El Juicio particular

Una meditación para cambiar tu vida

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(debe meditarse tras cada …)

Composición de lugar. Mírate delante del juez como reo cargado de cadenas.

Petición. ¡Oh Jesús! Cuando vengas a juzgarme, no quieras condenarme.

Punto primero. No sería cosa tan terrible, hija mía el morir, si después no viniese el juicio que todos habéis de sufrir: juicio rigurosísimo, porque el Juez será sapientísimo…; todo lo ha visto y ha oído, todo lo sabe: tus palabras, tus obras, tus pensamientos y deseos más íntimos y ocultos… Puedes engañar y encubrir tus cosas al Confesor, a tus padres, a tus amigas…; pero no a Jesucristo, Dios y Señor de tu alma, que te ha de juzgar, quieras que no.

El Juez es rectísimo… No podrás hacerle torcer con halagos, con promesas, con lágrimas… arrepentimiento… Pasó ya el tiempo de la misericordia…

Es santísimo… aborrece con odio infinito el pecado, y tiene infinito poder para castigarlo… ¡Oh infeliz de mí, que tantos pecados he hecho, y no sé si se me han perdonados! ¡Oh Jesús mío! ¿serás para mí Jesús o Juez?… ¡Cuando vengas, oh Jesús mío, a juzgarme, no quieras condenarme!

Punto segundo. El examen será rigurosísimo… Pensamientos, palabras ociosas, obras, distracciones, vanidades de que ahora no haces caso, todo se pesará en la balanza de la Divina Justicia… El mal que has hecho, lo poco bueno, y aun las imperfecciones con que lo has hecho, el bien que has dejado de hacer…; las gracias, las inspiraciones, todos los beneficios naturales y sobrenaturales que no has sabido agradecer…; de todo se te pedirá estrecha cuenta… ¡Dios mío! ¡pecadora de mí! ¿Quién se salvará, pues, si el justo apenas podrá subsistir en tu presencia? ¡Cuando vengas, oh Jesús mío, a juzgarme, no quieras condenarme!

Punto tercero. ¿Qué sentencia te tocará, hija mía? Una de dos: ¡Ven, bendita! o ¡Vete maldita!… ¡Dios mío! ¿y no hay remedio? ¿no hay otra alternativa? ¿Seré vuestra hija bendita eternamente, o réproba sempiterna?…Si ahora murieras, ¿qué sentencia oirías?… Examina… y propón…

Porque será irrevocable entonces; y, reflexiónalo bien, Jesucristo no hará sino ratificar la sentencia que tu te escribes ahora con tu vida, y rubricarás con tu muerte… En tu mano está…; de ti depende el oírla favorable… Y puede ser que hoy, en este mismo instante, Dios te llame a este juicio… ¿Qué haces, pues? ¿Qué debes hacer? Resuelve ahora mismo, y conviértete a tu Jesús, que es tu Salvador.

Oh María, Madre de misericordia, sed en aquella hora mi abogada… Padre mío San José, protector de los moribundos, alcanzarme muerte feliz… Santa Madre Teresa de Jesús, haced que Jesús me mire con amorosos ojos al ir yo a su presencia… Oh Jesús, que ahora eres mi Salvador y un día has de ser mi Juez: por María, por José, por Teresa de Jesús, cuando vengas a juzgarme, no quieras condenarme. Sálvame.

Padre nuestro y la Oración final.

Fruto. Haré examen todos los días por la noche, de mis pecados, y pediré perdón a Dios de todo mi corazón, diciendo el acto de contrición, y confesándome cuanto antes pueda si por desgracia cometo un pecado mortal. Siempre que me confiese, que será a lo menos una vez al mes, haré cuenta que me presento a juicio, para hacer con fruto mi confesión.

San Enrique de Ossó
Cuarto de Hora de Oración

Tomado de:

adelantelafe.com

Contradicciones de un jubileo que llega a su fin

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Sin duda alguna, entre las claves para interpretar el pontificado del papa Francisco está su amor por la contradicción. Esta disposición de ánimo se hace patente en la carta apostólica Misericordia et misera,firmada en la clausura del Jubileo Extraordinario de la Misericordia. En dicha carta, el papa Bergoglio deja sentado que todos los que frecuentan las iglesias de los sacerdotes de la Fraternidad san Pío X pueden recibir válida y lícitamente la absolución sacramental. El Papa corrige, por tanto, lo que constituía el principal factor de irregularidaden la fraternidad que fundó monseñor Lefebvre: la validez de las confesiones. Sería contradictorio imaginar que una vez reconocidas como válidas y lícitas las confesiones no se consideren igualmente lícitas las misas celebradas por los sacerdotes de la Fraternidad, que en todo caso son ciertamente válidas. A estas alturas no se entiende qué necesidad pueda haber de un acuerdo entre Roma y la Fraternidad fundada por monseñor Lefebvre, dado que la postura de los mencionados sacerdotes está de hecho regularizada, y que los problemas que aún están sobre el tapete, como salta a la vista, son de escaso interés para el Sumo Pontífice.

En la misma carta, «para que ningún obstáculo se interponga entre la petición de reconciliación y el perdón de Dios», el papa Bergoglio concede, de ahora en adelante «a todos los sacerdotes, en razón de su ministerio, la facultad de absolver a quienes hayan procurado el pecado de aborto». En realidad, los sacerdotes ya estaban facultados para perdonar en la confesión el pecado de aborto. Ahora bien, según la doctrina multisecular de la Iglesia, el aborto se cuenta entre los pecados graves que se castigan automáticamente con la excomunión. «Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae», reza el Código de Derecho Canónico de 1983 en el canon 1398. Por tanto, los sacerdotes necesitaban autorización de su obispo para levantar la excomunión antes de poder absolver el pecado de aborto. Actualmente todo sacerdote puede levantar también la excomunión sin necesidad de recurrir a su obispo o haber recibido previa autorización de él. En la práctica, la excomunión desaparece y el aborto pierde la gravedad que le atribuía el derecho canónico.

