CURSO DE FORMACIÓN CATÓLICA. CONOCE TU FE (PARTE I). 11° Tema: “¿Cómo sabemos que Cristo es Dios?” Padre Federico Masutti, FSSP. Templo de San Javier de las Colinas. Zapopan, Jalisco, México. 21 de Noviembre del 2017.
Tomado de:
adelantelafe.com
CURSO DE FORMACIÓN CATÓLICA. CONOCE TU FE (PARTE I). 11° Tema: “¿Cómo sabemos que Cristo es Dios?” Padre Federico Masutti, FSSP. Templo de San Javier de las Colinas. Zapopan, Jalisco, México. 21 de Noviembre del 2017.
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¡Dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia y menosprecio! vednos postrados ante vuestro altar, para reparar con especiales homenajes de honor la frialdad indigna de los hombres y las injurias que en todas partes hieren vuestro amantísimo Corazón.
El divino Salvador escogió el primer viernes de cada mes, como día especialmente consagrado a honrar su Smo. Corazón, diciendo a Santa Margarita María Alacoque: “Comulgarás todos los primeros viernes de cada mes”.
Y, para obligarnos en cierto modo a práctica tan santa y tan de su agrado, hizo a la misma Santa Margarita aquel favor regaladísimo que se conoce con el nombre de LA GRAN PROMESA. en estos términos:
“Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor todopoderoso concederá a todos los que comulgaren los nueve primeros viernes de mes consecutivos la gracia de la penitencia final: no morirán en mi desgracia, ni sin recibir los Santos Sacramentos, haciéndose mi divino Corazón su asilo seguro en aquélla última hora”.
En esta tan consoladora promesa, el Sacratísimo Corazón de Jesús, nos promete:
1º La gracia de la perseverancia final, don verdaderamente inefable, como dice el Concilio Tridentino,
2º La dicha de tener por asilo y refugio en aquella última hora el Corazón del que nos va a juzgar…
Que todo es lo mismo que asegurar nuestra eterna salvación.
¡Bien puedes ahora gloriarte de tener la salvación en tu mano: no tendrá excusa ninguna si te pierdes!
¿Con qué condiciones? Se necesita para ganar esta gracia:
1º Comulgar nueve primeros viernes de mes seguidos y sin interrupción;
2º Comulgar con intención de honrar al Sagrado Corazón y de alcanzar la gracia de la perseverancia final;
3º Comulgar con deseos y propósito de servir siempre al Señor.
De modo que no valen ocho primeros viernes de mes, ni valen nueve primeros domingos de mes, aunque la fiesta del primer viernes se traslade al domingo, ni valen ocho primeros viernes con un primer domingo… Además, han de ser seguidas las comuniones, de tal suerte que una interrupción inutilizaría toda la práctica, y habría que volver a comenzarla.
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Recientemente he escrito sobre la conveniencia y necesidad de que los Estados profesen la Religión Católica para preservar el medio ambiente moral, espiritual y religioso de la sociedad.
Pocos días después me encontré en un templo una hoja parroquial de la que me llamó la atención un articulito que habla de laicismo y laicidad.
Es interesante, porque refleja perfectamente la confusión sobre el tema generada por el Concilio Vaticano II y el magisterio posterior.
El autor rechaza el laicismo que promueve la separación entre la Iglesia y el Estado, porque considera que la Iglesia debe colaborar positivamente con el Estado. Pero por otro lado, reproduce (sin citar su origen) una frase de un discurso del Papa Francisco que afirma que la laicidad es positiva, entendiéndola como el respeto del Estado hacia todas las religiones sin asumir ninguna en concreto.
Este tipo de equilibrios doctrinales complejos, que intentan hacer compatibles dos posturas que se contradicen la una con la otra, me recuerdan siempre las palabras de Jesús: que tu sí, sea sí y tu no sea no. Todo lo que pase de eso, proviene del maligno.
La ambigüedad en asuntos de fe y moral es cosa diabólica.
La doctrina tradicional de la Iglesia enseña que la obligación moral de confesar y practicar la Religión Católica incumbe tanto a los individuos como a las sociedades, sin excluir las comunidades políticas.
Esta doctrina fue predicada por la Iglesia siempre y en todas partes hasta el segundo Concilio Vaticano. Sobre todo desde que la Revolución francesa difundió por doquier la peste del laicismo. Cuanto más avanzaban los principios del Derecho Nuevo, la filosofía ilustrada iluminista y la ideología liberal en las naciones, más alta, contundente e insistente se alzaba la voz de la Iglesia para condenar todos esos errores, reclamar los derechos de Dios y recordar a los pueblos su obligación de reconocer el reinado social de Jesucristo.
Es lógico: a mayor olvido de la verdad, mayor necesidad de recordarla.