Santoral

13 de mayo

Nuestra Señora de Fátima
San Juan Silenciario, Obispo y Confesor
San Roberto Belarmino, Obispo y Confesor
San Pedro Regalado, Confesor
Beata Juliana de Norwich, Virgen
San Andrés Huberto Fournet
San Servacio de Tongres
San Juan El Silencioso
San Mucio
San Eutimio, Abad
Santa Gliceria, Mártir
Beata Imelda

BEATA JULIANA DE NORWICH, Virgen

13 de Mayo

Santa Juliana de Norwich, es célebre por sus revelaciones y escritos místicos. Fue una mástica inglesa del siglo catorce, autora o destinataria de la visión contenida en el libro: «Dieciséis Revelaciones del Amor Divino». Su nombre original parece haber sido «Julian». Probablemente fue una monja Benedictina, viviendo recluida en un fondeadero del cual aún quedan rastros en la parte este del cementerio de «St. Julian» en Noruega, que perteneció a Carrow Priory. De acuerdo a su libro, esta revelación le fue «mostrada» el 8 o 14 de Mayo (los escritos difieren) de 1373, cuando ella tenía treinta años y medio de edad. Esto nos refiere su nacimiento al final del año 1342. Su declaración que «por treinta años después de la aparición, me había estado instruyendo interiormente», prueba que el libro no fue escrito antes de 1393. Un manuscrito del siglo quince, recientemente reclamado por el Museo Británico de la librería de Amherst, señala que «ella aún vive, en el Año del Señor 1413». Es probable que éste sea el manuscrito citado por Francis Blomefield, el historiador de Norfolk del siglo dieciocho, y que un malentendido de la fecha condujo a la afirmación de que aún vivía para 1442. Se han hecho intentos por identificarla con Lady Julian Lampet, el ancla de Carrow, pero esto resulta imposible. El manuscrito recientemente descubierto se diferencia considerablemente de la versión completa hasta ahora, de la cual sería una especie de condensación, carente de un inicio y un final. Sólo se sabe de la existencia de tres manuscritos realizados más adelante y que contienen el texto completo. El más reciente, ubicado en la Biblioteca Nacional de París (en base al cual el libro fue editado por vez primera por Serenus de Cressy en 1670), data del siglo dieciséis; los otros dos, ambos en el Museo Británico y no independientes uno del otro, pertenecen al diecisiete. La mejor versión de las últimas es evidentemente una copia del primer original.

   Cualquiera sea su fecha exacta, éstas «Revelaciones» o «Epifanías», son el fruto más perfecto del misticismo tardío medieval de Inglaterra. Juliana se describía a sí misma como «una simple criatura iletrada» cuando las recibió; pero en los años consistentes entre la visión y la composición del libro, ella evidentemente adquirió importantes conocimientos en la terminología teológica. Su obra parece mostrar la influencia de Walter Hilton, como también el manejo de analogías neo-platónicas y la última probablemente derivada del autor anónimo de «La Divina Nube de lo Desconocido». Hay un pasaje concerniente al lugar del costado de Cristo por el que toda la humanidad deba ser salvada, que arguye un conocimiento con las cartas de Santa Catalina de Siena. La penetración psicológica con la que describe su condición, distinguiendo la forma de su visión y reconocimiento cuando tiene que lidiar con una mera desilusión, es digna de Santa Catalina de Siena. Cuando aparentemente estaba agonizando, en la enfermedad corporal por la que había rezado para renovar su vida espiritual, pasa a un trance mientras contempla un crucifico, y tiene la visión del sufrimiento de Cristo «en el que todas las revelaciones que siguen se apoyan y unen».

   El libro es el registro de la meditación de veinte años en esa única experiencia. Más de quince años después, recibió «en entendimiento espiritual» la explicación, la clave para toda experiencia religiosa. Con esta iluminación, el misterio entero de la Redención y el propósito de la vida humana se le clarifican, e incluso la posibilidad del pecado y la existencia del mal no la preocupan, pero estaba «hechizada por el amor». Ésta es la gran proeza, que trasciende nuestra razón, que la Santísima Trinidad hará el día final. Como Santa Catalina, Juliana tiene poco del dualismo del cuerpo y alma que es común en los místicos. Dios está en nuestra «sensualidad», así como en nuestra «sustancia», y el cuerpo y el alma prestan mutua ayuda. El conocimiento de Dios y el conocimiento de uno mismo son inseparables: «Dios está más cerca de nosotros que nuestra propia alma», y «cayendo y levantándonos nos mantenemos preciosamente para siempre en un amor». Juliana le pone especial acento a la «sencillez» y a la «cortesía» del trato de Dios hacia nosotros. Con esto debemos corresponder con una feliz confianza; «fallar de comodidad» es el «mayor descuido» en el que el alma puede caer. En la Santísima Virgen el Señor hará que la humanidad vea cuánto la ama. A lo largo de su revelación Juliana se somete a la autoridad de la Iglesia.

