueva Alianza, la Iglesia cuya cabeza es Cristo: “Pues quienes creen en Cristo, renacidos no de un germen corruptible, sino de uno incorruptible, mediante la palabra de Dios vivo (cf. 1 P 1,23), no de la carne, sino del agua y del Espíritu Santo (cf. Jn 3,5-6), pasan, finalmente, a constituir «un linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo de adquisición, que en un tiempo no era pueblo y ahora es pueblo de Dios» (1 P 2, 9-10)[4]

De este modo la noción de Pueblo de Dios quiere enfatizar el hecho de la misteriosa elección por parte de Dios de un pueblo santo, de una heredad que el Señor se ha reservado para Sí: esa elección recaída primero en el pueblo judío, recae, ahora, en la Iglesia que reúne y congrega la multitud de los pueblos gentiles que han sido injertados en el viejo olivo de Israel (Romanos, 11, 17). En definitiva, la Iglesia es el Israel en el que recae, ahora, la elección y el llamado de Dios. Así lo reconoce explícitamente la Lumen Gentium: “Así como al pueblo de Israel, según la carne, peregrinando por el desierto, se le designa ya como Iglesia (cf. 2 Esd 13,1; Nm 20,4; Dt 23,1 ss), así el nuevo Israel, que caminando en el tiempo presente busca la ciudad futura y perenne (cf. Hb 13,14), también es designado como Iglesia de Cristo (cf. Mt 16,18), porque fue Él quien la adquirió con su sangre (cf. Hch 20,28), la llenó de su Espíritu y la dotó de los medios apropiados de unión visible y social. Dios formó una congregación de quienes, creyendo, ven en Jesús al autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia a fin de que fuera para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salutífera”[5].

La imagen del Pueblo de Dios se aplica, por tanto, a la Iglesia con toda propiedad como se le aplican, también, otras figuras de incuestionable raíz bíblica tomadas de la vida pastoril, de la agricultura, de la edificación, de la familia y de los esponsales, las cuales están ya insinuadas en los libros de los profetas[6]. Pero la cuestión que se plantea, de cara al uso prácticamente exclusivo que ha ido adquiriendo la noción de Pueblo de Dios en la eclesiología actual, es si esta noción es la más apta para expresar con la mayor propiedad posible la naturaleza íntima de la Iglesia. La respuesta a esta pregunta parece, en principio, negativa; efectivamente, la figura de Pueblo de Dios no es la que mejor se adecua a la naturaleza de la Iglesia y no se ve qué razón hay para insistir en su utilización de un modo tan exclusivo y excluyente. En un conocido escrito de su época de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Papa Emérito Benedicto XVI, sostenía: “Limitarse a esta expresión (Pueblo de Dios) para definir a la Iglesia, significa dejar un tanto en la sombra la concepción que de ella nos ofrece el Nuevo Testamento. En éste, la expresión Pueblo de Dios remite siempre al elemento veterotestamentario de la Iglesia, a su continuidad con Israel. Pero la Iglesia recibe su connotación neotestamentaria más evidente en el concepto de Cuerpo de Cristo[7]”. Algo similar ya había sido adelantado en un texto juvenil: “Si se retoma al concepto objetivo y escueto de Pueblo de Dios, y en él se quiere instalar el verdadero y genuino concepto de la Iglesia, cabría objetar que Pueblo de Dios, únicamente, no puede expresar con exactitud la esencia de la Iglesia neotestamentaria[8]”.

Ahora bien, si la noción menos apropiada para definir la Iglesia se ha extendido tanto hasta el punto de desplazar, casi por completo, la idea del Cuerpo Místico, ¿puede sospecharse que esto ha ido en detrimento de una recta eclesiología con el consiguiente riesgo de un oscurecimiento de la conciencia eclesial? La pregunta es tan difícil y compleja que no nos creemos en capacidad de dar una respuesta exhaustiva y suficientemente fundada. No obstante, a la luz de lo que es posible observar y oír, tanto en la catequesis como en las homilías, en las habituales declaraciones episcopales y, ahora, en las mismas intervenciones del Papa, se acrecienta la sospecha de que la noción de Pueblo de Dios, exaltada y reiterada con evidente mengua de la venerable doctrina del Cuerpo Místico (en la que fuimos instruidos los católicos de mi generación y de tantas generaciones) nos está llevando a una noción de Iglesia concebida en términos de un “pueblo peregrino” en la que paulatinamente se va borrando toda idea de jerarquía y de un magisterio situado en la cúspide de esa jerarquía que obre de luz y guía del rebaño. Ha sido el mismo Francisco quien, en reiteradas ocasiones, ha expresado que los pastores no deben marchar a la cabeza del pueblo sino al costado o detrás; y quien ahora, en el Discurso que estamos examinado, ha reiterado, citándose a sí mismo, “la necesidad y la urgencia de pensar en una conversión del papado[9]”, proposición ambigua que suscita fuertes dudas respecto de su naturaleza y alcance.

El sensus fidelium y una Iglesia en escucha.

Vayamos al segundo punto de nuestro análisis, estrechamente vinculado con el anterior: el sensus fidei o sensus fidelium. La importancia asignada a este tema ha sido puesta en evidencia por el hecho de que la Comisión Teológica Internacional le dedicó un extenso y pormenorizado examen contenido en el Documento El sensus fidei en la vida de la Iglesia publicado el pasado año 2014[10]. Si bien en la Nota Preliminar, dicho Documento aclara que su elaboración ocupó el quinquenio 2009-2014 de los trabajos de la Comisión, uno de los miembros de dicha Comisión, la Hermana Sara Butler, religiosa Misionera de la Santísima Trinidad, ha declarado que el empeño en procurar una comprensión compartida de este tema ha tenido especialmente en vista “la consulta por el inminente Sínodo de la familia” por lo que “la Comisión Teológica Internacional ha preparado Sensus fidei en la vida de la Iglesia. El documento propone una explicación y un esclarecimiento teológicos de algunos aspectos del sensus fidei y sugiere criterios para discernir las manifestaciones auténticas[11]”. Es decir que aún cuando el tema ocupaba la atención de la Comisión Teológica Internacional desde hacía varios años, ya en tiempos del Pontificado de Benedicto XVI, no hay dudas de que su publicación ha respondido a la inminencia del Sínodo. Habrá que preguntarse, en consecuencia, si la puesta a punto de este lugar teológico no guarda alguna relación con los propósitos que guían la convocatoria del Sínodo de la Familia. Más concretamente: si no se trata de invocar un supuesto sensus fidei en apoyo de ciertas iniciativas “aperturistas” de algunos sectores sinodales.

En primer lugar es llamativo que el Discurso del 17 de octubre reproduzca, por momentos casi textualmente, las conclusiones del documento de la Comisión Teológica. Francisco, en efecto, apela al sensus fidei al que define en términos de una infalibilidad del Pueblo de Dios: infalibile in credendo. Tomando como punto de partida el Concilio Vaticano II sostiene: “Después de haber reafirmado que el Pueblo de Dios está constituido por todos los bautizados, «consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo», el Concilio Vaticano II proclama que «la totalidad de los fieles que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y 27) no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando “desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos” muestran estar totalmente de acuerdo en cuestiones de fe y de moral». Aquel famoso infalibile in credendo[12].

La cita conciliar corresponde al número 12 de Lumen Gentium que introduce, precisamente, el concepto de sensus fidelium, o sensus fidei o, dicho en otros términos, del sentido sobrenatural de la fe por el que cuando una verdad es creída por toda la Iglesia constituye, por lo mismo, garantía cierta de verdad. Este sentido sobrenatural de la fe, que es de toda la Iglesia y de todo bautizado en tanto permanece en la comunión de la Iglesia, es obra del Espíritu Santo. Su presencia en la Iglesia consta por la Sagrada Escritura y ha sido reconocida, con distintos acentos y variada terminología, a lo largo de toda la tradición de la Iglesia desde la Patrística hasta nuestros días pasando por la Escolástica. Tanto los Padres griegos como los latinos, los escolásticos como Santo Tomás y san Buenaventura, algunos teólogos modernos como el Beato Cardenal Newman y, desde luego, el Concilio Vaticano II, han reconocido invariablemente este sentido sobrenatural de la fe del que gozan todos los bautizados.

