La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo – Parte 6 de 16

El infinito amor de Jesús

5°. Pedro niega a Jesucristo

¿Quién fue Pedro? Era un obrero, un pescador que cuando estaba echando la red al mar fue llamado por Jesús al apostolado, quien al decirle: «Ven, sígueme, y te haré pescador de hombres»él al punto, es decir, sin dilación alguna, dejó las redes y le siguió.

Pedro es el primero que figura en la lista de los apóstoles, y el que recibió del Señor el poder de lanzar los espíritus inmundos y de curar toda enfermedad y dolencia (Mt. 10, I-2). A él le prometió Jesús el Primado de su Iglesia y las llaves del reino de los cielos… y después de haber sido instruido por él durante tres años y haberle visto hacer tantos milagros y haber recibido de Él tantos beneficios… viene a caer miserablemente en el pecado, abandonando a Jesús y renegando de Él.

En aquella noche tan cruel, por colmo de desgracias, Pedro negó tres veces a su divino Maestro, y Jesucristo lo sufrió con resignación sublime…

Las causas de la caída de San Pedro podemos decir que fueron estas tres: La presunción, la negligencia en la oración y la imprudencia.

 Todos os escandalizaréis por míle dice Jesús… «Yo, dice Pedro, yo, jamás»Me negaréis y me abandonaréis, y vuelve a decir: «Yo te seguiré hasta la muerte…» Más Jesús le previene para que no confíe en sí, pues «antes que el gallo cante, me negarás tres veces»Y ¿Qué sucede? Una criada le dice: «También tú estabas con Jesús el galileo» (Mt. 26, 69), y le contesta: «no sé lo que dices… No conozco a ese hombre»y esta negación por tres veces y hasta con juramento… ¡Con que no le conoces y le seguiste como apóstol, dejando las redes cuando te llamó…, fuiste su discípulo predilecto, viste su gloria en el Tabor, le dijiste que a quien irías, sino a Él que tenía palabras de vida eterna, te prometió el Primado cuando le dijiste: «Tu eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo»y ¿no le conoces?

¡Oh, cómo nos ciega la pasión!… «No conozco a este hombre…» ¡Qué palabra!… y, sin embargo, ¡cuántas veces la hemos repetido pecando!… Cayó San Pedro por mero respeto humano, porque descuidó la oración, se durmió cuando debía orar: «¿No pudiste una hora velar conmigo?»Este es el origen de la tibieza y del pecado…

San Ambrosio comenta: «¿Dónde negó Pedro a Jesús? En el pretorio de los judíos, en la sociedad de los impíos». «¡Oh! ¡qué dañosas son, dice el venerable Beda,  las conversaciones y la compañía de los malvados! Pedro, en medio de los impíos, niega que conoce a Jesucristo como hombre, él, que le había confesado como Hijo de Dios vivo, cuando estaba con sus colegas».

Verdaderamente, muy débil es el hombre reducido a sus pocas fuerzas. Sin el Espíritu Santo, Pedro padece, se estremece y reniega de su Maestro a la voz de una simple criada; pero con el Espíritu Santo, una vez recibido, ¡cómo cambió! Entonces no cede a los príncipes, ni a los reyes, ni a los judíos, ni a los gentiles; arrastra las cadenas, las prisiones, los tormentos y la muerte. Todas las amenazas y todos los suplicios no son para él más que un juego. Y dice osadamente a los que conminándole con las penas más terribles, le prohíben predicar a Jesucristo: Hemos de obedecer a Dios antes que a los hombres (Hech. 5, 29).

Conversión de Pedro. En el Evangelio leemos: «Y vuelto el Señor miró a Pedro, y Pedro se acordó de la palabra del Señor, según le había dicho: Antes que el gallo cante, hoy me negarás tres veces. Y saliendo fuera lloró amargamente» (Lc. 22, 61-62). Una mirada de Jesús le bastó para romper a llorar y huir del peligro. ¡Oh, si el Señor no le hubiera mirado, qué hubiera sido de él! ¡Cuántas veces nos mira el Señor y con cuanto amor! San Pedro se acordó entonces de las palabras del Señor. ¡Ojalá nunca las hubiera olvidado para no pecar!…

Luego obró con prudenciano dudando de la misericordia del Señor…, y al momento que se dio cuenta del peligro huyó de él…, hizo penitencia, lloró sus pecados…, y por su humildad y amor hacia Jesús mereció el que le confiriese el Primado que le había prometido.

Dios permitió aquella caída para que Pedro,  que debía ser el soberano Pastor de la Iglesia fuese compasivo e indulgente, y así dar a los pecadores un grande ejemplo de arrepentimiento y de penitencia. Pues, habiendo salido, Pedro lloró amargamente. San Ambrosio dice: «Las lágrimas borran el pecado, no piden el perdón, lo merecen».

San Clemente, discípulo y sucesor de San Pedro, afirma que aquél apóstol se arrepintió tanto, que, mientras vivió, se prosternaba durante la noche al cantar el gallo, y derramaba abundantes y amargas lágrimas. Por eso estaban sus ojos siempre encendidos.

Tengamos presentes las enseñanzas de Jesucristo… y las causas de la caída de San Pedro…, para evitar el que nosotros caigamos.