   Santa Juliana de Norwich, es uno de los más asombrosos ejemplares que el cristianismo ofrece como apasionados del sufrimiento. Todos los días pedía tres gracias: sentir hondamente la pasión de Cristo, padecer graves enfermedades por su gloria y vivir unida con Dios. A los treinta años cayó enferma y el resto de su existencia fue una agonía terrible.

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SAN PEDRO REGALADO, Confesor

13 de Mayo

 San Pedro Regalado, fue Franciscano, natural de Valladolid, discípulo del gran reformador de la Orden en Castilla, Fray Pedro de Villacreces, a quien sucedió en el cargo y en la espiritual empresa de reformador, ejerciendo a la vez un apostolado fecundísimo en las tierras de Burgos, Valladolid y Palencia. Sus dos grandes centros de acción fueron los conventos del Abrojo y de la Aguilera, mendigando y predicando en las orillas del Duero y del Pisuerga, sembrando entre las gentes sus milagros y sus consuelos. Parecería que Dios lo envió a España para preparar los días gloriosos de Isabel la Católica, quien le tenía gran devoción. Murió en 1456. Su sepulcro, mandado a  construir por Isabel la Católica, se conserva en el pueblo burgalés de La Aguilera; pero Valladolid, que le considera como suyo, le tiene como su principal patrono.

ORACIÓN

   Oh Dios, que te dignaste llevar a las delicias de tu gloria a tu amado siervo Pedro, mortificado en la carne: haz propicio que, por sus méritos e intercesión, podamos legar a las delicias sin fin que existen a tu diestra. Por J. C. N. S. Amén.

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SAN ROBERTO BELARMINO, Obispo y Confesor

13 de Mayo

Se clausuró el magno concilio de Trento muy poco después que Belarmino se consagrara a Dios con sus primeros votos. Se seguían sus incidencias con pasión. Las conversaciones de los primeros años de vida religiosa de nuestro Santo tuvieron muchas veces que girar en torno al magno Concilio que había logrado estructurar los problemas básicos de teología en forma orgánica y dictaminar sabias medidas de auténtica reforma.

   Lo que ahora urgía era llevar a la práctica los decretos. Esta fue la misión de Belarmino. Toda su vida girará en torno a la órbita de Trento.

   Ya su vocación a la Compañía de Jesús había nacido bajo el signo de la renovación espiritual. Sobrino del Papa Marcelo II, cuando más en auge estaba el nepotismo pontificio, amante de la literatura, música, arte, se sintió atraído hacia las bellezas del mundo clásico. Virgilio constituía sus delicias desde los primeros años.

   Por su familia, talento y aficiones estaba destinado al fausto y brillo de la corte pontificia. Parecía llamado para brillar en el firmamento del Renacimiento italiano. Pero su santa madre, Cintia Cervina, velaba por él. Le hizo ver lo peligroso de aquélla dorada escala. El mismo joven, con su característica ingenuidad, nos descubre sus reacciones íntimas. «Estando durante mucho tiempo pensando en la dignidad a que podía aspirar, me sobrevino de modo insistente el pensamiento de la brevedad de las cosas temporales. Impresionado con estos sentimientos, llegué a concebir horror de tal vida y determiné buscar una religión en que no hubiera peligro de tales dignidades».

   Misterios de Dios. La decisión firme de huir del episcopado y del cardenalato fue el móvil de la vocación religiosa del único santo jesuita obispo y cardenal.

   Dios a este hombre sediento de humillaciones le deparó triunfos insólitos, como muy pocos hombres los han experimentado. Fue el ídolo de amplios sectores, recibió el aplauso frenético de la muchedumbre que salía de sí por oír su palabra y devoraba sus libros con avidez.

   Ya en Florencia, Mondovi, y sobre todo Lovaina, antes todavía de ser sacerdote, se reveló como un orador excepcional. Llegó a escribir el superior a Roma que «nunca hombre alguno había hablado como el joven Belarmino”. Desde 1569 se convierte en el predicador nato de los universitarios. Profesores y estudiantes se apretujan en torno al púlpito del Santo. La iglesia entera estaba llena de gente. Su predicación retórica y recargada de metáforas al principio, conforme al gusto de la época, se transforma, gracias a un incidente fortuito —el extraordinario fruto que reportó de un sermón improvisado por fuerza—, en sencilla y eminentemente evangélica. Aun de naciones vecinas, e incluso de Inglaterra, venían herejes a oírle. Cada vez conseguía un fruto mayor. Conversiones, jóvenes se retiraban a ejercicios o decidían abrazar la vida de perfección.

