De la cualidad de Madre de Dios que la Iglesia ha consagrado
a María Santísima a pesar de los esfuerzos de los herejes
La Virgen posee, verdadera e incontestablemente, el glorioso título de Madre de Dios: querer disputárselo es querer disputar la Divinidad a Jesucristo.
Jesucristo, Nuestro Salvador, ha nacido de María: De qua natus est Jesus, qui vocatur Christus. (Matth. cap. I.) El Ángel le había dicho: Concebirás y darás a luz un Hijo, y le pondrás el nombre de Jesús, que quiere decir Salvador, porque redimirá a su pueblo del pecado.Pues bien, siendo el Verbo Eterno verdadero Dios, consubstancial a su Padre, y habiendo encarnado en el seno de la Virgen, uniéndose hipostáticamente la naturaleza divina a la naturaleza humana, esta Virgen es verdaderamente Madre de Dios, pues su Hijo es, al mismo tiempo, Dios y Hombre.
Este título glorioso de Madre de Dios, que María posee, es el que anima el celo de los fieles, y el que los mueve a darle un culto ostentoso: el que excita su confianza, su piedad y su amor.
Así, cuando el Evangelio habla de María, la llama Madre de Jesús: Mater Jesu, y no se olvida jamás de darle, este título.
No hablo aquí de los herejes, que se lo han disputado: de estos hablaré en capítulo aparte, y mostraré sus errores contrarios a la doctrina de la Iglesia sobre las prerrogativas de la Virgen. Basta decir aquí, claramente con el Evangelio y la Iglesia, a todos los fieles que María es Madre de Dios.
Yo no sé título qué sea más capaz de excitar su devoción y su confianza, pues es el que excitaba la de San Agustín.
Virgen Santa, decía este Padre, haced eficaces nuestras oraciones por vuestra poderosa intercesión: alcanzadnos el perdón de nuestros pecados que nos hacen temer, con razón, los justos juicios de Dios. No podemos hallar criatura más poderosa que Vos, pues habéis merecido ser la Madre de Nuestro Salvador, y de Nuestro Juez: Impetra quœ rogamus: excasa quod timemus; quia nec potiorem meritis invenimus quam te, quœ meruisti existere Mater ejusdem Redemptoris et Judicis. (Serm. 35. de Sanct.)
Aunque tengo intención de hacer separadamente el retrato de Nestorio, como acabo de decir, no puedo dejar de contar aquí lo que sucedió en Éfeso, en donde se congregó el célebre Concilio para condenar a este Hereje, que negaba a María la cualidad de Madre de Dios, y en donde el gran San Cirilo mostró tanto celo y constancia.
Se vio entonces que todos los fieles esperaban con impaciencia la decisión del Concilio persuadidos de la fe de la Iglesia, y de que la Virgen sería mantenida en todas sus prerrogativas. En efecto, este Concilio declaró, contra el impío Nestorio, que María es verdaderamente Madre de Dios; y, según la opinión más común, los Padres compusieron allí la oración añadida a la salutación Angélica. Ved aquí sus palabras: Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte.
Los pueblos recibieron un gozo tan extraordinario con el triunfo de la Virgen que se vieron en todas partes las mayores demostraciones de alegría, fuegos y fiestas públicas. Así que se le comunicaron al Emperador las decisiones del Concilio, la Corte Imperial manifestó la misma alegría. Los Religiosos hicieron resonar las acciones de gracias en todo el desierto. ¿Puede haber mayor celo de la gloria de María?
REFLEXIÓN
La Iglesia se ha declarado siempre contra todos los que se atrevieron a sembrar errores dirigidos a privar a María de la gloriosa cualidad de Madre de Dios. En medio de eso, este título augusto no excita hoy la devoción de los pueblos como la excitaba en otros tiempos. ¡Qué diferencia entre el celo y la piedad de los de Éfeso, y la indiferencia y aun desprecio que vemos hoy en muchos temerarios para el culto de María!
Le vemos extendido y recomendado por la Iglesia, que nos da ejemplo en sus oficios y oraciones; pero, al mismo tiempo, le vemos censurado e impugnado por algunos temerarios que piensan de otro modo.
Se ven libros compuestos sobre la devoción a María Santísima, y se oyen sermones, en los cuales, bajo el pretexto de combatir los abusos, se resfría el celo del pueblo, y se disminuye su confianza.
Es bueno instruir a los fieles sobre el culto que la Iglesia da a María: reprender los abusos que la ignorancia puede introducir en las devociones más saludables, pero, además de esto, es necesario respetar el fondo de esta devoción, predicar con celo su práctica, y hacer ver su excelencia y sus ventajas.
ORACIÓN
Santísima Madre de Dios, en vano la herejía ha querido quitaros este glorioso título: postrados a vuestros pies os pedimos nos defendáis de los enemigos de nuestra salvación, para que sean también vanos todos los esfuerzos que hacen para arrancarnos la inocencia del corazón.
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