Sábado Santo – Solemne Vigilia Pascual

Cristo ayer y hoy, Principio y Fin, Alfa y Omega

Jesús ha pasado toda la noche y pasará también todo el sábado en el sepulcro, custodiado por los soldados, sobornados por el Sanedrín para testificar contra su Resurrección. La Iglesia está hoy toda absorta en ese hecho, y en virtud del decreto del 9 de febrero de 1951 de la Sagrada Congregación de Ritos, en el que se restituyó todo el rito de la Vigilia pascual a la noche del sábado al domingo, conforme al uso primitivo, todo el día del sábado lo dedica a conmemorar y venerar la muerte y sepultura del Redentor, a las que alude todo el Oficio del día. Tal debe ser también la preocupación de los fieles por todo el Sábado Santo: meditar y venerar la sepultura del Redentor, asistiendo, en cuanto les sea posible, a los oficios litúrgicos y funciones extralitúrgicas del día.

La Sagrada Congregación de Ritos, atendiendo a tantos; ruegos y deseos de liturgistas contemporáneos (nosotros mismos lo reclamábamos en las ediciones anteriores de este Manual) y de obispos de todos los países, después de haber estudiado seriamente el asunto a la luz de los documentos antiguos, se resolvió a restituir el rito de la vigilia de Pascua, que hasta ahora se celebraba en la mañana del Sábado Santo, a las horas de la noche, para que así recobrara todo su significado y sirviera de preparación inmediata a la Pascua de Resurrección. La novedad, aunque anunciada sólo como a título de «experiencia» para el año 1951, fué recibida con aplauso general. Ella significaba no sólo un feliz retorno a la antigüedad, sino también al buen sentido, en el terreno litúrgico.

Según, pues, el aludido Decreto, el Sábado Santo es un día «alitúrgico», es decir, sin sacrificio eucarístico, pero con el Oficio Divino completo. Éste, por lo tanto, se compone de Maitines y Laúdes, Horas Menores, Vísperas y Completas, y ha de rezarse en sus horas correspondientes. Por lo mismo, las Tinieblas del Viernes Santo ya no tienen lugar, como antes, al anochecer de ese día, sino el sábado por la mañana.

Sábado Santo

SABBATO SANCTOSÁBADO SANTO
I classisI clase
DE VIGILIA PASCHALIVIGILIA PASCUAL
Statio ad S. Ioannem in LateranoEstación en san Juan de Letran
De benedictione novi IgnisBENDICIÓN DEL FUEGO NUEVO
1. Hora competenti tobaleis cooperiuntur altaria, sed candelæ exstinctæ manent usque ad principium missæ. Interim excutitur ignis de lapide, et ex eo accenduntur carbones1. A la hora conmpetentes, cubiertos los altares con manteles. Las velas estarán apagadas hasta el principio de la misa. Entretanto, fuera del templo, se saca fuego del perdenal y con el se encienden los carbones.
2. Celebrans induitur amictu, alba, cingulo, stola et pluviali violacei coloris ; ministri sacri amictu, alba, cingulo, diaconus stola et dalmatica, subdiaconus tunicella, eiusdem coloris.2.  El celebrante revestido con amito, alba, cíngulo, estola y pluvial morado; los ministros sagrados, con amito, alba, cíngulo, el diácono con estola y dalmática, el subdiácono con tunicela del mismo color.
2a. Sacerdos induitur amictu, alba, cingulo, stola et pluviali violaceo, vel manet sine casula2a. Revestido de alba, estola y capa moradas, en su defecto sin con estola, sin casulla.
3. Adstantibus ministris, seu ministrantibus, cum cruce, aqua benedicta et incenso, sive ante portam, sive in aditu ecclesiæ, yel intus eam, ubi scilicet populus ritum sacrum melius sequi possit, celebrans benedicit novum ignem, dicens :3. Los ministros o ministrantes con la cruz, agua bendita e incensario se colocan en el atrio o cancel, o ante la misma puerta, o en el interior del templo. El sacerdote bendice el nuevo fuego diciendo:
V/. Dóminus vobíscum.V/. El Señor sea con vosotros. 
R/. Et cum spíritu tuo.R/. Y con tu espíritu.
Orémus. Oratio.Oremos.
Deus, qui per Fílium tuum, angulárem scílicet lápidem, claritátis tuæ ignem fidélibus contulísti : prodúctum e sílice, nostris profutúrum úsibus, novum hunc ignem sanctí + fica : et concéde nobis, ita per hæc festa paschália cæléstibus desidériis inflammári ; ut ad perpétuæ claritátis, puris méntibus, valeámus festa pertíngere. Per eúndem Christum, Dóminum nostrum.OH Dios, que por medio de tu Hijo que es la piedra angular, diste a tus fieles el fuego de tu claridad, santifica esta nuevo fuego sacado de la piedra, y que ha de servir para nuestros usos, y concédanos que, de tal modo nos inflamemos en deseos celestiales en estas fiestas pascuales, que merezcamos llegar con almas puras a las fiestas de la luz perdurable. Por el mismo Cristo Señor nuestro. 
R/. Amen.R/. Amen.
Deinde ignem ter aspergit, nihil dicens.Asperja el fuego con agua bendita
4. Acolythus, seu unus ministrantium, assumens de carbonibus benedictis, ponit in thuribulum ; celebrans vero ponit incensum in thuribulum, benedicens illud more solito, ignemque ter adolet incenso.4.. Un acolito, tomando de las ascuas benditas, prepara el incensario: el sacerdote pone incienso, bendiciéndolo como de costumbre, e inciensa tres veces el fuego.
De benedictione cerei paschalisBENDICION DEL CIRIO PASCUAL
5. Novo igne benedicto, acolythus, seu unus ministrantium, portat cereum paschalem in medium, ante celebrantem, qui cum stilo, inter extrema foramina ad insertionem granorum incensi destinata, incidit crucem. Deinde facit super eam litteram græcam Alpha, subtus vero litteram Omega, et inter brachia crucis quatuor numeros exprimentes annum currentem, interim dicens :5. Con un punzón graba el celebrante en el cirio pascual una cruz, Α  y  Ω (primera y ultima letras del alfabeto griego), y las cifras del año en curso.Al grabar los dos brazos de la cruz, el celebrante dice:
(1) Christus heri et hodie (incidit hastam erectam),(1) Cristo ayer y hoy.
(2) Princípium et Finis (incidit hastam transversam),(2) Principio y fin.
(3) Alpha (incidit supra hastam erectam litteram A)(3) Alpha
(4) et Omega (incidit subtus hastam erectam litteram O)(4) et Omega
(5) Ipsíus sunt témpora (incidit primum numerum anni currentis in angulo sinistro superiore crucis)(5) De el son los tiempos
(6) et sǽcula (incidit secundum numerum anni currentis in angulo dextro superiore crucis) ;(6) y los siglos.
(7)Ipsi glória et impérium (incidit tertium numerum anni currentis in angulo sinistro inferiore crucis)(7) A el la gloria y el imperio
(8) per univérsa æternitátis sǽcula. Amen (incidit quartum numerum anni currentis in angulo dextro inferiore crucis).(8) por todos los siglos de la eternidad. Amen.

