Contra el Halloween
Cuando hace algunos años ya, en los ‘90s, escribíamos acerca de la concepción de la muerte en los tiempos hispánicos de la historia de América, a partir del estudio de cientos de testamentos de los siglos XVI al XIX, no nos imaginábamos el contexto actual en que la trivialización corre pareja a la tergiversación y el satanismo con el mal gusto o el culto a lo feo y a lo monstruoso. Me refiero a esta “moda cultural” que ha impuesto a los niños –y a los grandes– la celebración de lo deforme y bestial ocultando oscuras intencionalidades y suprimiendo el concepto cristiano de la muerte. Es que resulta que los mismos adultos que alientan el culto a lo monstruoso en los niños no llevarían jamás a un chico a un velorio o al cementerio para que no se “asuste” con la muerte. O sea está permitido jugar con la muerte y el infierno pero no es bien visto conocer la realidad del paso efímero del hombre por esta vida con destino a la otra. Está bueno pasarse horas viendo momias, zombies y esqueletos en la tele pero es muy “fuerte” que un niño o un joven se enfrente con la muerte verdadera para dar el último adiós al cuerpo de su abuelito, de su madre o de cualquier otro ser querido.
Para recuperar un sentido cristiano de la muerte –que no es posible sin un sentido cristiano de la vida–, me ha parecido que podría resultar de interés volver a repasar algunas de las lecciones que nos ha dejado nuestra historia en este sentido. ¿Por qué vivían y morían los hombres que nos antecedieron? ¿Cómo entendían y afrontaban el momento de la muerte? ¿Cuáles eran las disposiciones del “bien morir”?
Vayan también estas líneas como homenaje a todos los santos y a nuestros fieles difuntos que recordamos cada año los días 1 y 2 de noviembre.
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El largo y detenido estudio, utilizando como fuentes históricas testamentos de los siglos XVI al XIX[1], nos ha mostrado que en esos trescientos años de la larga y sustanciosa sementera hispánica, lenta y tranquilamente, se conformó el hombre americano y argentino, el estilo de vida y la peculiar forma de ser del hombre de estas tierras. Esa exaltación severa de la vida, esa contemplación serena de la muerte, ese acendrado fervor religioso formaron parte de las virtudes que heredó el criollo. Nuestras comunidades fueron gestadas y vieron la luz en una sociedad afianzada firmemente en la fe cristiana, con un sentido de la vida profundamente religioso que imprimió su sello en la vida e incluso la muerte de aquellos hombres.