La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo – Parte 1 de 16

El infinito amor de Jesús

Ecce homo, de Guido Reni.

PROLOGO
Hay una semana en el año que se distingue de todas las demás, es la llamada «Semana Santa», la semana de los grandes misterios, y en ella la Iglesia celebra la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Jesucristo.

Esta semana comienza con el domingo de Ramos, en cuyo día, después de veinte siglos, en nuestras ciudades y pueblos recordamos la entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén, y en él, los niños de ahora como los de entonces, en las procesiones que se organizan, dicen también: ¡Hosanna al hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! (Mt. 21,9).

Aquellas gentes confesaban que Jesucristo era un ser divino. Los únicos que no participaban de las aclamaciones eran algunos de los fariseos, que se atrevieron a dirigirse a Él y decirle: ¡Maestro! reprende a tus discípulos (Lc. 19,40), y entonces con terrible majestad, nuestro Señor los reprendió: «Os digo que si éstos callasen, las piedras darían gritos de bendición y de triunfo».

La entrada fue triunfal pero Jesús que «sabía lo que había en el corazón de cada hombre». Conocía muy bien que los «hosannas», se convertirían en «crucifícale»… EI ya lo tenía profetizado a sus apóstoles: «Ved que subimos a Jerusalén, y se cumplirá en el Hijo del hombre todo lo que está escrito por los profetas: será entregado a los gentiles, escarnecido, injuriado y escupido; le azotarán, le matarán y al tercer día resucitará» (Lc. 18,31-33).

Jesús, en aquella ocasión, al descender del monte de los Olivos, tendió su vista a la ciudad de Jerusalén, y sus ojos se arrasaron en lágrimas,  no a causa de la cruz que le aguardaba sino debido a los males que amenazaban a aquellos que había venido a salvar y que no querían saber nada de Él. Al contemplar la ciudad «Lloró por ella, y dijo: ¡Oh, si tu conocieras en el día de hoy lo que había de darte la paz! Pero ahora está escondido a tus ojos…» (Lc. 19,41-42).

Entonces vio con exactitud histórica como se abatían sobre la ciudad los ejércitos romanos al mando de Tito… « ¡Cuántas veces, diría, quise reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajo las alas y no quisiste!» (Mt. 23,37).

Los enemigos de Jesús, al negarle, llevaban a la ruina su propia ciudad y su propia nación. Tal era el mensaje de sus lágrimas, las lágrimas del rey que caminaba hacia la cruz.

Ahora notaré solamente lo que hizo Jesús en la noche en que iba a ser entregado a su pasión, o sea, el hecho de la institución del augusto sacramento de nuestros altares y en el mismo instante en que se conspiraba contra Él.

Jesús está viendo la traición y el beso de Judas, la fuga de los discípulos, su agonía, los azotes y escarnios, la corona de espinas, la cruz…, y elige aquel momento para dejar a su Iglesia el admirable monumento de su amor.

Entonces en la última Cena, cumplió su promesa de dar de comer a sus discípulos el pan de Vida, que sería su mismo cuerpo: «Tomad y comed: Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros».

A continuación vino el divino mandato de continuar la conmemoración de su muerte: «Haced esto en memoria mía» (Lc. 22,19). Repetid, actualizad, prolongar a través de los siglos el sacrificio ofrecido por los pecados del mundo. De este modo se cumplirían las palabras del profeta Malaquías:

Porque desde que nace el sol hasta que se pone, mi nombre es grande entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi nombre un sacrificio, una oblación pura; porque grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos (Mal. 1,11).

La institución de este sacramento nos habla del infinito amor de un Dios a los hombres.

Como en otros libros, que he escrito, hablo ya de la promesa y de la institución a la eucaristía, por eso me he limitado a recordar este hecho transcendental, y ahora pasaremos a ir meditando los divinos pasos de la pasión de N S. Jesucristo.