Santoral

16 de abril

San Benito José Labre
Santo Toribio de Liébana
Santa Engracia y sus 18 Compañeros, Mártires
Santa María Bernarda Soubirous, Virgen
San Fructuoso de Braga, Obispo
San Cayo, Mártir
San Optato, Mártir
San Saturnino, Mártir (Con Optato)
San Encratis, Mártir (Con Optato)
San Cremencio, Mártir (Ver Optato)
San Dragón
San Magno de orkney, Mártir
San Paterno de Avranches
Beato Arcángel de Bolonia
Beato Guillermo de Polizzi
Beato Joaquín de Siena

SAN FRUCTUOSO DE BRAGA, Monje y Obispo

16 de abril

En los confines occidentales de España, ganados un siglo antes para la ortodoxia católica por el ilustre San Más Martín de Braga, floreció en el siglo VII uno de los mas eximios varones de la iglesia visigoda. Fructuoso, de noble familia emparentada con algunos reyes visigóticos, hijo de un jefe del ejército, púsose muy pronto en condiciones de servir a la Iglesia al iniciarse en las disciplinas eclesiásticas bajo la dirección de Conancio de Palencia. Allí recibió su educación sagrada, en compañía de numerosos jóvenes a los que había atraído la sabiduría y la discreción de este obispo; pero en su alma florecía la vocación monacal, manifestada desde niño con piadosos pensamientos al decir de su biógrafo, un sencillo monje discípulo y admirador suyo, que escribió una vida llena de detalles maravillosos y de milagros. Joven aún, renunció a sus bienes y dotó con ellos iglesias y benefició a los pobres, para saber desprenderse mejor de la atracción de las cosas del mundo. Y todo hace sospechar que se retiró al Bierzo, donde sus padres posean bienes cuantiosos. Allí le encontrarnos rodeado de discípulos, llevando austera vida de penitente, fortaleciendo a todos con su ejemplo y con su instrucción.

   Nos narra su biografía que familias enteras se sentían arrastradas por el hondo movimiento espiritual que había iniciado al restablecer, con redoblado vigor, la vida monástica en retiros de soledad y en medio de exigente disciplina. Su biógrafo nos cuenta, admirado, cómo en varias ocasiones intentó huir a la soledad completa desde sus cenobios, para mejor y más intensamente consagrarse a Dios, sin que el fervor de sus discípulos se lo permitiera, pues no estaban dispuestos a quedarse privados de su guía.

   En esta primera etapa de su actividad fundó Fructuoso muchos y diversos monasterios en el Bierzo, en Galicia, en el norte de Portugal, que pronto se vieron invadidos por una multitud creciente, tan grande que nos dice ingenuamente su biógrafo que los mismos jefes del ejército real llegaron a temer quedarse sin hombres que reclutar para sus campañas. Quizá en estas fundaciones puso por norma su regla, que presenta una enorme originalidad y muestra cómo no fue breve su conocimiento de los hombres que se le sometían para servir a Dios: regla dura y enérgica, adecuada a hombres del Norte, con vivo sentimiento de la comunidad y con un concepto de la obediencia muy desarrollado. En breve, un movimiento ascético de tal ímpetu trascendió los límites de Galicia, y el nombre de Fructuoso y su obra corrió por la Península entera; comienzan entonces las inquietudes apostólicas de Fructuoso, para quien se habían quedado pequeñas las soledades galaicas. Tenemos noticias de una peregrinación suya a Mérida, por devoción a Santa Eulalia, y de un viaje emprendido a continuación hacia el Sur hasta llegar a Sevilla y Cádiz. El respeto y las atenciones de que es objeto en su peregrinar nos revelan la fama de santidad y de grandeza que le antecedía: su incansable actividad le lleva a realizar también en estas regiones nuevas fundaciones en que aplicar su intensa disciplina, camino para adelantos mayores en la vía de la perfección.