Pero en relación con este sensus fidei hay dos aspectos en los que es preciso detener el análisis. En primer lugar, una adecuada comprensión del sentido y del alcance de este sensus sobrenatural de la fe requiere que se lo entienda en el marco de una noción de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo y no tanto en el de la idea del Pueblo de Dios. Más aún, nos animamos a suponer que sólo en el contexto de la eclesiología del Cuerpo Místico el sensus fidei puede ser rectamente entendido en tanto que por fuera de esta eclesiología y en el contexto del Pueblo de Dios se corre el riesgo de un serio desvío que acercaría ese sensus fidei más al protestantismo que a la ortodoxia católica. Porque este sentido sobrenatural de la fe se da en cada bautizado sólo en la medida en que es incorporado como miembro del Cuerpo de Cristo, al modo de una participación en ese Cuerpo y no como una propiedad individual o personal suya. No se trata de que cada bautizado es por sí un maestro de la fe que debe ser escuchado en paridad con quienes tienen por misión enseñar en la Iglesia; no, ese sentido de la fe lo posee cada creyente sólo y exclusivamente en tanto miembro del Cuerpo Místico y que, por ende, participa de la economía de la gracia que desde la Cabeza de ese Cuerpo que es Cristo se derrama a todos y cada uno de sus miembros. El gran teólogo alemán Karl Adam aclara este punto al sostener: “El portador del Espíritu de Jesús (esa unción del santo al que alude Lumen Gentium, 12) es por consiguiente la Iglesia, pero no como pluralidad de individuos particulares, no como una suma de personalidades de profunda vida espiritual, sino la Iglesia como unidad perfecta de los creyentes, como una comunidad que trasciende a los individuos. Esta unidad, esta comunidad, es el dato primigenio del cristianismo […] es algo que en su esencia es previa a toda individualidad, una esencia supra-personal, una unidad abarcadora que no presupone personalidades cristianas sino que las crea y las engendra[13]”. En una palabra, es el Espíritu de Cristo el que engendra, en la comunión del Cuerpo Místico de la Iglesia, el sensus fidei, ese admirable consensus fidelium por el que en todo tiempo y lugar los bautizados creemos y seguimos creyendo las verdades de la fe. No se trata, por tanto, de un carisma individual ni de una propiedad personal como cierto individualismo moderno (de cepa luterana) pueda suponer. Tampoco se trata de una opinión o conjunto de opiniones que puedan ser consultadas y procesadas en las encuestas al uso.

En segundo lugar, debe precisarse cuál sea la exacta dimensión de este sensus fidei y su importancia real en la vida de la Iglesia sobre todo a la hora de establecer qué relaciones guarda con el Magisterio. Tanto el texto de la Comisión Teológica como el Discurso del Papa acusan en este punto un margen de ambigüedad y de imprecisión suficiente como para dar lugar a interpretaciones opuestas a la doctrina católica. En efecto, se advierte una exagerada valoración de este sensus fidei cuando se lo pone casi en la base y en el fundamento del magisterio ministerial de la Iglesia o, al menos, como el primer presupuesto de ese magisterio. De este modo toda acción magisterial en la Iglesia (de una Iglesia que se califica de sinodal y cuya nota esencial pasa a ser la llamada sinodalidad), sea la de los Obispos o la del Papa, comienza por una escucha de ese sensus fidei. Oigamos al Papa: “El camino sinodal comienza escuchando al pueblo, que «participa también de la función profética de Cristo», según un principio muy estimado en la Iglesia del primer milenio: Quod omnes tangit ab omnibus tractari debet. El camino del Sínodo prosigue escuchando a los Pastores. Por medio de los Padres sinodales, los obispos actúan como auténticos custodios, intérpretes y testimonios de la fe de toda la Iglesia, que deben saber distinguir atentamente de los flujos muchas veces cambiantes de la opinión pública […] Además, el camino sinodal culmina en la escucha del Obispo de Roma, llamado a pronunciarse como «Pastor y Doctor de todos los cristianos» no a partir de sus convicciones personales, sino como testigo supremo de la fides totius Ecclesiae, «garante de la obediencia y la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la Tradición de la Iglesia»”. En este marco de sinodalidad la Iglesia pasa a ser una Iglesia en escucha de unos y otros en aparente paridad. “Es una escucha reciproca -continúa Francisco- en la cual cada uno tiene algo que aprender. Pueblo fiel, colegio episcopal, Obispo de Roma: uno en escucha de los otros; y todos en escucha del Espíritu Santo, el «Espíritu de verdad» (Jn 14,17), para conocer lo que él «dice a las Iglesias» (Ap 2,7)”[14].

Más allá de ciertos giros del lenguaje en consonancia con la doctrina católica y de justas matizaciones que deben ser reconocidas, la palabra del Papa suena en cierto modo imprecisa al poner en paridad a los protagonistas en juego, el Pueblo y la Jerarquía, y al describir un magisterio que asciende de abajo hacia arriba en lugar de descender de Dios a los fieles por medio de quienes han sido constituidos doctores. La consecuencia no puede ser otra que una tendencia a desdibujar la neta distinción entre una Iglesia docente y una Iglesia discente: “El sensus fidei -continúa- impide separar rígidamente entre Ecclesia docens y Ecclesia discens, ya que también la grey tiene su «olfato» para encontrar nuevos caminos que el Señor abre a la Iglesia[15]”. Y en la culminación de este magisterio “ascensional”, Francisco no trepida en analogar a la Iglesia a una pirámide invertida: “En esta Iglesia, como en una pirámide invertida, la cima se encuentra por debajo de la base”[16].

La ambigüedad del Discurso se hace aún más patente cuando el Papa parece identificar el sentido de servicio que tiene toda autoridad en la Iglesia, el hecho de que los papas se llamen a sí mismos “siervo de los siervos de Dios”, el abajamiento, en suma, de quienes poseen el carisma de la autoridad, a imitación de Cristo que lavó los pies a los apóstoles, con el abajarse o la abdicación del ejercicio mismo de la autoridad magisterial. El Señor lavó, en efecto, los pies a sus discípulos pero no abdicó jamás de su condición de Maestro. Por eso nos confunde un tanto lo que dice Francisco cuando en abono de este magisterio sinodal de abajo hacia arriba, sostiene: “Quienes ejercen la autoridad se llaman «ministros»: porque, según el significado originario de la palabra, son los más pequeños de todos. Cada Obispo, sirviendo al Pueblo de Dios, llega a ser para la porción de la grey que le ha sido encomendada, vicarius Christi vicario de Jesús, quien en la Última Cena se inclinó para lavar los pies de los apóstoles (cf. Jn 13,1-15). Y, en un horizonte semejante, el mismo Sucesor de Pedro es el servus servorum Dei[17]. Honestamente no vemos un sequitur entre el espíritu evangélico de la autoridad como servicio y este novedoso magisterio invertido.

A nuestro modesto entender, si bien del sensus fidei participan todos los bautizados, empero, no se da en todos en la misma medida ni se ejerce de igual modo. Es preciso mantener, más que nunca, la neta distinción (neta, no rígida) entre una Ecclesia docens y una Ecclesia discens; en la primera, el sensus fidei guía a quien enseña; en la segunda, guía al que aprende. Esto no quiere decir que en circunstancias determinadas el Magisterio no deba consultar el sentido sobrenatural de la fe de la Iglesia; así se hizo, por ejemplo, cuando se proclamaron los dos últimos dogmas marianos: la Inmaculada Concepción y la Asunción a los cielos en cuerpo y alma de la Bendita Virgen María. Pero de aquí a invertir el sentido del magisterio hay todo un paso que no es posible dar sin riesgo cierto de apartarse de la doctrina católica.

Conclusiones

En resumen, el Discurso que comentamos deja algunas certezas: de hecho, Francisco ha mantenido firme la idea de que toda colegialidad (concepto todavía inasible en la eclesiología contemporánea) es cum Petro et sub Petro. También ha dejado en claro que el Papa es el garante último y supremo de la obediencia y la conformidad de la Iglesia a la voluntad de Dios, al Evangelio de Cristo y a la Tradición de la Iglesia. Pero ciertos conceptos difusos como el de sinodalidad, una exagerada y constante apelación al “Pueblo de Dios” como si en él residiera el fundamento último de la Fe (y no en la revelación), la ausencia de toda referencia a la misión salvífica de la Iglesia y un sensus fidei elevado indebidamente al nivel de primum movens de la acción docente en la Iglesia, suscitan no pocas dudas e inquietudes.

Pero reduciríamos nuestro análisis si todo lo limitáramos a la personalidad y a la gestión del Papa Francisco. Sin duda que hasta el presente su Papado ha sido zigzagueante en varios y vitales aspectos, que a menudo sus afirmaciones resultan inadecuadas para expresar las verdades de la fe, que ciertos gestos suyos más parecen dar aliento a los enemigos de la Iglesia que a los que se esfuerzan por mantenerse fieles a sus enseñanzas. Todo eso es verdad. Pero la crisis actual de la Iglesia se remonta más atrás aún antes del Concilio Vaticano II. Es cierto que este acontecimiento produjo fuertes sacudimientos (turbulencias las llamó Paulo VI) de la Iglesia y provocó la eclosión de fuerzas destructivas y autodestructivas hasta entonces relativamente soterradas. Pero no es menos cierto que junto a estos aspectos negativos el Concilio tuvo la virtud de poner en la mesa de discusión y estudio algunos temas que aguardaban todavía una dilucidación y un desarrollo más plenos. La liturgia, la eclesiología, la exégesis bíblica, el papel del laicado, la llamada (a falta de otro nombre) colegialidad fueron, entre otros, algunos de esos temas. A vuelta de más de medio siglo tales temas siguen sin dilucidar a la espera de definiciones y desarrollos que los saquen de la ambigüedad y confusión en que hoy se hallan; este es el cometido de una reflexión teológica fecunda y serena hecha a la luz de la Fe y de la Tradición, tarea pendiente hasta este momento.

