PRIMER VIERNES DE MES

¡Dulcísimo Jesús, cuyo inmenso amor a los hombres no ha recibido en pago, de los ingratos, más que olvido, negligencia y menosprecio! vednos postrados ante vuestro altar, para reparar con especiales homenajes de honor la frialdad indigna de los hombres y las injurias que en todas partes hieren vuestro amantísimo Corazón.

El divino Salvador escogió el primer viernes de cada mes, como día especialmente consagrado a honrar su Smo. Corazón, diciendo a Santa Margarita María Alacoque: «Comulgarás todos los primeros viernes de cada mes».

Y, para obligarnos en cierto modo a práctica tan santa y tan de su agrado, hizo a la misma Santa Margarita aquel favor regaladísimo que se conoce con el nombre de LA GRAN PROMESA.  en estos términos:

«Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que su amor todopoderoso concederá a todos los que comulgaren los nueve primeros viernes de mes consecutivos la gracia de la penitencia final: no morirán en mi desgracia, ni sin recibir los Santos Sacramentos, haciéndose mi divino Corazón su asilo seguro en aquélla última hora».

En esta tan consoladora promesa, el Sacratísimo Corazón de Jesús, nos promete:

1º La gracia de la perseverancia final, don verdaderamente inefable, como dice el Concilio Tridentino,

2º La dicha de tener por asilo y refugio en aquella última hora el Corazón del que nos va a juzgar…

Que todo es lo mismo que asegurar nuestra eterna salvación. ¡Bien puedes ahora gloriarte de tener la salvación en tu mano: no tendrá excusa ninguna si te pierdes!

¿Con qué condiciones? Se necesita para ganar esta gracia:

1º Comulgar nueve primeros viernes de mes seguidos y sin interrupción;

2º Comulgar con intención de honrar al Sagrado Corazón y de alcanzar la gracia de la perseverancia final;

3º Comulgar con deseos y propósito de servir siempre al Señor.

De modo que no valen ocho primeros viernes de mes, ni valen nueve primeros domingos de mes, aunque la fiesta del primer viernes se traslade al domingo, ni valen ocho primeros viernes con un primer domingo… Además, han de ser seguidas las comuniones, de tal suerte que una interrupción inutilizaría toda la práctica, y habría que volver a comenzarla.

LOS SANTOS MÁRTIRES MACABEOS

1º de agosto

Al fin. Ya todo se acabó. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…. los siete. Con el martirio de cada uno de ellos le iban arrancando a ella, la madre, un trozo de su ser. Por eso ya no le quedaba nada. Vivía, pero su vida se había ido agotando con la muerte de cada uno de sus hijos. Ni dolor posible había para ella. Era como un vaso lleno donde ya no cabe agua.

   Los había visto morir, uno a uno, casi cacho a cacho, en medio de una espantosa carnicería. La lengua, las manos, los pies… Y luego, así manando sangre, despojos humanos, a la caldera del aceite hirviendo. Pero, eso sí, valientes, erguidos, animosos. Proclamando su fe, cuando podían hablar, con palabras arrebatadas. Cuando ya no, con su mirada, con sus ojos brillantes de dolor o de esperanza, fijos en el cielo o en ella. Y luego, el mismo retorcimiento de sus miembros, el crepitar de sus carnes, el vaho espeso y atosigante de sus grasas, era como un incienso nuevo que traspasaba los techos del palacio y del mundo en un puro grito de amor.

   Y ella, allí. Cada tormento de sus hijos era un golpe de dolor y de asfixia que se le iba represando en la garganta. Venía el dolor a oleadas, amenazando romper el dique de su corazón. Pero no. El quiebro de su fortaleza se notaba apenas en aquel sordo sollozo interior, en aquella leve crispación súbita de sus miembros, en aquella acentuada presión de sus manos al estrechar contra su pecho el apiñado racimo humano que iba reduciéndose, reduciéndose…

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