¿EXISTE TODAVÍA LA IGLESIA CATÓLICA? Parte I de IV

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 I

 

Planteamiento del Tema

En efecto, ¿Existe todavía la Iglesia Católica…?

Para los creyentes la pregunta no tiene sentido, puesto que la respuesta es obvia. Ahí están las palabras de su Divino Fundador y Señor, que son tajantes y no pueden dar lugar a la duda: Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.[1] Por supuesto que yo también me confieso creyente; pero creo, sin embargo, que existen suficientes y sobradas razones para plantearla. No para ponerla en duda, ni menos aún para negar el supuesto, desde luego. Pero, con todo, estoy convencido de que un serio estudio de la cuestión, no sólo sería conveniente y fructuoso, sino incluso necesario. Veamos por qué:

En primer lugar, porque el hecho de que una respuesta pueda ser previamente conocida no siempre exime de la utilidad de volver a plantear la correspondiente pregunta. El hecho de cuestionarla —aunque sea solamente como hipótesis de trabajo o medio de investigación— puede a veces dar lugar a nuevos hallazgos no exentos de interés. Ya se sabe que la Ciencia ha ido avanzando por medio de pasos de ciego, y siempre sin cesar de buscar otros caminos y de estudiar nuevas posibilidades.

En segundo lugar, porque una cosa puede seguir siendo ella misma y haber experimentado, sin embargo, importantes modificaciones. Las cuales, sin haber cambiado su sustancia, han sido lo bastante eficaces para conferirle un aspecto distinto que incluso a veces puede ser importante. Razón suficiente, por lo tanto, para justificar un estudio de la cuestión, a fin de examinar detenidamente hasta qué punto tales circunstancias han afectado a la esencia de la cosa misma: si acaso la han convertido en algo distinto y diferente o si, por el contrario, todo queda reducido a un cambio en la apariencia, o forma y manera en que ahora se presenta; o bien si le han conferido meramente un nuevo modo de ser. Los hechos que han influido en el fenómeno pueden ser examinados y discutidos hasta el límite, pero evidentemente están ahí como hechos y no se puede negar su existencia.

Pero es que incluso el numeroso grupo de los no creyentes (tanto fuera como dentro de la misma Iglesia) están enteramente convencidos de la persistencia de esta Institución, como demuestra el hecho de que, no solamente no han cesado en sus intentos para destruirla, sino que incluso los han incrementado en los últimos tiempos hasta extremos que, hasta ahora, hubieran sido inimaginables.

Las herejías del apóstata Concilio Vaticano II. Foto 1

Y lo más sorprendente de todo esto —y que hace aún más justificable este estudio— es que la misma Iglesia ha cuestionado de forma oficial el problema en el Concilio Vaticano II, admitiendo a partir de él, por primera vez en su Historia, que la Iglesia de Cristo meramente subsiste en la Iglesia Católica.[2] Dando lugar con ello a una evidente problematización del tema y a un intenso debate aún no terminado ni resuelto.

Para mí no existe duda de que la Iglesia Católica sigue existiendo, tal como lo había prometido Jesucristo. Aunque de un modo lo suficientemente distinto como para haberla convertido en una Iglesia catacumbal: al modo de la Iglesia de las catacumbas, tal como se vieron obligados a vivirla los cristianos de los primeros siglos. No ignoro que las afirmaciones suelen ser más sorprendentes cuanto son más verdaderas, y hasta a menudo resultar escandalosas, a pesar de todo. Especialmente para aquellos que se empeñan en negar lo evidente aunque lo tengan ante sus ojos. En realidad todo responde al misterioso modo de conducta de la naturaleza humana, pero que en casos como éste da lugar a complejos e importantes problemas que vale la pena estudiar. Que es lo que ahora vamos a intentar hacer detenidamente.

Conviene advertir que la expresión subsiste, referida a la Iglesia Católica, es de acuñación moderna y fue empleada por primera vez, como se ha dicho, en el Concilio Vaticano II.

Pero al verbo subsistir pueden atribuirse dos significados o sentidos, aparentemente idénticos y muy próximos, pero que no pueden considerarse exactamente como sinónimos. Cada uno de ellos presenta un diferente matiz, según una distinción sutil pero que los hace claramente diferenciables: existir todavía, es uno de esos sentidos, mientras que mantenerse, perdurar, persistir es el otro.[3] Es indudable que fue éste último el pretendido por el Concilio Vaticano II.