El Pontificado de Benedicto XVI apuntó en esa dirección al reclamar, por un lado, una hermenéutica de la continuidad y, por otro, al emprender “la reforma de la reforma” litúrgica. Por razones que ignoramos estos propósitos se frustraron y hoy constatamos a cada paso que el Pontificado de Francisco no se orienta en el mismo sentido, antes bien, en el opuesto. Por esta razón todos los cabos sueltos que han dejado los documentos conciliares son hoy objetos de un desarrollo teológico que tiende más a radicalizar la ruptura que a soldarla. El Discurso que comentamos es sólo una muestra más de esta penosa y difícil situación.

Mario Caponnetto


[1] Discurso del Santo Padre Francisco, Aula Paulo VI, sábado 17 de octubre de 2015.

[2] Constitución Dogmática Lumen Gentium (en adelante LG), n. 7.

[3] Cf. LG, n. 9.

[4] Ibidem.

[5] Ibidem.

[6] Cf. LG, n. 6.

[7] Josef Ratzinger, Víctor Messori, Informe sobre la fe, Madrid, 1985, p. 55.

[8] Josef Ratzinger, El nuevo Pueblo de Dios, Barcelona, 1972, página 97.

[9] Cf. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, n. 32.

[10] La versión española de este Documento puede consultarse en Comisión Teológica Internacional, El sensus fidei en la vida de la Iglesia, BAC, Madrid, 2014.

[11] Sara Butler, L’instinto che guida i cristiani, en L’Osservatore Romano, ed. quotidiana, Anno CLIV, n. 140, 22/06/14.

[12] Discurso del Santo Padre Francisco…, o. c.

[13] Karl Adam, La esencia del catolicismo, Buenos Aires, 2013, paginas 43, 44.

[14] Discurso del Santo Padre Francisco…, o. c.

[15] Ibidem.

[16] Ibidem.

[17] Ibidem.

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com

Homilía: angustia de los moribundos que descuidaron su salvación

ligorio

25 octubre, 2015

SERMÓN PARA LA DOMINÍCA VIGÉSIMA SEGUNDA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS. POR SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO

Reddite ergo quæ sunt Cæsari, et quæ sunt Dei, Deo.

Dad al César lo que es de César, y a Dios, lo que es de Dios.

(Matth. XXII, 21)

Para sorprender a Jesucristo los Fariseos en lo que hablase, y acusarle después, enviaron a preguntarle  un día, si era o no era lícito pagar el tributo al César. A lo cual el Señor, conociendo su refinada malicia, respondió: “¿De quién es esa imagen grabada en la moneda? Del César respondierónle los enviados. Pues dad al César lo que es del César -replicó Jesucristo, y a Dios lo que es de Dios”. Con estas palabras quiso enseñarnos, que debemos dar a los hombres lo que les es debido: pero que quería para sí todo el amor de nuestro corazón, puesto que para esto nos creó, y por esta misma causa nos impuso el precepto de amar a Dios sobre todas las cosas: Diliges Dominum Deum tuum ex toto corde tuo. ¡Ay de aquél, que vea a la hora de la muerte, que ha amado a las criaturas y sus gustos, y ha descuidado amar a Dios! Porque enmedio de las angustias que entonces le cercarán, buscará la paz y no la hallará: Angustia superveniente, requirent pacem, et not erit, (Ezech. VII, 25). Y ¿cuáles serán estas angustias que le han de cercar y atormentar? Escuchadlas: entonces dirá el infeliz moribundo:

Podía haberme hecho santo y no lo hice. Punto 1º

¡Ah, tuviese yo ahora tiempo de enmendar mi error! Punto 2º

Pero éste ya no es tiempo de remediarlo… Punto 3º

PUNTO 1. PODÍA HABERME HECHO SANTO Y NO LO HICE

1. Como los santos en toda su vida no piensan en otra cosa que en dar gusto a Dios y hacerse santos, esperan con gran confianza la muerte, que los libra de las miserias y de los peligros de la vida presente, y los une perfectamente con Dios. Pero, el que no piensa sino en satisfacer sus propios apetitos, y en vivir cómodamente, sin encomendarse a Dios, y sin acordarse de la cuenta que debe darle un día, ¿cómo ha de poder esperar la muerte con tranquilidad? ¡Que dignos de compasión son los pecadores! Ellos lanzan de sí la idea de la muerte cuando la tienen cerca, y solamente piensan en vivir alegremente como si nunca hubiesen de morir; no tienen presente que a cada uno ha de llegar su fin: Finis venit, venit finis (Ezech. VII, 2). Y cuando éste llegare, cada cual cogerá aquello que sembró, como dice San Pablo: Quœ enim seminaverit homo, hœc et metet… (Gal. VI, 8 )El que hubiere sembrado obras santas, cogerá premios y vida eterna: y el que hubiese sembrado obras malas, cogerá castigos y eterna muerte.

2. La primera cosa que se representará al moribundo, cuando se le anuncie la proximidad de la muerte, será la escena de la vida pasada, y entonces verá las cosas de una manera muy distinta de aquellas en las que veía cuando gozaba de buena salud. Aquellas venganzas que le parecían lícitas; aquéllos escándalos de que hacía poco caso; aquella libertad de hablar de cosas deshonestas o contra la fama del prójimo; aquellos placeres que tenía por inocentes ; aquellas injusticias que creía eran permitidas, se le manifestarán entonces pecados y ofensas graves contra Dios, como lo eran realmente. Los hombres que cierran los ojos a la luz para no verla mientras viven, han de ver a pesar suyo a la hora de la muerte todo el mal que han hecho: Tunc aparientur oculi cæcorum (Isa. XXXV, 5). A la luz de la muerte verá el pecador y se irritará, como dice el real Profeta : Peccator videbit et irascetur (Psal. CXI, 10). Verá todos los desórdenes de su vida pasada; los sacramentos que despreció: las confesiones que hizo sin dolor y sin propósito de la enmienda; los contratos hechos contra el grito de la conciencia; las injusticias cometidas contra el prójimo en sus bienes, o en su reputación; las bufonadas deshonestas; los odios inveterados, y los pensamientos de venganza. Verá los ejemplos que pudo imitar, dados por las personas temerosas de Dios, y de los cuales se burló, calificando de hipocresía  o de necedad los ejercicios de religión y de piedad. Verá las inspiraciones de Dios que despreció, cuando le llamaba por medio de los doctores y maestros espirituales, y tantas resoluciones y promesas que hizo y dejó de cumplir.

3. Verá especialmente, las depravadas máximas que siguió durante su vida, por ejemplo: es necesario conservar el honor, sin cuidado del honor de Dios: es preciso gozar cuando se presente la ocasión; sin reparar en que quizá estos goces eran otras tantas ofensas contra el Creador. ¿Qué papel hace en el mundo el pobre que no tiene dinero? Como si fuera mejor amontonar oro y perder su alma. ¿Qué hemos de hacer? puestos en el mundo, es menester que nos dejemos ver en él como la sociedad exige. De esta manera hablan los hombres mundanos mientras disfrutan de buena salud: pero mudan de lenguaje a la hora de la muerte, y reconocen la verdad de aquella máxima de Jesucristo: ¿De que sirve al hombre el ganar todo el mundo, si pierde su alma? (Matth. XVI, 26). En aquella hora fatal dirá el enfermo: ¡Ay de mí, que tuve tanto tiempo para arreglar los negocios de mi conciencia, y me encuentro al final de mi vida sin haberlos arreglado! ¿Que trabajo me hubiese costado dejar aquella mala inclinación, haberme confesado cada semana, y haberme evitado las ocasiones de pecar? Y aún cuando esto me hubiese costado alguna incomodidad, ¿no debía yo haberla soportado para salvar mi alma? Pero ¡gran Dios! los pensamientos de tales moribundos que tienen turbada el alma, son muy semejantes a los de los réprobos, que tienen en el Infierno el dolor inútil de haber pecado porque la culpa fue la causa de su perdición.

4. Entonces no consuelan las diversiones pasadas, ni la pompa que ya no existe, ni las venganzas ejecutadas contra los rivales. Todas las cosas convertidas a la hora de la muerte en espadas, que traspasarán el corazón del pecador, como dice David: Virum injustum mala capient in interitu.(Psal. CXXXIX; 12). Mientras se goza de salud, desean los amantes del mundo banquetes, bailes, juegos y diversiones; pero a la hora de la muerte, todas estas alegrías se convertirán en llanto y tristeza, como dice Santiago: Risus vester in luctum convertetur, et guardium in mærorem.(Jac. IV, 9). Y por desgracia vemos que sucede esto muya a menudo. Enferma gravemente aquel joven brillante, que mantenía la conversación con sus agudezas, chistes y obscenidades. Sus amigos van a visitarle, y le encuentran terriblemente triste y afligido. Ya no se chancea, ni se ríe, ni habla; y si pronuncia algunas palabras, sólo manifiesta en ellas terror y desesperación. Entonces sus amigos: le dicen ¿que tristeza se ha apoderado de tí? Es preciso estar tranquilo, porque esta disposición no vale nada. ¿Y cómo ha de estar tranquilo el infeliz enfermo, cuya conciencia está llena de pecados y de remordimientos, y que ve llegar el momento en que ha de dar cuenta a Dios de toda su vida pasada, cuando tiene tantos motivos  de temer una sentencia de reprobación? Entonces exclamará: ¡Cuán necio he sido! Si yo hubiese amado a Dios, no me hallaría al presente cercado de angustias. Si yo tuviese tiempo de remediar mis desórdenes pasados, ¡cómo lo haría al presente!

