El matrimonio, la misericordia y la cruz

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16 octubre, 2015

Mamá, vosotros os vais a separar?

Hace aproximadamente un año, mi hijo mediano me sorprendió con esta pregunta. Varios compañeros de su clase estaban sufriendo el trauma de la separación de sus padres, y mi hijo quería asegurarse de que no iba a pasar por lo mismo. Recibió un tajante «no» por respuesta, que no obstante, no le satisfizo en absoluto.

— ¿Por qué? —insistió con desafío.

Mi primer instinto fue acudir al socorrido «porque nos queremos», pero como conozco a mi hijo y sé que eso solo le habría preocupado más, le di la verdadera respuesta:

— Porque se lo prometí a Dios.

Aquella réplica me sirvió para tener con ellos una de las charlas más intensas que recuerdo. Mis años de madre me han enseñado que no basta con tener preparadas contestaciones a las previsibles preguntas que te van haciendo los hijos, ya que, como no se vivan esas respuestas, rápidamente se desmontan bajo el ojo crítico del ejemplo.

Quizá por eso, para mí esta afirmación me vino fácil.

Me casé siendo consciente del paso que iba a dar. El comportamiento de mis padres respecto a su matrimonio me había mostrado lo que Dios esperaba de mí. Soportaron una profunda y duradera crisis matrimonial durante mis años de adolescencia y sin embargo, el comportamiento de ambos resultó heroico. Sabían que su matrimonio era para siempre, y se agarraron a su cruz con fortaleza.

Como Dios escribe recto con renglones torcidos, esa cruz pesada que les tocó sobrellevar sirvió para que sus hijos fueran plenamente conscientes de lo que suponía el sacramento matrimonial. Y con tal experiencia, no es de extrañar que durante mi propia boda me pasara pidiendo a Dios la gracia de llevar a cabo mi compromiso vital, o mejor expresado, mi vocación. Me agarré a su presencia mil veces durante la celebración, y fue plenamente consciente de que me ofrecía como sacrificio no solo para mi marido o para mis futuros hijos, sino también, para el mundo.

Quizá el lector se sorprenda por este lenguaje, pero la cruz que soportaron mis padres con heroísmo fue decisiva para abrirme los ojos. Porque, el matrimonio cristiano es heroico. ¿Quién puede dar un sí quiero para toda la vida? ¿Quién puede decirle al otro que le amará sin condiciones? Y más grave aún, ¿quién puede asegurar que amará al otro sea cual sea la actitud o comportamiento futuro del cónyuge? Nadie.

Y sin embargo, ahí están los católicos de buena voluntad, camino hacia el altar, para dar ese consentimiento. Es escandaloso.

¿Se han preguntado por qué lo hacemos? Los años que impartimos prematrimoniales sirvieron para mostrarme que los contrayentes confiaban en que el matrimonio cristiano, por ser sacramental, confería la gracia para llegar a buen puerto. Por eso acudían a la Iglesia, para ellos, el sacramento era una especie de ayuda extra de la que no gozaban los que se casan fuera de la Iglesia.

Eso es cierto, pero a medias. Porque, ¿y si el hombre no es receptivo a esa gracia? ¿y si se niega a recibirla? ¿Qué pasa entonces?

Cuando les planteaba esta realidad a los contrayentes, se removían inquietos en sus sillas y desechaban con rapidez estos pensamientos bajo la irrealista creencia de que eso no les ocurriría a ellos. Mejor no pensar en esas cosas.

El día que caminé hacia el altar, yo sí sabía lo que estaba haciendo. Estaba a punto de decirle a Dios que estaba dispuesta a que mi matrimonio fuera fiel reflejo del amor que Él le tiene al mundo. Cuando los hombres observaran mi matrimonio, deberían ver reflejado el amor de Dios. Y aquí está la clave, pues ¿cómo es el amor de Dios? El amor de Dios es misericordioso: ama sin condiciones, sin esperar nada a cambio. Es el amor del padre en la parábola del hijo pródigo, es el amor de Cristo en la cruz que grita: «Padre, no se lo tengas en cuenta, porque no saben lo que hacen».