En una entrevista emitida el pasado 20 de novlembre por Tv2000, el papa Francisco declaró que «el aborto sigue siendo un pecado grave», un «crimen horrendo», porque «pone fin a una vida inocente». ¿Puede el Papa ignorare que su decisión de desvincular de la excomunión latae sententiae el delito de aborto relativiza ese horrendo crimen haciendo posible que los medios de difusión lo presenten como un pecado que la Iglesia ya no considera tan grave como antes y lo perdona con facilidad?

En su carta, el Papa afirma que «no existe ningún pecado que la misericordia de Dios no pueda alcanzar y destruir cuando encuentra un corazón arrepentido que pide reconciliarse con el Padre». Pero, como se hace manifiesto en sus mismas palabras, la misericordia es misericordia porque presupone la existencia del pecado, y por tanto de la justicia. ¿Por qué habla siempre sólo del Dios bueno y misericordioso, y nunca del Dios justo que premia y castiga según los méritos y culpas del hombre? Los santos, como se ha señalado, nunca han dejado de exaltar la misericordia de Dios, inagotable al dar; pero al mismo tiempo, hablan de temer su justicia, rigurosa al exigir. Sería contradictorio un Dios que sólo fuese capaz de amar y premiar el bien pero incapaz de odiar y castigar el mal.

A menos que se crea que la ley divina existe pero es abstracta e impracticable, que lo único que cuenta es la vida concreta del hombre, que no puede evitar pecar, y lo que importa no es la observancia de la ley, sino la confianza ciega en el perdón y la misericordia divina. Pecca fortiter, crede fortius. Pero esa es la doctrina de Lutero, no la de la Iglesia Católica.

Roberto de Mattei

(Traducido por J.E.F)

Ayudar a superar las dudas

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Desde que la izquierda intelectual y progresista dictaminó que no hay verdades absolutas, ni dogmas atemporales, ni criterios seguros de certeza, se impuso la DUDA como algo necesario, conveniente e incluso tonificante para la mente. Ya Descartes advirtió que estaba dispuesto a dudar de todo, menos de su duda misma. Se quedó un poco corto, porque los teólogos modernistas que le acolitaron y superaron siglos después, dudan de todo -incluso de su propia duda-, aunque no dudan de que el modernismo es lo más seguro para caminar en la duda. Así lo impusieron en la Iglesia. Total, que la duda se instaló en el pensamiento como si fuera un okupa de la mente. Y ahí hemos estado y estamos. Todo es relativo, todo se puede expresar de forma relativa y dudosa. Todo se puede edificar sobre la diversidad y la inquietud. Las preguntas absolutas sobran, porque la realidad misma es relativa. No a los dogmas ni a las imposiciones. No a las certezas. No a todo. al no-a-todo.

Pero siempre aparece alguien que no entiende las cosas como son (en su absoluta-relatividad). Resulta que cuatro cardenales vienen ahora con dudas (dubbia) acerca de lo dicho en Amoris Laetitia. ¿Pero cómo se atreven? Con lo claro que está lo escrito en ella. Es verdad que hasta ahora no había verdades absolutas ni dogmas firmes, pero indudablemente la Amoris Laetitia viene a dar el último toque (el definitivo) a todas las dudas sobre el amor matrimonial. Después de la Amoris, ya no puede haber dudas, ¡qué caramba! ¿Cómo se atreven?

Así que Francisco se ha visto impelido a salir al paso. Lleva varios días lanzando darditos, puyas y venablos contra los cardenales díscolos que se permiten dudar. Porque en este caso, -sépanlo todos-, la duda no es ya muestra de perfección modernista o de pensamiento filosófico avanzado, sino motivo de angustia y miedo. Sí. Tanto el miedo como la angustia son consecuencia de la duda. La duda genera incertidumbre y ésta aboca a la debilidad. Así lo ha expresado Francisco en su catequesis de este miércoles, azuzado -sin duda-, por su enfado monumental con los cuatro indómitos y perturbadores príncipes de la Iglesia.

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¿Por qué meditar acerca de los sufrimientos de Jesús en su Pasión?

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En Isaías 53, 5 podemos leer una frase, que también se encuentra más adelante en boca del apóstol San Pedro (1 Pe 2, 24): “Por sus llagas hemos sido sanados”. No dice, como nos gustaría más escuchar; “Por su amor hemos sido sanados”, sino, más bien, “por sus sufrimientos, por sus heridas”. Ciertamente su amor es el que lo movió a aceptar esos sufrimientos, pero, ¿por qué eligió precisamente ese camino del sufrimiento —y de un sufrimiento tan atroz y extremo— para redimirnos y, a la vez, probarnos su amor?

Con frecuencia escuchamos que se nos dice que “Jesús murió por nosotros”, pero, para entender verdaderamente toda la profundidad de esto, es necesario leer y meditar con atención el relato de la Pasión, con todos sus detalles, y buscar sintonizarnos con los sentimientos de Jesús durante ella.

Lo primero que hemos de notar es que el sacrificio de Jesús, e incluso hasta el más pequeño detalle de él, no fue algo fortuito ni imprevisto. El Antiguo Testamento hace continuamente alusión a ellos, y el mismo Jesús lo predijo varias veces durante el curso de su vida.

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