PUNTO 2. ¡AH, SI TUVIESE YO AHORA TIEMPO DE ENMENDAR MI ERROR!

5. ¡Ah, si tuviese tiempo de enmendar mi error! ¡Qué no haría yo ahora! Así hablará el mundano moribundo. Pero ¿cuándo pensará el desgraciado de este mundo?  Cundo se acabe el aceite de la lámpara de su vida y se mire a la puerta de la eternidad. Una de las mayores angustias que experimentan entonces los mundanos es; considerar el mal uso que hicieron del tiempo, cuando en vez de atesorar méritos para el Paraíso, solamente los acumularon para el Infierno. ¡Si tuviese tiempo! Vas buscando tiempo después de que perdiste  tantas noches jugando, tantos años dando gusto a tus sentidos, y tantas semanas maquinando venganzas, sin pensar un instante en tu pobre alma. Ya no hay tiempo para ti, porque perdiste todo el que se te concedió: Tempus non erit amplius (Apoc. X, 6) ¿No te habían avisado ya los predicadores, que estuvieses preparado para la hora de la muerte, porque te sorprendería cuando menos pensases? Estad siempre prevenidos, dice Jesucristo por San Lucas (XII, 40), porque vendrá el Hijo de Dios a la hora que menos penséis. Con razón le dirá Dios entonces: Tu despreciaste mis amonestaciones, y perdiste el tiempo que mi bondad te concedía para merecer. Ahora ya no hay tiempo. Oye como el sacerdote que te asiste, intima ya que salgas de este mundo: Sal alma cristiana, de este mundo ¿Y a dónde ha de ir? A la eternidad. La muerte no respeta ni a los pobres ni a los monarcas; y cuando  llega, no espera un momento, como dice es santo Job, por estas palabras: Tiene señalados los términos de su vida, más allá de los cuales no podrá pasar (Job. XIV, 5).

6. ¡Que terror tendrá el moribundo al oír estas palabras, haciendo en su mente esta reflexión:Esta mañana estoy vivo; y esta tarde estaré muerto. Hoy estoy en esta casa; y mañana estaré en la sepultura. ¿Pero mi alma donde estará? Crecerá su espanto cuando vea preparar la candela, y oiga que el confesor dice a sus deudos, que salgan de aquel aposento y no entren más; se aumentará aún desmedidamente cuando el confesor le ponga el Crucifijo en las manos y le diga: Abrazaos con Jesucristo y no penséis ya en el mundo. El enfermo toma el Crucifijo y le besa; y entretanto tiembla de pensar en las muchas injurias que le ha hecho, de las cuales quisiera ahora tener un verdadero arrepentimiento: pro ve que el que tiene no es sincero, sino forzado por el miedo de la muerte que ve presente. Y San Agustín dice, que “aquél que es abandonado por el pecado antes que él le haya dejado, no le detesta libremente, sino movido de la necesidad”.

7. El engaño común de los hombres mundanos es, parecerles grandes las cosas de la tierra mientras viven, y pequeñas las del Cielo, como remotas e inciertas. Las tribulaciones les parecen insufribles; y los pecados graves, cosas despreciables. Estos miserables están como si se hallasen encerrados en una habitación llena de humo, que les impide distinguir los objetos. Más a la hora de la muerte se desvanecen estas tinieblas, y el alma comienza a ver las cosas como son en realidad. Entonces todo lo de este mundo aparece como es: vanidad, ilusión y mentira; y las cosas eternas se manifiestan con toda su grandeza. El Juicio, el Infierno y la Eternidad, de que no hacían caso durante su vida, se dejarán ver a la hora de la muerte como cosas las más importantes, y a medida de que comiencen a manifestarse tal cual son, crecerán los temores y el espanto de los moribundos. Porque, cuanto más se acerca la sentencia del Juez, tanto más se teme la condenación eterna. Entonces pues, el enfermo exclamará sollozando: ¡Cuán desconsolado muero! ¡Ay de mí! ¡Si yo hubiese sabido la muerte desgraciada que me esperaba! ¿Con que no lo sabías? Obligación tenías  de haber previsto este caso, puesto que no ignorabas, que a una mala vida, no puede seguir una buena muerte, como nos dice la Escritura, y repiten a menudo los predicadores.

PUNTO 3. A LA HORA DE LA MUERTE NO QUEDA TIEMPO DE REMEDIAR EL ERROR

8. A la hora de la muerte  ya no les queda tiempo a los moribundos para remediar los desórdenes de la vida pasada; y esto sucede por dos razones 1ª Porque este tiempo es muy breve; pues, además de que en los días en que comienza y se agrava la enfermedad, no se piensa en otra cosa que en los médicos, en los remedios y en el testamento, los parientes, los amigos y hasta los médicos, no hacen otra cosa que engañar al enfermo, dándole esperanzas que no morirá  de aquella enfermedad. Por esto el enfermo, alucinado por ellos, no se persuade de que la muerte está próxima. ¿Cuando, pues comenzará a creer que se muere? Cuando comienza a morirse. Y esta es la segunda razón de que aquel tiempo no es apto para mirar por el alma. Porque entonces está tan enferma ésta como el cuerpo. Los afanes, el trastorno de la cabeza, las vanas conversaciones, asaltan de tal modo al enfermo, que le inhabilitan para detestar verdadera y sinceramente los pecados cometidos, buscan remedios eficaces contra los desórdenes de la mala vida pasada, y para tranquilizar su conciencia. La sola noticia de que se muere, le aterra tanto, que le tratorna enteramente.

9. Cuando uno padece un fuerte dolor de cabeza, que le ha impedido el sueño dos o tres noches, no puede dictar una carta de ceremonia; ¿cómo ha de poder arreglar a la hora de la muerte una conciencia embrollada, con tantas ofensas cometidas contra Dios por el espacio de treinta o cuarenta años, un enfermo que no siente ni comprende, y tiene una confusión de ideas que le espantan? Entonces se verificará lo que dice el Evangelio: Viene la noche de la muerte cuando nadie puede hacer nada. Entonces sentirá que le dicen interiormente: No quiero que en adelante cuides de mi hacienda. Esto es: ya no puedes cuidar de tu alma, cuya administración se te confió. Llegado que haya el día del exterminio… habra disturbio sobre disturbio (Ezech. VII, 25 et 26).

10. Solemos decir de algunos, que llevaron mala vida; pero que después hicieron una buena muerte arrepintiéndose y detestando sus pecados. Pero San Agustín dice que “A los moribundos no les mueve el dolor de los pecados cometidos, sino el miedo de la muerte”: Morientes non deliciti pænitentia, sed mortis urgentis admonitio compellit. (Serm. XXXVI). Y el mismo Santo añade: “El moribundo no teme al pecado, sino al fuego del Infierno: Non metuit peccare, sed ardere. Y en efecto ¿aborrecerá a la hora de la muerte aquellos mismos objetos que tanto amó hasta entonces? Quizá los amará más; porque los objetos amdos, solemos amarlos más cuando tememos perderlos. El famoso maestro de San Bruno murió dando señales de penitencia; pero después, estando en el ataúd, dijo que se había condenado. Si hasta los santos se quejan de que tienen la cabeza tan débil a la hora de la muerte, que no pueden pensar en Dios ni hacer oración, ¿cómo podrá hacerla el que no hizo nada en toda su vida? Sin embargo, si los oímos hablar nos inclinamos a creer, que tienen un verdadero dolor de los pecados de su vida pasada; es difícil, empero, que le tengan. El demonio, por medio de sus ilusiones, puede aparentar en ellos un verdadero dolor o el deseo de tenerle, mas suele engañarnos. Hasta de un corazón empedernido pueden salir las expresiones siguientes: Yo me arrepiento; tengo dolor; siento con todo mi corazón, y otras semejantes. A veces se confiesan, hacen actos de contrición, y reciben todos los sacramentos. Sin embargo, yo pregunto si se han salvado por esto. Dios sabe como se hicieron aquellas confesiones, y como se hicieron aquellos sacramentos. ¡Oh! ha muerto muy resignado, suele decirse. Y ¿que quiere decir que ha muerto resignado? También parece que va resignado a la muerte el reo que camina al suplicio. Y ¿porqué? porque no puede escapar entre los alguaciles y soldados que le conducen maniatado.