   No pocas leyendas piadosas nos transmite su biógrafo para mostrar la protección que Dios le dispensaba: unas veces, prodigiosamente, le evita el ser confundido con un animal al hallarse en medio de un matorral en oración simplemente cubierto de pieles; en otra ocasión puede atravesar con sus códices un río sin que sus tesoros de formación eclesiástica sufran el menor detrimento al contacto con el agua; en otra ocasión consigue un castigo para un malvado que injusta e inicuamente le ataca; en otro momento logra de manera maravillosa concluir un viaje que corría el riesgo de convertirse en tragedia por el agotamiento de los marineros que a golpe de remos impulsaban la barca, y no falta, en esta larga sucesión de milagros, la barquichuela arrastrada por las olas y recuperada por el Santo, que no vacila en lanzarse a caminar sobre el mar para poder traerla de nuevo a la orilla.

   Incansable prosiguió Fructuoso la fundación de monasterios, hasta que, un día, decidió marchar al Oriente en peregrinación. Es probable que, además de visitar los Santos Lugares, como habían hecho tantos hombres ilustres del Occidente español, hubiera dispuesto en su ánimo dirigirse a Egipto, cuna y fuente de donde provino a la Iglesia occidental todo el monacato en que tantos espíritus se santificaron y fueron luz y guía del mundo cristiano, pero no pudo lograr su propósito porque el proyecto llegó a conocimiento del rey y de sus consejeros, que tomaron urgentes medidas para evitar que tal lumbrera de la Iglesia abandonara España. En medio de tanta actividad cuidaba Fructuoso de su propia formación intelectual y de la de sus monjes, y buscaba libros y explicaciones que satisficieran su sed y sus dudas e ignorancia: las vidas de santos, las narraciones de la vida y doctrina de los anacoretas egipcios, la Biblia, constituían el manjar predilecto de aquellos hombres cuya fama recorría más y más la Península de un lado al otro. Braulio de Zaragoza, el gran obispo amigo de San Isidoro, uno de los hombres de más completa y exquisita formación en la España de aquel tiempo, llama a Fructuoso brillante faro de la espiritualidad española, y reconoce y proclama el esfuerzo novador que de bosques y desiertos hacía un grupo de monjes que cantaba sin cesar las alabanzas de Dios.

   El entusiasmo de Braulio, dictado, como él mismo dice, por la verdad y no por la adulación o la amistad, debía ser compartido por muchas gentes, que veían en nuestro Santo un hombre de Dios, entregado a su servicio y poderoso instrumento suyo. En aras de este servicio rinde Fructuoso poco después su deseo de soledad y oración, y acepta, no sin repugnancia, el honor de ser elevado a la dignidad episcopal como obispo abad de Dumio, notable monasterio próximo a Braga. Poco tiempo después, obligado por su cargo, asiste Fructuoso a un concilio nacional, presidido por el grande Eugenio de Toledo. Allí, depuesto Potamio, metropolitano de Braga, por diversas faltas de las que se acusó espontáneamente, con voto unánime, los Padres asistentes al concilio elevan a Fructuoso a la silla metropolitana de Braga, con la esperanza y la seguridad, dicen, de que daría ello mucha gloria a Dios y redundaría en gran beneficio de la Iglesia. Puede decirse que nada o casi nada se sabe de lo que hiciera en su paso por la sede bracarense; pero su celo incansable le mantenía tenso, y por ello una y otra vez acude ante el rey Recesvinto, cuyo comportamiento tanto aflige a los grandes obispos de este momento, para amonestarle, pedirle clemencia, aconsejarle.

   El biógrafo de nuestro Santo, celoso como era de poner de relieve el espíritu monástico de Fructuoso, insiste ahora en la rigurosa vida ascética que mantuvo durante su tiempo de episcopado, en lo continuado de su actividad como fundador, hasta decir que, conocedor de su próximo fin, se entregó a tal frenesí de trabajo que no cesaba en su labor de dirección y construcción sin darse descanso ni de día ni de noche. Su última fundación parece haber sido el monasterio de Montelios, muy cerca de Braga, donde se conservó su cuerpo tras su muerte, hasta que siglos más tarde, en 1102, el arzobispo de Compostela, Gelmírez, le trasladó a Santiago.

   Dícenos su biografía que, atacado de fiebre, comunicó su inmediata muerte a sus discípulos, llorosos por la pérdida que se avecinaba y asombrados por su alegría y tranquilidad en tales momentos; todavía entonces tuvo tiempo para disponer asuntos relacionados con el gobierno de varias de sus más importantes fundaciones; luego hizo ser llevado a la iglesia, donde recibió con sumo fervor y devoción la penitencia y donde permaneció toda la noche postrado en oración, hasta que, amaneciendo un día, que los libros litúrgicos de Braga dicen el de hoy, el año 665, entregó a Dios su alma.

   Su biógrafo no olvida señalarnos que pronto comenzaron los milagros en torno a su sepulcro, pero ninguno más importante ni valioso que el gran milagro del cual había sido instrumento dócil y activo en manos de Dios: la gran renovación espiritual que inició en el siglo VII, todavía lleno de resabios de herejía, henchido de luchas políticas, de odios y rencores. Entregado a la oración y a la penitencia en medio de un siglo corrompido, logró con su ejemplo y su virtud hacer cristalizar unas ansias de renovación sentidas con toda intensidad. Su celo y su entusiasmo prendieron en multitud de creyentes, que aun bastante después de su muerte buscaban todavía su santificación siguiendo paso a paso los itinerarios de Fructuoso, y haciendo de sus retiros y lugares de oración parajes sagrados en los que sus almas encontraban más facilidad para acercarse a Dios; y aun siglos más tarde, los monasterios por él fundados sentíanse satisfechos de esta tradición, mostrando la huella de su paso apostólico.

