
Mi conocimiento del latín es limitado, eso lo debo reconocer, ya que en el seminario donde estudié no era una materia obligatoria. Tuve tres años de latín y aprobé esa materia en Italia. En Roma, algunos de los latinos se sorprendían ya que yo les podía traducir frases en latín de la Basílica de San Pedro. Obviamente que comparado con quien no sabe nada de esa lengua, yo sé bastante. Pero comparado con los que saben este idioma, yo no sé nada.
Gracias a Dios se lo suficiente para celebrar la Misa y los sacramentos, si tuviese que hacerlo en latín. También puedo leer la Suma Teológica de Santo Tomás de Aquino para evitar malas traducciones.
Algunos de mis amigos han repetido hasta el cansancio: las oraciones en latín son más eficaces que las que se hacen en lengua vernácula. Otros amigos míos, en cambio, dicen que esto es superstición y que en la lengua que uno rece, Dios nos escucha lo mismo. Con respecto a esto, voy a decir algunas cosas.
En primer lugar: es claro que para rezarle a Dios, no importa la lengua que uno hable. Lo que importa es la fe con la cual uno se dirige al Omnipotente. Es absurdo decir que «Dios me escucha más en una lengua que en la otra». Dios habla todas las lenguas, y el idioma que debemos usar con el Señor es sobre todo el idioma de la fe. Yo no creo para nada que la eficacia de un exorcismo o la eficacia de una oración tenga que ver con el idioma que uno use. Los israelitas rezaban en arameo y en hebreo, no en latín. Dios los escuchaba o no, no por el idioma usado, sino por la fidelidad a sus mandamientos. En definitiva, el Omnipotente no se fija en el idioma que uno use para rezar sino que mira nuestro corazón. Eso por un lado.
Ahora bien, por otro lado hay que decir que el desprecio al latín de parte de algunos sacerdotes y de algunos laicos tampoco es bueno. La lengua de la Iglesia, desde hace mucho tiempo ha sido el latín, y la Iglesia no hace nada «porque si». Es claro que esta lengua es el idioma oficial de la Iglesia en el rito latino, no en los otros 24 ritos. Sin embargo, el 90% de los católicos pertenecen al rito romano. Por algo Dios permitió que el Imperio Romano tuviese un plan providencial en la difusión del Evangelio. Dicho Imperio había conquistado todo el mundo conocido, y gracias a ello, cuando Roma se convierte al catolicismo, la fe llega a todos los países donde llegó el imperio.
Hay que decir que, por otra parte, los misales, los rituales, las oraciones y todo lo que usamos actualmente es traducido del latín. Y como bien dicen los italianos: «traduttore traditore» (traductor traidor). Hay veces que uno entiende verdaderamente el sentido de lo que esta rezando cuando conoce la lengua original en la cual esa oración fue escrita. Por dar un ejemplo: el Padre Nuestro. Cristo lo habrá enseñado en arameo, pero los Evangelios fueron escritos en griego, y fue San Jerónimo quien tradujo la Biblia al latín. En el Padre Nuestro, uno dice en español: «perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Sin embargo, en latín decimos «et dimitte nobis debita nostra sicut et nos dimittimus debitoribus nostris».
La traducción correcta sería: «perdona nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores». La deuda es más que una ofensa. La deuda incluye todo lo que le debemos al Señor, el mismo don de la vida, el mismo don de la salud, todo lo que le debemos y no le podemos pagar. La deuda incluye las ofensas, pero es más que eso. Podríamos poner muchos otros ejemplos, pero para no alargar este post, lo dejamos así. A lo que vamos es que entendiendo la lengua latina, profundizamos nuestra fe, y profundizando nuestra fe es como llegamos a amar a Dios con todo nuestro corazón.
Lo que dice Santo Tomas de Aquino es que para amar hay que conocer primero. Muchas veces, cuando uno traduce un texto escrito en otro idioma, aunque la traducción sea perfecta, algo del sentido original se pierde. El rezar en latín nos ayuda a entender mejor nuestra fe ya que podemos entender con mucha más claridad la teología que hay detrás de tal oración, de tal rito o de tal palabra; y entendiendo nuestra fe conocemos más a Dios y podemos amarlo de mejor manera (mientras más conocemos al Señor, más nos enamoramos de él).
Termino con una anécdota muy bonita. Una vez unos señores americanos me dijeron: «menos mal que la Misa es en inglés. Si se celebrase en latín no vendría nadie a la Iglesia». Entonces los invité a la Misa en latín para que hicieran su propia experiencia. Vinieron y se quedaron maravillados al ver todas las familias jóvenes y todos los niños que asistían a esa liturgia. El coro por otra parte cantaba cantos gregorianos hermosísimos, y la ceremonia era muy solemne. Me acuerdo que después de la Misa uno de ellos me dijo: «padre, no entendí nada, pero me voy lleno del Espíritu Santo. Lo que viví hoy, nunca lo había vivido antes. Sentí caricias de Dios en mi corazón, aún sin entender la lengua».
Yo celebro la Misa en español y en inglés, y celebré Misas en otros idiomas también. No creo que Dios se fije en el idioma que rezamos. Podemos rezar en latín y rezar sin fe, y Dios no nos escucha porque no confiamos en su Providencia. Podemos rezar en Chino, y si lo hacemos con el corazón y con fe, el Omnipotente realiza muchos milagros en nuestras vidas, porque lo que Él mira es la pureza de nuestras oraciones, no el idioma.
Sin embargo, no rechacemos el latín, ya que es una lengua que nos ayuda en muchos sentidos, y es el idioma que la Providencia Divina ha elegido para el rito romano; y es también la lengua en la cual han rezado grandes santos y mártires. No hay que absolutizar el latín, pero tampoco hay que rechazarlo ni tampoco hay que dejar de admirar la belleza de este sublime idioma.
Bendiciones para todos.
Padre Tomás Agustín Beroch
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