11. ¡Oh momento terrible, del cual depende la eternidad! ¡Oh momentum, a quo pendet  æternitas! Este es el que hacía temblar a los santos a la hora de la muerte, y les obligaba a exclamar: ¡Oh Dios mío! ¿En dónde estaré en pocas horas? Porque, como escribe San Gregorio,hasta el alma del justo se turba a las veces con el terror del castigo: Nonnumquam, terror vindicatœ etiam justi anima turbatur. (San Greg. Mor. XXIV). ¿Que será, pues, de la persona que hizo poco caso de Dios, cuando vea que se prepara el suplicio en el cual debe ser sacrificado? (Job. XXI, 20). Verá el impío con sus propios ojos la ruina de su alma, y beberá el furor del Todopoderoso, esto es, comenzará desde este momento a experimentar la cólera divina. El Viático que deberá recibir, la Extremaunción que se le administrará, el Crucifijo que le pondrán en sus manos, las oraciones o recomendación del alma que recitará el sacerdote, el cirio bendito ardiendo, serán el suplicio preparado por la justicia divina. Cuando el moribundo vea éste lúgubre aparato, un sudor frío correrá por sus miembros, y no podrá ni hablar, ni moverse, ni respirar. Sentirá que se acerca más y más el momento fatal; verá su alma manchada por los pecados; el juez que le espera, y el Infierno que se abre bajo sus plantas. Y enmedio de estas tinieblas y de esta turbación, se hundirá en el abismo de la eternidad.

12. Utinam saperent, et intelligerent, ac novissima providerent. ¡Ojalá que tuviesen sabiduría e inteligencia, y previesen sus postrimerías! (Deut. XXXII, 29). Con estas palabras oyentes míos, nos amonesta el Espíritu Santo, a prepararnos y fortificarnos contra las angustias terribles que nos esperan en aquella última hora. Arreglemos, pues desde éste instante, la cuenta que hemos de dar a Dios; porque no podemos de otro modo arreglarla  de manera que aseguremos la salvación de nuestra alma.

¡Jesús mío crucificado! no quiero esperar que llegue la hora de la muerte para abrazaros, sino que os abrazo desde ahora. Os amo más que a todas las cosas, y, por lo mismo, me arrepiento con todo el corazón de haberos ofendido y despreciado a Vos, que sois bondad infinita. Yo propongo amaros siempre, ayudado de vuestra gracia,y espero no ofenderos en adelante. Ayudadme, Dios mío, por los méritos de vuestra pasión sacrosanta, para que siempre os ame hasta disfrutar con Vos el cielo, la gloria eterna.

[Fuente: Ecche Christianus]

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Profundizando en nuestra fe: Capítulo 1: El Sentido de la existencia humana (I)

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21 octubre, 2015

El primer regalo que cada uno de nosotros recibe de Dios, aunque no el más grande, es la vida. Es por ello, que descubrir el sentido de nuestra vida es una de las tareas más importantes que tenemos que realizar en nuestra existencia, pues de eso dependen nuestra felicidad en la tierra y luego el premio eterno del cielo. Por otro lado, es una tarea personal; otras personas nos podrán orientar, ayudar, encaminar, pero al fin y al cabo, será un descubrimiento personal, pues junto a una iluminación de nuestro intelecto para conocer cuál es el sentido de nuestra existencia habrá de acompañarle una aceptación de la voluntad para seguirlo.

¡Cuántas personas deambulan sin rumbo durante gran parte de su vida! ¡Cuántas personas nunca descubren el sentido de su existencia! Hoy día, debido al materialismo reinante, al desprecio de todo lo espiritual, a la ausencia de modelos que nos inspiren para seguir el buen camino, a la falta de una Iglesia que nos enseñe claramente el rumbo…, vivir toda una existencia sin haber descubierto su sentido es lo más habitual. Y ya sabemos lo que ocurre si el hombre no descubre el sentido de su vida. Si Dios no ocupa el primer lugar en su corazón…, pronto, otras cosas vendrán a reemplazarlo, y el hombre sólo buscará ser lo más feliz posible en el único mundo que él conoce: éste.

Todo hombre puede llegar a descubrir que Dios existe

Hay dos conceptos previos que tenemos que analizar y que nos ayudarán a descubrir el sentido de nuestra vida: la existencia de Dios y la espiritualidad del alma. Sigue leyendo

Obispos polacos: los padres sinodales liberales quieren cambiar la doctrina

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21 octubre, 2015

Uno de los eslóganes más perniciosos utilizado tanto por los liberales del Sínodo como por sus defensores es “no se cambiará la doctrina, sino la práctica”. Está calculado para apaciguar a los católicos y obtener su conformidad – después de todo, pase lo que pase, la doctrina no cambiará, ¿no es cierto?– Es un eslogan, un tema de debate, que revela lo bien que los liberales comprenden la mentalidad católica moderna, con su nítida e injustificada distinción o incluso divorcio de facto entre la “doctrina” y la “práctica”, entre “Tradición” (con mayúscula) y “tradición” (con minúscula), entre la “letra” y el “espíritu” de las leyes y doctrinas, y entre la “esencia” de las enseñanzas de la Iglesia y el “lenguaje” en el que son expresadas.

Afortunadamente, el arzobispo Stanisław Gądecki, Presidente de la Conferencia de Obispos Polacos y reconocido portavoz de la jerarquía polaca, ha publicado una breve nota (17 de octubre) en la página web de la Conferencia de Obispos Polacos, en la que expone de manera concisa este eslogan, este mantra,  por lo que es: un engaño, una mentira.

Arzobispo Gądecki: están presionando para cambiar la doctrina

Los cambios pastorales propuestos por algunos padres sinodales en relación a la comunión para divorciados, representan en sus suposiciones un intento de deslizar cambios en la doctrina misma de la Iglesia. El arzobispo Stanisław Gądecki, quien participa en el Sínodo de la Familia, encara este tema:

“Prácticamente todos repiten que no habrá cambios doctrinales, pero esto puede entenderse de maneras diferentes. Porque si introducimos la posibilidad de cambios pastorales, esto significa, en la práctica, que se está anulando la estabilidad doctrinal. En mi opinión, no podemos hablar de una separación entre la pastoral de la Iglesia y la doctrina, sus enseñanzas. Ambas son inseparables. Tengo la impresión de que muchos promotores de esta modernidad están pensando –de hecho– en un cambio doctrinal, llamándolo cambio en la pastoral de la Iglesia. Es un tema inquietante en estas discusiones, porque enfatizan fuertemente: “aceptamos toda la doctrina”, pero enseguida sugieren que la doctrina no tiene nada que ver. Esto me preocupa enormemente, unos y otros dicen que no quieren cambios doctrinales. ¿Pero, entonces, de dónde surgen estas prácticas opuestas a la doctrina?

[Traducido por Marilina Manteiga. Artículo original]

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Monseñor Schneider visita el Christendom College

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19 octubre, 2015

Front Royal (Virginia).–Su Excelencia monseñor Athanasius Schneider pronunció hoy una magnífica conferencia aquí en el Christendom College sobre las inalterables verdades del matrimonio y la familia. También celebró la Misa tradicional en latín en nuestra Capilla de Cristo Rey, y respondió después las preguntas de los alumnos. Aunque estuve presente en la Misa oficiada por él este año en el Domingo de Pentecostés con motivo de la peregrinación anual a Chartres, no había tenido oportunidad de conocer personalmente a monseñor Schneider, y no puedo menos que decir que es un verdadero santo y un gran obispo católico.

ad178b2914f200f2125e1e10c5f607c1_XLComo estudio lejos de mi casa, y los últimos acontecimientos en la Iglesia están tomando un cariz verdaderamente aterrador, fue una grato consuelo y encontré muy motivador escuchar al obispo auxiliar de Astana (Kazahstan) y obispo titular de Celerina.

Dado que hoy en día muchas veces no se sabe adónde acudir en busca de consejo, la visita de Schenider fue para mí una maravillosa gracia de Dios, que agradezco de corazón al Christendom College por invitarlo a dirigirse a nosotros.

Su conferencia, así como la posterior sesión de preguntas, me aclaró cuáles deben ser mis preocupaciones, me iluminó con relación a lo que está pasando en Roma y reavivó la urgente llamada a la oración que muchos sacerdotes han hecho a los fieles.

Cuando preguntaron a monseñor Schneider: qué podríamos hacer los laicos si el Sínodo malinterpretara o incluso llegara a alterar la doctrina católica?”, respondió: “Conocemos las verdaderas y eternas enseñanzas de Cristo. Sabemos la verdad y, por consiguiente, la seguimos, aunque nuestros sacerdotes, obispos o el propio Papa no estén a la altura. Recen. Recen con mucha insistencia.”

Las palabras más consoladoras llegaron hacia el final de su exposición, cuando dijo: “Al final venceremos los pequeños si no perdemos la fe.”

Nos recordó que las personas divorciadas que se han vuelto a casar pecan contra el sexto mandamiento, y declaró que un nuevo grupo dentro de la Iglesia trata de socavar esa doctrina. Pero ni siquiera el Papa puede cambiar la verdad de Cristo, dijo, y debemos seguir en la verdad aunque nos sintamos muy solos.