MANUEL DÍAZ Y DÍAZ

Año Cristiano, Biblioteca de Autores Cristianos, Tomo II, Abril-Mayo

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SANTA Mª BERNARDA SOUBIROUS, Virgen

16 de abril

Bernadette Soubirous, era una enfermiza niña de 14 años, natural de Lourdes, una pequeña ciudad al pie de los Pirineos. Su padre, Francisco Soubirous, molinero de profesión, estaba en la ruina, y la familia había tenido que ir a vivir a un antiguo calabozo abandonado, una pequeña pieza de 16 metros cuadrados.

Bernardita, como era cariñosamente llamada, era una niña piadosa que asistía a misa los domingos, pero no podía comulgar porque aún no había hecho la primera comunión. A sus catorce años la enfermedad y el trabajo le habían impedido ir a la escuela, por lo que no sabía leer ni escribir. En noviembre de 1857, los Soubirous habían permitido a Bernardita ir a Bartrès, un pueblecito cerca de Lourdes, a servir como criada en la casa de su antigua nodriza, María Lagüs. Sin embargo, el deseo de Bernardita de hacer la primera comunión hizo que regresara a Lourdes pocas semanas antes de comenzar las apariciones.

Las Apariciones

El jueves 11 de febrero de 1858, Bernardita había ido con su hermana y una amiga a la Gruta de Massabielle, al borde del río Gave, para recoger algo de leña. Cuando se estaba descalzando para meterse al agua y cruzar al torrente, oyó un ruido como de una ráfaga de viento, y levantando la cabeza hacia la gruta, vio a una Señora vestida de blanco, que llevaba un velo también de color blanco, una faja azul en la cintura y una rosa amarilla en cada pie. Bernardita hizo la señal de la cruz y rezó el rosario con la Señora. Al terminar de rezar, la Señora desapareció.


El domingo 14 de febrero Bernardita se sintió interiormente movida a volver a la Gruta, a pesar de la prohibición de sus padres. Pero su madre le dio permiso para volver, debido a sus insistentes ruegos. Cuando había rezado la primera decena del rosario, la Señora apareció nuevamente, y Bernardita roció el sitio con agua bendita como se le había sugerido. La Señora sonrió inclinando la cabeza. Al terminar el rosario, la Señora desapareció.


El jueves 18 de febrero la Señora habló por primera vez. Bernardita le pide que escriba su nombre en un papel, pero la Señora le dice que no es necesario, y añade: «No prometo hacerte feliz en este mundo, sino en el otro. ¿Quieres hacerme el favor de venir aquí durante quince días?».


Las manifestaciones se produjeron durante esos quince días, con algunas pocas excepciones.

El viernes 19 de febrero hubo una aparición breve y silenciosa. Bernardita llevó a la Gruta una vela bendecida y encendida. El sábado 20 de febrero la Señora le enseñó una oración personal. Al irse la Señora, Bernardita se sintió muy triste. El domingo 21 de febrero unas cien personas acompañaron a Bernardita al sitio de las apariciones. Ese mismo día el comisario de policía le pidió que dijera lo que había visto. Bernardita sólo mencionaba «aquello», para referirse a la aparición. El martes 23 de febrero unas ciento cincuenta personas rodean a Bernardita. Durante la aparición se le comunicó un secreto, algo que era sólo para ella. El miércoles 24 de febrero la Señora pidió a Bernardita repetir ante la multitud: «¡Penitencia! ¡Penitencia! ¡Penitencia!

El jueves 25 de febrero estaban presentes unas trescientas personas. La Señora le pidió a Bernardita que bebiera el agua de una fuente, indicándole el sitio. Bernardita raspó la superficie del terreno con las uñas. En un principio encontró sólo un poco de agua turbia, pero al cuarto intento ya pudo beber un poco de agua. Había brotado el milagroso manantial de Lourdes. También le pidió que comiera hierba de la que había cerca de la fuente, y así lo hizo ante la burla de muchos. La aparición desapareció, y a Bernardita la tildaron de loca. Pero el agua milagrosa comenzó a hacer sentir sus efectos en niños y adultos que eran sumergidos en ella. La fe crecía en Lourdes.

El sábado 27 de febrero se juntaron unas ochocientas personas. La Señora no habló. Bernardita bebió agua del manantial y rezó. El domingo 28 de febrero Bernardita caminó de rodillas en señal de penitencia y también besó la tierra. Estaban presentes unas mil personas.

Luego, el juez Ribes la amenazó con meterla en la cárcel acusándola de mentirosa. El lunes 1º de marzo asistió un sacerdote a la gruta por primera vez, junto a más de mil quinientas personas. El martes 2 de marzo la Señora le encargó decirle a los sacerdotes que acudieran al sitio en procesión y construyeran allí una capilla. Bernardita se lo comunicó al padre Peyramale, párroco de Lourdes, quien sólo quería saber una cosa: el nombre de la Señora. Le exigió, además, como prueba, que el rosal de la Gruta de Massabielle floreciera en invierno.