Y yo, asumiendo la vocación que Dios me tenía preparada, estaba dispuesta a sacrificarme por Él, para ser testimonio de su amor al mundo. El matrimonio refleja la misericordia de Dios, porque es indisoluble. No se puede disolver porque uno de los contrayentes no quiera asumir más su compromiso, al igual que el amor de Dios no desaparece porque no queramos corresponderle; Él siempre nos está esperando. Ahí radica la grandeza del matrimonio católico, en que es reflejo del escandaloso amor que Dios nos tiene, y de ahí que haya que destruirlo.

Cuando escucho que, bajo el argumento de «misericordia», se va rompiendo la indisolubilidad matrimonial se me revuelve el estómago. Es perverso. Cada nulidad matrimonial ligeramente concedida, cada petición de que los divorciados con nueva pareja puedan comulgar, cada petición de que se admita el divorcio en la Iglesia, supone un ataque directo a la misericordia de Dios, pues, al final, es un matrimonio menos que la refleja al mundo.

Y eso es lo que el demonio quiere, que el hombre deje de creer en ella.

A veces pienso que tanto hablar de misericordia es porque, en realidad, se ha dejado de creer en ella. Yo, que si siento que Dios es misericordioso conmigo (con tantos pecados y faltas como arrastro) soy capaz de llevar en gratitud ese mismo espíritu de amor y entrega a mi matrimonio. «Hoy yo te perdono, mañana serás tú». Sin misericordia divina, no puede haber matrimonio indisoluble.

Mi propio marido afirmó con solemnidad hace pocos días, durante una reunión de grupo, que el matrimonio era su cruz. Mi reacción fue levantar la ceja divertida, consciente de que, fuera de nuestro grupo, quien escuchara tales palabras se escandalizaría. ¡Menuda cosa decir!

Sin embargo, para mí, aquella expresión fue motivo de alegría. Supone que ambos tenemos claro que el matrimonio cristiano es fuente de sacrificios y renuncias (a egoísmos y apetencias), de trabajo y esfuerzo. En definitiva, una cruz. Pero es una cruz gloriosa que nos llevará a la santidad. Mi marido será misericordioso conmigo (y viceversa) porque Dios lo es también con él. Y eso, me da una seguridad enorme. A punto de celebrar felices nuestro aniversario de bodas, aquella afirmación supuso para mí mayor expresión de amor que un manido «te querré siempre», donde, si somos sinceros, como humanos que somos, esa expresión está sujeta a mil condicionantes.

Al final, la charla con mis hijos debió tener éxito porque días más tarde, preparando la cena, los oí hablar en la mesa del comedor. Mi hijo mediano comentaba al mayor:

— Sí es verdad, pero debes elegir con cuidado, porque si luego llega una mejor, no puedes irte con ella. Al fin y al cabo, recuerda que el matrimonio es para siempre.

No quise ahondar más en su conversación, pero creo que entendieron lo que traté de decirles a la perfección. Después de todo, son pequeños, pero no tontos.

Mónica C. Ars

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com

Pues sí, eso que dice de la misericordia…

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16 octubre, 2015

El Santo Padre ha recalcado a menudo el mensaje de que algunos tienen que manifestar más misericordia en la Iglesia, y ese mensaje casi siempre se dirige a los católicos fieles. Una homilía reciente, predicada el segundo día del Sínodo de la Familia, reitera este mensaje, diciendo:

Jesús también vivió este drama con los doctores de la Ley, que no comprendían por qué no les permitía apedrear a la mujer adúltera, por qué comía con publicanos y pecadores: no comprendían. No entendían la misericordia.

Es muy revelador que el Papa Francisco dijera cosas así después de la apertura del Sínodo, porque los liberales están intentando servirse del Sínodo como una oportunidad de acabar con la norma de la Iglesia de no administrar de la Sagrada Comunión a los adúlteros. Todo en nombre de la “misericordia”.

