María, Madre y Maestra del sacerdote

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Y mi espíritu se alegra en Dios, Mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su esclava. Lc. 1.47-48

Queridos  hermanos, María es Madre y Maestra de  forma privilegiada y especial del sacerdote.  La relación del sacerdote con la Madre de Dios debe alcanzar una profundidad y unión tal que el sacerdote no pueda entender su sacerdocio sin la Reina de cielos y tierra. Profundidad que se ha de alcanzar meditando el “misterio  de María”, llegando al abismo que supone encontrarse con la realidad de la toda “llena de Gracia”. Estamos ante el profundo misterio de la “grandeza de la esclava”, misterio de tal condición que el alma siente, a veces, verdadero vértigo al asomarse a esta realidad; en este vértigo el alma del sacerdote se sobrecoge al percibir quién es María; sobrecogimiento, y al mismo tiempo alegría sobrenatural, porque es una alegría distinta a la que tiene lugar en la naturaleza, es un gozo íntimo entre el sacerdote y María, entre el hijo y la Madre.

Unión,   que implica vivir el sacerdocio con María; unión indisoluble, que ha de llegar a la perfección de no hacer nada sin contar con  Ella. La vida sacerdotal ha de ser una tendencia constante hacia María; como un caminar hacia el encuentro con Ella; encuentro que tiene lugar en el Santo Sacrificio, y se prolonga en la vida del sacerdote. No es posible el sacerdocio sin María, como no es posible la santidad del sacerdote sin la Madre de Dios.

María es Madre y Maestra constante del sacerdote. Todo en Ella es enseñanza, instrucción, modelo, ejemplo, ayuda, consuelo, repuesta a las necesidades del sacerdote. Las mismas palabras del Magnificat, en el caso que nos ocupa en este artículo,  son guía para el sacerdote, enseñanza santa y sublime, que bien entendida por aquel, le ayudará a reforzar la alegría sacerdotal, y a profundizar en la gracia del sacerdocio. La respuesta de la Santísima Virgen a su prima Santa Isabel, no son las palabras con las que el común de los mortales suelen contestar mostrando su agradecimiento. Todo lo que la Madre de Dios dijo, en respuesta a su santa prima, fueron palabras dirigidas a Dios; enseñándonos el modo de cómo nos hemos de portar cuando nos alaban, porque lo mejor y más seguro es cambiar la conversación para dirigirla a Dios, de quien proceden los dones  por lo que somos alabados.

A imitación de María, y con su misma intención, bien puede decir el sacerdote: Mi espíritu sacerdotal se alegra en Dios mi Salvador, que me eligió desde el Principio para ser sacerdote de Jesucristo entre millones de hombres. “Dios se fijó en mi, y me eligió, y espera de mi que cumpla con fidelidad mi misión”. He aquí una alegría singular, que se eleva sobre el plano de la naturaleza humana; se trata de la “alegría del espíritu sacerdotal” por la elección hecha por el mismo Dios. Elección singular, privilegiada, llena de responsabilidad porque  conlleva obediencia, castidad y pobreza; es decir, santidad perfecta, a la que ha de aspirar y esforzarse por ella el sacerdote.

Hermosa  meditación para el sacerdote: Mi espíritu sacerdotal se alegra en Dios mi Salvador, porque así debe ser; y así debe repetirlo de forma continuada el sacerdote, repetirlo porque debe ser una realidad en su vida; porque es agradecimiento; porque no es vanidad, es respuesta dirigida al Creador por la gracia tan grande del don del sacerdocio; con esta respuesta imitamos a nuestra Madre, que nos precedió dándonos ejemplo a seguir. Imitamos su actitud, el sentir de su corazón.

Así como la Santísima Virgen, tan comedida en sus palabras, se alargó tanto en la respuesta a las palabras de Santa Isabel porque hablaba con Dios, contando sus grandezas, mostrando un verdadero exceso de amor y agradecimiento; de igual forma el sacerdote muestra su amor y agradecimiento a Dios; porque como María, el sacerdote ha de estar lleno de Dios y  por tanto todas sus conversaciones tienen como fin a Dios. Y como la Virgen pronunció  por su boca tantos afectos a Dios, de igual forma el sacerdote ha de manifestar en sus palabras la presencia de Dios en él.

Dice el libro del Eclesiástico (43, 33): Los que bendecís al Señor, alabadle cuanto pudieres, porque mayor es que toda alabanza. Así actuó la Santísima Virgen en su larga respuesta del Magnificat. Así ha de decir el  sacerdote en su alabanza constante de su vida a Dios; mucho le ayudará el ejemplo de la Madre del Cielo, si repitiere con frecuencia: Mi espíritu sacerdotal se alegra en Dios mi Salvador, que me eligió desde el Principio para ser sacerdote de Jesucristo entre millones de hombres.

De la mano de nuestra Madre iremos por el camino de la voluntad divina; con su ejemplo tendremos la enseñanza que aprender y retener para nuestra santidad sacerdotal. Con María caminamos seguros en nuestra fe, protegidos del maligno y advertidos de sus acechanzas. Con María, nuestra Madre y Maestra, nuestro sacerdocio está resguardado de los peligros que le acechan, porque con Ella no cesamos de repetir una y otra vez: Mi espíritu sacerdotal se alegra en Dios mi Salvador. El espíritu sacerdotal que se alegra en Dios, nuestro Salvador, es el espíritu del sacerdote que no deja de asombrarse de la elección por parte de Dios, para ser testigo de Su presencia entre los hombres.

Ave María Purísima.

Padre Juan Manuel Rodríguez de la Rosa

Tomado de:

Adelante la Fe — Información católica

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