El miércoles 3 de marzo Bernardita se encaminó hacia la Gruta muy temprano y encontró allí unas tres mil personas, pero la Señora no apareció. Más tarde, al salir del colegio, sintió la llamada interior y acudió a la Gruta. Nuevamente le preguntó a la Señora su nombre. Esta le dio por respuesta una sonrisa. Luego, el padre Peyramale le repetía: «Si de verdad la Señora quiere una capilla, que diga su nombre y haga florecer el rosal de la Gruta». El jueves 4 de marzo se reunieron en la Gruta alrededor de ocho mil personas que esperaban un milagro al final de los quince días. La Señora permaneció silenciosa todo el tiempo. El párroco Peyramale insistía en su pedido. Durante veinte días Bernardita no acudió a la Gruta pues no sentía el llamado interior que la impulsaba a dirigirse hacia el lugar.


El jueves 25 de marzo la Señora revela su nombre, pero el rosal sobre el cual había puesto sus pies durante las apariciones no florece. Bernardita narra el suceso: «Levantó los ojos hacia el Cielo, juntando en actitud de oración las manos que tenía abiertas y tendidas hacia el suelo, y me dijo: «Que soy era Immaculada Councepción». La joven vidente salió corriendo, repitiendo constantemente, por todo el camino, aquellas palabras que no entendía. Pero estas palabras le dieron al párroco la certeza del suceso, ya que él sabía que Bernardita ignoraba esa expresión teológica que sirve para designar a la Santísima Virgen.


El miércoles 7 de abril, durante la aparición, Bernardita sostuvo una vela encendida en su mano, y muchos observaron cómo la llama lamía su mano sin quemarla. El doctor Douzous, médico, constató este hecho personalmente.


El jueves 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, Bernardita sintió nuevamente el llamado interior y se dirigió a la Gruta; pero al encontrar cerrado el acceso, se dirigió al otro lado del río Gave, enfrente de la Gruta y contempló desde allí la aparición. Después relataba: «Me parecía que estaba delante de la Gruta y a la misma distancia que las otras veces. No veía sino a la Virgen. ¡Jamás la había visto tan bella!» Esta fue la última aparición de la Santísima Virgen María en la Gruta de Massabielle.


Después de las apariciones Bernardita ingresó al convento de Nevers. Como la Santísima Virgen le había dicho, tuvo que sufrir mucho en esta vida. A su enfermedad física se añadieron sufrimientos espirituales: oscuridad interior, escrúpulos, temores, tentaciones. A los 34 años la tuberculosis acabó con su vida terrena. En Nevers su cuerpo se conserva incorrupto, fresco y bello, tal como el día en que murió. El 14 de junio de 1925 María Bernarda Soubirous fue declarada beata por el Papa Pío XI, y el 8 de diciembre de 1933 el mismo Papa la declaró santa, estableciendo que su memoria se celebrara el 16 de abril, día en que había subido al Cielo.


La fuente de agua que brotó en Lourdes es una fuente milagrosa. Así lo testimonian las innumerables personas que se han curado sumergiéndose en ella. Pero la Virgen también había venido a derramar innumerables gracias de sanaciones espirituales y a pedirle a sus hijos conversión, oración y penitencia. El santuario de Lourdes se convirtió uno de los más visitados y famosos del mundo.


El 28 de julio del año 1858, Monseñor Laurence, Obispo de Tarbes, quien se encargó de las apariciones, creó una comisión para recoger y constatar los hechos que habían ocurrido en la Gruta de Lourdes, y el 18 de enero de 1862 declaró auténticas las apariciones, en nombre de la Iglesia.

«Yo soy la Inmaculada Concepción»

   Con estas palabras, la Santísima Virgen confirmaba el dogma que el Papa Pío IX había declarado en Roma sólo 4 años antes de las apariciones. Esto era muy importante en ese momento, pues al año siguiente, en 1859, Charles Darwin publicaba su libro «El Origen de las Especies» en el cual su teoría evolucionista echaba por tierra la realidad del pecado original, que el Concilio Trento había definido como dogma hacía 3 siglos. La Virgen preparaba al mundo a enfrentar esta teoría, anteponiendo a los errores del Evolucionismo Darwiniano la irrefutable certeza de su Concepción Inmaculada, y al mismo tiempo afirmaba el hecho cierto de la condición pecadora del hombre.

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SANTA ENGRACIA Y DIEZ Y OCHO COMPAÑEROS, Mártires

16 de abril

La gloriosa virgen y fortísima mártir de Cristo santa Engracia, era hija de un gran caballero y señor muy principal de Portugal, y habiendo concertado casarla con un duque del Rosellón, capitán de aquélla frontera de Francia, la enviaba para celebrar las bodas muy bien acompañada de diez y ocho caballeros, parientes y familiares suyos, cuyos nombres eran Lupercio, Optato, Suceso, Marcial, Urbano, Julio, Quintiliano, Publio, Frónton, Félix, Ceciliano, Evencitcio, Primitivo, Apodemio, Maturio, Casiano, Fausto y Jenaro: y estos cuatro últimos tenían por sobrenombre Saturninos.

Hallábase esta ilustre comitiva en Zaragoza, cuando Daciano como tigre fiero y cruel se relamía en la sangre de los cristianos de aquella ciudad principalísima y les afligía con los más horribles tormentos. Entonces arma da de Dios, la virgen santa Engracia, se presentó con sus diez y ocho compañeros cristianos, ante el tribunal del inicuo juez, y le reprendió severamente por haberse despojado de la razón de hombre y vestídose de la crueldad de fiera, ver tiendo tanta sangre de hombres inocentes, que no tenían otra culpa sino adorar al sólo Dios verdadero.