BENJAMÍN MARTÍN SÁNCHEZ
Zamora, 31 marzo 1991

LA AGONÍA DE CRISTO por Santo Tomás Moro

I. SOBRE LA TRISTEZA, AFLICCIÓN, MIEDO Y ORACIÓN DE CRISTO ANTES DE SER CAPTURADO

(Mt. 26; Mc. 14; Lc. 22, Jn. 18)

Temas:

Oración y mortificación con Cristo

La angustia de Cristo ante la muerte

La Humanidad de Cristo

Oración y mortificación con Cristo

«Y dicho el himno de acción de gracias, salieron hacia el monte de los Olivos»’. Aunque había hablado de tantas cosas santas durante la cena con sus Apóstoles, sin embargo, y a punto de marchar, quiso acabarla con una acción de gracias. ¡Ah!, qué poco nos parecemos a Cristo aunque llevemos su nombre y nos llamemos cristianos. Nuestra conversación en las comidas no sólo es tonta y superficial (incluso por esta negligencia advirtió Cristo que deberemos rendir cuenta), sino que a menudo es también perniciosa, y una vez llenos de comida y bebida dejamos la mesa sin acordarnos de Dios y sin darle gracias por los bienes que nos ha otorgado. Un hombre sabio y piadoso, que fue egregio investigador de los temas sagrados y arzobispo de Burgos*, da algunos argumentos convincentes para mostrar que el himno que Cristo recitó con los Apóstoles consistía en aquellos seis salmos que los hebreos llaman el «gran aleluya», es decir, el salmo 112 y los cinco restantes. Es una costumbre antiquísima que han seguido para dar gracias en la fiesta de Pascua y en otras fiestas importantes. Incluso en nuestros días siguen usando este himno para las mismas fiestas. Por lo que se refiere a los cristianos, aunque solíamos decir diferentes himnos de bendición y acción de gracias según las épocas del año, cada uno apropiado a su época, ahora hemos permitido que casi todos estén en desuso. Nos quedamos tan contentos diciendo dos o tres palabrejas, cuales-quiera que sean, e incluso ésas las susurramos descuidadamente y bostezando con indolencia.

Salieron hacia el monte de los Olivos, y no a la cama. El profeta decía: «En mitad de la noche me levanté para rendirte homenaje»2, pero Cristo ni siquiera se reclinó sobre el lecho. Ojalá pudiéramos nosotros, por lo menos, aplicarnos con verdad este otro texto: «Me acordé de ti cuando descansaba sobre mi cama». Y no era el tiempo veraniego cuando Cristo, después de cenar, se dirigió hacia el monte. Porque no debía ocurrir todo esto mucho más tarde del equinocio de invierno, y aquella noche hubo de ser fría, como muestra la circunstancia de que los servidores se calentaban junto a las brasas en el patio del sumo pontífice. Ni tampoco era ésta la primera vez que Cristo hacía tal cosa, como claramente atestigua el evangelista al escribir secundum consuetudinem, «según su costumbre»4. Subió a una montaña para rezar, significando así que, al disponernos a hacer oración, hemos de elevar nuestras mentes del tumulto de las cosas temporales hacia la contemplación de las divinas. El mismo monte de los Olivos tampoco carece de misterio, plantado como estaba con olivos.

La rama de olivo era general-mente empleada como símbolo de paz, aquella que Cristo vino a establecer de nuevo entre Dios y el hombre después de tan larga separación. El aceite que se extrae del olivo representa la unción del Espíritu: Cristo vino y volvió a su Padre con el propósito de enviar el Espíritu Santo sobre los discípulos, de tal modo que su unción pudiera enseñarles todo aquello que no hubieran podido sobrellevar si se lo hubiera dicho antes.

LUNES SANTO

LUNES SANTO

ESTACIÓN EN STA. PRÁXEDES1

Simple – Ornamentos morados

En la Epístola, Isaías, figura de Jesús, profetiza su obediencia y los oprobios de su Pasión. También anuncia su victoria, pues Dios le resucitará por haber cifrado en Él su confianza. Y por fin, nos dice que los Judíos serán confundidos, y entonces, los paganos por el bautismo, los penitentes públicos por la reconciliación y los fieles todos por la Confesión y Comunión pascuales pasarán de las tinieblas a la luz cuya fuente es Jesús. El Evangelio nos refiere el convite que tuvo Jesús en casa de Simón el leproso, seis días antes de la Pascua, y en que la avaricia de Judas contrasta más con la generosidad de la Magdalena2. Mientras que la activa Marta sirve a la mesa, su hermana, más amante, se sitúa junto a Jesús, y allí quiebra la ampolla de alabastro llena de exquisitos perfumes, y lo derrama sobre los sagrados pies del Señor. Jesús la felicita por haber de antemano embalsamado su cuerpo, mientras que las indignas protestas de Judas nos hacen ya temer el crimen a que le arrastrará su  abominable codicia.