Sea como fuere, hemos llegado a un punto en el pontificado de Francisco en el que hay que preguntarse si al Santo Padre le importa de verdad la misericordia, ¿o es simplemente una excusa para permitir la liberalización de la fe? Aquí hay algunas preguntas que es necesario contestar para defender lo primero por encima de lo segundo.

  • Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué continúa permitiendo que el cardenal Kasper proponga que les pueda dar la Sangrada Comunión a adúlteros impenitentes? ¿Cómo puede ser misericordia contribuir a la condenación de las almas? La misericordia, ¿no estaría más bien en rechazar semejante propuesta por el bien de las almas que se condenarán si reciben la Comunión indignamente (1ª Corintios 11,29)?
  • Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué sigue dando al cardenal Danneels tanta influencia sobre la Iglesia, y más durante el Sínodo de la Familia? Es el mismo cardenal que protege a pedófilos y respalda uniones de sodomitas. Es más, ¿por qué designó recientemente a monseñor Barros, que está acusado de encubrir casos de pedofilia (y de haber estado presente en un acto de dichas características), para la diócesis chilena de Osorno y luego tildó a los osorninos de tontos por objetar tal decisión? ¿Dónde está la misericordia para los que sufrirán abusos a manos de manos de sacerdotes que se sentirán más alentados aún a cometer actos pedófilos, en vista de que el Santo Padre valora tanto a quienes los protegen? ¿Dónde está la misericordia para esas posibles víctimas y para los fieles de Osorno?
  • Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué continúa sembrando confusión en la Iglesia con discursos improvisados? Da igual que luego se puedan manipular sus palabras para darles un sentido ortodoxo; lo cierto es que la gente lo interpretó en un sentido destructivo, y el Santo Padre no dijo nada para aclarar lo que había dicho. Peor aún, De hecho, lo ha agravado con su comportamiento hacia los homosexuales. ¿A cuántas almas habrá llevado erróneamente a creer que la sodomía es aceptable después del escandalo delquién soy yo para juzgar? ¿Por qué no ha tenido la misericordia de advertirles claramente que la sodomía conduce al infierno? ¿Dónde está la misericordia para los católicos que tienen que estudiar formas de justificar las improvisadas palabras del pontífice actual?
  • Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué no denunció de forma clara y contundente el aborto cuando se presentó ante el Congreso durante su viaje a EE.UU.? Su discurso fue ambiguo en extremo, y los partidarios del aborto lo pudieron acoger favorablemente. ¿Donde está la misericordia para las almas de los bebés que serán asesinados sin una clara denuncia del sucesor de San Pedro?
  • Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué sigue predicando sobre la necesidad de cuidar de la Tierra, en vez de cuidar de las almas predicando el Evangelio? ¿Ha afirmado claramente alguna vez Francisco que Dios manda “a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan” (Hechos 17,30) y “crean en el Señor Jesús” (Hechos 16,31) para salvarse? ¿Dónde está la misericordia para los millones de almas que van camino a la condenación eterna si no se arrepienten? ¿No es acaso la predicación de este Evangelio una obra de misericordia que tiene por objeto librar a los hombres de la esclavitud del pecado, de Satanas y de este mundo?
  • Si a Francisco le preocupa de verdad la misericordia, ¿por qué no suspende el Sínodo, excomulga a los herejes que están confundiendo a las almas, defiende la fe sin ambages y llama a todos los hombres en todas partes (Hechos 17,30) al arrepentimiento y la fe en Cristo? Creo que a estas alturas ya conocemos la respuesta.