Quedó Daciano pasmado, y pensativo sobre lo que había de hacer con aquélla nobilísima y hermosísima doncella que así le hablaba; pero al fin pudo en él más su cruel naturaleza que la humanidad, ni otro algún buen respeto; y mandó prender y azotar rigurosamente a la santa virgen y a aquellos diez y ocho caballeros; y para escarmiento de los demás cristianos de Zaragoza hizo arrastrar a Engracia atada a la cola de un caballo por toda la ciudad.

Despedazáronle después sus virginales carnes con uñas de hierro, dislocáronle los miembros, cortáronle el pecho izquierdo, y cuando todo su santo cuerpo estuvo hecho una llaga, la cubrieron con una larga vestidura, y la dejaron así para que con los dolores de sus heridas se prolongase su martirio y se dilatase la muerte. Y como ella perseverase en la confesión de Jesucristo, Daciano, irritado por aquélla invencible constancia, mandó que le hincasen un clavo en la frente. Todavía se muestra en la cabeza de la santa el agujero de aquel clavo, en cuyo tormento la fidelísima esposa del Señor acabó de recibir la corona del martirio.

Finalmente a los diez y ocho caballeros mandó el procónsul degollar fuera de la ciudad, y en el mismo día recibieron con santa Engracia la palma de gloriosos mártires de Jesucristo. Consérvanse con gran veneración las preciosas reliquias de la santa en la cripta del templo de su nombre, magníficamente restaurado en nuestros días en la capital de Aragón. En un depósito del mismo sepulcro están las de san Lupercio, y en otro sepulcro de mármol las de los otros san tos compañeros cuyos huesos son de color de rosa y despiden fragante olor.   

REFLEXIÓN

   Pues ¿Quién no ve en el mar tirio de la gloriosa virgen Engracia y de los otros mártires, la omnipotencia y fortaleza de Dios, la desventura del hombre y la vana astucia y crueldad de Satanás? El cual inflamó a Daciano para que atormentase con exquisitas penas a una tierna doncella, y procurase extinguir el culto del verdadero Dios; mas el demonio quedó burlado, Daciano confuso, la virgen triunfando, Dios glorificado, propagada su santa religión, y la ciudad de Zaragoza ilustrada con los trofeos de tan tos y tan gloriosos mártires con los cuales están ennoblecida y amparada de los encuentros de sus enemigos.   

ORACIÓN

   Vuelve, Señor, tus ojos benignos sobre la familia de tus fieles siervos, y concede, que amparada por la intercesión de la bienaventurada Engracia y sus compañeros mártires, sea defendida de toda culpa.  Por J. C. N. S.

Sacado de: «FLOS SANCTORUM DE LA FAMILIA CRISTIANA», Las vidas de los Santos y principales festividades del año, ilustradas con otros tantos grabados y acompañadas de piadosas reflexiones y de las Oraciones litúrgicas de la Iglesia) del P. Francisco de Paula Morell, S. J. Ed. Difusión, Bs. As., 1943.

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SAN TORIBIO DE LIÉBANA

16 de abril

El bienaventurado y celosísimo santo Toribio de Liébana, obispo de Astorga, fue natural de la provincia de Galicia, y a lo que se puede entender, hijo de una de las familias principales de la ciudad de Astorga. Habiendo aprendido y aprovechado mucho en las letras humanas, distribuyó su patrimonio a los pobres y navegó a Jerusalén, donde el obispo de aquélla iglesia hizo tal estimación de su santidad, que le confió el riquísimo tesoro de las cosas sagradas y reliquias de la pasión de nuestro Señor Jesucristo, de las cuales trajo después muchas a España.

Volviendo de los Santos Lugares a su patria, curó milagrosamente a una hija del rey de los Suevos, y a otros muchos enfermos, y con las crecidas limosnas que le dieron, edificó un templo al Salvador, y puso en él las reliquias que había traído. A esa sazón, murió el Obispo de Astorga; y todos pusieron los ojos en santo Toribio, el cual aunque mucho se resistió, hubo de rendirse a la voluntad divina. Entonces fue cuando le acusó de un crimen de adulterio, un ambicioso diácono de Astorga, que pretendía aquélla cátedra, y el santo obispo, inspirado de Dios, se justificó plenamente.

Porque habiendo ido a su catedral, un día de grande concurso dijo al pueblo la necesidad que tenía de volver por su honra y con muchas lágrimas pidió al Señor que deshiciese aquélla calumnia. Luego mandó traer al altar un brasero, y tomando en sus sagradas manos las ascuas encendidas, las envolvió en el sobrepelliz que traía puesto, y en tonando el salmo de David, que comienza: «Levántese Dios, y sean disipados sus enemigos», rodeó toda la iglesia llevando las ascuas en el roquete; y todo el pueblo vio por sus ojos como ni el roquete ni las manos del Santo padecieron ninguna lesión de fuego, pues no quedó de él ni la más leve señal. Asombráronse todos de semejante maravilla, y el calumniador confesó a voces su pecado, y cayó muerto en la iglesia.