Por fin, la presencia del resucitado Lázaro al convite es ya un presagio de la victoria que Jesús va a reportar sobre la muerte.

«Roguemos al Señor, para que nuestra flaqueza que sucumbe en medio de tantas adversidades, reciba algún alivio por los méritos de la Pasión de Jesús» (Or.)3.

  1. Véase plano de Estaciones p. 16, G d, 35.
  2. Véase, p. 410.
  3. No olvidemos que en esta semana, al mismo tiempo que celebramos el aniversario de la Pasión de Jesucristo, nos aplicamos los méritos de su Sangre preciosísima.

MISAL DIARIO Y VISPERAL

DÉCIMATERCIA EDICIÓN

Por Dom Gaspar Lefebvre O.S.B.

De la Abadía de S. Andrés (Brujas Bélgica)

Traducción Castellana y Adaptación

Del Rdo. P. Germán Prado

Monje Benedictino de los Silos (España)

1946

INTROITO     Salmo 34, 1-2
Júdica, Dómine, nocéntes me, expúgna impugnántes me: apprehénde arma, et scutum, et exsúrge in adjutórium meum, Dómine, virtus salútis meæ. [Ps. ibid., 3] Effúnde frámeam et conclúde adversus eos, qui perseguúntur me: dic ánimæ mæ: Salus tua ego sum.  Júdica, Dómine.Señor, juzga a los que me dañan: bate a los que pelean contra mi: ármate y embraza el escudo y sal a defenderme, Señor, fortaleza de mi salud. (S). Desenvaina la espada y cierra con los que me persiguen; dile a mi alma: Yo soy tu salvador Señor, juzga….
COLECTA
Da, quǽsumus, omnípotens Deus: ut, qui in tot advérsis ex nostra infirmitáte deficimus: intercedénte unigéniti Fílii tui passióne respirémus: Qui tecum.Te suplicamos, oh Dios todopoderoso, nos concedas que los que desfallecemos bajo el peso de nuestras miserias nos reanimemos por los merito de la pasión de tu Unigénito Hijo.Que contigo vive…
EPÍSTOLA Isaías 50,5-10.
Léctio Isaíæ Prophétæ:Lectura del Profeta Isaías.
In diébus illis: Dixit Isaías: «Dóminus Deus apéruit mihi aurem, ego autem non contradíco: retrórsum non ábii. Corpus meum dedi persecutiéntibus, et genas meas velléntibus: fáciem meam non avérti ab increpántibus, et conspuéntibus in me. Dóminus Deus auxiliátor meus, ídeo non sum confúsus: ideo pósui fáciem meam, ut petram duríssimam, et scio, quóniam non confúndar.Juxta est qui justíficat me, quis contradícet mihi? Stemus simul, quis est adversárius meus? Accédat ad me. Ecce Dóminus Deus auxiliátor meus: quis est qui condémnet me? Ecce omnes quasi vestiméntum conteréntur, tinea cómedet eos. Quis ex vobis timens Dóminum, áudiens vocem servi sui? Qui ambulávit in ténebris, et non est lumen ei, speret in nómine Dómini, et innitátur super Deum suum.»En aquellos días: el Señor Dios me abrió los oídos, y yo no me resistí, no me volví atrás.Entregué mis espaldas a quienes me azotaban, y mis mejillas a los que mesaban mi barba; no retiré mi rostro de los que me encarnecían y escupían.El Señor Dios es mi protector; por eso no he quedado yo confundido; por eso presenté mi cara a los golpes, firme como una piedra durísima, y sé que no quedaré avergonzado.A mi lado está el Dios, que me justifica; ¿quién se me opondrá? Presentémonos juntos en juicio: ¿quién es mi adversario?; lléguese a mí.Sabed que el Señor Dios es mi auxiliador. ¿Quién es el que me condenará? Ciertamente que todos mis contrarios serán consumidos como un vestido muy gastado; la polilla se los comerá.¿Quién hay entre vosotros temeroso del Señor, y que escuche la voz de su siervo? Quien anduvo entre tinieblas y no tiene luz, espere en el nombre del Señor, y apóyese en su Dios.
GRADUAL       Salmo 34, 23 y 3
Exsúrge, Dómine, et inténde judicio meo, Deus meus et Dóminus meus, in causam meam. Effúnde frámeam, et conclúde advérsus eos, qui me persequúntur.Levántate, y hazme justicia; ocúpate den mi causa, oh mi Dios y Señor. v/.Desenvaina la espada y cierra con los que me persiguen.
TRACTO    SALMO 102,10
Dómine, non secundum peccáta nostra, quæ fécimus nos: neque secúndum iniquitátes nostras retríbuas nobis. [Ps. lxxviii 8-9] Dómine, ne memíneris iniquitátum nostrárum antiquárum, cito antícipent nos misericórdiæ tuæ: quia páuperes facti sumus nimis. [Those standing genuflect.] Adjuva nos, Deus salutáris noster: et propter glóriam nóminis tui, Dómine, líbera nos, et propítius esto peccátis nostris, propter nomen tuum.Señor, no nos trates según merecen nuestros pecados, ni según nuestras culpas nos castigues. v/. Señor, no te acuerdes de nuestras antiguas maldades: anticípense a favor nuestro cuanto antes tus misericordias; pues nos hallamos reducidos a extrema miseria. (Aquí se arrodilla.) Ayúdanos, oh Dios salvador nuestro: y por la gloria de tu nombre, líbranos, Señor, y perdona nuestros pecados, por amor a tu nombre
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BEATO JORGE GERVASIO, Mártir