Sin embargo, hoy ya nadie niega la evidente y voluntariamente buscada ambigüedad de multitud de términos empleados en el Concilio. En este caso concreto, por ejemplo, sería difícil refutar a quien —aparentemente con razón— pretendiera ver una oculta insistencia en el primero de esos dos sentidos —existe todavía—, adivinando en él la confesión de un provisional fracaso ante la tarea pretendida (la demolición de la Iglesia); pero acompañada, a su vez, del firme propósito de continuarla hasta consumarla definitivamente.

Lo que es seguro, de una manera o de otra, es que la expresión acabó definitivamente con la creencia que, por otra parte, pertenece al acervo dogmático de la Fedel Pueblo cristiano de que sólo existe una Santa y Única Iglesia, fundada por Jesucristo y camino exclusivo de salvación.

De hecho, aunque ni unos ni otros quieran reconocerlo y tal como hemos dicho, los pocos grupúsculos de fieles que todavía quedan, más o menos diseminados aquí y allí (algunas familias, pequeñas comunidades religiosas o de simples fieles, personas aisladas que viven en medio de un ambiente adverso…), viven sumisos a la Iglesia en una situación semejante a la Iglesia de las catacumbas de los primeros cristianos.[4] Es seguro que ni siquiera ellos mismos se habrán hecho esta reflexión ni se habrán dado cuenta de su verdadera situación. Pero, aunque de un modo distinto al de los primeros fieles, también viven como en oculto: rodeados de un ambiente hostil; considerados como sospechosos e infieles a la Iglesia; amordazados para expresar con libertad la totalidad de sus creencias; a menudo confundidos, sin atreverse a pensar ni a defender su Fe (de la cual a veces casi llegan a dudar) al escuchar declaraciones de la Jerarquía, e incluso del mismo Papa, que poseen todas las apariencias de ser contrarias a la Fe. Y por si fuera poco, siendo objeto de persecución, que es un tema del que hablaremos más ampliamente, dada su importancia.

Esta breve pintura de la verdadera situación de la Iglesia, referida a los tiempos posteriores al Concilio Vaticano II, y más aún y sobre todo a los que siguen desde el comienzo del Pontificado del Papa Bergoglio, causará extrañeza y hasta escándalo, tanto a unos como a otros (incluyendo a los verdaderos y escasos fieles). Rara vez los hombres —por no decir nunca— están dispuestos a reconocer con sinceridad la gravedad de una situación en la que viven, y menos aún si tal cosa lleva consigo el reconocimiento de su propia culpabilidad en cuanto a haberla hecho posible. A lo cual contribuye también el estado de aletargamiento y de imbecilidad en que los poderosos medios del Sistema han sumido a los católicos, lo que sería suficiente para justificar su situación, de no ser por el hecho de que nadie es víctima de la Mentira sin que haya mediado algún grado de culpabilidad por su parte. Por eso, bien se podría decir, aunque suene a cosa disparatada, que en estos momentos de la historia de la Iglesia millones de católicos llevan ya en su frente el signo de la predestinación a una segura condenación.

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Un Esbozo más detenido de la Situación

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Cada vez existen en el mundo más cosas inexplicables que dan lugar a preguntas que quedan sin contestar. Mientras tanto, la oscuridad se extiende y se hace cada vez más densa, al mismo tiempo que el tenebroso abismo del Misterio innominado avanza inexorablemente. ¿Se trata del misterio de iniquidad del que hablaba San Pablo a los Tesalonicenses?[5] Tal vez, y hasta parece probable que ya haya sido apartado el obstáculo que hasta ahora lo retenía. De hecho, según el Apóstol, el mysterium iniquitatis ya está operando.

Tal como suceden los acontecimientos, cada vez resulta más difícil entender a los hombres. ¿Cómo es posible que millones de católicos vivan plácidamente en estado de tranquilidad, sin siquiera plantearse la pregunta acerca de si la Iglesia de la que forman parte (o al menos así lo piensan ellos) es o no es la misma que fundó Jesucristo, y que siempre fue reconocida como la Única y Verdadera? ¿Es suficiente esa tranquillitas de la que ellos parecen gozar para garantizar su salvación…?

