Santa Misa Dominical

QUINTO DOMINGO

DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

Ve a reconciliarte con tu hermano.

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BEATO JUAN DE MAYORGA Y 40 COMPAÑEROS MÁRTIRES

13 de julio

Bien ganado tenía la madre Teresa de Jesús este conventual sosiego con que se regala en Ávila después de las andaduras y desventuras de aquel año 1570.

   La fundación de Pastrana le puso el corazón en aprietos de sangre ante el dramático destino de sus pobres monjas, entregadas al turbio albedrío de la princesa de Éboli. Con su único ojo bello, inquietante y sutil, quiso doña Ana Mendoza de la Cerda envolver sus extravíos en el lirio celeste de la blanca capa del Carmelo. Y como todo eran embelecos de fantasía y antojos de viuda, aún verde, muy pronto colgó penitencias, silencios y hábito. Pero ni aun así placían la devoción y el recogimiento en aquel Carmen, acosado, desde fuera, por las impertinencias priorales de la Éboli. Total, que la Santa procuró «por cuantas vías pudo, suplicando a Perlados, que quitaran de allí el Monasterio», como se hizo. Y Teresa de Jesús, baldada de carretas y de muleros, dio con su amargura en la Encarnación de Ávila, peregrinando penosamente los caminos de Madrid, Toledo y Escalona.

   Se entiende muy bien toda su vida, a la luz de aquel ardoroso anhelo de San Pablo: «suplir, con el sacrificio de su carne, lo que resta a la Pasión de Jesucristo, por su Cuerpo, que es la Iglesia». Y a tan altos arrobos le sube su corazón enamorado -su «muero porque no muero»- que muchas veces refresca los ardores de su angustia con la memoria de aquel ansia adolescente de martirio que le empujaba a irse para cristianizar las tierras de moros. ¡El martirio!

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