Dijo que debemos de ser firmes en el testimonio, que debemos luchar unánimes y alentar a nuestros sacerdotes a mantenerse fuertes, aunque algunos obispos aprueben algo que se desvía de la verdad; no apartarnos jamás de la verdad y la Tradición. Tener siempre presente que el Espíritu Santo guiará a su Iglesia. La iglesia no es del Papa. No es nuestra. La Iglesia es de Jesucristo, y siempre debe mantenerse fiel a sus enseñanzas.

“Incluso algunos cardenales promueven actualmente el pecado en la Iglesia, y yo pregunto con frecuencia: ¿es que no temen los castigos de Dios? Es un misterio, un gran misterio.”

Schneider comparó la confusión reinante hoy en día con la herejía arriana, y señaló que el humo de Satanás ha entrado en la Iglesia y vivimos tiempos de lucha, de batalla, ¡pero Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat!

Nunca me había motivado tanto un sacerdote como este asombroso padre. Dijo mucho más, pero a efectos de este sencillo blog lo dejaré por aquí, y pediré a todos que hagan exactamente lo que nos pidió monseñor Schneider: rezar por la Iglesia y mantener la fe.

Tenga Dios a bien bendecir a monseñor Schneider.

Cecelia M. Matt

[Traducción Guillermo Visedo. Artículo original]

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Las intrigas para desacreditar a los cardenales que se oponen al Papa

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18 octubre, 2015

La carta de los 13 Cardenales al Papa en contra del opresivo Sínodo y de las tesis modernistas de Bergoglio es muy sensacionalista, especialmente por la autoridad que ostentan los firmantes; por tanto, lo que ocurrió para desacreditarla y oscurecer su explosivo contenido debe ser explicado. Ante todo, la carta ha circulado como la seña identificativa de una conspiración de los llamados “conservadores” católicos.

Marco Tosatti, vaticanista serio e independiente, señaló, muy acertadamente, que una carta privada al Papa, firmada con nombres y apellidos, es la cosa más transparente, leal y valiente que hemos visto en el Vaticano en los últimos tiempos,- considerando que el mismo Bergoglio (al menos de palabra) pide apertura-; por tanto, es justamente lo opuesto a una conspiración. De hecho, como dice Tosatti, “proporcionó una oportunidad de oro para los numerosos autores de conspiración y rebelión”. Mientras, con respecto a cosas ocultas, conocemos a través del periódico alemán Die Tagespost, que es el Papa Francisco quién, en su residencia de Santa Marta, ha estado sosteniendo su propio “Sínodo clandestino”, reservado solamente a la Dirección del Sínodo oficial.

Lo que desencadenó la confusión fue que cuatro de los trece Cardenales firmantes negaron haber puesto su rúbrica. El lunes por la noche, el Cardenal Pell, confirmó a través de un portavoz, que la carta había sido firmada por él y otros Cardenales; añadió que era privada y por ello no se había dado a conocer. Por otra parte, explicó que el texto publicado por Magister tenía “errores, tanto en el contenido como en la lista de firmas”. Esa misma noche nos enteramos de que la revista American Jesuit, de tendencia progresista, confirmó que la carta había sido firmada por 13 Cardenales todos ellos presentes en el Sínodo y entregó la lista con los nombres correctos, substituyendo a los cuatro que habían negado su firma por los verdaderos firmantes. Además, la misma revista, confirmó el texto publicado por Magister, confirmación que también hace el periódico La Nación de Buenos Aires a través de un artículo de Elizabetta Piqué, biógrafa y amiga personal de Francisco y, por tanto, con acceso a fuentes dignas de crédito.

El día 13 por la tarde, Magister publicó un nuevo artículo en el que cita estas confirmaciones fiables y en el que reitera que hay trece firmas de Cardenales, reconstruyendo la lista correcta pero parece ser que una ha desaparecido; el texto es el mismo que se publicó en primer lugar, admitiendo que, la carta entregada al Papa puede “incluir algunos pequeños cambios. De forma, no de fondo”. Pero con el escándalo que suscitó en los medios, lo que era esencial escapó a la atención de todos: la rareza de semejante documento firmado por Cardenales de autoridad, muchos de ellos presentes en el Sínodo, en el que se destruye la Instrumentum laboris en los puntos no aprobados en el Sínodo de 2.014 pero que Bergoglio aseguró que se volverían a tratar, al menos los más controvertidos.

Además, en su carta, los Cardenales critican los nuevos procedimientos que sofocan, e intentan manejar, al Sínodo en curso. La carta expresa preocupación por la Comisión que tendrá que redactar la Relatio final ya que no ha sido elegida por los Padres sino que está compuesta por personas nombradas directamente por Bergoglio, todos afines a él. Asimismo, la misiva expresa la preocupación por un Sínodo que había sido convocado por Benedicto xvi en defensa de la familia y que terminó en peleas acerca de la comunión de los divorciados vueltos a casar; algo que, si fuese aceptado, colapsaría completamente la doctrina sobre el matrimonio y los Sacramentos.

Al final de la carta hay una advertencia dramática que, incluso escrita en un lenguaje respetuoso suena a alarma, diciendo que: al final del camino emprendido por Bergoglio, en imitación de las Iglesias Protestantes Europeas, habría un colapso; en otras palabras, el fin de la Iglesia. En una declaración reciente, el Cardenal Pell dio otras dos noticias importantes acerca de lo que está pasando: la primera concuerda exactamente con lo que escribimos el domingo pasado en esta columna y es que la corriente Kasper-Bergoglio es minoría. De hecho, Pell dice: “Hay un gran acuerdo en la mayoría de los puntos pero, obviamente, hay cierto desacuerdo ya que hay una minoría de elementos que desea cambiar las enseñanzas de la Iglesia en las disposiciones necesarias para recibir la Comunión. Naturalmente, no hay posibilidad de cambio alguno en la Doctrina”.

La otra noticia de Pell, alarma incluso si está en lenguaje suave: “Todavía hay preocupación entre los Padres del Sínodo sobre la composición del Comité a cargo de la redacción de la Relatio final y sobre el proceso a través del cual se presentará a los Padres del Sínodo”. La controversia, por tanto, sigue abierta. La razón es simple, aunque nunca se diga: la intención de Bergoglio, ahora muy clara, es empujar al Sínodo hacia las conclusiones que él desea, recibir así legitimación e introducir las ideas de Kasper dentro de la Iglesia, aunque sea de forma solapada, de la misma forma que introdujo el divorcio a través del Motu Proprio. Por esta razón, hace unos días, al descubrir que la mayoría del Sínodo es católica, Bergoglio planteó preguntas sobre la Relatio final que llegaron a ser escritas en  todos los programas oficiales como resultado del Sínodo.

Viendo el desconcierto que ha provocado el cambio de reglas en el Sínodo hizo público, a través del Padre Lombardi, que habría una Relatio Finalis pero Bergoglio decidiría qué hacer con ella y si se publicará. Más tarde se supo que, probablemente, no habría una relatio similar a las de otros Sínodos, en las que incluso se votaron proposiciones sencillas, sino un texto genérico que se votaría en bloque, una especie de lo tomáis o lo dejáis, una forma de acorralar a la parte más católica, en la que habría una referencia genérica a la misericordia pero que podría ser interpretada como la luz verde a la revolución. Es necesario recordar que, ningún Papa tiene el poder de cambiar la Ley de Dios ni la Doctrina Católica, a menos que desee caer en la herejía y, por tanto, caer en declive.

Como fue explicado por un eminente Cardenal del Sínodo de 2.014, los temas a debatir hoy, habiendo sido definidos solemnemente por la Iglesia basándose en la Sagrada Escritura, no pueden ni deben ser cuestionados; el Papa no puede hacer lo que le plazca, al contrario de lo que muchos creen, justo como afirmó Benedicto xvi en la Misa de Investidura a la Catedra Romana el 7 de mayo de 2.005:

«El Papa no es un monarca absoluto cuyos pensamientos y deseos son ley. Al contrario: el ministerio del Papa es garantizar la obediencia a Cristo y a su Palabra. No debe proclamar sus propias ideas, sino constantemente obligarse a sí mismo y a la Iglesia a obedecer la Palabra de Dios, de cara a todo intento de adaptarla o diluirla, y de toda forma de oportunismo […] El Papa sabe que, en sus decisiones importantes, está unido a la gran comunidad de fe de todos los tiempos, a las interpretaciones vinculantes que se han desarrollado a través del peregrinar de la Iglesia. Así, su poder no está sobre, sino al servicio de la Palabra de Dios. Le corresponde a él asegurarse de que esta Palabra continúe estando presente en su grandeza y que resuene en su pureza, para que no sea rota a pedazos por los cambios continuos en su uso.»

