LA REDENCIÓN Parte 2 de 3

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34.- JESUCRISTO NOS REDIMIÓ OFRECIENDO EL SACRIFICIO DE SU VIDA EN LA CRUZ, para perdonarnos nuestros pecados y devolvernos la gracia y amistad de Dios.

34,1. La muerte de Jesucristo clavado en la cruz es el hecho más grande que ha visto la historia.

Para la reparación del género humano, en plan de justicia estricta y perfecta (condigna), fue absolutamente necesario la Encarnación y Redención de Cristo3.

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3 ANTONIO ROYO MARÍN, O.P.: Jesucristo y la vida cristiana, nº 29. Ed. BAC. Madrid, 1961.

 

La ofensa aumenta con la dignidad del ofendido.

Al ser el pecado ofensa a un Dios infinito, su malicia es infinita.

No podía reparase por un mero hombre.

Por eso Dios se hizo hombre para ser Hombre-Dios y así reparar la ofensa del hombre1.

Las obras que hizo Jesucristo como hombre las asumió su persona divina, por lo tanto son de valor infinito2.

«Jesús es Dios y hombre. En cuanto Dios, todas sus acciones, incluso las acciones humanas más pequeñas, tienen un valor infinito. En cuanto hombre, hecho hermano nuestro y cabeza de la humanidad, puede ofrecer a Dios en nuestro nombre y en nuestro favor todo cuanto hace. De ahí que ofrezca su obediencia hasta la muerte de cruz como reparación de nuestra desobediencia.

Y al hacer esto, Él mismo se convierte en reconciliación entre el Dios ofendido por la soberbia humana, y los hombres que son los ofensores. Por eso es su sangre derramada en la cruz la que pacifica todas las cosas»3.

«Por la humanidad de Jesucristo entra la Persona del Verbo en solidaridad con el género humano. Formamos con Él un todo. Él es uno de nosotros. Así puede verificarse la Redención satisfactoria. Nosotros ofendimos a Dios, y Él paga por todos. (…) Cristo es un eslabón que une lo sumo con lo ínfimo. Levanta la humanidad a las alturas de la divinidad y como que inclina la divinidad a nuestro barro»4.

Dice San Gregorio el Magno: «El haberse abajado Dios hasta la humanidad sirve para elevar al hombre hasta la divinidad»5.

La gran prueba de la divinidad de Cristo es la resurrección, y para esto primero tenía que morir6.

Pero la muerte en cruz fue para demostrar su amor a nosotros.

Dios pudo haber mandado al infierno a todos los hombres que hubieran pecado mortalmente; pero -por el mucho amor que nos tiene- no hizo eso, sino que, al contrario, quiso hacerse hombre para redimirnos. Y aunque hubiera bastado para esto una sola lágrima de sus ojos o una palabra de sus labios7, quiso sufrir tormentos tan espantosos y muerte tan cruel, para que veamos el valor de nuestra alma y tengamos horror al pecado, para darnos prueba de su amor a nosotros, y para servirnos de ejemplo en nuestros trabajos y penalidades.

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