El Beato Micolás Albergati fue obispo de Bologna en el siglo XV. Era docto y humanista, pero sobre todo era un hombre de una gran piedad. Nació en el seno de una familia noble. Al terminar sus estudios de Derecho, decidió hacerse religioso. De esta manera, cuando quedó vacante la sede de Certosa, toda la gente le aclamó a él como su obispo. Como pastor de la diócesis se distinguió en seguida por su caridad, su prudencia y su modestia. Estos valores le otorgaron la confianza del Papa Martín V. Sin tener la menor duda, lo nombró cardenal de la santa Cruz de Jerusalén. Trabajó para restablecer la paz entre Francia e Inglaterra y presidió el Concilio de Ferrara. Al lado de Siena, tuvo un cólico de riñón que le llevó a la muerte en el año 1443.
Santo muy venerado en Navarra y en La Rioja. No nos consta ni la patria, ni los padres, ni su primera educación. Aunque se puede aventurar, en virtud a su apellido, que venía de la ciudad de Ostia, el puerto de Roma. Sí se sabe que entró joven en la Orden de San Benito y ya desde su noviciado brilló por su ciencia y su virtud. También sabemos que vivió durante un tiempo en Navarra, tal vez como legado del Papa.
En el año 1039 sabemos que estaba en Nájera, entonces capital del reino, y que causaba admiración por su bondad, su sabiduría y sus milagros (en uno de ellos parece que hizo desaparecer una plaga de langostas, lo que explica que se le invoque en casos parecidos). Su vida se cruza providencialmente con la de un hombre que buscaba a Dios con una gran ansiedad y que era rechazado en todas partes, santo Domingo de la Calzada.
Santo Domingo, que fue paje y discípulo suyo, junto a él se inició en la vida religiosa, y así a su muerte, el casi desconocido obispo de lejanas tierras dejó en herencia a los españoles otro gran santo. Los cinco años que habían durado sus grandes trabajos, continuos sacrificios e incesantes fatigas, debilitaron totalmente su salud. Cayó enfermo de gravedad y se retiró a Logroño, muriendo en el año 1044.
San Beato es el primer apóstol de Suiza. Aunque galo de nacimiento, fue enviado por San Pedro a ese país en los primeros tiempos de la era cristiana, luego de ser ordenado sacerdote, para difundir el Evangelio. En la ciudad de Vindonissa, su prédica fue de tal manera escuchada, que los habitantes destruyeron los templos paganos.
Beato vio al demonio en una ocasión, cuando se encontraba escuchando a uno de sus discípulos predicando en una iglesia. El maligno estaba debajo de un púlpito anotando en una piel de cordero los nombres de los que dormían durante el sermón. Estaba furioso porque la piel era demasiado pequeña y no cabían todos. Por eso, tiró de la piel hasta romperla con un movimiento tan brusco que su cabeza chocó contra la parte inferior del púlpito. Con el estruendo despertaron todos los que estaban durmiendo y como todo esto sucedió antes que terminara la Misa, pudieron escapar sanos y salvos de su poder.
Ya anciano, Beato decidió convertirse en ermitaño. Buscando un lugar donde terminar sus días, llegó a la orilla del lago de Thun. Los habitantes del lugar le mostraron una gran cueva donde habitaba un dragón. Beato, sin mostrar miedo, enfrentó a la bestia que se arrojó contra él, despidiendo fuego y azufre. Sólo hizo la señal de la Cruz y destruyó al monstruo ante la mirada atónita de una multitud. Fue en esa cueva donde este santo pasó el resto de su vida. Murió a los noventa años y su sepulcro es lugar de peregrinación, ya que allí ocurren numerosos milagros, en especial la curación de enfermedades terminales.
Esforzaos a entrar por la puerta angosta, porque os aseguro que muchos, os lo digo, buscarán cómo entrar, y no podrán. (Lucas 13, 24).
San Pacomio, soldado, siendo aún pagano, quedó de tal modo edificado por la caridad de los cristianos, que resolvió hacerse bautizar. Después de su bautismo, fue a someterse a la dirección de un anciano que servía a Dios en el desierto. Un día, mientras oraba, oyó una voz que le ordenaba edificar un monasterio, para cobijar a los que Dios le enviaría. En seguida, un ángel le proporcionó instrucciones sobre la vida monástica. Trabajo continuo, silencio sólo interrumpido por la oración y el canto de los salmos, tales eran los puntos principales de la regla que compuso. A su muerte, que acaeció en el año 346, dejó en los monasterios que había fundado una población de siete mil monjes.
MEDITACIÓN EL CAMINO DEL CIELO ES ANGOSTO
I. El camino de la santidad es dificultoso; la puerta del cielo, estrecha; pocas personas pasan por ellos; no sigas a la mayoría, si no quieres perderte. El camino que conduce a esta puerta estrecha está erizado de espinas; esto aleja a la mayoría de los cristianos. ¿No eres tú del número de los que siguen el camino espacioso de la perdición y no tratan sino de divertirse? ¡Ten cuidado! A los placeres de aquí abajo siguen lamentos eternos; huye, pues, de la vana alegría de este mundo si es que temes el llanto en el otro. (San Gregorio).
II. Elige el género de vida más seguro y no el más cómodo. Buscas en tus viajes el lugar y el modo menos peligroso, y tratándose de tu salvación, en cambio, siempre buscas los caminos más fáciles y menos seguros. Muchas personas se condenan amontonando riquezas, buscando honores y placeres. ¿Crees tú que haciendo lo mismo estás más seguro?
III. La vida religiosa es la más segura y la más austera de todas, pues aparta de las ocasiones del pe cado, privando de las riquezas mediante la pobreza, de los placeres mediante el voto de castidad, y de una libertad peligrosa mediante la obediencia. Si ya te encuentras en este estado, regocíjate; estás en el ca mino angosto del paraíso. Si no estás en él, compara tu vida con la de tantos buenos religiosos; humíllate e imítalos en el mundo, en la medida en que lo permita tu estado, en su pobreza, su castidad y su obediencia. Después de todo, crees en el mismo Evangelio que estos santos religiosos, adoras el mismo Dios, temes el mismo infierno y esperas el mismo paraíso.
El deseo de la perfección Orad por las congregaciones religiosas.
ORACIÓN
Haced, Señor, os lo suplicamos, que la intercesión de San Pacomio, abad, nos torne agradables a Vuestra Majestad, a fin de que obtengamos por sus oraciones lo que no podemos esperar de nuestros méritos. Por J. C. N. S. Amén.
Santoral de Juan Esteban Grosez, S.J. Tomo II, (Ed. ICTION, Buenos Aires, 1982)