Esta es la interpretación correcta del “poder de atar y desatar” que Cristo le dio a Pedro, un versículo del Evangelio que ha sido indebidamente invocado estos días por los partidarios de Bergoglio, casi como si permitiera al Papa argentino hacer lo que le plazca. El venerable Pio Brunone Lanteri, quién fue también un gran defensor del Papado, lo explicó claramente en un libro:

«Se me dirá que el Santo Padre puede hacer cualquier cosa, quodcumque solveris, quodcumque ligaveris, etc. Es verdad; pero no puede hacer nada en contra de la Constitución Divina de la Iglesia; él es el Vicario de Dios, pero no es Dios, ni tampoco puede destruir la obra de Dios.».

Antonio Socci

[Traducción de Rocío Salas. Artículo Original]

Tomado de:

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Homilía: de la eternidad y del infierno

ligorio

18 octubre, 2015

SERMÓN PARA LA DOMINICA VIGÉSIMAPRIMA DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Tradidit eum tortoribus, quoadusque universum debitum.
Entrégole en manos de los verdugos, hasta tanto que satisficiera la deuda por todo entero.
(Matth. XVIII, 34)

Dice el Evangelio de hoy, que habiendo administrado mal los bienes de su señor, un criado, se halló, al rendir las cuentas, que quedaba deudor de diez mil talentos; y queriendo el señor que los pagase, el criado le dijo: Ten un poco de paciencia, que yo te lo pagaré todo: Patientiam habe in me, et omnia reddam tibi. Más, movido el señor a compasión de aquel criado, le perdonó la deuda. Este mismo criado había fiado a otro compañero suyo cien denarios, y no pudiéndoselos éste pagar, le suplicó que le esperase algún plazo de tiempo; aquél, empero no quiso escucharle, sino que mandó ponerle en la cárcel.

Luego que su señor supo de ésta acción cruel, le llamó y le dijo: ¡Oh criado inicuo! Yo te he perdonado diez mil talentos. ¿Cómo es que tu no has tenido piedad de tu compañero, que solamente te debía cien denarios? En seguida le entregó en manos de los verdugos para que le atormentasen hasta tanto que satisfaciera la deuda toda por entero.Tradidit eum tortoribus, quoadusque reddered universum debitum. Aquí tenéis, oyentes míos descrita en éstas últimas palabras la sentencia de la eterna condenación que está preparada para los pecadores. Muriendo en pecado, son deudores a Dios de todas sus iniquidades; y porque no pueden ya satisfacerle en otra la vida por las culpas cometidas, deberán penar eternamente en el Infierno, puesto que quedan deudores a la divina justicia para siempre, es decir, por toda la eternidad. De esta desgraciada eternidad quiero hablaros hoy. Prestadme atención.