11 de abril

(1608)

Fue raptado por los piratas a los doce años y participó en las incursiones de Francis Drake en 1595 Jorge Gervasio (o Jervis) nació en1569, en el puerto de Bosham de Sussex, como puede leerse todavía en el acta bautismal que se halla en el registro de la famosa parroquia. Según parece, fue educado en el protestantismo o abandonó la fe católica durante algún tiempo, a pesar  que su madre pertenecía a la familia del Beato Eduardo Shelley. Challoner cuenta que los piratas raptaron a Jorge a los doce años, y le llevaron a las Indias Occidentales, donde pasó a los siguientes doce años. Lo que sucedió en  realidad fue que, a los  veintiséis años de edad, Jorge tomó parte en la desastrosa expedición a las Indias, que partió de Plymouth en 1595, al mando de Sir Francis Drake, aunque es muy probable que Jorge haya tenido que ir en la expedición contra su voluntad.


   A su regreso, sirvió dos años en Flandes, en el ejército español. Tal vez en 1599, «entró finalmente a servir en el ejército de Cristo, en el Colegio Inglés de Douai»Se ordenó sacerdote en Cambrai, en 1603 y al año siguiente, partió a Inglaterra. Durante dos años ejerció los ministerios apostólicos en diversas regiones, hasta que cayó prisionero en Haggerston. Todavía se conservan las actas de las preguntas que le hizo el dean de Durham, con las respuestas del beato.


   Estuvo preso, en Londres, hasta julio de 1606, fecha en que fue desterrado del reino con otros sacerdotes. Jorge hizo entonces una peregrinación a Roma, y probablemente solicitó ahí el hábito de los benedictinos ingleses, porque en el mismo año de 1607, a su vuelta a Douai, entre los meses de julio y septiembre, recibió el hábito de manos del prior general, Dom Agustín Bradshaw. A causa de la oposición que existía en el Colegio Inglés contra los benedictinos, el hecho no se puso en conocimiento de las autoridades del Colegio.

   En septiembre, se embarcó para Inglaterra. Apenas dos meses después de su llegada, fue arrestado y encarcelado en la prisión de Gatehouse, en Westminster. Juzgado en el Tribunal De Old Bailey, se rehusó a prestar el juramento de lealtad al rey, en la forma en que había sido condenado por la Santa Sede, pero protestó de su lealtad a la corona. Cuando le interrogaron sobre el poder del Papa para deponer a los monarcas, respondió. «Declaro que el Papa puede deponer a los reyes y emperadores cuando éstos lo merecen».
   También confesó que era sacerdote. Fue condenado a muerte inmediatamente.

   Roberto Chamberlain, confesor del mártir, anota que, cuando el verdugo le echó la cuerda al cuello, el P. Jorge levantó los brazos y miró al cielo, en la actitud del novicio que recita el «Suscipe» el día de su profesión. Y así, «abriendo los brazos como si fuesen alas», voló a recibir el premio celestial.

   El Beato Jorge Gervasio, protomártir de San Gregorio de Douai (actualmente San Gregorio de Downside), murió el 11 de abril de 1608. El mismo día y a la misma hora, un incendio destruyó casi toda la ciudad de Bury y St. Edmunds, en la que el Beato Jorge había pasado gran parte de su juventud.

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