Pero la obra más excelente que hizo santo Toribio, fue el acabar con la herejía de los Priscilianos en España, para lo cual se armó de una carta en que refutaba victoriosamente aquellos errores, y .la envió a algunos obispos españoles. Y con las Letras Apostólicas del Papa, que era san León el Magno, y la autoridad de un concilio nacional que se juntó en Toledo, y otro provincial que se celebró en Galica, cortó la cabeza de aquélla herejía que inficionaba muchos pueblos de España. Finalmente después de haber cumplido santo Toribio las obligaciones de un buen pastor, y defendido su rebaño de los lobos infernales, des cansó en paz. En el siglo VIII, por causa de la invasión de los moros fueron trasladadas sus reliquias, y las que trajo de Jesucristo, al monasterio de san Martín de Liébana que se llamó después san Toribio de Liébana. 

REFLEXIÓN 

   Entre las otras cosas que santo Toribio dice en aquélla epístola que escribió a los obispos para extirpar los errores de Prisciliano, encarece mucho el daño de los libros apócrifos, los cuales los herejes publicaban por divinos, y les exhortaba mucho a desterrarlos y condenarlos como cosa tan perjudicial y dañosa; y cierto que entre los cuidados que deben tener todos los gobernantes, y más los eclesiásticos, a quienes más toca, de be ser muy principal el procurar que haya abundancia de libros católicos, doctos, graves y provechosos, y que se destierren y no se lean los herejes, falsos y reprobados, ni los torpes, livianos e inútiles.   

ORACIÓN

   Rogámoste, Señor, que oigas las oraciones que te hacemos en la solemnidad de tu bienaventurado confesor y pontífice santo Toribio, y que por los méritos e intercesión de aquel que tan dignamente, te sirvió, nos absuelvas de todos nuestros pecados. Por J. C. N. S.

Sacado de: «FLOS SANCTORUM DE LA FAMILIA CRISTIANA», Las vidas de los Santos y principales festividades del año, ilustradas con otros tantos grabados y acompañadas de piadosas reflexiones y de las Oraciones litúrgicas de la Iglesia) del P. Francisco de Paula Morell, S. J. Ed. Difusión, Bs. As., 1943.

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SAN BENITO JOSÉ LABRE, Peregrino

16 de abril

Si alguno de vosotros se tiene por sabio según
el mundo, hágase necio (a los ojos del mundo)
a fin de ser sabio (a los ojos de Dios)
.
(1 Corintios, 3, 18).

 Benito pasó la mayor parte de su vida haciendo peregrinaciones. Iba casi siempre con los pies des calzos tanto en invierno como en verano, vestido con harapos, Y sin provisiones para el día siguiente. Vivía de limosnas, pero no mendigaba, nunca conservaba sino lo estrictamente necesario, y partía con los pobres lo que se le daba por caridad. Pasó sus últimos años en Roma, orando días enteros en las iglesias; por la noche retirábase a unas ruinas para descansar algunas horas. Cayó desvanecido en las escalinatas de Nuestra Señora de los Montes y fue transportado a una casa vecina donde pronto se durmió en el sueño de los justos, el 16 de abril de 1783, a la edad de 35 años.   

MEDITACIÓN SOBRE  LA VIDA
 DE LOS BIENAVENTURADOS

 I. La sabiduría del mundo consiste en amontonar riquezas; ¡por eso trata de locura a la pobreza evangélica! ¡Oh bella y gloriosa locura que nos ase meja a Jesucristo, Hijo de Dios, Sabiduría encarna da! San Benito José Labre profesó esplendorosa mente esta locura; con ardor abrazó esta pobreza. Sabía que las riquezas cautivan el corazón, Y a su corazón lo quería libre para Jesucristo, su único Señor. ¡Ay! ¡que no tengamos nosotros el Valor de imitarlo! Aprendamos por lo menos a honrar la pobreza, y a asociarnos a los méritos de los pobres; de Jesucristo aliviando su miseria.

   II. Los prudentes del siglo van sin cesar tras el placer: Benito toma el camino trazado por Jesucristo, su Maestro y su Modelo. Debiendo elegir entre el gozo y la cruz, elige la cruz, porque sabe que es menester pasar por mil tribulaciones para llegar al cielo. El mundano consiente, para gozar de algunos placeres efímeros, en ser objeto de suplicios sin fin; el cristiano soporta penas pasajeras para merecer un gozo eterno. Dime cuál es el sabio y cuál el loco, y conforma tu conducta a tu respuesta. ¡Qué¿no podremos vivir sin placer, nosotros que debemos morir con placer? (Tertuliano).

   III. El mundo busca, afanosamente, reputación y gloria; nuestro santo, abatimiento y oprobios. Saborea en las ignominias un gusto que hace que las bus que con avidez. Se lo carga de injurias, se lo persigue a pedradas, dice a uno que quiere defender le: Déjalos; si supieses tú quien soy te unirías a ellos. ¡Cuán diferente a la suya es nuestra conducta!, y sin embargo, ¿no tenemos nosotros, por ventura, que ganar el mismo cielo? Si deseas gloria, desea la verdadera y durable.

El respeto a los pobres
Orad por los indigentes.

ORACIÓN

 Oh Dios, que habéis querido que San Benito José se adhiriese únicamente a Vos por el amor a los desprecios y a la pobreza, concedednos, en vista de sus méritos, la gracia de despreciar las cosas de la tierra y buscar los bienes del cielo.   Por J. C. N. S.

Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. Tomo II, (Ed. ICTION, Buenos Aires, 1982)

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