  1. Gran pensamiento es el de la eternidad, como le llama San AgustínMagna cogitatio. Dice el santo Doctor, que Dios nos hizo cristianos y nos instruyó en la fe para que pensemos en la eternidad: Ideo christiani sumus, ut semper de futuro sœculo cogitemus. Este pensamiento movió a dejar el mundo a tantos grandes de la tierra, que se despojaron de sus riquezas y fueron a encerrarse en un claustro para vivir allí pobres y penitentemente. Este pensamiento envió tantos jóvenes a las grutas y a los desiertos, y movió a tantos mártires a abrazar los tormentos y la muerte. Lo único que se proponían era salvar el alma por toda la eternidad, toda vez que en este mundo no tenemos una patria duradera -como dice San Pablo-, sino que buscamos la eterna:Non enim habemus hic manantem civitatem, sed futueam inquirimus.(Hebr. XIII, 14). En efecto, amados cristianos; este mundo que habitamos no es nuestra patria, sino solamente un lugar de paso, por el cual llegaremos en breve a la eternidad. Pero en la eternidad es muy distinta la mansión de los justos, que está llena de delicias, de la mansión de los pecadores, que es una cárcel llena de tormentos. A una de estas hemos de ir todos nosotros sin remedio, como dice San AmbrosioIn hanc vel in illam æternitatem cadam, ne cesse est.(S. Amb. in Psal. 118).
  2. Y no olvidemos, que hemos de estar siempre en aquella de estas dos mansiones en que entremos una vez: Si lignum ceciderit, ibi erit(Eccl. XI, 3). Cuando cortan un árbol ¿hacia que lado cae? Hacia el que está inclinado. ¿A cual caerás tu, pecador que me oyes, cuando corte la muerte el árbol de tu vida? Caerás al lado que te inclines. Si te hallas inclinado hacia la parte del austro, esto es, en gracia de Dios; serás siempre feliz: pero si te inclinas al aquilón, serás siempre desgrciado: O siempre feliz en el Cielo, o siempre desgraciado y desesperado en el Infierno. El morir es una necesidad para todos los mortales, como nos lo enseña la fe y la misma experiencia; pero no sabemos cual de estas dos eternidades nos ha de caber después de la muerte: Necesse mori, post hæc autem dubia æternitas.
  3. Esta incertidumbre de las dos eternidades ocupaba continuamente la imaginación de David, le quitaba el sueño y le tenía amedrentado, como dice el mismo real Profeta:“Estuvieron mis ojos abiertos antes de la madrugada, estaba como atónito y sin articular palabra: púseme a considerar los días antiguos, y  meditar en los años eternos”San Ciprianohace esta pregunta:¿Que cosa era la que inspiró a muchos santos, a practicar una vida que fue un continuo martirio, por las continuas asperezas con que castigan su propio cuerpo? Y responde el mismo Santo: Estas asperezas se las inspiraba el pensamiento de la eternidad. Cierto monje se encerró en una fosa, en la que no hacía otra cosa que exclamar: ¡Oh eternidad! ¡Oh eternidad! Aquella famosa pecadora, convertida por el abad Pafnucio, tenía siempre presente la eternidad , y decía: ¡Quién me asegura la eternidad feliz, y me liberta de la eternidad desgraciada! El mismo temor tuvo a San Andrés Avelino en un continuo terror y llanto hasta la muerte, de suerte, que preguntaba a cuantos veía: ¿Que dices tú? ¿Me salvaré o me condenaré para siempre?
  4. ¡Oh si nosotros tuviésemos siempre presente la eternidad! No estuviéramos tan apegados a las cosas de este mundo. Por eso escribe San Gregorio“El que tiene fija en su mente la eternidad, no se engríe en a prosperidad, ni se abate en la adversidad; y como nada tiene en el mundo que apetecer, nada tiene tampoco que temer. Únicamente desea la eternidad feliz, y únicamente teme la eternidad desgraciada”. Cierta señora estaba muy embebecida en las vanidades del mundo: fue a confesarse un día con el padre maestro de Ávila, quien le mandó fuese a su casa y pensase allí en estas dos palabras: siempre y jamás. La señora lo hizo así y desterró de su corazón el apego al mundo y lo consagró a Dios. San Agustínescribe: “El que piensa en la eternidad y no se convierte a Dios, o no tiene fe, o no tiene juicio” (S. Aug. in Soliloq.)En confirmación de ésta verdad, refiere San Juan Crisóstomo, que los gentiles echaban en cara a los cristianos que eran embusteros, o insensatos. Embusteros, si decían que creían lo que realmente no creían; o insensatos, porque creyendo en la eternidad, no por eso dejaban de pecar.
  5. ¡Ay de los pecadores!dice San Cesáreo de Arlés.“Ellos entran en la eternidad sin haberla conocido; pero allí serán los gritos de dolor, cuando hayan en ella entrado y vean que no pueden salir. Al que ha de entrar en el Infierno, se le abre la puerta; pero luego que ha entrado, se le cierra para siempre”. Las llaves las tiene el mismo Dios, como dice San Juan: Et habeo claves mortis et inferni. (Apoc. I, 18); para darnos a entender, que el que ha tenido la desgracia de entrar allí, está condenado a no salir jamás. “La sentencia de los condenados, -dice San Juan Crisóstomo– esta grabada sobre la columna de la eternidad, y no será jamás revocada”. En el Infierno no se cuentan ni los días ni los años. Dice San Antonino, que “si un condenado supiese que había de salir del Infierno, después de que pasen tantos millones de años cuantas gotas de agua tiene el mar, y átomos hay en la tierra, se alegraría mucho más de lo que se alegra un hombre condenado a la horca, cuando recibe la noticia de que le han perdonado, aún cuando además le hiciesen monarca del mundo”. Pero pasarán todos esos millones de años, y el Infierno del condenado apenas habrá comenzado. Más ¿de que sirve multiplicar millones y millones de años a la eternidad, si, como dice San Hilario, no ha de tener jamás fin? Ubi putas finem invenire ibi incipit. Por eso dice San Agustín, que “la eternidad no puede compararse con las cosas que tienen fin”Quœ finem habent, cum æternitate comparari non possunt. (In Psal. XXXVI). Cualquiera condenado se contentará con hacer ese pacto con Dios, a saber: que Dios aumentará sus penas cuanto quisiera, señalando el término más remoto que le plugiese, con tal que tuviese fin. Empero la desgracia es, que este fin no ha de llegar jamás. ¿Con qué ha desaparecido para mi, todo término a mis males? Si: la trompeta de la divina justicia resuena sin cesar en el Infierno, recordando a los condenados, que sus penas han de durar siempre, y nunca, nunca han de acabar.
  6. Si el Infierno no fuese eterno, no sería su pena tan grande como es: porque, como escribeTomás de Kempis“No es grande la pena que tiene fin”. Cuando un enfermo ha de sufrir una incisión, o una cauterización sobre una parte gangrenada de su cuerpo, el dolor es intenso, pero soportable porque termina presto. pero cuando el dolor es agudo, y dura muchos meses, se hace insoportable. ¡Ah infelices pecadores obcecados! Cuando aquí se les habla del Infierno suelen responder:Si voy allí tendré paciencia. Pero ¡Cómo mudarán de pensar cuando se ven en él! No se trata de sufrir allí algunos días o meses, ni de un dolor más o menos agudo: se trata de sufrirlos por toda la eternidad.
  7. Jamás terminarán; jamás se atenuarán en lo más mínimo. El réprobo siempre sufrirá el mismo fuego, la misma privación de Dios, la misma tristeza, la misma desesperación; porque, como diceSan Cipriano“En la eternidad no se hace cambio ninguno”. Y esta misma idea de conocer anticipadamente todo aquello que ha de sufrir siempre, aumentará muchísimo su pena. Describiendo Daniella felicidad de los bienaventurados, y la desgracia de los réprobos dice que:“Éstos verán siempre, y siempre tendrán fija en su imaginación su eterna desgracia; y por eso la eternidad los afligirá, no solamente con el peso de la pena presente, sino también con el de la futura, que es eterna”.
  8. Y estas no son opiniones controvertidas entre los doctores; sino dogmas de fe, que están bien claros en las Sagradas Escrituras. La Escritura, empero replica un hereje, dice: Apartaos de mi, malditos, id al fuego eterno(Matth. XXV, 41); luego, lo que es eterno es el fuego, más no la pena de daño. Así habla este incrédulo; más habla neciamente. ¿A que fin hubiese Dios creado este fuego eterno, si no sirviese para castigar a los réprobos eternamente? Pero, para quitar todo pretexto de duda, muchos textos hay en la Escritura que dicen que no sólo es eterno él, sino también la pena de daño.
  9. Me replicará quizá algún incrédulo: Pero ¿Cómo Dios siendo justo, puede castigar con una pena eterna un pecado que solo dura un momento? A esta objeción respondo que: “la gravedad de un delito no se mide por la duración del tiempo, sino por el peso de la malicia; y la malicia del pecado mortal es infinita”, como dice Santo Tomás“porque es una ofensa cometida contra Dios que es infinito en su bondad, en su omnipotencia, y en todos sus atributos”“He ahí porque el condenado merece sufrir una pena infinita; no siendo, empero, capaz de tal pena ninguna criatura-añade Santo Tomás- Dios la hace infinita en la duración, más no en la intensión”. Además de esto, es cosa justa, que no cese la pena que merece el pecador mientras éste persevere contumaz en su pecado. Y por esta razón, así como en el Cielo es siempre premiada la virtud de los justos porque siempre dura, así en el Infierno es castigada siempre la culpa de los réprobos, porque siempre permanecen contumaces en ella. Escribe Eusebio EmisenoQuia non recipit causæ remedium, carebit fine supplicium. Y está tan obstinado en su pecado el réprobo que se halla en los Infiernos, que aunque Dios le ofreciese el perdón de sus culpas, lo rehusaría por el odio grande que contra Dios abriga su corazón. Esto dice Dios porJeremías (XV, 18)con estas palabras ¿Quare factus est dolor meus perpetuus, et plaga mea desperabilis, renuit curari? ”Mi herida es incurable, porque yo no quiero que me curen” -dice el réprobo-. ¿Cómo pues, podrá Dios sanar la herida de la mala voluntad de los réprobos, cuando ellos rechazan y no quieren admitir el remedio, aunque se les ofrezca? Así el castigo de los réprobos se llama una espada, una venganza irrevocable. (Ezech. XXI, 5).
  10. Y por la misma razón acaece, que la muerte, que es tan temible y nos espanta en este mundo, en el Infierno la desean los réprobos y no la pueden conseguir. En aquellos días buscarán los hombres la muerte y no la hallarán; desearán morir, y la muerte irá huyendo de ellos.(Apoc. IX, 6).Desearían ser exterminados y destruidos por no padecer eternamente; pero no hallarán éste remedio exterminador que les sugiere su misma desesperación. (Sap. I, 14). Cuando un hombre condenado a la horca ha sido arrojado por el verdugo y no puede ahogarle con presteza, éste espectáculo mueve al pueblo a compasión: pero los pobres condenados viven en continuas agonías de muerte, y no tienen otra muerte que el tormento que no puede quitarles la vida.Prima mors -dice San Agustín animam nolentem pellit de corpore, secunda mors nolentem tenet in corpore. “La primera muerte arranca el alma del cuerpo del pecador cuando él no quisiera morir; pero la segunda, que es la eterna, retiene su alma en el cuerpo cuando quisiera morir para terminar de una vez sus amargas penas”. El real Profeta dice: Sicut oves in Inferno positi sunt, mors depascet eos“Como rebaños de ovejas serán metidos en el Infierno: la muerte se cebará en ellos eternamente” (Psal. XLVIII, 15). Y en efecto, es así. La oveja, cuando pace, arranca y come las hojas de la planta y deja la raíz. La planta no muere, sino que crece y se vuelve a cubrir de hojas. Pues lo mismo hace la muerte con los réprobos: los atormenta y los oprime de penas; pero les deja la vida, que es la raíz de sus tormentos.
  11. Más, ya que para estos desgraciados no hay esperanza de salir del Infierno, sería menos doloroso que pudiesen engañarse y alucinarse a sí mismos, discurriendo de éste modo: Quizá Dios se moverá algún día a compasión de nosotros y nos librará de estos tormentos.Más no sucede así en el Infierno, donde no cabe tal alucinamiento; porque el condenado, así como sabe de positivo que hay Dios, sabe también que sus padecimientos no hn de terminar jamás:Existimasti inique, quod ero tui similis, arguam te, et statuam contra faciem tuam (Psal. XLIX, 21)Siempre verá sus pecados presentes y la sentencia de su eterna condenación.
  12. Deduzcamos de todo lo que acabo de manifestar, amados oyentes míos, que el negocio de nuestra salud eterna debe ser el más interesante y el más esencial para nosotros. Se trata el dela eternidad, es decir de una felicidad que no tendrá fin si nos salvamos; o de una desgracia también eterna, si nos condenamos. Cuando Tomás Moro fue condenado a muerte por Enrique VIII, trató su mujer de moverle a que cediera a la voluntad del rey; pero él le habló de éste modo: “Dime Luisa, ¿cuántos años crees tú que podría yo vivir todavía? Ya ves que soy viejo. -Aún podrías vivir veinte años. -¡Oh esposa insensata! replicó el esposo. ¿Y quieres que por veinte años en este mundo, me condene por una eternidad en el otro?
  13. ¡Oh Dios mío! Creemos en el Infierno, y sin embargo pecamos. Oyentes míos, no seamos nosotros tan necios como lo fueron tantos otros que ahora lloran sin remedio en los infiernos. ¿Que resta ya a los desgraciados de los placeres que disfrutaron en éste mundo? El Crisóstomo, hablando de los ricos y de los pobres exclama:¡O infelix felicitas, quæ divitem ad æternam infelicitatem traxit! O feix, quæ pauperem ad æternitatis felicitatem perduxit.Los santos se sepultaron vivos en las grutas y los desiertos, para no verse sepultados después de la muerte en el Infierno por toda una eternidad. Aunque la eternidad fuese una cosa dudosa, deberíamos, sin embargo, hacer de nuestra parte los mayores esfuerzos para evitar los eternos tormentos del Infierno. Pero no cabe duda ninguna; porque es artículo de fe, que todos nosotros, al salir de esta vida, debemos entrar en la eternidad para ser en ella, o eternamente felices, o eternamente desgraciados. Santa Teresa decía que: “Muchos cristianos se condenan porque no tienen fe”. Avivemos pues nosotros esa virtud, que es la que nos allana la entrada en el Paraíso. Tengamos presente, que después de esta vida miserable hay otra que no tiene fin.

Valgámonos de todos los medios, y hagamos todo cuanto esté de nuestra parte, para asegurar esta vida que ha de ser eterna. Y si para conseguir este objeto es preciso separarnos del mundo, abandonémosle inmediatamente, siguiendo los consejos del que murió por nosotros en una cruz y nos dijo: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, cargue su cruz y sígame. Creedme, oyentes míos; el único modo de asegurar la eterna salvación es, hacer guerra a los vicios, e imitar las virtudes que Jesucristo nos enseñó. Hacedlo así, y yo, en su nombre, os aseguro, que evitaréis la eterna condenación, y disfrutaréis de su bienaventurada compañía por toda la eternidad en la gloria. Amén.

San Alfonso María de Ligorio

[Fuente Ecce Christianus]

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com