Michael Lofton

[Traducción de Alex Bachmann. Artículo Original]

Tomado de:

http://www.adelantelafe.com

Obispos polacos explican por qué los divorciados “vueltos a casar” nunca podrán comulgar lícitamente

Gadecki 13 octubre, 2015

Desde el primer año de Rorate, hemos cubierto la ola persistente de los prelados que han tratado de utilizar la portada de  la “misericordia” para impulsar un sacrilegio (en nombre de la recepción de la Sagrada Comunión por civiles divorciados y “vueltos a casar”). Naturalmente en ese momento no esperábamos llegar a tiempo, en donde el apoyo a esa idea vendría desde el más alto nivel de la jerarquía.

Afortunadamente, Polonia católica no defrauda. En su intervención en el asunto, realizado el sábado en el Aula del Sínodo, y hecho público este lunes, el Presidente de la Conferencia Episcopal de Polonia, el arzobispo  Stanisław Gądecki, lo explicó con claridad y con palabras inolvidables, por qué la doctrina católica sobre este tema, no puede cambiar de lo que siempre ha sido.

La Conferencia Episcopal de Polonia también publicó un comentario teológico para explicar el tema a la luz de los Concilios de la Iglesia, en particular, del Sacrosanto Concilio de Trento, que se ocupa sobre todo de los conceptos de la gracia santificante, la gracia sacramental y el pecado mortal, que puede ser adulterado por los manipuladores para que el sacrilegio sea forzado dentro la Iglesia.

Primero esta intervención:

Intervención en la 6ta sesión general

Sábado 10 de octubre de 2015

+ Stanisław Gądecki, Arzobispo Metropolitano de Poznań

Presidente de la Conferencia Episcopal Polaca

Para empezar, quiero hacer hincapié en que la siguiente intervención refleja no sólo mi opinión personal, pero también la opinión de toda la Conferencia Episcopal Polaca.

1, No hay duda de que la Iglesia de nuestro tiempo debe -en un espíritu de misericordia- ayudar a los divorciados y vueltos a casar civilmente con una caridad especial, para que no se consideren a sí mismos separados de la Iglesia, si bien pueden en efecto, participar en Su vida, como bautizados.

Por lo tanto, vamos a invitarlos a escuchar la Palabra de Dios, a asistir al Sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, a contribuir a las obras de caridad y las iniciativas comunitarias en favor de la justicia, a educar a sus hijos en el la fe Cristiana, a cultivar el espíritu y la práctica de la penitencia y de implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios. Que la Iglesia rece por ellos, los anime y Ella Misma se muestre como una madre misericordiosa, y así los sostenga en la fe y la esperanza (cf. Juan Pablo II, Familiaris consortio, 84).

2, Sin embargo, la Iglesia en su enseñanza sobre la admisión de los divorciados vueltos a casar, no puede ceder a la voluntad del hombre, sino sólo a la voluntad de Cristo (cf. Pablo VI, Discurso a la Rota Romana, 01/28/1978; Juan Pablo II, Discurso a la Rota Romana, 01/23/1992, 01/29/1993 y 01/22/1996). En consecuencia, la Iglesia no puede dejarse llevar por sentimientos de falsa compasión a las personas o los modos de pensamiento que -a pesar de su popularidad en todo el mundo- se equivocan.

Admitir a la Comunión a los que siguen cohabitando “more uxorio” [como esposo y esposa] sin el vínculo sacramental sería contrario a la Tradición de la Iglesia. Los documentos de los primeros sínodos de Elvira, Arles y Neocesarea, que tuvieron lugar en los años 304-319, ya han confirmado la doctrina de la Iglesia sobre no admitir a los divorciados vueltos a casar a la Comunión Eucarística.

Esta posición está basada en el hecho de que “su estado y condición de vida contradicen objetivamente esa unión de amor entre Cristo y la Iglesia, reconocida y actualizada en la Eucaristía” (Juan Pablo II, Familiaris consortio, 84; 1 Cor 11:27 -29; Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis, 29; Francis, Angelus 16 de agosto de 2015).

3, La Eucaristía es el sacramento de los bautizados que están en estado de gracia sacramental. Admitir a los divorciados que se volvieron a casar civilmente a la Santa Comunión, causaría un gran daño no sólo para el ministerio pastoral de la familia, sino también a la doctrina de la Iglesia sobre la gracia santificante.