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Supongamos un viajero que se encuentra en una misteriosa estación, dispuesto a emprender un viaje largo y definitivo del que va a depender toda su existencia, tanto presente como futura. Ante él se encuentran dos trenes, acerca de los cuales se le ha dicho con toda certeza que solo uno de ellos lleva a un feliz término, mientras que el otro conduce irremediablemente a una espantosa catástrofe que acaba en la perdición eterna. ¿Escogería nuestro viajero cualquiera de ellos, al azar y con alegre indiferencia, sin procurar percatarse de cual de los dos es el adecuado…?

Las exigencias que impone el amor a la verdad obligan a decir que la actual Iglesia, justamente ahora en que ha transcurrido un año del Pontificado del Papa Francisco, se encuentra dividida en una doble situación que, si de momento no tiene carácter jurídico ni se ha hecho pública, y ni siquiera es consciente para la mayoría, sin embargo no deja de ser una realidad.

De una parte existen quienes se mantienen fieles a las enseñanzas de siempre, los cuales son mirados despectivamente (y hasta perseguidos) por la Iglesia oficial. Son denominados de diversas maneras que siempre poseen carácter peyorativo: tradicionalistas, conservadores, nostálgicos…, y hasta pelagianos, en palabras del mismo Papa.[6] Son pocos y viven desperdigados en los diversos países, sin conciencia de la existencia de alguna vinculación entre ellos. El único nombre que realmente les correspondería no es otro que el de católicos.

De otra parte hay que contar a la inmensa mayoría que se han mantenido fieles a la Nueva Iglesia. Son los neocatólicos o progresistas, considerados por muchos como verdaderos modernistas, los cuales consideran que la Iglesia (la única auténtica) se ha liberado de las ataduras y constricciones que imponían una Iglesia obsoleta (anterior al Concilio Vaticano II) y un Magisterio atávico que eran incapaces de dar satisfacción a las legítimas aspiraciones del hombre moderno, así como a las exigencias de filosofías de nueva planta, que tanto la Ciencia como el Pensamiento moderno, consideran como indiscutibles e irreversibles.

Todo lo cual, como es lógico, plantea multitud de problemas que habrán de ser examinados con extremo cuidado: si el término diverso o diferente, aplicado a una otra manera de vivir la Iglesia es legítimo y cómo puede ser entendido. Por no hablar del delicado problema de la obediencia, habida cuenta de que quienes se tienen por verdaderos católicos no se consideran cismáticos, lefebvrianos, ni cosa semejante, ni tampoco dudan de su fidelidad a la que sigue siendo legítima Jerarquía; por no hablar de la actitud a seguir ante la administración de los sacramentos, o ante posibles leyes (o situaciones de hecho, que puedan ser dadas por buenas) que quebranten claramente leyes divinas (como administrar la Eucaristía a los divorciados y vueltos a casar, que en realidad son adúlteros) etc., etc,. Cosas todas que ponen sobre el tapete cuestiones delicadas, las cuales hemos de ir examinando con extremo cuidado y abundante prudencia.

Por el reverendo Padre Alfonso Gálvez Morillas


[1] Mt 16:18.

[2] Lumen Gentium, n. 8.

[3] Diccionario Castellano de María Moliner.

[4] La expresión empleada por Jesucristo como pequeño rebaño (Lc 12:32) es bastante elocuente. Aunque suele pasar desapercibido el hecho fundamental de que Jesucristo la emplea para advertir que es a ellos —y solo a ellos— a quienes está reservado el Reino: No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino.

[5] 2 Te 2:7.

[6] Ni que decir tiene que la inmensa mayoría de los fieles desconocen por completo el contenido de la herejía de Pelagio (vivió entre los siglos IV–V de Nuestra Era). Y en cuanto a los conocedores del heresiarca, no son capaces de explicar cuál pueda ser la aplicación de su herejía a los modernos cristianos que pretenden mantenerse fieles a su Fe.

Tomado de:

http://www.alfonsogalvez.com/es/

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