María, Madre y Maestra del Sacerdote (II)

maria

Porque ha mirado la pequeñez de su esclava (Lc. 1, 48).

Queridos hermanos, en este verso, la Santísima Virgen, agradece complacida que Dios se haya dignado mirarla con buenos ojos, y acordarse de Ella, y haya obrado grandes cosas por medio de Ella; y, a su vez, reconoce su pequeñez como esclava, ejercitando en estas palabras una singular humildad. Con verdadera humildad confiesa su pequeñez como esclava, que, a pesar de ello, Dios no dejó de mirarla. María, nos enseña que el fundamento de las alabanzas de Dios, y de la acción de gracias por los beneficios recibidos, ha de ser el reconocimiento de nuestra pequeñez e indignidad. Esta pequeñez de la  que nos da muestra la Madre de Dios, ha de ser el título para pedir a Dios que nos mire con buenos ojos y nos conceda todo tipo de gracias.

La esclavitud de la Virgen María, es la identidad de todo su ser con Dios; así como el esclavo no se pertenece a sí mismo, sino que en todo pertenece a su amo; no tiene decisiones propias, sino que todas han de pasar por la voluntad de su señor; así como hasta la propia vida del esclavo depende de la voluntad de su amo,  así es María, toda de Dios. Nada hay en Ella que no sea del agrado de Dios, que no esté en consonancia con la voluntad Divina, desde el más sencillo pensamiento hasta la acción más importante, todo en Ella da gloria a Dios.

 Qué grande ha de ser la identidad del sacerdote con Jesucristo. Dios se dignó mirarle, fijar su mirada en él, elegirle para tan alto ministerio. Dios lo espera todo de su elegido. Las palabras profundamente humildes de María deben ser, para el sacerdote, modelo de vida sacerdotal. ¡La humildad del sacerdote! Todo lo que tiene lo ha recibido de Dios, nada tiene por méritos propios, pues todo lo que el sacerdote es, lo es por voluntad y gracia divina. La actitud de María debe ser la actitud del sacerdote ante Dios, es la entrega total de la vida del sacerdote a los planes de Dios, porque todo lo tiene le ha sido dado gratuitamente.

Dios espera de su sacerdote la entrega y sencillez de María, es más, espera de igual  forma la esclavitud de  su sacerdocio a los planes divinos en su vida.  Sin el ejemplo de la Santísima Virgen, no podrá el sacerdote ofrecer la entrega total de su vida, al menos le será my difícil; sólo Ella puede transformar al sacerdote en el reflejo de Ella misma ante Dios.

La sencillez del sacerdote ha de ser el título para pedir a Dios que le mire con buenos ojos, y que le de grandes gracias para su ministerio. Muchas veces ha de dirigirse el sacerdote a Dios pidiéndole que se digne mirar su pequeñez, y lo  ensalce desde su miseria hasta las alturas de la santidad.

Las palabras de la Virgen  María no son en absoluto vana complacencia, ni hay en ellas rastro alguno de soberbia, nada que pueda asemejarse a la soberbia del Fariseo (Lc. 18, 11) que se ufanaba, en la Sinagoga, del cumplimiento de la ley; se sentía satisfecho de sí mismo porque cumplía perfectamente con los preceptos de Moisés. Qué abismo entre ambos, como el abismo que existe entre el cielo y la tierra. Así ha de ser la sencillez del sacerdote ante Dios, sin el más mínimo rastro de  soberbia o pura complacencia, a ejemplo de la Virgen. Para ello el sacerdote ha de ser hombre de oración, de meditación de la Palabra divina, de meditación de la grandeza de su ministerio, de meditación sobre el misterio de María. El sacerdote,  como María, ha de guardar muchas cosas en su corazón, fruto de su constante oración, de su vida en el espíritu, que ha de ser profunda, ancha y elevada; es decir, ha de abarcar la profundidad de los misterios de la fe, la extensión de todos ellos y toda su oración ha de estar rodeada de un profundo amor.

De forma constante, el sacerdote ha de meditar sobre su sacerdocio para vivir en la constante presencia de Dios, para no olvidar que su vida es lo que sea su relación con el Señor; pues el valor de su vida sacerdotal es el valor de su relación con el Sumo y Eterno Sacerdote. Su obrar es el obrar Dios en él, porque el sacerdote no ha de tener otra voluntad que la de Dios en su vida; y esto sólo se puede conseguir ejercitándose constantemente en la imitación de la humildad y esclavitud de María. Con el ejemplo de María, el sacerdote no se equivocará, caminará con paso firme en su sacerdocio, tendrá siempre la referencia para seguir esforzándose en su santidad.

El sacerdote, a imitación de María, debe sentirse complacido de saber que Dios le ha mirado, que espera grandes cosas de él, que espera que su humildad y sencillez sean motivo de complacencia divina, y ejemplo para los demás. El ejemplo de María exige mucho al sacerdote, también es mucho lo que Dios le ha dado, y mucho le va a exigir. Pero de la mano de Madre de Dios todo será fácil y complaciente, hasta los más amargos momentos, los mayores sacrificios y las más arduas penitencias, que no han  de faltar en  la vida del sacerdote que, a ejemplo de María, aspire a la santidad.

Ave María Purísima.

Padre Juan Manuel Rodríguez  de la Rosa

Tomado de:
https://adelantelafe.com/

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