UN LENGUAJE NUEVO PARA LA NUEVA EVANGELIZACIÓN Parte II de III

 

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Son de admirar los inauditos esfuerzos de este grupo de católicos, generalmente conocidos como neocones y de los que estoy seguro que obran con la mejor buena voluntad, por conciliar la auténtica Tradición de la Iglesia con las doctrinas progresistas (modernistas) de la Nueva Iglesia. Por supuesto que han transcurrido siglos desde que los hombres comenzaron a intentar lograr la cuadratura del círculo; o por decirlo de otra manera, tratar de conciliar lo inconciliable. Como ejemplo cercano, ahí están los intentos de poner de acuerdo a Santo Tomás de Aquino con los filósofos idealistas (Kant, Hegel, etc.). Intentos repetidos una y otra vez y que siempre han terminado en estrepitoso fracaso.

Algunos se sienten molestos por el uso del término neocón, al que acusan de peyorativo. Y efectivamente tendrá ese sentido si se le atribuye intencionadamente. Yo, desde luego, no lo uso con mala fe, pero de alguna manera hay que llamar a las cosas. Aquí sucede algo parecido a quienes piensan que usar la palabra cojo para designar a un hombre privado de piernas, en lugar de llamarlo discapacitado, es una grave ofensa. Sin embargo, la palabra castellana cojo es la que siempre se ha usado, mientras que resultaría difícil encontrar en ella indicios de insulto. Al contrario de lo que sucede con la de discapacitado, que es un neologismo que suena a ridículo y que lo mismo serviría para designar a la multitud de los que andan desprovistos de la capacidad de pensar, consecuencia del lavado de cerebro con el que los medios del Sistema someten a las masas. Y es que nos hemos acostumbrado a dejar de llamar a las cosas por su nombre.

Pero el buenismo de los neocones los impulsa a intentar arreglos allí donde no es posible el arreglo. Para ellos todo se puede justificar en la Nueva Iglesia. La hermenéutica de la continuidad de Benedicto XVI, por ejemplo, es un mágico sésamo–ábrete que puede solucionar los problemas que plantean doctrinas (preconciliares versus postconciliares) al parecer distintas y hasta contradictorias. Siempre se han inventado los hombres un buen número de frases maestras, algo así como las llaves que abren todas las puertas; aunque, en realidad, nadie sepa lo que significan tales frases. Benedicto XVI no explicó nunca claramente el significado de esa expresión ni dónde estaba la continuidad. Fue él mismo, por ejemplo, quien dijo que la Gaudium et Spes era un verdadero Contra–Syllabus, refiriéndose al Syllabus en el que Pío IX condenaba el Modernismo. Además de sostener que muchas disposiciones y Documentos de la Iglesia preconciliar ya no tenían vigencia y necesitaban ser revisadas. Recuérdese también la supresión del Juramento Antimodernista y la derogación de las leyes que condenaban la Masonería, entre otros ejemplos que podrían aportar serias objeciones a la creencia en la continuidad.

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Firmes, sin embargo en su fidelidad al Papa (actitud, en principio, propia de un buen católico), los neocones están dispuestos a aceptar como bueno y verdadero todo lo que haga o diga el Papa y hasta lo que deje de decir; sea lo que fuere y en las circunstancias que fueren. Aunque a menudo se ven obligados a elaborar verdaderos malabarismos de ingenio, a fin de hacer decir al Papa Francisco lo que no ha dicho, o para demostrar que no ha dicho lo que sí ha dicho.

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El portavoz del Vaticano padre Federico Lombardi dijo que no todas las frases publicadas pueden ser atribuidas “con certeza” al Santo Padre.

El portavoz del Vaticano padre Federico Lombardi dijo que no todas las frases publicadas pueden ser atribuidas “con certeza” al Santo Padre.

Un complicado tinglado que los coloca en un agotador equilibrio en el que intentan sostenerse en un terreno bastante inestable. Y que al final ha terminado donde tenía que acabar: en la elaboración de un lenguaje nuevo, al que provisionalmente podríamos llamar el neoconiano, poseedor de especiales peculiaridades que son extrañas para todo el mundo; pero que a ellos les permiten mantener una situación que de otro modo sería insostenible.

Sus principales características son las siguientes:

La primera es la que nadie entiende nada de ese lenguaje. Como si fuera una especie de esoterismo propio de alguna secta (aunque, en realidad, nada tiene de misterioso) y que solamente sirve para entenderse entre ellos; cosa que, por otra parte, hacen perfectamente.

La segunda consiste en que nadie fuera de su círculo es capaz de entender ese lenguaje, por supuesto; pero por la sencilla razón de que en él no se dice absolutamente nada.

La tercera tiene que ver con el hecho de que su lenguaje está plagado de neologismos obtenidos de propia cosecha, aunque enriquecido también de la verborrea utilizada por la Juventud moderna y muy de uso en Jornadas de Juventud, fiestas, convenciones, congresos juveniles, etc. En él abundan las abreviaturas, los signos y señales ordinariamente empleados en los teléfonos móviles, tabletas y demás modos de comunicación conocidos en discotecas, botellones, y toda clase de fiestas y acontecimientos que organiza la Juventud.

Tal nuevo lenguaje habría vuelto locos a los miembros de la Real Academia de la Lengua. Aunque aquí solamente me refiero a los de una época anterior ya pasada, cuando los componentes de tal Institución eran eruditos académicos y literatos de altura. Pues otra cosa habría que decir de los modernos: nombrados a dedo, con conocimientos lingüisticos que no suelen sobrepasar los de la gramática del Bachillerato, pero que quedan compensados por el hecho de que sus titulares están afiliados al Partido político gobernante. Por cierto que esto ha sido, según algunos maliciosos, lo que ha ocasionado que el Diccionario de la R.A.E goce ahora del mismo uso que los libros de curaciones de Avicena (siglo X) en las actuales Facultades de Medicina.

Y, puesto que habrá muchos que pensarán que mis afirmaciones son injustas además de exageradas, será conveniente aportar a continuación algunos ejemplos de casos que están a la vista de todos y documentos que se han hecho de dominio público. Los cuales demostrarán que lo dicho hasta aquí es tan digno de ser creído como la veracidad histórica de los Evangelios (o al menos así era considerada hasta el Concilio Vaticano II).

(Continuará)

Por el reverendo Padre Alfonso Gálvez Morillas

Tomado de:

http://www.alfonsogalvez.com/es/

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