De hecho, la decisión de admitir a la Sagrada Comunión, abriría la puerta a este sacramento a todos los que viven en pecado mortal. Esto a su vez daría lugar a la eliminación del Sacramento de la Penitencia y distorsionaría el significado de vivir en estado de gracia santificante. Por otra parte, hay que señalar que la Iglesia no puede aceptar la llamada “ley de la gradualidad” (Juan Pablo II, Familiaris consortio, 34).

Como el Papa Francisco nos lo recordó, que los que estamos aquí no queremos y tampoco tenemos el poder para cambiar la doctrina de la Iglesia.

Ahora, el comentario teológico proporcionada por la Conferencia, tomando como base, en particular, las enseñanzas inmutables del Concilio Tridentino:

Pbro. Dariusz Kowalczyk SJ

Decano de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Gregoriana, Roma

La Gracia de Dios, Gracia Sacramental, Gracia Santificante

La gracia de Dios es, básicamente, cada acción salvadora de Dios para el ser humano. Por lo tanto, podemos decir que la gracia es una al igual que solo hay un Dios. Sin embargo, teniendo en cuenta los cambios en las circunstancias, así como en las modalidades y las consecuencias de la acción de Dios, se distinguen diferentes tipos de gracia, entre ellos la “gracia sacramental” (gratia sacramentalis), que es “la gracia del Espíritu Santo, dada por Cristo y propia de cada sacramento “(Catecismo de la Iglesia Católica, 1129).

El Concilio de Trento enseña que a través de los sacramentos “toda justicia verdadera inicia, o habiendo iniciado, se incrementa o cuando se pierde es reparada.” (Denz 1600). Por lo tanto, la gracia sacramental es esencialmente gracia santificadora (sanctificans graciables). Cabe señalar que el concepto de “gracia santificante” es mucho más amplio que el de “gracia sacramental”. Porque, Dios puede venir a santificar las relaciones humanas fuera de los sacramentos. En otras palabras, Dios también salva no sacramentalmente, como el Concilio Vaticano II afirma: “debemos creer que el Espíritu Santo de una manera sólo conocida por Dios, ofrece a todos la posibilidad de ser asociados a este misterio pascual” (Gaudium et spes, 22).

La situación de las personas divorciadas que viven en nuevas uniones, sería entonces una situación en la que se les priva de la gracia sacramental ligado al sacramento del matrimonio, el sacramento de la Penitencia y la Santa Comunión, pero no deben ser, por definición, privadas de la gracia de Dios en general, de esta gracia santificante que Dios puede dar, como hemos dicho, no sacramentalmente. Es por esto que Juan Pablo II fue capaz de escribir en la Familiaris consortio: “Ellos [los divorciados y divorciadas vueltas a casar] deben ser alentados a escuchar la palabra de Dios, para asistir al Sacrificio de la Misa, a perseverar en la oración, para contribuir a las obras de caridad y las iniciativas comunitarias en favor de la justicia, a educar a sus hijos en la fe cristiana, para cultivar el espíritu y la práctica de la penitencia y de implorar de este modo, día a día, la gracia de Dios [la cursiva es nuestra] “(No. 84).

Por lo tanto, las personas divorciadas que viven en nuevas uniones pueden verdaderamente pedirle a Dios que les conceda su gracia y aunque no es, ni puede ser la gracia sacramental sin el cumplimiento de ciertas condiciones, es sin embargo una verdadera gracia de Dios que restaura la relación salvadora con Él. Sin embargo, esto no abre el camino para la comunión sacramental de las personas divorciadas que participan en nuevas uniones. Por el contrario, si esto fuera así, ellos se alejan, no sólo de la lógica interna de la gracia sacramental, sino también el riesgo de eliminar la gracia recibida no sacramentalmente.

[Fuente: Conferencia Episcopal Polaca]

[Traducción de Cecilia Gonzalez. Artículo Original]