LO QUE EL VATICANO II SE LLEVÓ… ¡Y LO QUE NOS TRAJO!

CONGREGACIÓN DE SANTA INÉS (USA)

1965

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¿Cómo será el Papado después de Francisco?

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En los próximos días se cumplirán cinco años de la abdicación del Papa Benedicto XVI uno de los hechos más graves y lamentables en la historia contemporánea de la Iglesia. Apenas anunciada la renuncia las usinas del progresismo comenzaron a propalar por todas partes que el gesto de Benedicto era “un gesto revolucionario” (entre quienes utilizaron esta expresión se contaba el entonces Arzobispo de Buenos Aires que, contra toda previsión, sería el encargado de suceder al papa dimitente).

¿En qué consistía lo “revolucionario” del gesto? En que Benedicto, finalmente, había comprendido que representaba el último residuo del papado absolutista y “monárquico” y con su renuncia abría la puerta a los nuevos vientos de la historia: ya no más un papa soberano absoluto cuyas decisiones eran ley suprema e inamovible sino un Papado abierto a la colegialidad que otorgaría al Colegio Apostólico su hasta ahora negado papel en el gobierno de la Iglesia. De hecho, los gestos iniciales del nuevo papa señalaban claramente este cambio de rumbo: Francisco, el día de su elección, en su primera presentación al mundo, se llamó a sí mismo “Obispo de Roma” y recordó, de la mano de San Ignacio de Antioquía, que el Obispo de Roma “preside en la caridad” a las otras iglesias obviando, llamativamente, que el Primado del Romano Pontífice no es sólo de caridad sino también de jurisdicción y de gobierno como fue definido dogmáticamente en el Concilio Vaticano I.

Las ya mencionadas usinas de la progresía se hartaron de batir el parche sobre el “Obispo de Roma”, la “colegialidad” (brumosa noción jamás definida con precisión), el final irreversible del “Papado monárquico” (el jesuita argentino Ignacio Pérez del Viso publicó en uno de los diarios de mayor tirada de Argentina un artículo con ese o parecido título), se aclamó el fin del “autoritarismo romano” fuente de tantos males y se anunció con gran júbilo la venturosa “primavera de la Iglesia” bajo la suave conducción colegiada del Papa Francisco. En definitiva, lo que venían a decir los fautores del progresismo era que lo único bueno y rescatable de Benedicto XVI -cuyo Pontificado fue blanco inmisericorde de toda suerte de ataques- había sido su renuncia. Muchos afirmaron esto con el recurso a los eufemismos más variados e hipócritas; otros lo manifestaron con todas las letras.

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