   La predicación, con todo, no pasó de ser una de sus facetas. Pronto comenzó a descollar como teólogo, primero en el mismo Lovaina y después en Roma. Las universidades principales de Europa, incluyendo la de París disputaban por contarle entre sus profesores. Pero los superiores juzgaron más conveniente que irradiase su saber desde el corazón de la cristiandad. Allá le esperaba su gran obra. Fundó la cátedra de controversias para pulsar el momento teológico y dar la verdadera doctrina sobre los errores que pululaban entonces por los centro universitarios.

   El éxito provino principalmente del método que adoptó. Pasaba revista a los errores de los contemporáneos Pero no se limitaba a refutarlos. Los herejes quedaban más bien, como en la Suma de Santo Tomás, de marco de encuadre, servían únicamente para delimitar el planteamiento vital del problema. El iba derecho a la doctrina verdadera, exponía orgánicamente -siguiendo la estela del concilio de Trento- la verdad positiva, íntegra, total.

   Belarmino no tenía carácter de polemista. Alma sencilla, casi ingenua, carácter compasivo, estaba hecho la comprensión. El amor íntimo y apasionado a la Iglesia -supremo ideal de su vida- fue el gran motivo que le llevó a estudiar los errores de los heresiarcas.

   Sus discípulos, que corrían a sus clases, como antes en Lovaina habían afluido a los sermones, le pedían insistentemente que diese a la imprenta su exposición. Llegó a editar hasta veinte veces en treinta años el libro de las Controversias. Penetró en todas las universidades europeas y llegó a los más apartados centros de enseñanza. San Francisco de Sales, en su gran campaña contra los calvinistas, subía al púlpito armado de la Biblia y de Belarmino, como se llamaba en todas partes al gran libro. Se dice que uno de los corifeos luteranos exclamó: «Este libro nos ha perdido.»

   No se limitó el Santo con instruir a los doctos. Su amor a la Iglesia le llevó a atender también al pueblo sencillo, tan ignorante en el campo religioso. Para ellos compuso la Doctrina cristiana breve, dirigida directamente a los  niños, y acompañada de otra Declaración más copiosa para los maestros. Ese pequeño libro alcanzó uno de los éxitos más sorprendentes, comparable al que han alcanzado los libros más leídos de la humanidad. Hasta casi nuestros días se ha ido editando sin cesar. Baste decir que se ha traducido a más de cincuenta lenguas y que las ediciones llegan a lo largo de tres siglos y medio a edición por año.

   Las facetas de orador, profesor y escritor no agotaron la actividad de Belarmino. El general de la Compañía de Jesús, Claudio Aquaviva, quiso que los jóvenes jesuitas se beneficiaran de su consejo e influjo. Le designó para la dirección espiritual de los que estudiaban en el Colegio Romano y después para rector del mismo centro. Tuvo Belarmino la dicha de contar entre sus hijos espirituales a San Luis Gonzaga.

   Iba creciendo de tal modo la estima del Papa para con el docto y santo jesuíta, que el padre general comenzó a temer que le nombrase cardenal. Para conjurar este peligro decidió sacarle de Roma y designarle provincial de Nápoles. No le valieron al padre Aquaviva estas medidas. Clemente VIII le creó cardenal. «Le elegimos -dijo-  porque no hay en la Iglesia de Dios otro que se le equipare en ciencia y sabiduría.» Belarmino se negó al principio a aceptar la alta dignidad. Alegó la incompatibilidad de su voto. El Papa lo anuló con su suprema autoridad y le mandó aceptar el cardenalato «en virtud de santa obediencia y bajo pena de pecado mortal». Por obediencia cambió su hábito, pero no el tenor de su vida. Con el mismo desinterés y abnegación de antes se dedicó al trabajo de las Comisiones cardenalicias. Intervino en las cuestiones más espinosas, como las de Galileo y la reforma del calendario. Trabajó febrilmente en la edición definitiva de la Vulgata. Asesoró al Papa en toda clase de negocios con plena franqueza. Llevado, sin duda, de su alma sencilla y recta, que no entendía de astucia diplomática y de dilaciones, expuso algunos pareceres con demasiada sinceridad. Parece que por ello cayó en desgracia del Papa, quien decidió alejarle de Roma y nombrarle arzobispo de Capua.

   El nuevo pastor se dio a sus diocesanos con celo sin igual. Allá pudo simultáneamente predicar, enseñar, escribir, organizar, explicar la doctrina cristiana. Abrazó toda clase de actividades. Realizó una reforma comparable, en pequeño, a la de San Carlos Borromeo.

