Un Evangelio distinto I

«Me maravillo de que tan pronto os apartéis del que os llamó por la gracia de Cristo, y os paséis a otro Evangelio. Y no es que haya otro Evangelio, sino es que hay quienes os perturban y pretenden pervertir el Evangelio de Cristo. Pero, aún cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto del que os hemos anunciado sea anatema. Lo dijimos ya, y ahora vuelvo a decirlo: Si alguno os predica un Evangelio distinto del que recibisteis, sea anatema».

San Pablo a los Gálatas I, 6-9.

 

“No es verdad que Jesús multiplicó los panes y los peces. No es magia, es un “signo”. Y una parábola.”

Probablemente, muchos de nuestros lectores recibieron sus clases de catecismo en los movidos años 70 y, cierto día, abrieron como platos sus pequeños ojos, escandalizados al oír que el milagro evangélico de la multiplicación de los panes no pasaba de una metáfora para simbolizar el poder de compartir con los demás. Era un tiempo en el que valía todo… y muchas inocencias se perdieron…

En sentido contrario a tales imaginaciones, este milagro es, en la primera de las dos veces que fue realizado, el único contado por los cuatro evangelistas. Por esa razón, no es difícil formar un cuadro bastante completo de las circunstancias que lo rodearon. Por conocer, conocimos hasta la cualidad de los panes y su procedencia exacta: eran de cebada, y fueron proveídos por un muchacho, según nos cuenta San Juan. En los cuatro Evangelios consta cuidadosamente el número de los beneficiados: más o menos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. Por lo tanto, un milagro comprobado por una multitud de testigos, que sintieron hambre, sabían que no tenían nada que comer, pero se saciaron de panes y peces y, además, pudieron comprobar la realidad del milagro con las sobras recogidas por los discípulos.

Lo mismo ocurre con la segunda multiplicación, narrada en los sinópticos. Esta vez, con siete panes y algunos pececillos, Jesús dio de comer a unas cuatro mil personas.

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Sermón Dominical

Del

SEXTO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Por el Reverendo padre Alfonso Gálvez Morillas

¡IMPERDIBLE!

Sermón del 26 de junio de 2016

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Homilía: Esclavitud y verdadera libertad

VI Domingo después de Pentecostés
(Misa Tridentina o Misa de San Pío V)
Rom 6: 3-11

San Pablo nos habla en la primera lectura correspondiente a este domingo de unas verdades que hoy día son desconocidas por la gran mayoría de cristianos.

Hemos sido bautizados para participar en la muerte de Cristo. Es esta participación nuestra en la muerte de Cristo lo que ha determinar nuestro modo de vida.

Y sigue San Pablo diciéndonos: Así como Cristo resucitó, también nosotros resucitaremos a una vida nueva. Si queremos participar en la resurrección de Cristo, tenemos que ahora participar en una muerte como la suya. Hemos de morir con Cristo para quedar libres de la esclavitud del pecado.

Estas verdades ya no se predican, o sencillamente, se niegan. Estamos viviendo en tiempos de apostasía universal. Todas estas desgracias, según el mismo Cristo profetizó, ocurrirán en los tiempos cercanos a los momentos finales de la historia.

El origen y la causa de todo el mal que hay hoy día en la sociedad no es el cambio climático.., sino el pecado. Sólo si escuchamos las palabras de Cristo es cuando seremos libres: “Si escucháis mis palabras, conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.

Hoy día los gobiernos hablan de libertad y de democracia, cuando en realidad su mensaje es falso. Es imposible que exista una democracia (que por cierto nadie sabe lo que es) cuando es el mismo gobierno (el sistema) quien controla el modo de pensar (el voto) del pueblo. El único modo de conocer la verdad es conociendo a Cristo, pues Él es la verdad. Y sólo si le conocemos a Él es cuando seremos libres.

Pero la vida cristiana no se reduce a estar muertos al pecado, sino que además hemos de vivir una vida nueva; esa vida es Él, y la que Él nos ofrece: “El que me coma vivirá por mí”. Cristo nos hace participar de su vida. Como nos dice San Pablo en los Gálatas: “”Todos los que fuisteis bautizados habéis sido revestidos de Cristo”.

Vivir la vida de Cristo es pensar, amar… como Él. Y sólo se puede pensar y amar como Él cuando se recibe el Espíritu (Rom 5), en el bautismo por primera vez.

El amor será lo único que quedará al final de nuestras vidas. Como nos dice San Juan de la Cruz: “A la caída de la tarde seremos juzgados del amor”. Así pues, ¿qué sentido tiene la vida si no amamos a Cristo?