   Entró en tres Cónclaves. Llegó a tener en uno hasta 14 votos para Papa. Tal vez le hubieran elegido si no hubiera sido jesuita. En esos momentos en que se hablaba de su ascensión al Trono, su jaculatoria favorita y su oración ininterrumpida era; «Señor, elige al más apto y líbrame del Papado.»

   Dios no le había hecho para el Pontificado. Tenía el Santo que realizar su última misión. Dar al mundo entero ejemplo de humildad y pobreza. Al recién elegido Gregorio XV le pidió corno grande gracia el poderse retirar, al menos largas temporadas, al noviciado de los jesuitas. Tenía ya cerca de setenta y ocho años. Allá simultaneaba las actividades de cardenal con la vida de un novicio.

   Desgastado en su lucha por la defensa de la Iglesia, sus fuerzas iban fallando. Con todo le quedó todavía un arma: la pluma. La piedad que rebosaba de su alma fue impregnando sus últimos opúsculos espirituales, llenos de suave unción.

   Así se consumó la vida de este gran héroe. Había amado a la Iglesia con amor de enamorado. Dios le llamó a sí el 17 de septiembre de 1621. El Sacro Colegio quiso dejar constancia de los méritos del difunto cardenal. Escribieron en las Actas, entre otros elogios, «Varón esclarecido, teólogo eminentísimo, defensor acérrimo de la fe católica, martillo de los herejes. Varón piadoso, discreto, humilde, extraordinariamente limosnero».

   Pío XI le beatificó el 13 de mayo de 1923, le canonizó el 29 de junio de 1930 y le declaró doctor de la Iglesia el 17 de septiembre de 1931.

IGNACIO IPARAGUIRRE, S. I.

Año Cristiano, Tomo II, bibliotecade Autores Cristianos, Madrid, 1966.

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SAN JUAN SILENCIARIO, Obispo y Confesor

13 de Mayo

 Haz como si ignorases muchas cosas,
 y, meditando, escucha en silencio.
(Eclesiástico, 32, 12).

San Juan, llamado el Silenciario, a causa del silencio que guardó durante casi 45 años, empleó todo su patrimonio en edificar una iglesia en honor de la Santísima Virgen y un monasterio al que se retiró con diez compañeros, animados todos del deseo de santificarse en la soledad. Ansioso de dejar las funciones episcopales que no había aceptado sino de mal grado, consultó al Señor y, una noche en que estaba en oración, vio una estrella en forma de cruz y oyó una voz que le dijo: Sigue esta luz, si quieres salvarte. La siguió y llegó al famoso monasterio de San Sabas donde ejerció los más humildes menesteres. Murió alrededor del año 558.

MEDITACIÓN
SOBRE LA VOCACIÓN

   I. Lo que acabamos de oír puede inspirarnos tres reflexiones de las que podemos aprovecharnos. La primera, es que debemos consultar a Dios en todas nuestras dudas, sobre todo cuando se trata de elegir una vocación estable para el resto de la vida. Dios es quien debe darnos las gracias necesarias para vivir santamente; a Él pertenece el asignarnos el puesto que sabe nos corresponde. No nos recompensará si no hemos trabajado según sus órdenes.

   II. La estrella tenía forma de cruz; elijas el esta do de vida que elijas siempre encontrarás la cruz. Considera, pues, la posición a la que Dios te llame, como la cruz que Él quiere que lleves. Cada uno tiene la suya; no te imagines que tienes la más pesada, porque todos nos inclinamos a creer lo mismo. Señor, no quisisteis descender de vuestra cruz, y yo moriré antes que abandonar la vocación a la que me habéis llamado; es la cruz sobre la cual quiero morir.

   III. La luz de esa estrella llamó a San Juan y, para seguirla, dejó todo. Escucha todo lo que te dice Jesucristo en el fondo del corazón; si no sigues esa estrella, se trocará en astro funesto que te espantará en la hora de la muerte. Elige ahora lo que en el momento de la muerte te gustaría haber elegido; desprecia al mundo, que no seduce sino a quienes lo consienten. Si no nos engañamos a nosotros mismos, será casi imposible que nos engañe el mundo. (San Euquerio).

La correspondencia a las gracias de vuestra vocación
Orad por aquellos a quienes Dios llama
a la vida religiosa.

ORACIÓN

   Oh Dios omnipotente, haced que la augusta solemnidad de San Juan, vuestro confesor y pontífice, aumente en nosotros el espíritu de devoción y el deseo de la salvación. Por J. C. N. S. Amén.

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